Historia anterior: El levantamiento de Emrakul

Debido a las maquinaciones de Nahiri, el titán eldrazi Emrakul ha llegado a Innistrad. Entretanto, Liliana ha permanecido en la torre de la mansión Vess para experimentar con los poderes (y las dolorosas repercusiones) del Velo de Cadenas. Desde su pelea con Jace, Liliana ha decidido que solo puede confiar en sí misma para enfrentarse a sus demonios.


Cinco delgados alambres metálicos colgaban de los extremos del Velo de Cadenas. Liliana Vess casi podía ver su propio reflejo en los recipientes de vidrio espectral a los que llegaban los alambres, en el orbe ruina de brujas que descansaba en el alféizar de la ventana y en los tubos conductores que salían por la ventana y ascendían hasta el tejado. Los grabados de su rostro apenas eran visibles detrás del Velo. Las líneas de su piel tenían el color de la luz amenazadora de la tormenta que se arremolinaba en el exterior. Los relámpagos centelleaban de manera apropiada.

Dos demonios aún tenían que morir, pero Liliana necesitaba asegurarse de que ella misma no moriría cuando por fin se enfrentase a ellos. El Velo de Cadenas era un arma potente, pero potencialmente mortífera para quien lo usase. Si el experimento funcionaba, podría utilizar el Velo sin correr peligro. Así no necesitaría la ayuda de cierto mago mental que se empeñaba en corretear por las provincias para investigar un ridículo misterio. Entonces podría borrar a sus acreedores de la faz del Multiverso de una vez por todas.

―¿Está todo preparado?

Sus asistentes no poseían ni una fracción de la inteligencia de Caperucito, pero tendrían que bastar. El mago de geists, Dierk, recitaba la lista de componentes en un microsusurro mientras ajustaba una serie de boquillas y apretaba las sujeciones del orbe. Su ayudante, Gared, permanecía junto a la ventana y su ojo hinchado se movía sin parar entre los dispositivos y la tormenta eléctrica del exterior de la torre. Tenía una mano en alto, posada sobre una palanca de tamaño considerable.

―Los acumuladores están en posición, mi señora ―dijo Dierk―. La tormenta se acerca a su apogeo, pero me veo obligado a advertiros que vamos a dirigir una gran cantidad de energía espectral directamente hacia el artefacto...

―No tienes que advertirme nada ―afirmó Liliana.

―Pero... el artefacto absorberá la energía de toda una tormenta.

―Cierto.

―Mientras vos lo lleváis puesto.

―Lo sé.

―En la cara.

―Oh, por favor... ―masculló Liliana, molesta―. Y cuando eso ocurra, el flujo de energía espectral del orbe actuará como una antena para geists, desviando del sujeto el contragolpe del artefacto y sublimando la represalia en forma de electricidad estática inofensiva, sorteando así todas las repercusiones y permitiendo el uso seguro del Objeto, ¿verdad?

―Esa es la teoría, sí... ―confirmó el mago mirando nerviosamente a Gared y dándose golpecitos en la barbilla con los dedos enguantados.

―Escucha, Dierk ―dijo Liliana―. Mi amiga te recomendó porque cree que eres un experto en la contención de espíritus. ¿Lo eres o no lo eres?

―Claro que sí, mi señora ―balbuceó Dierk, sorprendido por la pregunta.

―¿Entonces...?

―Entonces, procedamos. ―El mago se cubrió los ojos con sus lentes―. Debo añadir... que esto os dolerá.

―El dolor es pasajero ―afirmó Liliana recostándose en la silla. Los alambres unidos al Velo de Cadenas se mecieron―. Además, no aprenderemos nada si ensayamos esto con Gared.

El ayudante sonrió y su ojo hinchado se cerró por un momento como el de un reptil. Dierk le asintió y Gared bajó de golpe la palanca.

