Historia anterior: La desgracia para la que nacimos

Chandra Nalaar estuvo en Zendikar en el momento en que la batalla se sumió en el caos. El demonio Ob Nixilis había recuperado su chispa de Planeswalker y despertado a Kozilek, provocando la destrucción de Portal Marino. Ahora hay dos titanes eldrazi sueltos en Zendikar y sus habitantes se han dispersado. Chandra está decidida a reunirse con sus compañeros, pero aún no ha podido encontrarlos en medio de toda la vorágine... Ni tampoco al demonio vengativo.


Chandra trepó por un saliente de rocas y observó en busca de dos rostros en particular, pero solo vio destrucción y una desbandada. Kozilek y Ulamog vagaban por la región, dejando a su paso dos estelas de tierra en ruinas. No se inmutaron cuando les lanzó una llamarada, pero le dio la sensación de que se volverían contra ella y la devorarían si los molestase lo suficiente.

Había surcos de corrupción entrecruzándose en el campo de batalla, que indicaban la trayectoria de los engendros. Los vástagos eldrazi ya no tenían muchos humanoides a los que perseguir. Muchos zendikari habían huido cuando Kozilek resurgió y rompió el dique de Portal Marino. Muchos habían sido consumidos. No había señales de los rostros que Chandra buscaba.

Tampoco había rastro del demonio que había provocado todo aquello.

―¡Gideon! ―gritó una, dos y tres veces, cada vez más alto y forzando la voz.

Un sonido chirriante y crepitante anunció la llegada de un enjambre eldrazi por una colina elevada. No tardarían en verla. Parecían demasiados como para plantarles cara ella sola.

Apretó los ojos con fuerza y pensó "¿Jace?" lo más claramente que pudo. Sintió al instante que acababa de hacer el ridículo.

No hubo respuesta, ni mental ni de ningún otro tipo.

Chandra entreabrió los ojos y miró a los seres que se acercaban. Tenían demasiadas rodillas y codos, con ojos sin párpados alojados en las articulaciones. Miró detrás de ellos, pero el camino desaparecía y daba paso a un valle resplandeciente de tierra devastada por los Eldrazi. Se irguió y se plantó ante la marabunta con los pies separados. Se puso las lentes para protegerse los ojos e inclinó la cabeza a un lado, haciendo crujir el cuello.

Cuando se colocó en posición, pisó algo metálico y echó un vistazo al suelo. Era un broquel de gran tamaño semienterrado en el barro. Volvió a prestar atención a la columna de Eldrazi y se agachó sin perderlos de vista para recoger el escudo. Estaba abollado, pero lo reconoció.

Falange de Gideon | Ilustración de James Ryman

Tragó saliva con esfuerzo. Se tocó la frente con el escudo por un momento y sintió un picor en la garganta. Apretó el broquel metálico entre sus puños hasta que los bordes se tornaron rojizos.

Por algún motivo, las caras de sus padres aparecieron en su mente. Nunca había llegado a comprender por qué pensaba en ellos en momentos tan extraños; simplemente acudían a ella. Su aspecto nunca envejecía, siempre tenían la misma edad que cuando los vio por última vez, durante su infancia en Kaladesh. Nunca pensaba en sus últimos momentos; no veía a su padre cayendo de rodillas con un cuchillo clavado en el vientre, ni la bufanda de su madre cubierta de barro y chamuscada mientras la aldea donde vivían era devorada por las llamas. Solo los veía mirándola con ojos de padre y madre, bondadosos y orgullosos.

Los dientes le rechinaron. Había llegado a Zendikar demasiado tarde.

―Eh, maga de fuego ―dijo una voz de mujer a sus espaldas desde un desfiladero que había por debajo.

Se giró hacia ella.

―¿Es el escudo del comandante-general? ―Una mujer alta y con armadura de placas la observaba entre las zanjas de la corrupción de Kozilek. Pegados a la pared que tenía junto a ella había un pequeño grupo de zendikari; casi todos parecían exploradores y soldados de infantería, y muchos estaban heridos.

General Tazri | Ilustración de Chris Rahn

Chandra volvió a fijarse en el enjambre que se aproximaba lentamente hacia ella. Descendió al desfiladero y sostuvo el escudo a la altura del pecho―. Es de Gideon. ¿Sabes qué le ha ocurrido?

