Sarkhan Vol ha recorrido un extraño camino y su búsqueda de entendimiento está a punto de concluir. Ha viajado en el tiempo, alterado el pasado y regresado a un presente transformado por sus actos. Se ha encontrado con antiguos enemigos y amigos, pero ninguno tiene recuerdos de él. Ha buscado a Narset, cuyo sacrificio le permitió cambiar el pasado, pero no la ha encontrado en ningún lugar de Tarkir.

Ahora, Sarkhan debe acudir al único otro ser de la existencia que quizá pueda ayudarle a entender: Ugin, el dragón espíritu, a quien había dejado recuperándose en una crisálida de edros hace más de mil años.


Sarkhan batía las alas en un vuelo glorioso, surcando los cielos muy por encima de los brezales y estepas de Tarkir. En su forma dracónica, podía oler a cualquier dragón en kilómetros a la redonda y percibir detalles invisibles para sus ojos de humano, además de sentir la presencia de las corrientes térmicas ascendentes que lo impulsaban hacia el cielo. Convertido en dragón, a veces se preguntaba si alguna vez había sido humano y por qué querría serlo.

Zurgo estaba vivo, pero había cambiado. El odiado enemigo de Sarkhan había muerto; en realidad había desaparecido, para bien y para mal, y con él se había desvanecido cualquier posibilidad de redención o venganza. Aquel Zurgo había sido borrado, sustituido por un orco sumiso que seguía a una dragona y tañía una campana. Rajatobillos estaba viva, pero tenía un nombre diferente y llevaba una vida distinta. En esta realidad, no había muerto, pero tampoco conocía a Sarkhan.

Ugin seguía vivo, pero continuaba durmiendo, encerrado por los actos de Sarkhan. Su fuerza vital aún latía en el corazón de la prisión de edros y nutría las tempestades que engendraban dragones. Los majestuosos dragones de la antigüedad también parecían haber sobrevivido, alzándose entre las gloriosas bestias y reclamando el poder en el mundo.

Llanura | Ilustración de Florian de Gesincourt

Parecía que todo el mundo estaba vivo, excepto dos personas: el propio Sarkhan... y Narset. ¿Dónde se encontraría? ¿Dónde estaba él mismo? ¿En qué se había convertido ahora que vagaba por la otra orilla del gran río del tiempo?

Ugin lo sabría. Ugin tenía que saberlo.

Delante de él, a muchos kilómetros, cerca del cañón donde Ugin yacía, un rayo de luz blanca y azulada surgió hacia el cielo. Describió una trayectoria exultante, brillando como un segundo sol, hasta que luego descendió de nuevo y desapareció de la vista de Sarkhan. ¿Sería posible que...? ¿Acaso Ugin había despertado? ¿Alguien lo había liberado? ¿O lo habría hecho él mismo?

Un instinto simiesco en lo profundo de su interior le urgió a apresurarse hacia el cañón, a lanzarse hacia allí, a correr. Sin embargo, en el cielo, una línea recta no es siempre la ruta más corta, y el aire que había entre él y su destino no estaba ni mucho menos vacío. Su mente dracónica lo sabía y por fin había aprendido a escucharla. Viró hacia un lado y dejó que una corriente térmica lo elevase.

Desde aquella altura, un largo planeo lo conduciría al desfiladero... y a la verdad.


El cañón apareció ante él cuando el sol alcanzó su cénit. La luz impedía que Sarkhan viese qué había por encima, y no percibió la presencia del atacante hasta que se abalanzó sobre él.

Un dragón fantasmal descendió en picado, dejando una estela de neblina blanca y azulada, y se apartó en el último momento. Una onda de calor alcanzó a Sarkhan; era una especie de fuego sin llama. ¡Como el de Ugin! El fogonazo apenas le chamuscó la piel escamada y el dragón fantasmal no llegó a golpearlo físicamente. El ser flotó a cierta distancia por delante de Sarkhan. Parecía sereno pero amenazador, y no emitía olor alguno.

