El misterio de la mansión Markov
Historia anterior: Sacrificio
Jace ha venido a Innistrad en busca de Sorin Markov, uno de los tres Planeswalkers que atraparon a los Eldrazi en Zendikar hace miles de años. A pesar de las serias advertencias de Liliana Vess, ahora se encuentra ante la mansión Markov, el hogar ancestral del Planeswalker vampiro. Sin la ayuda de Liliana ni otros rastros que seguir, Jace tiene a sus pies el estrecho camino que conduce al único lugar donde cree que podría encontrar pistas sobre el paradero de Sorin.
La mansión Markov estaba hecha pedazos, abierta en canal y expuesta como un animal diseccionado. Los chapiteles, corredores, contrafuertes y torreones habían sido arrancados de la estructura y pendían en ángulos extraños alrededor del núcleo en ruinas de la mansión.
Jace se encontraba en el extremo de un largo puente arqueado que surgía de la montaña. Por debajo no se veía más que neblina, que amenazaba con una caída en picado. Ante él, lo que quedaba del puente era un camino de piedras dispersas que cruzaban el vacío y llevaban a la escalinata de la mansión.
―Intuyo que Sorin no está aquí ―murmuró para sí mismo.
De repente vio el lugar como había sido antaño: una construcción formidable con chapiteles y balaustradas exquisitamente decorados, asentada como un buitre en lo alto de un imponente promontorio. Se quedó sin aliento al contemplar las dimensiones de la... No, no era una mansión: era un castillo. Un palacio.
Y entonces la imagen desapareció como una ilusión. Frunció el ceño y extendió la mente en busca del ser inteligente que había introducido aquella imagen en su cabeza. No había nadie en los alrededores, al menos con pensamientos que él pudiera detectar. Reforzó las defensas mentales que mantenía habitualmente y contempló el estado actual del castillo.
"¿Esto es obra de Sorin?", se preguntó. Liliana había mencionado que el vampiro no era bien recibido en su hogar ancestral. En cualquier caso, la magnitud de la devastación le dio que pensar. No era la primera vez que se preguntaba en aquel viaje si tendría que haber tomado más en serio las advertencias de Liliana.
"Debería marcharme", pensó, pero la escena le atraía. Las piedras a la deriva formaban patrones que luego se deshacían: un indicio de que las partes del castillo habían sido dispuestas por una mente racional, una premisa de que había un propósito detrás de aquella increíble devastación. "Es un enigma, y los enigmas quieren que los resuelvan".
El primer desafío del enigma era cómo llegar a la mansión. El camino de piedras sueltas no le parecía especialmente seguro. Al menos, la experiencia que había adquirido escalando los edros de Zendikar hacía que la posibilidad de despeñarse no le preocupara tanto.
Utilizó la mente para presionar la piedra más cercana. Apenas se movió. No podía empujarla con tanta fuerza como para simular el peso de su cuerpo, pero el primer contacto le pareció prometedor. Extendió su mente un poco más y presionó la siguiente piedra, que se desplazó solo un poco. La tercera permaneció completamente inmóvil, pero tuvo en cuenta que la fuerza de su telequinesia disminuía conforme aumentaba la distancia.
Cruzar supondría un riesgo, sin duda, pero nunca había visto nada como el castillo que tenía ante él; ni siquiera en Zendikar, donde la ley de la gravedad era más bien una pauta flexible. "Los enigmas exigen que los resuelvan".
Separó un pie del extremo del puente y lo plantó en una piedra que flotaba en el aire. Esta se hundió más de lo que esperaba y tuvo que levantar los brazos para conservar el equilibrio. Posó el otro pie en ella y se agachó para bajar su centro de gravedad. "Vamos, puedes hacerlo".
Avanzó a la siguiente piedra, luego a otra y a otra más. Paso a paso.
De pronto vio que el puente volvía a estar intacto, al igual que el castillo que se cernía sobre él. Bajó el pie que tenía en alto, dudando por un momento qué rocas eran sólidas y cuáles eran una ilusión... o tal vez una visión.
Se agachó y tanteó con la mente para buscar a la entidad que afectaba a sus sentidos. Esta vez tampoco encontró nada, y entonces la visión desapareció.
Un paso y otro, de una piedra a la siguiente, hasta que por fin cruzó el abismo.
"Espero no tener que huir a toda prisa".
