Historia anterior: La liberación de Portal Marino

La batalla ha sido dura, pero con la ayuda de sus leales consejeros zendikari, Gideon ha llevado a su ejército a la victoria en Portal Marino. Este triunfo ha requerido el esfuerzo conjunto de las diversas fuerzas de Zendikar: Drana y su legión de vampiros, Noyan Dar y sus magos de la Turbulencia, Tazri y sus tropas terrestres, jinetes celestes, trasgos, kor, Nissa y su hueste de elementales, y Kiora, quien acudió con una armada de monstruos marinos justo a tiempo para volver las tornas. Gideon ha aprendido mucho sobre los zendikari y sobre sí mismo durante los últimos cinco días de conflicto y ahora espera ser capaz de utilizar esos conocimientos para liderar a su ejército contra el enemigo que se avecina.


Kiora subió los peldaños del Faro de dos en dos y se dirigió a la sala donde le habían dicho que Gideon había convocado una "reunión de zendikari prominentes". A ella no la habían invitado, lo cual había sido un claro descuido. Entró con determinación.

Kiora, la ola rompiente | Ilustración de Tyler Jacobson

Su aparición provocó un silencio entre los presentes. Formaban un grupo extraño, incluso para los estándares zendikari: una elfa, dos humanos, un kor y una vampiro. Se quedaron mirándola, o más bien la fulminaron con la mirada, molestos por la interrupción.

―Tengo que preguntarte unas cuantas cosas. ―Gideon era el único que sonreía.

―Contaba con ello. ―Y Kiora tenía algunas instrucciones que darle. Había acudido al Faro por un motivo. Nada más llegar a Portal Marino, había retado a Gideon a que siguiese el ritmo de su ejército marino, y el humano lo hizo... bastante bien. Tal vez no fuese un aliado tan desastroso como le había parecido y ahora quería averiguar si podría serle útil para lo que estaba por venir.

―Antes de nada, me gustaría presentarte a mis consejeros de confianza ―continuó Gideon mirándolos uno a uno―: Drana, Tazri, Nissa y Mun... ―pero no llegó a terminar el nombre del kor. La puerta se abrió de golpe. Kiora giró y alzó su bidente por instinto.

―¡Ulamog! ―dijo jadeando una tritón con una armadura de coral―. ¡Ulamog viene hacia aquí!

Por un instante, el silencio se apoderó de la estancia. La mente de Kiora daba vueltas. ¿De verdad iba a ser tan fácil? Creía que iba a tener que ir en busca del titán, pero si este se dirigía a Portal Marino, directo hacia ella, le ahorraría la molestia. Pronto llegaría el momento que estaba esperando. Levantó el bidente y celebró la noticia―. ¡Sí!

―¡No puede ser! ―Gideon la apartó para acercarse a la recién llegada y empujó el bidente con su fuerte brazo.

―Es verdad ―jadeó la tritón tratando de tomar aire inútilmente por las branquias.

―¿Está lejos? ¿Cuánto va a tardar en llegar? ―insistió Kiora empujando a Gideon; si él la trataba así, ella haría lo mismo―. ¿Lo has visto?

―Estuve a esto de él ―respondió la tritón señalando a Kiora y a sí misma, como para indicar que había estado cara a cara con Ulamog. Había exagerado. Kiora la miró de arriba abajo. Si de verdad se hubiera acercado tanto al titán, no habría vivido para contarlo.

―Jori, ¿dónde está? ―preguntó Gideon.

―Lo vi en... ―Jori no terminó la frase―. Fue en... Lo vimos venir hacia aquí y entonces Jace...

―Es verdad, ¿dónde está Jace? ―preguntó Gideon mirando alrededor, como si contase con que el tal Jace fuera a materializarse en cualquier momento.

―Se fue a... ―Jori bajó la mirada―. Se fue.

―Siento que te abandonase ―dijo Gideon, abatido―. Que podamos hacerlo no significa que...

―No nos ha abandonado ―lo interrumpió Jori―. No hizo eso de viajar entre planos que sabéis hacer. Los dos escapamos.

Ah, ahora tenía sentido: la tritón estaba viajando con un Planeswalker. Aun así, pensó Kiora, seguía siendo imposible que se hubieran acercado tanto a Ulamog. Nadie podría sobrevivir a tan poca distancia, a menos que hiciese los preparativos necesarios. Aferró el bidente divino. "Prepárate, Ula".

―¿Qué hay de los edros? ―preguntó Gideon―. ¿Ha resuelto el enigma?

―No lo sé ―contestó Jori―. Nos separamos antes de llegar al Ojo. Él siguió adelante y utilizó su magia mental para obligarme a regresar. Yo creía que sería mejor ir tras él, pero alguien tenía que avisaros. Jace tenía razón.

―Así que el titán está en camino ―intervino el kor―. ¿Qué hacemos? ―Señaló con el mentón hacia la ventana, desde donde se veía la ciudad repleta de zendikari que celebraban la reciente victoria―. ¿Qué les decimos?

―Que evacúen Portal Marino. ―afirmó la voz autoritaria de Tazri, la humana con un halo brillante alrededor del cuello.

"No", pensó Kiora. "Mejor que...".

―Que planeen un asalto ―dijo Drana, la vampiro.

"Exacto".

―De ningún modo ―protestó Tazri―. Lanzar un asalto contra Ulamog sería un suicidio.

―Derrotar a Ulamog es el único motivo por el que estoy aquí ―respondió Drana―. No he traído a mi legión hasta aquí para retirarnos ahora.

La vampiro empezaba a caerle bien a Kiora.

―Estoy de acuerdo ―intervino Nissa, la elfa de ojos verdes y brillantes―. No podemos huir. Hemos luchado duro para llegar hasta aquí. Zendikar ha luchado duro por esta causa.

―Hemos luchado para reconquistar y fortificar este bastión, no para morir en él ―replicó Tazri. Luego se volvió hacia Jori―. Si lo que dices es cierto, no podemos quedarnos.

―Es la verdad ―confirmó Jori.

―Entonces, no tenemos otra opción. ―Tazri se giró hacia Gideon―. Comandante-general, ¿damos la orden de evacuación?

Gideon dudó por un segundo, pero Kiora no necesitó más que eso para intervenir―. Evacuar la ciudad no es una opción. Ya no queda ningún lugar al que huir. ¡Tenemos que contraatacar! ―dijo alzando el bidente―. Yo lideraré el asalto.

―Bien dicho ―la secundó la vampiro, aplaudiendo―. Creo que me uniré a ti.

―¡Esto es un motín! ―Tazri se interpuso entre Drana y Kiora―. No podemos dividir nuestras fuerzas. Tenemos que permanecer juntos y ceñirnos al plan. Cuando sepamos si se pueden utilizar los edros para...

―No necesitamos los edros ―la interrumpió Kiora―. Tenemos esto. ―Hizo girar el bidente mientras sonreía.

―¿Qué es ese arma? ―preguntó Jori.

