Habían dedicado un día y una noche enteros, pero a la mañana siguiente de que los tritones hubieran comenzado a trabajar, tal como había prometido Ziva, Jhoira se encontraba en la orilla observando lo que quedaba del Vientoligero, el gran barco celeste.

Estaban en la costa de Bogardan, en una caleta con una extensa playa protegida por afloramientos rocosos a ambos lados. Más allá de las dunas había una pradera llana donde ahora descansaba el Vientoligero. Tierra adentro, las oscuras cumbres volcánicas se elevaban allende los campos de lava.

Lo único que quedaba de la nave eran el esqueleto metálico thran, de casi sesenta metros de longitud, y las voluminosas bobinas de los motores. El resto del casco y el interior se habían descompuesto o habían quedado destruidos durante la batalla que había precipitado el barco al fondo del mar. El búho mecánico de Jhoira volaba a baja altura, ofreciéndole una vista cenital del pecio a través de sus ojos. "Parece peor de lo que es", pensó ella. Tocó el medallón que llevaba al cuello y se recordó que tenía alternativas en caso de que el núcleo del barco estuviera más dañado de lo que esperaba.

Art by Kev Walker
Ilustración de Kev Walker

Entre los tritones y su equipo de salvamento humano, habían llevado los restos a la superficie. El buque de apoyo tolariano, en el que ahora guardaban la nave submarina, había remolcado el Vientoligero hasta aquella caleta protegida, donde habían situado los restos sobre una plataforma para arrastrarlos a tierra firme con un cabrestante e iniciar el trabajo de restauración. El buque de apoyo aguardaba anclado en el litoral y el equipo de reparación estaba montando un campamento cerca del Vientoligero. Esa misma tarde podrían comenzar a trabajar. La otra nave anclada en la caleta era la bricbarca privada de Jhoira; aunque era mucho más pequeña y tenía la estructura de un navío tradicional, se trataba de una maravilla mecánica comparable a su nave submarina.

"Ahora solo necesito una tripulación", pensó Jhoira. Echaba de menos a Karn, Venser y todos los demás. Al menos sabía dónde se encontraba Teferi, aunque no había forma de saber si lograría convencerlo para que les ayudase. "Y luego está Jodah". Jhoira torció el gesto; tampoco sabía si podía contar con él. Había pasado mucho tiempo desde que el hechizo final de Urza había puesto fin a la invasión pirexiana y Dominaria había sanado en gran medida desde entonces. Sin embargo, había cosas que jamás sanaban.

No importaba. Ocurriera lo que ocurriese, Jhoira encontraría la manera de salir adelante. Siempre lo había hecho y aquello no iba a cambiar. "Mi objetivo es demasiado importante", pensó.

El viento le agitó el pelo y el ángel que había enviado la Iglesia de Serra aterrizó en la playa. Se llamaba Tiana y, aunque semejaba perfectamente amistosa, Jhoira había percibido un aire de tristeza en ella. Sin embargo, ahora la notaba más animada. De hecho, estaba de lo más radiante, en el sentido literal.

—¿Estás brillando así a propósito? —le preguntó Jhoira con curiosidad—. ¿Te ocurre algo?

Tiana estaba absorta y parecía no haber oído la pregunta.

—Esa forma... —dijo en voz baja mientras observaba el armazón desnudo del Vientoligero—. Es como el arma de Gerrard en las esculturas —dedujo antes de asentir con la cabeza—. ¡Pues claro! Cómo no me he dado cuenta antes.

—No solo brillas, sino que también sonríes —añadió Jhoira mientras la estudiaba.

Tiana bajó la mirada con repentina timidez.

—Perdón por el resplandor. Y ya me habías visto sonreír.

—Pero no de esa manera. —Parecía que el ángel hubiese vivido bajo tierra y estuviera viendo el sol por primera vez. Aquella sonrisa poseía una gravedad propia, como si pudiese atraer a todos los presentes cual si se tratara de una anomalía pasajera. Jhoira entrecerró los ojos, interesada—. Y ahora estás llorando.

—No, no es eso. No estoy... —Tiana se frotó los ojos con una manga blanca—. Es que hoy hay mucha arena en el aire; me extraña que nadie más llore.

Había llovido de madrugada y la arena seguía húmeda y compacta. En la brisa no había nada más que el aroma salado del océano. Jhoira estiró una mano y levantó la barbilla de Tiana.

