Historia anterior: La reconquista

Las horas finales de Zendikar están próximas. El Planeswalker demoníaco Ob Nixilis ha liberado al titán eldrazi Ulamog de su prisión y levantado al monstruoso Kozilek de las profundidades de Zendikar. Los dos titanes continúan devastando la tierra con sus innumerables progenies, mientras que los Planeswalkers que trataban de detener a los Eldrazi (Gideon, Nissa, Jace, Kiora y Chandra) han sido derrotados o han desaparecido.

Los supervivientes del ejército de Gideon han quedado en manos de Tazri, quien fue la mano derecha de Vorik, el anterior comandante-general del ejército zendikari, y también ayudó a Gideon. Tazri siempre ha sido una soldado valiente y leal, aunque no conseguía inspirar a los zendikari de la misma forma que el forastero Gideon Jura. Las cada vez más escasas posibilidades de que Zendikar sobreviva a la desolación de los dos titanes eldrazi están ahora en manos de Tazri.


"Las falsas esperanzas no existen cuando no te queda esperanza". Esa idea había consolado a Tazri durante años, sobre todo tras el levantamiento de los Eldrazi. Había encajado sin afligirse todas las derrotas y desastres de la larga y lenta agonía. ¿Para qué sufrir en una guerra que nunca has creído que puedas ganar?

Sin embargo, no había contado con Gideon. Hacía apenas unos minutos, Tazri y sus tropas habían presenciado con asombro cómo Gideon lograba lo imposible: Ulamog, el gran titán destructor, había sido encerrado y contenido. "¿De verdad hemos ganado?". Era la sensación más parecida a la alegría que Tazri había tenido en mucho tiempo, la más parecida que podía sentir. "Vorik tenía razón. Hizo bien en escoger a Gideon en vez de a mí". La reflexión fue dura para ella, pero aún estaba asombrada por pensar en el nuevo e inesperado porvenir que les aguardaba. Iban a vencer. Zendikar iba a sobrevivir. Gideon les había conducido a la victoria.

Hasta que surgió Kozilek. Hasta que el dios de los embusteros les gastó la mayor broma de todas. Había esperado a que Tazri descubriera la esperanza para luego destruirlo todo.

Edros alineados | Ilustración de Richard Wright

La llegada de Kozilek liberó a Ulamog. Los dos titanes sembraron el caos en medio del ejército zendikari. En un acto más reflejo que estratégico, Tazri ordenó a sus soldados que huyeran de Portal Marino antes de que todo se desmoronase. "Vamos a morir". Todos los preparativos, las victorias, los sacrificios... Todas las historias de esperanza y salvación que compartían los soldados... Todo quedó reducido a la cruel verdad que todos percibieron. "El fin siempre es más súbito y sangriento de lo que esperas". Kozilek había resurgido y con él habían llegado muchos finales horripilantes.

Los zendikari descendieron por la pendiente árida del exterior de Portal Marino; sus soldados habían abandonado casi toda semblanza de disciplina, sumidos en la desesperación y el miedo. Tazri los dirigió hacia la espesura de las colinas interiores, con la intención de reagruparse y planear lo que harían. Las hordas de Eldrazi siguieron atacándoles desde aire, mar y tierra, pero las dos mayores amenazas para sus vidas eran los dos titanes que andaban sueltos en Portal Marino.

Un gran estruendo retumbó detrás de ellos. Tazri y los soldados se giraron para ver qué había anunciado el estruendo. La colosal silueta de obsidiana de Kozilek abarcaba el horizonte. El titán de dimensiones imposibles devoraba la luz del cielo. Mirarlo directamente durante apenas unos segundos resultaba desgarrador y provocaba un dolor agudo tras los ojos de quienes se atrevían a hacerlo. Kozilek avanzaba en oblicuo hacia ellos y Tazri sintió alivio al ver que el titán pasaría a varias decenas de metros.

Kozilek, la Gran Distorsión | Ilustración de Aleksi Briclot

Pero a medida que Kozilek se acercaba desde el horizonte, una ola resplandeciente de algo se extendió por la tierra; era una onda translúcida y palpitante que surgía del titán en todas direcciones. La ola se precipitó sobre ellos y Tazri no tuvo tiempo ni de gritar cuando los cubrió.

El tiempo se ralentizó. La demencia se desató. La piel de Romoe se invirtió, arrancando y desgarrando el exterior de su cuerpo mientras implosionaba; su grito duró apenas un instante, hasta que por fin tuvo la suerte de morir. Cuando la onda atravesó a Magain, rejuveneció repentinamente, transformándose en un muchacho, luego en un niño, después en un bebé y finalmente en una mota que acabó por desaparecer, todo ello en cuestión de segundos. Debins se giró para huir y perdió la mitad izquierda de su cuerpo, que acabó segada y luego reducida a una mancha sanguinolenta en el suelo, triturada por una fuerza invisible; la otra mitad salió flotando por el aire, como si ya no estuviese atada al suelo ni a la realidad. La mitad de la cara que no acabó hecha trizas mostraba una expresión de sorpresa y terror totales, incluso mientras ascendía hacia el cielo.

Hemorragia de realidad | Ilustración de Chris Rallis

La onda alcanzó a Tazri. El halo de ángel que llevaba al cuello brilló con un calor dorado. El tiempo, que antes se había ralentizado, se estiró. Los sucesos y decisiones del pasado y el futuro destellaron en su mente, se convirtieron en sus pensamientos... Se convirtieron en su ahora. Toda su vida anterior se manifestó con un destello. Todo su porvenir se manifestó con un destello. El tiempo y el espacio se estiraron más y más, se tensaron. Se partieron. La realidad se detuvo.

