Impacto
Historia anterior: Renovación
Tras decidir que una estrategia proactiva es la más conveniente en la situación actual, la mayoría de los Guardianes viajan a Amonkhet para atacar a Nicol Bolas sin rodeos, antes de que pueda urdir nuevas maquinaciones. Sin más planes ni información, cinco Planeswalkers se disponen a enfrentarse a un dragón anciano en un mundo misterioso y desconocido.
Un viento abrasador danzaba entre las dunas. Sus garras invisibles grababan líneas crípticas en la arena infinita. Sus soplos, en arrebatos vacuos, levantaban rocíos de polvo y gravilla, enardecidos por los soles gemelos que resplandecían en lo alto. Al rayar el alba, el primer sol inició su trayectoria ardiente por el cielo, mientras que el segundo permanecía en su punto sobre el horizonte. Bajo ellos, el viento recorría la vastedad del desierto con velocidad y fiereza crecientes, hasta convertirse en una tormenta de arena rugiente y caótica. Al poco tiempo, su aullido ahogó cualquier otro sonido; sus colmillos de arena mordiente arañaban y acuchillaban todo lo que se interpusiera en su camino. La tormenta carcomía los salientes de piedra, aquellos restos de monumentos naturales y artificiales, y roía la carne de las bestias salvajes demasiado lentas como para huir de ella.
En el apogeo de su furia, cerca de su corazón indómito y tempestuoso, un repentino centelleo de luz, una distorsión del aire, una ondulación de sombra, una ráfaga de fuego y un destello verde se manifestaron en el interior de la tormenta de arena. Cinco siluetas aparecieron donde instantes atrás no había nada, atrapadas por sorpresa entre las arenas cegadoras.
Y el viento continuó soplando, ajeno a su presencia.
Poco antes, en Kaladesh...
JACE
Observo a Ajani mientras se separa de nosotros, aferrando su capa y desvaneciéndose en un destello de luz. Mi mente lo sigue por un instante, hasta que pierdo el rastro y sus pensamientos se disipan en el velo de la Eternidad Invisible. Gideon carraspea detrás de mí; me vuelvo hacia él y asiento.
—Estamos solos.
—Entonces, no nos demoremos —responde Gideon—. Liliana, ¿seguro que conoces el lugar donde nos reuniremos con él más adelante?
Liliana enarca una ceja y levanta una mano con pereza para colocarse un mechón suelto detrás de la oreja.
—Querido Gideon, he viajado a incontables mundos del Multiverso durante los siglos anteriores a que nacieras. Conozco muchos planos y el que ha sugerido Ajani lo conozco especialmente bien.
—De acuerdo, contamos contigo para que nos orientes. Te seguiremos a Amonkhet y al lugar de reencuentro. —Gideon le muestra lo que parece una sonrisa cordial.
—Tu confianza me halaga y me honra —responde Liliana con una reverencia tan exagerada que incluso me da grima.
—Se está esforzando, Liliana. No seas tan mala con él —le digo mentalmente. Liliana me lanza una mirada furtiva y me guiña un ojo. Contengo el impulso de soltar un suspiro.
—¿Cuál es el plan una vez en Amonkhet? —La pregunta de Nissa rompe el silencio que se había producido.
—Llegar, buscar a un dragón y asarlo. —Chandra está sentada en la barandilla de la terraza, ajustándose los guantes. Gideon frunce el ceño al oír la propuesta, pero asiente.
—Más o menos. Liliana nos conducirá allí. Cuando lleguemos a Amonkhet y averigüemos todo lo posible sobre las intenciones de Nicol Bolas, neutralizaremos la amenaza saboteando sus planes o, si es necesario, acabando con él.
—No esperéis que eso resulte fácil —aviso—. Ignoramos si Tezzeret ya ha regresado para advertirle de que nos ha revelado su paradero. También desconocemos cuánto sabe sobre nosotros, si está preparado para defenderse de posibles amenazas interplanares o...
—Bla, bla, bla. —Chandra agita una mano delante de la cara, como si intentara disipar mis argumentos. Entonces baja de la barandilla de un salto y se acerca a nosotros—. Estamos perdiendo horas de luz y el factor sorpresa. Vamos de una vez.
Los cinco nos situamos en círculo. Echo un vistazo a mis compañeros y, no por primera vez, me asombro al fijarme en lo extraño que es nuestro pequeño grupo. En los alrededores, Ghirapur despierta poco a poco y el rumor de las calles y los ciudadanos se eleva con el sol. No se imaginan que, a pocos metros por encima de ellos, un soldado indestructible, una nigromante, una druida élfica, una piromante y un mago mental se disponen a partir hacia otro plano de existencia.
"Qué extraños amigos he hecho".
Un segundo pensamiento se abre paso desde los rincones de mi mente, una idea que intento alejar de mi cabeza.
"Qué extraño es tener amigos".
—Nos vemos en Amonkhet. —Liliana empieza a brillar cuando inicia su viaje entre los planos.
Veo que los demás también comienzan a desplazarse y cada silueta se desvanece de un modo ligeramente distinto. Las maneras en que otros magos lanzan sus hechizos siempre han despertado mi curiosidad, sobre todo sus formas de viajar entre los planos. Tal vez debería hablar de ello con los demás cuando tengamos más tiempo.
Si es que llegamos a tenerlo.
Levanto las manos, concentro mi atención en las hebras invisibles de maná del entorno y tiro suavemente.
El mundo de Kaladesh se vuelve borroso y trémulo y luego se derrite formando manchas de colores, como una ilusión que se disipa al descoser sus hilos mágicos. Siento la ya familiar (pero siempre extraña) presión de la Eternidad Invisible en torno a mí; el crepitar de energía y éter me deja un sabor a lluvia fresca y un hormigueo eléctrico en la lengua. Viajamos infinitamente lejos, aunque no lo hacemos en absoluto. Permanecemos quietos, pero nos movemos a velocidades inconmensurables. El tiempo, el espacio y las dimensiones se pliegan y despliegan y me desplazo detrás de Liliana (¿o debajo... o dentro?) mientras nos abrimos camino por la nada entre los mundos, dejando extrañas estelas y rastros invertidos de energía detrás de nosotros. Siento que ellos ya han llegado y, con un último tirón, los colores vuelven a colocarse en su sitio. El lejano regusto eléctrico a ilusión y sueños da paso a la sólida realidad.
Una realidad abrasadora y áspera.
