La Planeswalker tritón Kiora llegó a Theros durante los acontecimientos del bloque Theros y la novela Godsend. Como vimos, se encontraba (y se encuentra) embarcada en una búsqueda para encontrar a los mayores moradores de los océanos de numerosos mundos. Kiora tiene la esperanza de regresar a su Zendikar natal y plantar cara a los devoradores de mundos conocidos como los Eldrazi, con la ayuda de sus aliados convocados. Sin embargo, no volverá a su mundo hasta que consiga un arma a la altura de la venidera batalla.

Kiora llegó a Theros durante el Silencio, un tiempo en el que la magia impedía que los dioses del plano interfiriesen con el mundo de los mortales. La Planeswalker sacó todo el provecho posible de aquellas circunstancias, haciéndose pasar, primero, por avatar de Tassa, la diosa del mar, y luego por la mítica navegante Calafa. Los tritones nativos de Theros, conocidos como tritónidos, buscaban desesperadamente cualquier señal del regreso de su diosa, y muchos decidieron seguir a Kiora.

Entretanto, Elspeth Tirel y Ajani Melena Dorada se encontraban inmersos en una travesía hacia Nyx, con el propósito de detener al Planeswalker que había alcanzado la divinidad: Xenagos. Lograron recuperar el navío de Calafa, el Monzón, pero necesitaban a alguien capaz de dirigirlo. "Calafa" no tardó en presentarse y los tres Planeswalkers emprendieron el viaje hacia el templo de Krufix, en el confín del mundo. Sin embargo, al igual que la propia Calafa, la travesía no era lo que parecía. El Monzón era un ser vivo y era él quien conocía el rumbo a seguir, no Kiora. "Calafa" tenía en mente un destino diferente y rogó al Monzón que los llevase a la legendaria ciudad perdida de Arixmetes... pero Kiora sabía que no se trataba de un lugar, sino de una criatura colosal sobre la que se había erigido toda una metrópoli.

La novela Godsend continuó mostrándonos el viaje de Elspeth y Ajani hacia Nyx, dejando en suspense el destino de Kiora. La última vez que la vimos, se había enzarzado en combate contra la mismísima Tassa y nunca supimos el desenlace de la batalla... hasta ahora.


El corazón de Kiora le aceleró cuando la proa del Monzón descansó en la linde de una vasta ciudad en ruinas. La superficie daba la impresión de ser tierra, si uno no se fijaba atentamente, pero era demasiado oscura y rugosa. Kiora frunció el ceño al observar los llamativos edificios por los que goteaba el agua del mar, que se aferraban a la gran superficie curva como si fuesen percebes. ¿Cómo era posible que la gente confundiese al gran kraken Arixmetes con una isla?

La humana, Elspeth, preguntó algo acerca del templo de Krufix y el hombre felino respondió, pero Kiora no estaba prestándoles atención. "¡Por fin!".

―¡Os presento a Arixmetes, las ruinas hundidas! ―exclamó saltando del barco sobre la suave superficie flexible―. Al fin lo he encontrado.

―¿"Os presento" a Arixmetes? ―preguntó Elspeth. Aún no lo comprendían, pero tanto ella como Ajani permanecieron en el Monzón.

―No eres Calafa, ¿cierto? ―dudó Ajani.

―Ni por asomo ―contestó Kiora con una sonrisa.

El hombre felino había sospechado todo el tiempo que ella no era quien afirmaba ser, pero había subido al Monzón de todos modos porque necesitaba algo que Kiora podía proporcionarle. Ellos se habían valido de Kiora para llegar a Nyx, y ella se había valido de ellos para encontrar a Arixmetes. Ahora que lo había hecho, sus acompañantes podían quedarse el Monzón y proseguir el viaje que los conduciría a la muerte. Fue como un intercambio, y todos habían conseguido lo que querían.

Kiora, la ola rompiente | Ilustración de Tyler Jacobson

Detrás de ellos, las olas se volvieron turbulentas y de las profundidades surgió un sonido torrencial.

Bueno... no todos. Más valía darse prisa.

―¿Quién eres? ―insistió Ajani.