Un destello


―¡Alto! ―Tazri levantó una mano y los vagones de la caravana de mercaderes se detuvieron con un traqueteo. Los guardias habían visto los cuervos sobrevolando en círculos las colinas occidentales. Mahir insistiría en seguir adelante, pero algo iba mal. "Para esto me paga: para gritarme cada vez que retraso sus valiosas entregas". Mahir apartó una cortina desde el interior del transporte, pero cuando vio la cara de Tazri, suspiró y la soltó. Aquel era su séptimo viaje trabajando para Mahir y hacía dos trayectos que la había nombrado capitana de su guardia, a pesar de que aún no había cumplido ni 20 años. Era la líder más joven que había tenido jamás, aunque no se lo había dicho, por supuesto. De todos modos, ella lo sabía. Y también sabía avanzar despacio y darse cuenta de que algo iba mal.

»Golamin, Rillem, id delante, uno por el lado norte y otro por el sur. Usad el cuerno si veis algo remotamente extraño y regresad de inmediato. Nada de heroicidades. Algo va mal. Romoe, conmigo. ―Los hombres asintieron y Golamin cabalgó por el norte del camino, y Rillem fue por el sur. Uno de los guardaespaldas gemelos de Mahir guiaba su vehículo. Tazri era incapaz de distinguirlos y tampoco hablaban el mismo idioma, así que se limitó a señalar a las elevadas colinas del este y a hacer un gesto como para permanecer alerta. Ninguno de los gemelos era especialmente avispado, pero esperaba que hubiera entendido las instrucciones. Se aseguró de que el resto de los conductores de la caravana tuviesen sus cuernos a mano. Cabalgó hacia el oeste y Romoe la siguió.

Atravesar el interior de Tazeem era la parte fácil. Los tritones casi siempre se mantenían alejados y, aunque los vampiros lanzaban ataques sobre la costa desde Guul Draz, rara vez se aventuraban tanto tierra adentro. Lo único que normalmente entorpecía aquella parte del trayecto era un báloth salvaje o alguna hondonada en el camino. Sin embargo, los cuervos sabían que ocurría algo inusual. O que ya había ocurrido. Tazri ignoró la mala sensación que tenía la invadía y siguió adelante.

Cimas aguja | Ilustración de Jonas De Ro

Se toparon con el primer cadáver tras coronar una colina que daba paso a una llanura cubierta de hierba. El cuerpo estaba partido en dos de arriba abajo. Era un vampiro más muerto que muerto. Los bordes de ambas mitades del cadáver estaban desgarrados y abrasados. "Una espada muy grande, y seguramente en llamas". Tazri no sabía quién prefería que hubiese ganado, si los vampiros o el otro bando.

Había más cadáveres cerca. Tazri y Romoe bajaron de los caballos, pero los sujetaron por las riendas. Los animales estaban inquietos. Los cuerpos eran de otros cinco vampiros, aunque sus muertes no habían sido tan violentas; solo los habían decapitado o se habían desangrado, en vez de estar partidos en dos y presentar quemaduras en cada corte. Tazri solo se había enfrentado una vez a un vampiro y habría muerto de no haber sido una lucha de cuatro contra uno. Aquel vampiro era más rápido y fuerte que ella, y mataba con una facilidad repugnante. No quería luchar contra alguien capaz de matar a seis vampiros con una espada en llamas.

Oyeron una voz femenina tarareando una melodía extraña, y entonces vieron a quién correspondía la voz. El ángel tenía la espalda apoyada en un saliente de rocas, con el cuerpo de perfil y retorcido. Le habían arrancado las dos alas de un lado y las otras dos estaban dobladas y rasgadas. Del costado manaba sangre y un leve brillo blanco. Había perdido mucha sangre. Tenía tajos y huellas de mordiscos en los brazos y el torso, y perdía aún más sangre por el cuello. Había tres vampiros muertos a sus pies, uno con una espada gigantesca ensartada en el pecho y otro con el cuello casi arrancado. El ángel giró la cabeza en dirección a ellos y, aunque todo su cuerpo estaba maltrecho, su halo seguía emitiendo un brillo dorado, hermoso y majestuoso.

El ángel tosió sangre y más resplandor blanco, salpicándose la barbilla y el pecho. "¿Cómo puede seguir viva?". Tazri nunca había contemplado a un ángel y admiró su belleza y su poder en silencio, asombrada.

―¿Podéis... ayudarme? ―Cada palabra mascullada provocó más tos, más sangre y más agonía. Tazri, quien había visto morir a muchos amigos y matado en su corta vida, quien jamás había derramado una lágrima durante un combate, empezó a llorar.

―No tenemos sanadores. ―Mahir nunca aceptaría pagar un tratamiento tan caro―. ¿Te llevamos con nosotros? ¿Puedes curarte tú misma? ―Tazri se dio cuenta de que la pregunta era absurda, pero pensar que alguien sería capaz de matar a nueve vampiros también sonaba absurdo. ¿Quién sabe qué podría hacer un ángel?

―Me... muero ―respondió negando con la cabeza―. Tardaré... días. Ayuda. ―El ángel miró la espada envainada en la cintura de Tazri. "No. ¡No!".

―Si resistes, podemos traer ayuda; regresaremos a Portal Marino o Yelmo de Coral y encontraremos a un... ―Tres toques de cuerno resonaron a lo lejos. "¡Ahora no!".

―Tazri... ―dijo Romoe tirando de ella.

―Podemos curarte, encontraremos a alguien... ―La mente de Tazri daba vueltas, desesperada por hallar una solución.

―Los vampiros... volverán ―la interrumpió el ángel, aunque su voz era débil y silbante―. Hay más. Tienen sanadores. Me mantendrán... viva... mucho tiempo. Por favor. Ayudadme. Acabad... conmigo. ―El ángel volvió a bajar la vista hacia la espada y luego miró a Tazri. Cuando sus ojos se cruzaron, Tazri vio en ellos dolor y anhelo. Anhelo de librarse del miedo y el tormento.

