Historia anterior: El misterio de la mansión Markov

En su búsqueda de Sorin Markov, Jace Beleren ha encontrado más peligros y preguntas que respuestas. Su investigación le condujo a las extrañas ruinas de la mansión Markov, donde descubrió un diario entre los escombros. Tras examinar las notas acerca de los criptolitos, unas piedras retorcidas que estaban presentes en la mansión, Jace ha decidido visitar otros lugares del plano donde han aparecido dichos objetos.


Aún atardecía cuando llegó a Gavony. En el cielo, la luna del cazador brillaba a través de una densa llovizna que envolvía los páramos.

Jace Beleren, Pacto viviente de Rávnica y mago mental de primer orden, caminaba penosamente bajo la lluvia, en silencio. Su dominio sin igual de la telepatía de poco servía para evitar que medio patinase y medio tropezase al bajar por los senderos resbaladizos. Al menos sentía el alivio de haber dejado atrás los tensos delirios que había sufrido en la mansión Markov. Su compostura y sus pensamientos habían vuelto a la normalidad... O eso parecía por ahora.

En medio de la neblina, la luz que había conjurado apenas iluminaba un par de metros por delante. No podía seguir caminando.

―Un mundo lleno de sombras y fantasmas... Y yo soy el necio que va tras su rastro ―refunfuñó en voz alta, con los pies chapoteando en las botas caladas de agua.

Rememoró las marchas dirigidas por sus expertos compañeros en Zendikar. Dejando a un lado el factor de la orientación, viajar en solitario y en silencio había empezado a hacer mella en él. Evocó las familiares e inconfundibles mentalidades de sus compañeros, los sonidos de sus voces. Jace torció el gesto involuntariamente. Los... Los echaba de menos.

Mientras se tapaba bien con la gabardina, sus manos notaron el peso del diario que guardaba en un bolsillo. Era un libro elegante y compacto; cubierta de cuero con cierre de metal adornado con seda. El semblante pálido de la pueblo-lunar que había visto en la mansión Markov acudió a su mente. "Mi compañera de papel", pensó con ironía.

Diario de Tamiyo | Ilustración de Chase Stone

Deslizó un dedo por la cubierta y lo acercó al cierre. Este se abrió con facilidad y las páginas se separaron, pálidas como una manzana pelada bajo una red de texto e ilustraciones. Una caligrafía impecable llenaba las páginas, rodeada de números enmarcados cuidadosamente en cuadrículas.

Jace espiró despacio y cubrió el libro con el abrigo para protegerlo de la llovizna mientras pasaba las páginas con interés.

Vio un intrincado paisaje. Encontró el ala de un ángel, con todas las plumas meticulosamente delineadas. Viñetas con ilustraciones de campo de circunferencias ensombrecidas, bajo el encabezado "Composición material de la Luna de la Garza". Una página completa con la imagen de un ser mitad hombre y mitad lobo, retratado de perfil; Jace reconoció enseguida que era similar al desafortunado guía de la otra noche.

―Muy bien, desconocida. Cuéntame tus secretos ―dijo mientras limpiaba la tierra de una roca cercana y se sentaba a leer.


Entrada 433, luna de cosecha:

Esta mañana, un jinete que montaba un caballo rucio rodado ha llegado inesperadamente a mi estudio con una entrega harto curiosa: un bulto envuelto en arpillera, de tamaño mayor que un humano y que requirió el esfuerzo de ambos para portarlo al recibidor del observatorio. El jinete era parco en palabras, pero señaló con un ligero puntapié una etiqueta con la letra de Jenrik: "Espécimen para inspección inmediata".

Cuando retiré el envoltorio, me quedé atónita al descubrir el pelaje, las garras y el hocico de un licántropo. Una inspección superficial reveló que es mucho mayor y más completo que cualquier otro ejemplar que haya llegado a mis manos. Para mi sorpresa, el cuerpo está helado y lleva muerto un tiempo. La reversión post mortem de los cadáveres licántropos a su forma humana es un hecho demostrado, pero este ejemplar lo contradice claramente. Aunque estaba ansiosa por ponerme a trabajar, solicité un recibo donde se confirmase la hora de entrega; el jinete firmó como "R. Karolus".

El espécimen había sido desinfectado, drenado y etiquetado. Comencé por el lado izquierdo anterior, cortando grandes cantidades de pelaje grueso hasta llegar a la dermis.

Aunque es costumbre cubrir el rostro del espécimen durante estos procedimientos para prevenir posibles daños y por motivos más delicados, no pude evitar entretenerme observando su expresión. Tenía los ojos abiertos de par en par, como clavados en algo, y su boca entreabierta parecía haberse congelado durante una llamada a algo más allá del exterminador que le había dado muerte. Como muchos otros sujetos que he visto, probablemente se hubiera quedado embelesado contemplando la luna.