―Oh, solo es el artefacto más poderoso que hay en todo Zendikar; de nada. Es más poderoso que los edros ―añadió mirando a Tazri―. Esas rocas llevan aquí desde siempre, pero no he visto que sirvan para detener a los Eldrazi. Esto, en cambio, sirve para algo. Observad. ―Extendió el bidente hacia la ventana para convocar una ola y, cuando volvió a traerlo hacia sí misma, un chorro de agua salió disparado del mar, atravesó la ventana sin apenas rozar el marco y empapó a todos los presentes.

Promo Bidente de Tassa | Ilustración de Ryan Yee

―Asombroso. ―Jori se quedó mirando con veneración a Kiora y su arma.

―Os lo he dicho ―añadió Kiora con un guiño.

―No podemos perder el tiempo con bobadas ―protestó Tazri mientras escupía y se limpiaba el agua salada de la cara―. Comandante-general, tenemos que...

―¡Destruir al titán! ―cortó Kiora alzando la voz y el bidente. Miró a todos los demás―. Esta es nuestra oportunidad. Ha llegado el momento. Mirad lo que hemos conseguido ―dijo señalando la ventana con el arma―. Si podemos acabar con una legión eldrazi, podemos matar al titán.

―Me gusta el plan ―accedió Drana―. O más bien esta ocurrencia que puede servir para trazar un plan como es debido.

Kiora se estremeció de la emoción. "Sí". Le daban igual los detalles: la vampiro estaba de su parte.

―Contamos con el poder de todo el océano ―dijo Jori mirando el bidente―. Creo que podemos vencer.

Kiora se irguió aún más. "Sí".

―El océano es poderoso, pero no será suficiente ―intervino Nissa―. Pediré a la tierra que nos apoye. Si colaboramos, derrotaremos al titán.

¡Por fin! Kiora había encontrado aliadas que no se amedrentaban―. ¿Quién está conmigo? ―dijo alzando la voz―. ¿Quiénes están dispuestos a acabar con Ulamog de una vez por todas?

Los ánimos se enardecieron en la pequeña sala del Faro.

―No permitiré que lo hagáis ―vociferó Tazri.

―Corrígeme si me equivoco, pero tú no eres quien toma las decisiones ―respondió Drana. Luego miró a Gideon―. Creo que eso te corresponde a ti, comandante-general.

Kiora también lo miró. Había llegado el momento de la verdad. ¿Sería Gideon el aliado que esperaba?


El grupo entero lo observaba. Las miradas estaban puestas en él. Como debía ser, puesto que Gideon era el comandante-general, el responsable de dar las órdenes. Y eso es lo que haría...

Unos segundos más tarde.

O puede que tras unos minutos.

Primero debía pensar. Necesitaba encontrar la mejor estrategia a seguir. Tenía que haberla.

Gideon, campeón de la justicia | Ilustración de David Rapoza

―¿Damos la orden de evacuación? ―insistió Tazri.

―Ya te he oído antes ―le espetó sin querer. Luego carraspeó―. Necesito unos momentos para pensar. ―Tazri y Kiora se dispusieron a hablar, pero Gideon las interrumpió―. Para pensar en silencio.

Les dio la espalda y oyó unos gruñidos, pero los ignoró. Se acercó a la ventana y miró hacia fuera tapando la luz deslumbrante con la mano. El horizonte era una línea recta. No había señal del monstruo que Jori aseguraba haber visto dirigiéndose hacia allí. Sin embargo, confiaba en ella; además, había oído rumores de que el titán avanzaba despacio. ¿Sería lo bastante lento como para que Jace regresase primero con el secreto para utilizar los edros? No había forma de saberlo.

Sin los edros, necesitaban una alternativa, otra ventaja que les ayudase a inclinar la balanza a su favor. Pensó en Kiora y en el bidente divino. Era un arma poderosa, sin duda. Una maga y un arma divina... De pronto, vio ante sí los cuerpos sin vida de sus Milicianos.

Arrogancia funesta | Ilustración de Winona Nelson

Parpadeó para alejar la imagen. Había aprendido aquella lección hacía mucho tiempo.

Gideon suspiró y bajó la vista hacia los zendikari reunidos en la presa. Su presencia, aquella acumulación de vida, probablemente fuese el motivo por el que el titán se dirigía a Portal Marino. Para los Eldrazi, aquello era como una especie de irresistible canto de sirena. Los zendikari parecían un cebo indefenso.

"¡No!". Estampó los puños sobre el alféizar de la ventana. También había aprendido esa lección. Aquella gente no estaba indefensa, sino todo lo contrario: los zendikari eran fuertes, valientes, competentes. Eran su ejército.

Habían acudido desde los lugares más remotos de Zendikar. Habían dejado de lado sus diferencias; es más, habían aprendido a convertirlas en una ventaja. Y habían aniquilado a una horda de Eldrazi tan inmensa que tardarían semanas o incluso meses en quemar todos los cadáveres de aquellos monstruos.

Formaban una fuerza de combate que Zendikar jamás había visto y que seguramente no volvería a ver nunca. Era una larga lista de méritos. Era una larguísima lista de méritos. Era una... Gideon sonrió para sí: quizá fuese la ventaja que necesitaban. Se giró hacia los demás y se dispuso a dar sus órdenes.

―No evacuaremos la ciudad. Vamos a quedarnos, a luchar. Y vamos a matar al titán.

Tazri se quedó atónita.

―¡Ja, ja, ja! ―Kiora alzó su bidente―. ¡Sí!

―Espléndido ―afirmó Drana.

―Nissa ―continuó Gideon, empezando a dar instrucciones para seguir el plan que cobraba forma en su mente―, dirigirás dos contingentes terrestres. Y con terrestres me refiero a que convoques a la tierra: plantas, rocas y todo lo que pueda ayudarnos. ―Gideon señaló por la ventana hacia un extremo de Portal Marino―. Dispón un contingente a cada lado de la presa.

Nissa asintió.

―Kiora ―continuó Gideon―, tú dirigirás un ataque coordinado por mar.

―Pues claro que lo haré. No tienes que darme ór... ―Alguien llamó a la puerta e interrumpió la insubordinación de Kiora, por suerte para ella.

Era Ebi, uno de los vigías que Gideon había apostado por toda la ciudad. Al ver al kor al otro lado de la puerta, Gideon sintió una presión en el pecho: temía que el centinela estuviese allí para alertarle sobre la presencia de Ulamog. Esperaba que no fuera así, porque necesitaban más tiempo para prepararse.

―Señor, creo que hemos encontrado a alguien a quien esperaba. ―Ebi se giró y asintió, y Gideon vio algo azul asomando por el borde de la puerta, algo azul que reconoció...

―¡Jace! ―Gideon volvió a respirar tranquilo.

―Veo que alguien ha estado entrenando sus dotes de adivino ―bromeó el mago mental mientras entraba en la sala.

Gideon fue a abrazar a Jace, que era mucho más bajo que él, y le dio una palmada en un hombro. Siempre lo notaba muy tenso. Luego se giró hacia Ebi con una sonrisa―. Gracias por traerle aquí.

―Es mi deber, señor ―asintió Ebi.

―¿Qué hay del perímetro? ―preguntó Gideon, arriesgándose a oír algo que no quería.