Los cuernos sonaron de nuevo, todos a la vez.

―Tazri, tenemos que volver. ¡Tazri! ―la apremió Romoe con preocupación.

Tazri se enjugó las lágrimas. Desenvainó la espada.

―¿Qué pretendes? Matar a un ángel no está bien. No lo hagas. Acabarás maldita. Todo el mundo lo sabe. Tazri, tenemos que volver. Tenemos que abandonarla. ―Romoe sonaba como el niño que casi era.

El ángel siguió mirándola con un gesto de dolor. Un hilo de sangre seguía saliendo de su boca―. El chico tiene... razón. Pagarás... un precio. Matarme... te afectará. No puedo... impedirlo. Lo... lamento. Por favor... hazlo. No me... abandones.

Los cuernos sonaron por tercera vez.

Tazri levantó su espada. El halo del ángel brilló con un blanco incandescente, un resplandor cegador, y Tazri oyó una voz hermosa dentro de su cabeza, aunque no consiguió distinguir ninguna de las palabras que dijo. Entonces, el halo se volvió tenue y el brillo se apagó. La voz calló repentinamente.

La empuñadura de la espada se volvió fría al tacto y Tazri la dejó clavada en el pecho del ángel, cuyo rostro mostraba una leve sonrisa de serenidad. La mala sensación y la angustia que sentía Tazri desaparecieron, pero también había desaparecido otra cosa, aunque no sabría decir qué. Se agachó para recoger el halo gris y apagado de los ojos del ángel, que se desprendió fácilmente del cuerpo. "Todas las cosas hermosas se rompen con facilidad". Tazri y Romoe subieron a sus caballos y regresaron entre el retumbo de los cuernos.

Un destello


Tazri tenía la cabeza baja y esperaba a que la llamasen. Contaba con que la despacharían enseguida. Las noticias volaban por las rutas de caravanas. En los últimos intentos de conseguir trabajo ni siquiera le habían dejado hablar. Solo le quedaba la posibilidad de buscar empleo como miliciana. Aquella idea la habría enfurecido tiempo atrás, pero ahora se limitaba a esperar sentada.

―Tazri. ―Levantó la cabeza al oír una voz grave. Tenía delante a un hombre de estatura media, pero de espalda ancha y fuerte, con piernas y brazos robustos: la constitución de un luchador. Incluso su postura transmitía un equilibrio y una fuerza naturales que ella asociaba con los buenos combatientes. La mayoría de los milicianos que había conocido eran gordos o viejos que solo podrían soñar con ser guardias de caravana. Contar con un soldado tan preparado decía mucho del tal Vorik.

―Soy yo, he venido a ver a Vorik. ―Odiaba el matiz de desesperación que había en su voz y la idea de que estaba dispuesta a servir a una panda de burócratas sedentarios que probablemente pensasen en su próximo almuerzo como en una gran aventura.

Pero odiaba aún más la posibilidad de no conseguir el trabajo. La de estar sola.

Baluarte fortificado | Ilustración de David Gaillet

El hombre sonrió. Hacía unos pocos años, tal vez habría sido capaz de hacer que el corazón se le acelerase―. Soy Vorik. ¿A qué has venido?

Vaciló y dudó por dónde empezar. Incluso dudó cómo empezar. Se quedó mirando a Vorik en silencio. Siempre podía buscar otros empleos, ¿no? Había más milicias aparte de la de Portal Marino. Repasó rápidamente a quién más conocía, quién podría...

―Hace cuatro años eras la capitana más joven de las caravanas de Tazeem, la gran joya de Mahir, quien nunca deja marchar a sus mejores empleados. Eras mortífera con la espada... ―Echó un vistazo a la cintura de Tazri―. Mm, ¿una maza? Un arma brutal y difícil de manejar bien.

―También soy mortífera con la maza. ―Una chispa se encendió en su interior y se levantó para mirar a Vorik a los ojos―. Puedes comprobarlo si quieres. Ya no lucho con espadas.

―Me parece bien. ―Ahí estaba de nuevo esa sonrisa, aunque esta vez solo le pareció irritante. No hacía falta que le recordasen la vida que había llevado ni lo que había perdido.

»Pero entonces ocurrió algo y Mahir te despidió. Y lo mismo hicieron los cinco mercaderes siguientes, que creyeron que habían encontrado una oportunidad irrepetible. La increíble Tazri, que ya no era tan increíble. Como iba diciendo, ¿a qué has venido?

Quería decírselo: "Ya no sueño. No es que no recuerde mis sueños. Es que no los tengo. Antes soñaba con los lugares que había visto siendo guardia, con mis padres, con combates, amoríos y miedos. Pero ahora solo hay un vacío desde que me echo a dormir hasta que despierto, y ese vacío sigue ahí cuando me levanto. Está ahí ahora mismo, siempre, y no sé cómo llenarlo. ¿Cómo puedo reemplazar algo cuyo nombre ya no conozco?

Quería decirle todas esas cosas, pero no pudo, así que no lo hizo. En vez de eso, esperó.

―Da la casualidad de que prefiero a los soldados que no hablan mucho. Y entiendo a los soldados que necesitan tiempo para poner sus asuntos en orden. Como todo el mundo, Tazri. Me vendría bien una luchadora como tú; una líder como tú. Sé las cosas de las que eres capaz. ¿Puedes volver a ser esa líder?

Tazri asintió en silencio. Si fuese capaz de llorar, lo habría hecho a lágrima viva. Sin embargo, siguió asintiendo, con la esperanza de volver a ser aquella persona, mientras que una parte de ella sabía que Tazri había desaparecido para siempre.

Un destello


―... esperanza. Creo que las cosas no tienen por qué acabar así. Tengo la esperanza de que Zendikar logre sobrevivir. Gideon Jura, tú me has dado esperanza.