Vástago de Ugin | Ilustración de Cliff Childs

Sarkhan gruñó una amenaza, un sonido a medio camino entre el rugido de un tigre enojado y el equivalente dracónico de "fuera de mi vista". Acompañó el mensaje con una llamarada brillante y siguió volando, dejando atrás a su agresor.

Poco después, otros dragones se unieron al espíritu. Sarkhan se apresuró por llegar al cañón, perseguido por media docena de aquellos seres, superando en velocidad al fuego fantasmal que escupían sobre él. Y de repente, los dragones se alejaron y se adentraron en las nubes; sus cuerpos translúcidos se esfumaron en la neblina sin dejar rastro.

Sarkhan sobrevoló el cañón para cerciorarse de que no hubiese otros dragones fantasmales. La inmensa estructura de edros que vio cuando regresó al presente se había derrumbado, quedando reducida a pedazos poco más grandes que el fragmento de edro que había traído del Ojo de Ugin. El fondo del cañón estaba cubierto de una fina capa de polvo y escombros grabados con runas. No había ningún cadáver ni huesos a la vista. Su corazón dracónico se aceleró. "Ugin está vivo".

Sarkhan se transformó mientras descendía, aterrizando suavemente entre los escombros con sus pies humanos y plegando las alas.

Sarkhan invicto | Ilustración de Aleksi Briclot

En un extremo del cañón había una silueta colosal y luminosa con grandes alas. Ugin estaba de espaldas a Sarkhan, observando la pared del desfiladero y rodeado de más guardianes espirituales. La pared de roca mostraba imágenes de todo Tarkir. Las gráciles y esbeltas siluetas de los dragones de Ójutai volaban entre los monasterios de su clan. Una horda de guerreros salvajes cabalgaba por la estepa, siguiendo la estela de relámpagos de la dragona Kólagan. Un grueso dragón holgazaneaba en un palacio de aspecto frío y húmedo, atendido por sus sirvientes. Los dragones con cuernos que Sarkhan había visto en el Tarkir del pasado volaban a ras de las montañas peladas y humeantes. Una columna de humanoides acorazados marchaba a la guerra bajo la atenta mirada de majestuosos dragones de amplio torso. Incluso había una imagen del propio Sarkhan, quieto en el cañón.

Ugin se giró y su escolta de guardianes espirituales se marchó. Era radiante, luminoso, un dragón primordial hecho de carne y neblina.

―Disculpa a mis centinelas ―dijo Ugin―. Son demasiado precavidos. Les pedí que se retirasen en cuanto advertí tu presencia.

―¿Me... me conoces?

Ugin sonrió.

―Sí, mas no ―contestó―. Sé lo que hiciste y tienes mi agradecimiento por ello. Y ahora, me debes una explicación.

Sarkhan se quedó perplejo.

―Gran Ugin... He acudido a ti con la esperanza de que me explicases todo lo ocurrido. ¿Qué podría saber yo que tú no conozcas? ¿A qué preguntas podría responder?

―He dormido durante más de un milenio ―afirmó Ugin―. Puede que tú seas el único que realmente entiende qué ha acontecido. ¿Quién eres? ¿Qué le ha sucedido a mi mundo? ¿Cómo es posible que esto... ―empezó a preguntar mientras abría una garra y un fragmento de edro surgía de entre los escombros para flotar hacia la palma de Ugin. No era un fragmento cualquiera: era el fragmento, el que Sarkhan se había llevado del Ojo de Ugin y seguía intacto después de tanto tiempo―... viajase al pasado y llegase a este lugar más de mil años después?

Sarkhan se quedó sorprendido.

―Así que ya sabes lo que pasó.

