Jace pasó los días siguientes en un feliz aturdimiento. Estaba activo y ocupado, pero a menudo le distraía el ruido del barco.

El Beligerante crujía y gemía mientras surcaba las olas; la tripulación cantaba, reía y transmitía las órdenes de los altos cargos. Pero, sobre todo, cada sonido le llegaba en una corriente continua de conversación.

Aun cuando sus oídos no escuchaban nada, Jace podía discernir una cháchara sin fin.

Era molesto, y Jace terminó por decidir que la mejor solución era ahogar el ruido con actividad.

Comenzó a relacionarse con los piratas y se deleitó en el aprendizaje de nuevas técnicas y tareas. Amelia, la contramaestre y una de las personas que dirigían el barco, estaba más que dispuesta a enseñarle. Ajustaba las velas y las cuerdas ayudada por la magia y enviaba ráfagas de viento para cambiar de dirección; con ello, Jace tenía que hacer que el barco volviera a su rumbo.

Kerrigan, el ogro corpulento que hacía de cocinero, le enseñó a mantener vivo el fuego de la cocina sin provocar un incendio en el barco. Gavven, el oficial de suministros, le enseñó los contenidos de la bodega del barco (después de insistirle durante muchas horas).

Mientras tanto, Jace dedicaba una hora cada día a entrenar sus propias habilidades. Durante el mes que había pasado en el barco, sus ilusiones se habían hecho más detalladas, más convincentes.

Cinco días después del abordaje del barco de los conquistadores, atracaron en Zabordada. No tenían necesidad de adquirir ninguno de los suministros más caros. Siguiendo órdenes de la capitana, la tripulación de El Beligerante desembarcó para descansar, relajarse un poco y salir de juerga algo más que un poco.

Jace nunca había imaginado un lugar tan diferente o tan emocionante cuando puso el pie en el embarcadero.

Las calles de Zabordada eran planchas de madera extraídas de miles de barcos de la Coalición Azófar. La ciudad en sí, que estaba construida sobre una serie de plataformas flotantes, era un territorio neutral donde los piratas se daban cita para intercambiar productos, herramientas, tesoros e historias. Era un pequeño imperio de favores y obligaciones; un lugar en el que los viajeros encontraban lo que necesitaban, gozaban de esparcimiento y forjaban alianzas duraderas. A Jace le habían contado que, antes de que la Legión del Crepúsculo llegara a Ixalan hacía dos años, a Zabordada no le afectaba en absoluto la guerra en Torrezón.

Amelia palmeó el hombro de Jace.

—¡Jace! Nos vamos al Puerto Llameante para tomar unas cervezas y jugar a las cartas. ¿Te vienes?

Jace se encogió de hombros y sonrió. Sintió que otra persona le tocaba el hombro y se dio la vuelta para toparse con Calzón, un trasgo tan hábil con los nudos como poderoso de voz.

—¡CERVEZA Y CARTAS! ¡CERVEZA Y CARTAS! —cantaba con fervor.

Amelia le dio una patadita al trasgo.

—¡Eh, Calzón! Todavía me debes dinero del último puerto, ¡así que nada de cantar por el momento!

—¡CERVEZA Y CARTAS!

La contramaestre sacudió el dedo.

Deuda, cerveza y cartas.

Calzón se calló y sacó dos monedas de debajo del sombrero.

—¡DEUDA, CERVEZA Y CARTAS!

Amelia se metió las monedas en el bolsillo y asintió.

Vraska se acercó, dando grandes zancadas, y saludó con la cabeza.

—Disculpen, Calzón y Amelia, pero Malcolm y yo tenemos que hablar de un asunto con el miembro más reciente de nuestra tripulación.

Amelia y Calzón asintieron. Vraska continuó:

—Pero nos uniremos a ustedes después para festejar.

Calzón levantó el puño.

—¡DEUDA, CERVEZA, CARTAS Y FESTEJOS!

Malcolm apareció a su lado, con una expresión traviesa en su rostro de ave.

—Capitana, Beleren, por aquí, si hacen el favor.

Se despidieron y siguieron a Malcolm.