―Podéis llamarme Kiora ―respondió. No se molestó en decir que era una Planeswalker; estaba claro que él lo sabía. Además, Elspeth no era para nada un nombre típico de Theros, así que no había sido la única que ocultaba su identidad, ¿no?―. Necesitaba el Monzón para encontrar a Arixmetes. No lo habría logrado sin vuestra ayuda. Buena suerte en el camino hacia Nyx.

―Pero ¿dónde está el confín del mundo? ―quiso saber Elspeth.

―Preguntádselo al barco ―les indicó Kiora dando media vuelta y mirándolos de soslayo.

Tassa estaba cerca. Arixmetes podía esperar, y ya no necesitaba a los pisatierra. Lo que necesitaba eran aliados.

Kiora lanzó un hechizo para mejorar su capacidad de nado, y sus brazos se prolongaron con un restallido mientras se zambullía bajo las olas. Lo último que vio antes de sumergirse fue el Gran Ojo emergiendo de las aguas: era Tassa, la diosa del mar, que había adoptado una de sus numerosas formas. El Gran Ojo la observó primero a ella, y luego a los dos pisatierra. Elspeth, la Traidora, como la llamaba la gente. Kiora no conocía los detalles exactos del crimen que había cometido; al fin y al cabo, no conviene hacer muchas preguntas cuando estás haciéndote pasar por una diosa. Con un poco de suerte, Elspeth atraería la ira de Tassa el tiempo suficiente para que Kiora pudiese prepararse.

Ira de Tassa | Ilustración de Chris Rahn

Descendió más y más y más hacia las profundidades, utilizando su cuerpo alargado para impulsarse por el agua. El océano se tornó más oscuro, frío y silencioso. La presión se volvió inmensa y el agua que recorría sus branquias resultaba increíblemente gélida. Podía percibir que había seres inmensos moviéndose alrededor, pero no lograba ver nada: la oscuridad era total. Justo cuando creyó que tendría que dar media vuelta, su palma alcanzó la fría y queda superficie del lecho marino. Se detuvo cabeza abajo y, por un momento, imaginó que estaba colgada del techo de las profundidades, suspendida precariamente sobre miles de metros de agua y de la dura e implacable superficie del océano. Sonrió y comenzó a pronunciar un hechizo.

Emitió una onda de poder, convocando a los enormes seres que percibía a su alrededor. Aquellas eran las criaturas que no había encontrado cuando llegó a Theros: los auténticos colosos de las profundidades, que Tassa ocultaba en el fondo del océano como si fuesen ganado o bancos de atún. Pero ahora los había encontrado. Estaba en los mares secretos de Tassa, y la propia diosa, aunque siguiese cerca, se encontraba distraída. "Escuchadme", llamó Kiora a los krakens y leviatanes. "Prestadme atención. No soy vuestra maestra. Pero pretendo liberaros".

Los seres se agitaron en las profundidades, despertando de su letargo. Algunos puntos de bioluminiscencia parpadearon y cobraron intensidad poco a poco, bañando el turbio lecho marino de tonos verdes y azules sobrecogedores. Se oyó el roce de placas de quitina y el chasquido de pinzas, y los cuerpos largos y esbeltos comenzaron a desenroscarse. Estaban escuchándola.

Y entonces, ¿qué? Aquello solo había sido la parte fácil.

Kiora expandió su conciencia por la Eternidad Invisible y atrajo hacia sí la esencia de todas las bestias marinas que alguna vez había considerado suyas. Tiró de aquellas esencias una a una, manifestándolas en los mares de Theros. El esfuerzo fue abrumador. Nuevas formas emergieron de la oscuridad y comenzaron a emitir ruidos chirriantes y chasquidos retumbantes que sonaban a desafío. Los recién llegados y los seres nativos giraron unos alrededor de otros, intentando morderse y golpearse, analizándose, poniéndose a prueba, tratando de determinar quiénes eran los dominantes. Muy bien...

"Habéis dormido durante demasiado tiempo", les dijo Kiora mentalmente. "Estáis despiertos. Estáis hambrientos. Y sois míos. ¡Emerged y alimentaos!".

Los colosos se arremolinaron a su alrededor, ansiosos, formando un huracán de carne y quitina. Sujetó las púas de una serpiente con un largo cuerno recto que pasó junto a ella y se aferró a su lomo para ascender a la superficie. No era uno de los siervos de Tassa, por si aquello fuese importante. La Planeswalker no tenía por qué derrochar más de sus propias energías, cuando aquellas fantásticas criaturas rebosaban de fuerza.