Me doblo hacia delante y toso: el viento me ha metido un puñado de arena en la boca. El calor me golpea como una maza, una carga repentina y sofocante sobre los hombros. Un fuerte olor a podredumbre invade mis fosas nasales; es tan denso que casi puedo saborearlo. Entorno los ojos y miro alrededor en plena tormenta. El más próximo a mí es Gideon, envuelto en luz dorada: el bombardeo constante de la arena ha disparado sus escudos mágicos. Nissa está muy encorvada, con el rostro vuelto hacia el suelo, y lucha por conservar el equilibrio en la arena. Incluso Liliana parece ligeramente consternada, de pie a varios pasos de distancia y con una mano en alto para protegerse del viento castigador; su actitud imperturbable flaquea ante la tormenta opresiva. Chandra es la única que parece casi impávida, con los cabellos meciéndose violentamente y una mano rascando bajo la hombrera de su armadura.
Coraza metálica en una tormenta de arena... Chandra y Gideon no me dan la más mínima envidia ahora mismo.
La arena penetra en mis botas y en los pliegues de mi camisa como si realmente fuera su misión. Una ráfaga de aire me sacude la capa y esta se estampa en mi cara. Aparto la prenda lo mejor que puedo y avanzo con paso torpe en la duna. Gideon ha gritado algo sobre buscar refugio. A través de la ventisca, veo que Nissa intenta lanzar un hechizo. Yo también busco maná en los alrededores, pero lo único que encuentran mis dedos es el tacto seco de la arena y los yermos. Parece que no encontraremos refugio así como...
Una llamarada blanca sale disparada a través de la arena. Chandra empieza a caminar y concentra su fuego en la duna que se eleva ante nosotros. Retrocedo un paso mientras las ondas de calor, cada vez más intensas, surgen de ella hacia su objetivo.
—¡Yo me encargo! ¡Venid! —grita ella por encima del rugido de la tormenta.
CHANDRA
Vaya, vaya, quién me iba a decir que Amonkhet sería un páramo inmenso de arena y sol. Un momento... Sol no: soles, que hay dos. ¿Qué rayos...? No me extraña que haga tanto calor. Bueno, lo del calor es relativo, porque el bochorno de Kaladesh sí que es sofocante por culpa de la humedad. Aparte, ningún lugar es tan asfixiante cuando has estado en los fosos de lava de Regatha, pero, caray, parece que los demás están a punto de derretirse en este clima árido. ¿Podríamos haber tenido una llegada peor?
Bueno, supongo que esto es la guarida de un gran dragón malvado que envía a sus malvados esbirros a hacer el mal en otros mundos con su... maldad. Pues sí, este sitio tiene todo el sentido del mundo.
Aumento el calor y concentro mi fuego en un chorro al rojo vivo. De niña veía a los artesanos de Ghirapur haciendo esto, aunque ellos trabajaban con hornos de éter y tenían polvos especiales y cosas de esas, pero imagino que el concepto es el mismo. Noto que la arena se derrite y atrapo el aire en la mano para moldear y esculpir los fragmentos derretidos. Los artesanos de Ghirapur creaban estatuillas elegantes y piezas para naves con componentes delicados, complejos y detallados. Mi objetivo es mucho más simple. Avanzo unos pasos y manipulo el vidrio aún líquido para formar una cúpula sencilla, rudimentaria. Basta con que resguarde a cuatro personas de tamaño normal y una de tamaño Gideon. El vidrio cobra forma y se solidifica formando una burbuja semitransparente mientras los granos de arena golpetean su superficie aún blanda. Paso la mano por un lateral sin llegar a tocarlo y creo una pequeña abertura.
—Entrad, está frío. Eh... Casi frío. En fin, al menos no os quemará la ropa si lo tocáis por error.
Liliana es la primera en pasar y los demás no tardan en seguirla. Una vez dentro, miramos el vendaval de arena y polvo, que hace un sonido constante como si un millar de madres chistaran a sus niños para que cerraran la boca en un lugar extraño donde un millar de madres se reúnen con sus hijos, solo que el millar de madres son cientos de miles de granos de arena que repiquetean en nuestro pequeño refugio en medio de este pedazo de tormenta. Nos quedamos observando en silencio durante un rato y no sé si los demás lo hacen porque ven una especie de belleza primigenia y asombrosa en el caos que danza en el aire, o porque prefieren no encontrarse con las miradas de los otros después de haber venido aquí para patear el trasero a un dragón y haber estado a punto de acabar sepultados en la arena.
—Bueno, ¿y ahora? ¿Cuál es el siguiente paso? —pregunto.
Todos miramos a Gideon, pero el primero en hablar es Jace.
—Liliana, ¿estás segura de que hemos venido al sitio correcto?
Nuestra compañera parece ofenderse ligeramente, pero, claro, casi siempre parece ligeramente ofendida, o un tanto aburrida, o, si cree que nadie la está mirando, un poco pensativa y triste.
—Por supuesto. Jamás olvido cómo caminar hacia un plano en el que ya he estado.
—En ese caso, ¿dónde podemos encontrar a Nicol Bolas? —pregunta Gideon mientras se coloca en la entrada para bloquear la mayor parte de la arena y el viento que intentan colarse en el refugio. Liliana se vuelve hacia él y se encoge de hombros.
—No estoy segura. Mi anterior visita a este lugar fue... breve. Ha pasado bastante tiempo y tampoco me dediqué a pasear. Puede que muchas cosas hayan cambiado.
—Nissa, Jace, ¿percibís algo que nos ayude a orientarnos en la dirección correcta?
Nissa cierra los ojos y los de Jace desprenden un brillo azul. Tras unos segundos, Jace niega con la cabeza.
—No hay ninguna mente cerca.
Nissa tarda un poco más y su frente se arruga por la concentración. Al final, ella también abre los ojos y mueve la cabeza a un lado y a otro.
—El maná de este mundo me resulta... extraño. Es difícil hallar las líneas místicas. Están ahí, pero son débiles... como el pulso de un animal enfermo.
—Si Bolas creó este mundo, tiene sentido —opina Jace.
—O si mató un mundo vivo para adueñarse de él —añade Liliana como quien no quiere la cosa.
—¿No sabemos dónde encontrarlo ni si hay vida en este plano? ¿No tenemos ninguna pista? —Gideon se porta como buen Gideon y se centra en nuestro objetivo. Yo me porto como buena Chandra y medio escucho, medio miro hacia otro lado por la ventana más próxima. Que en este caso es la cúpula entera en la que nos refugiamos. Ventajas del vidrio.