El semblante de la bestia me hizo recordar unas palabras de Jenrik: "Desconocemos los medios exactos por los que un individuo sucumbe a la maldición de la licantropía, mas deben de estar relacionados con la naturaleza de todo licántropo. La imagen de la luna les dota de un salvajismo irresistible y una gran fuerza, pero el contacto con la plata es nocivo para ellos".

Aún recuerdo claramente mis primeros días en Innistrad, un mundo donde las noches de invierno parecen perpetuas; el lugar perfecto para llevar a cabo mis estudios lunares. Cuando observaba la Garza en su plenitud, tan perfectamente clara y brillante que parecía eclipsar a los demás astros, en mi corazón también florecía un... desenfreno eufórico. Tal vez fuese el recuerdo vívido de un pasado entre las nubes, a mundos de distancia. Puede que haya algo envidiable en los licántropos, quienes no temen entregarse a ese salvajismo y abrazarse a él. Quizá conozcan un éxtasis que nadie más comparte, nacido de las ondas argénteas de magia lunar que corren por sus venas.

Varias líneas de tinta tachaban los tres párrafos anteriores, pero la presión de la escritura original permitía leerla bajo la luz que Jace había conjurado. La entrada continuaba:

El espécimen presenta la coloración distintiva de la jauría de Gavony alrededor de la mandíbula superior. La región se ve afectada por la presencia de un tejido conectivo fibroso, envuelto alrededor de los dientes. Al sujeto probablemente le resultaba imposible cerrar la mandíbula en el momento de la muerte.

Tras la pérdida de tres bisturís de plata bendita, los intentos de realizar la primera incisión torácica requirieron el uso de herramientas pesadas; concretamente, de una sierra de leñador que había sido recubierta de plata y bendecida por misioneros avacynos en una localidad vecina. Con gran esfuerzo, la caja torácica fue separada y los órganos internos del espécimen quedaron expuestos desde la clavícula hasta la pelvis.

A menudo he admirado el orden interno de los licántropos: órganos bien estructurados y protegidos por sus respectivas membranas; vasos sanguíneos que se bifurcan a la perfección por todo el cuerpo; pulmones inmensos para comunicarse con sus manadas a grandes distancias y soportar grandes esfuerzos; un hígado eficiente para procesar la carne de sus presas en cuestión de minutos y glándulas adrenales muy vascularizadas, preparadas para transmitir su producción al torrente sanguíneo. En conjunto, un reflejo oblicuo del cuerpo humano, elevado al ideal de un depredador.

Sin embargo, este espécimen presenta... Presenta un caso nuevo. De hecho, en su interior quedan pocos vestigios de un ser humano, o incluso ninguno.

El interior peritoneal está cubierto de una red de tendones duros con grosores diversos, que se ha extendido hasta el punto de desplazar numerosos órganos. Aunque el espécimen parecía mayor por fuera, una parte notable de su cuerpo probablemente esté compuesta por esa sustancia, que se une en algunos puntos y forma nódulos gruesos y agrupados.

La mayor aglomeración reside en lo que antes debía de ser el hígado, hinchado hasta el doble de su tamaño habitual.

El órgano desprende un hedor nauseabundo: salobre, podrido y perceptible incluso a través de mi gruesa mascarilla. Me mostré sorprendentemente reacia a escindir aquella cosa, aunque la curiosidad pronto se impuso al asco.

Las mitades se separaron y un objeto redondo y duro quedó incrustado en una de ellas, como si fuera el hueso de un melocotón. El órgano reveló una masa esponjosa compuesta del mismo tendón retorcido, en la que había incrustados lo que parecían ser tres dientes rotos y mechones de pelo gris.

El "hueso" quedó en el centro de una de las mitades. La giré para orientarlo hacia arriba.

No, no era un "hueso", sino un ojo ciego y amarillo. Lupino. Un ojo que probablemente observaba el cielo y que, como sus hermanos cefálicos, contemplaba la luna.


Jace levantó la vista del diario con un gesto de repugnancia. Absorto en la lectura, acababa de darse cuenta de que la neblina se había disipado. La luna iluminaba el camino y se reflejaba en la ciénaga, donde distinguió un monolito retorcido.

Bosque extravagante | Ilustración de Jung Park

Era aproximadamente de su altura, con una base de roca pura que parecía haber sido extraída de la tierra y retorcida en una silueta angulosa. Al seguir con la vista el eje del extremo, Jace vio que señalaba hacia otra formación idéntica que se encontraba a unos cien metros. Los propios árboles estaban inclinados en la dirección de los monolitos. Uno apuntaba a otro y este señalaba a su vez a otro, hasta perderse en la lejanía.

Jace sonrió, seguramente por primera vez desde que había llegado a Innistrad, y tuvo una sensación de alivio. Algunas cosas quizá empezarían a cobrar sentido.

