Teysa Karlov es una figura prominente en los tribunales del plano-ciudad de Rávnica, pero quiere algo más que eso. Gracias a su dominio extraordinario de la magia de la ley de Rávnica y a la ayuda de un soldado boros, por fin está preparada para tratar de obtener más poder. Sin embargo, para ello tendrá que enfrentarse a su traicionero y autoritario ancestro, Karlov, quien no ha dejado que la muerte lo detenga...


Teysa Karlov había pasado otra jornada escuchando las protestas de los muertos.

Esta vez, el Concilio fantasmal orzhov no había querido entender que la ley no vería con buenos ojos condenar a un deudor a quinientos años de servidumbre. Teysa había protestado hasta que le escoció la garganta.

La Gran Enviada de los orzhov se dejó caer en su silla preferida y posó a un lado su bastón. Uno de los hermanos Grugg había ordenado su escritorio (bendito fuese) y le había dejado una pila de documentos para que los revisase. Teysa clasificó y leyó atentamente su correspondencia anticuada antes de echarla a la chimenea crepitante de su estudio.

Una puesta al día de los progresos de Tájic excavando el túnel.

Una solicitud de conformidad del Obzedat.

Una confirmación de hacía semanas para su audiencia con el Pacto viviente. Teysa sonrió. Qué divertido había sido aquel encuentro.

―¿Afirma usted que el contenido de las Disposiciones y Normativa de Seguridad, artículo 14, existe y es una ley en vigor?

―Mm... ¿Sí? Señorita Karlov, le repito que estoy extremadamente ocupado y tengo que marcharme ―insistió Jace mientras metía a empujones un garfio de escalada y un abrigo de viaje en una mochila, con la frente empapada de sudor.

―¿También está de acuerdo con que el hurto es ilegal?

―Sí, y márchese, por favor.

Después de haberle pedido que ratificase más de una veintena de leyes menores y requisitos legales, había merecido la pena que el mismísimo Pacto viviente la echase con malos modales. Aquella reunión había tenido lugar hacía semanas, pero Teysa seguía disfrutando por haber irritado a aquel chiquillo.

Tiró la pila de cartas a la chimenea y atizó la lumbre con la punta de su bastón. Hizo un repaso mental de los próximos pasos que debía dar y empezó a leer en la comodidad de su estudio. El fuego crepitaba junto a sus pies, templando la piel de sus piernas, insensibles desde hacía tiempo.

Teysa, Enviada de los fantasmas | Ilustración de Karla Ortiz

Había redactado el Tratado de directrices oficiales de los gremios de Rávnica mucho antes de los sucesos del Laberinto. Mucho antes de que el Pacto entre Gremios tuviera un cuerpo y pudiese dormir, alimentarse, invalidar y morir como el resto del mundo. Aquella obra legislativa descansaba en su regazo en ese momento. Teysa no necesitaba leerla para conocer sus contenidos, pero al día siguiente iba a llevar a cabo su plan y necesitaba el apoyo de la creación que más la enorgullecía.

Por fin tenía las herramientas necesarias para reestructurar su gremio. Tenía aliados dispuestos a ayudarla. Y había encontrado el resquicio legal que podía liberarla de la autoridad de los muertos.

En realidad, haber perdido en el Laberinto le había resultado más provechoso. Mientras se calentaba junto al fuego, Teysa recordó la emoción de haberse dado cuenta de un hecho importante cuando Niv-Mízzet puso a prueba al Pacto viviente tras su victoria frente a los campeones de los gremios.

Ahora que el Pacto entre Gremios tenía cuerpo, la ley tenía voz. Y su palabra era la ley. Ese tecnicismo le serviría para desafiar el monopolio del Obzedat.

Era un resquicio legal de lo más encantador.

Teysa era, ante todo, una abogada. Y como tal, adoraba los resquicios legales.

―Veo que eres una narcisista incluso en tu tiempo libre, nieta.

Teysa se sobresaltó en la silla. Los pliegues grasientos y opulentos de su abuelo fallecido, Karlov, traspasaron la ventana cerrada del estudio. Teysa frunció el ceño.

―Me da igual que no puedas llamar a la puerta: no toleraré que interrumpan mi descanso ―le espetó. Con una agilidad que desde luego no había tenido en vida, Karlov se sentó suavemente en una silla delante de Teysa y observó el tratado que había escrito su nieta.

