En qué dirección sopla el viento
Nota: Esta es la primera entrega de una historia en dos partes
La grasa de foca, la carne salada y el humo de la cocina eran los olores predominantes en la casa comunal, que albergaba al menos a un centenar de guerreros de las rocas y el mar. En Kaldheim no había ni sol ni luna y las noches se estaban haciendo más largas. La luz tenue de los bastones tallados como remos o aletas de tiburón, los destellos de los amuletos de piedra rúnica y el brillo intenso de los braseros se reflejaban en la nueva coraza y en las hombreras de Niko Aris, como si llevara consigo el cielo del verano en aquel lugar gélido.
Niko hizo rodar la piedrecita entre sus dedos morenos para estimar su peso. Los marineros eran de otro clan. Sus rostros y brazos lucían tatuajes azules de círculos concéntricos que formaban ondas como las del mar cuando hacían apuestas y dudaban de la destreza de Niko.
Siete guerreros se sentaron formando una uve en el otro extremo de la mesa, sosteniendo sus cuernos de cerveza, sonriendo y haciendo muecas. Solo una marinera se cubrió los ojos.
A la izquierda de Niko, un místico kannah de piel morena, llamado Kjell, tiró de las pieles de zorro de las nieves que cubrían sus anchos hombros, y la cadena de piedras rúnicas verdes que llevaba en el cuello emitió un resplandor sobre las pieles blancas. Los aros de plata de su melena trenzada entrechocaron mientras hablaba:
―¡Tres aciertos y luego al centro!
Para el grupo, una apuesta. Para Niko, unas instrucciones. Con movimientos ensayados de atleta, deslizó un pie hacia atrás por el suelo de tierra compacta y realizó el lanzamiento alineando sus brazos largos y precisos. La piedra golpeó un cuerno de cerveza, rebotó en un plato de hierro, alcanzó otro cuerno y luego aterrizó con un chapoteo en la bebida de la marinera de capa azul que estaba más alejada. La mujer arrugó los labios y pescó la piedrecita mientras los demás se reían y vitoreaban.
―Bien jugado ―dijo ella al fin―. La armadura es tuya.
Niko extendió los brazos e hizo una reverencia. Llevaba puestas sus ganancias: un surtido variopinto de obsequios de paz intercambiados entre los kannah y los buscapresagios para bendecir la llegada de ambos clanes a Jutmaw.
El asentamiento era una zona neutral entre el mar y los bosques. Había sido construido, incendiado y reconstruido varias veces y los cimientos de piedra chamuscada surgían de la orilla cuales dientes rotos. Los únicos edificios que seguían en pie en Jutmaw eran la casa comunal, el ahumadero y un establo destartalado que los tramperos ambulantes utilizaban como refugio.
El resto del grupo se fue hacia la gran chimenea encendida en un rincón de la casa comunal. Kjell se quedó con Niko y le entregó una taza de piedra con algún tipo de bebida caliente.
―Tendría que habértelo puesto más difícil.
―¿Haciendo el pino, para la próxima? ―propuso Niko.
―Y mientras recitas la saga de Egil Sieteárboles. ¿La gente de los reinos perdidos conoce a Sieteárboles? Da igual, ya te contaré su historia. ¿Qué tal la armadura? ¿Te sientes a gusto?
Mejor que en las dos semanas que había pasado recorriendo la tundra a lomos de un oso gigante. Mejor que con el montón de pieles mohosas que se había puesto sobre el quitón y las sandalias con las que había llegado. Mejor que cuando no tenía forma de huir de los agentes del destino, para luego precipitarse por un vertiginoso caleidoscopio de colores y sonidos hasta llegar a aquel lugar, a la libertad.
―De maravilla ―respondió Niko.
Se alisó la parte frontal de la armadura: un gambesón forrado con piel bajo un abrigo de cuero con placas de acero, unidos con un cinturón ancho. Niko había reutilizado partes de su fino quitón añil, incorporándolas a los costados como un trofeo de Theros y de la vida que había dejado atrás. Después de un extenso debate y de bosquejar mapas en el suelo sin encontrar un modo de hacerlos cuadrar, Kjell había llegado a la conclusión de que Theros era un reino perdido de Kaldheim, una rama partida del Árbol del Mundo.
―¿Cuánto tardaremos en partir? ―preguntó Niko antes de apurar la bebida.
―Esperaremos hasta que Fynn Cazaserpientes dé por terminada la frith ―murmuró Kjell―. Lo apremiaré antes de que el invierno empiece a empeorar, no te preocupes.
Kjell hizo un gesto hacia el rincón ocupado por los kannah, los guerreros-oso que se sentaban en las mesas y los bancos como si fueran salientes de piedra. Incluso cuando descansaban, los kannah eran duros como la tierra que habitaban, erizados con armas y con sus armaduras cubiertas de pieles, y caminaban a zancadas entre su rincón y el jabalí asado, igual que los grandes osos blancos en los que montaban. Niko se había cruzado en su camino por accidente y se sentía como en medio de una avalancha viviente que le había proporcionado ropa y alimentos sin hacer preguntas. Kjell, como augur kannah e intérprete de la tierra, había orientado a Niko igual que guiaba a los veinte jinetes de osos que partieron del bosque en una misión urgente.
―¿La frith es la hospitalidad con los invitados? ―preguntó Niko.
―Si estuviésemos en nuestro territorio, sí, pero fuera de ellos significa paz o tregua. ―De pronto, la diversión de las apuestas se convirtió en un asunto más serio.
El propio invierno perseguía al clan. Cada vez que los kannah abandonaban sus bosques, una nevada suave los seguía, pero luego daba paso al granizo y el trueno hasta que lanzas de hielo les obligaban a elegir entre regresar o perecer. Era la maldición de los viejos dioses a la que las nuevas deidades hacían caso omiso. Siempre y cuando los kannah permanecieran en sus tierras, sus acompañantes estarían a salvo. Sin embargo, había cosas peores que las maldiciones.
