Historia anterior: Promesas que mantener

La Planeswalker tritón Kiora ha hecho un gran esfuerzo por defender su mundo contra los Eldrazi. Su propósito la ha llevado a robar el arma de una diosa en el plano de Theros para llevarla consigo a Zendikar. También recuerda las historias antiguas de los dioses tritones y cómo el dios embustero, Cosi (un recuerdo confuso de Kozilek, el Eldrazi capaz de distorsionar la realidad), siempre se mofaba de Ula, el dios del mar, que en realidad era el titán Ulamog. Con este último devastando Zendikar, Kiora se ha inspirado en los cuentos de Cosi para enfrentarse al ser que ella ve como Ula, el dios del mar.

Los demás Planeswalkers que luchan contra los Eldrazi pretenden atrapar a Ulamog, pero Kiora no tiene intención de conformarse con eso. La tritón porta un arma divina. También cuenta con sus poderosos aliados de las profundidades. Su rumbo está claro.

Su batalla contra un dios al fin está próxima.


Kiora descendió suavemente desde las alturas vertiginosas de Portal Marino, de pie en el extremo de un tentáculo gigantesco y sujetando con fuerza el bidente con el que iba a matar a un dios.

Se supone que los Planeswalkers tienen visión de futuro.

No estaba enfadada con ellos; no en el sentido estricto. Nunca había dependido de que los demás compartieran su perspectiva y tampoco tenía del todo claro por qué se había molestado en tratar de convencerlos. Pero la idea de plantar cara a Ula le parecía tan magnífica, tan embriagadora... Además, tenía el arma adecuada para derrotarlo. Estaba segura de que alguno querría compartir su triunfo.

Las branquias de Kiora se abrieron cuando el tentáculo del pulpo gigante se sumergió. En las aguas poco profundas de la costa de Portal Marino aguardaba su propio ejército, el que los pisatierra habían desestimado: cinco embusteros de Cosi y una legión de monstruos marinos.

―¿Cuál es el plan? ―preguntó uno de los embusteros en el idioma peculiar que los tritones utilizaban bajo el agua. Se llamaba Shen.

―Vamos a separarnos ―respondió Kiora―. No tenemos tanto tiempo como creíamos.

―¿Algo va mal? ―quiso saber otra embustera, Yesha.

―Para nada ―dijo Kiora―. Ula viene... Ulamog viene hacia aquí.

―¿Según quién? ―dudó Shen.

Los embusteros eran gente escéptica y sabían lo fácil que es hacer afirmaciones... y lo difícil que resulta demostrar que son falsas.

―Una buceadora de ruinas llamada Jori En ―contestó Kiora.

―He oído hablar de ella ―comentó Shen―. Es de fiar.

Había escogido sus palabras con cuidado. Jori podía ser de fiar, pero no era una devota de Cosi.

―Pues tengo otra buena noticia ―dijo Kiora―. ¿Os acordáis de esos otros mundos de los que os he hablado? ¿Los que puedo visitar?

Los embusteros afirmaron entre murmullos. Kiora no sabía hasta qué punto creían sus historias, pero era evidente que su arma divina no se había forjado en Zendikar.

―Pues bien, los eruditos de la torre han dicho que quizá no tengamos ni que matar a Ulamog. Si le hacemos el daño suficiente, tal vez se marche de Zendikar y se vaya a dar problemas en otro lugar.

La noticia no alegró a los embusteros (tampoco contaba con que lo hiciera), aunque probablemente no fuese por los mismos motivos que habían hecho dudar a la elfa sensiblera de la torre.

―Si puede marcharse, también puede regresar ―conjeturó Yesha.

―Si se marcha ―dijo Kiora aferrando el arma robada―, puedo ir detrás de él.

―Vale, ¿cuál es el plan? ―preguntó Shen otra vez. Era el menos paciente de los cinco, el que más dudaba de ella; un auténtico devoto de Cosi. Le caía bien.

Su plan es atraer al titán hasta una especie de trampa de edros ―explicó Kiora― y encerrarlo en este mundo, como antes. Una opción atrayente para quienes pueden recoger sus cosas y largarse cuando todo termine, desde luego.

Los embusteros hicieron ruidos de aversión.