―¿Por qué lees un texto que has escrito tú misma, querida? ―Si hubiera tenido la masa de cuando estaba vivo, Karlov habría hecho crujir las patas de la silla, pero la muerte ofrecía muchas ventajas―. Parece que prefieres leer tus propias palabras que escuchar los consejos de tu propia familia.

Teysa recordó mentalmente la interminable lista de desavenencias que había tenido últimamente con el Obzedat. En vez de tratar de adivinar a qué tema se refería su abuelo, decidió que en realidad no le importaba. En vez de eso, se irguió en la silla.

―¿Qué consejo vienes a ofrecerme, abuelo Karlov?

―Deja de distraerte con estos actos de vanidad ―musitó el fantasma mientras posaba una de sus grandes manos en el Tratado de directrices oficiales de los gremios de Rávnica. Levantó la otra mano hacia la mejilla de su nieta y le rozó las mejillas con una extraña garra―. Empieza pensar en la sangre de los tuyos. Tu vida física transcurrirá mucho más rápido si dejas de recordar tus errores del pasado.

Teysa se tragó las náuseas. Aunque no podía sentir el tacto fantasmal en la mejilla, notó un ataque de repulsión en el estómago.

―Leo esto precisamente para recordar mis errores del pasado ―replicó Teysa con el rostro impasible―. El Consejo ha solicitado una excepción en mis leyes y yo he ignorado sus consejos como una necia. Mi cargo como Gran Enviada sigue siendo secundario respecto al del Obzedat ―afirmó con tono tranquilo―. Sin embargo, mis deberes como abogada me obligan a leer muchos documentos, y ninguno de ellos es una obra de vanidad.

―¿Aún te importa más tu título de abogada que el de Gran Enviada? ―comentó con amargura el espíritu.

―Me importan tanto los títulos que me han regalado como los que me he ganado. He trabajado muy duro para ser abogada de la Ley.

―Hay leyes más importantes que las que se recogen en tus libros.

―No me parece correcto que... ―objetó Teysa perdiendo la paciencia.

―¡Es nuestra forma de obrar! Eso sentí en vida y eso siento aún más en la muerte.

―En la muerte no sientes nada ―siseó ella.

Karlov guardó silencio.

―Lo que sientes es un bucle infinito de lo que sentías cuando estabas vivo. En vida fuiste un hombre ruin que solo pensaba en amasar riquezas, y la muerte te ha vuelto más mezquino. ―Las palabras de Teysa rezumaron un veneno que solía reservar para las disputas jurídicas, pero no pudo evitarlo ahora que estaba diciendo la verdad.

Karlov levantó las cejas. Sus labios se curvaron ligeramente y se recostó en la silla―. No veo qué tiene eso de malo, niña.

Karlov del Concilio fantasmal | Ilustración de Volkan Baga

Se levantó y estiró hacia ella una mano translúcida. Teysa sintió ganas de escupir en ella.

Sin embargo, la Gran Enviada de los orzhov se inclinó hacia delante, atada por los siglos de obediencia de los vivos, y besó servilmente el contorno del anillo vaporoso del Consejero. En ese momento, fantaseó con la posibilidad de morder su dedo bulboso hasta el hueso, de estrangularlo y abofetear su rostro carnoso hasta que gimiera pidiendo piedad. Pero sabía que no podría hacerle daño si no tenía un cuerpo físico.

Teysa se forzó a levantar los labios.

―Chiquilla ingenua... ―se burló Karlov―. Busca a mi thrull mañana ―le ofreció mientras se marchaba―. Pídele algunas monedas que nos sobren y cómprate algo bonito.


Teysa gastó las monedas en un cuchillo.

En ese momento lo llevaba oculto y atado en la cadera mientras caminaba con grilletes en la muñecas, guiada por su aliado, Tájic del gremio Boros. Tapada y disfrazada, Tájic la guiaba por una calle concurrida cercana a la basílica de Orzhova. Multitudes de suplicantes desesperados se movían nerviosamente por la calzada. Un grupo de espíritus flotó lentamente junto a Teysa y Tájic mientras rodeaban a un trío de devotos fervorosos. En Orzhova no había mercados ni comerciantes vendiendo bienes. No había nada a la venta para el público, solo se podían aceptar los obsequios de la iglesia. Orzhova era un lugar inquietante para aquellos que no pertenecieran al gremio y la tensión en las calles ayudó a ocultar a Teysa ante los ojos curiosos de la gente.