Y entonces los veo.
—Creo que ya sé adónde tenemos que ir.
Los demás me miran y señalo hacia el exterior.
—Ajá —confirma Nissa.
—Ciertamente —dice Jace.
—No es nada sutil —murmura Liliana.
—¿Cómo es posible que no los hayamos visto antes? —se pregunta Gideon.
Incluso a través de la tormenta de arena, en el nebuloso fondo anaranjado del horizonte divisamos la descomunal sombra de dos cuernos que se elevan hacia el cielo, idénticos a los de la imagen de Nicol Bolas que Jace nos mostró anoche en Kaladesh.
—Por lo menos, está claro que es el sitio correcto —comento a los demás.
NISSA
Decidimos aguardar a que amaine la tormenta. Gideon permanece junto a la entrada cual escudo humano que nos protege de los elementos. Chandra medita enfrente de él, sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Por un momento, sigo el ritmo de su respiración e intento tomar prestado el solaz de su periplo. Un orgullo silencioso hormiguea en mi pecho al contemplar sus progresos y siento una felicidad cálida por saber que las humildes herramientas que compartí con ella la ayudan a hallar la calma. De hecho, ella es la única que parece sentirse tranquila en este lugar. El calor asfixiante ha agotado mis fuerzas y el resto de nosotros ya parecemos un tanto desmejorados. Me pregunto, y no por primera vez, cómo pretendemos detener o destruir a un dragón antiguo. Jace y Liliana han descrito en muchas ocasiones el poder y la astucia de Nicol Bolas. Necesitaríamos encontrarnos en plenitud de facultades para enfrentarnos a él, pero henos aquí...
Cierro los ojos y calmo la respiración ignorando la tormenta de arena y el sofoco. "Tengo que confiar en mis compañeros. Mis amigos". Tomo aire y transmito mis pensamientos por todo el cuerpo para identificar los puntos de tensión y aliviar los que puedo. Dudo por un momento y entonces imagino un río; me inspiro en la escena que describí para Chandra durante su meditación en Kaladesh. Puede que una travesía río abajo me ayude a apagar parte del calor interminable que perturba mis ideas.
Es extraño apoyarse en los demás, compartir mis cargas y cargar a mi vez con las preocupaciones de otras personas. Con algunos de mis compañeros me resulta más fácil hacerlo que con otros... pero en general me sigue pareciendo extraño. Sin embargo, es innegable que juntos somos más fuertes, que los vínculos de confianza quizá sean una fuerza tan poderosa como la comunión de una animista con la tierra. "Confianza. Comprensión. Estoy cultivando ambas".
Respiro y absorbo aire y maná a partes iguales. Mi corazón y mis pensamientos se extienden hacia este mundo extraño y buscan zarcillos de vida y vitalidad, las hebras familiares de las líneas místicas que se entrecruzan en todos los mundos.
De nuevo, lo único que percibo es un abismo de oscuridad, unas fauces infinitas de podredumbre y putrefacción.
En el pasado he visto mundos devastados por seres monstruosos. En Zendikar, la nada antinatural y blanquecina que dejaban a su paso los titanes eldrazi. En Innistrad, las líneas místicas corrompidas, salvajes y tóxicas, imposibles de canalizar o controlar. Sin embargo, este plano parece distinto. La mayoría de los mundos, a pesar de la corrupción y la influencia externas, albergan un equilibrio entre la magia vital y la mortal que se transmite a través de su intrincada red de líneas místicas, unidas para formar una compleja espiral con nodos de poder entrelazados. Sin embargo, en Amonkhet, la sombra de la muerte domina todo lo que está a mi alcance, como si el propio mundo prefiriera el silencio de los muertos.
Me concentro en las débiles hebras de energía vital que consigo encontrar; semejan espectros de líneas místicas, más que líneas en condiciones. Recorro sus hilos tenues y mi mente deja atrás a mi cuerpo. Mi respiración entra en sintonía con el débil pulso del mundo y gano velocidad mientras vuelo sobre las dunas, hasta que por fin emerjo más allá de la tormenta y veo...
—Nissa, nos vamos.
Abro los ojos y Chandra aparece ante mí. Está arrodillada a mi lado y tiene el rostro arrugado con una ligera preocupación. Detrás de ella, Gideon, Jace y Liliana ya han salido de la cúpula de vidrio y aguardan en lo alto de una duna. La tormenta parece haber amainado y de ella solo quedan pequeñas ráfagas que mecen las arenas en amplios arcos.
—Creo que he encontrado algo. En la misma dirección que los cuernos.
La mueca de Chandra se transforma en una sonrisa; sus pecas son un espejo de la tormenta ya pasada.
—Genial, me alegra que mi plan de "caminar hacia esas cosas de allá a lo lejos" tenga un poco de apoyo.
Chandra se pone en pie y me tiende una mano. Dudo solo por un instante antes de levantar la mía y dejar que me ayude a incorporarme. "Confianza. Comprensión".
—Vamos a patearle el trasero a ese dragón. —Chandra se marcha corriendo junto a los demás y voy en pos de ella.
Pero entonces, la duna cobra vida.
LILIANA
Los primeros atacan a Jace. Así es la suerte de este muchacho. Hacía un instante, esperábamos a Chandra y Nissa. Ahora, unas manos en descomposición han surgido de la arena, han atrapado a Jace por las piernas y han tirado de él hacia abajo. Jace suelta un gritito indecoroso mientras se hunde hasta la cintura. Solo se ha salvado gracias a los reflejos de Pecholobo, que ha conseguido volverse a tiempo de agarrar a Jace por un brazo e impedir que se hundiera bajo tierra. Libero una descarga de energía necrótica y fulmino las extremidades demacradas que tiran de Jace. A mis pies, la arena se agita y más manos surgen de ella lanzando al aire zarpazos hambrientos. Retrocedo un paso y me envuelvo en un aura de deterioro que marchita toda la carne que se acerca demasiado.
Unos gritos de pánico y una peste a podredumbre chamuscada llegan hasta mí desde la base de la duna. Echo un vistazo y veo a Chandra y a Nissa junto al pequeño refugio de vidrio, rodeadas de lo que parece una masa infinita de muertos vivientes achicharrados y resecos por el calor y la arena. El suelo se agita cerca de ellas y los muertos continúan surgiendo. Nissa desenvaina una espada oculta en su bastón (un truco simpático) y abate a los zombies más próximos, mientras que Chandra lanza torrentes de llamas que abren brechas momentáneas entre la horda. Sin embargo, a medida que ella los quema, más muertos momificados se alzan entre las arenas y vuelven a llenar sus filas.