La sirena guio a Jace y a Vraska a través de una de las calles estrechas y torcidas de Zabordada hasta su tugurio favorito. El aire apestaba con la marea baja y las gaviotas se reían desde los tejados de hojalata. Dejaron atrás varias tiendas y tabernas atestadas en las que se oían las risas de los piratas; el débil fuego de los candiles de aceite que colgaban de los aleros les indicaba el camino.

Malcolm señaló a un edificio cualquiera que parecía colgar del lado de uno de los embarcaderos. Fuera tenía un letrero colgado. Decía, en letras descascarilladas: “LA RABADILLA DEL OFICIAL”.

—Es una joya —dijo la sirena con orgullo acaramelado.

Abrió la puerta (que sin duda provenía de un barco, puesto que aún tenía un cuchillo clavado) y cruzó alegremente la taberna hacia el mostrador.

Vraska y Jace lo siguieron y se sentaron en una mesa. Jace miró a su alrededor: aquel lugar tan extraño lo abrumaba.

Las paredes estaban cubiertas de manchas de humo, y unos candiles misérrimos iluminaban una serie aún más misérrima de mesas y sillas medio rotas, cada una de ellas ocupada por el villano más degenerado que pudiera imaginarse. El trasgo que hacía de camarero miró a los forasteros con el ojo que le quedaba y escupió en un sombrero boca arriba.

Vraska miró a Jace; no estaba segura de lo que le parecía la taberna.

—¿Te parece bien este sitio?

Jace le devolvió la mirada, maravillado.

—Es fascinante.

Malcolm llegó con las bebidas y los tres brindaron para celebrar su buen trabajo en equipo.

Cuando aún no habían terminado la ronda, Vraska sacó algo similar a un astrolabio de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

—Como ya sabes, Jace, actualmente estamos en misión especial.

El corazón de Jace dio un vuelco. Hacía tiempo que se moría por saber los detalles de esta misión.

—Todo comenzó hace aproximadamente cinco meses. Un rico patrón de ultramar se puso en contacto conmigo. Es alguien que no es parte de la Legión del Crepúsculo. Su nombre es Lord Nicolas, y me contrató para que encontrase un objeto muy poderoso.

Jace tomó el astrolabio. No había ninguna indicación acerca de la dirección; solo varias agujas que emitían una suave luz naranja y que señalaban, resueltas, a varias direcciones. Ninguna de ellas era el norte. Se lo devolvió a Vraska, que continuó su explicación con evidente placer.

—Me dijo que me dirigiera hacia el continente de Ixalan. —Se inclinó y habló en voz más baja—: El astrolabio taumatúrgico está encantado para encontrar un lugar: la ciudad perdida de Orazca.

¡No!

Jace se sobresaltó y echó un vistazo a su alrededor. Se encontró con los ojos de un tritón de escamas verdes sentado lejos, junto al mostrador, que le devolvió la mirada sorprendido.

Jace frunció el ceño. Habría jurado que escuchó a alguien protestar.

Se volvió hacia sus amigos, que esperaban una explicación.

—Creí oír algo, lo siento. —Se apoyó en las manos y esperó a que Vraska continuara.

—No pasa nada —dijo ella.

Malcolm asintió.

—El objeto que buscamos está en Orazca y se conoce como el Sol Inmortal. Solía estar guardado en los monasterios de Torrezón, en el reino que aquellos que terminarían por convertirse en la Legión del Crepúsculo. Durante generaciones, estuvo custodiado por guardianes sagrados en las montañas del continente oriental.

»Su presencia daba un poder increíble a los antiguos gobernantes —continuó Malcolm—. Comenzaron a surgir envidias y, finalmente, los ejércitos de Pedro el Maligno irrumpieron en el monasterio donde se guardaba el Sol Inmortal y lo robaron. Sin embargo, cuando salían del santuario, una criatura alada descendió de los cielos y arrancó de sus manos el Sol Inmortal. Se dice que atravesó el mar con la reliquia en dirección oeste. Nadie sabe con seguridad dónde está ahora, pero el astrolabio debería ayudarnos.

Vraska se terminó la bebida de un trago.

—Pero no sabemos exactamente cómo.

Jace extendió la mano y Vraska volvió a entregarle el astrolabio.

—Cambia de dirección a menudo, ¿sabes? Así fue como te encontramos.

Jace le dirigió una mirada decepcionada.