―¡Camina, vejestorio! ―ordenó Tájic cuando Teysa se forzó a tropezar con su pierna torpe. El disfraz era esencial para el plan. Los registros que necesitaba se encontraban en la basílica, pero era una figura demasiado conocida como para entrar por su propio pie. Tenía que colaborar con su amigo Tájic para entrar a escondidas, y esperaba que aquel gesto de confianza sirviese como punto de partida para una futura alianza entre sus gremios.

Los boros tenían una prisión secundaria cerca del recinto de la basílica. Tájic la condujo por la puerta y dejaron atrás a numerosos guardias, que bajaron la cabeza ante el caballero de su gremio. Tájic les devolvió el saludo y llevó bruscamente a Teysa por un largo pasillo de celdas. Los ojos ausentes de muchos criminales que aguardaban a que los llevasen a la cárcel principal intentaron ver quién había bajo el velo de Teysa. Aquello la molestó.

Tájic la guió por una estrecha escalera de caracol hasta un húmedo bloque de celdas subterráneo. Allí no había prisioneros ni luz para mostrarles el camino. Tájic la soltó y Teysa retiró el velo. El caballero prendió una antorcha, la escoltó hacia una celda del nivel inferior y cerró la puerta tras él.

―Mis disculpas por haberte llamado vejestorio ―dijo él mientras quitaba los grilletes de Teysa con sus manos ásperas pero amables.

―Oh, descuida: soy vieja. Técnicamente.

Tájic sonrió torpemente y retiró los grilletes. Teysa se masajeó las muñecas y examinó la celda austera donde se encontraban.

―¿Hay algo por aquí que me sirva como bastón? ―preguntó con un leve suspiro.

Tájic desenvainó su espada y se la ofreció con una sonrisa―. Es un buen apoyo para caminar, pero también es una herramienta fantástica para abrir frascos y matar gente de vez en cuando. ―Teysa agarró la empuñadura y usó el arma como bastón improvisado. Caminó hacia la pared del fondo y dio unos golpecitos a un ladrillo.

―Creo que la entrada está bien oculta aquí abajo. Ninguno de los guardias la ha encontrado ―dijo Tájic con orgullo, y señaló a una parte de la pared donde debía de estar la puerta secreta. Habían dedicado muchas noches sin descanso a excavar mediante magia el túnel de trescientos palmos que conectaba la prisión boros con la sala de registros del Obzedat.

Tájic, Espada de la Legión | Ilustración de James Ryman

Tájic posó una mano en una piedra que sobresalía de la pared de la oscura celda―. Puedo abrirla, pero ¿prefieres comprobar primero si tu método funciona?

―Cualquier ley confirmada verbalmente por el Pacto viviente es inquebrantable para la persona hacia quien la afirma ―explicó Teysa quitándose el velo y el disfraz que había llevado en la calle―. Solo tendría que mencionar directamente una ley confirmada por él para que se manifieste. E hice que el Pacto ratificase aproximadamente una veintena de leyes menores. Fue un auténtico incordio para él ―dijo con una sonrisa―. Y un deleite para mí.

Tájic le devolvió la sonrisa burlona y empujó la pared para guiar a Teysa por la entrada que había construido él. No tenía mucha altura, pero era comprensible, porque había tenido que excavar rápido y en secreto. La luz de la antorcha apenas iluminaba la pared al otro extremo del pasaje.

Teysa se agachó y apoyó una mano en la pared para caminar por el oscuro túnel. Su nuevo bastón chasqueó al tocar el suelo de roca y el sonido resonó por las paredes. Tájic se quedó atrás para cerrar la entrada y volvió enseguida junto a Teysa.

Pasaje del bribón | Ilustración de Christine Choi

―No tenías por qué ayudarme con este asunto ―dijo Teysa―. El Concilio fantasmal no ha hecho nada contra ti en concreto.

―Hago esto porque eres una líder fuerte y somos aliados. Tu talento se desperdicia bajo el yugo del Obzedat.

―Oh, muchas gracias, Tájic.