Sonrío.
El Multiverso tiene un sinfín de planos, cada uno con sus propias maravillas, horrores e infinitas peculiaridades. Pero en todos ellos hay una constante: los seres vivos mueren.
Y los muertos me pertenecen.
Levanto las manos y unos zarcillos oscuros se extienden hacia el suelo para apresar sutilmente a los cadáveres más próximos. Percibo que mi magia entra en contacto con su núcleo y lo aferra, y entonces pronuncio una única palabra.
—Obedeced.
Uno a uno, los muertos vivientes que he reclamado detienen su avance. Disipo mi aura de deterioro y centro mi magia en apoderarme de los muertos que continúan alzándose. Una repentina ráfaga de arena estalla a pocos pasos de mí cuando un cadáver con cabeza de chacal surge del suelo y carga contra mí blandiendo una espada curva. Tropiezo hacia atrás maldiciendo mi descuido... y entonces oigo el sonido húmedo del acero cortando carne y veo un chorro de icor que salpica la arena. La mitad superior del torso del chacal se separa del resto del cuerpo y las extrañas hojas flexibles del sural de Gideon danzan de vuelta hacia él. Jace lucha a su lado, espalda con espalda y conjurando ilusiones que apenas distraen a la horda de muertos que se cierne sobre ambos.
—¿Estás bien? —grita Gideon.
—Ese cadáver me habría resultado útil, Pecholobo —replico impregnando mis palabras con decepción. El rostro de Gideon se avinagra y contengo una sonrisa. Qué fácil es provocarle. Sí, su intervención ha compensado mi momento de vulnerabilidad. Sí, la utilidad de Gideon es incuestionable. Pero no, no tengo necesidad alguna de insinuarlo.
Aun así, debería socorrer a Jace y a él. Tengo que ser una buena compañera de equipo y todo eso. Ordeno avanzar a mi pequeña tropa de muertos.
—Ayudad.
Mis zombies se lanzan contra los muertos que atacan a Gideon y veo que él altera su estilo de combate para apoyar a mis súbditos. Su sural golpea con mucha más precisión y cubre los flancos expuestos de mis muertos para acuchillar a los enemigos que amenazan con atravesar las filas. La efectividad de Gideon ha mejorado notablemente desde la última vez que luchó junto a mis vasallos en Innistrad.
Sí, no cabe duda de que será útil.
Vuelvo mi atención hacia la horda que hostiga a Chandra y a Nissa. Justo entonces, una momia asesta un fuerte golpe a Nissa en un hombro y otra consigue morder a Chandra en la armadura del antebrazo antes de que la piromante reduzca al muerto a cenizas. No hay tiempo para controlarlos. En vez de eso, formo un vínculo mucho más superficial con un mayor número de muertos y doy una orden sencilla a la mayor cantidad posible:
—Marchaos.
Decenas de muertos cesan el ataque y se alejan en direcciones distintas. Algunos corren en desbandada entre las dunas y otros vuelven a enterrarse en la arena. Las filas mermadas que todavía continúan con el asalto sucumben rápidamente ante la espada de Nissa y las llamas de Chandra, quienes luchan con una armonía sorprendente.
Mientras observo cómo acaban con los últimos muertos, acaricio con los dedos el Velo de Cadenas, que cuelga a mi lado. Es un lujo no tener que recurrir a sus poderes, ahora que cuento con otros Planeswalkers que hacen el trabajo duro por mí. Desde luego, dirigirlos a ellos es un tanto más... desafiante que utilizar el Velo o dar órdenes a mis siervos no muertos. Sin embargo, he conseguido traerlos a Amonkhet. Si juego bien mis cartas, probablemente me ayuden a cumplir el verdadero objetivo por el que he venido. Y lo mejor de todo es que lo harán por voluntad propia.
Echo un vistazo a los demás. Gideon ha despachado al resto de zombies hostiles y ahora observa con incomodidad a los últimos miembros de mi tropa. Chandra y Nissa están subiendo por la duna y recuperan el aliento después de la trifulca. Jace... se ha esfumado.
Arrugo el entrecejo. Conociéndolo, seguro que se ha escabullido durante la batalla para "buscar una perspectiva ventajosa", también conocido como "volverse invisible en cuanto las cosas se complican". Jace es propenso a desaparecer cuando la situación se tuerce, y sé que él no ha sido de gran ayuda en esta pelea. Para los magos mentales, los muertos vivientes son un problema: al no tener cerebro, los poderes mentales no pueden manipularlos. Jace y yo lo hemos comprobado muchas veces en nuestros numerosos... encuentros.
Sin embargo, puede que haya desaparecido porque un zombie ha conseguido hundirlo bajo tierra.
Suspiro y empiezo a buscar entre los cadáveres bajo las arenas, solo para asegurarme de que Jace no está retorciéndose en el pegajoso abrazo de un muerto del desierto. Durante el momento de distracción, no oigo con claridad lo que grita Nissa, que ha echado a correr hacia nosotros.
Entonces, el mundo se torna oscuro.
JACE
"Odio este plano".
Miro hacia atrás y veo a Gideon descargar un puñetazo contra otro muerto, cuyo cráneo se quiebra con un crujido nauseabundo. Un zombie distinto (de Liliana, seguro) intercepta y derriba a otro que intentaba echárseme encima; los contendientes levantan una nube de polvo durante su intercambio de golpes y zarpazos. Aprovecho la oportunidad para desvanecerme con un breve hechizo de invisibilidad y corro hacia la cima de la duna.
"Buscar una perspectiva ventajosa. Formular un plan en medio de este caos".
Ya estoy harto del dichoso infierno de Nicol Bolas, de su condenada arena, su maldito calor y sus hordas de muertos. Tenemos que salir de este desierto y buscar una estrategia mejor. Incluso Nissa, la reservada y tímida Nissa, preguntó si teníamos un plan antes de venir aquí. Sé que no soy de ayuda en este combate, pero puedo pensar qué haremos a continuación.