Kjell apoyó su bastón rúnico en el borde de la mesa.
―Orhaft Espaldapétrea es unx vedrune, el término de los buscapresagios para los sacerdotes rúnicos, y es especialmente cautx. No habría atracado su barco aquí si temiese que el invierno atraparía a su gente o le impediría zarpar. Aun así, puede que Fynn intente demorarse; no sería la primera vez que utiliza nuestra maldición como ventaja en un conflicto.
―¿Estaría dispuesto a desatar el invierno sobre los no malditos? ―preguntó Niko.
―No ―respondió Kjell―. Hemos acudido para celebrar un consejo, no para librar una guerra. La frith exige compartir comida y techo con cualquiera que lo pida. Puede que nos jactemos un poco, que fanfarroneemos para los dioses, pero nada más. Nunca se sabe cuándo podrías desairar a un mendigo que en realidad es Alrund disfrazado.
Kjell le había explicado que Alrund era el dios de la sabiduría, aunque a Niko le costaba imaginarse a una deidad humilde. Efara compartía su conocimiento por el bien de todos, pero nunca se rebajaría a ocultarse entre mortales. Incluso en la severa región de Akros, las epifanías de Keranos se recibían en forma de relámpagos que aceleraban el pensamiento y producían resultados: aquel dios tampoco tenía paciencia para emplear trucos o pruebas.
―¿Los dioses de aquí se presentan de repente? ¿Sin ceremonias? ―preguntó Niko.
El rumor de las conversaciones y las risas se avivó cuando una mujer de largas trenzas se sentó junto al fuego.
―Eso se dice. O puede que solo sea una historia para que nos comportemos con educación.
Niko sacudió la cabeza para quitarse un mechón de pelo azul metálico de los ojos.
―¿Cuál es la verdad?
―Ambas cosas son ciertas. No te demores comiendo, luego iremos a ocuparnos de los osos.
Mucha gente de clanes tanto conocidos como desconocidos para Niko se cruzaba en la casa comunal para servirse trozos de carne con sus propios cuchillos, echar más leña a los braseros y rellenar sus jarras con bebidas templadas y dulces. Las mesas y los bancos empezaron a quedar libres cuando los marineros, guerreros, cazadores y tramperos se agruparon cerca de la chimenea para escuchar el relato de la mujer. A medida que se hacía el silencio, a Niko le resultaba más fácil distinguir las palabras, aderezadas con su propia música.
―
Quince personas, vestidas con retales de pieles, abrigos gruesos pero deshilachados y armaduras desgastadas, se sentaban cautivadas alrededor de la cuentacuentos. Sus gestos acompañaban la narración, sus lustrosas trenzas brillaban a la luz de la lumbre y sus ojos como amatistas parecían estrellas gemelas en la sombra de su perfil.
―
Además del público embelesado, varios grupos dispersos interrumpieron sus actividades para escuchar. Los jóvenes de rostros lozanos pararon de toquetear las piezas óseas de su juego de tablero. Los ancianos fuertes y sanos soltaron risitas de complicidad mientras cortaban carne de un jabalí asado.
―
Niko le birló medio plato de carne ahumada a otro kannah que estaba demasiado absorto como para protestar. Bajo el bosque de botas y armas, una gata gris de gran tamaño captó la atención de Niko. Bajo su grueso pelaje, parecía igual de grande y formidable que los guerreros apiñados. Una luz celeste susurró en la mano de Niko y en su palma se formó un espejo diminuto. Con un lanzamiento preciso, lo deslizó hacia la gata. El animal levantó las orejas de golpe, brincó hacia el espejo... y este desapareció.
―
La gata levantó la cola, olisqueó y Niko lanzó otro espejo. La minina saltó de nuevo e intentó golpear el fragmento plateado antes de que desapareciese. Niko lanzó un tercer espejo. La gata lo olisqueó con recelo, levantó una pata para golpearlo... y Niko conjuró otro más, haciendo que el juguete se esfumara de nuevo. La gata se agazapó, olisqueó el punto brillante que Niko proyectó hacia el suelo, miró en dirección a Niko y se acercó despacio.
―
Niko acercó el espejo para que la gata lo oliese. Esta ronroneó y mostró un colmillo para acariciarlo contra el dedo de Niko, pero antes de que Niko pudiese rascarle la cabeza, la gata atrapó el espejo con los dientes y corrió hasta debajo de una mesa más vacía para jugar con su presa. Niko reclamó su magia y el espejo se rompió sin hacer daño alguno, para luego desaparecer.
―
La gata separó la vista del suelo y miró a Niko, sintiéndose traicionada.
Niko soltó una risita, se pasó un dedo por la perilla y levantó la vista. La cuentacuentos estaba mirando hacia allí.
La mujer tomó un pequeño cuenco de la chimenea y pidió que alguien le llevase nieve fresca. Una admiradora estuvo a punto de tropezar por hacerle el favor. La narradora pasó junto a ella y fue directamente hacia Niko.
Kjell echó a los demás kannah de sus asientos con una mirada severa cuando la mujer se sentó delante de Niko sin esperar a que la invitaran, con una sonrisa radiante como el verano.
―Como siguiese junto al fuego, acabaría asándome como un jabalí. ―Miró a Niko de arriba abajo y le lanzó una pregunta a Kjell―. ¿Un viaje largo, augur?
Kjell se sentó con calma junto a Niko, pero suavizó el tono juguetón de su voz, cauto como un conejo a la sombra de un águila.
―Si un viaje concluye ante semejante belleza, la distancia no importa.
La mujer soltó un bufido.
―¿Cada cuánto ensayas esa frase?
―Lo hago a diario. A los osos les encanta.
―Ya, eso he oído decir sobre los kannah ―respondió ella con una risita. Cuando su admiradora regresó con el cuenco templado lleno de nieve, casi toda se había derretido. La narradora lo dejó en el suelo junto al banco, en un hueco en el que nadie fuera a pisarlo―. ¡Peligro!