―Además, aborrezco a los fantasmas ―añadió él―. Sin ánimo de ofender.

―No te preocupes. ―Teysa siguió avanzando con la mano apoyada en la pared―. Esos muertos se merecen que los odies.

No tardaron en llegar al otro extremo del pasaje. Teysa se detuvo y recitó de memoria―. Políticas y procedimientos, sección 12, punto 4. ―Su corazón palpitó cuando el fragmento de magia de la ley que había tomado prestado se manifestó en su voz―. Los representantes oficiales de los gremios podrán obtener acceso entre lugares de residencia o trabajo controlados por diferentes gremios mediante el uso de una orden oficial.

Tájic le entregó un documento que había preparado con antelación. Parecía pequeño en manos de él. Teysa sostuvo la orden ante la roca y sintió la pared vibrar ligeramente.

Retrocedió cuando la entrada comenzó a rotar y los ladrillos giraron hacia el interior y dieron paso a un lugar sumido en la oscuridad total. Una cortina de polvo y arenilla cayó al suelo y reveló una sala tenebrosa repleta de archivos y registros. Teysa se retorció ligeramente.

―Uf ―dijo con un gesto de dolor―. La magia de la ley deja una sensación extraña.

―¿Qué se siente al usarla? ―preguntó el caballero. Teysa arrugó el rostro.

―Es rígida. Indiferente. Como una cena familiar incómoda de la que no puedes librarte ―explicó con un escalofrío.

―Una buena descripción de todos mis encuentros con los azorios ―comentó Tájic haciendo un sonido imparcial.

―Je, muy cierto. ―Teysa devolvió el arma a Tájic―. Atento, puede que haya hechizos para disparar una alarma ―advirtió la Enviada. Tocó las paredes de estanterías al atravesar el portal y este se cerró por sí solo cuando los dos entraron.

La biblioteca de registros estaba totalmente a oscuras, excepto por el brillo cálido de la antorcha que iluminaba un sinfín de estanterías repletas de libros. Teysa se quedó quieta y recitó―. Disposiciones y Normativa de Seguridad, artículo 14: toda medida de seguridad registrada debe obtener la aprobación del Departamento de Asuntos Bibliotecarios y Documentales del Senado azorio previamente a su inspección y puesta en funcionamiento; todas aquellas medidas que violen la ley serán señaladas para su futura investigación.

Unas pequeñas marcas aparecieron en el aire y se reflejaron como hilos plateados a la luz de la antorcha.

―Cuidado, no toques nada de eso y sígueme ―advirtió Teysa. Tájic volvió a ofrecerle la espada y caminaron entre los pasillos de libros, agachándose y esquivando la telaraña de magia titilante.

Cuando dejaron atrás la red de hilos, la luz de la antorcha alcanzó una mugrienta puerta de cristal con cientos de joyas incrustadas. El artesano que la construyó debió de poner más énfasis en el volumen de piedras preciosas que en la estética. Aquel lugar pretendía ser una muestra de opulencia, pero daba la impresión de ser un intento desesperado por enriquecer una estancia vacía.

Altar sin dios | Ilustración de Cliff Childs

―En toda mi vida había visto una cosa de tan mal gusto ―afirmó rotundamente el caballero.

―Es la entrada al santuario del Obzedat. Te aseguro que el interior es aún más desagradable ―dijo Teysa antes de echar mano a su nuevo cuchillo y llevárselo al antebrazo con una sonrisa―. Esta parte la escribí yo.

Sin dudarlo, se hizo un corte superficial en la parte posterior y recitó―. Artículo 12 de la Orzhovniha: una figura gobernante de los orzhov podrá obtener acceso a la Cámara del Obzedat mediante una prueba de su identidad.

Teysa se agachó y vertió discretamente un poco de sangre en una esquina de la puerta.

―¿Por qué ahí abajo? ―preguntó Tájic.

―Es una puerta cara ―explicó Teysa encogiéndose de hombros.

La sangre se filtró enseguida y una cerradura se abrió en el interior de la estructura. Teysa se apoyó contra la puerta incrustada de gemas.

―Sabía que esas urracas no renunciarían a sus posesiones ni al morir ―gruñó Teysa mientras empujaba para tratar de mover la puerta. Tájic se acercó para ofrecerle ayuda, pero Teysa siguió empujando, sumida en sus pensamientos―. Y pensar que mi tío decía que los cuerpos se incineraban. ¡Ja!