—Yo no soy ninguna ciudad dorada.

—Es evidente. —Vraska sonrió—. Pero quizá puedas averiguar cómo funciona. Así no nos volvería a atrapar ninguna distracción.

—Tampoco me gusta la idea de ser una distracción.

—No lo eres. —Había algo extraño en la mirada de Vraska que Jace no podía leer bien—. Eres algo muy diferente.

Malcolm emitió una tosecilla intencionada.

—Esta ronda la pago yo. Les veré de nuevo a bordo.

Malcolm regresó al mostrador para pagar y Jace y Vraska se levantaron para marcharse. Jace echó un último vistazo al tritón de la esquina, que evitó sus ojos mientras pasaban.

La noche era cálida y el aire estaba lleno del olor de los productos de contrabando, en el que se distinguía el dulce aroma de especias exóticas. Jace caminó de vuelta al barco junto a la capitana por las calles de madera.

—Vraska, ¿sabes si puedo leer la mente?

La pregunta sonaba tan estúpida como le había parecido, pero Vraska se detuvo en seco.

Dejó escapar un profundo suspiro. Su respuesta fue silenciosa, pero Jace escuchó la voz claramente en su cabeza.

—Sí.

Jace abrió la boca, sorprendido.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Porque no quería que hicieras de las tuyas y me leyeras la mente sin preguntar, pensó ella con una expresión cansada.

Él se detuvo, se apartó de los pensamientos de ella y miró a los muchos extraños que caminaban por las calles de Zabordada.

Era como si una cadena de su mente no hubiera estado bien sujeta y, de pronto, se hubiera ajustado al engranaje apropiado. Los sonidos, las voces... Era todo tan obvio ahora.

La gente que pasaba, los pájaros que volaban... Cada uno de ellos tenía una mente tan frágil y tan hermosa como el cristal. Jace se las imaginaba como estructuras exquisitas y, si lo deseaba, sabía que podía invadirlas e inspeccionarlas como si fueran una estatua de cristal con el interior hueco.

—Las mentes son tan delicadas... —dijo, apartándose mientras un grupo los adelantaba—. Su estructura es forma y sonido a la vez, como una orquesta dentro de un cristal.

—¿Cómo es oírlas? —preguntó Vraska.

Jace no podía expresarlo.

—Es... ruidoso. Como un mar de copas de champán en el que cada una emite una tonalidad distinta.

Dieron la vuelta a una esquina y se encaminaron al puerto.

Ahora que Jace era consciente de lo que eran esos fragmentos de voces y conversación, supo que podía acallar el ruido.

Se concentró.

Y las voces mentales disminuyeron hasta desaparecer.

Aún podía sentir la estructura elaborada y diáfana, pero frágil, de las mentes cercanas a él, pero ahora estaban calladas.

—Te prohíbo leer mi mente y las de mi tripulación —dijo Vraska—. El resto, las que quieras. Excepto la de nuestro cliente, pero probablemente él sea mejor telépata que tú.

—¿Lo conozco? —preguntó Jace.

Vraska guardó silencio un momento mientras caminaban.

—No —dijo al fin.

—Te quedaste callada.

Vraska se cruzó de brazos.

—Venimos de una ciudad muy grande.

Habría jurado que escuchaba su proceso mental en la lejanía. Por eso sabía que, en realidad, ella no tenía ni idea de si se conocían o no.

La calle por la que iban caminando se abrió al puerto que rodeaba Zabordada. Los mástiles y las velas de decenas de grandes barcos se agitaban en el cielo de la noche; sobre ellos lucía una plateada luna creciente.

—¿Y cómo se llama esa ciudad? —preguntó Jace.

Vio el amago de una sonrisa en sus labios.

—Rávnica.

—¿Yo era político en ese lugar?

Vraska se rio.

—Eras horrible.

—Me lo imagino. Supongo que me obligaron a hacer ese trabajo.

Los labios de ella se curvaron en una sonrisa astuta.

—Nadie te obligó a nada. ¡Te hicieron una campaña tremenda! —dijo—. Panfletos, mítines, banquetes para recaudar fondos. Tu eslogan era: “¡Jace es la ley!”.

Jace no terminaba de creérselo.

—“Jace es la ley” es un eslogan muy malo.