—¿Por qué lloras? —le preguntó amablemente.

—De verdad que no lo sé. —El ángel respiró hondo y retrocedió limpiándose la cara—. Parece que ya se me está pasando, sea lo que sea.

Jhoira no estaba tan segura. Se volvió hacia el enorme esqueleto metálico que se cernía sobre ellas. No podía ser una coincidencia.

Cuando Tiana se había unido al grupo antes de comenzar el rescate en el mar, había explicado que era un ángel guardián sin nada en particular que proteger, por lo que estaba disponible para las misiones de la Iglesia en lugares remotos. Ahora parecía que Tiana intentaba no mirar el barco celeste, igual que una amante tímida evitaba revelar al sujeto de su devoción. "Debe de estar reaccionando al Vientoligero", pensó Jhoira. "Apenas quedan sus huesos, pero sigue despertando pasiones".

—Acompáñame —le pidió al ángel—. Vamos a echar un vistazo a la piedra de poder.


Hadi y el resto del equipo se unieron a Jhoira y Tiana en interior del esqueleto thran, lo único que quedaba del casco del Vientoligero. Hadi era el único artífice tolariano, pero los demás eran artesanos y eruditos expertos, principalmente de Benalia y Jamuraa. Tien, la metalúrgica en jefe, estaba junto a Hadi y conservaba el segundo componente más importante para el proyecto: una nueva semilla casco que Jhoira había obtenido del elemental Molimo. La semilla haría que el casco del Vientoligero volviese a crecer una vez que los artesanos terminaran de limpiar la estructura metálica thran, pero primero tenían que reparar los motores y demás sistemas mecánicos. Algunos eran mágicos y otros no, pero, por su aspecto, todos requerirían un trabajo considerable.

Antes de nada, el componente más importante estaba alojado en su soporte metálico en el corazón del motor. Se trataba de la piedra de poder.

—Al menos sigue ahí —comentó Hadi con cierta inseguridad.

—Eso es buena señal, ¿o no? —añadió Tien, que se puso de puntillas para ver el cristal con forma de lágrima.

Jhoira no estaba tan segura. La piedra de poder parecía inerte. Era obra de Urza, quien había colapsado el reino de Serra en ella. Esa era la razón por la que habían enviado a Tiana: la piedra era un objeto sagrado para la Iglesia y, por tanto, querían que un ángel supervisara la recuperación y regresara con ella en caso de que ya no funcionase. Jhoira tenía un plan alternativo en caso de que la piedra hubiera sido destruida o estuviese agotada, pero era una medida que prefería reservar. Tenía fe en la antigua piedra. Tal vez solo necesitara un poco de ayuda.

—¿Qué impresión te da? —le preguntó a Tiana.

El ángel se inclinó para estudiarla de cerca y frunció el ceño, pensativa.

—Está intacta y las conexiones del soporte tienen buen aspecto. El motivador sigue acoplado. Es sorprendente, después de todas las dificultades por las que pasó.

Hadi y Tien se miraron con sorpresa.

—No sabía que los ángeles estudiaran mecánica —dijo Tien.

—No, no lo hacemos —se apresuró a responder Tiana, que se apartó del soporte como si este hubiera estallado en llamas—. Os aseguro que no sé nada sobre mecánica.

—¿De verdad? —preguntó Jhoira enarcando una ceja. Era la segunda vez que Tiana reaccionaba al Vientoligero como si fuese un amigo perdido hacía mucho tiempo.

—Bueno, eso creo —respondió Tiana, indecisa—. Nunca he entendido sobre mecánica, pero... ahora me resulta obvia.

Hadi y Tien la observaron con interés.

—Esta piedra es de Serra —añadió Jhoira—. Quizá responda ante ti.

Tiana volvió a acercarse, más tímida que reacia.

―Lo intentaré. —Examinó la piedra unos segundos más y entonces unió las manos e inclinó la cabeza.

Jhoira la observó, consciente de que todos los presentes estaban aguantando la respiración. Durante un largo momento pareció que no ocurría nada, hasta que una luz interna bañó los rasgos de Tiana. Jhoira percibió un cambio en la piedra de poder, el momento en el que regresó a la vida. Como si una entidad poderosa se hubiera manifestado ante todos.