La puerta se abrió de golpe y el caballero dio un grito ahogado de sorpresa.

Decenas de cuerpos relucientes, curtidos y envueltos en vendas doradas de terciopelo ocupaban los tronos dispuestos por las paredes de la cámara. Los restos momificados de los patriarcas y las matriarcas del Obzedat estaban sentados allí, en silencio, preservados y engalanados de pies a cabeza con lo que debían de ser todas las piezas de joyería que poseían en vida. Los esqueletos cubiertos de piel tirante estaban vestidos con amplias prendas combadas, y las cuencas de sus ojos estaban llenas de diamantes y azabaches. Algunos presentaban más deformidades típicas entre los orzhov que otros. El terciopelo negro de sus vestimentas desprendía un brillo tenue que contrastaba con la piel demacrada de los cadáveres y las decenas de anillos que cubrían los dedos huesudos. Los tronos donde reposaban los cuerpos eran de ébano y obsidiana y resplandecían sobre un suelo pulido e incrustado de diamantes.

Tájic se detuvo y levantó la vista hacia las decenas de cuerpos que descansaban en las plataformas ornamentadas de la Cámara del Obzedat. La edad de los cuerpos y sus pertenencias eran cada vez mayores a medida que se aproximaban al techo, que estaba cubierto con un elaborado mosaico de diamantes. La luz de la antorcha de Tájic se reflejó en ellos mientras Teysa caminó con seguridad hacia el centro de la sala. Sus ojos buscaban algo en el suelo. El poco espacio que quedaba entre las piedras preciosas era de oro y platino resplandecientes. Los únicos asientos eran los macabros tronos y el aire hedía a vinagre y líquidos para embalsamar.

Basílica orzhov | Ilustración John Avon

Un cuerpo más reciente al fondo de la sala apestaba a sustancias químicas, fluidos corporales y magia oscura. Teysa se detuvo brevemente junto a él―. Hola, Tío ―murmuró.

―Por todos los ángeles ―masculló Tájic―. Vaya reunión familiar.

―Te he dicho que el interior es más desagradable ―dijo Teysa bromeando. Se agachó para dejar la espada y sujetar una manilla ornamentada que sobresalía del suelo. Tiró de ella y extrajo un cofre enjoyado, oculto bajo sus pies.

―Dime que no se mueven, por favor... ―El rostro de Tájic reflejaba su desagrado.

―No seas bárbaro.

―Has dicho que tus antepasados son "urracas" porque preservan sus cuerpos usando magia.

―Bueno, la verdad es que aprecio el concepto, pero la ejecución es un poco ostentosa. ―Teysa barrió con la mano el polvo del cierre de la parte frontal del cofre.

―¿Los registros están ahí? ―preguntó Tájic. Ella asintió, abrió el cofre y posó en el suelo un libro deteriorado. Pasó las páginas cuidadosamente hasta que encontró lo que buscaba y sonrió con satisfacción. Entonces se apartó un poco.

―Vamos allá ―susurró Teysa. Levantó la barbilla y recitó de memoria centrando su atención en el cofre en penumbra que tenía delante.

»Por orden de los gremios reunidos de Rávnica, se decreta que cualquier intento fraudulento por mejorar la posición de un gremio respecto a otros puede ser considerado y declarado como una declaración de guerra. En el supuesto de que un representante de otro gremio hallara pruebas de tales subversiones, estará autorizado a confiscar y entregar dichas pruebas al Pacto viviente con el fin de proceder a su investigación. Tájic del gremio Boros, ¿qué ves ante ti?

―¿Te refieres a los esqueletos aún cubiertos de piel?

―Me refiero al contenido de este libro ―dijo Teysa dirigiéndole una mirada severa.

―Lo siento. Los esqueletos me han distraído. ―Tájic se agachó e inspeccionó brevemente las páginas, procurando no acercar demasiado la antorcha. Parecía tratarse de un libro de cuentas donde se registraba la actividad de los orzhov. Ojeó numerosas páginas repletas de cifras tachadas, listados de operaciones, nombres de dominio público y ubicaciones de cámaras acorazadas.