Niko se sobresaltó y se preparó para invocar plata, pero la gata se acercó maullando al cuenco al oír su nombre y la cuentacuentos la acarició cariñosamente.
―¿Es tuya? ―preguntó Niko.
―De Jutmaw, o quizá del barco. Fue un detalle que jugases con ella. He conocido a mucha gente en muchos lugares, pero nunca había visto a alguien con tan poco interés en mis relatos.
Niko no supo decir si se refería a la gata o a elle. Como un acto reflejo, adoptó la actitud que reservaba para la corte y otras actividades públicas, pero antes de que pudiese ofrecer cumplido alguno, Kjell le pasó un brazo por los hombros.
―Birgi, te presento a Niko. Formará parte del clan Kannah mientras viaje con nosotros. Niko, esta es Birgi, un obsequio de la propia fortuna.
Birgi le guiñó un ojo a Niko, que se echó hacia atrás un mechón de pelo.
―Es un placer.
―Todavía no sabemos cuál será su apelativo ―añadió Kjell, que luego adoptó un tono burlón―. ¿Niko Cabalgaosos? ¿Niko Piesgélidos? Su destino es alcanzar la grandeza, te lo digo yo.
Ya había conocido la grandeza. No había sufrido ni una derrota en incontables competiciones y torneos, y su puntería con la jabalina no tenía parangón. En su hogar, había alcanzado la fama. Resultaba agradable que nadie supiese quién era, para variar.
―Ahora tengo unas botas en condiciones. Piesgélidos tendrás que ponérselo otra persona.
―Las grandes hazañas engendran sus propios nombres. La tuya decidirá en tu lugar ―dijo la cuentacuentos. Otra persona le trajo una jarra de hidromiel y un plato de pescado ahumado con aceite que olía muy bien. Birgi le dio las gracias asintiendo con la cabeza y empezó a comer―. Hablando de grandes nombres, no veo a Orhaft por aquí.
―Orhaft Espaldapétrea todavía está en su barco. Con Fynn.
Hubo un pequeño temblor, como el de una carreta completamente llena al cruzar un puente.
―¿Lo oyes? ―dijo Kjell con una sonrisa―. ¡Su gran labor comienza!
Birgi soltó un bufido.
―Ha sido un camino del presagio, pedazo de botarate. No me aburras hablando del clima. ¿Qué tiene que consultar Cazaserpientes con los marineros?
―Ha tenido malos sueños, tan funestos como la sombra de Térgrid ―respondió Kjell―. Quiere que los interpreten.
Birgi se inclinó hacia delante e hizo una petición sin palabras.
Kjell también se inclinó y repitió lo que Fynn había compartido con Niko y con él:
―Muelles astillados sobre un lago vacío, el hedor a escamas de serpiente y la estrella triple parpadea.
―¿El Starnheim
―Parpadea y se apaga ―terminó Kjell―. La Serpiente Cósmica destruirá su jaula y la luz será lo primero que devore.
―Y un cuerno ―dijo Birgi recostándose―. El sueño del Fynn joven se ha convertido en el remordimiento del Fynn anciano, eso es todo.
―¿Tan segura estás? ―dudó Kjell separando las manos―. Dicen que le arrancó una escama a la Serpiente Cósmica y que ahora la utiliza como escudo. Hay un vínculo entre Fynn y Koma. ¿Tanto te cuesta creer que puedan afectarse mutuamente?
―Lo que yo creo es que su gran hacha luce bien entre sus hombros ―dijo Birgi―. ¿Por qué decidió consultarlo con Orhaft?
―Puede que la magia de los buscapresagios requiera sangre serpentina y lo haga para saldar una antigua deuda. ―Kjell se sacó de la boca una espina de pescado larga y delgada y la depositó en el borde del plato―. O quizá sea porque una amenaza para el Starnheim es una amenaza para todos.
La actitud desenfadada de Kjell ocultaba un estado de vigilancia constante al servicio de su clan, pero Fynn Cazaserpientes no se andaba con aquellos juegos. Él cabalgaba al frente de una avalancha de jinetes de osos, portando su enorme escama-escudo a la espalda y sosteniendo una gran hacha en una mano y las riendas en la otra; su propia montura era verde liquen y bufaba chorros de vapor entre sus encías negras. Aquel hombre comandaba a berserkers que llevaban los hombros descubiertos, a guerreros escudantes y a clérigos como Kjell. Esa clase de gente no tenía sueños banales ni pedía ayuda ajena a la ligera.
―¿Por qué le estás contando todo esto? ―le preguntó Niko a Kjell.
―Son cosas que no tardan en saberse ―respondió Birgi encogiéndose de hombros―. Y aunque tú no portes cuchillo, bastón o runa, dudo que seas ni la mitad de insustancial como finges ser. ―Tragó un trozo de pescado y luego agarró un cuerno en cada mano―. Ven, criaturita, vamos a dar de beber a los osos.
Niko y Kjell siguieron a Birgi al exterior y se dirigieron hacia el gélido crepúsculo.
Las botas de Birgi crujían al pisar el aguanieve y aplastaban las briznas de hierba muerta en el barro.
―¿Sabías que Orhaft Espaldapétrea se ganó su nombre porque lx apuñalaron y no se dio cuenta hasta horas después?
Varios grupos pequeños de marineros buscapresagios y guerreros kannah que hablaban en voz baja se irguieron cuando Birgi pasó por delante. A lo lejos se oían los gruñidos de los osos.
―¿El puñal no perforó ningún órgano? ―preguntó Niko―. Lo dudo.
Algunos buscapresagios estaban sentados en tocones petrificados junto a la casa comunal, con las mejillas enrojecidas y los brazos descubiertos. Birgi entregó un cuerno y se lo pasaron unos a otros, bebiendo con avidez.
―Aun así, el nombre empezó a usarse y viajó. Se hizo verdad ―dijo ella.