—Sí. Se te ocurrió a ti.

El escepticismo de Jace se agudizó, pero sonrió.

Caminó más despacio; no quería llegar al barco todavía. Vraska se ajustó a su paso, y el corazón de él se aceleró un poco.

—¿Cómo era nuestra antigua ciudad? —preguntó Jace.

Vraska inclinó la cabeza, pensativa.

—Enorme. Torres gigantescas, puentes que cruzan niveles sobre niveles de la ciudad. Hace más frío que aquí, y nieva en invierno.

Jace deseó poder verlo. En su mente tenía una vaga impresión y, en la periferia de su visión, sintió que había una imagen que dominaba la superficie de la mente de Vraska y... la vio.

Jace se detuvo y Vraska hizo lo mismo.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

Jace intentó responder, pero no pudo. En su lugar, miró hacia arriba con los ojos iluminados y se lo mostró.

Las estrellas cambiaron de posición.

La luna comenzó a menguar y se movió al otro lado del horizonte.

Los barcos se hicieron más grandes, se cubrieron de piedra negra y sus mástiles y sus puestos llegaron al cielo, altos como rascacielos, con agujas que acariciaban las estrellas. Las construcciones precarias de Zabordada chocaron unas con otras y se alzaron para formar basílicas y catedrales, arcos ojivales y bóvedas de crucería.

Unos copos suaves y gruesos comenzaron a caer de un cielo gris como la ceniza.

Llanura
Llanura | Ilustración por Eric Deschamps

—¿Es esto? —preguntó Jace en un susurro suave como la nieve.

Vraska le respondió en el mismo tono:

—Sí, esto es Rávnica.

Jace sonrió y miró los copos de nieve que caían. Volvió a mirar a Vraska y vio que miraba al cielo fascinada.

Ella se cruzó de brazos con firmeza. Había vuelto a subir la guardia.

—Estabas proyectándolo con mucha fuerza —dijo él—. Siento haberlo “escuchado”.

—Bueno, no vuelvas a hacerlo —dijo ella con la vista perdida aún en la majestuosidad de la ciudad-ilusión que los rodeaba. La severidad de su advertencia no se correspondía con la triste expresión de nostalgia de sus ojos.

Jace tuvo que hacer esfuerzos para controlarse. Quería acercarse a su mente, saber lo que estaba sintiendo.

—Ojalá pudiera recordarlo —dijo—. Parece el lugar más maravilloso del mundo.

—Es el lugar más maravilloso de todos los mundos —murmuró Vraska.

Jace suspiró. Era mejor no mirar demasiado tiempo una ilusión.

Hizo desaparecer el paisaje urbano y observó cómo las torres volvían a convertirse en grandes barcos y los edificios en cobertizos.

La ilusión se desvaneció, pero la mirada desconfiada y maravillada de Vraska permaneció.

Era hermosa.

Así que, a su manera, Jace se lo hizo saber.

—¿Me enseñarás más cosas de Rávnica? —le preguntó.

Ella se volvió hacia él, con los brazos aún cruzados y los labios apretados en una línea firme.

—Es probable.

Jace sonrió. No le importaba esperar.


Regresaron al barco vacío y se sentaron en cubierta, en unas sillas que Vraska había traído desde su camarote. Hablaron de la posibilidad de regresar a la ciudad para aquello de “deuda, cerveza, cartas y festejos”, pero decidieron que la combinación sonaba un poco demasiado potente y decidieron quedarse donde estaban.

Por entonces, Jace ya sabía que no debía presionar para obtener respuestas, pero la urgencia no desaparecía. Había tantas cosas que no sabía y, además, estaba hambriento de todo lo que pudiera darle una pista acerca de su pasado.

Vraska se reclinó en su silla afelpada y apoyó los pies sobre la borda del barco. Jace acercó su silla a la de ella e hizo lo mismo.

—¿Cómo te sientes ahora que sabes que eres telépata? —preguntó ella mirando las estrellas.

—Saber que era un ilusionista fue fantástico, pero la telepatía tiene más... garra.

—¿Garra?

Jace se cruzó de brazos y contempló el cielo.

—Las mentes son absurdamente delicadas. Todo lo que es una persona es tan frágil como una tela de araña.