―Asegurado ―respondió Ebi.

―Muy bien ―dijo con un suspiro de alivio. "Muy bien". En ese caso, dispondrían de un poco más de tiempo.

―Si eso es todo, he de regresar a mi puesto ―se excusó el kor al notar la tensión que había en el ambiente.

―Eso es todo. Gracias, Ebi.

Cuando el vigía cerró la puerta, Gideon se giró hacia Jace. Había buscado una ventaja de cara la próxima batalla y ahora contaba con dos. La balanza estaba inclinándose a su favor y ahora era el Eldrazi quien tenía las de perder―. ¿Qué has averiguado sobre los edros en el Ojo? Cuéntamelo todo.


La situación era mucho mejor de lo que Jace había imaginado. Creía que necesitaría ayudar a Gideon a formar su ejército, encontrar la ubicación más ventajosa posible y reunir los edros requeridos para construir la prisión... La prisión que creía que podría convertirse en un arma mortífera, a pesar de lo que dijera Ugin. Sin embargo, ya contaba con casi todo: un ejército formidable, una ubicación propicia y más de la mitad de los edros necesarios, que flotaban sobre el mar. Ahora solo tenía que situar el resto de las piezas en su sitio...con sumo cuidado.

Edro de almacenaje | Ilustración de Craig J Spearing

No le hizo falta leer las mentes de la pequeña sala para notar la tensión en el ambiente. Jori estaba allí y parecía agotada y un poco desmejorada, lo que probablemente significaba que había regresado hace poco para alertar sobre la llegada de Ulamog. Se podía deducir que las miradas y actitudes agresivas de los presentes se debían al desacuerdo sobre cómo responder a la advertencia.

Nissa parecía dispuesta a luchar, al igual que la vampiro y la tritón que Jace no conocía. En cambio, Tazri y el kor no se mostraban tan convencidos, mientras que la postura de Jori no le resultó obvia. En ese caso, tenía que conseguir unirlos en el mismo bando; necesitaba la ayuda de todos para llevar a cabo su plan. En una reunión como aquella, si no quería recurrir a la persuasión mágica (lo cual tendría que plantearse seriamente), la clave era esgrimir argumentos sensatos con una prosa atrayente. Tenía que compartir cuidadosamente su información―. Veo que habéis reconquistado Portal Marino ―dijo con una sonrisa―. Un logro impresionante. ―Y alimentar los egos nunca estaba de más.

―Gracias a nuestro ejér... ―empezó a decir Gideon.

―No ha sido para tanto ―lo interrumpió la tritón que Jace no conocía.

El kor y Tazri la miraron de reojo con el ceño fruncido. Así que ella era la figura polémica. Estaba bien saberlo.

―Ha sido muy importante para mucha gente ―continuó Gideon. Miraba a Jace, pero se dirigía a todo el grupo―. Todos los soldados que han luchado por Portal Marino se han esforzado al máximo. Y muchos han fallecido durante la batalla. ―Guardó silencio por unos instantes y la humana y el kor asintieron con respeto; la tritón polémica no lo hizo―. Sin embargo, la victoria es nuestra. Hemos recuperado la ciudad. ―Entonces negó con la cabeza―. Pero ahora nos han llegado noticias que nos obligan a cambiar de planes. Vamos a lanzar un asalto masivo contra el titán. Y ese asalto tendrá muchas más probabilidades de éxito ahora que estás aquí. Háblanos de los edros ―urgió Gideon―. ¿Cómo podemos utilizar su poder?

―Los edros... ―Jace se paró a pensar. Ahora venía la parte difícil.

―No necesitamos los edros. Tengo este bidente y una armada de criaturas marinas ―intervino la tritón.

―Los eruditos de Portal Marino iban bien encaminados ―continuó Jace, ignorando a la tritón y centrándose en compartir su información―: el poder de los edros puede utilizarse contra los Eldrazi. Sin embargo, lo que debemos hacer no es usarlos por separado, sino...

―Lo que debemos hacer es ponernos en marcha ―interrumpió la tritón blandiendo su dichoso tenedor para marisco―. Yo dirigiré el asalto. Si me siguieseis, Ulamog ya estaría medio muerto.

―Ese plan es extremadamente desaconsejable ―protestó Jace―. Si os enfrentáis a él directamente, acabaréis muertos.

―Jace, ¿verdad? ―La tritón se encaró con él―. Sin ánimo de ofender, pero tu magia y tus trucos mentales no van a funcionar conmigo. Mi mente es mía y sé lo que hago.

―Si quisiera usar mi... ―Jace calló de inmediato. No podía dejarse llevar por el temperamento―. No tengo intención de utilizar mis trucos contigo ni con ninguno de los presentes.

―Soy Kiora ―le informó la tritón―. Recuerda ese nombre, porque todo Zendikar lo conocerá muy pronto.

―Kiora ―repitió Jace. Qué engreída. Qué delirios de grandeza. "Cautela, Jace, cautela". Muy bien, actuaría con cautela, pero aún tenía que esgrimir sus argumentos―. ¿Has tenido ocasión de utilizar esa arma para destruir algo de esta escala?

―Ni te imaginas las cosas que ha hecho esta arma ―respondió Kiora moviéndola de un lado a otro.

―¿Y tú la blandiste cuando hizo esas cosas? ―insistió Jace. Sabía reconocer las evasivas.

―La blando ahora, que es lo que importa. ―Kiora siguió evitando responder. No estaba incómoda, pero sí impaciente―. Y estoy lista para atacar. Vamos, seguidme ―dijo a los demás.

―Escuchadme primero ―pidió Jace al grupo―. El titán al que nos enfrentamos es un ser incomprensible que domina fuerzas que nosotros solo entendemos marginalmente. Es una amenaza para la existencia de este mundo. Para detenerlo, no nos basta con utilizar un arma física, por muy poderosa que sea. Voy a necesitaros a todos y a toda la gente de ahí abajo ―dijo señalando por la ventana― para construir y operar la trampa con la que pretendo...

―¿Una trampa? ―Nissa, que hasta ahora había permanecido en silencio, se irguió. Sus orejas se inclinaron y sus ojos verdes atravesaron a Jace―. Explícate.

―De acuerdo ―accedió Jace―. Un edro no es suficiente, pero alinear una compleja red de ellos nos permitirá atrapar al titán para que no provoque más destrucción. Una vez que lo encerremos...

―No ―lo cortó Nissa golpeando el suelo con su bastón.

Ilustración de Cynthia Sheppard

Oh, estupendo; más protestas. Jace estaba en racha.

―No vamos a encerrarlo. ―La voz de Nissa reverberó con poder―. Los titanes estuvieron encerrados en este mundo demasiado tiempo. El mundo ha sufrido demasiado tiempo.

―No lo encerraremos aquí eternamente ―explicó Jace. ¿Por qué no había empezado por ahí?―. Una vez que lo atrapemos, buscaremos la forma de destruirlo. Tengo algunas ideas que...