―Quienes tienen poder adornan sus hazañas, o sus admiradores lo hacen en su lugar ―opinó Niko.
Birgi se giró y le tendió el otro cuerno a Niko.
―No tienes aspecto de especialista en medicina o adivinación, criaturita. ¿Eres capaz de examinar una cicatriz y conocer su causa?
Niko se cruzó de brazos. Kjell tomó el cuerno en su lugar y bebió un sorbo superficialmente, como un participante cortés y reticente en un ritual que tenía un propósito que Niko no comprendía.
―No puedes recibir una puñalada en la espalda y no darte cuenta ―dijo Niko.
—¿Ni siquiera por accidente? —preguntó Birgi con tono amable.
Varios kannah salieron en tromba por la puerta entre sonoras carcajadas y se fueron en la dirección del viento para teñir la nieve de amarillo.
—No tiene ningún sentido —respondió Niko negando con la cabeza.
—La historia de Espaldapétrea es más cierta que la de Cazaserpientes.
Niko miró hacia atrás. La buscapresagios que había hablado, de cara dulce y hombros anchos, estaba apoyaba contra la pared de la casa comunal. Miró a Niko a los ojos y luego escupió en la nieve.
Kjell aspiró por la boca mordiéndose el labio inferior y se tomó su tiempo para apurar el resto del cuerno, hasta los posos. Entonces, Birgi le guiñó un ojo a Niko.
—¿Quieres ver la verdad, criaturita?
El augur de Fynn se dirigió a la buscapresagios empleando el tono melodioso de la burla:
—¿Cómo has dicho? No te he entendido entre tantas gárgaras con olor a meados de pez.
Los demás buscapresagios se levantaron, echaron un vistazo al grupo de kannah que había detrás y avanzaron hacia Kjell con los pulgares enganchados en los cinturones o en las correas de las armas. Los dedos de Niko hormiguearon dentro de sus guantes nuevos. No era una amenaza evidente.
Por el momento.
—Mi hermano estaba en la tripulación de Espaldapétrea cuando se ganó su nombre. Vio la herida con sus propios ojos —dijo un mozo más bajito y con ojos fríos como el acero, que le lanzó una mirada a Birgi y luego sacó pecho y se echó el pelo hacia atrás sacudiendo la cabeza.
—¿Fynn puede demostrar lo que afirma? —lo secundó Caradulce.
—Tu hermano no vio una mierda —se mofó Kjell de Ojosfríos—. A Espaldapétrea lx apuñalaron en sus aposentos, ¿no es así? ¡Ya me dirás qué clase de barco tiene una casa entera en él, caramapa!
Más guerreros salieron poco a poco de la casa comunal y se acercaron al grupo, con las bocas todavía manchadas de grasa de la comida. Todos estaban borrachos, se habían reunido a causa de un mal presagio y sus líderes estaban demasiado lejos como para oírlos. Niko se dispuso a intervenir, a calmar los nervios..., pero Birgi le sujetó por un hombro y se lo impidió.
—Escuchad, panda de chupahongos —dijo Ojosfríos enseñando los dientes con una sonrisa—. Deberíais llevaros a ese vejestorio podrido que tenéis por líder y no volver a salir de vuestro maldito bosque.
Los tatuajes del cuello y el hombro de Birgi emitieron un brillo de color aguamarina y sus ojos de amatista refulgieron.
—¿Cómo respondéis a eso, kannah?
Una sarta de insultos estalló tras el comentario de Birgi. Aquello atrajo la atención de los guerreros-oso borrachos, que se aproximaron fatigosamente por detrás del grupo de marineros. Una mujer kannah con tatuajes verdes que trazaban ángulos agudos en sus hombros desnudos se coló entre Kjell y Ojosfríos. El augur y ella se plantaron delante del buscapresagios, pero este se negó a retroceder.
—¿Quieres que te lo explique de otra forma? —dijo Ojosfríos—. Lo más parecido a una serpiente que ese viejo ha machacado en su vida es su propia...
Con un crujido y una rociada de sangre, el insulto fue aplastado entre la cabeza de la guerrera kannah y la cara del buscapresagios.
Kjell apartó a Niko de un empujón y se le puso delante suya; no por protección, sino para lanzarse a la trifulca. Todo el mundo se enzarzó en la pelea: rodillazos en estómagos, codazos en gargantas, puñetazos, porrazos... Carcajadas salvajes y gritos de dolor. Uno de los kannah le rompió un diente a otro al echar un codo hacia atrás, y entonces un marinero corrió hacia ellos, levantó a uno en el aire y lo estrelló contra la espalda del otro. Niko percibió un destello por el rabillo del ojo al otro lado de la reyerta y se apartó hacia un lado, esquivando un proyectil que hizo un ruido seco a sus espaldas.
Era una daga de un buscapresagios, hecha con hueso de ballena y clavada en la pared que había detrás de la cabeza de Niko.
Por encima de todo el estruendo, donde la nieve aún seguía intacta, Birgi se apoyaba contra los restos chamuscados de una pared de piedra. Sus tatuajes resplandecían y la cuentacuentos sonreía en dirección a Niko.
No se podía creer lo que estaba pasando. Los habitantes de Bretagard tenían decenas de normas e historias acerca de ayudar al prójimo. Además, se había declarado una frith. Birgi era la causante de aquello. Había entregado un cuerno a cada bando. Había hecho que Niko pusiese en duda la credibilidad de Orhaft en presencia de los marineros. Pero ¿por qué?
El grito de Kjell sacó a Niko de su ensimismamiento. Al otro lado del tumulto, el bastón del augur relampagueaba de un lado a otro para mantener a raya a dos buscapresagios, pero una tercera avanzaba hacia él.
Niko se deslizó por la nieve esquivando los golpes y contorsionándose para no rozar las hachas ni las dagas. Un kannah se cruzó en su camino cuando saltó hacia atrás y se agachó para esquivar un puñetazo; Niko rodó por su espalda y siguió corriendo al otro lado.