―Luchó contra el demonio ―respondió la mujer―. Fue una derrota aplastante...

Chandra se vino abajo.

―Pero está vivo ―añadió la mujer.

―General Tazri, no lo... ―intentó intervenir uno de los exploradores.

―Está vivo ―aseveró Tazri.

―General, tengo que encontrarlo cuanto antes ―dijo Chandra.

―Nosotros también lo necesitamos ―comentó Tazri. Rasgó un trozo de tela con los dientes y se agachó para vendar con firmeza la pierna de un kor―. El demonio se lo llevó, a él y a otros dos.

―¿Se lo llevó? ¿A dónde?

―Se dirigía hacia unas cavernas ―respondió otro explorador. Tenía ojos y colmillos de vampiro. Señaló en dirección a un acantilado rocoso en la lejanía―. La entrada está allí, en la grieta entre esos dos picos. Está a pocos kilómetros por aire.

―Gracias ―dijo Chandra. Se aseguró el broquel en el brazo y se dispuso a trepar por los minerales brillantes para salir del desfiladero.

―Un momento ―la llamó Tazri. Ladeó la cabeza hacia su grupo―. Tengo heridos que atender. No estamos en condiciones de ir a rescatarlo.

―Ya veo... ―Chandra se preguntó qué tenía que ver eso con ella―. Iré yo a buscarlo. Quedaos aquí.

―¿Y qué hay del enjambre? ―preguntó Tazri.

Chandra asomó por encima de la zanja. Los Eldrazi seguían avanzando directos hacia allí―. Los ahuyentaré.

Tazri la miró de arriba abajo frunciendo el ceño, pero luego llevó una mano a la maza pesada que llevaba consigo y asintió―. Te cubriremos las espaldas. Gracias.

―Descuida; vosotros escondeos y tened cuidado.

Chandra trepó y salió del desfiladero. Se levantó, se sacudió el polvo y estalló en llamas.

Su cabello refulgió y sus manos se volvieron incandescentes. Una furia cálida le tensó los músculos y le dieron ganas de liarse a puñetazos. Era una furia familiar, reconfortante, y confiaba en ella como en una buena amiga. Chandra giró sobre sí misma y el movimiento prendió fuego al aire que la rodeaba. Un crepitante ciclón de fuego arrasó el terreno que tenía ante ella y Chandra corrió detrás de él mientras este se abría paso a través del enjambre de monstruos. Los Eldrazi salieron volando por los aires y cayeron hechos pedazos, chamuscados.

La marabunta hizo un sonido burbujeante y se volvió hacia ella, ignorando al grupo de soldados de Tazri. El pulso de Chandra se aceleró y su pelo ardió con más intensidad.

―Eso, venid a por mí. Soy una fuente a rebosar de maná y luz, malditas alimañas.

Se desvió rumbo al acantilado. La estela de su cabello ondeaba a su paso como un estandarte.


Sorteó peñascos y saltó por encima de pequeñas grietas, vigilando la retaguardia sin detenerse. Vio que los engendros de Kozilek devastaban todo a su paso, además de ser repugnantes hasta el punto de perturbarla. Un rastro de ruina se extendía detrás del enjambre, dejando extraños patrones cuadrangulares donde antes estaba la tierra de Zendikar.

Protector de geometrías | Ilustración de Jason Felix

Se mantuvo en llamas y siguió corriendo, lanzando llamaradas hacia atrás. Ocasionalmente se giraba y arrojaba una tormenta de fuego para acabar con un Eldrazi o dos y atraer al resto, con intención de alejarlos del grupo de heridos de Tazri.

Varios kilómetros después dejó atrás al enjambre. Apenas divisaba sus placas negras flotantes e incluso se había alejado del grotesco paisaje geométrico. Chandra se centró en los dos picos que tenía delante.

Llegó a una cima y vio que el camino descendía hacia una gran cavidad en la tierra: era la entrada a una caverna rodeada de edros que apuntaban a las profundidades.

Se acercó y vio que la entrada estaba bloqueada. Estaba completamente cubierta de una corteza recién levantada con patrones de espirales cuadradas y brillantes. Aquella tenía que ser la caverna donde el demonio retenía a los demás, pero la barrera iridiscente le cerraba el paso.