—Eres una maza rodeada de telas de araña —dijo ella sin más—. Eres consciente, ¿verdad?

—Una maldita maza —musitó Jace. Un ligero temor se abría paso en su vientre.

Vraska se rio. Era la primera vez que le había oído decir una palabrota.

Por primera vez desde que había llegado, un recuerdo luchó por salir a la luz en la mente de Jace.

Era un león inmenso con rostro de hombre, con los ojos muy abiertos por el horror, llorando como un niño pequeño sobre el suelo mojado de lluvia. Jadeaba, y sus alas golpeaban contra el suelo.

Se asustó.

¿Era un sueño? ¿Una impresión? No importaba, no parecía real. Era una expresión aleatoria de la imaginación, algo que guardar para uno mismo.

—Me pregunto cuántas mentes he destrozado antes —dijo en voz alta.

Vraska se calló de repente.

A Jace se le cortó la respiración.

—Vraska... ¿sabes si lo hice?

Le echó una mirada. Vraska tenía los ojos fijos en el cielo y los labios apretados.

Inspiró hondo. Jace se había prohibido a sí mismo leer su mente, pero casi podía sentirla vibrando y funcionando junto a él. Era una sensación conocida que le asustaba.

—¿Podrías redimirte si lo hubieras hecho? —preguntó ella a su vez.

La pregunta era cautelosa; una pequeña pregunta para alguien que solía hablar con grandes frases.

Jace se desconcertó.

—Destrozar una mente es darle a alguien un destino peor que la muerte, imagino —dijo—. Me preguntas si existe la redención para aquellos que matan.

—Supongo.

Jace eligió cuidadosamente sus palabras.

—Existir es adaptarse a las circunstancias cambiantes. El yo no es más que una acumulación de lo que uno aprendió de esas circunstancias. Nuestra cualidad de agentes nos da los medios para alterar nuestro propio camino. Eres quien decides ser. Y quien llegues a ser solo depende de cómo decidas adaptarte.

Jace se dio cuenta de que Vraska le había estado observando.

Sintió que se ruborizaba y dio gracias de que no fuera visible a la luz de las estrellas.

Las olas se estrellaban contra cada lado del barco.

—¿Crees que tu pasado, de verdad, no es relevante? —preguntó Vraska.

Jace se encogió de hombros para sí mismo.

—Ha de ser así. Si puedo hacer lo que creo, hice daño a mucha gente. Pero el futuro es lo que me hace quien soy, porque mis elecciones influyen en lo que me convertiré.

Vraska guardó un largo silencio.

El silencio no molestó a Jace. Había decidido que la cháchara informal era un ritual social sobrevalorado, lo que hacía mucho más agradable pasar el tiempo con alguien que sabía aceptar los silencios normales de una buena conversación.

—Ojalá pudiera olvidar como tú —dijo Vraska en un susurro.

—¿Qué deseas olvidar? —preguntó Jace.

La mirada de Vraska estaba fija en el horizonte.

Jace supo inmediatamente que había dicho a la vez lo correcto y lo equivocado.

La respuesta fue lacónica.

—Las prisiones.

Prisiones, en plural. Vraska seguía sin fijar la mirada. Claramente, no quería volver a los recuerdos que él había desempolvado.

Él se levantó, pero Vraska permaneció sentada.

Jace tuvo una idea repentina.

—Vayamos a la cocina —dijo.

Guio a Vraska hacia el interior del barco y bajaron la escalera hasta llegar a la cocina. Le hizo una seña para que se sentara en un taburete cercano y puso unos cuantos troncos sobre los carbones del hogar. Tomó la tetera del armario, la llenó de agua fresca y la puso a hervir.

Le hizo té.

Fue una acción torpe y llevó algunos momentos, pero la realizó en el orden correcto.

Vertió el producto final en una taza y se la alargó a Vraska.

Ella observó el té como si Jace le hubiera regalado una joya carísima.

Finalmente agarró la taza y dejó escapar un suspiro. Bebió un pequeño trago y Jace vio que sus labios se curvaban con aprobación.

Seguía mirando la taza con admiración.

Después de unos instantes, por fin habló.

—Venimos de una ciudad muy lejana. —Vraska entrelazó los dedos por detrás de su cabeza—. Muy, muy lejana. El resto de la tripulación no ha oído hablar jamás de ella.