No cabía duda de que los monolitos eran idénticos a los que había visto en la mansión Markov y en el diario.

―¿Y tú qué sabes sobre esto, mi querida compañera de papel? ―Pasó rápidamente las páginas hasta encontrar las ilustraciones de aquellas piedras. Estaban acompañadas de una entrada:

Entrada 643, luna del cazador:

He completado el análisis químico de las formaciones de criptolitos de los páramos. Los resultados de las muestras recibidas revelan diversas características fascinantes, entre las que se encuentran una dureza excepcional y un campo de energía direccional a lo largo del eje retorcido. Curiosamente, la inspección de las estriaciones sugiere que los componentes han emergido de la tierra hace poco. Por el contrario, el análisis cristalino parece indicar que las muestras son mucho más antiguas que todas las demás formaciones geológicas de la zona.

―Hm, no conozco bien estos métodos, pero veo que has sido minuciosa ―dijo Jace para sí. Echaba en falta la comodidad de leer mentes para no tener que entretenerse con los pormenores de los informes.

La fuerza del campo de imán interno de cada monolito es capaz de distorsionar las líneas y polos de los campos locales. Con el tiempo, hemos recibido más avisos sobre la presencia de estas formaciones, que causan la migración de nuestros polos hacia una ubicación en el litoral. Entre las propiedades perturbadoras de estas piedras parece incluirse la capacidad de alterar el flujo de maná de la región, lo que provocaría trastornos potencialmente severos en los seres compuestos de maná puro, especialmente en los ángeles del plano.

Jace apoyó el dorso de una mano en la base del monolito. Era fría y lisa, con una sutil mezcolanza de minerales lustrosos en la superficie.

Un centelleo en el extremo puntiagudo llamó su atención. Cuando levantó la mano para tocarlo, oyó un ZAP y una chispa saltó a su mano. Jace la retiró inmediatamente y su guante desprendió una voluta de humo blanco. Un soplo de comprensión y claridad inundó sus sentidos, pero se disipó enseguida.

―¡AH! Por Azor, ¿qué ha sido eso? ―Se preocupó por el estado del diario, que había protegido en el pliegue del codo―. Es... ¿Estás bien? ―preguntó al libro mientras comprobaba si tenía quemaduras y lo frotaba cuidadosamente con una manga de su abrigo.

»Bueno, ¿averiguaste qué... hacen estas cosas? ¿Qué me dices sobre ellas? ¿Estoy siguiendo el rastro de alguien que me conduce a una trampa o...? ―Jace dirigió una mirada inquisitiva a las páginas del diario.

»¿O eso es lo que te ocurrió a ti? ―Por supuesto, el libro no respondió.

El páramo estaba en silencio, salvo por el zumbido de una nube de insectos. Jace reanudó la lectura.

Entrada 735, luna del cazador:

Según el censo de Gavony, la semana pasada hubo un aumento continuo de muertes relacionadas con licántropos, confirmadas por exterminadores independientes. Los registros superaron las estimaciones de Jenrik y Lotka, basadas en los promedios habituales entre el volumen de depredadores y el número de presas.

Jace estaba acostumbrado a oír todo tipo de calificativos. "Presa" no era uno de los más agradables.

Las carreteras del observatorio llevan bloqueadas desde entonces y ahora es más difícil reunir información. Muchos científicos se han atrincherado en sus casas y han abandonado sus investigaciones. Los recursos escasean, pero sigo decidida a proseguir con mi labor.

La conducta alimentaria de los moradores sobrenaturales de Innistrad está íntimamente asociada a los ciclos regulares de la luna de la garza. Es una directora celestial que gobierna los misteriosos impulsos del corazón primigenio, los cuales dan pie a transformaciones o asesinatos con sus cambios de fase.

Al igual que nuestros compañeros de Kessig han notado un incremento en el salvajismo de los licántropos, en Nephalia también hemos registrado signos de inestabilidad en la luna (ver gráfica 6-32). Los océanos han alcanzado altitudes récord y han experimentado un cambio de dirección,

Jace escrutó las gráficas de la página anterior con un ojo clínico del que Lavinia habría estado orgullosa, si llegara a verle actuar así unas cuantas veces como Pacto entre Gremios.

según revelan los experimentos realizados por triplicado para despejar toda posibilidad de error. La fuerza gravitatoria que gobierna las corrientes marinas parece haberse desplazado: ya no es la luna, sino algo que se encuentra en una ubicación muy próxima a la costa.

―Un momento... Alto, alto ―dijo Jace con indignación a las páginas―. Yo he visto a Kiora desplazar todo el Halimar. ―"Bueno, al menos lo intentó"―. Si algo ha sido capaz de alterar las corrientes... tiene que ser descomunal. ¡Es imposible que haya pasado desapercibido! ―Lanzó una mirada de desconfianza al libro antes de continuar leyendo.

