VRASKA

El río se estaba estrechando mucho. Vraska miró por encima del borde del bote y vio que la orilla estaba a pocos palmos de distancia.

Frente a ellos, dos enormes rocas se alzaban, una a cada lado del río, como columnas de entrada a un país maravilloso. El bote tendría espacio para deslizarse entre ellas, pero no mucho más.

Le dolían las ampollas.

Movió más despacio el remo izquierdo y comenzó a girar el barquito hacia la orilla.

Hacía horas que Jace había dejado de intentar mantener el hechizo de invisibilidad. La noche cayó y las luces de los insectos, además de otros brillos extraños que Vraska no reconocía, iluminaban la jungla. La pendiente de las orillas era demasiado escarpada para sacar el bote del río. Si no fuera por los enormes dinosaurios que sin duda se ocultaban en la jungla, habría pensado que el ambiente era de lo más encantador.

Pantano
Pantano | Ilustración por Christine Choi

—Dormiremos en el bote —dijo Vraska. Soltó los remos y siseó al tocarse una de las ampollas.

El astrolabio taumatúrgico yacía sobre la madera que separaba a los dos Planeswalkers. Jace lo tomó y miró a la dirección en la que apuntaba.

—Este cacharro sería más útil si nos dijera cómo de lejos estamos... —dijo Vraska mientras estiraba los brazos por turno. Entrelazó los dedos y suspiró.

Jace no respondió.

Miró hacia arriba, y la magia de sus ojos iluminó los contornos de su rostro. Sobre ellos se materializó un gigantesco caballo de tiro que brillaba con una suave luz azul. La ilusión atravesó el follaje y galopó por el cielo nocturno.

Aquel caballo espectral serviría de aviso para Malcolm.

Espero que el resto de la tripulación llegue pronto.

El aire podía cortarse con un cuchillo. Olía a vegetación en crecimiento, a cosas que brotaban, se alimentaban, morían, se pudrían y volvían a crecer sobre otras cosas que también se alimentaban y morían. Vraska recordó que su tripulación solía cantar en las noches de calma chicha como esta cuando estaban en mitad del mar. Le encantaban aquellos momentos en grupo. Ella y su tribu, enemigos de todos salvo de ellos mismos.

Existe un castillo profundo y antiguo... —comenzó a cantar.

Jace la miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Vraska sonrió y siguió a lo suyo.

De sus ventanas surge un extraño brillo.
Es un bello laberinto de descomposición...

Vraska se detuvo. Jace escuchaba con interés.

—¿Quieres que siga? —preguntó con una sonrisa cansada. Jace sonrió.

Ella se acercó más a él y continuó cantando en susurros. Quizá la música mantendría a raya a los posibles dinosaurios que los acecharan.

... pues, algún día, reinará la putrefacción”.

Jace, también cansado, emitió un ruidito de aprobación.

—Qué canción más alegre.

—Los Golgari no tienen mucho de lo que alegrarse. —Vraska se echó de nuevo hacia atrás y cerró los ojos.

La voz de Jace era soñolienta.

—Calzón me enseñó otra canción.

—¿La de los higos?

—Vaya canción más grosera. Pero que mucho. Ese trasgo es pequeño, pero matón.

Jace guardó silencio después de eso y, apenas un instante después, ya se había dormido. Vraska se preguntó si era capaz de hacer eso a voluntad.

Por encima de ellos se escuchaba el sonido de pequeñas criaturas aladas; las aves nocturnas cantaban en la espesura de la jungla.

Abrió un ojo dorado y le echó un vistazo a Jace. Al segundo telépata más peligroso del Multiverso.

Podría destrozarme la mente con tanta facilidad como yo canto.

Y sin embargo... no lo haría. Nunca lo haría. No después de haberla escuchado como hizo (como nadie lo había hecho nunca).

En ese momento, Vraska supo que, al margen de sus recuerdos, aquel era un hombre en el que podía confiar... y alguien que, a cambio, confiaría en ella. No necesitaba a nadie para sentirse completa ni a nadie que la validara. Y, si él no la correspondía... bueno, no pasaba nada; todavía tenía un libro de historia en casa por terminar. Pero si la correspondía... Vraska imaginó que él le prepararía té cuando ella tuviera días malos. La escucharía cuando lo necesitara. La animaría a perseguir sus propios objetivos.

En general, no sonaba nada mal. Quizás le pediría una cita cuando todo esto terminase. Hacía mucho tiempo que no salía con nadie. No obstante, de momento Vraska estaba satisfecha con lo que había. Una misión con un objetivo claro y un buen amigo a su lado: eso era lo que necesitaba.

Vraska tenía muchas ganas de petrificar a quienquiera que le hubiera robado los recuerdos a él.

El brillo de las plantas a su alrededor y el de las estrellas envolvía el pequeño bote en un halo de calidez entre las sombras. Cuando Vraska cerró los ojos, sintió que la fresca brisa de la invisibilidad la cubría de nuevo.