»Es un libro de cuentas muy antiguo que presenta señales claras de haber sido editado en numerosas ocasiones. Sospecho que esta es la prueba que buscabas.

Teysa sonrió con sinceridad.

―De acuerdo con lo dispuesto en el Nuevo Acuerdo de los Gremios de Rávnica, por la presente se te otorgan el derecho y la obligación a exponer ante el Pacto viviente las citadas pruebas de corrupción financiera ―afirmó Teysa entre lágrimas de felicidad. Sintió que una punzada de magia acompañaba a la ley de sus palabras y se colmó de alegría.

Tájic trató de levantar el libro de cuentas.

Volvió a intentarlo.

La sonrisa de Teysa se desvaneció.

Las páginas polvorientas y deterioradas ahora parecían rígidas e indestructibles, como si formaran parte del suelo engastado de diamantes. Tájic dejó la antorcha a un lado y tiró del libro con todas sus fuerzas y su voluntad para arrancarlo del soporte. Teysa estaba en vilo. Notó que Tájic recurría a la férrea magia boros para intentar levantar el registro. Sin embargo, por mucho que lo intentase, no consiguió separarlo del suelo.

Teysa negó con la cabeza.

―No lo entiendo. Tendría que funcionar. Yo misma redacté la ley y el Pacto entre Gremios la ratificó; tendría que funcionar.

Tájic miró a la Enviada con desesperación. Teysa sintió la inquietud creciendo en su pecho. Cerró los ojos y se masajeó la sien, poniendo toda su concentración en repasar sus conocimientos legislativos. Volvió a abrir los ojos en cuanto se percató de algo, con el rostro lleno de horror. Se retiró el abrigo y dejó al descubierto el cuchillo que llevaba en la cadera.

―Espera un momento e intenta robar esto ―indicó. Tájic la miraba sin comprender a qué se refería. Teysa frunció el ceño y recitó otra ley―. ¡El hurto es una violación de la propiedad personal y habrá de ser juzgado por un tribunal! ―gritó tratando de conferir todo el poder posible a su declaración.

Tájic se levantó y se acercó a ella; sus botas chasquearon contra el suelo cubierto de diamantes. Agarró la empuñadura del cuchillo con total facilidad y Teysa contuvo el aliento. Entonces lo extrajo del cinturón. La Gran Enviada de los Orzhov se quedó atónita.

―La ley puede quebrantarse en esta sala ―dijo con voz ahogada. Sus ojos grises se abrieron de par en par y contemplaron horrorizados la cámara vacía y ostentosa.

―¿Cómo que la ley puede quebrantarse? ―protestó Tájic.

―El Pacto entre Gremios no tiene validez aquí ―replicó Teysa―. En este lugar hay algo que manipula directamente la ley de Rávnica.

―¿Cómo es posible que el Obzedat haya conseguido eso? ¡Están muertos! ¡No pueden utilizar la magia!

―Es muy antigua. Más que yo y que cualquier miembro del Consejo, probablemente. ¡Es muy antigua y no entiendo qué está pasando!

―Exacto, porque eres una chiquilla ingenua.

Teysa se sobresaltó. Tájic levantó el cuchillo robado en un acto reflejo. La voz no procedía de ninguna parte. Las respiraciones aceleradas del boros y la orzhov resonaron de forma espeluznante por la cámara. De pronto, Teysa cortó el silencio dirigiéndose a la nada―. Abuelo.

La silueta del fantasma emitía un brillo extraño a la luz de la antorcha. Flotó en silencio hacia su nieta, con una expresión parental llena de reproche.

―La ley no sirve de nada contra los nuestros, nieta. Llevo más de un siglo diciéndotelo.

―El Obzedat y todo lo que nuestro gremio ha hecho hasta ahora son una afrenta para la ley.

Teysa temblaba de frustración. Todos los músculos de su cuerpo querían luchar, apuñalar, desollar y matar, pero sabía que sería inútil intentarlo. Karlov fingió un suspiro condescendiente; el fantasma no había tenido que respirar desde hacía mucho tiempo y el gesto fue una triste parodia de un suspiro.

―Me temo que tengo que castigarte por tu berrinche, Teysa. No sabes lo decepcionado que estoy.

―¡No soy una niña!

―Pero has desobedecido mi voluntad.