Las mediciones recientes sobre la duración de las fases lunares han revelado alteraciones irregulares. Esto implica que la mismísima órbita de la luna se ve atraída por un objeto de tamaño inconmensurable, muy próximo y, a pesar de todo, invisible a los ojos de los humanoides.

Jace inspeccionó el cielo nocturno. Su mirada encontró una luna solitaria entre un lecho de constelaciones difusas. Buscó rastros reveladores de su propia magia ilusoria, pero no detectó ninguno―. ¿Seguro... que está ocurriendo? ¿Y qué pasará cuando llegue a la superficie del plano? ¿Nos quedaremos esperando y observando mientras esa cosa se dirige hacia nosotros?

Curiosamente, los vectores de las corrientes y la distorsión de los campos señalan hacia un punto idéntico que podemos localizar: un gran arrecife en la costa de Nephalia.

A la luz de la vela, recuerdo las luces de los ritos soratami durante la luna nueva. Sosteníamos nuestros faroles festivos siguiendo la tradición de nuestros antepasados, como faros que guiaban a la luna nueva para que emergiera entre el mar de nubes. ¿Qué fruto dará el arrecife a este plano?

Más pistas, pero aún no tenía ninguna respuesta. Jace apretó y abrió los puños, llenos de una energía tensa. Las pruebas eran exasperantes: no había nada que escuchar, indagar o descubrir sin ayuda. Incluso sus ojos parecían inútiles. No tenía más remedio que dejarse guiar por el diario.

―¿Por qué no estás aquí, en persona? Tengo tantas preguntas... ―Suspiró con desazón, dirigiéndose al libro. No hubo respuesta―. En fin, me dejaré de ilusiones.

El texto de las páginas le devolvió la mirada, retándolo a que leyera de nuevo el último pasaje―. Lo sé, lo sé. Hemos encontrado un rastro en esas piedras y voy a... Vamos a seguirlo. Tan solo me gustaría entender mejor qué me has dejado aquí. ¿Un rastro... o una trampa?


La carretera a Nephalia terminaba al pie de los acantilados; los tejados de la localidad portuaria de Selhoff asomaban en lo alto. Un sendero estrecho y escarpado subía por la ladera y Jace no tardó en empezar a fatigarse.

Se pegó a la pared para doblar un saliente y estuvo a punto de chocar con una pescadora.

―¡Ah! Perdón, no me había...

La mujer dirigió hacia él unos ojos desorbitados y ausentes que no pestañeaban.

―Vaya... Alguien más que responde a la llamada, ¿verdad? ―preguntó arrastrando las palabras―. ¿También has venido a verla? ―Un siniestro simulacro de regocijo asomó en su voz―. ¡Hoy han llegado muchos otros!

―¿A verla? ¿A quién?

―¡Al fin está aquí! ¡Ha traído del cielo a sus seres con plumas y las corrientes han venido con ellos! ¡Han atravesado el rompeolas, las aguas lo han inundado!

―¿Tú también has notado cambios en las corrientes? ―El diario mencionaba lo mismo.

―Ya no necesitamos pensar en esas cosas. Hemos encontrado... ¡algo inmensamente superior a nosotros! Todo aquello a lo que nos aferramos es un lastre. Vivimos en estas cáscaras de carne, cargamos con preocupaciones y nos arrastramos día tras día. ¡Pero ella está ahí ahora, esperándonos, esperando para llevárselo todo, para traernos el comienzo de un mundo nuevo!

―No te entiendo... ¿Quién es "ella" y qué es lo que trae?

―Yo también era como tú. ¡Ji, ji, ji, ji, ji...! La curiosidad es una carga terrible. Cuántas dudas, ¡y qué pocas respuestas! Ahora las he olvidado, las he desprendido de mi mente. Pero antes quería saber... cosas. ¡Montones de cosas! Cosas absurdas. ¿Cuál es mi propósito en esta vida? ¿Llegaré a cumplirlo? ¿Cómo moriré? ¿Cuándo terminará el invierno? ¿Adónde mira el ojo? ¿Cuántos ojos hay? ¿Cuántas patas tiene la musaraña lunar...?

La mujer continuó farfullando sinsentidos hasta que se quedó sin aliento, como un pez fuera del agua.

Jace había tenido suficiente. La conversación no parecía llevar a ninguna parte, pero necesitaba averiguar cualquier detalle que ella conociera. Con gesto de experto, extendió su mente para captar los pensamientos de la pescadora.

El primero que intentó sujetar se disipó en una nube de vapor azulado. Todos ellos parecían extrañamente huecos y sin forma. Jace frunció el ceño. "Esto va a requerir medidas más drásticas". Abrió sus propios pensamientos, conectó las mentes de ambos...