Abrió una mano y varios fragmentos de plata se fundieron en espejos que trazaron una tenue estela azul mientras giraban alrededor de Niko a modo de aura. Agarró uno en cada mano, los estiró para formar dos dagas y las arrojó con una precisión infalible, una detrás de la otra. En rápida sucesión, ambas alcanzaron en el torso a los agresores de Kjell. Las trampas de espejo absorbieron por completo a sus objetivos y dejaron atrás una ilusión reflectada de sus siluetas, que estallaron en mil pedazos de cristal. A ojos ajenos, las armas habían evaporado a sus víctimas, pero Niko sabía que no habían sufrido ningún daño y estaban a salvo en el interior de las dagas, que cayeron girando inofensivamente en la nieve.
La última atacante no vio el espectáculo y atacó a Kjell con un cuchillo desde un punto ciego. Niko invocó otro fragmento, pero entonces oyó los ruidos de la tela al romperse y de la carne al desgarrarse cuando la última atacante alcanzó a Kjell en un brazo. El augur retrocedió tambaleándose y resbaló en el fango y la aguanieve. En ese momento de confusión, la buscapresagios lo agarró del pelo y le estampó un rodillazo en la cara.
Nada de dagas esta vez. Usar una tercera trampa agotaría la energía de Niko y tendría que deshacer las dos primeras mucho antes de ponerse a salvo. Un haz de luz celeste siguió a Niko cuando aplanó el tercer espejo para formar una punta de lanza plana y corta con la anchura de su mano.
Kjell escupió sangre en la nieve, aturdido y confuso. La buscapresagios lo miró con una sonrisa de superioridad, se acercó varios pasos y, en cuanto levantó un pie del suelo, Niko lanzó.
Como una piedra que rebota en un plato, la lanza plana se deslizó bajo la bota de la buscapresagios. La mujer resbaló y cayó con fuerza, golpeándose la cabeza en la tierra gélida.
Con un espejo todavía girando a su alrededor y ofreciéndole visión de todos los flancos, Niko corrió hacia Kjell y le ayudó a incorporarse. El augur se sobresaltó; tenía la nariz y los labios ensangrentados, pero no le faltaba ningún diente. Su sangre le había salpicado la barba y las pieles de zorro blanco.
—Uf, eso me dolerá mañana —dijo con más humor que ira—. ¿Has sido tú quien convirtió a los otros dos en hielo?
—Parece peor de lo que es, no les ocurrirá nada.
Niko le quitó el cuchillo a la buscapresagios y entonces percibió un destello en el último espejo que giraba a su alrededor. Las dos trampas centelleaban en la nieve. La última atacante yacía en el suelo y gruñía levemente. La mujer, Kjell y Niko estaban junto al viejo establo, lejos de la pelea principal, pero allí había alguien más. Alguien que observaba.
En lo alto del tejado había un ser alado, alto, hermoso y temible, con alas grises como las de una paloma que irradiaban una luz lunar tan azul y pura como el invierno. Su cabello rubio envolvía un rostro moreno oscuro, y sus ojos grises y severos vigilaban con interés a Niko.
Estaba observando para saber si Niko remataría a la buscapresagios.
Empleando la vista, el espejo flotante y la hoja del cuchillo, Niko echó un vistazo en todas direcciones a la vez. En las historias, las valkirias siempre volaban en pareja y Niko no iba a permitir que se llevasen a otra persona.
La segunda valkiria se encontraba en lo alto de una roca agujereada por la lluvia y el granizo. Esta tenía una piel morena más clara y el pelo azabache trenzado como largas y pulcras cuerdas. Sus alas, negras como las de un cuervo, titilaban con ondas de luz verde ágata y su armadura era ennegrecida, mientras que la de su pareja relucía.
Niko tragó saliva. Habían acudido porque alguien estaba a punto de morir.
Kjell estaba allí porque su paraíso podría correr peligro.
Niko estaba allí porque no había tenido tiempo para dar explicaciones.
—Kjell, ponla a salvo —dijo mientras dejaba caer a un lado el cuchillo de hueso y tocaba su última trampa con la palma de una mano.
Kjell no hizo preguntas. Solo se agachó.
Con un movimiento de atleta, Niko se levantó, corrigió su postura y arrojó un destello de plata hacia la valkiria de alas negras.
Su objetivo apenas tuvo tiempo para girarse. El proyectil impactó justo entre sus alas, quebró la ilusión de su cuerpo en un millar de fragmentos reflectados y completó la trayectoria con un sonido suave al aterrizar inofensivamente en la nieve.
La trampa estaba llena, pero no duraría mucho tiempo. Sin volver la vista hacia la valkiria de alas grises, Niko echó a correr, recogió el fragmento con la otra valkiria y recuperó su magia deshaciendo las dos primeras trampas. Los dos buscapresagios aparecieron rodando en la nieve, desorientados e ilesos, y Niko transfirió toda la energía que los había retenido al nuevo fragmento para reforzar sus bordes y contener a la valkiria, que embestía contra las paredes de su prisión.
Niko emprendió la carrera en dirección a la playa, hacia el barco. Si había alguien capaz de lograr que los guerreros detuviesen la pelea, eran sus comandantes.
El agua de mar se arremolinó y chapoteó cuando Niko saltó al barco apoyando una mano en la borda y rodó para levantarse, sosteniendo contra el pecho el fragmento con la valkiria.
—¡Orhaft! —llamó Niko.
Orhaft y Fynn se giraron al advertir la intrusión. La armadura de placas de Fynn tintineó a pesar del revestimiento de pieles de oso, y las piedras rúnicas verdes que decoraban su barba proyectaron un brillo espeluznante en su piel rosada.