Cuando llego a lo alto de la duna, me vuelvo para estudiar la situación de la batalla. Chandra y Nissa están rodeadas de muertos, pero parece que Liliana se ha hecho cargo del problema y está enviando a decenas de ellos de vuelta al desierto. Mientras tanto, Gideon... es Gideon, un modelo de contundencia y eficiencia. Además, está luchando en tándem con los zombies que Liliana acaba de dominar.
Resulta extraño verlos colaborar y darte cuenta de que Liliana está pendiente de los demás durante una batalla. Tal vez esté cambiando de verdad. Puede que pronunciara su juramento con sinceridad y que realmente crea en el propósito de los Guardianes; a pesar de su hostilidad con Gideon, parece que nuestra misión le importa.
"Quizá debería replantearme si nos conviene".
Mis años de... enredos con Liliana me hacen pensar que ahora la conozco menos que al principio. Cuanto más descubro sobre ella, más enigmática se vuelve. Liliana es casi tan imposible de leer como sus zombies y nunca deja de sorprenderme... para bien o, la mayoría de las veces, para mucho peor. A pesar de todo, incluso ahora continúa atrayéndome. A menudo me sorprendo defendiéndola ante los demás, hasta cuando me recuerdo a mí mismo que debo ser precavido con ella.
Me quito estas ideas de la cabeza. Ahora no es el momento de resolver el misterio de Liliana, mientras observo la situación desde esta montaña de arena. Dirijo mi atención hacia los cuernos en la lejanía.
¿De qué información disponemos? ¿Qué planea Nicol Bolas? ¿Cuál es la mejor manera de seguir adelante?
Estamos en un plano inhóspito. Nissa ha dicho que el mundo parece estar más muerto que vivo. Da la impresión de que hay zombies acechando en todas partes, a la espera de que alguien pase para devorarlo.
¿Qué motivos podría tener Bolas para establecer aquí su base de operaciones?
¿Qué secretos se ocultan bajo las arenas? ¿De verdad es un mundo muerto? ¿Qué propósito tienen esos cuernos ostentosos del horizonte? Sí, es fácil pensar que el ego del dragón le ha llevado a erigir un gran monumento a sí mismo solo porque puede. Sin embargo, Nicol Bolas no es dado a perder el tiempo con actos narcisistas. No, sus actos siempre obedecen a propósitos ocultos bajo capas de artimañas y casualmente son narcisistas y ostentosos.
Contemplo la posibilidad de viajar entre los planos y regresar para intentar aparecer más cerca de los cuernos, pero pronto descarto la idea: desplazarse a lugares específicos es tremendamente difícil incluso en mundos muy conocidos. Lograrlo en un plano nuevo para mí requeriría una suerte increíble. Además, si Bolas cuenta con protecciones o alarmas contra intervenciones interplanares en Amonkhet, prefiero no arriesgarme de nuevo a activarlas y darle otra oportunidad de saber que le hemos encontrado.
Lo mejor es continuar a pie. Sin embargo, en el poco tiempo que llevamos en el plano, ya hemos sufrido una tormenta de arena y una emboscada de muertos vivientes. Nuestros próximos pasos tienen que servir para reducir los riesgos y aprovechar nuestros puntos fuertes. Debemos reponernos y continuar avanzando hacia los cuernos totalmente alerta. Se acabaron las sorpresas y...
La advertencia de Nissa me saca de mi reflexión y me devuelve al campo de batalla.
¿Acaba de gritar...?
NISSA
—¡SIERPEEES!
Liliana me oye, pero la advertencia llega demasiado tarde. Los temblores subterráneos que percibo estallan en un géiser de arena justo debajo de ella y contemplo horrorizada cómo desaparece en las fauces de una sierpe inmensa. A poca distancia, una segunda bestia emerge de las arenas con un rugido atronador que sacude el aire del desierto. Reúno el poco maná que logro encontrar y busco desesperadamente una energía que no está ahí para intentar usar hechizos que, en el fondo, sé que no puedo lanzar en este yermo árido.
—¡Acabad con ella! —ruge Gideon al cargar contra la sierpe... pero los muertos vivientes que Liliana controlaba se vuelven contra él y nuestro compañero desaparece bajo una montaña de engendros.
"Los zombies le han... Liliana ha muerto".
La idea se aferra a mis pensamientos aunque intente alejarla desesperadamente y sustituirla por cualquier otra cosa: un plan, un impulso, lo que sea.
Bajo mis pies, nuevos temblores en las profundidades de las arenas me dan un escalofrío a medida que se acercan. El miedo y las dudas invaden mi corazón y siento su sabor amargo y punzante.
"Respira. Actúa".
"Confía".
—¡Chandra, acaba con esa sierpe! ¡Vienen más! —Emprendo la carrera y sujeto mi espada con fuerza. No puedo extraer el maná necesario para el hechizo que esperaba lanzar, pero puedo acabar con los zombies que asedian a Gideon. Puedo confiar en que Chandra elimine a las sierpes. Puedo contar con que Jace formule un plan, dondequiera que esté. Con un grito, me abalanzo bajo la sierpe que desciende sobre mí y ruedo mientras me deslizo sobre la arena. Mis pies encuentran apoyo y salto hacia delante para acortar la distancia que me separa del grupo de muertos vivientes. Mi arma saja la carne en descomposición y empiezo a abrirme camino hacia Gideon.
CHANDRA
POR LOS FUEGOS DE REGATHA QUÉ DIABLOS ES ESA COSA SE ACABA DE TRAGAR A LILIANA NO PUEDE SER MALDITA SEA TE VOY A CALCINAR BICHARRACO UN MOMENTO NISSA DICE QUE VIENEN MÁS NO NO NO SÍ AHÍ ESTÁN FUERA DE MI CAMINO U OS FRÍO A TODOS DEVOLVEDME A LILIANA MALDITOS HIJOS DE UN BANDAR...
GIDEON
Un sinfín de dientes. Manos terminadas en dedos como garras. Carne podrida presionando por todas partes. Intento blandir el sural, pero la masa abrumadora de muertos me inmoviliza. Mis defensas refulgen y el familiar brillo dorado danza ante mis ojos mientras me muerden, me arañan, me aplastan la cabeza contra la arena y me acuchillan las extremidades para intentar despedazarme.