―Como he dicho, yo ya conozco la forma de matar al titán. ―Kiora blandió el bidente y se acercó a la ventana―. ¿Vienes? ―dijo mirando a Nissa. ¿Qué iba a hacer? ¿Saltar por la ventana?

―Sí, Zendikar y yo lucharemos a tu lado ―aceptó Nissa.

―Eh... Zendikar, claro. Genial. ¿Alguien más? ―Kiora pestañeó con sus cuatro párpados al resto del grupo.

―Iré a donde se libre la batalla ―dijo la vampiro.

―¡Ya basta! ―intervino Gideon―. He dado mis órdenes y...

―Y vamos a cumplirlas ―terminó Kiora―. Más o menos. ―Le guiñó un ojo y agarró el marco de la ventana; de modo que iba a saltar.

―Os ordeno que os quedéis aquí ―afirmó Gideon―. Todos.

―No podéis marcharos y atacar por vuestra cuenta ―repuso el kor.

―¿Por qué no? ―preguntó Kiora.

―Porque ―respondió Jace sin pensar― atacar al titán sin llegar a destruirlo podría provocar que huya de Zendikar hacia otro mundo.

―Me parece bien. Por mí, que se vaya con viento fresco. ―Kiora sacó un brazo por la ventana y el enorme tentáculo de un pulpo subió hasta ella―. ¿Nos vamos? ―preguntó a Nissa.

―Mm... ―dudó Nissa mientras miraba a Jace―. ¿Podría huir hacia otro mundo?

―Eso es. ―Asintió con seriedad―. Y no sabremos a cuál. ―Miró a Kiora―. Pero vaya a donde vaya, también destruirá ese mundo. Devorará a sus habitantes y sus tierras. Una vez que termine, encontrará otro plano. Y seguirá haciéndolo por toda la eternidad. A menos que le pongamos fin aquí.

―Y eso es lo que haré. ―Kiora puso un pie en el tentáculo.

―Por favor ―dijo Jace mentalmente a Kiora―. No hagas esto.

Kiora y Gideon se movieron tan rápido que Jace no se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir hasta que cayó al suelo, empujado por Gideon, que había saltado para desviar la lanzada de Kiora dirigida contra Jace.

―Y tú no vuelvas a intentar eso ―escupió Kiora―. Nunca más. ―El tentáculo del pulpo descendió y se llevó a la polémica tritón.

Kiora, señora de las profundidades | Ilustración de Jason Chan

―Hay que detenerla ―dijo Jace levantándose a toda prisa―. Tenemos que...

―No. ―Gideon se puso delante de la ventana―. Estamos perdiendo un tiempo que no podemos desperdiciar. El titán se aproxima y debemos hacer los preparativos. Vamos a construir la trampa y, una vez que atrapemos al objetivo, lanzaremos nuestra ofensiva como habíamos planeado. Lo encerraremos y luego lo destruiremos. ¿Alguna pregunta? ―Gideon caminó hacia el centro de la sala y su presencia pareció no dar lugar a discusiones.

»Bien ―continuó―. Tenemos que actuar deprisa. Jace, el ejército está a tu disposición; dale las instrucciones necesarias para construir la trampa. Nissa, acompaña a Jace y ayúdale en todo lo que puedas. Munda, Jori, encargaos de las patrullas. Necesitamos más centinelas. El titán no vendrá solo y tenemos que cerciorarnos de que los alrededores sean seguros. Y eso también va por cierta tritón: no dejéis que Kiora interfiera en nuestros planes. General Tazri, Drana, vosotras vendréis conmigo para dirigirnos al ejército; tenemos que preparar a las tropas.

―Sí, señor. ―La respuesta sonó por toda la estancia y Jace no se dio cuenta de que también había participado en ellaes hasta que oyó su propia voz entre las demás. Aquello le sorprendió. Gideon le sorprendió. El Planeswalker había madurado notablemente como líder desde que se habían separado en Roca Celeste. Eso iba a serles de mucha ayuda, porque necesitaban un líder fuerte para afrontar lo que estaba por venir.

Cuando los demás se marcharon, Jace se giró hacia Nissa―. Me alegro de que te hayas quedado.

La elfa no respondió.

Muy bien, pues solo serían socios. A Jace no le importaba―. En fin, tengo entendido que puedes mover la tierra, ¿verdad?


Horas después, Nissa entró en contacto con la tierra y encontró otro edro sepultado. Pidió amablemente a la tierra que empujase la roca hacia arriba. Aunque no podía ver el edro, sabía dónde estaba, qué espacio ocupaba en el interior de Zendikar. Y aunque tampoco podía ver al titán, sabía que estaba allí. A lo largo de aquella noche, mientras trabajaban para preparar la trampa de Jace, Nissa sintió que Ulamog se acercaba a la bahía de Portal Marino. Se aproximaba por marl y, cuando el sol despuntase, finalmente lo verían arrastrarse hacia ellos. Camino de su destrucción.

Renovación de Nissa | Ilustración de Lius Lasahido

―Ya falta poco ―dijo a Ashaya, su elemental, su amiga más íntima, el alma de Zendikar.

La determinación de Ashaya fluyó a través de Nissa mientras colaboraban para extraer el edro del suelo y posarlo sobre una de sus caras.

Nissa caminó alrededor de la gran roca, pasando una mano por la superficie. Comprobó si estaba agrietado, deteriorado o resquebrajado, pero vio que seguía en perfecto estado, como todos los que habían excavado aquella noche. Los edros no solo eran poderosos, sino que los habían construido con una técnica impecable; eran lo bastante robustos como para canalizar todo el poder de Zendikar, según había asegurado Jace.

Y si aquella afirmación fuese incorrecta o si los edros fracasaran, Nissa estaría preparada.

Zendikar también lo estaría. Ashaya posó una enorme mano en el hombro de Nissa.

―Sabes que no volvería a encerrar al titán si tuviésemos alternativa ―dijo Nissa mirando la faz de madera de su elemental. Guardó silencio―. O si albergase dudas.

Ashaya lo sabía. Zendikar lo entendía.

El mensaje tenía otro significado implícito: tanto Nissa como Zendikar querían poner fin al conflicto allí y ahora, y querían hacerlo personalmente. No querían ahuyentar al titán: querían enfrentarse a él.

La tierra sentía un hambre que no saciaría a menos que tuviese la oportunidad de presentar batalla al enemigo, de luchar contra él y destruirlo. Zendikar era más poderoso que el monstruo que la asolaba; había llegado el momento de demostrar su fuerza.

Ashaya, el mundo despierto | Ilustración de Raymond Swanland

―Terminemos lo que empezamos ―espiró Nissa.

Movieron juntas el edro hacia el borde del acantilado en el que Gideon y Jace las aguardaban junto a un equipo de kor y una cantidad desorbitada de cuerdas.

―Bien, bien. Colocadlo ahí. ―Gideon dirigió a Nissa y Ashaya por un camino entre dos líneas de cuerdas―. Atadlo y aseguradlo ―indicó a los kor.