Chandra sintió un nudo en la garganta. La superficie retorcida le mostró un reflejo distorsionado, pero no de ella misma, sino de sus padres. Sus ojos eran amables. Sus bocas se movían y asentían para tranquilizarla, pero sus rostros se desplazaban por los planos de la superficie y no comprendía lo que trataban de decirle. Extendió la mano hacia ellos, pero la imagen se rompió en un millón de ángulos. Sin que le hubiera dado permiso, su mente evocó el recuerdo de la bufanda quemada de su madre en una aldea de Kaladesh, y el de los ojos decepcionados de su padre cuando cayó de rodillas y con las manos en el vientre para tapar la herida de...

Chandra apretó los dientes y presionó las cuencas de los ojos con los puños. Cuando se calmó y abrió los ojos, lo único que vio reflejado en las espirales fue su propio semblante envuelto en llamas y con los ojos candentes. Se volvió hacia la barrera y miró sus manos. No eran las de una niña, como cuando sus padres murieron y su chispa de Planeswalker se encendió. Eran las armas de una piromante. Las apretó entrelazando los dedos para formar un único puño. Levantó los brazos y conjuró una bola de fuego incandescente alrededor de las manos. Sin decir nada, se giró hacia las espirales distorsionadas y aplastó su propio reflejo.

La corteza estalló en una nube de fragmentos y trozos de tierra. Chandra solo quería abrir un agujero lo bastante grande para entrar por él, pero había echado abajo toda la barrera y ahora la entrada estaba expuesta.

En el interior de la caverna había más patrones de ruina. En aquel lugar, las entrañas de la tierra habían sido barridas, consumidas y transformadas.

Chandra recordó al demonio llamando al titán Kozilek y riéndose de los ejércitos que lo observaban desde abajo, riéndose de todo el plano. Sabía que Kozilek no estaba allí. Aquella era la guarida de un demonio.


Chandra, Invocallamas | Ilustración de Jason Rainville

Chandra contuvo su furia mientras subía y bajaba por los pasadizos serpenteantes. Las ruinas surcadas de espirales reflejaban de forma extraña la luz de su fuego.

Entonces oyó una voz grave y pausada que procedía de la sala que tenía más adelante― ... agonía que ha durado miles de vidas en este horripilante mundo ―decía―. No pienso compartir tanto tiempo con vosotros, pero sufriréis lo mismo, os lo garantizo.

Cuando llegó a la sala vio a los tres flotando en el aire, suspendidos mágicamente como marionetas: Gideon, con el mentón tocando el pecho y líneas de agonía surcándole la frente; Jace, con la cabeza colgando hacia un lado y la capucha tapándole la cara; y una elfa, con la trenza y los brazos colgando sin fuerzas y los ojos entreabiertos, revelando unos ojos completamente verdes y perdidos, con una lágrima que descendía por la cara hasta la mejilla. Sus cuerpos colgaban en el aire, rodeados de hélices de magia debilitante. Varios zánganos del linaje de Kozilek chirriaban cerca de ellos, sin siquiera girar sus proyecciones afiladas hacia Chandra.

Castigo despiadado | Ilustración de Ryan Barger

―Lo siento, pero ¿quién te ha dado permiso para entrar? ―El demonio, el origen de la voz grave y resonante, apareció por un pasadizo lateral. Su cuerpo parecía un tendón negro fundido con partes de una armadura, con un calor interno infernal que asomaba por las junturas. De algún modo, sus ojos brillaban con una mezcla de odio e interés.

―Yo misma ―respondió Chandra―. Suéltalos o acabaré contigo.

―Vaya, no sabía que tenían una compañera del tres al cuarto ―se mofó el demonio.

Chandra apretó los puños y se lanzó con toda su magia contra el demonio. Su adversario desvió el golpe ígneo con el antebrazo y desplegó unas alas escamosas como las de un dragón. Sonrió, o hizo algo por el estilo, mostrando sus dientes afilados.

Chandra se recuperó de la parada. Pivotó, giró sobre sí y arrojó una ráfaga de dardos de fuego al ojo del demonio.

El monstruo se protegió la cara con un ala y encajó el golpe, pero gruñó por el esfuerzo. Entonces adelantó un pie y descargó un revés contra ella.

