Apunta más allá del objetivo
Nota: Esta es la segunda y última parte de una historia. Procura leer la primera antes que esta.
Por un instante de tensión e intriga, el suelo desapareció. La bota de Niko atravesó las resplandecientes irrealidades y aterrizó en un tablón de madera con un leve ruido seco. Le resultó mucho más fácil que la primera vez que viajó así. Más breve, más sencillo, aprovechando el impulso del pequeño bote que había zarpado del asentamiento solitario en las costas gélidas, atravesando el velo entre mundos para llegar a un puerto completamente distinto. El esquife arribó junto a un poste de madera y Niko se levantó para ver dónde se encontraba. Tras haber pasado tiempo entre la ventisca sombría que acosaba a los kannah en Bretagard, ahora todo parecía relucir. La enorme red de muelles se extendía sobre un lago negro y cristalino, sin tierra en ninguna dirección salvo en el muelle, apenas visible entre la niebla fría.
El aliento de Niko formó vaho, pero no tenía frío. Respiró hondo por la nariz, esperando a que el mordisco gélido del invierno le atravesase los pulmones como había hecho la primera vez que abandonó Theros y llegó a las tierras de los kannah. Sin embargo, esta vez no sintió un escalofrío súbito. El aire era fresco y vigorizante, vivo, con la temperatura perfecta para un torneo.
Siguió adelante y recorrió los muelles que se cruzaban y entrecruzaban como los estratos de los siglos. Entre los tablones había grabados de toda clase de bestias: grandes osos y dragones, jabalíes y conejos, ardillas, peces y ballenas. Niko caminó y brincó alrededor de aquellos símbolos como si danzase con elegancia, divirtiéndose y sin sorprenderse de que los habitantes de Kaldheim dejaran constancia de sus gestas y relatos en el mismísimo suelo.
Entrecerrando los ojos, Niko se apartó de los ojos el mechón de cabello violeta plateado y observó el paisaje. Orgullosa como un palacio y resistente como una fortaleza, la casa comunal tenía una estructura con forma de “A” curva, como los dedos entrelazados de una fila de bailarines. El propio edificio estaba situado bajo unas ramas inmensas que vibraban con magia. Aquella era la cúspide absoluta del Árbol del Mundo, un adorno viviente en la cima del reino. Niko la había visto representada en las armaduras de los kannah como una trinidad de estrellas o colgando en el cielo como un diamante triple: la única luz en una extensión de color ondulante y sin estrellas.
De cerca, era mucho más que eso.
En la base de las escaleras, unos menhires de piedra montaban guardia, con unos hermosos grabados concéntricos que Niko no supo leer cuando comenzó el ascenso. Con cada paso, la comprensión y el anhelo afloraron en su pecho. Ahora entendía por qué Kjell hablaba de aquel lugar como lo hacía. Los kannah describían el Starnheim como el paraíso; los buscapresagios, como un enigma que descifrar. Niko había pensado que esos conceptos se traducirían en descanso y riquezas, pero el reino emanaba algo mucho más profundo.
Cada paso era como el último tramo de un camino hacia la seguridad. El calor que irradiaba del interior albergaba la misma promesa que una decena de manos compartiendo el trabajo de un festín. La música y la conversación vibraban en el aire, dispuestas a estallar en una bienvenida en cualquier momento. Una luz azulada y violeta bañó la piel morena de Niko mientras sentía un nudo en la garganta. Unas lágrimas de alivio brotaron en sus ojos y, como en un abrazo, las puertas se abrieron. En el momento en que cruzó el umbral, Niko entendió qué era lo que anhelaban todos los mortales de Bretagard. Era más que el alivio al final del viaje, más que la celebración: el Starnheim era el hogar.
La estructura del salón era maciza y madura, como unas amplias ruinas restauradas para devolverlas al apogeo de su gloria. Niko vio rostros similares y distintos al suyo, tatuados, perforados, descubiertos... y otros labrados en obsidiana pura: guerreros y poetas, humanos, enanos, elfos y gigantes que resplandecían como la escarcha o refulgían como la lava.
Entre ellos también había gente con aspecto de granjeros o eruditos de manos suaves, cuya valentía y astucia los había retado a alcanzar la grandeza en busca de gloria, amor o justicia. Todos los relatos flotaban en un mar de carcajadas sonoras y exquisitos aromas a carne asada, verduras aliñadas y leña crepitante. Recordando cuál era su misión, Niko alzó la vista. Por encima de la larga mesa, del festín, de los muertos respetados y de su sinfín de historias, múltiples capas de nubes irradiaban una luz brillante desde las ramas del Árbol del Mundo. Quedaban algunas nubes blancas, pero tras ellas empezaban a emerger otros cúmulos de un gris azulado oscuro, amenazando con tormenta. Solo Niko parecía percatarse de ello.