Orhaft era de piel morena y constitución ancha y fuerte. Empuñaba un bastón rematado en una hoja de madera, tallada como la aleta de una ballena. Tenía la cabeza afeitada y sus pómulos elegantes destacaban en su rostro ancho y sin barba. Sus vestimentas azules y verdes fluían hacia una capa azul, sostenida con un collar de largos colmillos arrancados a alguna bestia marina. Tenía los brazos y el vientre descubiertos, salvo por los tatuajes circulares azules que caían suavemente desde su coronilla hasta las puntas de los dedos. Sus ojos de color verde pálido eran como hitos en su topografía. Aquellx era Orhaft Espaldapétrea del mar de Kirda, vedrune de aquel barco, y no estaba contentx.
—Eres tú... —murmuró ellx.
—¿Por qué no estás con Kjell? ¿Dónde se ha metido? —preguntó Fynn, que se interpuso entre Niko y las líneas doradas de magia que se habían grabado en la cubierta del barco a modo de carta náutica.
—¡Todo el mundo está peleando! —respondió Niko enseguida—. Han sacado las armas y la sangre salpica la nieve. Una mujer ha provocado el enfrentamiento. ¡Hay que detenerlo!
—¿Qué mujer? ―preguntó Fynn.
—Birgi. Han perdido la cabeza.
Niko mostró el fragmento de cristal como si fuese un talismán. Sintió que la valkiria de alas negras se resistía igual que un halcón encerrado en la jaula de un pinzón, pero sus esfuerzos eran en vano. Seguía golpeando el espejo desde el interior y una luz centelleaba en sus ojos de color castaño pálido.
Fynn y Orhaft captaron el mensaje de Niko de inmediato. Las valkirias eran sinónimo de muerte.
—¿Esa cosa está bajo tu control? ―preguntó Fynn.
A Niko no le gustó que llamara “cosa” a una persona.
―La valkiria está atrapada, pero puede oírte.
En el horizonte, donde no tenía sentido que se produjese un terremoto, hubo un temblor, como si el océano se aclarase la garganta. Orhaft miró hacia atrás y su bastón emitió un brillo dorado como el del amanecer en otro mundo.
Fynn se echó el hacha al hombro con un movimiento ágil, ni debilitado ni entorpecido por la edad.
―Yo me encargaré de la skoti; tú ocúpate de esto ―le dijo a Orhaft. Los ojos de Fynn vagaron hacia el fragmento con la valkiria mientras levantaba su extraño escudo―. Nada de tomar decisiones hasta que yo regrese.
Orhaft gruñó un asentimiento.
Fynn saltó por la borda del barco, escupió en la arena y se alejó a zancadas hacia la reyerta, como un oso dispuesto a solucionar una pelea entre ardillas.
Niko estuvo a punto de preguntar qué era una skoti, pero Orhaft cortó la pregunta:
―¿Crees que capturar una valkiria es mantener la frith?
―Yo respeté la frith ―respondió Niko señalando con ímpetu hacia la casa comunal, donde los guerreros seguían agolpándose como hormigas―. Soy la única persona que no se lanzó a la pelea y, por lo que parece, la única que intenta detenerla.
Un trueno retumbó en la lejanía, pero no había nubes.
―¿Crees que puedes detener a Birgi? ―se mofó Orhaft―. Sería como si yo intentase cerrar un camino del presagio. Y se avecinan más.
Kjell había descrito los caminos del presagio como pasadizos que se abrían y cerraban al azar entre los mundos, como la congelación y el deshielo de un puente de tierra. Un camino significaba buena caza. Dos, peligro. Más, un ruinaskar, cuando los reinos colisionan y se destrozan mutuamente como un barco y un arrecife.
―¿Entiendes lo que le has ocasionado a Fynn? Has causado un daño al demostrar que se puede capturar a una valkiria, forastere.
―Si tenía que decidir entre una trampa o una muerte...
―Eso pensaban los dioses ―dijo Orhaft―. Antaño, la Serpiente Cósmica viajaba con libertad entre todos los reinos y cazaba a los monstruos que nos dan caza. Tanto si los skoti planeaban conservar a la serpiente para otros fines como si pretendían dejarla enloquecer en su jaula, esas ataduras se están debilitando... o han sido cortadas.
―¿Y crees que es obra mía? ―preguntó Niko.
―Es obra de alguien. ―Orhaft señaló las imágenes doradas que brillaban en la cubierta, las fluctuaciones de símbolos tanto inmóviles como cambiantes, una visión superpuesta a otra, difícil de contemplar―. Fynn Cazaserpientes anhela dos cosas en este mundo: Koma y el Starnheim. Tú pareces capaz de darle ambas.
―¡Esto no trata sobre conquistar, sino sobre impedir una catástrofe!
―Cazaserpientes y yo hemos visto cómo son las cosas: tú en Jutmaw y tú en el Starnheim. ―Por encima de la reyerta de los guerreros, un resplandor de la aurora se propagó en todas direcciones y luego desapareció. Orhaft señaló la colina con la barbilla―. Allá donde vas, la destrucción te sigue.
―Eso no significa que yo sea la causa ―dijo Niko amargamente.
Otra profecía. Fynn no le había hablado de ella. Niko no supo decir si aquello era mejor o peor que el comportamiento de sus progenitores, cuya fe en el destino brillante de Niko le había impedido expresar sus propias dudas. Nadie le preguntaba nunca qué era lo que quería. Con las fosas nasales dilatadas, Niko bajó la vista hacia el fragmento de cristal.
―No soy del clan Kannah. No sirvo a Fynn ni soy un presagio. Solo soy una persona. Si estás convencidx de que la destrucción me sigue, envíame al Starnheim para dar una advertencia. Así podrán prepararse.
―¿Quieres que te mate? ―preguntó elx vedrune.
―No. Ya viajé entre mundos en una ocasión. ―Niko sostuvo en alto el fragmento para que Orhaft viese a la valkiria atrapada en el interior―. Este ser lo hace constantemente sin tener que morir. Si existe la posibilidad de ayudarnos mutuamente, debemos intentarlo.