Chandra se estampó en la pared y se golpeó la cabeza. Tosió y se dobló tratando de recuperar el aliento. Los zánganos eldrazi giraron sus tenazas, pero no avanzaron hacia ella.

Escupió sangre y se irguió. Obligó a su fuego a crecer y usó el dolor como combustible para su magia. Sus manos se convirtieron en látigos de fuego. Echó un brazo hacia atrás y acumuló su furia. El calor crepitante de su puño distorsionó el aire de la caverna.

Saltó hacia el demonio y lanzó dos llamaradas rápidas. Las desvió.

Continuó con un ataque físico, usando el broquel de Gideon como arma contundente. Rebotó contra la hombrera del demonio.

Saltó hacia un lado y giró. Lanzó otras dos ráfagas con los puños y una llamarada con ambas palmas. El demonio detuvo el fuego con las garras y lo aplastó.

Esta vez fue él quien atacó y, aunque Chandra logró esquivar el zarpazo, un dolor agudo le recorrió toda la cara.

Ahogó un grito; se sintió como si la hubieran rociado con ácido. Su fuego parpadeó y Chandra agitó las manos como para tratar de avivarlo.

"¡No! No te apagues. Redúcelo a cenizas. El dolor es combustible".

Acercó los puños al pecho y reunió todo el fuego que había en su interior. Le lanzó todo lo que tenía, pero no como una llamarada, sino como un torrente de fuego constante; condensó toda su furia contenida y la obligó a surgir como un cono de aire abrasador.

FFFSSS...

El demonio caminó hacia ella a través del hechizo. El fuego le chamuscó el torso, pero levantó un brazo para agarrar a Chandra por el cuello y levantarla en el aire.

... FUM.

El hechizo se extinguió. Chandra resistió y tiró de los dedos del demonio para intentar liberarse de su garra―. Cabrón... ―masculló.

―Nadie ha logrado acabar conmigo hasta ahora, candelita ―dijo el demonio sonriendo, con los colmillos brillantes―. Y tú tampoco lo harás.

Chandra tiró más fuerte de los dedos hasta soltarlos y le dio una dentellada en la mano. El demonio la soltó y ella cayó al suelo de manos y rodillas. Se obligó a levantar la cabeza―. Lo haré ―dijo con voz entrecortada. Ordenó a sus piernas que la levantaran, aunque una de ellas solo tembló en lugar de obedecer.

―Pero si estás consumiéndote muy rápido, candelita ―se burló el demonio ladeando la cabeza―. ¿Qué harás cuando empieces a parpadear? ―Convocó un hechizo y lo arrojó con una garra.

El cuerpo de Chandra se retorció cuando la magia del demonio la alcanzó. Sintió que se erosionaba como una montaña descompuesta por el paso de los años, pero concentrados en un instante de agonía. Se debilitó como si una enfermedad padecida durante toda una vida la afectase de repente. Cada una de sus extremidades pesaba una tonelada.

La cabeza de Chandra estaba desesperada por desplomarse y caer al suelo de roca. Pero no se lo permitió. Sus brazos temblaron y la soportaron como columnas quebradizas. La vista se le nubló y la caverna se convirtió en un panorama de siluetas y sombras difuminadas.

La cueva se volvió oscura. Notó que ella misma se atenuaba poco a poco. Se apagaba.

"NO. MANTENTE ENCENDIDA".

Se concentró en sus manos, en las palmas clavadas en la gravilla de la caverna. Si sus manos no se apagaban, seguiría habiendo vida en ella. Eran las armas de una piromante.

―¿Y se supone que venías a rescatarlos? ―dijo el demonio. Estaba muy cerca, parecía una mancha oscura junto a su cabeza. Lo oyó chistar―. Pues... no lo entiendo. ¿De qué podrías servirle a nadie?

Chandra exigió a sus ojos que se mantuvieran abiertos y a su cabeza que siguiese erguida. Sus músculos temblaron por el esfuerzo.

―Ahora tendré que castigarte a ti también. No quería tener que hacerlo, pero me has obligado. Túmbate.

Chandra giró la cabeza lentamente hacia él. Apenas podía ver a través de sus pestañas empapadas y su vista nublada.

La cara emborronada del demonio se alteró, se volvió amable. Se volvió familiar.

Hola, cielo ―dijo el rostro borroso con la voz de su padre. Tenía su tono compasivo, cálido y paciente.