―¡Más bebida! ―gritó una persona nervuda que tenía una barba roja como el fuego y tatuajes del color del óxido cubriéndole los brazos y el pecho.
―Te tengo dicho que se la pidas a tu cuerno, idiota ―dijo otra guerrera con una cota de bandas y cuya sonrisa parecía un profundo surco en su rostro curtido. La mujer estampó un cuerno tan largo como su brazo en la mano de Barbafuego.
―¡Mjød! ―le gritó Barbafuego al cuerno, que se llenó al instante y le vertió encima parte de la bebida.
―El primer sorbo de hidromiel nupcial, un obsequio de la familia de mi esposa ―pidió la mujer de la cota de bandas. Su cuerno se llenó con un oro líquido que emanaba la fragancia de los campos floridos donde se hacía la miel.
―¡Drøss! ―dijo un buscapresagios con una larga cicatriz que atravesaba el mapa de su cara, como si indicase un destino. De su cuerno rebosó una espuma blanca con motas negras.
―¿Drøss? ¿Qué demonios es eso? ―preguntó Barbafuego.
Tras un largo trago, Caramapa se limpió la espuma de la boca con deleite:
―Claras de huevo de dragón batidas y fermentadas con hierbas y resina de savia.
―¡Puajjj! ―opinó Barbafuego―. ¿Eso fue lo que te mató?
―¿Cómo dejas que esa porquería se te acerque a la boca? ―preguntó Cotadebandas con una mueca de asco.
Niko se coló en el grupo:
―Eso le pregunté a tu mujer cuando la dejé en la orilla.
Caramapa estalló en carcajadas, le dio una tremenda palmada a Niko en la espalda y alzó su cuerno:
―¡Bebe, Thura!
―Maldita sea. ―Cotadebandas se rio, tomó un heroico trago de la espuma extraña, seguido inmediatamente de otro de su propia bebida, y devolvió el cuerno al buscapresagios.
―¿Y tú quién eres, Peloacero? ―preguntó Barbafuego.
Le estiliste que había teñido los mechones negros de Niko se habría quedado de piedra al saber que habían comparado sus tonos espejados con algo tan vulgar como el acero. Niko agarró un cuerno y pensó en su hogar. El cuerno burbujeó con una bebida cítrica, dulce y fuerte que albergaba el recuerdo de una noche nadando en un mar estival. Se acercó el cuerno a los labios, pero no bebió.
―Que se presenten primero quienes tengan el nombre más grandioso ―dijo.
Cotadebandas sonrió y empujó un plato con jabalí asado hacia Niko:
―Thura Desgarravelas, del clan beskir.
Caramapa sorbió otro trago de espuma:
―Gæller el Sin Aliento, del barco Quebrantahielo de los buscapresagios. Repelí una incursión skelle entera para proteger a la familia de mi nieto.
―¡Vígniút! ―bramó Barbafuego golpeándose el pecho empapado de mjød―. De los tuskeri
―Reorganización o derrota ―opinó Thura―: guerreros y berserkers al frente y magos en la retaguardia.
―¡Pfff! ―se mofó Vígniút, que roció la mesa con su bebida―. Saqueadores, troles, dragones... Lo mismo da: si no puedes escupirles a la cara, no estás en la batalla.
Niko se había echado hacia atrás y tapaba con una mano el borde de su cuerno.
―¡Menuda guarrada, Viggy! Cierra el pico cuando bebas ―protestó Sin Aliento lanzando un trapo a la barba ígnea de su joven colega.
―Desgarravelas
Thura dio un puñetazo en la mesa.
―¡Ja! Tenía yo razón. ¡La mismísima Birgi les narra historias beskir a los tuyos! ¡Sangre de tiburón fermentada! ¡Venga, bebe!
―Mala elección, muchacha: esta cosa me encanta. ―Sin Aliento le quitó el cuerno a Thura y se metió un buen trago entre pecho y espalda―. Pero no pienso volver a escuchar la canción de tu muerte; quiero oír algo nuevo. Tres grandes nombres han hablado ya, Peloacero. ¡Cuéntanos cómo te ganaste la gloria del Starnheim!
―Soy Niko Aris de Meletis, y estoy aquí porque nunca fallo.