Cuando la piedra empezó a brillar, los demás respiraron hondo y prorrumpieron en vítores. Tiana retrocedió un paso, con los ojos muy abiertos; estaba claro que no contaba con lograrlo.

Mientras los demás lo celebraban, Jhoira se llevó a Tiana aparte, bajo la sombra de las vigas arqueadas del barco celeste.

—Perdón por decirlo, pero creo que nunca había visto un ángel como tú.

—¿Te refieres a un ángel que duda de su propia angelidad? —contestó Tiana apretando los labios—. Es una larga historia.

Jhoira tomó una decisión, en parte por instinto y en parte basándose en sus atentas observaciones.

—¿Te gustaría ayudarme aún más de lo que ya has hecho?

Tiana se encogió de hombros un poco y le dio una patadita a un montículo de tierra.

—Claro, no tengo nada mejor que hacer. Ya que estoy aquí, te ayudaré. ¿Quieres que te lleve volando a algún sitio?

—No, necesito a alguien que supervise la reconstrucción y proteja a los trabajadores mientras me ausento para reunir una tripulación. —Jhoira sonrió al ver que Tiana se quedaba atónita—. ¿Te gustaría ser esa persona?

El ángel se giró hacia los motores y los artesanos, que ya planeaban cómo llevarían a cabo la labor de restauración. En efecto, no eran figuraciones de Jhoira: Tiana sentía auténtica afinidad por el Vientoligero.

—¿Por qué yo? —preguntó Tiana con voz áspera, como si se le hubiera secado la garganta.

—Porque veo que tienes aptitudes. Además, eres un ángel, así que puedo confiar en ti. —Jhoira la miró a los ojos—. ¿Qué me dices?

Tiana respiró hondo y dejó salir el aire lentamente.

―Sí, digo que sí.


Reunir a su tripulación requeriría un largo viaje, pero Jhoira lo había planeado y estaba preparada para él, igual que lo había estado para recuperar el Vientoligero.

Dejó atrás el buque de apoyo y zarpó en su bricbarca poniendo rumbo a la ciudad de Suq'Ata, en Jamuraa, donde podría encontrar a la persona que buscaba, según había indagado. La búsqueda la condujo al vasto mercado de la ciudad, donde los elevados edificios de piedra blanca, con sus amplias terrazas, formaban un desfiladero artificial de almacenes, tiendas, gestorías para la actividad mercantil y pensiones y albergues para el hospedaje y divertimento de quienes visitaban la ciudad por negocios.

Las calles estaban a la sombra de las palmeras y por todas partes había grandes macizos con arbustos en flor, mientras que las plazas estaban decoradas con fuentes. Vigilando los productos de las tiendas al aire libre se veían loros y monos mecánicos, parecidos al búho de Jhoira. En la ciudad había gente de toda Dominaria, pero los nativos de Suq'Ata tenían la piel y el cabello morenos, característicos en el noreste de Jamuraa, o los tonos más oscuros que eran propios de Femeref y los descendientes de la perdida Zhalfir. Hacía una tarde calurosa y muchos comerciantes, clientes y trabajadores del mercado habían interrumpido su actividad para tomar un té, higos con miel o dátiles bajo los toldos de las numerosas casas de té y vinotecas. Jhoira se planteaba hacer lo propio si no encontraba en la hora siguiente a la persona que buscaba.

Subió unas escaleras que conducían a una nueva plaza. Allí se oía el rumor del agua corriendo por una serie de fuentes y canales construidos junto a las paredes de un gran complejo de oficinas y almacenes. Había gente sentada bajo el toldo de un establecimiento y entrando y saliendo por las puertas arqueadas de las dos terrazas que había sobre aquella. Jhoira se detuvo a decidir en qué piso buscaría primero, pero de pronto se oyeron unos gritos en los niveles superiores.

La gente de la plaza y las tiendas volvió la vista hacia allí o se quedó paralizada por el sobresalto. Jhoira vio que varias personas salían corriendo por una arcada situada dos pisos por encima y se apresuró a subir las escaleras. Llegó a la terraza superior justo a tiempo de sujetar a un anciano que estuvo a punto de caer escaleras abajo en su huida.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó mientras lo ayudaba a levantarse.

—¡Es la Cábala! ¡Hay espías en la tesorería de Mercancías Sarin!