Ilustración de Adam Paquette

El orbe ruina de brujas empezó a vibrar y los diales giraron. Liliana sintió en el rostro el contacto de los eslabones del Velo.

―Ya está accionado ―dijo Dierk―, ahora solo tenemos que esperar a que caiga el próximo relám...

El relámpago cayó.

Liliana apretó los dientes involuntariamente cuando sintió la tensión. Los tubos que descendían de los acumuladores del tejado se llenaron de haces de energía y los espíritus de los muertos acudieron inmediatamente. Los geists chillaron a través de los tubos y llenaron el orbe y los recipientes de cristal reforzado con gritos electroespectrales. Los dispositivos soltaron una lluvia de chispas, pero el circuito resistió.

Una ráfaga de energía aullante recorrió el Velo. Liliana notó cómo se separaba ligeramente de las mejillas y cómo los eslabones desafiaban la fuerza de la gravedad.

Lanzó una mirada a los demás. Dierk había renunciado a ajustar las sujeciones y los interruptores; ahora tenía la espalda pegada a la pared y se protegía la cara con los brazos. Gared levantó una mano hacia un remolino de energía y la apartó de inmediato cuando recibió una descarga. En medio de ambos distinguió el brillo de sus propias marcas en los aparatos; el diagrama del pacto demoníaco formaba una especie de halo a su alrededor.

En momentos como aquel era cuando Liliana se sentía más hermosa: cuando estaba a punto de utilizar un poder que atemorizaba a los demás.

Apretó los brazos de la silla y convocó el poder del Velo.

Las repercusiones fueron inmediatas y totales. Los miles de almas que moraban en el Velo la llenaron de poder, pero el poder venía acompañado de dolor. Y el dolor era un veneno cegador, inseparable de la magia que le proporcionaba. El circuito de geists no desviaba en lo más mínimo el contragolpe del Velo.

Los recipientes reventaron y los acumuladores volaron por los aires.

―¡Voy a apagarlo! ―chilló Dierk levantando una mano hacia la palanca.

No ―ordenó Liliana tajantemente. Dierk volvió a bajar la mano.

La estancia tembló. Liliana se aferró a la silla y trató de contener el caos, de contener el grito que quería salir desesperadamente de su boca, de percibir algo que no fuera el dolor. "El dolor es pasajero".

Cuando ya no pudo contenerlo, prorrumpió en un grito. Los fusibles reventaron y la torre quedó a oscuras. Los aullidos espectrales menguaron hasta que Liliana solo pudo oír sus propios resuellos.

Gared prendió una cerilla y encendió una lámpara. El laboratorio era una zona catastrófica. Los dispositivos estaban destrozados. La lluvia golpeteaba en el alféizar.

Liliana desenganchó el Velo de Cadenas y se lo retiró de la cara. Los grabados cutáneos sangraban ligeramente.

―Os dije que habría riesgos, mi señora ―comentó Dierk.

Le lanzó una mirada asesina e imaginó su piel marchitándose, hasta que el esqueleto del mago articulaba las palabras "lo siento". Sin embargo, Liliana ladeó la cabeza en dirección a las escaleras―. Lárgate. Y devuelve el orbe a su propietaria. ―La réplica de un trueno enfatizó sus palabras.

Dierk se apresuró a meter en su zurrón el orbe humeante y otros artilugios y se marchó. El eco de sus pasos se alejó por la escalera de caracol. Gared barrió con el pie una pila de cristales rotos, pero no se fue.

Liliana guardó el Velo en un bolsillo de la falda. Los mayores eruditos de Innistrad no habían podido ayudarla. Los tomos y grimorios sobre remedios espectrales no habían servido de nada. Ni siquiera el mejor experto en geists de Olivia había sido capaz de domar el Velo.

Observó por la ventana la tormenta que rugía sobre los campos de Stensia y limpió sus palabras cutáneas con un pañuelo. En medio de la penumbra, Thraben brillaba como una vela en la lejanía.