―Nuestro plan es matarlo, si podemos, o ahuyentarlo en caso de que no seamos capaces ―continuó―. Por suerte, su plan y el nuestro son compatibles... hasta cierto punto. Vamos a atacar a Ulamog con todo lo que tenemos; si podemos aprovecharnos de la distracción que causarán los demás, mejor que mejor. Tola, Inash, Runari, vosotros os quedaréis aquí. Ayudad a los otros caminantes de mundos a construir la trampa de edros y echadles una mano si entran en razón y deciden matar a Ulamog. Si no... Haced lo que tengáis que hacer.

Kiora, señora de las profundidades | Ilustración de Jason Chan

Los tres embusteros asintieron y se alejaron a nado. Kiora transmitió un mensaje a la mitad de sus monstruos marinos: un amable recordatorio de que aquellos tritones iban a darles órdenes en nombre de ella. Supuso que la probabilidad de que les hicieran caso era razonable. Una probabilidad "como la marea", como decían los tritones: a veces subía y otras, bajaba. Como mínimo, los embusteros estarían a salvo.

Kiora giró y se alejó a nado de Portal Marino, hacia mar abierto. Shen y Yesha la siguieron, junto con la otra mitad de su armada. Se abrieron paso a través del banco de engendros eldrazi marinos que rodeaban a Ula y llegaron a una zona en calma, sin nada más que agua ante ellos.

―¿Qué hay de nosotros? ―preguntó Shen―. ¿A dónde vamos?

―Fuera y abajo ―respondió Kiora. "Fuera" era una referencia entre tritones que significaba alejarse de la costa más cercana, aunque Kiora a veces la utilizaba para referirse a la dirección que solo sus congéneres y ella podían seguir: fuera del mundo y lejos de las costas de la realidad.

―¿No vas a explicarnos por qué? ―espetó Shen.

―Tiene que ser un motivo lo bastante importante como para alejarnos de Ulamog ―intervino Yesha―. A mí me parece suficiente.

Eso bastó para hacer callar a Shen, pero Kiora lo vio por el rabillo del ojo, con la mandíbula apretada y observándola con sus ojos oscuros. Los embusteros no seguían a Kiora porque fuese una Planeswalker ni porque fuera poderosa: la seguían porque querían ser partícipes de la historia que les había narrado, la historia de la tritón que había robado el arma de una deidad para usarla contra otra.

Nadaron en un silencio tenso durante un largo rato, alejándose de la plataforma continental y dirigiéndose mar adentro. Detrás de ellos iban los monstruos marinos de Kiora, que se provocaban unos a otros mientras nadaban. Estaban aburridos, listos para la acción. Kiora no les reprochaba que se sintieran así.

―Ya estamos lo bastante lejos ―dijo Kiora, y los tres tritones se detuvieron.

Shen y Yesha esperaron a que continuase.

―Nuestros ancestros y nosotros mismos hemos venerado a los titanes eldrazi durante miles de años, ciegos ante la verdad ―prosiguió―. Estoy segura de que hay quienes siguen haciéndolo.

Shen gruñó al oír el comentario. Muchos tritones daban por hecho que, si algunos de los suyos aún adoraban a los Eldrazi, tenían que ser los embusteros. Sin embargo, la realidad no podría ser más opuesta.

―Quienes hemos seguido la fe de Cosi sabemos que los dioses no tienen nada de especial. La divinidad no existe. Solo el poder. Cualquier ser con el poder suficiente, sobre todo si es un ser antiguo, puede proclamarse como una entidad divina. Yo misma he arrebatado esta arma a un ser que afirmaba ser una diosa, y en verdad es un arma digna de una deidad. Pero recordemos que los Eldrazi no son los únicos seres que nuestro pueblo ha venerado como si fueran dioses.

Miró hacia abajo, en dirección al abismo que se extendía en las profundidades. Shen se quedó boquiabierto.

―Al fin y al cabo ―continuó Kiora―, ¿de qué otra forma puedes llamar a un ser que tal vez sea lo bastante antiguo como para haber presenciado cómo encerraron a los Eldrazi por primera vez? ¿Qué otro término existe para describir a aquel cuyos movimientos son capaces de someter a las mismísimas mareas?