Su público escuchó mientras Niko narraba su historia. El poderoso oráculo que decretó que Niko se convertiría en une campeone invencible que nunca fallaría ni perdería. El entrenamiento incesante que aportó victorias y fama, pero carentes de significado. ¿Cuál era el sentido del destino sin un propósito? En los últimos Juegos Akronienses, donde compitieron la flor y nata de todas las polis, Niko arrojó su jabalina, escupió a la cara del destino y perdió intencionadamente.
―El mismísimo destino envió a su agente para castigarme y hacerme retroceder. Para corregir el hilo que yo había descosido ―explicó Niko.
―¿Y qué ocurrió entonces? ―preguntó Thura.
―¿Mataste a quien intentó darte caza? ―quiso saber Vígniút.
―Luchamos ―respondió Niko sin entrar en detalles.
Había sentido terror, desesperación. Cuando atrapó a un agente del destino en un fragmento de espejo, fue como si hubiese vuelto a la infancia y le hubiera pisado un pie a un adulto, más bien una sorpresa que una estrategia. Todo su ser se encendió, como si fuese un pararrayos para algo enterrado en su interior. Su destino era una mentira y podía huir... ir a cualquier parte con un pensamiento.
Sin Aliento se fijó en que Niko se acercaba el cuerno a la boca sin beber.
―Eso sí que es jugársela a los dioses, ¿eh? ―dijo el buscapresagios―. Los puñales en las sombras no cambian el hecho de que demostraste que se equivocaban.
―Los dioses no tienen la razón siempre ―dijo Thura oponiéndose a Sin Aliento―. Los botes del puerto negro lo demuestran: ellos también tienen que ganarse su lugar en el Starnheim, como todo el mundo.
Por encima del hombro de Thura, Niko se fijó en un felino enorme, cuyo pelaje reflejaba las nubes de tormenta que se cernían sobre el festín. Era al menos el doble de grande que Peligro, y sus ojos y las puntas de su pelaje brillaban con una luz polar, al igual que el propio Starnheim. Era la misma luz que centelleaba en las alas de las valkirias.
Era la primera criatura que había visto en el hogar de las valkirias que obviamente no era una persona, y el felino parecía observar a Niko con el mismo interés.
―Volveré luego ―dijo Niko―. Tengo que ver a unas amistades.
Le entregó a Vígniút el cuerno repleto del azul brillante de Theros. El felino se marchó al trote y Niko lo siguió, dejándole al grupo una muestra del sabor de otro mundo.
El animal echó un vistazo atrás hacia Niko, sus orejas se crisparon y reemprendió la marcha entre la multitud. De pronto giró hacia la izquierda y desapareció por un hueco de la pared hacia un pasillo de menor altura. Niko fue detrás y llegó a un salón silencioso, cuyo suelo de piedra era tan negro como el lago y estaba iluminado por una tormenta muda en el techo. Durante casi un kilómetro, Niko siguió la luz verde y violeta del felino hasta llegar a otra pequeña abertura. El eco de una discusión sugería que al otro lado había un espacio mucho mayor.
―
El felino redujo el paso, se estiró, movió su peluda cola y desapareció por el agujero. Niko sabía cómo causar una buena impresión en Theros, pero Kjell le había enseñado muchas cosas, entre las que se incluían las maneras de hacerlo en Kaldheim.
“Patear la puerta y atizarle a alguien en la cara”.
Niko se deslizó por el hueco, se levantó y los ojos se le pusieron como platos.
Había decenas de ellas, dispersas entre las ramas del Árbol del Mundo como si fuesen una bandada de aves rapaces. Las valkirias eran altas e imponentes y llevaban toda clase de armaduras de tonos plateados, dorados, negros y broncíneos bruñidos. Algunas destacaban por vestir capas de pieles y cadenillas con amuletos de piedra, mientras que otras se pavoneaban por la estancia con cinturones de herramientas y arneses con placas del metal mejor labrado que Niko había visto desde que abandonó su hogar. Tenían sus largas trenzas anilladas con aros como las franjas de las serpientes y muchas bebían de largos cuernos, igual que Barbafuego. Las que tenían alas blancas irradiaban los tonos pálidos del amanecer, mientras que sus homólogas de alas negras, como la que había capturado Niko, desprendían los extraños tonos verdes y azules de una oscura noche de invierno.
¿Qué amenaza podía existir para aquellas deidades?
Una valkiria de alas pálidas y piel morena oscura habló con una voz melosa:
―¡Agresor! ¿Has hecho una nueva amistad? Dime, cielo, ¿te has extraviado? Deberías volver al festín.
Niko tardó un momento en darse cuenta de que ahora la valkiria le hablaba a elle, no al felino.
―Valkiria del Starnheim, soy Niko Aris de...