El arco de la entrada era inmenso, tan alto que una torre humana de seis Jaces habría cabido por él. Estaba poblado por una grotesca amalgama de esqueletos, sagas, lobos, demonios y cosas que desafiaban los meros nombres, todos ellos eclipsados por un hombre gigantesco de rasgos vampíricos: el Markov que había dado nombre a la mansión, seguramente. A ambos lados había cráneos tan altos como el recién llegado, que lo miraban con malicia, y dudó si aquella piedra blanquecina era en realidad hueso.
Cruzó la entrada y los muros de piedra lo envolvieron.
Mis pasos resuenan en el vestíbulo, reverberan en los altos muros. ¿Alguien me sigue? Me detengo y escucho en busca de pensamientos. El sonido continúa: no lo producen mis pies al pisar la piedra, sino los latidos de mi corazón, todos precedidos por uno más suave y ligero.
Claro, un hogar de vampiros... Tienen una magia diseñada para avisarlos cuando un ser vivo entra en sus dominios. Como una campanilla que llama a cenar.
Demasiado acelerado. Respira hondo, Jace. Tranquilízate.
Necesito luz. Conjuro un brillo azul en la palma de la mano, lo concentro hasta que es lo bastante luminoso como para ver sin delatar mi presencia desde muy lejos. A ambos lados del vestíbulo, unos tapices susurran como si soplara el viento, pero no noto la brisa. Extiendo la mente y aparto uno de ellos. Detrás no hay nada más que una pared lisa. Es otra ilusión.
Como llevados por un viento inexistente, unos sonidos leves llegan a mis oídos: risas, conversaciones, quizá música. Ritmos débiles con claves discordantes. ¿Puede que el castillo no esté abandonado? No, lo más probable es que oiga a los espíritus de los muertos. Los fantasmas de este plano.
Avanzo hasta el final del vestíbulo y los sonidos cesan. Es como si hubiera caminado hasta el centro de un salón de baile y todos acabaran de girarse para observarme. Sin embargo, lo único que me devuelve la mirada son los fríos muros de piedra.
―¿Por qué has venido? ―Una voz rompe el silencio: mi voz... ¿He hablado? Mi boca está cerrada y me doy cuenta de lo seca que tengo la garganta. Pero justo ahora empezaba a preguntarme...
¿Por qué he venido? ¿Porque ella me dijo que no lo hiciera? ¿Porque me advirtió que era peligroso? ¿Acaso quería mirar a la muerte a los ojos y vivir para contarlo?
―¿Acaso quieres morir?
Sé que eso no lo he dicho. Vuelvo a extender mis pensamientos para buscar la mente que ha originado las palabras, pero me evita.
No soy el único hombre vivo que ha pisado este lugar recientemente. Lo veo como un recuerdo... Pero ¿el recuerdo de quién? ¿Del castillo? Puede que la voz forme parte de ese recuerdo. Tengo ante mí al otro hombre: está aterrado, con las rodillas temblorosas, aferrando algo contra el pecho, un libro, y levanta la mirada hacia... No lo sé. Algo que está por... allí.
Y justo allí hay una puerta entreabierta, donde el hombre clavaba su mirada intranquila. ¡Maldita sea, este lugar es exasperante! Algo altera mi percepción y juega con mi mente, pero no puedo encontrarlo. Y parece que tampoco puedo impedirlo. Ni siquiera había visto la puerta; solo me he fijado en ella porque alguien... o algo lo ha querido.
¿Un fantasma? Si un geist de Innistrad vagara entre los muros del castillo, ¿sería capaz de percibirlo? No sé si podría detectar su mente o no. Aún no he tenido la oportunidad de comprobarlo. Lo recordaré por si llego a encontrarme con uno.
Tal vez sea una trampa, pero subo los escalones y empujo la puerta, que se abre con un chirrido metálico.
... tengo que escapar...
Las palabras acuden a mi mente de forma involuntaria. No las he pensado, pero no puedo detectar ningún rastro de intrusión en mis pensamientos... y mis defensas son tan fuertes como siempre. ¿Será un truco sonoro? ¿O quizá la mente de un Planeswalker vampiro, demasiado fuerte como para poder penetrarla o resistirme a ella? Liliana tal vez tuviese razón.
... a matarme...