Yesha también la entendió; Kiora lo vio en sus ojos.

Extendió el bidente ante sí y lo utilizó para canalizar todo su poder. El arma comenzó a brillar, primero con una luz azul y luego blanca, hasta que el resplandor se volvió deslumbrante. Kiora se expandió por las corrientes y los zarcillos de su conciencia tantearon como tentáculos que se retorcían. Se perdió como una mota que erraba por un mar vasto y hambriento y los océanos de Zendikar se extendieron ante ella. Cerca, demasiado cerca, estaba Ula, una gran presencia oscura que se propagaba como una mancha de tinta y dejaba un rastro de muerte y corrupción.

Kiora buscó más lejos. Allende el mar. Las formas de los continentes se revelaron en un espacio negativo, entre las crestas y valles que surgían del lecho marino. En algún lugar muy lejano del oscuro y extenso océano se encontraban su hermana y un pequeño grupo de tritones, pero Kiora no consiguió distinguirlos entre las ballenas, los bancos de crustáceos y los restos de naufragios. Buscó más allá de donde ellos se encontraban, o de donde esperaba que se encontrasen, y llegó a las costas lejanas de Murasa.

Allí estaba. Lo había encontrado, enroscado en las profundidades, inactivo. Durmiente. Kiora nunca se había atrevido a llamarlo; sinceramente, no sabía si tan siquiera habría sido capaz de hacerlo. Pero esta vez no iba a llamarlo, en el sentido estricto, ni tampoco iba a intentarlo sola. El bidente lo llamaba. Y él respondería.

En la lejana oscuridad, un ojo se abrió.

Kiora volvió en sí y abrió los ojos. No tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido, pero se sintió como si hubiera pasado horas nadando sin descanso. El brillo del bidente se atenuó sin llegar a disiparse; emitía un pulso suave, lento y constante.

―¿Qué pretendes hacer? ―preguntó Shen―. ¿Para qué lo has llamado si Ulamog está aquí? ¿De qué nos sirve su ayuda si está al otro lado del océano?

―De nada en absoluto ―respondió Kiora―. Por eso no lo he llamado.

Las aguas se volvieron gélidas y muy silenciosas.

―Lo he convocado.

Yesha pareció no dar crédito a sus palabras.

―¿De verdad crees que puedes...?

Y entonces se manifestó ante ellos, como una agitada mole de oscuridad que eclipsó la escasa luz que se filtraba desde la superficie.

Lorthos, el creador de mareas | Ilustración de Kekai Kotaki

¡Lorthos!

¡Lo había convocado y él había acudido! Kiora se habría echado a reír si el colosal pulpo fuera un poco menos aterrador.

Su descomunal cuerpo se movió, rotó, y todo un paisaje de percebes, flora marina y carne rugosa pasó ante ellos a toda velocidad. Fue una experiencia vertiginosa, como volar. Y entonces apareció ante ellos, con todo lujo de detalles, un inmenso pico, unas fauces capaces de devorar a una ballena sin necesidad de masticarla.

¡Esperad! ―transmitió Kiora sosteniendo el bidente de nuevo. Canalizó su pensamiento a través de él, pero no fue una orden, como cuando exigía que sus demás bestias marinas la obedecieran. Fue una súplica―. Hay intrusos en vuestros mares, gran Lorthos. ¿Lucharéis contra ellos a mi lado?

El pico se abrió, se cerró y volvió a abrirse, pero el gran pulpo no la devoró.

No soy débil ―pensó Kiora―. Os he convocado y poseo un arma capaz de hacerles daño. Juntos, podemos dar una lección de humildad a esas criaturas.

"Arma", "lección" y "humildad" eran conceptos creados por las civilizaciones, pero seguro que algo en el interior de Lorthos comprendía que él era un poder, y que el poder debe protegerse de los demás.

El pico se cerró y el vasto laberinto del inmenso cuerpo de Lorthos volvió a girar a toda velocidad por delante los tritones. Cuando comenzó a detenerse, su ojo apareció ante ellos, emitiendo un brillo azul, y el ojo y el bidente resplandecieron en armonía. Qué diminutos debían de parecerle aquellos tres tritones. Como puntos insignificantes que danzaban en la oscuridad y osaban pronunciar su nombre.