Jace se esforzó por no formular seis preguntas a la vez y se centró en la más acuciante.

—¿Por qué no oyeron nunca hablar de ella?

—Está demasiado lejos. —Ella lo miró durante unos instantes—. Esta vez vas a tener que creerme sin más.

Hay algo más, pero de acuerdo. Jace asintió y Vraska continuó.

—La ciudad funciona como todas las ciudades. Hay gremios a cargo de las distintas funciones. Los Orzhov llevan el banco, los Azorios dictan las leyes, etcétera. Hay diez gremios en total. En teoría, los Golgari llevan las granjas de desechos y podredumbre, pero en realidad, es un término genérico para todos los que no forman parte de un grupo en particular. Los marginados, los canallas y los inadaptados.

»Cuando era mucho más joven, los Azorios ordenaron un arresto masivo de los miembros del gremio Golgari. Los Golgari no habían hecho nada; simplemente existían, y los Azorios decidieron que eran criminales. Dieron por supuesto que yo pertenecía al gremio Golgari, porque soy una gorgona, así que me arrestaron con ellos. Nos encerraron en una prisión donde estuve... un tiempo. No estoy segura de cuánto. Los Azorios bromeaban con que vivíamos bajo tierra, como los topos, así que ¿por qué íbamos a necesitar ventanas para ver el sol? No había camas, la comida era escasa. Nuestra herramienta de negociación era la violencia. Y, oh, cómo desearía haber liderado esas revueltas. Nos amotinábamos y nos cambiaban de sitio, después nos hacían daño. Amotinarse, cambiar, sufrir: era un ciclo sin fin. Al final me pusieron una venda perpetua para que no pudiera petrificar a mis captores.

Jace odiaba todo lo que estaba escuchando. No podía arreglar nada; por mucho que lo odiase, no había ninguna lógica en el sufrimiento. No sabía a qué conclusión, estando en su lugar, llegaría para obtener algo de paz; qué teorías se contaría a sí mismo para razonarse lo ocurrido hasta calmarse.

Los ojos dorados de Vraska estaban perdidos en el horizonte.

—En un sitio así, pierdes la noción del tiempo. En algún momento se me llevaron. Me encerraron sola en una celda, sin ningún catre y con el agua hasta los tobillos. Las palizas continuaron, y las heridas que me dejaban se infectaban y apestaban durante semanas. Cuando por fin me quitaron la venda, pensé en intentar petrificarme a mí misma para que todo terminase. Pero quería salir de allí aún más que eso.

Jace se sintió enfermo. No fue a examinarla, no exigió pruebas ni necesitó más explicaciones. No era el momento, ahora le tocaba escuchar.

Vraska estaba haciendo todo lo posible por no establecer contacto visual.

—Recuerdo la noche en la que casi me mataron. Estaba sangrando, con todos los huesos rotos, y sabía que un golpe más en la cabeza haría que me fuera. Mi cuerpo supo lo que hacer y usé una magia que nunca había utilizado antes para escapar, pero el lugar al que llegué también era una prisión. Estuve atrapada allí, sola, durante un tiempo. Solo yo y los recuerdos de tamaña crueldad.

Vraska se había terminado el té. Había unos pocos restos de hojas en el fondo de la taza.

—“Las personas deberían morir la muerte que se merecen”. He vivido con esa consigna durante un tiempo. Me reconfortaba.

—¿Y ahora? —preguntó Jace.

Vraska apretó la mandíbula.

—También.

Permanecieron callados unos momentos.

—La parte que aún no he resuelto es si todos merecen morir —dijo Vraska después de un tiempo—. Puede que mi magia se base en la muerte, pero matar no me divierte. Antes lo hacía porque no tenía más opciones; ahora tengo que hacer lo correcto para otros y para mí.

—¿Liderando una expedición?

—No —dijo ella—. Liderando a los Golgari cuando vuelva a casa. Nuestro cliente me prometió que me haría maestra del gremio al regresar.

Jace sonrió.

—Ya demostraste que tenías lo que hay que tener. Los mejores líderes entienden las comunidades que intentan proteger. Creo que estabas destinada a ser una gran líder.