Kiora ya no sabía a quién agradecer su buena ventura. Durante muchos años, había rezado en secreto a Cosi, el dios embustero de los tritones de Zendikar. Ella jamás se había considerado una embustera, una devota del culto a Cosi, pero le rezaba igualmente. También despreciaba en silencio a los devotos seguidores de las inútiles efigies de Emeria y Ula. ¡Qué poco sabía antes! Los dioses no eran dioses, y de forma terriblemente irónica, se descubrió que Cosi el embustero era una farsa, un recuerdo distorsionado del titán eldrazi Kozilek, transmitido y alterado en un estúpido juego de los susurros. Emeria y Ula también resultaron ser monstruosos y mentirosos; al menos, a Cosi nunca se le representó de forma virtuosa. Puede que aquel fuese el motivo por el que Kiora ya no temía a los dioses y había urdido un plan que la oponía directamente contra una iracunda deidad de los mares. Venerar a los dioses era para quienes nunca se hubiesen enfrentado a ellos, razonaba Kiora.

Las aguas comenzaron a volverse más claras y por fin pudo ver la armada que había reunido, formada por inmensas criaturas de una docena de mundos, que nadaban juntas con la precisión de un banco de peces. Prorrumpieron en la superficie como una masa bullente y Kiora gritó con júbilo desde el lomo de su serpiente. A lo lejos, vio a Tassa, que había asumido su forma tritónida y se encontraba a bordo del Monzón. Kiora bufó: aunque ya no necesitaba el navío y le daba igual que Elspeth y Ajani viajasen con él hasta el confín del mundo, no pensaba permitir que cayera en manos de Tassa.

Pulpo cazadioses | Ilustración de Tyler Jacobson

Ordenó que un titánico calamar negro cubierto de moluscos emergiese junto al navío. El Monzón cabeceó y se bamboleó con agitación. Arixmetes se hartó de los empujones de los leviatanes menores y se sumergió bajo las olas. No importaba. Lo encontraría más tarde. Primero, tenía que lidiar con Tassa.

La diosa bajó caminando de la cubierta del Monzón y una gran ola emergió y propulsó la serpiente-navío hacia el cielo, con Elspeth y Ajani aferrados a ella. Al parecer, habían convencido a Tassa para que les prestara ayuda, o al menos para que los enviase hacia su destino. Kiora esperaba que llegasen a contarlo. Parecían buenas personas, para tratarse de dos pisatierra. Además, por lo que había visto, su propósito merecía la pena. Hizo un breve gesto de despedida mientras se desvanecían en el cielo y la gran ola los transportaba.

En pleno ascenso, Tassa volvió a transformarse en el Gran Ojo y descendió hacia Kiora, flotando sobre la ola. Las aguas se arremolinaban a su alrededor mientras pasaba de una forma a otra: el Ojo, un tifón, una bandada de aves marinas y, finalmente, su forma tritónida, sosteniendo el bidente que era su arma insigne y representaba su dominio sobre los océanos. Aquello... iba a resultar duro.

El mar bulló. Nuevos krakens emergieron, procedentes de todos los rincones de Theros, respondiendo a la llamada de Tassa. El propio Arixmetes surgió de las aguas en la distancia; era una mole negra hermosamente lisa e imposiblemente colosal. Incluso los mayores de los otros krakens parecían pececillos a su lado. Arixmetes volvió a descender y el mar se estremeció. Era perfecto y también era, de momento, uno de los aliados de Tassa.

―¡Nunca me arrebatarás a Arixmetes! ―exclamó Tassa.

Kiora se echó a reír.

Tassa, diosa del mar | Ilustración de Jason Chan

La Planeswalker convocó a sus titanes y Tassa hizo lo mismo. La diosa ejercía un dominio muy superior sobre el mar, de modo que Kiora se concentró en mantener estable su pequeña parte y en dejar que Tassa tomara la iniciativa. Kiora situó a sus krakens alrededor de ella.

Tassa y su séquito se elevaron en una gran ola y la diosa dirigió su bidente hacia Kiora. Una marea de agua y carne se estrelló contra el ejército de la Planeswalker. La serpiente sobre la que estaba corcoveó y se retorció, lanzando dentelladas contra el inmenso pulpo que la trataba de rodearla con sus poderosos tentáculos. La bestia abrió varios agujeros en el cuerpo del pulpo y el colosal cefalópodo cayó en el oleaje.