Otro retazo de un pensamiento, un recuerdo. El recuerdo de alguien. Probablemente del hombre que vi en el vestíbulo... O de su geist. Siento un escalofrío en la espalda, totalmente irracional. Decido ignorarlo.
Mis pasos-latidos son más audibles en este pasillo más pequeño. El resplandor de mi luz en las paredes de piedra parece demasiado intenso. Lo atenúo y dejo que la oscuridad se acerque.
―¿Por qué has venido? ―Mi voz suena áspera, demasiado alta. Sí, ha sido mi propia voz. Ahora hablo solo.
Primera opción: algo está alterando mis pensamientos.
Segunda opción: en realidad estoy soñando, inmerso en ese extraño estado de fuga donde pasas de una escena a otra sin transición entre ellas.
No recuerdo cómo he llegado a esta estancia. Ahora estoy en un gran salón, en las profundidades del castillo, y un viento fuerte aúlla entre los muros de los alrededores. Veo fragmentos arquitectónicos dando vueltas lentamente a mi alrededor, rozando piedra contra piedra. La sala tenía una enorme bóveda con columnas altísimas, pero ahora solo queda un campo de escombros flotantes... con manos, caras y cuerpos que sobresalen de la piedra. Hay decenas y decenas de ellos atrapados, petrificados y fundidos en la piedra.
―¡¿Qué ocurre?! ―grita alguien. Me sobresalto y me escondo en las sombras para proyectar la mente y buscar el origen de la voz. Sin embargo, esta se convierte en un estruendo de decenas de voces y gritos en los que se mezclan dolor y furia. Entonces vislumbro un rostro blanco con ojos feroces. Se lo haré pagar...
Y todo termina en un silencio pétreo.
Giro la cabeza y me encuentro cara a cara con un vampiro boquiabierto que muestra los colmillos. Me aparto de un salto antes de que mi cerebro consiga decir a mi cuerpo que el vampiro está muerto, incrustado en la pared. Qué vergonzoso.
Todas las figuras petrificadas son vampiros, herederos del Markov que construyó este lugar, supongo. Muertos, parecen sorprendentemente inhumanos: rostros cadavéricos, ojos hundidos, colmillos que sobresalen, rasgos salvajes... En una palabra, feos. Uno de los más cercanos tiene alrededor un marco de caoba con una placa dorada, pero la pared entera está del revés y la placa queda demasiado arriba como para leerla. Un lienzo hecho jirones cuelga del borde del marco. Lo levanto evitando rozar los colmillos del vampiro, y los restos del retrato antiguo me devuelven la mirada: dos ojos rojos de pintura descolorida. Bajo el lienzo y...
¿El vampiro de piedra acaba de pestañear?
Retrocedo un paso y de pronto aparecen manos por todas partes, aferrándome. Grito y me resisto a la presión de los vampiros, pero son demasiado fuertes. Puedo sentir el hambre en su aliento templado, pero esperan... y su progenitor se aproxima. Tiene que ser él: Edgar Markov, el ancestro de todos los vampiros de Innistrad...
No. Esto no está sucediendo, ahora no. Las manos que me aferran están petrificadas en la pared y el progenitor vampiro es solo un recuerdo. El recuerdo del humano muerto.
Tiene que ser su geist, o una especie de eco psíquico que perdura en este lugar. Puede que el geist esté introduciéndolo en mi cabeza, obligándome a vivir estos recuerdos. O tal vez sea mi propia sensibilidad mental, que recoge los pensamientos perdidos. O quizá, repito, esto no sea más que un sueño.
Me pongo a caminar. No sé adónde voy ni recuerdo si he venido por este camino. Primera opción... Hm, ya las he sopesado.
Este lugar está lleno de vampiros muertos. Liliana estaba en lo cierto: si hubiera venido antes, me habrían hecho pedazos. Me pregunto si eso es lo que le ocurrió al hombre cuyos recuerdos parezco experimentar.
En un pasillo estrecho, veo mi propio rostro suspendido en piedra, con mis facciones dominadas por el terror.
No, es el rostro de él, barbudo y con los ojos en blanco. Es el hombre del vestíbulo. Un humano rodeado de vampiros. ¿Qué hacías aquí, necio?
Sostiene un libro.
Sus manos de piedra lo protegen apretándolo contra el pecho. La cubierta es de cuero azul, cerrada con una cinta de seda roja y verde. El libro no es propio de este lugar; no solo del castillo, sino del plano.