Jhoira ayudó al anciano a apoyarse en la pared y corrió hacia la arcada. Al otro lado, en el amplio patio descubierto de un almacén de mercancías, dos jamuraanos yacían en el suelo. Por los gritos de alarma y la dirección en la que corría la gente del patio, la lucha estaba teniendo lugar en el tejado del edificio. Jhoira tocó su búho mecánico, que llevaba apoyado en el hombro, y le susurró:

—Sé mis ojos.

El constructo trinó y se elevó para sobrevolar el almacén.

Jhoira dividió su atención entre el patio y la visión de su familiar. Había una azotea en el piso superior del complejo, junto a la que se elevaba un edificio más alto con balcones. En la terraza de piedra, una mujer armada con espada y escudo se enfrentaba a una docena de hombres con túnicas de nómadas del desierto que ocultaban sus rostros. Una magia tenebrosa con una corrupción demoníaca los envolvía como una neblina. La espadachina era morena de piel y cabellos, que llevaba recogidos en un moño de trenzas, y vestía una armadura de cuero con piezas metálicas. La mujer desvió una lanzada y continuó el movimiento con un tajo horizontal que arrancó un trozo de cuello a su adversario.

—¿Siguiente? —gritó a los demás enemigos cuando el primero se desplomó.

Uno de ellos rugió con furia y su capucha se deslizó hacia atrás, revelando una piel pálida y una cabeza afeitada y llena de cicatrices amoratadas. "Un clérigo de la Cábala", pensó Jhoira. Estaba utilizando magia de demencia para crear fantasmas que hacían huir despavorido a todo el que se encontrara a su alcance, pero era obvio que no afectaban a la mujer.

La guerrera despachó a otro sectario con una estocada en el pecho y el clérigo le lanzó un hechizo de muerte que se manifestó como un orbe negro. La esfera la golpeó en el pecho, pero la mujer simplemente ignoró el hechizo.

El búho mecánico enfocó la vista y, cuando el clérigo lanzó otro conjuro, Jhoira vio una tenue luz dorada en torno a la mujer cuando la magia la alcanzó. "No es un escudo", pensó con una sonrisa. Aquello era inmunidad a la magia y ya la había visto en el pasado.

Art by Magali Villeneuve
Ilustración de Magali Villeneuve

Jhoira había encontrado a su objetivo. Llamó de vuelta a su búho y se dirigió hacia las escaleras.

Llegó a la azotea justo cuando la guerrera hundía su espada en el torso del último sectario. Mientras limpiaba la hoja en la túnica de su oponente, un grupo de guardias de la ciudad llegó corriendo por una galería cercana.

—¡Shanna Sisay, ¿qué ha ocurrido aquí?! —gritó uno.

—¿A ti qué te parece? —respondió ella señalando a los sectarios con el arma—. Agentes de la Cábala; intentaban robar los mapas de rutas de los mercaderes para asaltar sus buques y caravanas. La gente olvida que estos bellacos empezaron siendo vulgares ladrones en Otaria —explicó mientras Jhoira se acercaba a ella.

—Es verdad que la gente olvida —coincidió Jhoira—. El señor demonio Belzenlok pretende reescribir la historia del mundo y situarse como la fuerza causante de todos los acontecimientos oscuros, remontándose a la caída de los Dragones Primigenios hace veinte mil años.

—Pareces versada en historia —la elogió Shanna mientras envainaba su arma.

Jhoira conocía muy bien la historia de Dominaria, habiendo participado en una parte considerable de ella.

—Y tú eres inmune a la magia. Los hechizos de demencia del clérigo no han tenido efecto alguno en ti.

—Es una cualidad familiar —contestó Shanna encogiéndose de hombros y observándola con atención.

—Lo sé. Conocí a tu antepasada, la capitana Sisay. Veo que has heredado su espada.

Shanna se quedó de piedra y clavó la mirada en ella. De pronto, el sonido y el movimiento de los guardias y espectadores que acudían desde los alrededores parecieron fenómenos lejanos. Jhoira y ella eran las únicas presentes en aquel instante, un encuentro que pasaría a la auténtica historia de aquella era.

—¿Quién eres? —preguntó Shanna en voz baja.

—Me llamo Jhoira —respondió ella con una sonrisa—. He venido a buscarte.