Cada vez que Vorik pronunciaba la palabra, ella sentía que le clavaban una espada en el pecho. Esperanza. ¿Acaso la vida se estaba vengando por su incapacidad para ayudar a Vorik?

"Me salvaste, pero yo no puedo salvarte a ti".

Y en verdad la había salvado. Había trabajado para él durante quince años. Quince buenos años en los que había logrado convertirse en su mano derecha. Nunca volvería a ser la líder del pasado, cuando era joven y tenía una vida fácil; hasta que se encontró con el ángel. Aun así, gracias a la ayuda, la paciencia y la confianza de Vorik, había encontrado otras formas de resultar útil. De que los demás la considerasen útil.

Médico de los Refugios Pedregosos | Ilustración de Anna Steinbauer

Estaba perdida en la ciénaga de su propio dolor cuando las palabras de Vorik atravesaron la desesperación que sentía―. Cuando yo no esté, tú liderarás a esta gente. Recuperarás Portal Marino, comandante general Jura.

―No ―masculló Tazri con la mente dando vueltas. Se sintió traicionada por Vorik y por sí misma.

"¿Cómo has podido elegir a otro como tu sucesor?".

"¿Por qué no he encontrado la forma de ser la persona que era? ¿Cómo he podido decepcionarte una y otra vez?".

Pensó ambas cosas al mismo tiempo. Vorik siguió hablando, pero ella no pudo entender ninguna de sus palabras, sumida en su conflicto emocional. Sus labios actuaron sin depender de su mente y continuaron mostrando una máscara de resistencia mientras la pena y la ira la consumían por dentro.

"Va a morir. Va a morir y pronto desaparecerá. ¿Qué te quedará entonces? ¿A quién adorarás?".

Y entonces, Zendikar será lo siguiente. Vorik morirá. Zendikar morirá. La única persona que no morirá eres tú. Porque moriste hace mucho tiempo. Pronto no quedará más que un vacío, como tú.

Aquel pensamiento espeluznante la reconfortó, llenó su vacío aunque solo fuese por un instante.

Destellos y más destellos


Contorsión espacial | Ilustración de Daarken

Tazri gritó mientras la realidad se desmoronaba. Evocó los recuerdos... No, experimentó las auténticas vivencias de su pasado en el ahora; todos los momentos ocurrieron simultáneamente, como una exhibición caleidoscópica que se desplegase hasta el infinito. El halo que llevaba al cuello, el halo del ángel, se volvió de un blanco incandescente y el calor la abrasó. Y mientras su mente trató de refugiarse de la tormenta centelleante del pasado, sufrió el asalto del futuro...

Un destello


Tazri mostró una amplia sonrisa cuando su maestro levantó a Gideon, apresado en su puño. Gideon gritó y un escudo dorado destelló a su alrededor antes de desaparecer. Su maestro era el señor del tiempo y el espacio, y no toleraría semejantes indecencias.

Llamar a los Guardianes | Ilustración de Yefim Kligerman

Los cadáveres de los demás entrometidos yacían cerca. Habían decidido librar allí su batalla final, y la contienda fue breve e irrisoria. Allí estaban los restos calcinados de la maga de fuego, que se había consumido a sí misma en un vano intento de dañar al maestro de Tazri. Allí estaba el cascarón marchito de la elfa, que había tratado de unir su esencia con el mundo y acabó compartiendo su destino. Y allí estaba el cuerpo mutilado del mago mental, que había conjurado cientos de ilusiones como truco final, solo para observar horrorizado cómo se volvían contra él y perforaban su cuerpo de lado a lado con sus espadas ilusorias mientras pronunciaban un nombre con cada estocada: "Kozilek".

Kozilek. El nombre llenó la mente de Tazri, llenó su vacío y por fin la completó. Apenas podía recordar la onda resplandeciente y translúcida que la había envuelto, que había matado a todos sus falsos amigos pero la había dejado con vida a ella, sin recordar nada. Lo único que conocía cuando recuperó la consciencia era el nombre que resonaba en su mente cuales campanadas divinas: Kozilek. Kozilek. Kozilek. Todo había cobrado claridad. Había luchado por Kozilek y visto al ejército de su maestro barriéndolo todo ante ellos, hasta culminar en aquella jornada victoriosa.

El regreso de Kozilek | Ilustración de Lius Lasahido

No había rastro de Ulamog y su estirpe. Quizá los hubiesen matado, o tal vez se hubieran marchado; pero eso carecía de importancia. Lo único que quedaba en el campo de batalla eran las leales huestes de su maestro. Y el último enemigo. El último invasor forastero que debían eliminar: Gideon Jura.

Gideon Jura no la había agradado en su vida anterior, antes de que Kozilek la salvase. Pero ahora tenía incluso más motivos para odiarle. Su mera presencia de oposición la ofendía. ¿Cómo osaba un ser tan frágil e insignificante cometer la temeridad de desafiar al mismísimo señor de la realidad? Gideon Jura tenía que ser castigado.

Kozilek lo estrujó, y ningún cuerpo mortal habría podido resistir semejante presión. Gideon Jura reventó y un saco sanguinolento de carne desgarrada y huesos rotos se desplomó sobre la tierra cinérea, donde se unió a los cadáveres de sus amigos. Tazri lo celebró y brincó, eufórica por haber sido testigo de aquella gloria.

Un extraño sonido vibrante se oyó en sus oídos. No procedía del cielo ni de la tierra. Procedía de su interior. El zumbido creció y se intensificó, y Tazri solo pudo distinguir poco a poco de qué se trataba.

Sonaba como una risa. La risa de Kozilek.