―En absoluto ―respondió Ugin―. Solo estoy aplicando la lógica. ―El fragmento vibró―. Este objeto procede del Ojo de Ugin, en Zendikar. Esta piedra en particular pertenecía a la cámara interior y solo podría haberse extraído si el Ojo se hubiese abierto. De haber acontecido antes de mi... derrota, lo habría sabido al instante; no conozco fuerza alguna en el Multiverso que podría haberlo evitado. Por consiguiente, tuvo que suceder después.

Ugin se enderezó totalmente y miró a Sarkhan desde sus doce metros de altura.

Ugin, el dragón espíritu | Ilustración de Raymond Swanland

―Reiteraré mis preguntas ―continuó Ugin―. ¿Quién eres, Planeswalker? ¿Y cómo llegó a tus manos esta piedra?

―Me llamo Sarkhan Vol.

Habían olvidado a Vol, habían prohibido a Sarkhan, pero no podía dudar, no en aquel momento. Ese era su nombre.

―"Sarkhan" ―repitió Ugin con una nota de curiosidad. "Gran kan". El dragón señaló hacia las imágenes de la pared del desfiladero, que mostraban todo Tarkir―. ¿Se inclinan ante ti?

―No, pero tampoco me inclino ante nadie.

―Prosigue.

―Soy de Tarkir, pero mi Tarkir era una tumba, un cementerio de dragones cazados y exterminados por los antiguos kans. Estabas muerto, Ugin. Encontré tus huesos en este mismo cañón.

El dragón permaneció impasible.

―Pero podías hablarme ―continuó Sarkhan―. Tu espíritu... me hablaba. Me susurraba acerca de la gloria de los dragones. Me confirmó todo lo que yo sospechaba sobre este mundo: la decadencia, la injusticia, las carencias... Todo aquello era real. En aquel momento, no sabía que eras un Planeswalker. Creía que solo eras un fantasma. Mi propia chispa de Planeswalker se encendió más tarde, liberando un mar de llamas. Abandoné Tarkir y tu voz calló. Encontré otros dragones, grandes bestias dignas de mi veneración, aunque no eran capaces de percibirla ni les importaba. Entonces... Entonces conocí a uno que la aceptó, y me entregué neciamente a su causa. Fue él quien me envió al Ojo.

―¿Quién? ―inquirió Ugin.

―Tienes que entender... que yo no estaba en mis cabales ―explicó Sarkhan―. Él no era lo que yo creía. Quebró mi mente y me sometió a su voluntad...

―¿Quién?

―... Nicol Bolas... ―confesó Sarkhan con abatimiento.

Ultimátum cruel | Ilustración de Todd Lockwood

Ugin alzó una garra y una esfera de fuerza brillante envolvió a Sarkhan, que hizo presión contra ella, pero era lisa, desprendía calor y no cedía lo más mínimo. Las runas del cuello de Ugin emitían un brillo intenso.

―¿Nicol Bolas te envió al Ojo? ―preguntó el dragón―. ¿Por qué?

―Quería... ―titubeó Sarkhan, tratando de ordenar sus recuerdos distorsionados por la locura―. Quería abrirlo y liberar a los devoradores. No me dijo por qué.

Las escamas del cuello de Ugin refulgieron.

―Si fue él quien urdió la liberación de los eldrazi, se ha vuelto mucho menos cauto de lo que recuerdo.

―Está obsesionado con el poder ―explicó Sarkhan―. Antes era como un dios, o eso me dijo, pero ya no. Quiere recuperar ese poder.

―¿Y tú? ―preguntó Ugin―. ¿Qué es lo que tú ansías, Sarkhan Vol?

―Librarme de su yugo para siempre. Lograr que algún día pague por lo que me hizo. Y por lo que te hizo a ti.

Ugin bajó la garra que había alzado y la esfera de fuerza desapareció.

―De modo que te adentraste en el Ojo. ¿Había alguien más contigo?

―Sí ―respondió Sarkhan―, una piromante y un mago mental, ambos eran Planeswalkers. Luché contra ellos y la piromante me derrotó con... ―Por fin entendió lo ocurrido―. Con tu fuego, Ugin. Por algún motivo, era capaz de usarlo.