El rostro de Vraska se oscureció al oír esto.

—¿Vraska...?

—Nadie me había dicho algo así de verdad antes.

¿Por qué no veía todo lo que había conseguido? El ceño de Jace se hizo más profundo.

—¿Acaso crees que no te lo mereces?

Vraska suspiró.

—No sé cómo me verán los Golgari cuando regrese.

Jace se encogió de hombros.

—Eso lo decidirás tú.

Ella le miró insegura. Jace continuó.

—La manera en la que nos relacionamos con el mundo depende de cómo nos presentamos a nosotros mismos en él. Siempre estamos ajustándonos al cambio porque, si dejamos de hacerlo, no sobrevivimos. Al haber sobrevivido a aquel infierno, cambiaste y te volviste una persona más sabia de lo que eras. Al dirigir este barco, te transformaste en la líder que siempre supiste que podías ser.

»Lo que te define no son tus circunstancias del pasado, sino las decisiones que tomarás en el futuro. Tu habilidad para aprender y adaptarte es lo que te define hoy y eso dictará en lo que te convertirás. Vraska: tu mayor venganza es el hecho de que no solo estás viva, sino que ahora eres más fuerte de lo que tus captores pensaron jamás. ¿Sabes lo increíble que es eso?

Vraska tenía una sonrisa extrañamente tímida que le llegaba casi hasta los ojos.

—Gracias —dijo suavemente.

Jace le sonrió.

—Es cierto. No sé si yo podría haber soportado todo lo que tú soportaste. Sobre todo, dudo que hubiera logrado escapar de ello.

—No lo sé —respondió Vraska—. No es algo tan evidente al principio, pero creo que tienes mucho más valor del que piensas.

—Incluso si fuera así, he olvidado cuándo lo demostré. —Jace le dirigió una mirada seria—. Gracias por contarme tu historia. Me siento orgulloso de conocerte.

Veía la forma externa de su mente, pero no se atrevió a mirar lo que había dentro. Era todo curvas, rincones y laberintos de delicados hilos de cristal. Vraska no tenía la menor idea de lo frágil que era su mente, del mismo modo que Jace no sabía lo fácil que sería para ella convertirle en piedra.

Ella sonrió y Jace sintió que sus mejillas se ruborizaban.

Ambos se dieron cuenta en el mismo momento de que ninguno de los dos quería hacerle daño al otro.

La sonrisa de Vraska era amplia y sincera.

—Yo también me siento orgullosa de conocerte, Jace.


Las semanas pasaron perezosamente para la tripulación del barco. Cuanto más se acercaba El Beligerante al continente, más emoción había en el ambiente.

Jace todavía le daba vueltas a la historia de Vraska. Esa misma noche le había preparado otra taza de té y habían hablado de cosas más bonitas. Vraska confiaba en él lo suficiente para contarle su historia. Esa confianza calentaba el pecho de Jace como si hubiera bebido whisky.

Esa tibieza le animó a desentrañar el misterio del astrolabio taumatúrgico tan pronto como pudiera.

Durante semanas, lo examinó, buscó en libros de navegación y puso a prueba la paciencia de Malcolm extrayéndole información. y Finalmente llegó a una conclusión: si el astrolabio había cambiado de dirección el día en que lo rescataron, tenía que haber reaccionado a algún tipo de estímulo cercano a él. Y solo había sucedido una cosa importante en las horas previas a su rescate.

Una tarde, horas antes de atracar, Jace tomó el astrolabio y bajó hasta la bodega del barco. Allí apestaba y el agua le llegaba hasta los tobillos, pero necesitaba algo de intimidad.

El barco comenzó a agitarse sobre las olas; pensó que habría llegado una tormenta en lo que había tardado en bajar.

El astrolabio taumatúrgico parecía ser más importante de lo que había supuesto en un comienzo. Era un objeto intrincado con luces que apuntaban en distintas direcciones.

Lo sacudió un poco y una de las luces parpadeó.

¿Una avería? ¡Un enigma!

Era tan intrigante que Jace decidió hacer algo temerario.

Tomó una pequeña herramienta de una caja de almacenamiento y comenzó a desmontar el único dispositivo del que dependía la expedición.