―Este hay que situarlo entre esos dos ―explicó Jace a Munda señalando un esquema azulado que flotaba ante ellos. La ilusión era una representación a escala del anillo de edros que estaban construyendo sobre el agua. Nissa no entendía por qué el mago mental insistía en consultar aquella entidad artificial que él mismo había creado, la cual podría contener imperfecciones, porque el anillo de verdad estaba allí mismo. Al no apartar la vista de la ilusión, Jace se perdía aquel paisaje fascinante.

―En verdad es hermoso ―susurró Nissa a Ashaya. Estaba de acuerdo.

Los edros habían empezado a brillar en cuanto alinearon los dos primeros. Ahora, las runas grabadas en las superficies de roca resplandecían con un poder que describía un patrón; aquello hizo que Nissa evocase la primera vez que había recibido visiones de Zendikar.

Aquello no era lo único que le hizo sentir que esa noche iba a marcar un punto culminante. Era como si todo lo que había hecho a lo largo de su vida y todos sus esfuerzos la hubiesen llevado hasta ese momento. Había hecho una promesa a Zendikar mucho tiempo atrás y esta era su oportunidad de cumplir su palabra.

―Despacio... ¡Despacio! ―La advertencia de Munda sorprendió a Nissa―. Soltad el contrapeso.

Nissa y Ashaya observaron el trabajo de un equipo de cuatro kor y humanos que aguardaba en una roca flotante cercana. Hicieron descender una gran roca unida al edro mediante un sistema de poleas; a medida que el contrapeso bajaba, el edro subió hacia el anillo.

―Con cuidado... Bien, muy bien ―dijo Gideon mientras caminaba por el acantilado. Nissa notó su inquietud: quería ir allí a tirar, a levantar y a empujar; siempre quería ayudar a hacerlo todo. Sonrió, agradecida por que Gideon estuviese en Zendikar.

Reproche de Gideon | Ilustración de Dan Scott

―Perfecto. ―Gideon se volvió hacia un tercer equipo de kor, apostado en la presa de Portal Marino―. ¡En posición! ¡Tirad!

El equipo de la presa tiró con todas sus fuerzas y el edro se desplazó horizontalmente por el aire. Parecía una nube oscura, pero Nissa notó la tensión de las cuerdas y las poleas que sujetaban la roca. Vio destellos de luz aquí y allí; eran hechizos que ayudaban a situar el inmenso edro en su sitio.

Jace echaba vistazos intermitentes a su ilusión y a la realidad, comprobando sin parar que el edro estuviese en el lugar correcto. Nissa no necesitaba consultar la ilusión, ya que sabía reconocerlo a simple vista―. Ahí está bien ―susurró a Ashaya.

―¡Ahí está bien! ―avisó Jace con las mismas palabras.

―¡Alto! ―indicó Gideon.

Por fin dominaban aquella parte del trabajo; la primera vez que desplazaron un edro, habían tenido que corregir la posición constantemente. Sin embargo, los tres equipos ya sabían exactamente lo que tenían que hacer. Tiraron de las cuerdas y las tensaron en sentidos opuestos, frenando el desplazamiento del edro hasta detenerlo con suavidad. Cuando se alineó en el sitio adecuado, se lo hizo saber, casi como si hubiese emitido un chasquido.

―¿Cómo lo ves? ―preguntó Gideon dirigiéndose a Jace.

―Perfecto ―valoró Nissa en voz baja.

―La circunferencia parece correcta... ―Jace volvió a comprobar su ilusión―. Y la altitud es correcta. Creo que ahí está perfecto.

―Lo que yo decía ―comentó Nissa a Ashaya con una sonrisa.

―Bravo ―dijo Gideon―. Primer equipo, preparad las cuerdas para el último. ―Se volvió hacia Nissa―. Solo falta uno más.

―Y lo tendréis. ―Entró en contacto con la tierra, en busca de otro edro enterrado en el acantilado ya repleto de montículos de tierra revuelta. Tal vez tendrían que buscarlo un poco más lejos...

―¡Atentos! ¡Atentos! ―Gritó de pronto alguien desde una arboleda cercana. Nissa se sobresaltó y llevó una mano a la empuñadura de su espada, pero entonces vio pasar volando a una elfa montada en una bestia manta.

Elfa jinete celeste | Ilustración de Dan Scott

―¡Seble! ―la llamó Gideon, con el sural ya preparado―. ¿Qué ocurre?

―¡Hay movimiento entre los árboles, en aquella dirección! ―dijo la elfa aproximándose a él―. Creo que pueden ser engendros.

―Haz otra batida ―ordenó Gideon―. Tenemos que saber cuántos son y de qué tamaño. ―Luego miró a Nissa.

Ella asintió y apretó la empuñadura de la espada. Estaba lista para ir a por ellos. Con el titán aproximándose, sabían que la presencia de engendros aumentaría; solo era cuestión de tiempo que llegasen a los alrededores. Observó a Seble mientras volvía a sobrevolar la zona y esperó a ver cómo reaccionaba.

La elfa regresó negando con la cabeza―. Falsa alarma; puede que me haya equivocado ―gritó desde lo alto.

―Si has oído algo, es que hay movimiento ―opinó Gideon―. Confío en ti. Da otra pasada ―ordenó describiendo un círculo con el índice.

Seble repitió la maniobra, pero Nissa supo lo que diría cuando regresase.

―Nada ―informó desde el cielo―. No hay nada, solo una zona de terreno chamuscado. Parecen los restos de un campamento o algo por el estilo. No he visto señales de engendros ni corrupción.

―Entendido. Reúne a los demás vigías, barred todo el perímetro ―indicó Gideon―. Y llama a otro jinete celeste.

―A la orden. ―Seble viró para alejarse, pero de pronto gritó y refrenó a su montura.

Por instinto, Nissa adoptó una postura defensiva.

―¡¿Qué sucede?! ―se alarmó Gideon―. ¿Qué has visto?

Sin mediar palabra, Seble señaló en otra dirección.

Nissa siguió con la mirada el gesto de la elfa. Y entonces vislumbró al titán.

Ulamog, el heraldo de la destrucción.

Ulamog, el Hambre Que No Cesa | Ilustración de Michael Komarck

Los primeros rayos de luz iluminaron el horizonte y revelaron la descomunal silueta del Eldrazi.

En ese momento, Nissa estuvo a punto de saltar a la roca flotante más próxima, columpiarse en una liana y lanzarse directa contra el titán. Tenía su espada, tenía el poder de su odio y ahora tenía una oportunidad.

Pero logró contenerse. Zendikar había pagado por su imprudencia una vez. Aquel titán estaba devastando el mundo porque ella lo había liberado de su prisión. El plano y sus habitantes habían sido masacrados porque ella había actuado sin pensar. No volvería a permitirlo. Esta vez haría las cosas bien: primero lo encerraría y luego lo destruiría.

Calmó su respiración y se obligó a envainar la espada. Aún no había llegado el momento de blandirla. Miró a Ashaya―. Necesitamos otro edro.

Al elemental le resultó difícil desviar la atención del titán, al igual que le había ocurrido a Nissa, pero Ashaya le dio la espalda y descendió por el acantilado. Nissa la siguió y profundizó en la tierra mientras caminaban, en busca de la última pieza para la prisión de Jace.