―¡En esta cámara no puede obedecerse nada! ―declaró Teysa señalando los alrededores.

―En esta cámara ha de obedecérsenos a nosotros ―desestimó Karlov con total convicción―. Solicito una citación inmediata del Obzedat.

Tájic gritó con sorpresa cuando decenas de fantasmas emergieron del suelo. Los cuerpos carnosos y deformes de los orzhov fallecidos tiempo atrás se alzaron bajo sus pies y sintió un roce gélido en la piel. El escalofrío resultante fue tal que le hizo soltar la antorcha y esta cayó al suelo. Teysa mantuvo la compostura, acostumbrada al comportamiento de los muertos. La temperatura de la cámara descendió drásticamente y las que antes eran lágrimas de alegría se enfriaron en la mejilla de Teysa.

Karlov ascendió y se situó ligeramente por encima de los demás fantasmas del Obzedat.

―La Gran Enviada de los orzhov trata de derrocar al Concilio. ¿Qué decimos ante tamaña insolencia?

Los fantasmas gritaron con furia. Aquel coro sobrenatural y escalofriante hizo que Teysa y Tájic se echasen a temblar.

Obzedat, el Concilio fantasmal | Ilustración de Svetlin Velinov

―El boros habrá de ser encerrado en el calabozo ―ordenó Karlov. Un thrull entró arrastrándose a toda prisa por la puerta de la cámara y agarró a Tájic por la espalda. El caballero miró a Teysa, dudando si oponer resistencia. Ella negó levemente con la cabeza. El boros y su captor abandonaron la sala y la puerta se cerró tras ellos.

Teysa permaneció a la luz tenue de la antorcha. La multitud de fantasmas la observaba desde todos los rincones de la cámara. Karlov descendió hacia ella y frunció el ceño entre los pliegues de su cara.

―Por orden del Obzedat, quedas desposeída de tu título de abogada.

―¡No podéis hacerlo! ―protestó Teysa con un nudo en la garganta.

―Aquí, sí. El Concilio te prohíbe ejercer la abogacía durante el resto de tu existencia ―sentenció Karlov.

―¡Ya apenas la ejerzo! ―La cabeza de Teysa daba vueltas―. ¡Solo el Senado azorio puede revocar mi título!

―Nosotros obramos como nos place. Como siempre hemos hecho.

Su vida... Su obra... Todo había terminado. Las piernas le fallaron y cayó al suelo; trató de mantenerse apoyada sobre los brazos―. Habías planeado todo esto...

―¿Arrebatarte el título de abogada? Por supuesto, mocosa engreída. Y si quieres recuperarlo, tendrás que obedecer y recordar qué sangre corre por tus venas.

Karlov flexionó sus manos sebosas y translúcidas.

―Aclararemos los detalles sobre tu título restante como Gran Enviada ahora mismo. Te esperaré en la torre de Orzhova, ¿de acuerdo? ―Karlov sonrió y levantó una mano hacia la puerta de la sala de registros.

―No puedes arrebatarme algo que he conseguido por mis propios méritos. ―El pecho le palpitaba y sus puños se apretaron sobre el suelo de diamantes.

―Si no antepones los intereses del Obzedat, lo haré ―replicó Karlov sonriendo―. Nosotros te concedimos un título. Nos debes tu lealtad incondicional. ―Acercó una mano hacia ella y le mostró el anillo fantasmal.

Teysa miró el suelo enjoyado a través de él.

Karlov chistó, molesto.

―Chiquilla insolente...

―Tengo ciento doce años ―dijo con furia la Gran Enviada.

Karlov se inclinó lentamente y acercó el rostro a la oreja de ella.

Fingió una profunda inspiración y siseó entre dientes.

―Eres pequeña.

Y lo era.

―Como sabes, la torre tiene ocho plantas por encima de esta. No me hagas esperar ―la amonestó mientras se elevaba hasta desaparecer por el techo.

Teysa se quedó sola. Las últimas brasas de la antorcha iluminaban la espada de Tájic. Suspiró. El título de Gran Enviada nunca había sido un obsequio: era una forma de mantenerla controlada.

Teysa Karlov, del gremio Orzhov, estaba en deuda.

Recogió la espada.

Se levantó con firmeza, usando el arma a modo de bastón.

Y empezó a caminar hacia las escaleras.