―Sí, concuerdo en que deberías volver al salón ―interrumpió otra.
Niko echó un vistazo en busca de la valkiria de piel oscura, cabello rubio y alas grises que había sido testigo de lo sucedido, pero había muchas de ellas.
―Mi lugar no está en el salón. Yo no debería estar aquí porque...
―Ten valor, mortal ―interrumpió una tercera, de alas negras con destellos amatista―. Estás a salvo, te lo aseguro.
Niko apretó los dientes con fuerza. Aquellos seres no se diferenciaban de Klothys, de sus agentes ni del oráculo que usaba el destino como una jaula para mantener controlada a la gente. Niko les habló con una voz entrenada para dirigirse a estadios enteros:
―Vengo de Theros, una tierra que jamás ha oído hablar de las valkirias. Me llamo Niko Aris y capturé a una de vosotras para impedir una muerte innecesaria y encontrar un camino hasta aquí. Dos clanes de Bretagard aunaron esfuerzos para transmitir una advertencia: la Serpiente Cósmica vendrá a por vosotras. Pretende destruir este hogar, aniquilar a los muertos y drenar por completo el lago. ¡No quedará nada de vuestro hogar salvo los restos del comedero de un cerdo!
Otra valkiria, de cabello blanquidorado y piel pálida que contrastaban con las nubes negras que se arremolinaban entre las ramas del Árbol del Mundo, apoyó el mentón en una mano.
―Muy evocador, e imposible. El lago de valkmir y todo lo que hay sobre él son nuestra sangre y huesos. Aquí no es posible pillarnos desprevenidas.
―Y, aun así, nadie salió a recibirme ―contestó Niko―. Vuestra mascota tiene mejores modales.
El felino gris saltó al hombro de la rubia y le acarició un ala nívea con el hocico.
―Ha debido de confundirte con una ardillita fisgona, ¿a que sí, Agro? ―dijo la valkiria.
El felino aceptó con gusto que le rascase la cabeza y brilló con una luz polar..., pero de pronto levantó las orejas, asustado. Saltó hacia arriba unos cinco metros, brincó otra vez desde una viga y desapareció entre las ramas entrelazadas de las alturas. Entonces, el arco abierto desde el que se veía el lago fue eclipsado por unas alas negras.
―¡Te he encontrado, mortal!
Niko lo reconoció en cuanto oyó su voz: Avtyr, el segador desaparecido, descendió planeando y aterrizó con fuerza. El brillo verde ágata de sus alas refulgió, disipando su sombra y haciendo que su piel morena adoptase un tono pálido; la furia hacía que sus ojos castaños pareciesen casi amarillos.
Todas las valkirias se quedaron observando, confundidas. Avtyr parecía un poco desmejorado, con las largas trenzas azabache un tanto menos lustrosas y las alas descuidadas, como un cuervo en un chubasco. Entonces sacudió las alas, tiró con rabia de los ribetes apretados que le rodeaban las costillas bajo su armadura y caminó hacia el centro del nido. Avtyr señaló a Niko con un dedo acusatorio.
―Escúchame bien, mortal. Interrumpiste nuestro juicio y no mostraste respeto por las leyes que rigen la vida y la muerte de todo Kaldheim. ¡Ni siquiera los engreídos skoti cometerían semejante osadía!
Avtyr no desenvainó su espada, pero la ira crepitaba en él, como si pudiese hacerlo en cualquier momento. Su armadura ennegrecida destelló cuando señaló a varias valkirias, algunas acurrucadas como parientes y otras mirando con desdén al oír el nombre de su homóloga.
―Evot, Tove, ¿permitiréis que esta afrenta no tenga consecuencias? ¿Qué hay de ti, Gisla? Si une mortal hubiese atacado a Alsig bajo el pretexto de mantener la frith en medio de una reyerta, ¿la habrías abandonado? Por supuesto que no: ¡habrías luchado! Esa “visión” de la que habla no es más que el anhelo de Fynn Cazaserpientes, que persigue su juventud perdida. ¿Alguien puede imaginar a ese fanfarrón cargando contra una criatura cuyo cuerpo rodea el mismísimo Árbol del Mundo? Es indignante.
Avtyr batió las alas mientras atacaba verbalmente a Niko, que tuvo que cambiar de postura para no tropezar a causa de la ráfaga de aire que levantó la valkiria.
―¡Esta pequeña comadreja me obligó a negociar mi libertad con unx vedrune en vez de plantarme cara! No solo es une invasore, sino también une cobarde y une embus...