... y se encontró con una calma gris y monótona, entre paredes con curvaturas suaves y perfectamente lisas. El techo de la bóveda era igual de liso y uniforme. No había puertas ni entradas ni salidas. Bajó la vista. Contaba con ver las manos de la pescadora. Sin embargo, lo que vio fueron sus propios guantes empapados y sus ropas azules. Maldijo en silencio.

De algún modo, su forma había quedado atrapada en una mente ajena. Era un producto mental en la cabeza de otro, aunque tenía vida propia. El pánico empezó a apoderarse de él y el silencio se convirtió en un pitido agudo en los oídos. Respiró con dificultad. Aquello era... inesperado.

Se movió despacio por el perímetro de la cúpula y tanteó en busca de grietas o imperfecciones. El primer recorrido completo no ofreció resultados. Mientras luchaba por reprimir el pánico que iba en aumento, se apoyó en la pared y lanzó una mirada al centro de la sala.

Un velo nebuloso de... de algo flotaba en el aire. No, no de algo: era un velo de nada, un punto ciego en el espacio que parecía inmutable, por mucho que intentase ver algo detrás de él.

Las sienes de Jace retumbaban al ritmo del punto ciego. Sus manos sudorosas hacían presión contra las paredes, pero estas se negaban a ceder.

Tenía experiencia en alterar mentes, en infundir visiones descabelladas e inculcar verdades tergiversadas, pero él jamás había sido una de esas alteraciones. No, él seguía siendo real y auténtico. Estaba seguro de ello; podía demostrarlo.

Respiró hondo, dio media vuelta, separó los pies, apretó el puño (con el pulgar por fuera, como Gideon le había insistido) y golpeó la pared.

El impacto hizo vibrar todo su cuerpo y la conmoción le hizo retroceder un paso. La pared resonó como un diapasón y las ondas tintinearon en el cerebro torturado de Jace.

Su mirada regresó al centro de la sala. El punto ciego se había hinchado hasta convertirse en un Objeto mucho mayor que el propio Jace: llegaba casi desde el suelo hasta la bóveda que había atrapado a Jace como si fuera una araña en un vaso.

Cerró los ojos con fuerza, se sujetó la cabeza y trató de mantener la calma y concentrarse.

―Una construcción bien sólida.

Jace abrió los ojos como un resorte. Ahora había alguien más en la sala: un encapuchado con vestimentas azules y empapadas. Tenía un aura pálida y se acariciaba el mentón mientras observaba pensativamente el Objeto. Era idéntico... a Jace. Más bien, parecía uno de sus dobles ilusorios.

―Nunca habíamos visto un sitio como este, ¿verdad? Los pensamientos son un caos y el lugar está vacío. Aun así, ¡es fascinante! ¿Qué creéis que hay dentro de esa cosa?

Jace se quedó boquiabierto; las palabras que empezaban a formarse en su cabeza se perdían en la lengua. Estaba seguro de que no lo había invocado. ¿O tal vez lo hubiera hecho por instinto? No podía recordarlo. ¿Acaso sería una consecuencia de estar atrapado en una mente ajena?

―¿No sería mejor irnos de aquí? Ya estamos muy cerca ―insistió otra voz. Jace se giró y vio un segundo doble de sí mismo; este no llevaba la capucha puesta y tenía una piel pálida como la luna―. No perdamos el tiempo con esta pobre mujer y dejémosla en paz. Falta poco para llegar al cementerio marino.

―¿Y qué haremos allí? ―El doble encapuchado lanzó una mirada gélida al otro―. ¿Seguir más de esas anomalías? Me he hartado de perderme por estos caminos sin salida. Aquí tiene que haber alguien que sepa atar los cabos sueltos.

El encapuchado se llevó las manos a la frente y miró con seriedad hacia el Objeto. Se puso colorado y dos venas se hincharon graciosamente en las sienes cuando empezó a sudar por el esfuerzo.

A Jace se le cayó la cara de vergüenza ajena.

―Que conste que tú también pareces así de ridículo ―advirtió un tercer doble ilusorio, este con ojos violetas y una sonrisa burlona. Susurró algo al oído del segundo, el del semblante pálido, y los dos soltaron una risita de complicidad mientras señalaban al primer doble, que seguía totalmente concentrado.

El pálido recuperó la compostura y posó una mano en el hombro de Jace.

―Llevaba meses... No, años realizando estudios físicos, observando y midiendo el entorno. ¡Y estás muy cerca de ayudarme a completar mis registros! ―Agarró a Jace por un brazo y tiró de él con una insistencia impaciente y seria.