El sonido resonó por todo el orbe. Tazri compartió la dicha de su maestro, pero no podía percibir la causa de aquel júbilo. Kozilek levantó un brazo y provocó una onda en el espacio... Y Gideon Jura volvió a aparecer ante ellos, intacto y resucitado. El puño de Kozilek lo apresó de nuevo, y por su terror y sus gritos estaba claro que Gideon Jura lo recordaba. Recordaba su muerte... e iba a morir otra vez. Kozilek cerró el puño y Gideon Jura sucumbió al abrazo de la muerte una vez más.

Tazri chilló con deleite. Ahora entendía el júbilo de su maestro, soberano del tiempo y el espacio. ¿Qué esfuerzo le suponía manipular una pequeña parte de aquellos materiales con tal hacer sufrir a un enemigo insolente? Podría hacerlo una y otra y otra vez.

Hubo una nueva sacudida, una nueva onda, y Gideon Jura renació otra vez, y sus alaridos de pánico fueron deliciosos.

Un destello


La tormenta bramaba. Las nubes fractales de bismuto escupieron edros encantados, mientras motas de extrángulos lloviznaban sobre cuerpos asimétricos demasiado pesados en la parte superior.

No podía conseguirlo. Era un esfuerzo infructífero.

Durante los primeros diez mil años tras la desaparición de Kozilek, Tazri había utilizado sus nuevos poderes para tratar de llevar a cabo la reconstrucción. Sin embargo, Kozilek era un mal creador, a diferencia de su congénere mayor, y los dones de Tazri eran una burda imitación de los de su maestro.

Al principio pensaba que era solo una cuestión de talento, de mejorar. Por supuesto que no sería capaz de recrear todos los detalles de Zendikar en el primer intento. Resultaría imposible. Pero ¿y al centésimo intento? ¿O al milésimo? Si seguía mejorando, sería inevitable que tarde o temprano recrease Zendikar a la perfección.

Yermos | Ilustración de Raymond Swanland

Y entonces él regresaría. Una vez que reformase Zendikar, el plano lo atraería como la primera vez. Tenía que suceder.

Solo necesitaba tiempo, y todo el tiempo que existía estaba a su disposición.

Finalmente se dio cuenta de cuál era el fallo en su razonamiento. Todavía era demasiado humana, incluso milenios después. Aunque su cuerpo y su mente habían experimentado grandes transformaciones durante el glorioso reinado de Kozilek, demasiadas partes de ella seguían siendo imperfectas, débiles. Tras la desaparición de Kozilek, poseía un poder y un control inmensos y dominaba a todos los estratos de autómatas. No obstante, era obvio que no podría alcanzar su meta usando solo su voluntad... Porque era humana.

Y los humanos nunca deberían aspirar a tener ambiciones divinas.

Vaciador de esencias | Ilustración de Chase Stone

¿Y si, en vez de tratar de dirigir el cambio, se limitase a proporcionar el entorno adecuado para el cambio? Si conseguía crear las condiciones iniciales necesarias, los materiales se transformarían con el tiempo en el Zendikar correcto, tal como se debió de formar el Zendikar original.

De nuevo, solo era cuestión de tiempo.

Su última obsesión era el clima. Sin embargo, incluso los experimentos más simples no daban los resultados que esperaba, mientras que cualquier incursión en sistemas más complejos derivaba rápidamente en un caos descontrolado. No había patrones ni belleza... ni posibilidad alguna de que Zendikar volviera a formarse.

Respiró hondo por qué sigues siendo tan humana, deja de respirar, no necesitas respirar y volvió al trabajo.

Quería que regresara. ¿Por qué me abandonaste? ¿No fui buena soldado? Ganamos. ¿Dónde estás? ¿Me extrañas? Quería recuperar su risa, su presencia reconfortante. Quería que volviesen a llenar su vacío. Seguiría intentándolo, mejorando y comprendiendo. Giró la cabeza hacia la extraña lluvia y la sintió caer en sus mejillas simuladas.

Un destello


Las estrellas y el sol habían muerto y se habían apagado hacía mucho tiempo. Nada se movía ni se alteraba.

Tazri yacía en las profundidades de la tierra, envuelta en capullos de energía y patrones. Habían pasado miles de millones de años desde que acumuló toda la energía que pudo reunir, decidida a esperar todo el tiempo que pudiese.

Kozilek regresaría. Lo sabía. Solo tenía que estar allí cuando llegase.

Dormía la mayor parte del tiempo, pero necesitaba despertar ocasionalmente para reajustar sus capullos y asegurarse de que no perecería durante su siguiente letargo. Necesitaba conservar toda la energía posible; para amenizar la espera, se contaba historias. Al final se conformó con repetir su historia favorita: el día en que Gideon murió.

Contaba la historia una y otra vez, evocando el fin de todos los forasteros, y luego todas y cada una de las muertes que Gideon sufrió aquel día casi infinito.

Contar el relato requería mucho mucho tiempo... Y cuando terminaba, volvía a empezar. Cada vez que pronunciaba las palabras, recordaba el calor de la risa de Kozilek y lo completa que se sentía ante su presencia.

Aunque habían pasado billones de años desde la última vez que lo vio, sabía que volvería a hacerlo. Y entonces todo estaría bien.

Y en el vacío intermedio, dormiría y se contaría sus historias. No necesitaría nada más hasta que Kozilek regresase.

―Esta es la historia del día en que Gideon murió.

Destellos y más destellos


La mente de Tazri se desintegraba bajo la presión. ¿Qué mortal podría resistir al vislumbrar el infinito? En lo profundo de su mente hecha estragos, una parte de ella se preguntó cómo era posible que aún no se hubiese derrumbado, rendido al gran vacío.

El brillo del halo del ángel se intensificó.

Había algo... reconfortante en aquel resplandor. Algo que la protegía del terror, un remedio que curaba las picaduras más profundas de la demencia. De no haber sido por el calor y el poder del halo del ángel, se habría precipitado en un abismo de locura del que no podría escapar.

El halo vibró y se hizo más denso, su luz resplandeció cada vez más fuerte, con una blancura casi absoluta que llenó el vacío.