Con gran esfuerzo, consigo arrastrar la pierna izquierda debajo del torso y empujo hacia arriba con todas mis fuerzas para quitarme a algunos de encima e incorporarme a medias. En ese momento, una hoja de acero silba junto a mi cabeza y consigo girarme para ver el destello de la espada de Nissa. De pronto, las extremidades del zombie que me aferra el brazo derecho dejan de estar unidas a su torso. Una risa triunfante escapa de mis labios y envío maná hacia el sural. Con un movimiento rápido de la mano, las hojas del arma fustigan las inmediaciones y sus arcos brillantes acuchillan a una parte de los zombies. En cuestión de segundos, Nissa y yo concluimos nuestro baile mortífero; sus movimientos fluidos y precisos se compaginan sin estorbos con las trayectorias concéntricas de mi sural. Dejamos atrás el terreno sembrado de trozos de muertos, que ahora vuelven a descansar, y corremos hacia Chandra, que mantiene a raya a las sierpes empleando sus llamaradas.
—¿Cuatro? —grito a Nissa durante la carrera.
—Seis. Vienen dos más.
Siento un nudo en el estómago, pero sigo adelante. Mi siguiente pregunta es más importante que mis temores al oír esos números.
—¿Y Liliana? ¿La han...?
Nissa señala a una de las sierpes que intentan flanquear a Chandra. Acelero el paso.
Los dominios de Nicol Bolas albergan muchos más horrores de los que imaginábamos.
LILIANA
.
.
.
CHANDRA
—¡Raaaaaargh! —El grito sale de mi garganta mientras desencadeno un infierno y envuelvo a una de las sierpes en una columna de llamas. El monstruo por fin cae, abrasado y carbonizado, y las arenas se estremecen con el impacto.
Mi respiración suena ronca y entrecortada.
—¡¿Quién quiere ser la siguiente?! —grito más para mí misma que para las sierpes, porque son sierpes y probablemente no entiendan ni una palabra. Percibo movimiento a mi derecha y oigo un rugido. Consigo apartarme del camino de una sierpe que se abalanza sobre mí. ¿Cómo es posible que un bicho tan grande se mueva sigilosamente?
Casi me desmayo del susto al darme la vuelta y ver un enorme escorpión azul y brillante que ha aparecido de la nada. Un segundo después, me sobresalto de nuevo cuando Jace se vuelve visible a mi lado. Me agarra de la mano, se lleva un dedo a los labios y ambos desaparecemos mientras el escorpión ilusorio echa a correr por la arena y una sierpe lo persigue, zambulléndose entre las dunas como si fuesen las olas del mar en vez de... pues eso, de arena bastante sólida.
—Son su comida favorita —susurra Jace, que sigue siendo invisible y no me suelta la mano. Puedo sentir que tiene el pulso acelerado y resisto la tentación de preguntar en qué más piensan estos monstruos.
Gideon y Nissa corren hacia nosotros. El grandullón blande el sural y grita para atraer la atención de las sierpes. Quedan dos... No, cuatro. ¡¿De dónde han salido las otras dos?! El grupo se vuelve hacia Gideon y serpentea hacia él con una velocidad asombrosa. El sonido de las escamas rozando la arena se propaga por el aire seco y muerto. Sigo con la vista a una de las sierpes y suelto la mano de Jace para perseguirla. Arrojo dos proyectiles de fuego contra ella que apenas la chamuscan, pero consiguen que se separe de las otras y vuelva hacia mí. A mis espaldas, Jace grita alguna chorrada. Aprieto los puños y concentro un fuego incandescente entre mis dedos.
Sin embargo, antes de que pueda lanzar el hechizo, la sierpe sufre una sacudida y se desploma. La sorpresa me hace perder la concentración y el fuego de mis manos se apaga. Veo que la sierpe empieza a convulsionar. Me aparto corriendo, porque cuando a los humanos les ocurre algo parecido, acaban vomitando, y no quiero que una sierpe de arena me vomite encima, no, señor.
Pero esta sierpe no vomita. En lugar de eso, su piel se descompone y luego termina reducida a polvo. Observo con horror mientras Liliana sale del interior de la sierpe. Sus entrañas, ácidos estomacales y vísceras chisporrotean alrededor de ella y una extraña cosa hecha de pequeñas cadenas flota delante de su rostro emitiendo una luz púrpura. Liliana pone un pie en la arena y la sierpe se estremece junto a ella; sus tripas continúan brotando por el agujero tamaño Liliana y sus escamas adoptan un color grisáceo, muerto. Liliana da algunos pasos más como si estuviera en trance. Las marcas de su piel brillan con la misma luz púrpura del artefacto y sus ojos están en blanco, inexpresivos. Observo mientras las heridas de su cuerpo parecen cerrarse y los fluidos de la sierpe continúan evaporándose como abrasados al fuego, pero no percibo calor alguno emanando de ella. De hecho, parece más fría y ausente que nunca, como una estrella gélida que chamusca las arenas a su paso.
—¿Liliana? —Me acerco un paso y el brillo púrpura de toda ella se apaga. Liliana pierde el conocimiento y se desploma.
JACE
"Esto no va bien. Esto no va nada, nada bien".
GIDEON
La primera sierpe se abalanza sobre mí con las fauces abiertas, dispuesta a engullirme entero.
Perfecto.
Inicio la carrera y salto hacia la boca de la sierpe a la vez que realizo un movimiento amplio con el brazo. El sural descarga múltiples tajos en espiral contra la garganta de la sierpe y las hojas cortan sus entrañas. El calor y la presión sofocante de los músculos digestivos vuelven a dar paso a la luz del día cuando divido en dos el cuello de la sierpe y salgo por detrás entre un rocío de sangre y fluidos.
Una menos.
La sierpe se derrumba con estruendo sobre las arenas y caigo torpemente a su lado. Apenas me da tiempo a levantarme antes de que la cola de una segunda sierpe me golpee en el pecho con la fuerza de un rhox a la carga. Salgo volando hacia atrás, me estrello contra otra duna y ruedo por ella hasta detenerme.
Quedo tendido boca arriba, con los ojos cerrados con fuerza y luchando por recuperar el aliento.
Tal vez necesite otra táctica para ocuparme del resto.
—Gideon, tenemos que huir y reagruparnos. —Me incorporo con un sobresalto. Jamás me acostumbraré a que la voz de Jace aparezca de pronto en mi cabeza. Un breve vistazo alrededor revela que una de las sierpes se dirige hacia mí y me levanto de inmediato.
—Creo que podemos con esto, Jace. —Preparo el sural y trato de prestar atención tanto a la sierpe como a la voz de Jace—. ¿Liliana está...?
—Viva, pero maltrecha.
