La bala de cañón no lo alcanzó por pocos centímetros.

Los gritos de alarma ahogaron el zumbido de sus oídos cuando el proyectil hizo astillas el palo de proa con un estampido ensordecedor. Aun así, a pesar del pánico de la desesperada tripulación, del martilleo en su cabeza y del ritmo descontrolado de su corazón, Boldt se mantuvo firme. Había llegado su oportunidad.

En medio del caos, al frente de él, dos buques corsarios se aproximaban rápidamente a su pequeño barco de pasajeros. Las únicas armas del navío se encontraban en sus manos temblorosas: anotaciones hechas durante incontables horas de estudio y un pequeño sextante de bronce; el premio otorgado por un instructor, con la esperanza de que alcanzase un futuro de grandeza. Todo para aquel momento.

Sostuvo el sextante en alto y lo usó a modo de foco de atención. Sus curvas y ángulos enmarcaron a los corsarios como la mirilla de una ballesta.

"Respira hondo. Controla la situación. Di las palabras. Despeja la...".

―¡Tienen rompecascos! ―gritó la capitana, con el pelo manchado de sangre―. ¡Todo a babor! ¡Preparad los...!

Interrumpida repentinamente, la capitana y muchos otros se evaporaron en una nube de metralla mientras el mundo se venía abajo.

"No mires ahí, levanta la cabeza. Busca la esencia".

Levantó la voz por encima del estruendo y pronunció una declaración de poder de sus anotaciones. Había memorizado las palabras, las había ensayado un millar de veces.

―Ashkara nix pulu... ―El sextante empezó a emitir un brillo tenue y la adrenalina hizo más efecto con cada sílaba perfeccionada―. Sarko mar benosk... ―A continuación, un gesto conductor, como si dirigiese una gran sinfonía―. Kahuga Duru... ―Ahora, determinación―. ¡Tanare!

Al instante, una onda de distorsión salió disparada del joven y voló sobre las aguas como una inmensa grieta en un cristal, zigzagueando hacia uno de los buques enemigos. Boldt abrió los ojos de par en par con expectación, avivado por el entusiasmo de presenciar el impacto.

Sin embargo, tan repentinamente como había cobrado vida, el hechizo chisporroteó y se disipó al chocar contra el casco del barco corsario. No había servido de nada.

Los navíos piratas emitieron un estampido doble, un rugido de hierro y trueno. En una fracción de segundo, Boldt vio la causa: dos balas de cañón unidas con una cadena de energía crepitante que giraban la una alrededor de la otra como unas boleadoras, tan rápido que apenas se distinguían. ¿Qué clase de magia era aquella?

Con una velocidad cegadora, las balas pasaron silbando por encima de su cabeza y partieron el palo mayor como si fuese una ramita chamuscada. El mástil, la jarcia y la tripulación se estrellaron contra el castillo de popa y la cubierta, poniendo un fin espeluznante a muchas voces. Lo único que hubo después fue confusión y silencio.

Y Kellan Boldt, aprendiz de primer orden y aspirante a la élite, primogénito y heredero del ducado de Kelsh, instruido en el arte por el archimago Ghavos, cayó de rodillas, completamente derrotado.

Todo estaba en silencio, apagado como el patio de la residencia familiar tras una gran nevada.

―¡Aún no habéis acabado conmigo, canallas! ―amenazó una voz invisible y cavernosa.

En medio de la cubierta y del humo apareció un anciano con una barba plateada que ocultaba parcialmente una cicatriz en la mandíbula. Boldt había visto antes a aquel hombre. Reconoció su caftán dorado y negro, majestuoso aunque raído y apagado... y ahora desgarrado por culpa de la batalla.

Se llamaba... ¿Enthril? Sí, era el mago naval, un tripulante que se encargaba de la hechicería de vigilancia, reparación y tratamiento de heridas superficiales. Sin embargo, no había nada de superficial en su rostro ensangrentado y sus movimientos dificultosos.