Otra valkiria descendió de las ramas planeando con sus alas de color gris paloma, que emitieron un brillo azul como el de la luna invernal. Su cabello rubio envolvía un rostro moreno con ojos grises y severos.
―Avtyr, ¿estás herido? ―preguntó levantando una mano hacia él―. ¿Qué les ha ocurrido a tus alas?
Niko se dio cuenta de quién era: se trataba de la otra valkiria presente en la trifulca. Su presencia pareció mitigar la furia de Avtyr.
―Los caminos del cosmos están... ―A Avtyr le costó encontrar la palabra adecuada― atestados. Si hubiera llevado conmigo a algún mortal, puede que lo hubiera perdido. ¿Por qué me abandonaste allí, Rytva?
La otra valkiria levantó la vista hacia las demás.
―Os dije que algo iba mal. Observad las nubes: ¡se arremolinan por la violencia de los reinos inferiores!
―¿Eso te lo hizo tu viaje y no yo? ―le preguntó Niko a Avtyr inocentemente.
―Tú no posees la fuerza necesaria ―respondió él mirando por encima del hombro de Rytva―. Lo que hiciste fue un truco infantil, en el mejor de los casos.
Niko tenía que convencer a las valkirias, y rápido. Recordó un gesto extravagante de sinceridad que se empleaba en Akros: desenvainar el propio xifos, colocarse la punta en el vientre y ofrecer la empuñadura a la persona agraviada. En vez de alarmar a todo el mundo con un arma conjurada, Niko decidió revelar los secretos de la misma.
―Si algo hubiera resquebrajado o roto el espejo, te habrías liberado. Cuantas más trampas requieran mi atención, menos tiempo soy capaz de mantenerlas, y si me olvido de alguna, la magia se disipa por sí misma, porque tengo que concentrarme en ellas a la vez. Hubiera podido encerrarte algunas horas como mucho. Jamás fui un peligro para ti.
Las demás valkirias miraron a Avtyr, cuyas acusaciones y experiencias parecieron apoyar las palabras de Niko, más que rebatirlas. Avtyr bufó por la nariz, derrotado pero no dispuesto a admitirlo. Entonces masculló una retahíla de maldiciones que Niko no entendió, y salió del nido en compañía de Rytva.
De pronto, Avtyr se quedó paralizado. Rytva le tocó el brazo, con una mirada de horror clavada en el cielo.
―¡Madre nuestra
En las alturas, más allá de la serenidad de las capas de nubes, la extensión lisa del crepúsculo empezó a bullir con una infección. Como si se vislumbraran a través de una fina capa de hielo, multitud de imágenes de otros reinos empezaron a aparecer, a volverse nítidas, a desvanecerse... Como si decenas de ruinaskars ejercieran presión contra los confines del Starnheim. La tierra y el cielo se unieron en gravedades ortogonales, mostrando lagos de fuego que fluían colina arriba. Una larga caída que terminaba en rocas partidas y cubiertas de musgo y líquenes, y una tierra familiar bajo cielos desconocidos.
Esta última imagen se hinchó, onduló y se desgarró. Al principio pareció una especie de agujero que supuraba, una extensión coagulante de sangre negra que se vertía en la realidad, pero entonces la corriente se tensó y se plegó sobre sí misma, el tronco se endureció, la piel se desprendió y cayó sobre la valkmir del lago como una lluvia de hojas de pura iridiscencia, cada una del tamaño de una aldea. Lo que empezó siendo una babosa sin rasgos se enroscó y se tensó en el aire, hinchándose y erizándose con escamas y púas. La criatura se solidificó formando un descomunal reptil acorazado, nacido de los intersticios del mismísimo cosmos.
Y entonces se produjo el sonido.
La mandíbula se abrió. Se dislocó. Unos dientes cubiertos de veneno, enormes como púas inmensas, resplandecieron en la carne cianótica de sus fauces. Su grito reverberó en el cielo como una cacofonía torturada de metal retorcido, ciudades arrasadas y mundos enteros reducidos a escombros.
Al taparse las orejas, las manos de Niko se volvieron insensibles por el miedo.
―Koma, la Serpiente Cósmica... ―masculló Avtyr.
Si un camino del presagio era una abertura entre los mundos, el corte que había causado aquel monstruo era una invasión. Sus arcos de energía mágica reptaban y crepitaban como el ácido de un parásito para debilitar la piel suave del mundo. Niko miró a las valkirias en busca de estructura, de liderazgo, pero no halló ni lo uno ni lo otro: estaban igual de asustadas que Niko.
―Esto no debería ser posible... ―murmuró Rytva.
―Alguien ha debido de liberarla, de enviarla, pero ¿quién querría atacarnos? ¿Y por qué? ―balbució Avtyr.