Un rostro blanco y brillante como la luna se acerca al mío. Sus ojos lavanda resplandecen de entusiasmo mientras me explica una teoría sobre algo que denomina "criptolitos". ¿Es ella quien ha tocado mi mente? Tanteo para encontrar la suya... Pero no está aquí, por supuesto. Compruebo los alrededores otra vez, en busca del intruso. ¿Hay algo acechando en el límite de mi consciencia?
Otro recuerdo del hombre. La caligrafía del libro, del diario, es de ella. El hombre no sabía ni entendía lo que era ella: una pueblo-lunar de Kamigawa. Una Planeswalker. Necesitaré un poco de tiempo para descifrar sus escrituras.
Abro el libro por la tapa posterior y veo páginas en blanco. Las paso hasta llegar a la entrada más reciente, pero no me encuentro con la meticulosa escritura de Kamigawa. Esto lo ha escrito una mano distinta, probablemente la de él. "Jenrik", leo al principio de sus entradas, cuando se hizo cargo del diario, después de que ella se lo confiase y le enviase aquí.
A su muerte.
Me encojo de miedo en un rincón apartado mientras los ritmos débiles y las risas ásperas del festín de los vampiros recorren el castillo. No puedo escapar. Saben que estoy aquí, pero juegan conmigo como gatos al acecho junto a una ratonera, esperando a que me muestre.
Esto empieza a exasperarme. Puede que averigüe algo con los recuerdos de Jenrik, pero no necesito sentir su miedo, su terror humillante. Mi ritmo cardíaco no se tranquiliza e incluso se ha vuelto más audible, al menos para mí.
¿Qué hago aquí?
―Buscar a Sorin ―responde Liliana. Su voz suena demasiado alta―. Buscar la muerte.
―Buscar esto ―le contesto levantando el diario. Sin embargo, ella no se encuentra aquí. ¿Por qué habría de estar?
Algo no va bien. Liliana es mía... Pertenece a mi mente. Alguien la ha extraído de mi cabeza y ha usado su voz contra mí. ¿Cómo es posible?
La segunda opción, que todo esto es un sueño, parece cada vez más probable. Ojalá me despierte pronto.
―Deberías marcharte ―dice Liliana. Debería marcharme.
No puedo escapar.
Subo corriendo los escalones con su alfombra roja afelpada, vuelvo por donde he venido y abro la puerta de un empujón. El viento me aúlla en la cara y el castillo da vueltas a mi alrededor. Agito los brazos para intentar detenerme y veo el abismo neblinoso a mis pies; estoy seguro de que voy a caer, hasta que mi mano encuentra la jamba de la puerta y tiro de mí para no despeñarme.
No he venido por aquí, obviamente.
Algo interfiere con mi memoria. Creía que había llegado aquí por las escaleras del gran salón, pero puede que ese recuerdo también sea de Jenrik. Necesito revisar a conciencia qué recuerdos son suyos y cuáles son míos, pero sospecho que no tengo tiempo para detenerme a hacerlo.
Qué interesante. ¿Por qué me siento tan presionado en este castillo aparentemente vacío? Hago otra comprobación. No encuentro más mentes cerca, pero la sensación de urgencia no hace más que intensificarse. Supongo que debe de ser un efecto extraño producido por este lugar. Merecería la pena investigarlo... en otro momento.
Veo una gran puerta doble, entreabierta en una pared tachonada de vampiros. ¿He venido por ahí? Al otro lado hay una sala con aspecto de capilla. Una escultura similar al relieve de la entrada del castillo domina una pared entera. Es el mismo maestro de los vampiros, tallado en la pared, solo que en esta efigie se parece más a un humano que a un... chupasangre inhumano, supongo. Hay más figuras alrededor de él; algunas están esculpidas en la pared, otras están petrificadas como los vampiros del gran salón y otras están de pie, de espaldas a mí. Estas últimas visten como aristócratas, pero sus posturas denotan hambre. Son doce y todas ellas rodean un altar donde yace un ángel apresado, luchando contra sus ataduras mientras el maestro sostiene un cuchillo, dispuesto a abrirle las venas.
Un ritual para beber la sangre de un ángel... Parece el origen de un acontecimiento siniestro. Si Edgar Markov fue el primer vampiro de Innistrad y el hombre del cuchillo es él, puede que esté siendo testigo del nacimiento de la raza vampírica en este plano.