Enthril masculló una maldición, entornó los ojos en medio de la humareda y levantó una mano vacía y extendida. El viento se levantó detrás de ella y el anciano barrió las olas con el brazo.

El mar se encabritó en respuesta, siguiendo el movimiento y agitándose con una energía similar a la de Boldt, pero más poderosa y decidida. El formidable oleaje arrastró uno de los buques, haciendo que virase y se estrellase contra su hermano con un sonoro crujido de tablas.

Los dos barcos corsarios, lanceados y atascados, cesaron el fuego. Boldt oyó a los piratas gritarse unos a otros, tratando de dar sentido a lo que acababa de suceder.

Por su parte, Enthril aprovechó la oportunidad para recobrar el aliento.

―Eso los detendrá por ahora ―decidió, y entonces se dio la vuelta y vio al joven―. ¡Eh, rapaz! ¡Espabila!

Boldt tenía la mirada perdida y las palabras se disiparon antes de llegar a sus oídos. El anciano se acercó cojeando.

―"Espabila" significa que levantes el culo y me ayudes antes de que nos vayamos a pique.

―Pero la tripulación...

―La tripulación somos tú y yo. Los que quedamos.

Boldt miró alrededor, arrancado de su ensimismamiento. ¿De verdad eran los únicos que seguían con vida?

―Tenemos que revisar el barco y reparar lo que podamos. Todo lo que nos ayude a seguir respirando aire en vez de agua.

―Pero... ¿Cómo habéis hecho eso?

Enthril se limpió la sangre del puente de la nariz.

―Con el poder de mi hermosura. Venga, al tajo.


Bajo cubierta, el olor acre a estopa y brea invadió las fosas nasales de Boldt. El mazo de calafatear descansaba a sus pies, sin usar, mientras aplicaba a las junturas del casco un complejo hechizo de sellado que había creado él mismo.

Boldt agradeció el olor penetrante de los materiales, ya que el hedor a carne quemada que flotaba en el aire amenazaba con hacerle perder la compostura. El agua marina casi había inundado la bodega inferior y los cuerpos de los ahogados flotaban en ella. Con cada balanceo, los cadáveres golpeaban incansablemente el mamparo.

―Al tajo ―se recordó Boldt―. Al tajo... ―Y continuó con el hechizo.

Enthril no tardó en unirse a él. Traía un brazado de madera astillada.

―Ya sé por qué no funciona la caña del timón ―dijo el anciano.

―¿Qué ha pasado?

―Que esto es lo que queda de ella.

Boldt bajó la cabeza.

El mago anciano dejó caer la madera e hizo un gesto de dolor mientras se llevaba las manos al costado derecho, justo encima de la cadera. Boldt vio una mancha de sangre que empapaba la tela desgastada de su atuendo.

―¿Necesita usted...?

―Estoy bien ―interrumpió Enthril―. Esos perros son muy astutos. Han esperado hasta el último momento para mostrar sus colores, los colores de Talas, y entonces, sorpresa. Además, mi curiosidad por ver sus nuevas armas ha quedado satisfecha para siempre.

El anciano se acercó a inspeccionar de cerca los resultados del aprendiz.

―Si sellamos la bodega intermedia por aquí ―Enthril señaló una parte dañada de la pared―, podremos contener la inundación. Así conseguiremos tiempo. Pero tenemos dos problemas, uno malo y otro peor. El malo es este. El peor...

―¿El peor son los piratas? ¿Los que detuvo con un gesto de la mano? Creía que usted solo era...

―¿Un humilde mago naval? ¿Lo supusiste gracias a tus prístinos conocimientos preacadémicos?

―¿Cómo lo ha sabido? ―preguntó Boldt entornando los ojos.

―Te embarcaste con destino a las islas de Especia pagando un pasaje desorbitado. Sin duda eres el orgullo de una familia noble; tu único motivo para navegar por estas aguas sería dirigirte a Tolaria Oeste, a la institución local. Todo un prestigio. Enhorabuena.

―Veo que la conoce ―dijo el joven, un poco molesto.