JACE

Después de su turno de guardia, Jace durmió profundamente. La tranquilidad y el aire libre eran cambios bienvenidos, después de los meses que había pasado durmiendo en una hamaca junto al resto de la tripulación.

Vraska y Jace abandonaron el bote a la mañana siguiente. Remaron hasta la orilla y atracaron en la ribera.

Aquí y allá brotaban masas de roca y de mantillo de forma desordenada; cualquier amago de sendero se perdía entre los ruidos y el caos de la jungla a la luz del día. Vraska sacó la espada y la utilizó como machete improvisado para despejar el camino.

Al final, los dos llegaron a un camino ancho y despejado. Vraska envainó la espada, aliviada.

—Ya era hora. Las ampollas de usar la espada son casi tan molestas como las de remar —gruñó.

Jace frunció el ceño.

—A lo mejor no deberíamos ir por aquí —dijo.

Señaló al sendero que atravesaba la fronda.

—Es probable que este camino lo hicieran los dinosaurios.

Vraska suspiró.

—¿Los dinosaurios hicieron este camino al cruzar una y otra vez por la jungla?

—No, es obra de los dinosaurios leñadores —explicó Jace con la cara muy seria y sin un ápice de sarcasmo.

Vraska soltó una risotada. Jace negó con la cabeza.

—No te burles de la noble industria de leña dinosáurica.

La risa de Vraska se vio interrumpida por un olor extraño en el aire.

Una gruesa columna de humo negro inundó de repente la arboleda.

El humo era pegajoso, una neblina tintada que olía vagamente a mirra. Envolvió los árboles, ocultó la poca luz que se colaba a través de las ramas y oscureció el día por completo.

Jace gritó de asombro y amplió su percepción para detectar las amenazas.

Vraska estaba de pie en el centro del camino, luchando con un enemigo que apenas era visible. La niebla era demasiado espesa para ver; se acercó a la mente del enemigo, reconoció el hechizo responsable de aquella oscuridad y lo desactivó.

El humo negro se disipó y dejó a la vista a una conquistadora. La vampira gruñía como un animal, con la barbilla cubierta de sangre seca, mientras que su armadura negra y dorada relucía. Llevaba el sello de una rosa grabado en la coraza y las puntas afiladas de su yelmo se cernían peligrosamente sobre la gorgona. Había restos de sal marina sobre ella, lo que llevó a Jace a pensar que era una de las supervivientes del otro barco naufragado.

Jace levantó la mano y creó la ilusión de una densa tormenta.

Una cortina de lluvia cayó desde lo alto; el verde del camino se oscureció y, por encima de sus cabezas, se escuchó el sonido de un trueno.

Vraska permaneció impertérrita, pero la vampira se quedó muy sorprendida. Inquieta, dio un brinco, pero bloqueó justo a tiempo un golpe de espada de Vraska con la hombrera de su armadura. Sin desenvainar la espada, se arrojó sobre la gorgona en un frenesí de patadas y puñetazos. Vraska trató de blandir la espada para defenderse, pero un fuerte puñetazo a la mandíbula la interrumpió. Comenzó a acumular la magia necesaria para petrificar a la vampira.

Jace extendió la mano de nuevo, buscando la mente de la vampira, pero la confusión del forcejeo era demasiada —y él llevaba demasiado tiempo sin practicar— y un guantelete descargó un golpe contra su frente. Perdió la concentración y cayó al suelo.

La tormenta ilusoria desapareció y la luz del sol volvió a colarse entre las ramas de la jungla.

Mareado, Jace vio cómo la vampira se agachaba y buscaba algo; encontró el astrolabio taumatúrgico a los pies de Jace y, tras hacerse con él, corrió de nuevo hacia la espesura de la jungla.

Vraska soltó un juramento y se puso en pie con dificultad. Tenía una mano sobre los ojos y resoplaba de dolor. Parpadeó para deshacerse de su propia magia y gruñó, frustrada.

Le dio una patada a un árbol.

Jace cerró los ojos y se concentró.

—Podemos seguirla.

Abrió los ojos y levantó la cabeza para conjurar otro caballo enorme que galopó hacia lo alto para señalizar su posición a la tripulación.

Vraska seguía rabiosa.

—Esa maldita vampira tiene que haberse enterado de lo que le hice al otro capitán. No debimos dejar viva a la tripulación.

Jace suspiró.

—Mirándolo de forma objetiva, no te equivocas.

Vraska le dio otra patada al árbol.

—Cuando la encuentre, recuperaremos el astrolabio. Después podrás patear todos los árboles que quieras —dijo Jace con determinación.

La gorgona inspiró profundamente, guardó silencio un momento y asintió. Miró a Jace con un leve ceño.

—¿Estás seguro de que puedes seguirla?

—Completamente.