―Interesante ―afirmó el dragón―. Y sin embargo, sobreviviste.

―No pretendían luchar contra mí. En cuanto me incapacitaron, se marcharon. Cuando desperté, volví a oír tu voz. El Ojo se había abierto. Recogí el fragmento de edro para llevárselo a Nicol Bolas y le expliqué que me habías hablado. Me dijo que él te había matado, mencionó algo sobre una... una medida de seguridad. Y luego me echó.

―¿Fue entonces cuando decidiste venir aquí?

―Sí, pero no exactamente aquí ―explicó Sarkhan―. Regresé a mi Tarkir, al Tarkir de los kans y los huesos de dragón. Tu voz cobró fuerza y me urgió a venir a este cañón. Y llegué aquí... con la ayuda de una amiga. Tu muerte había creado una especie de... vórtice temporal, que conectaba el pasado con el presente. Cuando lo atravesé, viajé en el tiempo hasta el momento anterior a que los dragones muriesen y cambié el curso de la historia. Luego aparecí aquí, en este mundo transformado por mis actos.

―¿Qué sabes acerca de los acontecimientos posteriores a mi derrota? No he tenido tiempo de estudiar la historia.

―Puedo explicarte algunas cosas ―continuó Sarkhan―. Las tempestades de dragones no cesaron. Los dragones nunca se extinguieron. Los kans cayeron y en su lugar se alzaron los señores dragón, que reclamaron su legítimo lugar como soberanos del mundo. Antes, los clanes guerreaban contra los dragones, pero ahora son uno.

Ugin se volvió hacia la pared del cañón y observó las imágenes de los dragones y los humanoides luchando juntos. Sarkhan frunció el ceño. Ugin había sido su guía, su confidente... el único que creía en que sería capaz de cambiar el mundo. Ugin era sabio. En cambio, aquel Ugin distaba de ser omnisciente.

―He respondido a tus preguntas ―afirmó Sarkhan―. ¿Contestarás tú a las mías?

Ugin se giró hacia él y asintió.

―Tu muerte, los mensajes para mí, mi viaje en el tiempo... ―empezó Sarkhan―. ¿De verdad no recuerdas nada de eso?

Voz del tormento | Ilustración de Volkan Baga

―Lo último que recuerdo es tu imagen portando el fragmento de edro, después de que Nicol Bolas me abatiese. Luego reposé. El tiempo siguió transcurriendo, pero no fui consciente de ello. Seguí durmiendo... y me recuperé. Uno de mis aliados, un vampiro y Planeswalker, me liberó y me habló sobre unos "errores inmaduros en el Ojo". Se refería a ti y a los otros dos Planeswalkers, aunque sospecho que él no lo sabía. Se llama Sorin Markov, ¿lo conoces?

Sarkhan negó con la cabeza. Estaba totalmente confuso; el aliado que antes oía en su mente no había sido Ugin... o al menos, no aquel Ugin.

―Entonces, ¿quién hablaba conmigo, si no eras tú? ―preguntó Sarkhan―. La amiga que me ayudó a llegar aquí... murió para que lo lograse. ¿Dónde está ahora? ¿Quién era ella? ¿Quién es ahora? Un mundo entero ha desaparecido por culpa mía, Ugin. Aunque no sentía aprecio por él, era mi hogar. ¿Qué ha sido de ese Tarkir?

―Ha desaparecido, como bien acabas de decir ―explicó el dragón―. Y ella también. Mas no solo eso: el mundo que recuerdas nunca ha existido y el destino de sus gentes ha cambiado por completo. El que habló contigo en el Ojo era el fantasma de alguien que ahora nunca ha llegado a morir. Lo más probable es que tú llevases allí a ese espíritu. O puede que solo fuese una voz.