El mago anciano lanzó una mirada al anillo dorado de su propia mano derecha, grabado con el símbolo de un ojo omnividente.

―Graduado con máximos honores.

―¿Y ha acabado aquí?

Enthril recogió una paleta, bañó la punta en el relleno que había a los pies de Boldt y lo repartió por el punto que el hechizo había pasado por alto.

―Chiquillo, haz el favor de usar el dichoso mazo. Te complicas demasiado.

Boldt recogió la herramienta y la cubrió con brea fresca.

―¿Cree que me da miedo ensuciarme las manos? ―Colocó estopa en las junturas imitando a Enthril―. Usted no sabe a lo que he renunciado. He pasado años formándome para estudiar con las grandes mentes de nuestros tiempos. Tengo planes, pero entre ellos no está el de acabar convertido en un esqueleto en el fondo del mar.

―Planes... ―Enthril hizo una breve pausa meditativa y luego continuó―. Me he fijado en ti durante las últimas semanas, con tus libros y tus apuntes...

―Correcto ―afirmó Boldt con bastante orgullo―. Libros y apuntes. El camino a la grandeza, tan infalibles como el ladrillo y la argamasa. Por eso me ha convocado la Academia.

―¿Y qué esperas aprender allí?

―Todo: morfología, control, ilusión...

―El control es una ilusión.

El joven apartó los ojos del mamparo y miró a Enthril a la cara.

―¿A qué se refiere?

―Boldt... ― dijo el anciano con una ligera crispación que recordó al joven aprendiz que nunca se había presentado al mago naval... ni a ningún tripulante, de hecho―. Eso era todo lo que quería hacer yo: controlar los resultados, controlar los desenlaces. Me gradué confiando en que sería un gran maestro y encontraría la fortuna, que la conseguiría. Pero ¿de qué sirven toda esa ambición y ese dominio ante la auténtica sabiduría? Es como tratar de atar las olas a la playa.

Si había arrepentimiento en su mirada, Enthril no lo mostró. Entonces continuó rellenando las junturas del casco.

―Ahí fuera aprendí a sosegar mi sed de poder y gloria. A verme como un conductor, un instrumento de algo mayor que mí mismo. Un custodio ―dijo levantando la paleta cubierta de brea para enfatizar su afirmación―. Y aprendí que puedes conocer el corazón de las cosas sin tener que poseerlas.

De pronto, una explosión a lo lejos sacudió el navío y puso fin a la lección. Enthril dejó caer la paleta.

―Arriba. Vamos.


Los dos magos salieron de la bodega entrecerrando los ojos bajo el sol cegador. Los piratas se habían liberado y ahora avanzaban para ponerles a tiro de sus cañones. Además, traían compañía.

―Cuatro velas ―contó Enthril. Se volvió hacia lo que quedaba de los mástiles, cuyo revoltijo de cuerdas y velas desgarradas se agitaba con el fuerte viento―. Y las nuestras nos están impulsando. Eso era lo que temía: el viento nos lleva hacia el este.

―Pero así nos alejaremos de los piratas, ¿no?

Otro cañonazo estalló por estribor. Este sonó más próximo e hizo temblar la cubierta. El mago anciano recogió una cimitarra rota entre los escombros y se la dio a Boldt, quien la miró con recelo.

―Yo los mantendré ocupados ―dijo Enthril―. Tú usa esto.

―¿Voy a enfrentarme a ellos con esto?

―Vas a liberarnos. Corta las cuerdas de la vela mayor, esas de ahí. Nada de hechizos, conserva las fuerzas. ¡Corre!

Mientras Enthril se alejaba para encararse a los piratas, Boldt se acercó a los restos de la vela mayor, inspeccionando las cuerdas y la tela mientras sorteaba un trozo de mástil roto. Miró hacia atrás y vio a Enthril extender los brazos, con las palmas hacia abajo como si planease en el viento y con los ojos clavados en los barcos que se avecinaban.