Despacio, Jace cerró los ojos y se concentró.

Intentó encontrar la mente de la vampira.

En su lugar, lo que encontró fueron dos furiosos monólogos internos.

Tishana se adelantó demasiado, ¿cómo lo hace ese elemental para ir tan rápido?, a la izquierda, esquivar rama, eso es... ¡Pero! Allí arriba. Alguien de la Coalición Azófar nos da la espalda. ¡¿No será la pirata de piel verde?!

Lenta y poco cauta. Típica torpeza del Imperio del Sol. Mujer de piel verde más adelante. Se dice que posee el astrolabio. Siguiendo la ilusión; invocando una serpiente para enfrentarse a ellos...

Abrió de golpe los ojos por la sorpresa y, con un solo movimiento, se dio la vuelta, con los brazos cruzados delante de él.

Una inmensa serpiente voladora, una ilusión, se arrojó sobre él y se quebró a cada lado de su defensa psíquica.

La fuente de la ilusión era una mujer tritón subida a las espaldas de un enorme elemental.

Miró a la fuente del otro monólogo mental: una mujer que llevaba una armadura de placas de acero, adornada con el mismo patrón de plumas que el dinosaurio que montaba. A su lado colgaba un arma semicircular, y su trenza larga se agitó en el aire cuando cargó sobre él.

El proceso de pensamiento de Jace pasó de la idea a la conclusión. Levantó una mano cuando la humana se acercaba, sintió un escalofrío en la nuca y la mujer tiró con fuerza de las riendas de su dinosaurio. La bestia se detuvo y la mujer sobre ella miró desesperadamente a cada lado.

—¿Adónde se fueron?

Las agallas de la mujer tritón se agitaron.

—¡Es una ilusión!

Levantó la mano y unas lianas brotaron del suelo de la jungla para enredarse en torno a las piernas de Jace.

Cayó cuan largo era, y la invisibilidad que había proyectado se desvaneció.

Vraska salió de entre los árboles y se puso delante de él. Gritó para llamar la atención de la jinete y de la tritón:

—¡Esperen! ¿Por qué nos persiguen?

Jace se dio permiso para explorar la superficie de la mente de la tritón.

—La tritón conoce la existencia del astrolabio.

Las agallas de la tritón temblaron de sorpresa e ira.

Vraska torció el gesto.

—¿Quiénes son ustedes?

Jace se puso en pie y las lianas en torno a sus pies recularon. Se colocó al lado de Vraska y miró de frente a sus oponentes.

El elemental de Tishana se puso en posición de ataque, pero ella lo apaciguó poniéndole una mano en el costado.

—Me llamo Tishana, soy una anciana de los Heraldos del Río y protectora de Orazca. Uno de los nuestros escuchó un fructífero rumor acerca de ti, pirata.

Jace se regañó a sí mismo. Al final, aquel tritón de la taberna de Zabordada sí que había oído su conversación.

La jinete que estaba al lado de la tritón se puso muy recta.

—Yo soy Huatli, del Imperio del Sol, poetisa guerrera y desterradora de intrusos.

Jace no pudo evitar darse cuenta del temblor en el párpado de Huatli cuando pronunció las palabras “poetisa guerrera”.

Tishana observaba a Vraska.

—Nadie debe poseer la ciudad ni lo que esta custodia. Entrégame ese astrolabio o muere aquí mismo.

—Si insistes... —ronroneó Vraska. Sus ojos comenzaban a despedir un fulgor mágico.

Jace bloqueó su mirada con la mano.

—No lo tenemos —intervino.

Vraska dejó escapar un sonido de frustración y apartó suavemente la mano de delante de sus ojos. Impaciente, se cruzó de brazos.

Si la tritón le había escuchado, su rostro no delató lo que pensaba. En vez de eso, inclinó la cabeza a un lado como si escuchara.

Jace regresó con curiosidad a la superficie de la mente de la tritón. A través de una conexión invisible, sentía los movimientos de una intrusa a través de la jungla, por delante de ella. Su vínculo con los árboles y el suelo que pisaba era delicado, mientras que la intrusa dejaba un rastro en la vegetación que pisaba. Vivir esa sensación en primera persona era increíble; Jace no sabía que un poder semejante existiera.

La tritón miró a Jace.

—Hay una vampira cerca —dijo—. ¿Es ella quien tomó el artefacto y se dio a la fuga?

La jinete del dinosaurio despedía un sutil brillo ambarino, y su dinosaurio dejó escapar un gruñido profundo. Jace comenzó a oír el movimiento de otros dinosaurios cercanos. Equilibró su peso y cerró los puños.

—La vampira nos robó el astrolabio.

Algo lanzó una dentellada en la jungla, a sus espaldas. Vraska y Jace dieron un salto al escuchar el ruido.

La jinete sonrió y apartó un poco a su dinosaurio. Tenía una sonrisa de superioridad.

—Gracias por cooperar.