No me agrada oír eso. La sierpe me embiste con las fauces cerradas; su cabeza es un ariete inmenso. Salto a un lado para esquivarla y una cascada de arena cae sobre mí tras el impacto de la sierpe. El suelo se divide al paso de la bestia, que vuelve a cargar contra mí, esta vez medio enterrada.
—Aguanta, Nissa y yo estamos en camino. —Me agacho y, cuando la sierpe emerge de la arena, salto hacia atrás y lanzo un tajo desde arriba que castiga el vientre de la sierpe cuando sale a la superficie. El metal corta estas escamas menos resistentes y el animal suelta un rugido de dolor. Ruedo hacia la derecha para no terminar aplastado bajo la mole del monstruo, que se retuerce malherido, pero no del todo muerto.
A poca distancia, veo a Nissa cargar contra la otra sierpe cuando esta surge de las arenas. La elfa aterriza ágilmente en la cabeza de la criatura, que se agita para intentar quitársela de encima. Sin embargo, Nissa es demasiado rápida: en un abrir y cerrar de ojos, clava su espada usando ambas manos y la hoja atraviesa el cráneo con un crujido. Mi compañera permanece sobre la sierpe mientras esta se estrella en el suelo.
—¡Nissa! —la llamo—. ¡Liliana necesita...!
—Jace me lo ha dicho. —Nissa extrae la espada del cadáver y, con un destello de luz verde, el arma vuelve a adoptar la forma de su bastón. Buscamos a Jace y Chandra con la mirada y corremos hacia ellos. Están arrodillados junto a Liliana y el cadáver de la última sierpe yace detrás de ellos.
Jace nos mira mientras nos acercamos y sus ojos emiten un brillo.
—Deberíamos retirarnos y volver a Kaladesh. Necesitamos un plan mejor, una estrategia.
—Tranquilízate, Jace. —Noto la preocupación en sus pensamientos e intento evaluar la situación. Estos ataques inesperados nos han sorprendido con la guardia baja, sin duda, pero hemos sobrevivido y neutralizado las amenazas. Liliana está malherida, pero viva. Nissa puede tratar sus heridas y así podremos seguir adelante. Retirarnos ahora y arriesgarnos a topar con más problemas al regresar no parece la mejor...
De pronto, la sierpe que yace detrás de Jace empieza a moverse.
NISSA
Percibo el fenómeno antes de comprender qué ocurre. Noto un cambio repentino en el ambiente, como la presión silenciosa que precede a un aguacero. Sin embargo, este cambio es mágico: un aumento de las tensiones etéreas, un tirón en el latido y la sombra de las líneas místicas del plano. Una especie de poder antiguo y arraigado en este mundo acaba de agitarse. Aflojo el paso, distraída y curiosa, y miro alrededor en busca de lo que ha cambiado. Los gritos de alarma de Gideon atraen mi atención hacia Jace. Entonces, por fin me doy cuenta de lo que ha ocurrido, pero es demasiado tarde.
La sierpe muerta que hay detrás de ellos se alza pesadamente, con un agujero inmenso en el cuerpo. El monstruo da una sacudida a una velocidad antinatural y la cola impacta contra Chandra y Jace con tal fuerza que ambos salen volando por los aires. Observo horrorizada cómo rebotan en la arena, cuales piedras saltando por la superficie de un lago, hasta que caen inertes.
Los muertos están condenados a caminar en la muerte viviente.
La verdad de esta tierra parece resonar desde el propio plano, como un reflejo de las líneas místicas enfermizas y la marchita alma del mundo. Las extrañas nauseas. La presencia constante de la podredumbre desde nuestra llegada.
Este mundo sufre una maldición antigua y poderosa. Una maldición que ha invertido y subsumido el mismísimo ciclo de la vida y la muerte.
El miedo se apodera de mí y una sensación gélida me produce un escalofrío cuando me vuelvo hacia las otras sierpes que hemos matado.
GIDEON
Corro lo más rápido que puedo hacia la sierpe no muerta que se cierne sobre el cuerpo inconsciente de Liliana, pero entonces, un rugido espeluznante y un temblor a mis espaldas me hacen mirar atrás. Otras dos sierpes zombificadas se alzan entre las arenas. Nissa consigue esquivar la embestida de la primera, pero la segunda logra enroscarse alrededor de ella.
—¡No! —grito cuando Nissa desaparece entre las escamas de la sierpe.
El tiempo se ralentiza.
El horror me oprime el corazón.
Mis ojos no paran de mostrarme dos elecciones imposibles.
Salvar a Nissa de un abrazo mortal.
Salvar a Liliana de una muerte inminente.
En ambos casos, otra amiga morirá de nuevo por culpa de mi arrogancia.
Me quedo paralizado por una fracción de segundo, plenamente consciente de que no tomar una decisión supondrá la muerte de ambas.
Doy un paso, movido más por el instinto que por el raciocinio.
De pronto, una luz cegadora estalla en el horizonte.
Levanto un brazo y me protejo los ojos instintivamente, pero una fuerza desconocida me derriba y me arrastro varios metros por las arenas. Un instante después, mi mente se esfuerza por asimilar lo que veo.
Una flecha descomunal, de una luz blanca y refulgente, ha atravesado a la sierpe que se cierne sobre Liliana. Observo con asombro mientras el monstruo muere fulminado y su cuerpo queda reducido a cenizas. La flecha se desvanece como un rayo de sol reflejado en las arenas y el viento se lleva los restos de la sierpe.
Las otras bestias de los alrededores, tanto muertas como vivas, rugen y emprenden la huida. La que ha atrapado a Nissa suelta a mi amiga bruscamente y corro hacia ella; parece haber perdido el conocimiento. Antes de llegar hasta Nissa, una enorme silueta dorada y roja cruza las arenas a toda velocidad, con tal fervor que apenas consigo seguir sus movimientos. Cuando da alcance a las sierpes, por fin distingo su forma.
Es muchísimo mayor que yo, diez veces más alta que un humano. Su tocado dorado resplandece a la luz de los soles y su gigantesco bastón de dos puntas ha ensartado a una de las sierpes no muertas. Su cuerpo desprende un poder radiante y todos sus rasgos son humanoides, excepto la cabeza, que semeja la de un chacal. Unos ojos plateados e insondables se fijan en mí y noto que su mirada me atraviesa. La desconocida extrae su arma de la sierpe y, al igual que la víctima del arquero invisible, esta criatura también se convierte en cenizas. La última sierpe no muerta comienza a enterrarse en la arena, pero la gigante con cabeza de chacal se abalanza sobre ella a una velocidad sobrehumana y clava su bastón en el suelo. La tierra tiembla y un chillido amortiguado reverbera en las dunas hasta apagarse definitivamente.