A Jace le gustaba pensar que todo enigma tiene más de una solución. Creer lo contrario limitaba las opciones, y le parecía ingenuo asumir que el creador de cada enigma había tenido en cuenta todas las soluciones posibles, para luego eliminarlas todas excepto una. Sin embargo, aún no había encontrado ni el menor indicio de una solución alternativa para el enigma que tenía delante; por lo que veía, solo existía una forma de atrapar a Ulamog. Jace no estaba acostumbrado a actuar sin planes de emergencia y eso le inquietaba.

Los gritos de los centinelas lo ponían nervioso y siempre miraba hacia abajo, para ver si la agitación se debía a la aparición de Kiora y su armada de monstruos marinos (otra variable que no había tenido tiempo de prever). Por suerte, los gritos no eran más que alarmas para advertir a Tazri y sus tropas defensivas de que se acercaba otra oleada de engendros. Jace medio rio para sí mismo: acababa de pensar que prefería que apareciese una oleada de engendros.

Siguió toqueteandoa la ilusión tridimensional que flotaba ante él, sin girar la cabeza ni mirar a la realidad. Sabía lo que había alrededor; había mirado una vez. El aire viciado, las olas rompientes y los crujidos de los tentáculos le bastaban para confirmar que el titán estaba casi a tiro de piedra desde la roca flotante donde se encontraba Jace. No había motivo para mirar a la realidad.

Además, tenía un Ulamog en miniatura entre sus manos. Había creado una ilusión para desplazarla por la representación del anillo de edros. Hizo avanzar a su Ulamog, que agitó sus brazos bifurcados mientras cruzaba la apertura del anillo. Una vez dentro, Jace movió a los kor, humanos y elfos en miniatura para que tirasen de las cuerdas y cerrasen la "puerta" de edros: tres edros conectados que giraban sobre un extremo de la apertura del anillo. Lo único que tenía que hacer aquella gente diminuta era cerrar la puerta para completar la circunferencia. Cuando lo hicieron, como acababa de representar, el anillo de edros resplandeció con una luz azulada y el titán quedó atrapado dentro.

"Bien".

"Siguiente".

Jace disipó la ilusión y creó una nueva. Esta vez hizo que Ulamog se aproximase en diagonal, para complicar ligeramente la maniobra. Los zendikari en miniatura tuvieron que girar el anillo para situar la puerta en la trayectoria del Eldrazi.

"Bien".

"Siguiente".

Esta vez hizo que el titán se acercase más rápido, cosa que probablemente no ocurriese, pero había que tener en cuenta esa variable.

"Bien".

"Siguiente".

Con un escalofrío, duplicó el tamaño del titán. Para eso necesitarían una puerta más amplia.

Jace suspiró. Aquello era absurdo, porque jamás ocurriría. Sus ensayos estaban volviéndose inútiles. Los había repetido una docena de veces, o más. ¿Cuál era la alternativa? Mirar a la realidad. Pero eso significaba contemplar la auténtica versión a escala real de su ilusión. Mirar a la realidad implicaba ver los rostros de las diminutas piezas brillantes. Una de los elfos era Nissa. Una de los tritones era Jori En. Y de pie en una roca flotante, más allá del anillo de edros, había otra pieza que Jace no había incorporado a sus simulaciones, porque aquella pieza no determinaría si el anillo se completaría con éxito o no. Aquella pieza solo estaba allí para, en sus propias palabras, "interponerse entre Portal Marino y el titán en caso de que algo saliese mal". Aquella pieza era Gideon.

Gideon, aliado de Zendikar | Ilustración de Eric Deschamps

Jace miró a la realidad.

Allí estaba Gideon, de pie y en solitario ante el último bastión de Zendikar; el descarado mago de combate que había viajado medio muerto a Rávnica para pedir ayuda a Jace. Eso fue en otro momento y en otro lugar. Jace no podría haberse imaginado la situación actual cuando dejó caer la rosa de Liliana en la calle y siguió los pasos de aquel hombre extenuado y ensangrentado. Y allí estaban ahora, a punto de intentar una hazaña que tres Planeswalkers extremadamente poderosos habían tardado décadas en realizar.

A pesar de ello, Jace creía que podían conseguirlo.

El titán estaba allí, el anillo estaba preparado y... Jace dejó de mirar a Gideon justo a tiempo de ver a los zendikari realizando ajustes en el último momento para desplazar la puerta y situarla en la trayectoria de Ulamog.

Los zendikari que manejaban las cuerdas gritaron de júbilo.

Parecía casi demasiado fácil... Casi.

―¡Mantenedla ahí! ―retumbó la voz de Gideon por encima del griterío. Fustigó uno de los tentáculos de Ulamog para obligarlo a entrar de nuevo en el anillo. La parte frontal del titán y la mayoría de sus tentáculos ya estaban dentro de la trampa, pero las placas óseas de su retaguardia aún no habían atravesado el umbral. Solo faltaba un poco.

Alrededor del titán había enjambres de vástagos y engendros de su progenie. Se movían mucho más rápido que el progenitor y fueron los primeros en acercarse a Portal Marino. Sin embargo, el ejército de Gideon estaba allí para rechazarlos y los zendikari resistían firmemente. La presa fortificada seguía intacta. Jace tenía que admitir que estaba impresionado con el ejército que Gideon había reunido. Los propios zendikari también lo habían impresionado. Ninguno de ellos había elegido huir, ni siquiera después de ver a Ulamog en el horizonte. Ni uno solo de ellos.

Pintura de guerra trasga | Ilustración de Karl Kopinski

Formaban un ejército competente y Gideon era un buen líder. Lo que no significaba que no fuese un necio: había que ser muy insensato para decidir plantarse en aquella roca, a escasos metros del rostro óseo del titán.

―¡Ha entrado! ¡Ha entrado! ―El aviso se oyó incluso en medio del estruendo de las olas, los chasquidos de huesos y los silbidos de las armas.

Jace confirmó lo que habían dicho: efectivamente, el titán estaba en posición.

―¡Cerradla! ―ordenó Munda, el kor que había luchado muchas veces junto a Gideon―. ¡Equipo de la puerta, tiraaad!

El grupo en el que se encontraban Nissa y Jori tiró de las cuerdas y lanzó sus hechizos para empezar a mover los edros hacia su sitio. ¡Pero se movían muy despacio!

Las manos de Jace juguetearon con su ilusión, cerrando y abriendo la puerta continuamente. Cada vez que el anillo brillaba, el Ulamog en miniatura quedaba atrapado―. Vamos... Vamos...

Miró a Gideon, que ahora estaba justo ante el titán. ¿Qué esperaba conseguir allí arriba? Tenía que ser consciente de que él solo no podría detener a Ulamog. Si el plan fracasase y la trampa no funcionase, Gideon sería el primero del ejército que quedaría reducido a polvo, ni más ni menos.