Se retiraron a una vinoteca del nivel inferior y se sentaron en las alfombras bajo un toldo. Poco a poco, la actividad de las calles y las plazas regresaba a la normalidad.

—¿Cómo me has encontrado? —quiso saber Shanna.

—Seguí la pista de tu familia y uno de tus primos me explicó que estabas aquí, a raíz de los rumores sobre el espionaje de la Cábala. —Jhoira le ofreció una copa de vino—. Dijeron que te echaban de menos.

—Y yo a ellos —respondió Shanna dejando la copa a un lado—, pero me he pasado la vida oyendo hablar de mis ancestros y de la perdida Zhalfir. Me cansé de vivir bajo las sombras del pasado y decidí hacer uso de mi legado. Tengo muchísimas preguntas —confesó con una sonrisa.

Si Shanna accedía a su petición, tendrían mucho tiempo para hablar del pasado.

—Y yo tengo respuestas, pero antes quiero hacerte una pregunta: ¿aceptarías servir en el Vientoligero?

Shanna se rio antes de responder.

—Si aún existiese, me lo pensaría. —Entonces reparó en la expresión de Jhoira y su rostro se tornó serio—. Sería un honor seguir los pasos de mi antepasada y servir como hizo ella. Si el Vientoligero existiese, por supuesto.

Jhoira alzó su copa.

—En ese caso, sería un honor contar contigo en mi tripulación.


Para cuando la bricbarca puso rumbo a Aerona y llegó a Ciudad de Benalia, Jhoira estaba aún más convencida de haber tomado la decisión correcta. Shanna no era la reencarnación de Sisay, pero en ocasiones se le parecía tanto que incluso resultaba doloroso para Jhoira. Habían pasado largas noches en cubierta, conversando bajo las estrellas, con lo que había evocado recuerdos enterrados. Jhoira estaba encantada de contar con Shanna, pero eso le hacía echar aún más en falta a Sisay.

Esperaba que las cosas fueran igual de bien con Danitha Capashen, que guardaba un parentesco lejano con el capitán Gerrard, pero su respuesta fue breve y definitiva:

—No.

Estaban sentadas en el jardín de la residencia Capashen. Hacía un día agradable y cálido, con el sol aproximándose a su cénit. Los pájaros cantaban en los árboles y los muros de piedra gris separaban el jardín del bullicio de la ciudad.

―¿No? ―repitió Jhoira. Lanzó una mirada a Shanna, en cuyo rostro se reflejaban la sorpresa y la consternación. Volvió a girarse hacia Danitha, que seguía mostrando una expresión tranquila e impasible, como si solo estuvieran hablando de sus preferencias para la comida de ese mediodía―. ¿Crees que miento sobre mi identidad?

―No, sé que eres Jhoira ―aclaró Danitha sin inmutarse. Entonces volvió la vista hacia Shanna―. Y tú te pareces tanto a los retratos de la capitana Sisay original que jamás osaría dudar de tu linaje.

Danitha no se asemejaba a Gerrard excepto en su porte de soldado. Tenía el rostro moreno y curtido y llevaba el pelo castaño peinado hacia atrás, con la cabeza afeitada por ambos lados, probablemente para usar yelmos con mayor comodidad. Jhoira entendía que fuese una caballero de Benalia, pero pensaba que Danitha querría seguir los pasos de su ilustre predecesor.

Art by Chris Rallis
Ilustración de Chris Rallis

―Entonces, ¿por qué no? ―insistió Shanna. Señaló la gran casa de piedra; Danitha había salido de los establos para recibirlas y su espada y escudo descansaban junto a la puerta doble que daba al vestíbulo―. Está claro que no temes luchar.

―Soy una caballero de Benalia ―respondió Danitha―. He jurado defender esta tierra.

El proyecto de Jhoira dependía de contar con parientes de los dos capitanes más famosos del Vientoligero entre la tripulación. Le parecía el modo más apropiado de iniciar sus nuevos viajes, y conocer a Shanna había reforzado su convencimiento. Necesitaba a alguien de la familia Capashen:

―El Vientoligero siempre ha estado en el corazón de la batalla. Es hora de emplearlo para luchar contra la Cábala y poner fin a su influencia en Dominaria. Servir junto a nosotras significaría ayudar a Benalia.