La tritón trepó rápidamente a su elemental y las dos mujeres penetraron rápidamente en la selva.

En cuanto se marcharon, Vraska volvió la cabeza hacia Jace.

—¿Puedes rastrear los pasos de la vampira? —le preguntó.

Jace asintió y escuchó, en busca de la mente de la inmortal.

Sonrió.

—Puedo rastrear más que eso.

Vraska asintió y los dos se adentraron también en la espesura. Mientras Jace corría, envió una señal más al resto de su tripulación, y el caballo ilusorio trotó por el cielo en la misma dirección que aquel que lo invocaba.


HUATLI

Huatli puso una mano sobre su montura mientras corrían y, a través de su conexión, le envió una breve ráfaga de magia.

Un dinosaurio percibe a través del olor lo que un humano ve con los ojos; y Huatli había aprendido a comunicarse con su montura a la perfección después de años de entrenamiento.

Buscar. Sangre. Descomposición. Vampiro.

El dinosaurio olisqueó el aire, bajó la cabeza en actitud cazadora y aumentó la velocidad.

Las hojas pasaban a toda prisa. Huatli escudriñó a lo lejos mientras las ramas sobre su cabeza comenzaban a separarse y el paisaje mostraba árboles cada vez más gruesos. Las criaturas más pequeñas se apartaban a su paso, y Huatli escuchó que las aves y los dinosaurios chillaban en señal de aviso sobre las ramas mientras ella y su depredador corrían por debajo.

—Esto nos llevará algún tiempo —dijo Huatli.

Les llevó nueve horas.

Territorio virgen
Territorio virgen | Ilustración por Dimitar
Isla
Isla | Ilustración por Raoul Vitale

Cruzaron escarpadas laderas, valles solitarios e incluso hicieron que sus monturas vadearan un lago. Cada vez que se acercaban a la vampira, esta apretaba el paso; y cada vez que se detenían a recuperar el aliento, se maravillaban de la tenacidad de su enemiga.

—Es muy rápida para estar muerta, ¿no? —jadeó Huatli mientras se masajeaba un calambre en el muslo. Su dinosaurio bebía con avidez del lago.

Tishana no se mostró impresionada.

—A la complejidad del universo no le importa lo rápido que se confeccione el tejido, sino la firmeza de la conexión entre sus fibras.

Por sexta vez ese día, Huatli puso los ojos en blanco.

Bosque
Bosque | Ilustración por Raoul Vitale
Arboleda Pétalo Solar
Arboleda Pétalo Solar | Ilustración por Dimitar

La tritón y la jinete llegaron finalmente a la otra orilla del lago.

Huatli sintió la alegría de su dinosaurio; la presa estaba casi a su alcance. Pronto vio una figura con una armadura dorada apoyada contra un árbol, jadeando de agotamiento.

—¡Yo me ocupo de ella, Tishana! —gritó Huatli.

La tritón frenó el trote de su elemental y se mantuvo a distancia.

El dinosaurio avanzaba con la cabeza baja, listo para atacar, mientras se acercaban. La vampira volvió el rostro hacia ellos, pero no tuvo tiempo para responder cuando el dinosaurio abrió sus fauces y la agarró por la cintura.

La vampira profirió un chillido de sorpresa y el dinosaurio de Huatli la arrojó contra el tronco de un enorme árbol.

Huatli desmontó y caminó hacia ella.

Su enemiga era más alta que ella y tenía el alzacuellos de sus ropajes manchado de sangre. Los encajes que sobresalían de su armadura estaban empapados de sudor; tenía el aspecto de una niña que rehusara ponerse nada que no fuera su traje favorito, al margen de si este resultaba cómodo o apropiado para la ocasión.

—Lo que te falta de sangre te sobra en sudor —dijo Huatli mientras descargaba una patada directa contra la coraza de la vampira.

Esta cayó de nuevo al pie del árbol con un gruñido ahogado. Jadeó y tiró de su alzacuellos.

Huatli sonrió.

—¿Qué? ¿No había junglas en Torrezón? ¿Te pica la ropa?

Un brillo dorado se encendió en sus ojos y su dinosaurio emitió un gruñido sordo.

Atrapa, ordenó Huatli. El dinosaurio se lanzó hacia adelante y tomó a la vampira una vez más entre sus mandíbulas.

El mordisco no era lo suficientemente fuerte para atravesar su armadura, pero sí para levantar a la vampira del suelo. Ella se sacudía y protestaba, intentando desenvainar su espada mientras golpeaba y arañaba la gruesa piel del dinosaurio.

—Sacude —dijo Huatli en voz alta.

El dinosaurio sacudió a la vampira con fuerza y la conquistadora aulló con la voz rota.

Una extraña brújula salió volando de su bolsillo y cayó al suelo.

Huatli se agachó a recogerla. Era un objeto hermoso y trabajado que despedía una energía que se sentía incluso a través de la palma de su mano.