El aullido solitario del viento es el único sonido audible cuando la cazadora se yergue. Comienzo a andar hacia ella y entonces centra toda su atención en mí. Siento que mi corazón se llena de un fuego dorado y mis pasos flaquean mientras su mera presencia me sobrecoge y me priva de respirar. Entonces, después de un levísimo asentimiento, se marcha a la velocidad del rayo hacia el horizonte, en dirección a los amenazadores cuernos, hasta que la veo desaparecer tras una enorme cresta de arena en la lejanía.
Caigo sobre las rodillas, rodeado de mis amigos dispersos e inconscientes, con la mente tan embotada como el cuerpo.
"Hay dioses en Amonkhet".
Tormentas de arena incesantes, hordas de muertos vivientes, sierpes de arena gigantescas, los muertos volviendo a la vida... Con todo lo que he visto en este mundo, la presencia de dioses era lo más inesperado y extraño de todo.
Mi mente y mi corazón se separan en una infinidad de direcciones. Vuelvo a ser un niño en Theros, fascinado por las historias sobre dioses poderosos y deidades vengativas. Un adolescente rebelde que contempla el caos sembrado por la temible fuerza y la cruel vanidad de esos dioses. Un adulto joven que se cruza en su camino y sufre su ira implacable, que presencia su intromisión en los asuntos de los humanos y su indiferencia por las vidas de los mortales. Mi fe, mi miedo y mis esperanzas en ellos se habían entrelazado y apretado en un nudo sobre el que no había reflexionado en años tanto por negligencia como por evasión premeditada.
Sin embargo, aquí están, en Amonkhet.
En el mundo de Nicol Bolas.
Y todos mis amigos han sobrevivido gracias a ellos.
Esta diosa irradiaba una rectitud innegable: luz dorada, un bastón castigador ayudado por las flechas de otra presencia invisible, poder para combatir a los muertos vivientes y la oscuridad.
Ignoro cuánto tiempo llevo arrodillado en la arena. Lentamente, mis pensamientos regresan a mi cuerpo, a mis amigos heridos, y me obligo a levantarme. Lentamente, despierto y reúno a mis compañeros. Lentamente, atendemos nuestras heridas y nos sanamos lo mejor que podemos.
Intento explicar lo que ha ocurrido. Lo que he presenciado. No lo comprenden del todo. Veo el escepticismo de Jace, el desdén de Liliana y la confusión de Chandra. Nissa es la única excepción y afirma que cree haber sentido una presencia antes de perder el conocimiento, pero su confianza en mis palabras se debe más a la simple curiosidad que a la fe.
Discutimos sobre nuestros próximos pasos, pero sé que debemos continuar.
Todavía tenemos una misión que cumplir como Guardianes.
Y yo necesito respuestas.
¿Cómo puede un mundo supuestamente gobernado por un malvado dragón anciano ser también el hogar de estos seres divinos?
Tras descansar lo mejor que podemos, nos preparamos y reanudamos la marcha hacia los cuernos, esta vez más alerta y vigilantes. Nos topamos con algunos muertos vivientes, pero Liliana los ahuyenta con facilidad. La mayoría de las bestias salvajes y las hienas se mantienen alejadas de nosotros, o al menos lo hacen en cuanto ven las llamas de Chandra. Al cabo de poco, ascendemos por la cresta donde la vi desaparecer. Y cuando llegamos a la cima, todos contemplamos el paisaje con asombro.
Ante nosotros, el desierto interminable da paso a la tierra fértil. Una vegetación exuberante se extiende junto a un río que se pierde en la distancia. El primer sol arde en lo alto y su luz se refleja en el agua, mientas que el segundo sol parece no haberse movido en lo más mínimo desde nuestra llegada, abrasándonos desde su posición cercana a los grandes cuernos en la lejanía.
Mucho más cerca que los cuernos, vemos otros monumentos magníficos y estructuras enormes, que en conjunto forman una vasta ciudad que se extiende hasta donde abarca la vista. Las líneas verticales de los obeliscos y las torres se elevan perpendicularmente sobre extensos templos geométricos. El río está salpicado de naves y botes y los sonidos de aves y el bullicio de la metrópolis se elevan hasta nuestra ubicación.
"Ahí abajo vive gente".
Jace es el primero que se fija en el brillo mágico que rodea la ciudad. Al observar detenidamente, distingo una barrera translúcida que cubre toda la extensión e impide que las arenas del desierto e incluso las nubes de las alturas penetren en ella. Las aves del interior evitan la barrera, reticentes o incapaces de atravesarla.
—¿Qué es ese lugar? —Nissa es la primera en romper el silencio, con fascinación en la voz.
Carraspeo para poder hablar.
—Liliana, ¿conoces...?
Liliana niega con la cabeza.
—Vi muy poco de Amonkhet en mi última visita. No sabía que existiera esta ciudad.
—Esto no tiene sentido —duda Jace—. ¿Cómo podemos toparnos con un lugar así después de lo que hemos visto?
Ninguno de nosotros tiene una respuesta. Finalmente, Chandra se encoge de hombros.
—Solo hay una manera de averiguarlo. —Y entonces comienza a descender hacia la ciudad y su barrera.
Los demás la seguimos, todos nosotros con la mente más llena de preguntas que de respuestas.
Mientras los cinco descendían por la duna, el susurro del viento solitario acariciaba el terreno por el que habían caminado. Las arenas se mecían con él y borraban las pisadas, formando nuevas dunas y barriendo nuevas extensiones llanas. En las alturas, el primer sol se situó en su cénit, mientras que el segundo mantenía su posición en el horizonte, con la mirada de fuego clavada en el mundo situado bajo él. Pocos minutos después, el desierto volvió a ser el que había sido siempre, con los dos soles como únicos testigos del eterno silencio.
Y el viento continuó soplando, ajeno a todo lo acontecido.
Archivo de relatos de Amonkhet
Perfil de Planeswalker: Chandra Nalaar
Perfil de Planeswalker: Gideon Jura
Perfil de Planeswalker: Nissa Revane
Perfil de Planeswalker: Jace Beleren
Perfil de Planeswalker: Liliana Vess
Perfil de Planeswalker: Ajani Melena Dorada