Ulamog se arrastró adelante, agitando sus brazos bifurcados hacia Gideon. Gideon blandió el sural y cortó un brazo azulado y bulboso tras otro. No retrocedió ni un paso, e incluso avanzó hacia el titán. ¿Qué pensaría en ese momento, mientras miraba directamente a la máscara inexpresiva de Ulamog, observando al monstruo que no lo veía a él? ¿Qué sensación tendría? Jace no sentía curiosidad alguna por averiguarlo.

Incapaz de seguir mirando, volvió la vista hacia la puerta del anillo. Faltaba muy poco para cerrarla. ¡Por fin! La contrastó con su ilusión. Solo quedaban unos pocos metros...

―¡Sí! ¡Ahí! ―gritó Nissa desde la liana en la que colgaba.

El aviso sorprendió a Jace. ¿Estaría en lo cierto? Consultó la ilusión y el auténtico anillo, los analizó y comparó la distribución. Parecía que la elfa tenía razón. Pero si no tenía el diagrama, ¿cómo...?

―¡Jace! ―lo llamó Gideon―. ¿Está listo? ―Su voz no sonó tensa, al contrario de lo que se reflejaba en su rostro mientras empujaba hacia atrás la extensión ósea de la mandíbula de Ulamog―. ¿Pueden terminarlo?

Es verdad, estaban esperando a que él diera el aviso cuando la estructura encajase con el diagrama―. ¡Sí, adelante! ¡Encerradlo!

―¡Encerradlo! ―transmitió Munda.

En respuesta, tres kor descendieron en rápel por el lateral del edro que acababa de alinearse y se dispusieron a completar el anillo. Cuando aseguraron las cuerdas en su sitio, Nissa lanzó un hechizo para dar el empujón final... y Jace contuvo el aliento. ¿Y la luz? ¿Por qué no resplandecía?

El anillo no se iluminó como se suponía que debía ocurrir.

El titán no quedó atrapado en el interior.

―¿Todavía no está? ―gritó Gideon agachándose para esquivar uno de los tentáculos de Ulamog.

―¿Por qué no brilla? ―preguntó Munda.

Jace miró la simulación que seguía flotando encima de su palma. Abrió y cerró la puerta ilusoria. Su anillo brillaba. Volvió a mirar el auténtico anillo. ¿Por qué no funcionaba? Empezó a dar golpes con el tacón, nervioso. ¿Qué había pasado por alto?

―¡Alguno de los edros se ha movido! ―gritó Nissa desde arriba. Palpaba la superficie del edro más cercano. Luego apoyó la mejilla contra él―. No están bien alineados.

¿Tendría razón? Aunque Nissa había demostrado de lo que era capaz, Jace no comprendía del todo sus habilidades; ¿podía dar por hecho que tenía razón? Como mínimo, lo mejor era empezar comprobando aquella posibilidad, antes de pasar a la siguiente. Jace no tenía ninguna idea mejor. Contrastó el diagrama con el anillo y marcó uno a uno los edros que estaban bien. "Sí... Sí... También...". Todos estaban donde deberían, pero aun así...

―¡Creo que el problema está allí! ―indicó Nissa señalando hacia los edros más próximos a Portal Marino.

"¿Pero cómo...?". Jace rotó la ilusión 90 grados. ¿Qué había visto ella que él no era capaz de detectar? Había hecho todos los cálculos. Había comprobado la disposición.

―¡Jace! ―gritó Gideon―. ¿Algún progreso? ―Su corpulento compañero rodó bajo el brazo de Ulamog y acuchilló la placa pectoral del titán.

Jace se pasó una mano por el pelo. Todo dependía de él: la vida de Gideon y el destino de Zendikar. Estaba ante el enigma que había venido a resolver, pero no encontraba la solución. No tenía ni idea de cuál era el edro problemático, ni siquiera sabía si el problema era que un edro se había desplazado. Hizo girar la ilusión a un lado y a otro. Y entonces Nissa aterrizó junto a él y le sujetó la mano.

―¿Qué...? ―se alarmó Jace.

―El problema está en algún edro de aquella parte ―dijo Nissa. Tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del estruendo del agua y la guerra, aunque estuviese junto a él―. Pero desde tan lejos no distingo cuál se ha movido. Tendría que ir a comprobarlos todos y revisar las conexiones. Puedo subir al acantilado y dar un rodeo, pero...

―No tenemos tiempo suficiente ―concluyó Jace.

―Exacto. ―Los brillantes ojos verdes de Nissa se clavaron en él―. Pero creo que hay otra solución, una forma más rápida. ―Señaló la ilusión―. Este esquema sintético nos ayudará a encontrarlo.

―¿A qué te refieres?

―¿Estás seguro de que no hay imperfecciones?

―¿En mi ilusión?

―¿Puedo verla? ―Se llevó una mano a la cabeza―. Desde aquí dentro.

¿Le había invitado a entrar en su mente?

Alguien gritó por detrás de Nissa, y Jace vio que uno de los tentáculos posteriores de Ulamog acababa de derribar una velacometa kor.

Nissa no se giró. Posó una mano en el hombro de Jace y él volvió a fijarse en sus ojos magnéticos―. Si hay alguna forma de encontrar el edro desalineado, tenemos que darnos prisa. Ayúdame a identificarlo, porque de lo contrario, no me quedará más remedio que enfrentarme al titán e intentar destruirlo sin la trampa. Y no quiero tener que hacerlo.

―Yo tampoco quiero que tengas que hacerlo ―dijo Jace negando con la cabeza.

―Entonces, estamos de acuerdo ―confirmó Nissa.

Muy bien. Entraría en la mente de la elfa. Jace espiró, miró fijamente los ojos verdes y salvajes de Nissa... y entonces miró a través de ellos.

Era como si todo el mundo estuviera envuelto en llamas... Si el fuego fuese verde. Al principio, Jace creyó que el anillo de edros por fin se había iluminado, pero entonces se percató de que no era el propio anillo lo que brillaba: era la red de líneas místicas que unían los diversos pares de edros. Las líneas se entrecruzaban describiendo un patrón demasiado complejo como para reducirlo a una ecuación sencilla... o a una ecuación que él era incapaz de formular.

El patrón iluminaba el espacio por encima del mar, pero los edros no eran lo único que brillaba, ni mucho menos. Todo resplandecía; todo estaba conectado a otras cosas mediante líneas de fuerza. Los zendikari que sostenían las cuerdas, Gideon plantando cara al titán, los jinetes celestes y sus bestias voladoras, el árbol que estaba junto a él, la roca que pisaba... Había demasiado que procesar, demasiado que analizar.

La mente de Jace dio vueltas. Perdió el control y empezó a separarse de la mente de Nissa. Intentó aferrarse a ella, pero ¿cómo podía saber a qué aferrarse?

―Agárrate aquí. ―Era la voz de Nissa, que llegó acompañada de una sensación de apoyo. ¿Cómo lo había hecho? Jace sujetó la mano invisible y no se separó de la mente de la elfa.

―Céntrate ―dijo ella―. Céntrate en cada cosa por separado. ―Dirigió su atención hacia el diagrama ilusorio.

Jace respiró hondo y se concentró solo en aquello, en la ilusión. El caos de las líneas místicas seguía en su campo de visión, pero lo ignoró.