Suelta, ordenó Huatli.

La vampira cayó al suelo, cubierta por las babas del dinosaurio.

Huatli intentó detectar al carnívoro más cercano y lo invocó con una descarga mágica y una invitación: ¡Devora! Sintió cómo el depredador se conectaba con ella desde la jungla. Huatli se subió a toda prisa a su montura y la espoleó en dirección a la espesura.

Los mejores guerreros del Imperio del Sol nunca mataban directamente, pero no permitían que una pobre bestia hambrienta se fuese sin un bocado.

Huatli trotó hasta Tishana con una sonrisa en la boca.

—¡Vámonos antes de que la vampira pueda seguirnos! Tengo el astrolabio.

Por toda respuesta, la tritón sonrió. Sus dientes eran pequeños cuchillos organizados en una fila.

—Fantástico.

Tishana tomó el astrolabio y lo examinó. Le dio la vuelta, investigándolo cuidadosamente, como se haría con alguna escritura sagrada.

Entrecerró los ojos y dirigió a Huatli una mirada astuta.

El astrolabio comenzó enseguida a emitir una luz ambarina que latía.

Las agallas de los laterales del rostro de Tishana vibraron. La tritón cerró los ojos.

Huatli no dijo ni una palabra y esperó. Sabía que la Heraldo del Río sentía algo que era invisible para ella. Después de unos instantes, la tritón volvió a abrir los ojos de golpe. Tenía una expresión maravillada.

—El final de nuestra peregrinación se acerca.

Esta vez, Huatli estaba demasiado emocionada para poner los ojos en blanco.

—¿En serio?

—Es parte de la tierra a nuestro alrededor, pero está separada para mantenerse oculta. No se mueve, pero el camino que conduce a ella está encantado para que cambie siempre...

Tishana cerró los ojos de nuevo y señaló. Su dedo apuntaba en paralelo a la línea ambarina del astrolabio.

—Está a medio día de viaje en esa dirección.

Huatli asintió con resolución.

—¡Entonces, mejor no esperar!

Tishana no se movió.

Su montura se apartó ligerísimamente de Huatli. Fijó los ojos en el astrolabio.

Huatli se puso a la defensiva.

—Tishana, dijimos que iríamos juntas.

—Sí —respondió la tritón—, eso dijimos.

Huatli se lanzó hacia el astrolabio, pero cuando estaba por alcanzarlo se vio interrumpida por un golpe en la cara con una tela enorme que la descabalgó.

Huatli cayó al suelo, el cuerpo cubierto por completo por una inmensa sábana. Intentó liberarse, pero el tejido se enredó en su cuerpo y lo apretó. A través de él, escuchó que su dinosaurio chillaba y bramaba antes de que todo quedase en un repentino silencio. Un silencio que rompieron los aplausos y vítores de un grupo.

La Coalición Azófar.

Una voz femenina conocida se rio.

—Suéltala, Amelia.

La sábana puso a Huatli en pie de nuevo y se desenredó hasta liberarla. Huatli trastabilló, mareada de dar tantas vueltas.

Frente a ella se encontraba una contramaestre pirata con las manos preparadas, y la sábana —¿realmente había arrastrado la vela entera desde la playa?— se ató en torno a ambas manos de Huatli.

Huatli jadeó. Su garrapié estaba delante de ella, agachándose para atacar, con las fauces abiertas... y convertido en piedra.

La pirata de piel verde que ya había conocido antes rozó con la mano la nueva estatua. Se agachó para mirar a Huatli y sonrió.

—Me llevaré ese astrolabio de nuevo, si no te importa.

Los bucles de la mujer, que parecían lianas, se retorcieron de puro placer. Tomó el astrolabio que yacía a los pies de Huatli.

—¡¿Cómo nos alcanzaste?! —escupió Huatli.

La mujer verde chascó la lengua varias veces y sacudió la cabeza.

—La vampira a la que perseguías seguía el astrolabio en línea recta. En estos terrenos, no es una táctica muy efectiva. Es mucho más fácil buscar atajos con un ojo en el cielo y un telépata en el suelo.

Detrás de ella, una sirena se arregló las plumas con el pico, y el hombre de azul de antes inclinó la cabeza con una sonrisa.

—¿Alguna pregunta más? —dijo la capitana.

Huatli utilizó su furia para canalizar toda la energía que pudiese en un hechizo. Sus ojos se tiñeron de ámbar y, tras ella, se escuchó el grito de una manada de garrapiés en la jungla. Jamás se quedaría sin montura en estos parajes.

A medida que los dinosaurios se acercaban, los piratas huyeron en la dirección opuesta. Huatli logró liberarse de la sábana que le atenazaba las manos y buscó a Tishana. ¡Maldita Heraldo del Río! ¡¿Dónde se había metido esa traidora?!

La respuesta llegó en forma de rumor de agua lejano.