Niko le ofreció el fragmento alx vedrune.
Orhaft aceptó el cristal y lo observó. Sus ojos verdes reflejaban la expresión siniestra de la valkiria. Niko observó cómo giraban los engranajes en la mente delx vedrune: qué podría obtener negociando con la muerte y qué decisión había tomado incluso antes de prometerle a Fynn que no tomaría ninguna. Orhaft miró a Niko a los ojos.
―¿Qué garantías tienes de que cumplirás ese objetivo?
Una vida entera entrenando. Una devoción inquebrantable no a la jabalina, sino a la profecía que le impusieron de bebé: Niko se convertiría en campeone. Sin embargo, la destreza de Niko no se debía a la magia, solo a sus elecciones. Niko había elegido levantarse temprano a diario. Había elegido aceptar correcciones sin protestar... y había elegido ir más allá de lo posible. La profecía fue un camino. Pero ¿qué huella podría dejar une campeone? ¿Significaría algo, al final?
Niko recordó el torneo, el oráculo y lo que había sentido al elegir un camino diferente.
―Yo nunca fallo.
―En ese caso, procura apuntar al objetivo correcto ―dijo Orhaft con astucia―. Yo me ocuparé de Cazaserpientes. Vuelve al barco cuando termines de despedirte. Te ofreceré lo que pides.
―¿Cómo harás que
―Yo no lo haré. En cuanto a lo que suceda al otro lado
Niko regresó caminando por la arena de la orilla con la cabeza llena y el cuerpo ligero. Estaba en un mundo brutal, frío y hostil. No podía imaginarse lo que significaba el paraíso para sus gentes, pero, para Niko, se trataba de un reino habitado por seres que viajaban con frecuencia entre los mundos. Tal vez podrían ayudar a Niko a comprender el modo de recorrer los caminos del presagio. Tenía que haber una técnica, algo que estudiar, practicar y perfeccionar; y alguien capaz de enseñarle cómo encajaba todo.
Cuanto más tiempo miraba a los guerreros mientras se frotaban las heridas con nieve, más claro estaba que allí no encontraría a nadie que le enseñase.
Los jóvenes de ambos bandos estaban siendo sonoramente regañados por sus mayores, que hablaban de “pagos en sangre” y “deudas por motivos indignos”. Otros señalaban a Birgi: “¡Y delante de la diosa! Qué vergüenza”. Y aun había otros que se reían de sus heridas.
Fynn no se encontraba allí. En cambio, Birgi dio con Niko. La esperanza y el orgullo de los aspirantes a héroes la seguían allá donde iba.
―¿Has visto cómo...?
―Birgi, tienes que contarles a todos lo que...
―Espero que esto cicatrice bien para que todos sepan que he...
Birgi le sacaba una cabeza de altura a Niko y, por si fuese poco, al parecer era una diosa, pero a Niko le daba lo mismo. Le dio un empujón.
Birgi pestañeó y el nudo de tatuajes de su garganta emitió un brillo azul por un instante y luego se atenuó. Por un momento, Niko atisbó algo antiguo y temible, una reserva de energía profunda y peligrosa como una conflagración contenida en las ascuas de la más hospitalaria de las hogueras. Birgi movió los labios y el impulso de desenvainar un arma invadió a Niko. Sin embargo, así había empezado la pelea. Niko al fin lo comprendió; entendía la naturaleza del poder de Birgi y lo mantuvo bajo un control férreo.
―¿Qué clase de deidad hace que su gente se mate mutuamente? ―escupió Niko.
Birgi se inclinó para responder:
―¿Qué clase de mortal se cuela en otro mundo para jugar con gatos pudiendo hacer lo que haces tú?
Niko abrió los ojos de par en par.
―No he venido a decirte lo que debes hacer, criaturita. He provocado esto para que nos conozcas: nuestra alegría, nuestra ira... y lo poco que las separa. La libertad no significa nada si no conoces lo que arriesgas. ―Se llevó una mano al pecho, sobre el corazón―. Si tienes la fuerza necesaria para sobrevivir a nosotros, podrás sobrevivir a cualquier cosa.
La diosa observó a su gente y contempló su manera de cojear, reír y relacionarse unos con otros, como si la pelea hubiera sido un juego entre amigos. El fervor de la sonrisa de Birgi se suavizó hasta convertirse en algo similar al amor mientras observaba a cada persona, desde sus armas hasta sus heridas. Los preciados rincones de su corazón de narradora eran como un océano que albergaba una flotilla de recuerdos, historias, lecciones aprendidas con esfuerzo y gestas escandalosas. Desde fuera, parecía una locura; pero entre ellos, era esperanza.
―Por cierto, aquí viene Kjell ―dijo ella―. Es un buen narrador, entiende lo que quiero decir.
Kjell se acercó; parecía un tanto magullado. Saludó a Birgi diciéndole algo que Niko no logró escuchar y ella soltó una risita mientras apretaba el brazo herido del augur. Kjell se mordió un labio por el dolor, le dio una palmada en la mano y ella regresó al interior de la casa comunal.
―¿De verdad es una diosa? ―preguntó Niko.
―La diosa de los graciosillos. Uf, cómo escuece... ―dijo Kjell mientras se palpaba el brazo y comprobaba el corte que le habían hecho. O bien sus heridas se cerraban tremendamente rápido o bien el apretón de Birgi había acelerado el proceso―. Pero no podemos evitar que haga lo que le plazca, así que la perdonamos.
Niko le daba vueltas a las palabras de Birgi.
―A decir verdad
―Esa es parte de la gracia. Por cierto, la marinera está bien. Solo fue una conmoción, se pondrá mejor cuando termine de echar las tripas. ¿Sabías que es la mano derecha de Orhaft? Menos mal que la salvaste. Su precio en sangre hubiera costado toda tu armadura y más aún. ¿Y viste aquel destello de luz? Creo que fue la otra valkiria.