Bajo ellos, la cubierta se mecía a un lado y a otro con el océano. La postura de Enthril rotaba con el balanceo, como un reflejo de él. Boldt se acercó a la caótica maraña de cabos y nudos y levantó el arma partida.

Los barcos corsarios rugieron otra vez. Dos nuevos proyectiles antimástiles se dirigieron hacia ellos cuales relámpagos labrados en piedra. Moviéndose junto con la cubierta, Enthril levantó los brazos inmediatamente, como si saludara al cielo.

Con un estruendo metálico, las pesadas balas de hierro se estrellaron contra una fuerza invisible a escasos milímetros de la proa. Una luz resplandeciente onduló en el punto de impacto donde rebotaron los proyectiles, antes de hundirse en el agua a varios metros de distancia.

Desde su posición, Boldt vio a Enthril tambalearse y caer de rodillas. La energía se disipó a su alrededor.

―¡Enthril! ―lo llamó.

―¡Haz lo que te he dicho! ―le espetó el anciano.

Boldt cortó las cuerdas desgastadas acuchillándolas una y otra vez, hasta que la maltrecha vela se soltó. Los dos magos trastabillaron cuando el barco redujo la velocidad de golpe, obligándolos a enfrentarse a la flotilla corsaria.

El joven soltó la cimitarra partida y fue corriendo junto a Enthril. El anciano, casi exhausto, no pudo hacer más que asentir y señalar a proa, desviando la atención de Boldt hacia los navíos mientras el muchacho le sustituía.

Boldt miró detenidamente los barcos que se aproximaban. ¿Qué podía hacer contra ellos?

―Bienvenido... a la auténtica academia, rapaz ―dijo Enthril levantando la cabeza con esfuerzo para observar a su nuevo aprendiz.

La inspiración avivó a Boldt como una descarga de adrenalina. Metió la mano rápidamente en su zurrón y hurgó en él mientras la cubierta descendía y ascendía bajo sus pies.

Magia manantial. La esencia subyacente de las cosas. Si la utilizase adecuadamente, podría dar órdenes a las mismísimas olas, proyectar ráfagas de viento con la mano y atacar o defenderse de numerosas formas. La había estudiado durante años, pero ¿sería capaz de manifestarla?

Boldt buscó en un libro encuadernado en cuero, consultó un verso y guardó de nuevo el tomo. Varias páginas sueltas con anotaciones salieron volando cuando extrajo el sextante de bronce.

Otra bala de cañón cayó en el agua a escasos metros de la proa. Había fallado por muy poco. Boldt se agarró a la borda para mantener el equilibrio durante los bandazos.

¿Qué palabras acababa de leer? Avenkari era la raíz. Eso lo tenía claro, pero ¿y el resto?

Con la frente empapada en sudor, Boldt orientó el sextante hacia el armazón del barco más cercano. La mirilla de una ballesta. El artilugio emitió un ligero brillo cuando empezó a entonar con voz indecisa y dubitativa.

Avenkari katala nahota...

Una mano le tapó los ojos: Enthril se había levantado. El anciano bajó suavemente el brazo de Boldt y el brillo abandonó el sextante.

―Nada de amuletos ―lo reprendió.

―¡Pero ¿qué diablos haces?! ―exclamó Boldt, apenas conteniendo su pánico―. ¡Están a punto de volarnos por los aires y...!

―Nada de palabras. No ordenes: pide.

―Pero...

―Boldt, la esencia está ahí, esperando para ayudarte. Encuentra la que está preparada. Cuando la veas, sabrás lo que debes hacer.

―¡Es que no la veo! Eso es lo que intento expli...

―Lo sabrás.

―¡No la veo, maldita sea!

¡Bum!

El cañonazo alcanzó el lateral del casco. Instintivamente, Boldt retrocedió en la dirección del impacto. Y entonces, sin pensar, se impulsó hacia delante... y sus emociones y temores cobraron forma física.