Entonces giró y se situó por debajo de los tritones, dejando expuesta la parte superior de su cuerpo. El descenso generó una fuerza que absorbió a Kiora y sus embusteros, quienes se dejaron llevar. Las más pequeñas de las criaturas marinas de Kiora retrocedieron hasta el límite de la conciencia de la tritón, tratando de mantenerse alejadas de los tentáculos del gran cefalópodo.

―¡Agarraos a algo! ―advirtió Kiora―. No va a ser un viaje suave.

Shen y Yesha encontraron refugio entre los surcos en la piel de Lorthos. Había cicatrices lo bastante profundas como para ocultarse en ellas, bálanos más grandes que las almejas de mayor tamaño que Kiora jamás había visto... Las dimensiones de Lorthos eran casi imposibles de concebir. Y Ula era incluso más grande.

Kiora ocupó su lugar en lo alto del manto de Lorthos y el bidente seguía brillando en armonía con el ojo del pulpo. Shen se aproximó a ella, sin duda dispuesto a recoger el arma en caso de que ella cayese. Kiora lo miró y le guiñó un ojo.

"Todavía no".

Lorthos ascendió y Kiora ascendió con él.

No necesitaba decirle a dónde ir. Lorthos lo sabía, podía sentir la intrusión del titán eldrazi en sus mares. Lo que no conocía era la existencia de otros mundos; probablemente no supiese lo que eran los Eldrazi. Aun así, entendía qué es el poder... y lo que es un desafío.

Lorthos avanzaba a impulsos, expandiéndose y contrayéndose como un corazón descomunal. Kiora apretó los dientes. Viajar en pulpo siempre era así, pero con Lorthos resultaba aún peor; era increíblemente grande. Sin embargo, no podía negar los resultados, porque cada impulso les hacía avanzar cientos de metros.

Lenta pero inexorablemente, Lorthos y Ula convergieron en Portal Marino.

Los monstruos marinos de Kiora se dispersaron por delante del pulpo y actuaron como una barrera contra las oleadas de engendros. La tritón tuvo que estar pendiente de decenas de direcciones a la vez para tratar de mantener el control de la gran armada mientras los instintos de las bestias, al resultar heridas, les decían que dejaran de luchar y huyeran.

Las aguas se volvían menos profundas a medida que se aproximaban al titán y las arremetidas de Lorthos sacaron del agua a sus pasajeros, obligándolos a entrecerrar los ojos bajo el sol y a respirar por la nariz, para luego volver a sumergirse violentamente en el océano. Poco después, las aguas no eran lo bastante profundas ni para eso, y Lorthos comenzó a arrastrarse con sus tentáculos. Su cuerpo atravesó la superficie del mar y se quedó allí, formando grandes olas en la pequeña bahía y proporcionando a Kiora su primer vistazo claro del enemigo.

El plan de los otros Planeswalkers había funcionado. Ula se encontraba en el interior de un anillo de edros, que emitía una luz constrictora y deslumbrante. Sus brazos y tentáculos se agitaban con violencia y trataban de golpear a sus enemigos y su prisión, pero parecía que estaba atrapado.

Ilustración de Craig J Spearing

¡Qué lamentable! ¿Aquel era el semblante de un dios? ¿Aquel rostro blanco, óseo e inexpresivo? Parecía realmente estúpido, revolviéndose como una jibia en una trampa. ¿Por qué habría creído nadie que aquella penosa criatura era digna de admiración? ¿Solo porque era grande? ¡Ja!

Sin embargo, era realmente inmensa.

Desde la costa, viéndolo cada vez más cerca, Kiora empezó a asimilar la magnitud de su enemigo. Ula era como una montaña que sobresalía del mar, casi tan alto como el Faro a pesar de que estaba sumergido en parte. Comparado con un titán eldrazi, incluso Lorthos parecía pequeño. En un combate directo, el gran pulpo de Murasa probablemente no tendría ninguna oportunidad. Por suerte, contaba con la ayuda de ella.