La luz blanca centelleó y el resto del mundo desapareció.

Tazri... ¿estaba de pie? ¿Flotaba? Existía. Existía en un plano blanco y uniforme. Sus soldados, los Eldrazi, Zendikar y todo lo demás se habían desvanecido.

Los recuerdos desaparecieron de su mente. Había visto un futuro, un porvenir... horripilante, como un delirio del que no podría regresar, oscuro, interminable y terrorífico. Intentó recordar el sueño, pero se desintegró cuando trató de reclamarlo. Se sintió aliviada por perderlo.

Una pequeña parte de la blancura infinita se arrugó, cobró forma. Primero vio un semblante perfecto, seguido de un cuerpo con brazos, piernas y cuatro alas espléndidas, dos a cada lado, desplegadas y largas.

Don angelical | Ilustración de Josu Hernaiz

Era el ángel que había matado 20 años atrás. "Hace una infinidad", susurró un pensamiento pasajero. Para su sorpresa, Tazri comenzó a llorar.

―¿Dónde estoy? ¿Cómo es esto posible? ―preguntó señalando alrededor con un brazo.

El ángel sonrió y su brillo cubrió a Tazri. Más miedos y recuerdos desaparecieron de su mente, dispersos bajo el calor y el amor de aquella sonrisa. Aunque el rostro y los labios del ángel no se movieron, Tazri oyó una voz amable en su cabeza.

―Estamos fuera del tiempo, Tazri. Fuera de los dominios de Kozilek. Bajo su influencia, sentiste que la plenitud del tiempo se reducía al ahora. La forma más breve de salir del ahora fue liberarte del tiempo. Aquí estás a salvo.

Al oír la palabra Kozilek, Tazri se estremeció, pero ya no podía recordar por qué. El nombre resonó como un tañido de campanas oscuras que vibraron no solo en su cabeza, sino en todo su cuerpo, en lo más profundo de ella. No pudo distinguir si se trataba de una sensación de terror extremo o de gran deleite.

Era ambas cosas. Un abismo que amenazaba con volver a abrirse ante ella, en el que podría zambullirse para no volver jamás...

La cara del ángel volvió a aparecer frente a ella, sonriendo y haciéndola volver en sí misma.

―Has estado gravemente herida, Tazri, durante muchos años. Ha llegado el momento de que te recuperes; demasiado tiempo ha pasado.

Recordó su crimen. Había atravesado al ángel con su espada. Había dado muerte a una criatura tan pura y hermosa. ¿Cómo podía pasar aquello sin castigo?

―Debo sanarte...

―¡No! ―Tazri se sorprendió con la ferocidad de su propia respuesta. ¿Cuándo había tenido por última vez un sentimiento tan claro y fuerte? ¿Tan puro?

»¡Yo decidí hacer el sacrificio! Me advertiste que habría consecuencias, pero lo hice de todos modos. Pagué el precio por voluntad propia. ¡No puedes arrebatarme eso! ―Por fin comprendió plenamente lo que había perdido durante los últimos veinte años. Nunca había sentido confianza, ni deseos, ni alegría. Nunca había vivido por completo en el presente, luchando por un futuro mejor. Nunca había sentido esperanza.

Había perdido muchas cosas. "¡Pero fue por decisión mía!".

―Tazri, has sufrido para toda una eternidad. Has sufrido suficiente. Estás perdonada.

―No necesito tu perdón ―gruñó Tazri.

―El mío no: el tuyo.

Veinte años atrás Tazri había matado a un ángel y algo se había roto dentro de ella. Ahora se estaba uniendo. Reformándose. Volviéndose pleno. Las lágrimas afloraron, pero no solo eso: todas las emociones dormidas durante años regresaron de golpe. Tazri se encogió bajo la tormenta. "¿Cómo puedo sobrevivir a esto?". Hubo una pausa. "Has sobrevivido a cosas mucho peores". Hizo acopio de fuerzas y confianza al oír la voz, pero poco a poco se percató de que era su propia voz.

―El campo de influencia de Kozilek está atravesándote, Tazri. El tiempo seguirá avanzando. Y tú seguirás avanzando.

Resistir | Ilustración de Magali Villeneuve

La realidad empezó a ocupar el espacio blanco en la mente de Tazri. Allí estaba Kozilek. Y Ulamog. Los titanes sembraban el caos. Gideon y sus amigos habían desaparecido, o fallecido. "¿Cómo puede ganar Zendikar? ¿O sobrevivir?".

―Kozilek es capaz de influir en el tiempo y el espacio, Tazri. Es la verdad. Es su propósito. Pero el tiempo y el espacio no son más que dos dimensiones del conjunto de la existencia.

La voz empezaba a desvanecerse, al igual que la luz blanca que inundaba sus sentidos. La auténtica realidad comenzaba a aparecer en los límites de su percepción.

―No lo entiendo. Ayúdame, por favor.

―A pesar de todo su poder y su dominio, Kozilek jamás podrá hacer lo que hiciste hace veinte años. Su estirpe y él no pueden manipular ni comprender esas dimensiones. Pero tú eres capaz. Tú que has amado. Tú que has sacrificado tanto por un ser vivo al que no conocías. Tú que te apiadaste de un ángel moribundo y estuviste dispuesta a pagar el precio. El tiempo y el espacio son dominios menores comparados con los reinos del amor y la misericordia. ―La voz apenas era un susurro y la blancura se había reducido a una pequeña esfera alrededor de ellas. La silueta del ángel se desvanecía.

»No recordarás mucho de este interludio. No podrías hacerlo y permanecer íntegra. Pero recuerda esto. Puedes ganar. Debes ganar. No hay otra alternativa. ―Y entonces la hermosa voz desapareció y la realidad regresó con un estallido de truenos y llamas.