Liliana aborrecía depender de los demás.

Se dijo a sí misma que en realidad no necesitaba a Caperucito. Solo necesitaba que otros la necesitaran a ella, para así tener algunos cuerpos que interponer entre sí misma y un par de vanidosos señores demoníacos.

Si hubiese alguna forma de que él estuviera en deuda con ella...

De pronto se oyó un grito procedente de abajo, seguido de un estruendo de cristales rotos y rugidos violentos.

Liliana tiró al suelo el pañuelo cubierto de manchas carmesí y empezó a bajar por las escaleras.

Oyó y olió a los intrusos antes de verlos: percibió sus gruñidos guturales y sus gimoteos hambrientos y babeantes; notó el hedor a pelaje húmedo y cubierto de sangre.

Ilustración de Joseph Meehan

Licántropos. La sala del trono de Liliana estaba atestada de ellos.

Parecían... no enfermos, exactamente, sino deformes, como si su carne y sus huesos hubieran sido masilla en manos de una fuerza antinatural que los había mutado. Sus extremidades se doblaban en ángulos extraños, girando y arrugándose como capas de algas marinas.

Pero seguían siendo licántropos y sus zarpas no habían desaparecido. Prueba de ello era Dierk, que yacía en el suelo con el torso desgarrado. Los contenidos de su zurrón y su caja torácica se habían desparramado por el suelo. Tenía el semblante pálido, paralizado en una expresión de pánico, y entonces el torso espiró su último aliento y se deshinchó como un globo.

Los licántropos se volvieron hacia Liliana olisqueando el aire. Uno de ellos rugió y reveló varios ojos donde debería haber estado la lengua.

Un repertorio de hechizos mortíferos, uno para cada licántropo; aquello era lo que requería la situación. El poder exacto para despacharlos individualmente y despejar el camino hasta la salida de la mansión.

―¡Gared! ―llamó Liliana sin apenas girar la cabeza―. Recoge tu abrigo y ven.

El Velo de Cadenas permaneció en el bolsillo.


Horas más tarde, la tormenta había remitido, pero los campos de Stensia se habían convertido en una casa de fieras grotescas. Liliana se fijó en que todos los seres de los alrededores tenían alguna parte del cuerpo remodelada. Los cuerpos de los vampiros errantes presentaban siluetas incorrectas a las que siempre les faltaba o les sobraba algo. Había viajeros anatómicamente improbables que les espetaban profecías delirantes sobre la roca y el mar cuando se cruzaban con ellos.

Finalmente, Liliana, Gared y Dierk, este último a su propio paso, llegaron al monumental portón.

La fortaleza Lurenbraum se elevaba ante ellos. Se trataba de un risco austero con una ciudadela que sobresalía directamente de la pared de roca. En lo más alto, la arquitectura utilitaria se suavizaba y daba paso a hileras de ventanas ricamente emplomadas, cada una con su propia araña repleta de velas titilantes. En muchas de las ventanas había vampiros observando desde arriba, ataviados con armaduras ancestrales y relucientes.

Liliana hizo un gesto a Gared para que llamase a la puerta.

―¿De verdad sus tratáis con la señora de la casa? ―dudó Gared, boquiabierto al contemplar la altura del portón.

Dierk, por su parte, hizo un ruido borboteante. Le habían roto el cuello, por lo que ladeaba la cabeza en un ángulo extraño y tenía la garganta obstruida, pero al menos las piernas habían aguantado todo el camino y los brazos habían sido capaces de cargar con el orbe ruina de brujas. El abrigo de Gared envolvía el vientre de Dierk, evitando como buenamente podía que las últimas vísceras del muerto se desparramaran. Liliana hizo un ligero gesto y Dierk enderezó los hombros, pero la cabeza seguía colgando a un lado. La lengua reseca se resistía a quedarse dentro de la boca, lo que contribuía al borboteo. La nigromante se encogió de hombros.