A lo lejos, en la linde de la maraña de serpientes, Kiora vio numerosas cabezas asomando del agua; eran decenas, y luego cientos. ¡Tritónidos! ¿Cómo habían llegado hasta allí?

―¡Bienvenidos, hijos míos! ―clamó Tassa con una voz que sacudió los huesos de Kiora―. ¡Sed testigos de la derrota de esta farsante!

Tassa los había llevado hasta allí, usando una parte considerable de sus fuerzas para transportarlos por las aguas, y todo para que presenciasen su combate contra Kiora. ¿Sería solo una cuestión de orgullo, o tal vez lo hiciese... por necesidad?

―¡¿Quieres dar un castigo ejemplar conmigo?! ―gritó Kiora, confiando en que la diosa del mar la oyese a través de las olas, o incluso por encima de ellas―. ¿Qué sucede? ¡¿Tanto ha flaqueado su fe en ti?!

―Te reduciré a arena... ―amenazó Tassa con una voz llena de rabia que surgía del propio océano.

¿Acaso la deidad necesitaba la fe de sus seguidores? ¿Y Kiora se la había arrebatado? ¿Era aquel el motivo de su ira? Si la pequeña farsa de Kiora para encontrar a Arixmetes había debilitado a Tassa antes de la batalla... ¡Qué deleite le producía pensarlo!

La serpiente de Kiora salió disparada hacia delante, atravesando la multitud de seres descomunales y tentáculos asfixiantes. No se dirigió hacia la diosa, sino hacia Arixmetes. Tassa tendría que derrotar a Kiora para vencer, mientras que ella solo necesitaba formar un vínculo con aquel kraken. La Planeswalker se aferró a la serpiente, tratando de equilibrar las fuerzas que confería a sus siervos y las que reservaba para lo que estaba por venir.

Serpiente del mar interminable | Ilustración de Kieran Yanner

La serpiente se debatió y se retorció, a veces nadando por la superficie como una culebra de río y a veces sumergiéndose y saltando fuera del agua; hacía lo que fuese con tal de abrirse camino. Y estaba abriéndose camino. Tassa tenía a todos los krakens de Theros, excepto los pocos que Kiora había sometido. En cambio, Kiora contaba con titanes de una docena de mundos, seres que Tassa nunca había visto ni concebido. Muchos de ellos eran mayores que los más grandes entre los hijos de Tassa, a excepción de Arixmetes. Poco a poco, Kiora se dio cuenta de algo: estaba ganando.

Arixmetes se abrió paso por el tumulto, partiendo en dos con sus fauces a los krakens extraplanares de Kiora o devorándolos de un bocado, y apartando sin esfuerzo a los krakens que la Planeswalker había arrebatado a Tassa. Era un ser inexorable, imposible. Era al menos tan grande como Kozilek.

Tassa cabalgaba sobre Arixmetes sin sujetarse a él, sosteniendo su bidente en una mano y conservando el equilibrio sin esfuerzo mientras él continuaba su avance. La serpiente de treinta metros de Kiora era diminuta al lado de Arixmetes. Tassa sonrió.

―Ahora aprenderás lo que significa desafiarme ―afirmó con la misma voz amplificada de antes.

―¡Será un placer enseñar a tus seguidores cómo se hace! ―gritó Kiora.

Había llegado el momento. Kiora estiró un brazo y envió absolutamente todas las fuerzas que le quedaban hacia la antigua y aletargada mente de Arixmetes. Sintió que sus otros krakens comenzaban a flaquear y vio que algunos de ellos se pasaban al bando de Tassa. Aquello no importaba. Nada más importaba. Solo él. Arixmetes abrió sus descomunales fauces, lo bastante grandes como para devorar de un bocado a la serpiente de Kiora y a ella misma.

Tassa y ella estaban más cerca que nunca, a unos cien metros, y ya fuese debido a la magia, a la divinidad o a una imaginación desbordante, Kiora podía distinguir hasta el más diminuto indicio de furia en el rostro de la diosa.