Los rayos y el fuego cayeron del cielo sobre las hordas de Eldrazi cercanos al dique devastado de Portal Marino. Dondequiera que Tazri mirase había camaradas muertos, cuerpos que segundos antes estaban vivos y trataban de huir; ahora estaban esparcidos como cascotes tras el paso de un temporal. No entendía lo que acababa de ocurrir. Habían escapado de la catástrofe y se habían girado para contemplar la temible silueta de Kozilek... Pero luego había un espacio en blanco, un parpadeo momentáneo, y ahora todos sus soldados habían muerto. Buscó a Kozilek con la vista, pero ya estaba a mucha distancia, caminando cada vez más lejos. Era como si de algún modo se hubiera teletransportado en un instante.

Presenciar el fin | Ilustración de Igor Kieryluk

Al fuego y los relámpagos se unieron columnas de tierra que surgieron del suelo para aplastar y pulverizar a los Eldrazi. Tazri vio a cuatro personas detrás de ella, lideradas por un tritón que conocía: Noyan Dar. El mago de la Turbulencia levantó los brazos y unas llamas impulsadas por el viento desataron un infierno en los alrededores, canalizando torrentes de fuego contra los Eldrazi mayores. Uno de ellos se retorció y un campo de luz se interpuso entre él y la furia de la tierra. La marea de tierra y fuego se desvaneció en el campo y reapareció en otro portal brillante que apareció detrás de Noyan y sus magos. Tazri no tuvo tiempo para gritar una advertencia y el asalto elemental barrió a los magos de la Turbulencia, devorándolos.

Fauces de Kozilek | Ilustración de Daarken

Acabó con todos ellos... excepto con uno. Una columna de roca y tierra surgió a toda velocidad entre la masacre, elevando a Noyan Dar. El tritón salió catapultado a decenas de metros sobre el suelo y, aunque sus poderes eran prodigiosos, Tazri solo pudo imaginar un desenlace letal para aquella caída. Noyan estaba en caída libre y se agitaba para tratar de lanzar un último hechizo, pero una silueta oscura descendió en picado y lo interceptó antes de que se estrellase contra el suelo.

La silueta oscura vino acompañada de cientos más, oleadas de soldados voladores y terrestres que se dispusieron a masacrar a los engendros eldrazi. Tazri distinguió las formas horripilantes de los vampiros, pero también había humanos, kor, elfos y tritones. Vio a Munda y a muchos otros conocidos. Y la silueta voladora que había salvado a Noyan era...

Drana, liberadora de Malakir | Ilustración de Mike Bierek

Drana. A Tazri nunca le había caído bien la reina vampira. Era fría, arrogante, con una presencia que recordaba a la de un cocodrilo: tranquila y plácida hasta que se convertía en una fuerza repleta de dientes y agresividad y te mataba. No confiaba en ella, pero sintió euforia al ver a la señora de los vampiros. Drana bajó a Noyan y aterrizó ante Tazri. La aversión en los rostros de ambas era evidente, pero también había otra cosa.

Las dos transmitían inseguridad, dudas. "Es Kozilek. Kozilek perturba cualquier equilibrio". Tazri supuso que los demás no habían sido alcanzados por la misma onda resplandeciente que la había afectado a ella. De lo contrario habrían muerto, seguramente de forma horrible; además, seguía sin comprender cómo había sobrevivido ni por qué era incapaz de recordar nada de aquella experiencia. Sin embargo, no era necesario haberse interpuesto en el camino de Kozilek para sentir su efecto. Toda la realidad temblaba ante él.

La llegada de las tropas de Drana y Munda había vuelto las tornas de la batalla temporalmente. Por primera vez desde que Ulamog había roto sus cadenas, los zendikari no estaban acorralados por los monstruos eldrazi. Aun así, la situación seguía siendo desesperada. Estaban casi rodeados y habían perdido a más de la mitad de sus soldados. Sin un plan definido, tendrían suerte si uno de cada diez de ellos lograse sobrevivir. Y entonces Zendikar estaría realmente perdido. En medio del caos y la muerte, alguien tenía que asumir el liderazgo.

Hubo un breve momento de duda. "¿Quién soy yo para ocupar ese cargo?". Pero la voz dubitativa cayó, sustituida por una voz que había desaparecido veinte años atrás, pero que le resultó familiar a pesar de todo el tiempo que había transcurrido. "Soy Tazri. He luchado y sangrado por Zendikar. He servido a Vorik durante quince años y aprendido a dirigir un alto mando. Estoy aquí por mi gente y mi tierra. Soy Tazri, y con eso basta".

En las profundidades de su mente reverberó el sonido de una voz melodiosa y pura, y Tazri se sintió pletórica de fuerzas cuando asumió el mando.

―Drana, ¿cuántos de los tuyos quedáis?

Drana la observó sin mediar palabra, quizá conmocionada por lo que había ocurrido o reticente a reconocer el liderazgo de Tazri. O tal vez por ambas cosas.

Tazri la miró con severidad, sin ira, pero de forma autoritaria. Drana entrecerró los ojos y una ligera sonrisa depredadora regresó a su rostro, pero respondió―. Un millar. Son guerreros fuertes, pero no es fácil luchar contra los engendros de Kozilek. El poder y la fuerza... no son suficientes. ―El aire de angustia volvió a reflejarse en los ojos de Drana, aunque la sonrisa inquietante no desapareció.

Se giró hacia Noyan y le hizo la misma pregunta. Si Drana tenía aspecto de preocupación, el poderoso mago Noyan Dar parecía completamente consternado―. Han... Han muerto. Casi todos. Los supervivientes no están en condiciones de luchar. No... ―Noyan se desmoronó y rompió a llorar. Tazri quería acompañarle y llorar por los muertos, pero los vivos necesitaban una respuesta diferente.