―Destinos diferentes... ―reflexionó Sarkhan―. He conocido a gente parecida a quienes conocía, tanto amigos como enemigos, pero no sabían quién soy. Es como si nunca hubiese nacido. ¿Cómo es posible? Si nunca llegué a nacer, ¿de dónde provengo? ¿Quién viajó al Ojo? ¿Quién te salvó?

―Fuiste tú ―afirmó Ugin―. El Ojo existe en tu pasado y en el de este fragmento de edro. Tú mismo fuiste allí, viajaste al pasado de Tarkir y utilizaste el fragmento para salvarme. Así ha de ser, o el cambio no se habría producido. Las consecuencias de mi muerte y la ayuda que te proporcionó mi espíritu para que viajases al pasado solo han afectado a Tarkir. Eso significa que tú, Sarkhan Vol, en tu encarnación actual, has emergido de una sombra, un lugar que nunca ha existido.

―Entonces, según la historia de este mundo, nunca he nacido. ―Empezó a entenderlo todo―. Es como si un día hubiese emergido del cielo... al igual que un dragón.

Tempestad de dragones | Ilustración de Willian Murai

―Podría decirse que sí ―confirmó Ugin.

―De modo que ahora soy algo único ―dijo Sarkhan con una sonrisa―. Un huérfano del tiempo. Tanto si me guiaba un espíritu como si estaba loco, la voz que oía ha desaparecido. Soy el dueño de mi mente y Tarkir es el mundo que siempre he añorado.

Se alejó de Ugin algunos pasos.

―Dices que mi amiga ha desaparecido. Los monjes de Ójutai afirmaban lo mismo. Yo creo que sigue viva, y la encontraré.

Se concentró, acumuló maná en su interior y despertó al dragón que había en él. Ahora le resultaba más fácil. Se volvía más sencillo cada vez que lo hacía. Sarkhan empezó a asumir su forma dracónica.

―Gracias ―dijo antes de que su boca humana se transformase, y luego alzó el vuelo.

Se alejó del cañón y sobrevoló los yermos gélidos. La Narset que conocía ansiaba conocimientos por encima de todo lo demás. Aquella búsqueda la había llevado a aquel preciso lugar, el cañón de Ugin. Si la Narset de este mundo había sido exiliada y declarada hereje... ¿dónde más podría estar?

Voló en círculo a toda velocidad sobre el valle, ascendiendo en las corrientes térmicas y planeando, con la mirada atenta a cualquier indicio de movimiento. Finalmente, cuando el sol estaba desapareciendo en el horizonte, la vio caminando con determinación por la nieve. Descendió a cierta distancia de ella sobre una zona rocosa y mudó las escamas por la piel humana. Permaneció de pie con el bastón en la mano y esperó.

Narset avanzaba despacio, pero vio a Sarkhan y fue a su encuentro. Parecía distinta. Sarkhan suponía que él también había cambiado. Los ojos de Narset emanaban poder. Aquella encarnación había alcanzado algo que la anterior solo había logrado atisbar.

Se detuvo a pocos metros de él, pero no dijo nada.

―Narset... Estás viva...

Ella lo miró de arriba abajo y detuvo la vista en sus ojos. Pestañeó varias veces antes de hablar.

―No te conozco ―dijo Narset apartando la vista―. ¿O sí?

―Soy Sarkhan.

―¿ eres el sar-kan? ―preguntó entrecerrando los ojos―. ¿O solo afirmas serlo?

―¿Has oído hablar de mí? ―preguntó Sarkhan, y luego se rio―. ¡Es fantástico! En todo Tarkir, eres la única persona que me conoce. ¿Por qué sabes quién soy?

Narset se movió para rodear a Sarkhan.

―Estoy buscando a Ugin ―afirmó.

―Está en el cañón, aunque me temo que te planteará preguntas, en vez de proporcionarte respuestas. Narset, ¿por qué me conoces?

Ella se detuvo.