―T-tenemos que luchar ―dijo Rytva tragando saliva―. No podemos permitir que haga daño a la gente.
―Tenemos que huir ―respondió Avtyr.
La serpiente se retorció y las aguas del lago negro se agitaron. Las nubes se revolvieron y la serpiente lanzó una dentellada al percibir un movimiento; el chasquido de sus fauces resonó como una roca partida por un relámpago.
―¿Huir cuando los caminos entre los mundos son inestables? De ningún modo. No abandonaré nuestro hogar, nuestra sangre... ¡No sin luchar! ―gritó Rytva.
Un recuerdo histérico de Peligro, la gata cazadora, acudió a la mente de Niko: recordó el modo en que perseguía sus espejos allá donde los lanzase.
―Si no podemos luchar ni huir, tenemos que volver a sacarla de aquí ―propuso Niko―. Acercaos volando por la derecha o la izquierda y haced que os persiga, como los gatos con un juguete.
―¿Y si no podemos volar más rápido de lo que se mueve esa cosa? ―preguntó Avtyr.
―Usaré un espejo. Será seguro, demasiado pequeño como para que lo vea. Los animales siguen lo que parece estar vivo, ¿verdad? Atraeremos su atención como si tirásemos de unas riendas y haremos que vuelva a salir por uno de esos agujeros.
Rytva y Avtyr intercambiaron una mirada y levantaron la vista hacia la criatura.
―¿Y los muertos? ―preguntó Rytva.
―¿Pueden volar? ―preguntó Niko―. Si no, que se queden dentro. Si esa cosa se distrae, el plan no funcionará.
Rytva le habló en voz baja a Avtyr.
―Tú ves lo que yo veo en elle, querido. No seas terco.
―Tenemos que devolverla por el camino del que ha salido ―dijo Avtyr tragando saliva―. No me arriesgaré a enviarla a otro sitio al azar que no se lo merezca.
―De acuerdo ―afirmó Niko―. Y si no podemos enviarla a su hogar, tal vez logremos encontrar a la persona que la ha enviado aquí.
Con una determinación seria, Avtyr siguió a Rytva. Las dos valkirias echaron mano de los cuernos que llevaban en los cinturones y los hicieron sonar para convocar a sus congéneres del salón infinito. Las valkirias prepararon sus lanzas, espadas, escudos, martillos de guerra y hachas, hicieron los últimos ajustes a sus armaduras y se pusieron en formación.
Niko se pasó un brazo por el pecho y luego el otro para estirar los hombros. Intentó percibir su propio miedo sin abandonarse a él, igual que hacía para calmar los nervios en los últimos momentos de oscuridad antes de exponerse al sol abrasador y a un estadio repleto de caras desconocidas que gritaban su nombre. Se había entrenado para acertar a objetivos móviles en una plataforma que se desplazaba, pero esto
Aquel lugar significaba mucho para tanta gente... Para Thura, Sin Aliento, Barbafuego... Para Kjell. Merecían llegar al hogar al final de sus días. Niko quería ver de nuevo a todo el mundo.
Como atleta, como profesional, botó sobre las puntas de los pies para templar el torrente de adrenalina y convertirlo en una reserva para la maratón que se avecinaba.
Cuarenta valkirias alzaron el vuelo en grupos, incluyendo a Rytva, que llevó consigo a Niko. Sintió un nudo en el estómago cuando vio encoger el muelle hasta convertirse en una delgada línea entre la casa comunal y el infinito lago negro. Una defensa fina y endeble.
El cielo burbujeó mientras otros reinos seguían expandiéndose y presionando hacia dentro. Por todos los flancos crecían y desaparecían imágenes de bosques primigenios y ruinas de aldeas incendiadas. Rytva y Niko se separaron del grupo principal y se lanzaron hacia el monstruo.
Rytva se elevó para evitar desviarse por los movimientos de Koma mientras la serpiente nadaba en el cielo. Avtyr batió las alas y una luz verde refulgió entre sus plumas negras antes de adelantarse para buscar espacios que pudieran atravesar en dirección a la cabeza de la serpiente.
―¿Preparade? ―preguntó Rytva.
Niko intentó responder, pero la boca se le había secado por completo a causa del miedo. En vez de eso, habló mostrando su arma; la memoria de su cuerpo había respondido por su pensamiento consciente.
Una luz celeste oscura irradió del fragmento de plata líquida, al que Niko dio la forma de una jabalina con un extremo curvo. Se concentró en sujetarla y señaló la base del cráneo de la serpiente: su primer objetivo.