―Noyan, ahora no puedes hacer nada por ellos. Te prometo que los vengaremos y que traeremos esperanza a los vivos. ¡Noyan! ―El tritón levantó la cabeza.

―De acuerdo, Tazri. Te seguiré. ¿Qué quieres que haga? ―El dolor de Noyan había dado paso a la furia. Furia y determinación. "Perfecto".

―Necesito una gran grieta que nos separe de los Eldrazi que pululan alrededor de Portal Marino. Allí han muerto todos o están acabados. No podemos hacer nada por ellos, pero aquí seguimos siendo miles.

―Muy bien, puedo conseguirlo, aunque necesitaré tiempo, sobre todo si tengo que hacerlo solo.

―No estarás solo, pero ponte manos a la obra. Munda, prepara a las tropas. Nos vamos de aquí. Si alguien no está en condiciones de moverse, lo dejaremos aquí.

―¡No puedes...! ―Munda no ocultó su ira.

Refuerzos aliados | Ilustración de Matt Stewart

―Puedo hacerlo y lo haré. Si nos quedamos aquí, moriremos. Los heridos de gravedad morirán hagamos lo que hagamos. Tenemos que sobrevivir. Somos la única esperanza de Zendikar. ―Munda guardó silencio y la miró con dureza. No estaba acostumbrado a una Tazri tan contundente. Pero había servido a su lado, la conocía. Finalmente asintió y se marchó para preparar a los demás.

―¡Drana! ―La reina vampira estaba dando órdenes a sus tropas, pero se giró lentamente, mostrando una sonrisa lánguida todo el tiempo.

»Envía exploradores por aire y que comprueben si en los alrededores quedan grupos de guerreros capaces de luchar. Y que busquen a Gideon. Necesitamos la ayuda de él y los suyos.

―Bah. Gideon ha muerto. O pronto lo hará. ―La voz de Drana rezumaba desprecio.

―No, está vivo y vamos a encontrarlo. ―Muchos de los soldados cercanos reaccionaron y la esperanza se encendió en sus ojos, donde antes solo había desesperación. Tazri se sorprendió de lo confiada que estaba. Pero tenía la certeza de que Gideon seguía vivo. Le necesitaba para que su ejército tuviese una probabilidad razonable de ganar aquella guerra. Por lo tanto, Gideon estaba vivo. Ese razonamiento le habría parecido un disparate hacía apenas unas horas. "La confianza irracional es el mayor regalo que un líder puede dar a su gente".

»Pon en marcha a los exploradores, Drana.

―Vaya con la aprendiz de general... A vuestras órdenes, general Tazri. Pero tengo una pregunta... ¿Por qué tendría que hacerte caso? Si me interesase cualquier opinión, te aseguro que la mía me parece la más convincente.

"General Tazri"... Lo había dicho con desdén, pero le gustó cómo sonaba. "Habrá que probar suerte". Se acercó más que nunca a Drana y le susurró al oído.

―Eres más poderosa que yo. Seguramente seas la más poderosa de todos nosotros. ―Drana adoptó una sonrisa de falsa modestia―. Tu gente habla, Drana. Sabemos lo que conseguiste y lo que puedes conseguir. Pero sabes que mientras los vampiros de Guul Draz te sigan, el resto de Zendikar nunca lo hará. La gente tiene demasiado miedo de ellos. De ti. Así que yo seré la líder. Si quieres, considérame una testaferro. Podremos matarnos la una a la otra cuando los Eldrazi hayan muerto. Hasta entonces, yo lideraré este ejército. Pero para eso necesito que colabores. Zendikar necesita tu ayuda. Por favor. ―Tazri se percató de que contenía el aliento y espiró lentamente. "Se acabaron los miedos. Nunca más".

Drana se apartó de ella y la observó; su sonrisa había desaparecido. Tazri percibió en sus ojos la presencia de algo antiguo y sobrenatural, un aspecto intimidatorio que la habría hecho caer de rodillas apenas una hora antes. He vivido durante una eternidad, pequeña. Tu efímera existencia no es más que una mera gota de rocío para mí. Tazri no supo de dónde procedía aquel pensamiento ni entendió su significado, pero la reconfortó y la hizo sonreír.

Drana parecía cada vez más inquieta y apartó la mirada.

Cuando volvió a mirar a Tazri, había recuperado su aire de superioridad y su sonrisa siniestra. Pero Tazri supo que fingía. "Hora de insistir".

―Y otra cosa, Drana. Necesito que le des fuerzas a Noyan Dar. No queda ningún mago de la Turbulencia que pueda ayudarle, así que tendrás que ser su fuente de energía. Necesito que colabores con él.

Sintió la furia de Drana, contempló las múltiples posibilidades que ofrecía la realidad, y algunas de ellas mostraban finales muy breves y sangrientos para ella. Sin embargo, se centró en la posibilidad que quería, en el desenlace que necesitaba.

―Como ordenes, general Tazri ―dijo Drana tras una larga pausa, con sinceridad. "Al menos por ahora".

Los Eldrazi volvían a agruparse en las afueras de Portal Marino. Aunque Ulamog y Kozilek se habían marchado, había suficientes engendros como para suponer una amenaza―. ¡Noyan, necesito ese hechizo ahora mismo!

Ulamog y Kozilek estaban libres y devastándolo todo. Habían perdido a la mitad del ejército zendikari. Gideon estaba en paradero desconocido. Y Tazri había pasado casi la mitad de su vida en una niebla que acababa de disiparse, y todo gracias a un acto de piedad por el que había pagado un alto precio.

Pensó en ello y descartó sus dudas. "Quiero estar aquí. Este es mi propósito".

La batalla por Zendikar no estaba perdida. Este era el auténtico principio. Y Zendikar iba a vencer. Escuchó el hermoso canto de un ángel, y la general Tazri sonrió.

General Tazri | Ilustración de Chris Rahn


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