Entonces ocurrió... algo. El poder que recorría la red de edros se tornó rojo y luego negro. El resplandor se concentró en uno de los edros y se produjo un destello oscuro. Uno a uno, los edros cayeron del cielo.

Kiora no entendía qué acababa de ocurrir ni por qué. Puede que los edros estuvieran deteriorados o defectuosos, o lo que quiera que les ocurra a los edros que se construyeron hace demasiados siglos. O puede que Ula simplemente se liberara. Fuese cual fuese el motivo, la consecuencia estaba clara: Ula ya no estaba atrapado.

¡Vamos! ―apremió a Lorthos, aunque el pulpo no necesitó que se lo dijese. Kiora sonrió y se arriesgó a ponerse de pie, equilibrándose con el bidente. Por fin había llegado el momento de castigar a Ula por lo que había hecho a su gente y a su pueblo; por la destrucción que había causado desde que lo liberaron, por los milenios de engaños y por haber corroído el corazón del plano durante tanto tiempo.

―¡Ula! ―gritó―. ¡Enfréntate a mí, desgraciado!

Shen la miró como si se hubiera vuelto loca. Fue una sensación gratificante.

Ula no se enfrentó a ella, sino que se alejó arrastrándose por el dique, hacia la costa. "¡Cobarde!".

Las aguas empezaron a agitarse y se volvieron picadas y violentas. Al principio creyó que se debía a su propia furia, que había canalizado inconscientemente a través del arma. Pero no era así... No, aquello no era obra suya. Algo extraño ocurría y no sabía qué era y entonces lo vio y "por los dioses y los monstruos"...

Ilustración de Lius Lasahido

La silueta sobrenatural que surgió entre el paisaje le resultó horriblemente familiar. Una corona de filos negros azabache se erigía sobre la nada donde debería estar la cabeza del ser; eran imposiblemente planos y negros, como agujeros en el espacio. Un manto de un caparazón brillante se expandía bajo ellos. Unas enormes manos se extendieron a ambos lados, con dos cuchillas de obsidiana que surgían desde los antebrazos.

Cosi.

Bajó al agua de un solo impulso, enviando una ola por toda la bahía. Con otro impulso, llegó ante Portal Marino. Entonces alzó un brazo inmenso y lo bajó con fuerza, y la piedra blanca y reluciente del dique pareció estirarse bajo él, fundirse, fluir hacia fuera y los alrededores describiendo una espiral de rectángulos del color del agua aceitosa. Kiora observó con impotencia cómo las aguas de Halimar, contenidas muy por encima del océano tras el dique de Portal Marino, empezaban a filtrarse por los huecos y a caer en cascada adoptando formas imposibles alrededor del brazo de Cosi.

Los dos titanes se aproximaron el uno al otro y Kiora pensó, en un momento de locura, que tal vez fuesen a luchar por el privilegio de consumir Zendikar. Pasaron rozándose, lentos e inexorables como icebergs. Y el momento concluyó.

Cosi giró hacia ella.

El mundo parecía distorsionarse a su alrededor, como si fuese el centro de todo. Los fragmentos negros y perfectos que flotaban sobre él parecían absorber la mismísima luz. Kiora no podía concebir su forma ni si eran sólidos, tan siquiera. Donde se solapaban, parecían fundirse en uno solo. No eran objetos, ni siquiera formas: eran agujeros en el espacio, y la cautivaban.

¿Quién le había enseñado que se podía desafiar a los dioses? ¿Qué ejemplo la había conducido a enfrentarse a un dios? No, a dos. Los cuentos de Cosi le habían enseñado que se podía engañar, derrotar y humillar a Ula. Sin embargo, había olvidado una cosa en su premura por enfrentarse a Ula, algo que todos los cuentos de Cosi tenían en común.

Cosi siempre ganaba. No lo hacían los mortales que seguían su ejemplo. Tampoco los delfines que lo alababan. Cosi siempre ganaba. Kiora había engañado a Tassa y pretendía humillar a Ula. Pero Cosi la había engañado a ella.

El movimiento que percibió por el rabillo del ojo hizo que volviera en sí. Shen estaba cerca, con el semblante flácido y los ojos negros. Alrededor de su cabeza flotaba una corona de fragmentos de obsidiana, como la de Cosi.