El gesto fue suficiente para que las valkirias captaran el mensaje. Rytva y Avtyr llevaron a Niko en pareja y se lanzaron en picado. En cuanto Niko ajustó el ángulo de las piernas para la caída, voló por los aires, con el cuerpo sinuoso de la serpiente al alcance. Aterrizó, rodó y aprovechó el impulso contra el viento para agacharse y percibir de qué manera se movía Koma. Avanzó agarrándose a escamas gruesas como rocas en algunos puntos y lisas como el hielo en otros, todas ellas increíblemente parecidas al escudo de Fynn. Se deslizó hacia abajo por los últimos metros del cuello y clavó su lanza entre las escamas del cráneo de Koma.
Apretando los dientes, el poder de Niko fluyó a través de la jabalina para crear un ancla, extendiendo tres puntas desde la base para clavarlas en la carne de la bestia. Apestaba a metal chamuscado y ácido. Niko puso los pies en ángulo a ambos lados de la herida y esperó que las botas absorbiesen la peor parte de las quemaduras.
Levantó la mano izquierda y Avtyr, a cierta distancia por aquel flanco, hizo sonar su cuerno. Un escuadrón de cinco valkirias se lanzó hacia delante aullando gritos de guerra e irradiando una luz de tormenta. Golpearon sus espadas contra los escudos y provocaron a Koma para que fuese tras ellas.
La serpiente mordió el anzuelo y voló detrás de la luz y los truenos, abriendo las fauces para atrapar a la presa más cercana. Las valkirias se dispersaron en todas direcciones y, justo antes de que los dientes de Koma atrapasen a la más lenta, Niko arrojó un espejo y la valkiria pareció romperse en mil fragmentos de cristal, mientras que su auténtico cuerpo, atrapado en el proyectil, voló fuera del alcance de la serpiente. Lo único que atraparon las mandíbulas de la serpiente fueron nubes.
Cuando la trampa se deshizo, la valkiria surgió del cristal como si hubiera caído por una trampilla flotante. Tras batir las alas y enderezarse, volvió con su unidad fuera de la vista de Koma.
―¡Funciona! ―gritó Rytva, que flotaba hacia la derecha de Niko.
Niko examinó el cielo en busca de un patrón y señaló a los siguientes grupos de valkirias para que se preparasen. Otro camino se surgió formando arcos de electricidad, pero todavía no estaba abierto por completo. Niko levantó la mano derecha y Rytva hizo sonar su cuerno. Las valkirias volaron hacia el flanco diestro de Koma lanzando insultos y burlas, blandiendo sus armas pero nunca atacando. Si dañasen los ojos de la serpiente, el plan se vendría abajo.
La serpiente se revolvió y atacó a las valkirias, pero Niko arrojó trampas de espejo e hizo desaparecer a las presas de la bestia. Cada vez que las valkirias se alejaban del campo visual de Koma, Niko invocaba otro espejo para romper el primero. Koma voló hacia delante y Niko mantuvo espejos flotantes cerca de sí mientras buscaba el camino del presagio adecuado.
La cabeza de la serpiente se alzó de súbito y soltó un chillido. Niko sintió que el mundo se inclinaba y estuvo a punto de perder el equilibrio. Para Koma, la lanza que le había clavado debía de ser un simple escozor. Niko se dejó caer de rodillas y se inclinó hacia delante, permitiendo que su primera jabalina se rompiese. Clavó los dedos enguantados bajo dos de las escamas de Koma y tiró de ellas, sosteniéndolas en alto con los antebrazos y clavando dos lanzas más gruesas y cortas en la carne de la serpiente. Koma aulló, sacudió la cabeza de un lado a otro y giró en el aire.
Niko se aferró con todo su cuerpo a las escamas de Koma, incluso cuando la sangre ácida de la serpiente crepitó y le salpicó la armadura. Una armadura kannah, una armadura de Bretagard, entregada sin esperar nada a cambio, porque cualquier persona a la que encuentres en la nieve es o bien enemiga o bien parte de tu familia; no había término medio.
Niko se enderezó clavando las rodillas y sus dos lanzas, con los espejos girando a su alrededor mientras se abrían más caminos del presagio que arrojaban residuos, vientos de tormenta o polvo del desierto. Ninguno de ellos era el que buscaba, pero el correcto ya se había abierto antes. ¿Dónde estaba? ¿Cuál era?
Niko, Rytva y Avtyr gritaron órdenes y Koma voló hacia donde la dirigieron. Las valkirias conservaban sus dos últimos escuadrones. Niko sentía que sus brazos eran de plomo y que le ardían los pulmones. Tenía que resistir. Si no lo hacía por las valkirias y el Starnheim, lo haría por todos los habitantes de Kaldheim que vivían bajo su luz y por la promesa del hogar.