Normalmente, no intentaría arrebatar un animal a la persona que lo poseía. Aquella no era su especialidad. Sus habilidades no eran auténtica magia mental, sino más bien... magia instintiva. Y los instintos de los mares eran los que mejor conocía.

"No me perteneces", le dijo mentalmente a Arixmetes. "Tampoco perteneces a Tassa. Eres dueño de ti mismo. Y necesito tu ayuda. ¿Acudirás cuando te llame?".

Las fauces del kraken volvieron a cerrarse y Kiora albergó esperanzas por un instante. "Acércate", le pidió. "Necesito familiarizarme contigo".

No ocurrió nada. El combate estaba perdiendo intensidad; muchos de los aliados de Kiora habían muerto o se habían sometido a la voluntad de Tassa. "Vamos...".

―Pobre insensata ―retumbó la voz de Tassa―. ¿De verdad pretendías arrebatarle un kraken a la diosa del mar?

Entonces, la propia serpiente de Kiora se retorció bajo ella y viró hacia un lado. Saltó describiendo un arco por encima de las bestias que seguían luchando y descendió a una velocidad sorprendente hacia...

... hacia los testigos tritónidos.

―¡No! ―aulló Kiora, pero la serpiente sobre la que cabalgaba ya no la obedecía.

Solo pudo quedarse mirando mientras la serpiente lanzaba una dentellada a los aterrados tritónidos, devorando a docenas de ellos de un mordisco.

―¿Lo ves? ―retumbó la voz de Tassa―. ¡No le importas! No puede hacerme daño, y por eso dirige su ira contra mis fieles.

A espaldas de Kiora, la mitad de sus krakens habían cambiado de bando, incluso los procedentes de otros mundos.

Tassa alzó su bidente y envió una gran ola contra Kiora y su serpiente, para sepultarlas y "defender" a sus seguidores. La serpiente siguió surcando la superficie del agua mientras la ola ganaba velocidad. Tassa iba a permitir que engullese a más de sus propios fieles antes de que la onda la alcanzase, solo para demostrar lo que había afirmado.

Kiora se estremeció de furia y posó las manos en el gran lomo de la serpiente, para devolverla al éter del que había surgido. Luego hizo lo mismo con otros de sus krakens, los que se habían vuelto en contra de ella. El gran cuerpo que tenía a sus pies se desvaneció emitiendo un resplandor turquesa y Kiora cayó hacia el océano como una piedra, estirando su cuerpo para convertir un doloroso impacto en una suave zambullida.

Fin del viaje | Ilustración de Chris Rahn

Entonces, Kiora contempló con horror que las aguas comenzaron a apartarse. El bidente de Tassa brillaba con intensidad mientras la diosa hacía retroceder el mar, formando una gran concavidad a medio camino entre un remolino y una palestra. Los krakens restantes fueron expulsados del creciente foso de agua, y los seguidores de Tassa se convirtieron en un público situado en las inclinadas paredes acuosas.

―¡He aquí el precio de la traición! ―exclamó Tassa, y esta vez, sus seguidores la vitorearon.

Kiora estaba cayendo. Cambió de postura y extendió el cuerpo, puesto que ya no estaba zambulléndose, sino precipitándose. No sentía la presencia de su ejército: Tassa lo había derrotado, lo había expulsado o se lo había arrebatado. Arixmetes regresó a las profundidades. Por debajo de Kiora, el foso se abrió hasta dejar al descubierto el implacable lecho marino.

No creía que Tassa fuese a dejar que se estrellara contra el fondo del mar (estaba claro que la diosa pretendía seguir atormentándola), pero prefirió no correr el riesgo. Utilizó su magia sobre el recién expuesto fondo marino y obró algo de lo que Tassa no era capaz: hizo emerger raíces y enredaderas que nunca habían visto el sol, que se desarrollaron con un estallido de vida y crecimiento. Kiora cerró los ojos, se hizo un ovillo y cayó a toda velocidad sobre el cojín de vegetación, quedando tumbada boca abajo en la maraña de enredaderas, a escasos metros de la tierra cubierta de limo.

Se permitió sonreír. Al menos, seguía viva. Era un buen punto de partida.