La energía surgió desde su esencia, espontánea y auténtica. Una explosión voltaica de fuerza se produjo a varias brazas de distancia y alcanzó de pleno al barco de vanguardia, escorándolo violentamente hacia babor.

Los cañonazos cesaron. Toda actividad cesó mientras el joven mago permanecía quieto, completamente estupefacto por lo que había logrado.

―Ha... Ha...

―Te has quitado del camino del hechizo ―explicó Enthril.

―¡Ha sido asombroso! ―exclamó Boldt con una sonrisa radiante―. ¡No me lo puedo creer!

Oyeron el sonido de unos tambores en los barcos piratas. Con agilidad y precisión, todos ellos viraron bruscamente, como atemorizados.

―¡Por los dioses, viejo! ¡Lo hemos conseguido! ―gritó Boldt exultante de felicidad―. ¡Se van con el rabo entre las piernas!

Pero Enthril se volvió hacia popa, hacia el este, y se alejó moviendo la cabeza a un lado y a otro.

―No, no es por nosotros.

―¿Cómo? ―Boldt fue rápidamente tras él―. ¿Has visto algo?

―Mira allí. ―Enthril señaló hacia el mar, hacia una serie de boyas cercanas en dirección este―. Es demasiado tarde. Hemos llegado al Perímetro.

Había decenas de metros de separación entre una boya y la siguiente. Formaban una línea de puntos que abarcaba el horizonte.

Al otro lado, el carácter del mar cambiaba drásticamente: era mucho más oscuro, con oleaje espumoso. Aunque habían arriado las velas, la corriente era fuerte y arrastraba el barco hacia allí.

―¿Qué hay más allá? ―preguntó Boldt.

No obtuvo respuesta. Enthril contempló la frontera en silencio y los colores abandonaron súbitamente su rostro.

Isla | Ilustración de Adam Paquette

―¿Enthril?

―Las Olas Funestas ―masculló por fin―. Este era el peor de los problemas.

―¿Alguna vez has cruzado?

―¿Sigo aquí y estoy hablando contigo?

―Sí.

―Entonces no.

Enthril fue al centro de la cubierta y su mente trabajó a toda prisa.

―Aquí, rapaz, justo aquí. El casco es más resistente.

―Espera, espera ―protestó Boldt―. ¿No hay manera de...?

―Ya no. La corriente nos ha atrapado.

―¿Ni algún hechizo para...?

―Vamos a atravesar el Perímetro en cuestión de segundos. Prepárate.

―¿Para qué?

Enthril miró a Boldt a los ojos, con expresión seria.

―Para todo.

El ambiente se volvía más sombrío a medida que se acercaban a la boya más cercana. Cuando la pasaron por estribor, vieron un detalle aciago.

En la boya había una hilera de esqueletos encadenados, congelados en posiciones extrañas y blanqueados por el sol. Los primeros en recibirles.

Bajo la mirada hueca y siniestra de los esqueletos, Boldt y Enthril cruzaron el Perímetro.

―Vale ―dijo Boldt―, ¿y ahora qué podemos...?

De súbito, la boya se encendió con una luz brillante e impía. Una tras otra, las demás la imitaron y el resplandor infernal de las balizas se expandió por el horizonte. La respiración de Boldt se descontroló cuando los esqueletos cobraron vida y extendieron sus brazos huesudos hacia ellos. Sus bocas desdentadas se abrieron al unísono y emitieron un chillido penetrante y acusatorio.

Entonces, algo emergió estruendosamente por babor. El dúo se volvió hacia el origen del ruido y ambos palidecieron al descubrir de qué se trataba: un enorme tentáculo repleto de cuernos dentados se elevaba unos quince metros sobre el mar.

El apéndice descendió sobre el centro del barco y la quilla se partió en dos, lanzando por los aires a los magos. La cubierta dio vueltas y salió disparada como una piedra al rebotar en un estanque.

Los hombres se aferraron desesperadamente a lo que pudieron y lucharon por no caer al agua mientras la cubierta se hacía añicos y las tablas que pisaban se veían reducidas al tamaño de una balsa. Varias partes del barco volcaron y se hundieron, escoraron y desaparecieron entre las interminables olas.