Koma se inclinó hacia la izquierda y Niko se agachó para aprovechar la fuerza centrífuga y evitar caer. Por el rabillo del ojo, un camino del presagio se abrió justo encima de la valkmir.
―¡Niko! ―gritó Avtyr. Él también lo había visto. Si Koma no destruía el reino, puede que lo hiciesen los portales.
Niko pestañeó para despejar los ojos, borrosos por el viento incesante. Entonces divisó un portal distinto a los demás, sin cataratas incandescentes ni montañas musgosas, sino con llamaradas entre nubes ondulantes y un sinfín de criaturas enzarzadas en una batalla que semejaba el fin del mundo.
Sin seguridad ni certeza, Niko eligió.
―¡ALLÍ! ―gritó alzando el puño izquierdo―. ¡RÁPIDO!
Avtyr hizo sonar su cuerno y el último escuadrón de valkirias se movilizó con un grito guerrero y una luz cegadora para atraer a la serpiente.
Mientras se lanzaban hacia el suelo, al espacio entre el muelle y el agua negra, el agujero en el mundo empezó a cerrarse. Niko apenas podía levantar los brazos. Si arrojase una lanza en aquel estado, fallaría con toda seguridad. Estuvo a punto de sonreír: aquello simplificaba la elección. Niko rugió y concentró hasta la última pizca de su magia, hasta la última gota de fuerza, en las dos anclas incrustadas en el cráneo de Koma. Las jabalinas se extendieron y, aquella vez, Koma las sintió.
La última valkiria se lanzó en picado para apartarse cuando la cabeza de Koma dio una sacudida hacia atrás, intentando librarse de las agujas que la perforaban cada vez más hondo. Koma se revolvió para enderezarse y chocó de frente contra el borde del agujero. El muelle estalló en un amasijo de tablones y bandas de metal. Niko salió volando. La serpiente, aturdida, se adentró en el portal.
El peso y la inercia de Koma hicieron que el resto de su cuerpo se deslizase por el agujero, vertiendo las aguas negras de valkmir a su paso y siseando con las manchas de sangre ácida de Koma mientras se precipitaba por el agujero en el mundo.
Niko se incorporó apoyándose en manos y rodillas para apartarse reptando, pero el muelle destrozado se hundió bajo su peso y Niko se precipitó hacia el agujero. En el último segundo, se agarró a un trozo de un poste y se aferró con sus brazos chamuscados y sus piernas exhaustas. La madera crujió por encima suya. Niko resollaba, sudaba, temblaba. Tenía el cabello plateado pegado a la cara y los oídos le pitaban por los horribles gritos de la Serpiente Cósmica.
Ya no podía seguir aguantando. Había ido más allá del miedo, del valor. Era justo adonde había apuntado, y Niko nunca fallaba.
Sin fuerzas ni vigor, Niko levantó la mirada hacia las luces del Starnheim, el breve camino hacia el final del viaje, el hogar de las esperanzas de todo Kaldheim
Y se soltó.
Ya fuese por el viento o por la magia que se disipaba, Niko sintió más frío. Un pánico desgarrador carcomía los confines de la paz del Starnheim. Con todos los músculos ardiendo, Niko alzó una mano hacia la luz, en busca de un espejo.
La mano de Avtyr aferró a Niko por la muñeca.
La luz de sus alas era tenue como las luciérnagas y sus ojos castaños parecían grises en aquel brillo extraño.
―¿Ya has visto suficiente, segador? ―murmuró Niko.
Avtyr miró a Niko igual que lo había hecho Orhaft: con una mezcla de recelo y esperanza, pero ligeramente a favor de esta última.
―Tu destino aún no está decidido ―respondió él.
Una risa jadeante escapó entre los labios de Niko.
―El destino solo son las palabras de otra persona que te dice quién debes ser. ―Niko se enderezó junto a la valkiria mientras se precipitaban codo con codo hacia la batalla.
Avtyr batió las alas, sujetó con fuerza a Niko y se lanzó más rápido hacia el camino entre los mundos. Una jabalina de plata se materializó en la mano libre de Niko, clara como un espejo y trazando una estela de luz celeste oscuro, seguida por una horda de valkirias que iluminaron el camino con tonos dorados y verdes, violetas y naranjas, plateados, escarlatas y azules: un nuevo arcoíris nacido de un mundo más oscuro.
En aquel cielo invernal, la caída se convirtió en vuelo.