Se lanzó a por ella.

Kiora trastabilló hacia atrás en la piel rugosa de Lorthos. Shen se aproximaba con los brazos extendidos; parecía inconsciente, perdido. El bidente se atascó en una de las grandes cicatrices del pulpo y Kiora se detuvo en seco. Solo tenía un instante para tomar una decisión.

El bidente era un arma divina, sin duda. Albergaba un gran poder y estaba segura de que aún no había ni atisbado una parte de él. Aun así, en el fondo era un arma... y podía utilizarla como tal.

Levantó el bidente y sus dos puntas se clavaron en el pecho de Shen.

Los ojos del tritón se volvieron más claros y los fragmentos que flotaban sobre su cabeza desaparecieron. Shen la miró, con las manos sujetando sin fuerza el arma. Intentó decir algo, o preguntar algo, pero lo único que salió de su boca fue una especie de gemido bajo y sibilante. Su sangre brotó alrededor de las puntas del arma.

Kiora lo apartó de una patada. El bidente se deslizó con facilidad y la sangre roja y brillante salpicó la piel de Lorthos. Shen cayó sobre el cuerpo del pulpo, resbaló por él, se precipitó al agua... y desapareció.

Cosi ya se cernía sobre Kiora; sus brazos retorcidos y los tentáculos de Lorthos estaban enmarañados, agitándose con violencia. Kiora transmitió su poder al arma ensangrentada y fortaleció a Lorthos, pero el pulpo se vio superado irremediablemente. Los brazos de Cosi rotaban de maneras imposibles, doblándose de formas extrañas por aquel espantoso codo doble. Las cuchillas de obsidiana que sobresalían de los antebrazos dieron un tajo hacia la superficie del mar y se alzaron por encima de Kiora, provocando una tromba de agua marina. Aquellas eran, en verdad, las armas de un dios. Comparado con ellas, el bidente era una baratija.

Una cuchilla inmensa golpeó desde arriba a Lorthos, y luego la otra, que no alcanzó a Kiora por menos del ancho del filo. Una sangre azul, casi negra, brotó alrededor de las cuchillas.

Kiora levantó la vista hacia Cosi, pero Cosi no le devolvió la mirada. No podía hacerlo: no tenía cabeza ni rostro, solo una presencia colosal y antinatural que se cernía sobre ella. Había atacado a Lorthos porque el pulpo era el único enemigo de una magnitud mínimamente comparable a la suya. Kiora y su apreciada arma eran insignificantes, no merecían su atención.

Por fin entendía en qué se había equivocado. Cosi no la había engañado. Cosi no comprendía la pequeña historia que ella había contado: la de los embusteros caracterizados como leales delfines, los demás Planeswalkers, como necios, y ella, absurdamente, como Cosi.

Tassa la había odiado. Cosi ni siquiera podía verla.

Con un sonido húmedo y escalofriante, Cosi separó los brazos de un tirón. El cuerpo de Lorthos se estremeció y se partió, convertido en fuentes de sangre azul oscura que salpicó el mar. La luz del bidente se extinguió. Kiora perdió el equilibrio y cayó mientras Cosi dejaba que las dos mitades irregulares del campeón de los océanos se deslizaran por sus cuchillas.

Durante la caída, el bidente se escurrió entre sus dedos entumecidos. Observó con impotencia cómo perdía su mayor trofeo.

Había matado a Shen. Probablemente también hubiera matado a los demás embusteros y a decenas de sus nobles criaturas marinas. Y a Lorthos, el creador de las mareas, el que quizá fuese el ser más antiguo y poderoso de los mares de Zendikar. Los había matado a todos. Habían confiado en ella, en su patético juguete, en sus historias. Y habían muerto por ello. Al menos su hermana la había abandonado, gracias a los dioses. Gracias a quien fuese.

Cosi eclipsaba el sol. No, no era Cosi: era Kozilek, inmenso e imposible, una farsa retorcida del concepto de los dioses.

Kiora cayó al agua y la oscuridad la reclamó.

Ilustración de Zack Stella


Archivo de relatos de La batalla por Zendikar

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Perfil de Planeswalker: Kiora

Perfil de plano: Zendikar