―Sí, a largo plazo ―concedió Danitha sin tensiones. Hablaba como una persona absolutamente segura de sus opiniones, lo que hacía que Jhoira sintiese aún más ganas de tenerla en la tripulación―. La Cábala está atacando poblados y aldeas por toda la periferia de la ciudad. Si me uniese a vosotras, seguramente le plantaríamos cara a medio mundo de distancia. Mi intención es presentar batalla aquí, en mi hogar.

―Lo comprendo. ―Jhoira se reclinó en la silla y soltó un suspiro de resignación. "No puedo rebatir ese argumento", pensó. Miró a Shanna, que hizo un gesto de derrota.

―Si me disculpáis, he de retomar mis tareas de mando ―dijo Danitha con un pequeño asentimiento antes de ponerse en pie―. Quedaos todo el tiempo que queráis; siempre seréis bienvenidas en mi hogar.

Mientras Danitha regresaba a la residencia, Shanna rompió el silencio:

 

―¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? ¿Tienes en mente a alguien más?

 

―No. ―Jhoira quería liberar la frustración estampando un puño en la mesa, pero no lo hizo. Danitha tenía todo el derecho a rechazarla―. Ella era la otra que me parecía imprescindible...

De pronto, un joven salió tropezando de la casa, se quedó mirándolas con los ojos como platos y corrió hacia la mesa.

―¿Qué hay de mí? ―preguntó resollando por el camino.

Jhoira y Shanna se levantaron, pero no parecía que el muchacho pretendiese atacarlas. Tenía un parecido asombroso con Danitha, aunque su pelo revuelto le daba un aspecto más descuidado.

―¿Qué hay de ti? ―le preguntó Shanna.

―También soy un Capashen. Me llamo Raff, Raff Capashen. Lo he escuchado todo y quiero ir en lugar de mi hermana.

―Ah, ¿sí? ―dudó Jhoira cruzándose de brazos. Aquello era todo un imprevisto.

―¿Cuántos años tienes? ―preguntó Shanna con el ceño fruncido mientras estudiaba al joven.

―Los suficientes para ser un mago formado ―contestó él, orgulloso―. Aprobé todos mis exámenes con años de antelación y asombré a los maestros con mis habilidades.

―¿A qué edad entrenan a los magos ahora? ¿A los doce? ¿Trece...? ―cuestionó Shanna, escéptica.

Raff levantó la barbilla.

―El mismísimo Jodah de Tolaria afirmó que era uno de los discípulos más prometedores que jamás había visto.

La conversación había divertido a Jhoira hasta ese momento, pero decidió poner un límite.

―Jodah no afirmó tal cosa.

Raff intentó echarle cara, pero entre sus cejas se dibujó una arruga de preocupación.

―Vaya, ¿conoces a Jodah?

―Ajá. Desde antes de la invasión pirexiana.

―Vaya... Mi hermana dijo que eras la auténtica Jhoira, pero... ―Se notaba que le había bajado los humos al muchacho―. Está bien, Jodah no dijo eso, pero sigo siendo un mago consumado.

Jhoira negó con la cabeza y le dio la espalda. Sin embargo, cuando Shanna y ella empezaron a marcharse, Jhoira percibió un aura mágica.

Raff tuvo suerte de que ella reconociera que se trataba de una ilusión y no de un ataque. El jardín se desvaneció y, de pronto, Shanna y ella se encontraban flotando en las alturas, rodeadas de nubes a la deriva. A lo lejos, la versión original del Vientoligero surcaba el cielo. Las formas del mástil y el casco no eran totalmente precisas, pero se trataba de una representación bastante fiel. Al recordar la habilidad de Shanna, Jhoira le hizo una pregunta:

―¿Tú también estás viéndolo?

―Noto que hay una imagen alrededor de nosotras, pero veo la casa y el jardín a través de ella. ―Shanna le dedicó una mirada atenta a Raff―. ¿El chico es hábil?

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Ilustración de John Stanko

Jhoira suspiró y se obligó a evaluar la habilidad de Raff de manera más objetiva.

―No es malo ―admitió antes de volverse hacia él―. Estás siendo muy molesto.

La ilusión se desvaneció con un gesto del joven.

―De ahora en adelante no os molestaré, sino que seré de ayuda ―dijo con sinceridad―. Y os pido perdón por mentir, pero tengo muchas ganas de acompañaros.

Con el ceño fruncido, Jhoira consideró el ofrecimiento. El problema era que Danitha no tenía intención de cambiar de parecer, por lo que Raff era su única alternativa.