Gradar | Ilustración de Rob Alexander

Antes de que pudiese liberarse de las enredaderas, una oleada de manos de espuma de mar surcó su pequeño bosque, partiendo las ramas todavía verdes, arrancando las enredaderas y sacándola a ella de aquella especie de refugio. Las manos acuosas la arrojaron sobre el lecho marino, con la inmensa palestra de Tassa cerniéndose sobre ella. Detrás de Kiora, la pared de agua avanzó sobre su bosque, ahogándolo.

Kiora se puso en pie, con los brazos y las piernas cubiertos de un lodo gris y rezumante. El agua que tenía detrás formó una pared transparente y se acercó tan rápido que ni logró verla. Alrededor de ella emergieron rocas planas que parecían los dientes de una gran serpiente, pero estaba segura de que no lo eran. La palestra de Tassa se había convertido en un anfiteatro. La diosa descendió por la pared que Kiora tenía enfrente, deslizándose sobre una ola prístina. Los tritónidos se reunieron en torno a su deidad, asomando por la pared de agua como una masa de rostros silenciosos y reprobadores.

―Has guiado a mi pueblo por el mal camino ―afirmó Tassa, cuya voz reverberaba en el lecho marino―. Me has robado a mis hijos. Has mancillado el nombre de mi devota Calafa y apoyado la causa de Elspeth, la Traidora.

"Tú también la has ayudado", pensó Kiora, pero no se molestó en decirlo. Su armada había desaparecido. Arixmetes había regresado a las profundidades. Había albergado bastantes esperanzas, pero aquel combate había concluido.

Kiora dio media vuelta y corrió hacia la pared de agua turbulenta, con la esperanza de zambullirse en ella y alejarse el tiempo suficiente para viajar a otro plano.

Tassa arrojó su bidente, y este surcó el aire a una velocidad asombrosa, encogiéndose mientras se aproximaba a Kiora. La Planeswalker intentó esquivarlo, pero el bidente siguió su movimiento, estrellándola e inmovilizándola a una de las rocas del suelo marino; los dientes se cerraron firmemente alrededor de su cuello. Kiora quedó tendida contra la roca, aturdida y con la superficie coralina del bidente presionándole la garganta.

Bidente de Tassa | Ilustración de Yeong-Hao Han

―Cuan lamentable ―sentenció Tassa, descendiendo sobre una alfombra de agua limpia que fluía ante ella, por encima del suelo lodoso.

Kiora agarró el asta del bidente y tiró de él, pero no cedía lo más mínimo. La Planeswalker se asfixiaba y oponía resistencia, pero luego se quedó sin fuerzas. Entonces, empezó a acumular maná para lanzar un último hechizo a la desesperada, y trató de hacer que Tassa siguiera hablando.

―Tenías... razón ―dijo entre resuellos. Oyó cómo su voz recorría el lecho marino, hacia los tritónidos presentes―. Fui una necia... al pensar que podía vencerte.

―¡Oh, gracias por tus amables palabras! ―se burló Tassa. Caminó hacia Kiora, con la alfombra de agua marina expandiéndose ante ella para que sus divinos pies nunca tocasen el fango―. ¡Una simple tritónida está dispuesta a admitir lo insensato que es provocar la ira de la diosa de los mares, soberana de todos los océanos bajo Nyx!

―Hay más océanos de los que tú conoces ―dijo Kiora. Tassa frunció el ceño e hizo un gesto, y el bidente se clavó más hondo en la roca. Kiora se quedó sin respiración y calló.

La diosa se acercó a su cautiva, se inclinó sobre ella y le habló en voz baja, con un tono gélido como un témpano.

―¿Qué quieres decir? ―inquirió Tassa.

―Grr... ―masculló Kiora. La vista se le nubló―. Grrrr...

Tassa hizo un gesto con una mano y el bidente aflojó la presión sobre la garganta de Kiora. La Planeswalker siguió aferrando el asta del arma.

―Gracias ―susurró Kiora.

―¿Por qué? ―quiso saber Tassa―. ¿Por la lección de humildad?

El hechizo silencioso y desesperado de Kiora llegó a su apogeo.

―Por el bidente ―siseó antes de fundirse con el vacío, sujetando firmemente el arma de Tassa. Lo último que oyó antes de deslizarse entre los mundos fue el grito de una diosa enfurecida.

En el espacio más allá del espacio, Kiora se aferró a su premio robado y prorrumpió en una carcajada triunfal.