Chandra no quería pasar por aquello. No quería verlo. No en aquel momento.

Ríndete, Chandra ―continuó. Chandra hizo un gesto de dolor―. Ya has hecho suficiente. Túmbate. Túmbate en el suelo.

Chandra miró al rostro tenue de su padre con los ojos entrecerrados. La gravedad empujó hacia abajo todo su cuerpo, debilitando su rebeldía. Le pesaban los párpados.

Chandra, hija mía ―dijo el rostro, esta vez con la voz cariñosa y férrea de su madre―. Ya has hecho suficiente. Les has fallado, Chandra. Ríndete. Túmbate en el suelo. ―Chandra se estremeció. Se le doblaron los codos―. Les has fallado, Chandra. Como nos fallaste a nosotros.

El cuerpo de Chandra quería exhalar, expulsar tosiendo toda la vida que le quedaba, rendirse. Quería insultar a la voz, mascullar una retahíla de maldiciones, pero no podía reunir fuerzas para hacerlo. El mundo se le venía encima.

La caverna, el rostro y todo lo demás se tornó oscuro. El rostro de su madre desapareció y en las tinieblas solo pudo ver destellos de los ojos infernales del demonio.

Su fuego se extinguió. Sus manos se apagaron. Sintió sus cabellos rozándole la cara, empapados de sudor.

Chandra... Los... z... ―dijo la voz. Esta vez tenía un eco extraño; no era un susurro... sino algo todavía más cercano―. Los z... ángs, Chhhandra.

―No te tomes la derrota como algo personal ―dijo el demonio, ahora con voz clara y su habitual tono despiadado―. Tiendo a sacar a la luz el lado más débil de la gente.

Chandra. Losss... zánganos el... drazi ―dijo la voz resonante. Le daba dolor de cabeza. No se parecía en nada a la voz de sus padres―. Acaba c-c-con... los zánganos.

Jace. ¡Jace estaba... consciente!

Usa t-t-tu... ―masculló Jace en su mente―. Ffff. Fffuogo.

Jace estaba... relativamente consciente.

No puedo ―pensó Chandra con esfuerzo.

Y un cuerno... ―Jace luchaba por componer las palabras tanto como ella en asimilarlas―. Y un c-cuerno que no. Hazlo.

―No... ―dijo Chandra. Su propia voz le pareció extraña. Débil. Probablemente babeaba.

―¿Qué has dicho? ―preguntó el demonio―. Por favor, no ruegues que aplace tu ejecución. Sería un insulto para ambos.

―No me... digas... ―graznó ella. Apretó los puños y sus puños se cubrieron de llamas, iluminando la caverna de nuevo―. No me digas... ―repitió mientras se ponía en pie, tambaleándose.

La silueta del demonio ondulaba ante ella. Notó su desdén por la forma en que negaba ligeramente con la cabeza, y también la malicia con la que conjuró un último orbe de energía oscura en una garra―. Túmbate, candelita ―amenazó.

―No me digas... Qué tengo... QUE HACER.

Chandra se tambaleó hacia él con los puños por delante. El demonio solo tuvo que inclinar la cabeza a un lado para esquivar sus proyectiles de fuego. Sin embargo, la ráfaga iba dirigida contra otros objetivos: los zánganos eldrazi que rodeaban a sus amigos. Los engendros convulsionaron al arder y su piel crepitó mientras los soles en miniatura los incineraban.

Llamas devoradoras | Ilustración de Svetlin Velinov

Gideon, Jace y la elfa se desplomaron sobre el suelo. Y acto seguido desaparecieron.

El demonio gruñó al ver que el hechizo de contención había fallado y sus presas se habían desvanecido. Se volvió hacia Chandra y se preparó para darle el golpe de gracia.

Chandra se encogió, incapaz de reunir fuerzas para esquivarlo ni para dejarse caer al suelo. Pero entonces se dio cuenta de que seguía viva y abrió los ojos. El demonio miraba de un lado a otro y pronunciaba palabras siniestras, cada vez más furioso.

Te he vuelto invisible para él ―dijo en su mente la voz de Jace―. Por ahora.

Chandra se alejó del demonio mientras seguía buscándola y se apoyó contra la pared de la caverna.