El Objeto se había vuelto imposiblemente grande y se cernía sobre Jace. Las paredes de la sala se distorsionaron y se doblaron ante la fuerza tractora del Objeto, hasta que se derrumbaron con un sonoro CRAC. Los fragmentos de las paredes salieron dispararos hacia el Objeto y dejaron expuesto un entramado similar a una telaraña. Una miríada de ojos se abrieron, enterrados en las paredes entramadas, y miraron con un éxtasis desenfrenado a través de Jace y la pescadora, hacia el Objeto. Desde detrás de las paredes rugieron voces, un ruido blanco que perforó los sentidos de Jace y le hizo caer de rodillas. El suelo también se derrumbó, aunque no pudo oír el estruendo. Sin embargo, percibió que había desaparecido bajo sus pies y se dio cuenta de que caía...

Cuando abrió los ojos, vio que estaba en el suelo, hecho un ovillo y con las manos aferradas a la cabeza. Comprobó que seguía en la ladera, pero la forma y la sustancia de aquellas paredes fibrosas perduraron en su visión como apéndices fantasmales.

La pescadora se estremeció cuando volvió en sí y dirigió una breve mirada de complicidad a Jace. Después de murmurar unas palabras inaudibles, se levantó con un gruñido gutural y bajó apresuradamente por el camino que se alejaba de la costa.

Jace apenas se dio cuenta de ello y continuó subiendo, inmerso en sus pensamientos.


El camino terminaba en las costas rocosas al norte del arrecife, junto a un pequeño emplazamiento pesquero. Tal como había dicho la pescadora, el rompeolas estaba sumergido a una profundidad de un pie, y una capa gruesa y brillante de fango marino cubría lo que habían sido el puerto y sus barcos.

Con las botas llenas de cieno y arena, Jace se metió en el bajío y una ola le cubrió los pies. Mientras esperaba a que bajara, se dio cuenta de que el agua no se alejaba de la costa... sino que se movía en paralelo a ella.

En efecto, en la playa había algo que alteraba el comportamiento normal de las corrientes.

Al sur de la aldea, la luz de la luna iluminaba una inmensa estructura anular que emergía del océano, como una garra que trataba de arañar las olas y los barcos que pasaran por allí.

―El cementerio marino... ―masculló Jace.

Por encima del anillo... ¿no había nada? Lo único que flotaba en el cielo era la luna de la garza.

Se había preparado para muchas cosas, pero no para no encontrar nada―. ¡Me habías prometido que aquí habría algo! ¡Me habías dicho que encontraría algo! ―Jace sacó el diario apresuradamente y lo abrió de golpe.

En vista de las observaciones iniciales, la mejor explicación es la migración repentina de un gran Objeto celestial cada vez más próximo a Innistrad.

Con recelo, bajó la vista hacia el anillo de piedras vacío e incompleto. Era grande, pero desde luego que no lo calificaría del tamaño de un "Objeto celestial". En cuanto al espacio que había por encima del anillo, era simplemente eso: un espacio vacío―. Hm, y ¿cómo de grande creías que era esa cosa?

La suma de los hallazgos registrados en esta obra respaldan la presencia de un Objeto de masa significativa. Probablemente se trate de un nuevo cuerpo astral, una luna de horrores de un tamaño suficiente como para provocar una atracción gravitatoria capaz de alterar los patrones de las corrientes y la energía mágica.

―¿Un cuerpo astral? ¿Del tamaño de una luna? ―Jace miró de nuevo hacia el espacio vacío sobre el anillo. ¿Acaso había otro ilusionista en los alrededores? No percibía el más mínimo rastro.

Se organizarán futuros estudios de campo para investigar el asunto.

―¡No puedes dejarlo así! ―Hojeó el resto del diario, pero no encontró nada más al respecto―. ¡Estamos muy cerca! ¡Dímelo! ¡Dime qué significa esto! ―Apretó el lomo de cuero y agitó el libro con más fuerza de la que pretendía.

Unos movimientos a lo lejos captaron su atención. Las nubes se agitaron en lo alto y revelaron una larga procesión de figuras humanoides que se introdujeron en el gélido océano, sumergiéndose hasta los hombros. Zombies. En concreto, eran los cadáveres de marineros muertos tiempo atrás que quedaban en el arrecife de Nephalia.

Con cierta repulsión, se dio cuenta de que el olor a podrido no era de los peces, sino de la mano de obra zombie sumergida en agua salada.

El vívido recuerdo de los muertos vivientes de Liliana acudió a su mente, y casi pudo sentir sus manos frías y podridas estrujándole la garganta.

Jace hizo un gesto de advertencia y tres dobles aparecieron junto a él.

Ver a los zombies le recordó las palabras de Liliana: "Has llegado a un camino sin salida. Vuelve a casa, Jace".

―No puede ser... ―dijo en voz alta con un ímpetu que lo sorprendió.

Sus pensamientos lo atosigaron. "Cálmate, Beleren", se ordenó a sí mismo.