―Bien ―dijo Nissa. Extendió la mano hacia la ilusión―. ¿Puedo?

¿Por qué no? Ya habían llegado muy lejos―. Adelante.

Nissa pellizcó dos partes del círculo de edros y recogió la ilusión. Jace permitió que la mente de Nissa la guiase, mientras que su propia mente la mantenía intacta. Nissa tiró hacia fuera y extendió los brazos para ampliar la ilusión, agrandando el anillo y los edros.

―¿Has hecho todos los cálculos? ―preguntó ella―. ¿Confías razonablemente en que sean correctos?

―Sí ―respondió Jace―. Estoy seguro de que todo está donde debería, pero...

―En ese caso, esto funcionará. ―Nissa arrojó la ilusión hacia el mar y la expandió, enviándola de camino al auténtico anillo de edros.

Su control sobre la ilusión era limitado e inestable, pero Jace comprendió inmediatamente lo que pretendía hacer y se entusiasmó. Era una idea brillante. Tomó el control y dirigió la ilusión con habilidad, expandiéndola hasta que llegase a escala real y todos los edros ilusorios alcanzasen el tamaño de sus equivalentes de piedra. Nissa no sabía cómo superponerlos, pero él sí era capaz de hacerlo. Los edros ilusorios encajaron con los auténticos... excepto uno.

―Ese es ―indicó Nissa justo cuando Jace se fijó en él. El edro estaba inclinado; debía de haberse movido después de que lo colocasen en su sitio.

―Tenemos que... ―empezó a decir Jace, pero Nissa ya estaba corriendo hacia el edro desalineado. Cuando saltó por el borde de la roca flotante, se separó de la mente de Jace y este se quedó asombrado: fue Nissa la que se separó, no él. No lo había expulsado, exactamente, pero Jace creyó que no habría logrado mantener el contacto ni aunque quisiera. Había sido una muestra de su poder. Aquella elfa era poderosa.

Jace trastabilló y volvió a ver un mundo sin brillo a través de sus propios ojos. La red había desaparecido y las conexiones se habían desvanecido. El caos se había disipado. Aquello fue tanto un alivio como una decepción. Tuvo una sensación extraña al percatarse de lo poco que podía ver en realidad, tanto de las líneas místicas como del mundo.


Lo único que Gideon podía ver era un inmenso hueso blanquecino: la máscara de Ulamog. El titán estaba demasiado cerca; la trampa tendría que haberlo detenido a estas alturas, tendría que haberlo encerrado. Pero algo iba mal.

Gideon se había preparado para aquel momento desde que Jace explicó su plan. Creyó que funcionaría, confió en el mago mental (y aún lo hacía), pero siempre había tenido en cuenta la posibilidad de que algo saliese mal. Jace también lo había hecho. Ese era el motivo por el que Gideon se había apostado en aquella roca: él sería la última línea defensiva. Él se interpondría entre Portal Marino y Ulamog, y resistiría todo el tiempo que necesitasen para preparar la trampa.

Pero si fracasaran, si tuviera que hacerlo, daría la orden de evacuar la ciudad. Y él mismo detendría al titán hasta que su ejército estuviera a salvo. Sin embargo, aún no había llegado el momento. Todavía era capaz de resistir un poco más. Solo necesitaban un poco más de tiempo...

Uno de los tentáculos de Ulamog cortó el aire y descendió sobre Gideon. Las espirales de invulnerabilidad recorrieron su piel, preparándose para la colisión.

Gideon absorbió el impacto y rechinó los dientes al encajar la fuerza del golpe. Un segundo tentáculo salió disparado hacia él desde un lateral. Concentró sus defensas en aquella parte.

¿Cuánto más debería esperar? Lanzó un tajo para repeler los dedos de Ulamog. Solo un poco más...

El titán se inclinó y se le vino encima. Gideon clavó los pies en la roca y miró directamente a donde imaginó que estarían los ojos del titán―. No te dejaré pasar. ―Se situó de perfil y dispuso el hombro para oponerse al torso de Ulamog, concentrando su poder en el punto de impacto. Se plantó en el suelo, tensó todos los músculos de su cuerpo y empujó hacia arriba.

Fue como si el peso de todo un mundo hubiese caído sobre él.

Sintió que sus pies comenzaban a resbalar. ¿Había llegado el momento? Abrió la boca para dar la orden, pero la cerró de inmediato. Podía resistir un poco más. Solo necesitaban un poco más de tiempo...

Gideon cerró los ojos con fuerza y rugió por el esfuerzo.

Estaba perdiendo terreno.

Y de pronto, percibió un destello azulado a través de los párpados y la presión desapareció.

Gideon salió despedido hacia delante, impulsado por la fuerza acumulada para oponerse al titán. Consiguió detenerse justo antes de precipitarse por el borde de la roca flotante... Lo cual significaba que allí no había nada para impedir su caída. Ya no se encontraba cara a cara con el titán.

Ulamog se había adentrado en la prisión de edros... y la prisión brillaba con una intensa luz azulada. El resplandor iluminó Portal Marino y ahogó la sombra del colosal Eldrazi.

Edros alineados | Ilustración de Richard Wright

―¡Ja, ja, ja! ―Gideon blandió el sural por todo lo alto. Lo habían conseguido. Ulamog estaba atrapado.

Un grito de júbilo surgió por detrás de él mientras Nissa aterrizaba elegantemente a su lado, descolgándose de una liana―. Lo hemos logrado ―dijo.

―Así es ―confirmó Gideon, y su mirada se encontró con la de Jace, al otro lado del mar―. ¡Lo hemos logrado!


Desde su puesto en lo alto de una colina, Ebi gritó de alegría. Lo habían conseguido. El titán... Ulamog... Estaba atrapado. Ebi no pudo contener las lágrimas de felicidad. Aún había esperanza. Aún tenían una posibilidad de salvar el mundo.

Los zendikari prorrumpieron en un grito y Ebi unió su voz a la de la multitud―. ¡Por Zendikar! ―Y cuando levantó el puño, una sombra se cernió sobre el kor. Al abrir los ojos, vio a un demonio aterrizando ante él.

Ebi blandió su arma, pero el demonio lo sujetó por el brazo―. Lo lamento, pero estás en el sitio equivocado en el momento menos oportuno. ―El monstruo estampó a Ebi contra la pared de roca que tenía detrás y su robusta mano oscura lo aferró por el cuello.

Ebi intentó gritar. Tenía que dar la alarma. Era un vigía. Gideon confiaba en él.

Opresión demoníaca | Ilustración de David Gaillet

―Shhh ―lo silenció el demonio estrujándole el cuello. Ebi sintió que su vida se consumía―. Quizás te reconforte saber que no estarás aquí para presenciar la caída de Zendikar.

Y el mundo se sumió en las tinieblas.


Archivo de relatos de La batalla por Zendikar

Perfil de Planeswalker: Gideon Jura

Perfil de Planeswalker: Jace Beleren

Perfil de Planeswalker: Nissa Revane

Perfil de Planeswalker: Kiora

Perfil de plano: Zendikar