¿Y los demás? ¿Están vivos? ―preguntó mentalmente.

Por muy poco.

Pues tendremos que ocuparnos nosotros. Yo daré la señal. ¿Listo?

¡No! Ni hablar de eso. Estamos demasiado débiles.

¿Cuánto crees que tardará en darse cuenta de que seguimos aquí? ―Chandra apretó los puños―. Podemos conseguirlo.

Chandra, no. Nos han... atormentado. No sé cuánto tiempo ha pasado. Ha sido... demasiado.

A Chandra no le gustó la inseguridad que transmitía Jace, lo sincero que sonaba su dolor. El demonio caminaba y daba pisotones por toda la caverna. No los veía, pero estaba claro que sabía que no podían haber ido muy lejos.

Chandra se enderezó. El fuego prendió en las puntas de sus dedos y creció hasta convertirse en esferas de calor del tamaño de sus manos―. Otro motivo más para acabar con él.

Los otros tienen que recuperar fuerzas ―objetó Jace, dubitativo.

Jace, hemos venido a Zendikar con un propósito. Aún no lo hemos cumplido, ¿verdad?

Chandra... ―pensó Jace.

¿Verdad? ―El fuego de Chandra se volvió más intenso.

Chandra, no puedo más...

Los demás reaparecieron al instante: el hechizo de ocultación se había disipado. Jace y la elfa se habían arrastrado hasta el fondo de la caverna. Parecía que estaban conscientes, aunque débiles.

Gideon también había vuelto, pero el demonio lo agarró por el cuello y lo levantó.

―¡Gideon!

El demonio miró a Chandra y le mostró una amplia sonrisa maligna, acompañada de una risa seca y cavernosa. El sonido transmitía la malicia acumulada por haber pasado una eternidad atrapado en Zendikar... y la satisfacción por cobrarse su venganza.

―Tus amigos tendrían que darte las gracias, candelita ―dijo el demonio―. No por haberles dado esperanzas; de hecho, eso ha sido una crueldad por tu parte. Tendrían que estar agradecidos porque, sin ti, nadie habría sido testigo de sus muertes. ―El monstruo estranguló a Gideon y Chandra oyó cómo un crujido de huesos.

Se quedó paralizada. Sabía que cualquier movimiento no haría más que precipitar la muerte de Gideon.

Pero entonces fue él quien opuso resistencia. Sus manos aferraron la garra del demonio y trataron de liberarse de su presa, y unas chispas de luz protegieron su cuerpo a pesar del agotamiento. Luego se fijó en Jace y vio que sus ojos desprendían un humo azul celeste; trataba de conjurar un hechizo perforamentes incluso aunque le costaba mantenerse en pie. Y vio el cabello de la elfa ondulando mientras preparaba su magia a la desesperada; unas enredaderas de maná brotaron del suelo y fluyeron hacia ella.

"No les he fallado. Ninguno les ha fallado a los demás".

Chandra dio un pisotón y un rayo ígneo surgió de su pie en dirección al demonio, prendiendo fuego al suelo que pisaba el demonio. Gideon asestó un codazo al demonio en el antebrazo y le propinó una patada en el pecho. Por fin consiguió liberarse y se apartó rodando justo antes de que el fuego envolviera al demonio.

El monstruo salió de las llamas y vio que lo habían rodeado. Gideon tenía el sural preparado, Jace había completado su hechizo y los ojos de la elfa rebosaban maná.

―¡Todos juntos! ―gritó Gideon, y Chandra lo entendió a la perfección.

Los cuatro atacaron al demonio simultáneamente. Las cuchillas brillantes, las enredaderas fustigantes y las ilusiones perturbadoras alcanzaron al monstruo junto con la llamarada salvaje de Chandra.

Ilustración de Svetlin Velinov

El demonio se encogió de dolor y se cubrió con las alas para tratar de protegerse. Intentó responder con un hechizo, pero Jace se anticipó y disipó la magia justo antes de que Gideon golpease al demonio desde otra dirección. Pretendió abalanzarse sobre la elfa, pero Chandra se lo impidió levantando una columna de llamas.

El demonio batió las alas y estampó a Chandra contra la pared, con lo que consiguió una oportunidad para darle una patada a Jace en el abdomen. Gideon atrapó la pierna del demonio con el sural y tiró de ella; Nissa lo ayudó con sus enredaderas y entre ambos consiguieron derribar al enemigo.