―¡Dime que tienes una solución! ―suplicó Boldt sujetándose a lo que buenamente pudo para mantenerse a flote, con el mar cubriéndole hasta el pecho.

Sin embargo, antes de que Enthril pudiera responder, los restos de la cubierta crujieron y se detuvieron al chocar contra algo sólido bajo ellos.

Boldt recobró el aliento mientras Enthril observaba los escombros flotantes.

―Hemos encallado...

El joven lanzó un vistazo a los alrededores.

―Puede que haya un arrecife o...

Entonces algo se elevó y les hizo tambalearse. Algo enorme. Y ellos también empezaron a elevarse. Se separaron del nivel del mar y ascendieron sobre una columna estruendosa de rocío y espuma.

Aquello no era un arrecife. Bajo ellos se materializó la superficie llena de moluscos de un caparazón inmenso, el lomo de una criatura cuya escala parecía no tener fin. Una avalancha de salmuera y fango se precipitó por ella como una lluvia torrencial.

Mientras ascendían, los restos de la cubierta empezaron a sacudirse y a deshacerse bajo sus pies; pronto no quedaría nada donde pisar. Boldt lanzó una mirada suplicante a Enthril. El anciano asintió.

―Lo sabrás.

Enthril cerró los ojos y se concentró, bloqueando el caos. La madera y el hierro se hacían añicos a su alrededor como si fueran paja, pero él conservó la serenidad.

Boldt observó cómo se concentraba en silencio, sin saber qué hacer, excepto... ¿apoyarle? Sí, por supuesto. Los dos trabajarían juntos, como el mar y el cielo.

Quiso rebuscar en el zurrón, pero, para su sorpresa, su mano tan solo encontró una correa desgarrada. Los libros, las anotaciones y el sextante de bronce habían desaparecido.

La mole que pisaban se impulsó hacia arriba y adelante y Boldt tuvo que dar zarpazos al fango repleto de escombros en busca de algo a lo que agarrarse. Por delante de él, Enthril apenas se movía, entregado por completo a las energías que convocaba.

Sin otras opciones, Boldt se ancló entre lo que quedaba de un penol y la piel escamosa que había debajo. Entonces imitó a Enthril y cerró los ojos.

"Búscala. Mírala. Pero ¿mirar qué? Da igual, tú solo...".

Y entonces, la voz de su cabeza, la voz del control, calló repentina e inexplicablemente. O, para ser más precisos, cambió. Porque por fin podía verla.

Se contempló a sí mismo hacía unos instantes, al enfrentarse a los barcos y reaccionar espontáneamente, con auténtica presencia en el momento tras el primer atisbo de comprensión. Todos sus estudios y esfuerzos anteriores habían sido solo una parte. Pero esa vez había actuado como un conductor para que la magia fluyera a través de él, para que hallara su propia forma y él la encontrara en su corazón.

Boldt comenzó a pronunciar palabras en voz alta. Palabras que aún aprendían su propia forma, materiales puros que atrapaban la energía como una marea. Y el anciano, ahora bañado en una luz azul, era quien las guiaba.

Sin embargo, Enthril parecía frágil, como un puente a punto de desmoronarse bajo el peso de un ejército. Exhausto, su consciencia iba y venía, y entonces susurró como si se dirigiese a otra persona.

―Siempre... Siempre hay... más por saber.

Boldt abrió los ojos y gateó hacia él. Los dos magos se hicieron un ovillo el uno contra el otro en medio del torbellino de escombros. Se anclaron precariamente en el lomo del behemot y este continuó ascendiendo hasta que los últimos restos del barco se descompusieron.

―Ahora la veo. La veo ―dijo Boldt a Enthril―. Es maravillosa.

Enthril pareció sonreír al oírlo y reanudó su cántico sin palabras. Boldt hizo lo mismo y se unió a él.