Huatli no quiso esperar a ver de qué se trataba.

Corriente captora
Corriente captora | Ilustración por Yongjae Choi

Detrás de ella vio a Tishana, de pie con los brazos extendidos; los árboles gemían y se retorcían mientras una corriente de agua invocada por ella avanzaba a través de la jungla, arrasándolo todo.

Huatli solo tuvo tiempo de ordenar a los dinosaurios que se retiraran. Suspiró de alivio cuando el río conjurado pasó de largo a su lado y siguió su camino buscando a los enemigos.

Los piratas huyeron entre gritos y se dispersaron, pero Huatli habría jurado que vio escapar a la mujer de piel verde y al hombre de azul.

—Ahora estás sola, poetisa guerrera —dijo Tishana dramáticamente—. Debo detener a Kumena yo misma.

Huatli puso los ojos en blanco una vez más mientras Tishana desaparecía en la espesura de la jungla.

¡Muy bien! ¡Si quiere romper nuestro acuerdo, es cosa suya!

Huatli soltó un juramento de lo más creativo. Empezó a conjurar un hechizo para invocar a una nueva montura. Tenía que seguir el olor de la mujer de piel verde. Puede que su guía tritón se hubiera marchado, pero ya estaba tan cerca de su objetivo que no necesitaba a Tishana.

Una voz le hizo pegar un brinco.

—¡PLANESWALKER, DETENTE!

Angrath estaba allí, alto como un árbol y tan ancho como un cuernorromo. Tenía la cabeza de una bestia con cuernos y su cuerpo vibraba con un poder a duras penas contenido. Llevaba las cadenas incandescentes sobre los hombros, y jadeaba de cansancio.

Angrath.

Todo había empezado cuando el pirata la atacó. Todo vino a partir de que ese pirata le hiciera ver lo que vio. Huatli hizo una mueca y corrió en la misma dirección en la que habían huido los piratas.

Angrath fue detrás de ella.

—¡ESPERA! ¡QUIERO HABLAR CONTIGO!

—¡PUES YO NO QUIERO OÍRLO! —le gritó Huatli.

Miró a su derecha. Angrath estaba muy cerca.

Huatli corrió más rápido, pero se oyó el ruido de una cadena y esta se enredó en torno a su tobillo, arrojándola al suelo.

Ocultó su miedo detrás de una máscara de valor, levantó la mano y empezó a conjurar un hechizo para invocar a tantos dinosaurios y bestias de la selva como pudiera.

—¡Detente! —suplicó Angrath.

Caminó hacia ella y se arrodilló. Sus cadenas, esta vez frías y negras, se desparramaron sobre la tierra.

El corazón de Huatli palpitaba con fuerza. Estaba más aterrorizada que nunca. ¿A qué jugaba ese asesino?

—Eres como yo —dijo él.

—¡Nunca seré como tú! —gritó Huatli, desafiante.

—No, idiota. No de esa manera —replicó Angrath, con los ojos llenos de impaciencia—. Eres una Planeswalker como yo. No te haré daño.

Angrath se puso en pie sin dejar de mirarla.

Huatli iba a exigir respuestas, pero Angrath habló con voz calmada y decidida.

—Aquello que nos impide marcharnos de este plano se oculta en esa ciudad. Si lo encontramos, podremos ayudarnos mutuamente a escapar a otros mundos.

Un atisbo de esperanza maravillada se impuso entre la confusión de Huatli.

Angrath continuó:

—Lo único que tenemos que hacer es matar a todo aquel que intente tomar Orazca antes que nosotros.

Las esperanzas de Huatli desaparecieron. Una sensación de malestar se extendió por su barriga.

Genial, pensó, el monstruo asesino quiere ser mi amigo.


VRASKA

El astrolabio taumatúrgico comenzó a vibrar en la mano de Vraska.

El corazón le dio un salto mientras corría con Jace a su lado y la tripulación detrás de ella.

La corriente de agua que la tritón había invocado era una astuta distracción, pero los piratas de El Beligerante no se dejaban vencer tan fácilmente.

Malcolm echó a volar, se adelantó y regresó con la voz quebrada de emoción.

—¡Está sobre las colinas de allá!

—¡Sigan corriendo! —gritó Vraska a su tripulación. Estaban muy cerca; muy, muy cerca.

Los árboles eran distintos en esta parte de Ixalan. Vraska y los suyos habían cruzado una cordillera y ahora corrían a través de un laberinto de niebla y vegetación. De vez en cuando, dejaban atrás un árbol con hermosas hojas amarillentas; y en las rocas junto a ellos se apreciaban vetas de oro que brillaban por debajo del musgo y el liquen que las cubría.

La misma tierra parecía ansiosa de revelar los secretos que guardaba.

La tripulación de El Beligerante llegó a un claro y, uno por uno, todos se detuvieron. Por encima del verde de las colinas, los chapiteles dorados de Orazca destacaban contra el cielo.