Chandra y Gideon se miraron a los ojos mientras ella desataba rápidamente el broquel, y él asintió. Chandra se lo lanzó y Gideon lo colocó hábilmente en el antebrazo, para luego dejarse caer con todo su peso y descargar un potente codazo con el escudo sobre el cráneo del demonio, a la par que Chandra ablandó el metal de su yelmo. Se oyó un sonoro crujido.

El demonio rugió y se levantó de un salto, quitándose a Gideon de encima y con la cabeza tambaleándose ligeramente. Chandra acumuló fuego para derribarlo de nuevo... pero un dolor repentino recorrió sus venas.

―Se acabó ―dijo el demonio entre dientes. El corazón de Chandra bombeó oleadas de agonía, como si su torrente sanguíneo estuviese repleto de agujas.

Jace convocó tres copias de sí mismo y los cuatro magos asaltaron la mente del demonio mientras Gideon embestía contra él. Chandra sintió la mano de la elfa en el brazo y el contacto la alivió e hizo que su corazón recuperase su ritmo natural.

―Prepara un hechizo potente ―susurró la elfa―. Te daremos una señal. ―Y entonces se volvió hacia el demonio y lo asaltó con un remolino de magia viviente.

Entre los múltiples Jaces ilusorios, el poderío físico de Gideon y la incansable magia salvaje de la elfa, el demonio tuvo que concentrarse en defenderse más que en atacar. Se encogía de dolor, se apretaba la cabeza con las garras y utilizaba los codos y las alas para protegerse de los golpes mientras Jace hostigaba su mente.

Con el enemigo ocupado, Chandra conjuró un diminuto ciclón de fuego en el aire. Giró con él y lo hizo crecer, alimentando su fuego y acumulando más y más potencia. Se sumergió en él, se fundió con él y danzó en la espiral de vientos abrasadores como parte de él.

¿Preparada? ―preguntó Jace en su mente.

―¡Preparada! ―advirtió Chandra.

Los demás se apartaron a toda prisa y dejaron al enemigo completamente expuesto. Chandra desató el ciclón con un grito y el fuego arrasó la caverna a su paso, barriendo al demonio y enviándolo por los aires contra la pared.

El hechizo de Chandra se dispersó. El demonio estaba chamuscado y echaba humo; resollaba mientras apoyaba un hombro contra la pared de la caverna. Sus ojos infernales los miraron uno a uno―. Enhorabuena ―dijo―. Os felicito. Habéis elegido agotar vuestras fuerzas para derrotarme y lo habéis conseguido. No obstante, cada segundo que me dedicáis es un instante de sufrimiento para Zendikar. Por tanto, vosotros también habéis sufrido una derrota.

Chandra y los demás se miraron mutuamente.

―Y ahora os haré una promesa ―continuó el demonio con un gruñido grave―. Recorreré cada plano y registraré cada patético mundo hasta que encuentre la forma de aplicar un castigo adecuado a vuestras desgraciadas vidas.

El aire se plegó sobre sí mismo envolviendo al demonio y este desapareció.

Chandra se acercó a los demás. Jace tenía el pelo alborotado como un crío, echando a perder sus aires de misterio. Gideon parecía magullado, pero lucía su habitual sonrisa torcida y realzada por su vello facial.

―Sabía que vendrías ―afirmó.

―Pero si os dije que no lo haría ―respondió ella enarcando una ceja.

―Y aun así, lo sabía ―reiteró Gideon.

―Soy Nissa; es un placer ―se presentó la elfa.

―Chandra ―dijo tendiéndole la mano.

Nissa tomó la mano de Chandra entre las suyas. Tenía unos dedos suaves y sus ojos verdosos parecían profundos como pozos cubiertos de musgo―. Muchas gracias.

Los cuatro oyeron un sonido reverberante, estruendoso y chirriante. Se giraron hacia el pasadizo que conducía a la sala. El enjambre eldrazi, la misma horda que Chandra había alejado de Portal Marino, había entrado en tromba en la caverna, trepando por todas las superficies.

Chandra miró a los engendros y se volvió hacia los demás. Los cuatro asintieron. Y como un único acorde en armonía, cuatro hechizos crepitaron a la vez.


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