―En cuanto a eso
―Debería sorprenderme que eso sea posible, pero
Niko se encogió de hombros.
―Ese es el plan. Tanto Orhaft como Fynn han dicho que yo tengo la culpa.
Apenas hacía dos semanas que se conocían, pero Kjell siempre sabía qué decir:
―Vas a demostrar que se equivocan.
―Así es. ―Un lado de su boca se curvó hacia arriba―. ¿Quieres venir? ―Cuando Kjell no respondió, Niko se pasó la lengua por los labios―. Birgi ha dicho que tengo que conocer los riesgos
El clérigo kannah apoyó su bastón en la roca de unos cimientos antiguos, cuyo edificio había ardido y desaparecido tiempo atrás. Kjell observó el resplandor del Starnheim en el cielo mientras se frotaba la sangre de las manos con nieve limpia.
―Me contaste que tu destino desde que naciste era convertirte en campeone. Que nunca fallabas y que elegiste perder los grandes juegos para averiguar si podías oponerte al destino.
Niko frunció el ceño.
―Fynn te vio. Dijo que eras una amenaza. Me ordenó que te vigilase de cerca y te detuviera si fuese necesario. ―Kjell dobló los dedos―. Las raíces profundas y las vetas de roca me hablan. Cuando el cielo no puede, las aves dicen el resto. El viento exhala y yo escucho, pero... yo elijo lo que oye Fynn.
Niko no dijo nada. Apenas se atrevía a respirar.
―Elegiste perdonar a la marinera y decidí no detenerte. Que seas o no seas una amenaza, amigue míe, no debemos decidirlo nosotros. ―Kjell se giró hacia Niko―. La profecía, las visiones, el destino... son órdenes con un sonido agradable. Pero eso no hace que sean reales.
Las palabras acudieron a los labios de Niko como si Birgi las hubiera plantado allí:
―Solo son historias.
―Exacto. Me quedaré y me aseguraré de que Fynn escuche lo que debe escuchar. Y contemplaré el Starnheim cuando me llegue la hora. En cuanto a ti... ―Kjell aferró los hombros de Niko―. Sube allí, diles quién eres y luego haz alguna locura.
―Sí, por supuesto. Patearé la puerta y le atizaré a alguien en la cara.
―¡Eso! ―Kjell sonrió de oreja a oreja, recogió el bastón con las manos limpias y lo alzó sobre su cabeza―. ¡Sáltales encima antes de que salgan volando! ¡Niko Atizavalkirias!
Niko y Kjell se echaron a reír y luego se abrazaron dándose palmadas en la espalda. Ocurriera lo que ocurriese a partir de entonces, allí siempre encontrarían seguridad: una bebida, un oído, un suelo firme que ofrecería apoyo.
Incapaz de encontrar a la gata para decirle adiós, Niko se despidió de Kjell en la playa y embarcó en la nave de los buscapresagios. Sin decir nada, Fynn le dio su aprobación ayudando a empujar el bote al agua, donde la magia de Orhaft dirigiría el rumbo. Una vez a bordo, Niko encontró alx vedrune hablando en susurros con la valkiria atrapada, transmitiéndose secretos que solo quienes nacen en el mismo mundo podían saber. Orhaft solo reveló que la valkiria de cabellos y alas azabache se llamaba Avtyr y que las que tenían alas oscuras se denominaban segadoras.
―Te liberaremos cuando Niko haya cruzado a salvo ―dijo Orhaft―. Por la sal de mi sangre y la proa de mi barco.
―Soy testigo ―dijo la valkiria, cuyo tono imponente sonaba amortiguado a través del cristal―. Lo vemos todo, Orhaft Espaldapétrea. Recordaremos si cumples el juramento realizado este día. ¿La persona a tu cargo conoce los riesgos? No puedo prometer que regrese a salvo. Ningún mortal ha puesto un pie en vida en el Starnheim.
Orhaft miró a Niko y asintió para dar su consentimiento.
―Alguien ha de hacerlo por primera vez ―afirmó Niko.
El barco de los buscapresagios navegó de manera lenta y estable por unas aguas antinaturalmente tranquilas. Orhaft alzó su bastón y sus tatuajes azules se iluminaron con magia, poniendo rumbo hacia los confines estruendosos y vibrantes de un camino del presagio que estaba a punto de nacer.
Algo se estremeció en los límites de la percepción de Niko y luego escapó a su control. El cuerpo de la valkiria seguía encerrado, pero su magia, lenta y constante como la presión de los siglos, se deslizó como un millar de diminutas agujas a través del control de Niko. El corazón se le subió a la garganta al descubrir aquel nuevo punto débil, pero el juramento delx vedrune resistió donde el espejo había fallado.
La magia de la valkiria atravesó el poder de Orhaft, guiando, dirigiendo e inundando las energías. El camino del presagio vibró y se convirtió en agua azul revestida de negro. A través de una neblina de magia, varios esquifes subían y bajaban en el agua negra, y el lejano horizonte se revelaba en un ángulo ligeramente incorrecto. Un esquife, como un pato con curiosidad, vagó hacia el umbral entre los mundos.
Niko botó sobre las puntas de los pies, dobló los dedos y saltó por la borda. Aterrizó en el esquife lejano con un chapoteo de agua que desprendía un fuerte olor a cieno. El estómago se le revolvió y tuvo que adaptarse al nuevo ángulo de “abajo”.
Niko se giró y levantó una mano para dar las gracias y despedirse delx vedrune de los buscapresagios. De Bretagard. De Kjell.
El camino del presagio se cerró a sus espaldas y el profundo crepúsculo fue reemplazado por un cielo que precedía al amanecer sobre unas aguas negras y cristalinas. El esquife arribó a una enorme red de muelles que conducían hacia una luz que anunciaba la presencia de un hogar. Niko bajó del bote, se enderezó la armadura, se retiró de los ojos un mechón de cabello violeta plateado y se dispuso a demostrar que el destino se equivocaba.
Otra vez.