―Procuro conocer a quienes ejercen el poder ―respondió a Gared―. Al igual que hace ella.

Gared llamó al portón con fuerza y retrocedió unos pasos.

La entrada se abrió y al otro lado apareció una mujer imponente con un vestido ornamentado, o quizá una mujer ornamentada con un vestido imponente. Levantó hacia ellos un cetro sacerdotal que refulgió como las brasas ante el rostro de Liliana.

―Nuestra señora no recibe a visitantes humanos ―amenazó la mujer mostrando los colmillos al hablar. Sus iris eran fosos negros que parecían echar humo.

Sacerdotisa del Salón sangriento | Ilustración de Mark Winters

―Vengo a devolverle algo que le pertenece ―respondió Liliana.

La mujer se contuvo y se fijó en Dierk y el orbe que portaba―. Déjalo aquí. Y luego desapareced de este lugar antes de que os maldiga.

Gared estuvo a punto de encararse con la sacerdotisa, pero Liliana le posó una mano en el hombro y lo detuvo. En una ciudadela repleta de vampiros, no convenía enzarzarse en una pelea cuando aún había una oportunidad de dialogar―. Me gustaría hablar con Olivia, por favor. Dile que Liliana Vess ha llamado a su puerta.

―Te he dicho que los mortales no son bienvenidos.

―¿Mortales? ¡Ja! ―se burló Liliana―. Bendito sea tu corazón sin sangre.

La sacerdotisa levantó el cetro y el calor del símbolo dentado que había en la punta distorsionó el aire.

―¡Liliana, querida mía! ―intervino de pronto Olivia Voldaren desde el interior. Despachó a la sacerdotisa con un siseo breve pero feroz y esta se hizo a un lado e inclinó la cabeza, pero mantuvo los ojos clavados en Liliana.

»¡Adelante, pasad! ―ofreció Olivia a sus invitados. Tenía un aspecto glorioso, ataviada con una armadura segmentada de color negro. Como de costumbre, sus pies no tocaban el suelo―. ¿Vienes a celebrar la buena noticia?

―Solo quería devolverte el orbe ―contestó Liliana―. Y al mago. También me gustaría preguntarte si conoces el paradero de un conocido mío. ―Sonrió amablemente a la sacerdotisa cuando pasó junto a ella―. ¿Qué celebráis?

―¡El fin de la larga espera, por supuesto! ―Olivia tomó a Liliana del brazo y la condujo al interior de la ciudadela―. ¿No sabes lo que ha ocurrido?

Entraron en una amplia galería donde todas las escalinatas y descansillos estaban poblados de vampiros elegantemente ataviados. Cientos de ojos observaron a Liliana y sus asistentes mientras Olivia los guiaba por el vestíbulo inferior de la fortaleza. Parecía que todos los vampiros que alguna vez habían ostentado el apellido Voldaren se hubiesen congregado en el baluarte y la fulminasen a la vez con la mirada.

Liliana hizo un gesto furtivo con una mano. El cadáver de Dierk se arrastró hasta un sillón antiguo y dorado, se dejó caer en él y se quedó inmóvil, con el orbe en el regazo. El abrigo que le cubría el abdomen hizo un ruido húmedo y taponó el vientre lo mejor que pudo.

―¡El arcángel! ―Olivia se acercó a Liliana con complicidad y le estrechó el brazo―. ¡Puf! Se ha convertido en una mancha en la Catedral de Thraben. ―Soltó una carcajada―. Ay, cuán grata noticia.

―¿Avacyn ha muerto? ―Liliana pensó brevemente en Jace, como si una polilla se hubiera posado en su pelo por un instante. La última vez que habían hablado, él se disponía a ir en busca de Avacyn.

―Los seres de la noche estamos de enhorabuena, ¡pues el mundo vuelve a ser nuestro! ―exclamó Olivia trazando un amplio arco con el brazo―. He de admitir que me enojé bastante hace un tiempo, cuando me informaron de que Avacyn había sido liberada de su pequeña trampa.