La criatura protestó y exhaló como una ballena. Su rugido fue monstruoso y ensordecedor. Irreductibles, los dos magos continuaron entonando como una sola voz. Hasta que algo nuevo empezó a ocurrir.

Un último y desafiante tablón de la cubierta flotó apenas unos metros por delante de ellos, a la espera. Uno a uno, otros restos del navío se unieron a él hasta formar una estructura fragmentada de madera, tela y metal que envolvió a los magos.

En el centro del tornado de componentes, Enthril abrió los ojos, de pronto encendidos con una luz abrasadora y vibrante. Cuando la luz cobró intensidad, Boldt se alarmó.

―¡Enthril, ¿qué...?!

La luz explotó y envolvió a los magos, los restos flotantes del barco, la criatura, el mar y el mundo. Todo en un instante, y entonces todo fue nada.

Dominio eterno | Ilustración de Shishizaru

Boldt volvió en sí. Tenía la mejilla apoyada en un suelo de madera. El contacto con la superficie lisa, como nueva, hizo que se incorporara con un sobresalto.

Se encontraba en un lugar distinto: la cubierta de una nave de aspecto extraño. Llamó a Enthril, pero no hubo respuesta. Se levantó con torpeza y miró en todas direcciones. El anciano había desaparecido, reemplazado por aquel nuevo barco, cuyas velas resplandecientes sobresalían en direcciones peculiares. Parecía una mariposa de tela blanca. Sin embargo, Boldt no veía la línea del mar en el horizonte.

Entonces oyó de nuevo la exhalación de la criatura, pero esta vez sonó distante, como si estuviera muy por debajo del barco. Se acercó a la barandilla. Lo único que había alrededor era el cielo.

Se encontraba en una especie de aeronave, cuya factura solo habría podido imaginar. Sobrevolaba el último lugar que recordaba, a decenas de metros de las Olas Funestas.

Desde las alturas contempló al leviatán en toda su extensión; tenía fácilmente el tamaño de una flota de barcos, o tal vez fuera incluso mayor. Ahora extendía sus zarcillos para tratar de alcanzar el barco, pero este se encontraba a tanta altura que la bestia ni siquiera arañaba el casco.

El viento hinchó las velas y la flamante nave se deslizó suavemente hasta abandonar el Perímetro, a mayor velocidad de la que el viento debería permitirle. El color del mar cambió a un azul brillante, puro como el de una pintura.

A lo lejos, Boldt divisó los buques corsarios desviándose hacia el sur, diminutos como juguetes. Y más lejos aún, al oeste, vio la extensión verde y ondulante de las islas de Especia. Allí, en el archipiélago, se encontraba la Academia tolariana, su destino. Estaba cada vez más cerca.

Entonces miró hacia popa y vio el timón, elegante y labrado con esmero. No tenía un rumbo fijo, sino que se mecía a un lado y a otro con el viento.

Un objeto que yacía justo debajo reflejó la luz matutina y llamó su atención. Era el anillo grabado de Enthril. Lo recogió y lo observó durante largo tiempo.

Las islas de Especia estaban cerca. Sin embargo, el timón giró a estribor y las velas atraparon una corriente de aire cálido procedente del sur. Y así, la nave viró y se alejó del archipiélago, rumbo al norte.

Boldt bajó la vista hacia el timón que comandaba. Finalmente se separó de él y caminó hasta la proa del barco, dejando que los vientos lo guiaran. Se puso el anillo de Enthril en memoria del anciano. Encajaba perfectamente.

Muy por debajo, lejos de su posición, la Academia tolariana y las islas de Especia disminuyeron en el paisaje, cada vez menos significativas, hasta que al final desaparecieron.

Y Kellan Boldt, antiguo aprendiz y actual aventurero en ciernes, antaño primogénito y heredero del ducado de Kelsh, instruido con humildad en el arte por el viento y las olas, surcó los cielos sin oposición. Para encontrar un nuevo propósito, para vivir nuevas aventuras y conocer el corazón del mundo.

Isla | Ilustración de John Avon