Las agujas iluminaban el horizonte. Los edificios estaban ocultos por una barrera de árboles de vegetación tan exuberante que Vraska se preguntó si las propias colinas no serían la ciudad enterrada, cubierta por un manto de jungla impenetrable.

Guardó el astrolabio, que palpitaba y brillaba, indicando la inmensa magia que los rodeaba en ese momento.

—Dentro hay algo más que el Sol Inmortal. El encantamiento que nos liga a este mundo también está aquí —escuchó a sus espaldas.

Vraska se dio la vuelta. Jace había llegado hasta ella mientras el resto de la tripulación descansaba antes de iniciar la última etapa del viaje.

Ella asintió.

—Aún no he averiguado lo que realmente hace ese Sol Inmortal. Hay demasiados rumores; no quiero inventarme teorías.

—Puede ser, literalmente, la llave de nuestra libertad.

—Puede —admitió Vraska—. También puede que conceda la vida eterna sin la necesidad de beber sangre. Puede que haga invencible al Imperio del Sol. Puede ser una fuente de poder inimaginable, pero demasiado inestable para que nadie lo controle.

—Creo que es algo que no debería estar aquí —dijo Jace—. Algo que trajeron a este mundo.

Se rascó la barbilla, pensativo.

—También podría ser solo un pedrusco sin utilidad alguna. ¿A lo mejor Lord Nicolas es un geólogo aficionado?

—No lo descartaría. —Vraska se encogió de hombros—. Creo que tiene aficiones un tanto extrañas.

Jace se encogió de hombros cuando Amelia lo llamó. Caminó hacia el resto de la tripulación y comenzó a charlar.

Parecía muy diferente sin su capucha. Vraska nunca lo había visto sin ella antes de que lo rescatara de la isla.

Abstraída, se preguntó si su cabello sería tan suave como parecía.

—Vraska, ¿vienes?

—Solo estoy descansando un poco. Reúne a la tripulación.

Jace llamó al resto y Vraska recompuso rápidamente su expresión para darle un aire más autoritario.

Mientras se acercaba a la tripulación de El Beligerante, el suelo bajo sus pies se inclinó.

Los marineros gritaron de sorpresa. Malcolm alzó el vuelo y Calzón trepó al hombro de Amelia. Varios miembros de la tripulación buscaron frenéticamente algo a lo que agarrarse, pero no había escapatoria del temblor de la tierra. El claro comenzó a sacudirse con más violencia y una grieta apareció en la roca frente a ellos.

—¡Miren! —Amelia señaló a los chapiteles lejanos.

Estaban empezando a alzarse más y más hacia el cielo. La propia ciudad emergía de la jungla con cada sacudida del terremoto. Las ramas se partían, los árboles eran arrancados de sus raíces; los alasolares, aterrados, echaban a volar en bandadas mientras la ciudad se revelaba ante ellos poco a poco.

Ilustración por Titus Lunter
Ilustración por Titus Lunter

Malcolm aterrizó junto a Vraska. Sus ojos tenían una expresión aterrada.

Vraska lo agarró por el hombro.

—¿Esto es por acercarnos?

—Alguien debe de haber llegado antes a la ciudad.

Señaló al astrolabio taumatúrgico que Vraska llevaba en la mano. Era cierto que todos sus puntos brillaban con una intensidad que nunca había visto antes.

El rugido de una bestia gigantesca se escuchó por encima del temblor de la tierra.

Vraska se quedó congelada; el bramido le había producido un espasmo de terror. Sus temores se intensificaron cuando escuchó otro sonido a un volumen parecido, y después otro... y otro.

Algo se había despertado.

El claro comenzó a llenarse de agua y Vraska buscó de dónde venía. No muy lejos se había abierto una fisura en la tierra y el agua del río fluía a través de ella como si fuera un cañón a los pies de la ciudad.

La tierra se sacudió una vez más bajo los pies de Vraska y la ciudad dorada de Orazca se elevó aún más.

Ahora que la vegetación centenaria se había apartado, la veía mejor. Era increíble; la ciudad se había abierto como los pétalos de una flor.

Como indicaba su nombre, los edificios estaban construidos con un oro finísimo y decorados de turquesa, ámbar y jade. Sus calles y pendientes pasaban sobre ríos revueltos y cataratas y, en lo más alto, se veían unos extraños motivos y símbolos grabados con dedicación.

Vraska sintió una gran emoción y un deseo ansioso de enfrentarse y conquistar aquello que se hubiera despertado en la lejanía. Indicó al resto de la tripulación que la siguieran, pero, en cuanto echó a andar, otro terremoto sacudió la tierra y Vraska cayó al suelo.

—¡Vraska!

Giró la cabeza y contuvo el aliento. El borde del claro en el que se encontraban se había dividido en dos y Jace estaba agarrado a una peña que se balanceaba peligrosamente, intentando no caerse.