Liliana arqueó las cejas un milímetro.

―Pero Sorin ha entrado en razón y ha fulminado a su criatura. Al final, todo ha terminado bastante bien, ¿no crees? ―Olivia soltó una risita y siguió guiando a Liliana por una sucesión de pasillos. Gared se quedó atrás en el laberinto.

―Y ahora estás reuniendo un ejército ―dijo Liliana siguiendo el ritmo de Olivia.

―Verás, querida, resulta que quienquiera que abriese el Helvault...

Liliana mantuvo una expresión cortés.

―... liberó a alguien más que al arcángel ―continuó Olivia―. Y no me refiero solo a aquel... amigo demoníaco tuyo. También dejó suelta a otra. Dime, ¿tienes sed? ―Hizo un gesto a unos vampiros cercanos―. Una copa para nuestra invitada, por favor.

Un vampiro tendió bruscamente una copa de vino a Liliana, de auténtico vino, y se marchó con el entrechocar metálico de su armadura ancestral.

Por supuesto, había sido la propia Liliana quien había causado la ruptura del Helvault y había soltado a sus moradores en Innistrad. Tenía que asesinar al demonio Griselbrand y no había dado importancia a las otras consecuencias. Tampoco había visto motivos para contar lo ocurrido a sus conocidos vampíricos.

―Esa mujer parece un tanto ofendida, ahora que está libre ―prosiguió Olivia―. No la culpo por ello, la verdad. Como he dicho, yo también estaba enfadada, ¡pero ahora me encantaría saber quién ha liberado a todos para expresarle mi sincera gratitud!

Liliana no sabía quién más podría haber huido del Helvault, quién era tan importante para Olivia. La intuición le dijo que aquella persona tenía algo que ver con los cambios que había visto por todo Innistrad. Con los licántropos deformes de su mansión. Con los campos repletos de vampiros deformes y de agoreros enloquecidos.

Aquellas eran las cosas que fascinaban a Caperucito. En cambio, Liliana solo quería matar a ciertos demonios. Aun así, los objetivos de ambos quizá pudieran entrelazarse, después de todo.

Liliana y Olivia llegaron a un salón espacioso y con una gruesa alfombra. Un vampiro alto, de cabellos blancos y vestido con una gabardina larga observaba la noche a través del ventanal, de espaldas a las recién llegadas.

―Sabemos que fuiste tú ―siseó de pronto Olivia al oído de Liliana, clavándole los dedos en el brazo―. Sabemos que los liberaste a todos. ―Y entonces se dirigió al otro vampiro en voz alta y alegre―. ¿No es verdad, Sorin?

Sorin Markov se volvió hacia ellas. Lucía su odio como si fuera un traje de gala.

Sed de Sorin | Ilustración de Karl Kopinski

... ―murmuró.

―Mira quién ha venido de visita ―dijo Olivia usando de nuevo su cordialidad habitual―. Creo que ya conoces a mi querida Liliana Vess.

―Tú eres la causante de esto ―afirmó Sorin―. Soltaste a la litomante y provocaste esta catástrofe.

Liliana se liberó del agarre de Olivia de un tirón y se irguió. Fue directa hacia Sorin y le miró de arriba abajo. Al final soltó una risita y quitó una mota de polvo de la solapa del vampiro―. Tenía asuntos que resolver. No es culpa mía que tuvieras el armario lleno de trapos sucios.

―No tenías derecho a hacerlo. ―Las palabras de él sonaban como puñales en una piedra de afilar.

―Sorin ―intervino Olivia flotando alrededor de ellos―, tú y yo tenemos otro asunto que resolver. Aunque sería descortés por mi parte impedir que os pongáis al día, ¿verdad?

―Todo esto es culpa tuya ―dijo Sorin acercando el rostro al de Liliana―. La litomante está libre y ahora debemos enfrentarnos a ella.