No, no podía dar media vuelta. Todavía no. No se marcharía sin resolver lo que incluso el diario desconocía.

Jace apretó la mandíbula al sentir el contacto gélido del océano y se adentró en el agua, guardando las distancias con la procesión de zombies. Las formaciones rocosas de la marisma eran similares a las que había visto en los páramos, aunque estas eran mucho mayores y vibraban, repletas de energía. Sus formas retorcidas terminaban en punta; todas ellas señalaban hacia el centro del anillo.

Algunas piedras emergían del bajío, lejos de la procesión que se reunía en el corazón del círculo. Jace se abrió paso hacia una de ellas y levantó una mano para seguir la dirección de la piedra en medio de la penumbra.

Una chispa de energía saltó de la superficie a su mano con un ZAP e hizo que oyese un pitido familiar.

Levantó la cabeza lentamente. Un recuerdo acudió a su cabeza.

Un punto ciego abarcaba su campo de visión: a lo lejos, el Objeto flotaba justo encima del círculo de piedras. Emanaba poder, acompasado con la red de venas brillantes de los monolitos que se encontraban bajo él. Aquello era el nexo de las líneas místicas redirigidas de Innistrad, el centro desviado de su energía.

―Siempre has sido incapaz de tener las manos quietas, Beleren. ¿De verdad has dejado que esa cosa te conmocionase otra vez? ―preguntó una voz a sus espaldas.

Un rostro asomó sobre el hombro de Jace y puso en blanco sus ojos violetas―. Para ser un mago conocido por su perspicacia, tienes momentos de poca lucidez. ―Levantó una mano como para pellizcarle la nariz con un dedo ilusorio. Era el doble de ojos violetas que había visto en su cautiverio mental. Detrás de él estaban los otros: el encapuchado y el pálido.

―¿Qué hacéis vosotros aquí? ―balbució Jace―. Os dejé en la... ―Señaló frenéticamente a los tres dobles―. ¡Os dejé en la cabeza de aquella demente! No me hacéis falta y, si no vais a ayudarme contra eso ―dijo señalando la apestosa multitud de zombies―, ¡daos por desconvocados!

―No hace falta que te pongas a la defensiva. Mira, ¡pero si ya estás encargándote de ello! ―El doble de ojos violetas señaló el centro del anillo, hacia donde avanzaban tranquilamente el pálido y el encapuchado. Parecía que no se daban cuenta de allí había una aglomeración de zombies, o que no les importaba.

¡Volved aquí! ¡Atrás! ―siseó Jace entre dientes―. ¡Quietos, maldita sea!

―¡Por fin vamos a terminar las mediciones! ¿Qué dimensiones estimas que tienen estas piedras? ―dudó el pálido, cuyas facciones se suavizaron y formaron ángulos delicados; su pelo enmarañado se convirtió en dos moños trenzados y envueltos en lo que parecían ser orejas leporinas. El doble pálido se había transformado por completo en una soratami, una pueblo-lunar de Kamigawa. La misma de la visión que había tenido en la mansión Markov, la que había escrito...

―El diario. ¿Esto es...? ―balbució Jace apretando el libro que guardaba en un bolsillo―. O sea... ¿Eres tú?

Probablemente se trate de un nuevo cuerpo astral, una luna de horrores de un tamaño suficiente como para provocar una atracción gravitatoria capaz de alterar los patrones de las corrientes y la energía mágica ―entonó la soratami ilusoria con una solemnidad repentina―. Necesito centrarme. Tenemos trabajo que hacer y... ¿Dónde está tu brújula? ―le gritó a Jace mientras se acercaba con determinación a las piedras.

El encapuchado llegó a los pies del Objeto, donde se detuvo y levantó la vista―. ¡Igual que en la cabeza de la demente! ¿Por qué hiciste que la dejáramos atrás? ¡Ahora nunca descubriremos lo que sabía! ―El tono chillón del doble empezó a atraer la atención de los zombies―. ¡Jace, mira ahí arriba! ¡Están aquí!

Cuando Jace levantó la cabeza, algo le rozó la mejilla y cayó al mar. Y otra vez. ¿Eran gotas? Levantó una mano y algo se depositó en ella.

"¿Son... plumas?". Caían de una nube densa en lo alto. Entornó los ojos. No, no era una nube: estaba hecha de cuerpos que se movían. Cuerpos con grandes alas. Ángeles.

Se arremolinaban en el aire, sobre el centro del anillo; algunos giraban en torno a los criptolitos cuales polillas atraídas hacia una llama, y trinaban con voces estridentes, como pájaros. El sonido de sus potentes aleteos rebotaba en los acantilados y en la dolorida cabeza de Jace.

Los había visto antes. En las mismas páginas donde se describían los criptolitos aparecía una descripción de Avacyn. Un indicio, una pista... Algo, tenía que ser algo.