―Danos un momento ―le respondió antes de llevarse aparte a Shanna. Se alejaron hasta un sauce próximo a la terraza―. ¿Qué opinión te merece? ―le preguntó en voz baja.

―La verdad, creo que tengo cicatrices más viejas que ese muchacho.

―Es posible ―admitió Jhoira―, pero ¿tendrías objeción por servir junto a él?

Cabizbaja, Shanna meditó su respuesta.

―No. Parece lo bastante motivado, lo ha pedido de corazón y parece un chico habilidoso. Lo que me preocupa... es que nuestra misión es peligrosa y no creo que él lo entienda.

Jhoira no estaba segura de que ninguno de los dos entendiera realmente a qué se iban a enfrentar. Ella había vivido tanto tiempo y había visto tantas cosas que le resultaba difícil imaginar que alguien tan joven como Raff fuera consciente de su propia mortalidad. Sin embargo, contar con un Capashen entre la tripulación parecía lo correcto. Parecía necesario.

―No habrá seguridad mientras la Cábala exista. Raff también podría morir luchando contra ellos aquí.

―Cierto. ―Shanna se encogió un poco de hombros―. Serviré junto a él de buen grado si crees que será de ayuda.

Jhoira asintió y se volvió hacia Raff.

―Si quieres venir, prepara tu equipaje de inmediato. Tenemos un largo trayecto por delante.


Una mañana, la bricbarca llegó a la caleta de Bogardan. Jhoira estaba con Shanna y Raff en cubierta y observaba la costa con impaciencia empleando un catalejo. Entonces bajó el instrumento, pues ya podía ver con sus propios ojos una silueta familiar más allá de las dunas.

El casco tenía una curvatura elegante y el mástil de popa estaba inclinado hacia atrás. El metal de las barandillas y el cristal de los ojos de buey resplandecían a la luz del sol. A juzgar por la posición inclinada del barco, ya debía de haber despertado en parte y se sostenía por sí mismo. El Vientoligero estaba reparado y listo para despegar.

Jhoira sonrió con regocijo. Todo había salido tal como había planeado, y justo a tiempo.

Los trabajadores habían desmontado el campamento y estaban empleando pequeños botes para cargar las últimas herramientas y piezas de equipo en el buque de apoyo. Cuando vieron la bricbarca aproximándose a la costa, todos se volvieron para saludar. Entonces, Shanna se acercó a Jhoira y la estrechó con un brazo.

―¡No me lo puedo creer! ―exclamó la guerrera al ver el barco celeste con sus propios ojos.

Raff intentaba no dar brincos de entusiasmo.

―¡Ahí está el ángel del que nos hablaste! Es Tiana, ¿verdad? ¿Qué hace un vampiro junto a ella?

Jhoira y Shanna se quedaron mirando al grupo de la playa.

―¿Un qué? ―preguntó la desconcertada Jhoira. Aquello no entraba en sus planes.


Mientras caminaban entre la espuma de las olas hacia la arena seca, Tiana y el vampiro fueron a darles la bienvenida.

―Hola, Tiana ―saludó Jhoira―. Veo que todo ha ido bien por aquí. ―Ladeó la cabeza en dirección al vampiro, cuya condición resultaba evidente, aunque iba vestido como un caballero benalita y nadie parecía inquietarse por su presencia―. ¿Tienes algo que contarme?

Tiana pegó las alas al cuerpo y se rascó la nuca.

―Bueno, sí. Te presento a Arvad.

El tal Arvad hincó una rodilla en el suelo y ofreció a Jhoira el pomo de su espada.

―Juro servir a vuestro lado, capitana Jhoira. ―Parecía perfectamente sincero.

―Ya veo... ―se extrañó ella antes de mirar a Tiana.

―Es una larga historia ―comentó el ángel.

―Me temo que ahora no tenemos tiempo para escucharla. ―Jhoira sacó su reloj del chaleco―. Pronto llegará...

Envuelto en una ráfaga de viento y una luz refulgente, Ajani Melena Dorada se manifestó en la costa. El leonino levantó la vista hacia el Vientoligero con un semblante de satisfacción.

―Un amigo ―terminó Jhoira con una sonrisa―. Ahora sí que estamos preparados.


Perfil de plano: Dominaria