―Tenéis todo un ejército de vampiros para hacerlo ―respondió Liliana con una sonrisa burlona―. ¿O quizá... es una fuerza defensiva? Tú la desairaste a ella, ¿me equivoco?

―Te lo advertí cuando llegaste aquí siendo una cría ―amenazó Sorin mostrando los colmillos―: Innistrad me pertenece. Si te entrometes en mis asuntos, mueres.

Liliana le miró a los ojos y bajó una mano para tocar los eslabones del Velo de Cadenas. Los grabados de su piel empezaron a brillar y su pelo flotó ligeramente―. Puede que Innistrad sea tu territorio, Sorin ―susurró dándole una palmadita en el brazo―, pero la muerte es el mío.

Sorin gruñó, retiró el brazo repentinamente y presionó la frente de Liliana con la suya. Le lanzó un breve vistazo al cuello.

―¡Calma, amigos míos! ―Olivia los separó con una risita―. Me encantaría ver cómo os hacéis pedazos mutuamente en mi salón, pero... Sorin, parece que ha llegado el momento. Vayamos afuera. Nahiri nos aguarda ―dijo levantando una mano en dirección al ventanal, a la noche.

Liliana se sorprendió al ver lo que había al otro lado del cristal. Los vestigios de la tormenta eléctrica se habían convertido en un enorme cúmulo de nubes que se arremolinaban sobre la costa de Nephalia. Había hilos de neblina extendiéndose en todas direcciones. Las alteraciones no habían afectado solamente a un puñado de licántropos y vampiros. Fuera lo que fuese la fuerza que había llegado a Innistrad, amenazaba con devastar todo el plano.

―Querida Liliana, me temo que has agotado mis reservas de expertos en geists y juguetes espectrales. ―Olivia desenvainó una espada―. Dime, ¿te gustaría unirte a nosotros? Al fin y al cabo, tú liberaste a Nahiri. Puede que incluso se sienta agradecida contigo.

Liliana siguió observando las nubes. Aquella magia era antigua y poderosa, vengativa y capaz de distorsionar mundos―. ¿Ella ha hecho esto?

―Es el acto ruin de una maga ruin ―masculló Sorin―. Una maga con un sentido errado de la justicia.

―De modo que sí fuiste tú quien provocó todo esto ―dijo Liliana―. Le hiciste daño.

―Y ahora nos disponemos a hacérselo de nuevo ―añadió Olivia con una sonrisa que revelaba sus colmillos.

Enmarcada en el ventanal de la fortaleza, la masa atmosférica se desplazaba lentamente desde la costa de Nephalia hacia la provincia de Gavony y la iluminada Thraben. Liliana pensó que el cielo parecía arrugado y roto, como los licántropos. Era como si todo el mundo natal de Sorin hubiera sido corrompido a propósito; lo habían distorsionado de horizonte a horizonte solo porque era importante para él. Quienquiera que fuese Nahiri, Liliana tenía que reconocer que no se andaba con medias tintas.

―¿No te preocupa lo más mínimo lo que le ocurra a Innistrad? ―preguntó Liliana―. Jace está... ―Carraspeó―. Miles de personas están en peligro ahí fuera.

―Este mundo está condenado ―respondió Sorin―. Nahiri se ha asegurado de ello. Tu Jace morirá en Thraben junto con los demás.

―Lo que Sorin quiere decir ―intervino Olivia alegremente― es que detener a Nahiri seguramente detendrá la molestia que ha provocado. ¡Vamos a embarcarnos en una misión heroica!

Liliana echó un vistazo al exterior y volvió a dirigirse a Olivia, esta vez con una ternura funesta―. Inocente de ti...

―Vamos, Olivia. ―Sorin desenvainó su espada perezosamente, como si fuese una ocurrencia de última hora. Les dio la espalda y abandonó el salón sin decir nada más.