Los demás piratas se apartaron cuando el agua del río cercano comenzó a llegar hasta ellos. El volumen de la corriente aumentó y, pronto, una ola torrencial amenazó con destrozar todo lo que quedaba sobre aquel altiplano.

Vraska se metió en el agua y caminó hasta donde pudo; después nadó con la corriente en dirección a Jace. Escupió agua de río e intentó alcanzar la mano que él le tendía.

En cuanto sus dedos se rozaron, el suelo se inclinó una última vez y la mano de Jace resbaló sobre la suya.

—¡JACE!

Vraska observó cómo Jace caía por el precipicio, con los ojos muy abiertos por el pánico y las manos extendidas en un gesto de desesperación.

Vraska gritó de pena y de rabia. Era imposible distinguir el fondo de la catarata.

Ilustración por Wesley Burt
Ilustración por Wesley Burt

Se inclinó hacia delante para intentar ver dónde había caído Jace, y la piedra cedió bajo su peso.

Vraska cayó; el vapor de agua le golpeaba los brazos mientras buscaba desesperadamente algún lugar donde asirse.

No tuvo tiempo de gritar, solo de reposicionar su cuerpo para hendir la superficie del agua con los pies.

Vraska se hundió hasta el fondo del lago recientemente formado.

Agitó los brazos y se impulsó con furia, intentando nadar hacia la superficie.

El agua se apretaba contra su cuerpo y la catarata que caía desde arriba amenazaba con succionarla aún más hacia abajo, pero Vraska no pensaba morir así como así. No cuando el objetivo de su misión se hallaba tan cerca.

Sintió que sus dedos rozaban la superficie del agua y pateó, desesperada por respirar. Por fin emergió, tomó una bocanada de aire y escupió. Los pies le dolían por el impacto del agua y, mientras pateaba para mantenerse a flote, notó unos futuros cardenales en las piernas. Enormes muros de piedra y de oro habían surgido de la tierra a cada lado del lago, y la ciudad despertada de Orazca se alzaba sobre ellos en lo alto.

De repente sintió un dolor sordo, sibilante, serrante en las sienes y gritó mientras una imagen aparecía de repente en su cabeza.

Isla
Isla | Ilustración por Richard Wright

La imagen se desvaneció y Vraska gimió de dolor.

El pánico se apoderó de ella una vez más y, desesperadamente, echó a nadar hacia la orilla, estirando el cuello para ver adónde se dirigía. Seguía en Ixalan, pero la imagen de su cabeza había sido Rávnica.

¡¿Qué era eso?!

Estaba alarmada y confusa. Trataba de llegar a toda costa al punto donde el nuevo río se encontraba con los muros de la ciudad que habían brotado de la tierra.

Entonces Vraska vio a Jace. Estaba sujeto a una roca cerca de la orilla; tenía una herida en la cabeza y la sangre manaba de ella, pero sus ojos estaban encendidos de magia. Brillaban con una expresión ausente, mientras que su rostro expresaba una mezcla de confusión y dolor.

¡¿Lo ha visto también?!

—¡Jace! —aulló, nadando hacia él, haciendo el esfuerzo de arrastrar sus ropas a través del agua lodosa, luchando por evitar la corriente de la catarata—. ¡Jace, tu cabeza...! ¡AH!

Vraska boqueó.

Estaba vestida con una túnica azul con capucha y yacía sobre la tarima central del Foro de Azor. Niv-Mízzet, el parun de los Ízzet, la miraba desde arriba. Distinguió también las caras de los corredores del laberinto de cada gremio de Rávnica. Esto es un recuerdo, se percató Vraska. El recuerdo estaba coloreado de sentido, sensación de pertenencia, responsabilidad. Era el día en el que Jace se convirtió en el Pacto entre Gremios viviente.

De repente, la imagen se disipó, se desvaneció, y Vraska se halló nadando de nuevo entre la corriente.

Está recordándolo todo, pensó con pánico.

La memoria de Jace estaba regresando de una sola vez, como una corriente que se desbordaba. Pronto recordaría todo lo que Vraska era. Pronto recordaría su resentimiento mutuo, su gremio, su trabajo... y nada de lo que había sucedido en los últimos meses importaría. Recordaría que él era el Pacto entre Gremios y que ella era una asesina. Y su amistad, con toda certeza, se rompería.

Medio ahogada entre bocanadas de agua, Vraska nadó a toda prisa hacia Jace. Estaba sangrando, roto... perdido en la agonía de sus recuerdos.

Todo ha terminado, se lamentó Vraska con un peso en el corazón, mientras salía del agua y se acercaba al mago mental. Un pálpito doloroso en la cabeza le advirtió que otro recuerdo iba a invadir su percepción. Cerró los ojos para prepararse y el pasado de Jace, fuera de control, inundó su mente.


Archivo de historias de Ixalan
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