―¿No eres... un secuaz de mi señor dragón? ¿No te han enviado para castigarme por mi herejía?

―No sirvo a nadie ―argumentó Sarkhan―. Soy un amigo... o lo fui, y espero volver a serlo.

―¿Un amigo? ―dudó Narset―. Ni siquiera te conozco. ¿Cómo es posible?

Sarkhan valoró sus opciones... y optó por decir la verdad, por mucho más implausible que pudiese parecer que cualquier mentira.

―La Narset que conocí era de Tarkir, pero no de este Tarkir. Era de un Tarkir sin dragones... un mundo de kans y clanes. Mi hogar. Ella murió para que yo pudiese viajar al pasado... y reescribiese la historia. Murió para que Ugin y tú pudieseis vivir. Mi amiga era ella.

―De modo que las historias son ciertas... ―comentó Narset. Movía los ojos de un lado para otro, como si estuviese leyendo.

―¿Qué historias?

―Las historias secretas. En ellas se habla acerca de un hombre dragón, un sar-kan procedente de algo conocido como lo no escrito: una visión espiritual del futuro sobre la que escribía un antiguo clan conocido como los Temur. Decían que el sar-kan deliraba acerca de un mundo en el que no había dragones. Salvó a Ugin y después volvió a desvanecerse en lo no escrito. No di crédito a la historia, al menos a los detalles. Pero... Entonces, ¿es cierta? Lo no escrito, los kans... ¿Ocurrió así?

Aprender del pasado | Ilustración de Chase Stone

―No sé qué es lo que leíste ―respondió Sarkhan, sonriendo―, pero todo lo que has dicho fue verdad. También eso de que deliraba, supongo.

―Esto es lo que sé de ti ―dijo Narset―. Pero tú no me conoces realmente, ¿verdad? Conociste a... a la Narset no escrita. A un espectro.

―No, no te conozco. En efecto, conocí a una Narset, pero no a ti.

Narset frunció el ceño, como si estuviese buscando las palabras adecuadas.

―¿Erais... buenos amigos?

―Podríamos haberlo sido, con el tiempo ―dijo Sarkhan―. Pero la perdí dos veces: la primera, falleció, y esta vez no ha nacido. Ahora, eres tú quien está aquí. ¿Dónde estabas? Te busqué entre los Ójutai. El hombre con el que hablé te llamó hereje y me dijo que los habías "dejado". ¿Se refería a que te exiliaron?

Narset negó con la cabeza.

―No era eso. Se trata de algo... muy superior. Te parecerá una locura, pero he viajado más allá de Tarkir, ya fuese el escrito o el no escrito. He viajado a...

―¿A otro mundo? ―terminó Sarkhan.

Narset se quedó anonadada.

―¿Sabes de qué hablo?

―Eres una Planeswalker ―la informó Sarkhan―. Así es como nos llamamos. Somos muy pocos, pero entre Ugin, tú y yo, hay tres de nosotros en este mismo valle.

Narset trascendente | Ilustración de Magali Villeneuve

―Ugin... ―murmuró Narset―. Tengo que hablar con él.

Y empezó a caminar por la nieve, alejándose de Sarkhan.

―Adelante ―la alentó―. Espero que tenga más respuestas para ti de las que me ha proporcionado a mí. ¿Qué harás después?

―Viajaré a las tierras de Atarka ―respondió Narset sin dejar de caminar―. Se rumorea que el clan posee historias antiguas talladas en marfil que se remontan a la Caída de los Kans.

―¿No vas a marcharte otra vez de Tarkir? Hay multitud de mundos que explorar, es imposible que ya los hayas visto todos.

―Algún día lo haré ―contestó Narset mirándolo de soslayo―, pero este mundo tiene secretos suficientes. De momento... estoy donde quiero estar.

Sarkhan sonrió y contempló la tundra. Los dragones volaban en la lejanía.

―Entiendo perfectamente lo que quieres decir.