―Unas criaturas impresionantes, pero inútiles. Alas de pájaro y cerebros de pájaro ―se burló el doble de ojos violetas mientras se apoyaba en el hombro de Jace.

Bajo la nube, el encapuchado no hacía más que mirar al cielo, paralizado por la atracción inexorable del Objeto y los ángeles que lo sobrevolaban―. ¿Qué altera las corrientes? ―le oyó murmurar Jace―. ¿Los zombies o los ángeles? ¿Cuál es mi propósito? ¿Cómo acabaré? Demasiadas preguntas...

Caminó hacia el centro del círculo de piedras retorcidas, mojándose hasta el cuello. Inclinó la cabeza hacia atrás y clavó los ojos en las alturas. Siguió avanzando con tesón y las aguas cubrieron su cabeza, sepultándolo bajo la superficie. Jace observó en silencio mientras el rostro del doble, su propio rostro, desaparecía poco a poco.

―Recuerdas lo que ella nos dijo, ¿verdad? ―sugirió una voz en el hombro de Jace. El doble de ojos violetas había enarcado una ceja y mostraba una sonrisa demasiado amplia como para ser sincera.

―¿Cómo? ―graznó Jace Beleren con un nudo en la garganta.

―Lo que nos dijo la segunda noche, cuando viniste a verla. ―La voz del doble había cambiado. Ahora le resultaba... familiar.

Los rasgos de la silueta ilusoria se difuminaron a la luz de la luna y poco a poco adoptaron una nueva forma: Liliana Vess.

―¡No he venido a verla! He venido a... ¡A buscar a Sorin!

―Ella te conoce. No te pidió que vinieras a este lugar, rodeado de muertos vivientes y esas... ―Señaló hacia arriba con una repugnancia brusca―... alimañas con alas. ―La voz de Liliana le frotó los nervios a flor de piel como un hábil violinista.

Jace se quedó pasmado. "Claro. Lo he sabido desde el primer momento, ¿no es así?".

―¡Has sido tú! ¡Tú los has traído aquí! ¡Por eso has enviado a tus zombies detrás de mí y me dijiste que no me fiara de los ángeles! ―Jace sintió correr la sangre en la cara y oyó el sonido áspero y estridente de su voz ante el rostro impasible de ella.

»¡Esto es obra tuya! ―espetó encarándose con ella―. Siempre los has odiado y llevas años planeando esto, ¿verdad? ¡Eres la que redirigió las piedras para atraer aquí a los ángeles y trastornar sus mentes! ¡Como corderos al matadero, todos reunidos para que pudieras acabar con ellos de un solo golpe! ¿Cómo lo has hecho? ¿Qué intenciones tienes? ¿Entiendes con qué clase de fuerzas estás jugando?

»¡Respóndeme! ―La sangre le palpitaba en la sien y el sudor le corría por la frente―. ¡No pienso dejar que me pongas en ridículo!

―No necesitas mi ayuda para eso, Jace. Porque tú... sabes lo que te conviene, ¿me equivoco? ―Por ilusorios que fuesen, los ojos de Liliana eran del mismo violeta antiguo y profundo que Jace recordaba. Rezumaban secretos terribles, labrados con la pericia de toda una vida de crueldad.

Las palabras de frustración y las acusaciones se acumularon en la garganta de Jace mientras miraba fijamente la sonrisa de la Liliana ilusoria. Sin embargo, esta se disipó en el aire nocturno justo cuando iba a arremeter contra ella.

Jace regresó a la orilla y se quedó sentado, temblando en la oscuridad. La ropa no hacía nada para proteger sus huesos del frío, y sus pies entumecidos se negaban a recuperar la sensibilidad. Estaba ileso, pero alterado. A lo lejos, la procesión de zombies continuaba, imperturbada por la aparición de Jace.

Volvió la vista al círculo de piedras. El Objeto había desaparecido.

Sus manos temblorosas sujetaron el diario, pero se detuvieron antes de abrirlo. Tenía la mente inundada de preguntas. ¿Cómo había movido Liliana las corrientes? ¿O las piedras, para empezar? ¿Qué era la formación astral que mencionaba el diario?

No, deja de preguntar, reverberó una voz monótona y zumbante en su cabeza. Tienes demasiadas dudas sin respuesta. No necesitas el libro y su fuente interminable de misterios. Ya has llegado muy lejos. Conoces la respuesta. Deja de buscar.

Las imágenes se repitieron una y otra y otra vez en su mente. Fue incapaz de borrar el rostro de Liliana y su sonrisa burlona.

―Ángeles. Zombies. Sin salida...

La luna del cazador brillaba con expectación en el cielo. Su luz plateada parecía purificar la tierra y el mar que iluminaba. Jace sabía qué tenía que hacer.


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