El filo hace un corte y la sangre plateada y brillante comienza a manar del cuello del ángel. Los doce se aproximan a beber. Edgar es el primero; lo hace recogiendo la sangre en un cáliz de plata. No puedo hacer más que observar cómo la vida abandona al ángel y una nueva vida arraiga en los autores de este crimen.
Tras limpiarse la barbilla, una de los doce me mira de soslayo. No sé si me está invitando a unirme al círculo o si ahora pretende beber mi sangre. Sea lo que sea, huyo de la habitación y un último vistazo por encima del hombro me confirma que los vampiros han vuelto a adoptar sus posturas inmóviles.
Tengo que huir. No puedo escapar.
Mis pasos me llevan a otra sala. Me resulta familiar.
―¿Por qué has venido? ―Oigo de nuevo. ¿Es la voz de Liliana? No, mis labios cortados escuecen tras componer las palabras.
―He venido por esto ―respondo otra vez, señalando el libro.
―¿Por qué es tan importante ese libro?
No lo sé. Lo abro y busco una respuesta entre sus páginas.
El rostro de un ángel me mira con dureza. ¿Me juzga por no haber tratado de detener el ritual de los vampiros? No seas tonto. Es un dibujo en un libro, y aquello era... una ilusión, una visión o un recuerdo que vaga por este lugar. Un recuerdo antiquísimo.
Junto al ángel hay otro boceto; este muestra una de las extrañas rocas retorcidas que he visto varias veces tras llegar aquí. El boceto tiene un aspecto esquemático y me pregunto si la autora de este diario es la creadora de las rocas. Hay magia en ellas, alteran el flujo de maná.
Sin embargo, el texto de la página acapara mi atención. Trata sobre el ángel Avacyn. Hay un mensaje conciso y escrito con claridad, como para resaltar el peso de sus palabras: Sorin la creó. Sorin quería proteger a los humanos de Innistrad para que los vampiros no se sobrealimentaran de su sangre. La encarnación de la pureza y la bondad en Innistrad era la invención de un Planeswalker vampiro, y su propósito era conservar el equilibrio entre los poderosos depredadores y sus presas indefensas.
Los ángeles... Liliana los mencionó. Dio a entender que eran peores que los licántropos que me habían atacado. Y yo creí que no era más que otro de sus comentarios maliciosos. A Liliana nunca le habían gustado los ángeles. Sin embargo, este diario ofrece una nueva perspectiva.
―Los ángeles han enloquecido. ―Mi garganta reseca emite un graznido que hace eco entre los muros.
Sorin Markov creó a Avacyn. Avacyn lidera a los ángeles. Los ángeles se han vuelto en contra de los humanos. Y alguien ha hecho pedazos la mansión Markov.
Primera opción: Sorin se ha hartado de todo, ha destruido su hogar ancestral y ha puesto a su creación angelical en contra de los habitantes de Innistrad.
Segunda opción: alguien ha desafiado a Sorin, ha destruido su hogar ancestral y ha puesto a su creación angelical en contra de los habitantes de Innistrad.
Ambas son igual de aterradoras. Ambas explicarían por qué Sorin no estuvo presente en Zendikar. Y ambas señalan a los ángeles como medio para encontrar a Sorin. Y este libro explora la demencia de los ángeles. Lo cierro y lo aprieto contra el pecho, y entonces hablo para nadie―. Esto me ayudará a encontrar a Sorin.
Si consigo escapar de aquí.
El siguiente pasillo me resulta familiar y ahora sé por dónde ir. Todo va cobrando sentido a medida que me alejo del corazón del castillo: este lugar está repleto de residuos psíquicos, retazos de recuerdos tanto recientes como antiguos. Jenrik vino aquí y trajo el diario consigo, pero cuando los vampiros lo atraparon y estuvieron a punto de alimentarse de él, alguien destrozó el castillo y atrapó a los vampiros y al pobre Jenrik entre los muros.
Por fin llego al vestíbulo. Echo un último vistazo detrás de mí.
Cuánta oscuridad. Y siento una presencia en las tinieblas: un hambre, un deseo. Pero sigo sin percibir mente alguna. Tanteo y no noto... nada en absoluto. Solo un vacío.
Doy la espalda a las tinieblas y cruzo el enorme arco de la entrada para dejar atrás la mansión Markov.
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