Fue fácil, como el telescopio que había desmontado hacía semanas. Colocó las piezas delante de él, en una cuadrícula ordenada, mientras avanzaba hacia el centro del objeto. Allí vio un pequeño engranaje que parecía algo suelto. Lo ajustó y volvió a montar el astrolabio.

Ahora solo emitía un haz de luz, brillante y claro, que apuntaba en una única dirección.

Ahora tocaba la prueba más importante.

Jace colocó el astrolabio sobre una caja, cerró los ojos y se concentró.

Sintió que en la parte de atrás de su cabeza cobraba forma esa extraña parte de sí que le hacía ser él.

Inspiró profundamente y fue a tomarla.

Sintió que su cuerpo se rompía en pedazos y volvía a recomponerse. El ya conocido triángulo apareció una vez más sobre su cabeza.

Jace parpadeó, algo mareado, y miró el astrolabio con anticipación. Le costó no soltar un grito de alegría. La aguja apuntaba directamente hacia él.

La teoría era la siguiente: el astrolabio taumatúrgico apuntaba siempre a una expresión muy específica de la magia. Las pequeñas ilusiones no movían la aguja, pero lo que quiera que Jace podía hacer (con esfuerzo) .

Si su teoría demostraba ser cierta, la ciudad dorada tenía que ser un inmenso nodo de energía mágica, y el astrolabio apuntaría directamente a su fuente.

¡Magnífico!

Jace alzó en alto el astrolabio taumatúrgico y subió corriendo por las escaleras hasta llegar a cubierta.

—¡Vraska! ¡Sé cómo funciona el astrolabio!

Un súbito trueno en la lejanía ahogó el grito de Jace. El cielo se había puesto de un terrible color gris y la tripulación se preparaba para la tormenta.

Vraska estaba en el puente de mando, mirando hacia arriba. Malcolm planeaba sobre ellos y trataba de divisar algo. Voló hacia abajo, aterrizó y consultó algo con Vraska.

Jace no quería interrumpir, así que esperó una oportunidad de preguntar lo que pasaba.

Un momento más tarde, Vraska se dio cuenta de su presencia.

—¡Jace! No te quedes en cubierta. Se acerca un barco de la Legión del Crepúsculo y hay una tormenta en el horizonte.

—¿Creía que hoy íbamos a llegar a nuestro destino?

—Sí, también. Las tres cosas. Pero tengo que asegurarme de que no ocurran al mismo tiempo.

De repente, el cielo se abrió y una cortina de lluvia torrencial comenzó a caer sobre la cubierta de El Beligerante. Vraska agarró a Jace por los hombros.

—¡No te quedes en cubierta!

Un rayo rasgó el cielo, seguido de un trueno, y el barco se escoró violentamente hacia un lado.

Una ola inmensa se alzó en la distancia y Jace vio el barco de la Legión del Crepúsculo en la cresta. Era gigantesco, más grande aún que el que habían visto hacía semanas, con dos botes de remos suspendidos a cada lado.

El Beligerante, a su vez, se alzó sobre su propia ola y Jace miró hacia una larga línea verde de costa. Ixalan estaba allí; era una bahía prístina rodeada de arena junto a una elevación del terreno cara al mar. En el cielo se arremolinaban las nubes negras y olas aún más grandes y abundantes amenazaban con volcar el barco.

Enfrentarse a los rayos y a los conquistadores o estrellarse contra las rocas de la costa. Ninguna de las opciones parecía muy favorable.

Jace se metió el astrolabio en el bolsillo mientras Vraska gritaba órdenes.

—¡Aferren los cañones y apaguen el fuego de la cocina! ¡Ricen la vela mayor y corrijan el rumbo!

El barco volvió a sacudirse y un marinero cayó al mar.

Jace observó mientras Vraska ponderaba las opciones. Echó un vistazo a la costa y luego al resto de la tripulación.

—¡Abandonen el barco! —gritó—. ¡Abandonen...!

Un muro de agua se alzó a un lado del barco y se estrelló contra Jace y Vraska.

Extendieron los brazos el uno hacia el otro mientras el agua los barría de la cubierta.

Y El Beligerante se estrelló contra las rocas.


Archivo de historias de Ixalan
Perfil de Planeswalker: Jace Beleren
Perfil de Planeswalker: Vraska