Olivia salió flotando detrás de él y las filas de vampiros Voldaren la siguieron; sus armaduras levantaron un estruendo metálico por los pasillos.

Liliana fue en pos de ellos. Cuando volvió a encontrar a Gared, lo llamó―. Gared, recoge tu abrigo y ven.

El asistente vio con tristeza el estado de su abrigo y se dispuso a sacarlo de entre los restos de Dierk.


Salieron al exterior. El viento había empezado a aullar en el aire nocturno y grandes remolinos agitaban el cielo. Había un brillo rojizo y sobrenatural entre los extensos núcleos de las nubes.

Liliana se retiró de la cara los cabellos revueltos por el viento. Miró hacia las colinas lejanas de Gavony y vio cómo unas sombras se fusionaban sobre ellas. "Esto es lo que Jace intenta detener", pensó.

Sorin apenas prestó atención a los vampiros que se congregaron detrás de él. Levantó su espada y alzó la voz en medio del vendaval―. En marcha, Olivia. Es hora de que cumpláis vuestra parte del acuerdo.

Olivia sonrió jovialmente y se elevó en el aire. El ejército de vampiros marchó montaña abajo, espadas, picas y cetros ardientes en alto, rumbo hacia la neblina y dispuesto a luchar contra Nahiri.

No a luchar contra los horrores que Nahiri había desatado en el mundo. No a ayudar al delirante Jace.

"Este mundo está condenado a morir, pues", pensó Liliana. Sus protectores lo habían abandonado. Había llegado el momento de las despedidas―. Adiós, mansión Vess.

El cielo pronunció un sonido incomprensible que sacudió los huesos de Liliana. A lo lejos, Thraben brillaba como una estrella caída que yacía en el horizonte―. Adiós, Caperucito.

Y entonces se sorprendió bajando por la colina, pero en una dirección distinta a la de los vampiros. Se sorprendió recorriendo los caminos. Se sorprendió pasando junto a un linchadero, donde los criminales cumplían en sus tumbas la parte eterna de su sentencia. Se sorprendió usando su poder. Los cadáveres surgieron de la tierra y ella siguió caminando. Los muertos la siguieron.

Se sorprendió pasando por un segundo cementerio y luego por un tercero. Por un pequeño santuario junto a la carretera, por una tumbanefasta vallada y maldita, por un mausoleo de cátaros venerables. Usó su poder en cada lugar. Y en cada lugar, los muertos la obedecieron, abandonaron sus lugares de reposo y la siguieron tambaleándose.

Ilustración de Joseph Meehan

Durante su marcha en dirección a Thraben, Liliana se llevó una mano a la cintura. Casi podía oír el coro de esencias espectrales que se burlaban de ella, que entonaban un cántico en dirección a ella desde el interior del Velo de Cadenas... y por encima del ruido de los zombies que la seguían obedientemente y se arrastraban detrás de ella.

Sorin y Olivia no iban a hacer nada respecto a la crisis que había provocado Nahiri. Y la única persona con la que podía contar (él y su mente rota, irritante e incomprensible) se había dejado llevar por su curiosidad hacia una muerte horrible, grotesca y casi con certeza inevitable.

En realidad no le necesitaba. Solo necesitaba que otros la necesitaran a ella.

―Bueno, Gared... ―dijo en voz alta, por encima del viento.

Levantó los brazos y sintió los grabados como si fueran vasos sanguíneos cálidos a flor de piel.

―Parece que soy...

Una nueva decena de zombies surgieron del suelo, obligados a seguir su estela de poder nigromántico.

―... la última esperanza...

Los cadáveres no tenían aspecto deforme; al menos, no más deforme de lo que debían estar después de pasar años descomponiéndose bajo tierra. Al parecer, los muertos no sufrían los efectos de la distorsión. Liliana sonrió satisfecha.

―... de este mundo.

Ilustración de Anna Steinbauer

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