La última vez que vimos a Sarkhan Vol, acababa de regresar a su mundo natal: Tarkir.

El Planeswalker teme a sus enemigos, desde el dragón antiguo Nicol Bolas hasta el kan de los Mardu, Zurgo, quien lo desprecia . Sarkhan todavía sigue la voz de Ugin, el dragón espíritu: un Planeswalker fallecido hace siglos, enemigo de Nicol Bolas y, tal vez, la clave para la salvación de Sarkhan.

No sabe a dónde se dirige o qué encontrará al llegar, aunque tiene clara una cosa: el mundo está roto, al igual que él, pero aún hay esperanza para corregir el curso de los acontecimientos.


El viento aúlla en las áridas dunas. Cuando estalla la tormenta, la omnipresente arena se arremolina y se mezcla con motas de hueso arrancadas de los antiguos e inmensos esqueletos. El horizonte es borroso, perdido en medio de la cortina de arenilla.

Yermos desérticos | Ilustración de Eytan Zana

Una pequeña silueta se mueve en la lejanía.

Quizá sea un espejismo. Solo se ve por momentos y resulta imposible distinguir su forma.

Sin embargo, poco a poco se vuelve más grande. Su contorno ondulante se torna más definido. ¿Es un ser alado? Quizá se trate solo de un hombre. Está caminando. Su silueta fluctúa y ondea con el viento.

Se acerca. Un pesado manto se hincha a sus espaldas como si fuesen alas durante su ardua marcha por el terreno accidentado. Se aferra a un bastón.

Cada vez está más cerca. El caminante hace gestos bruscos con un brazo. Luego grita al aire y agita el otro brazo, en el que porta su bastón. Algo cuelga en la punta y repiquetea contra el asta como un hueso reseco.

Ya está aquí. Tiene el cabello alborotado, una barba desaliñada y ojos que brillan con demencia. Está hablando, pero no hay nadie en los alrededores.

―¡Fuera de mi mente, espectro! ―se le oye gritar. Luego se agarra la cabeza, como si sintiese dolor―. ¿Qué pretendes que haga?

Sarkhan, el dragonhablante | Ilustración de Daarken

A continuación, se detiene, se gira y examina el inhóspito panorama. Permanece en silencio y asiente despacio para sí mismo. Luego observa el cielo y se endereza. Una vez calmado, se gira hacia una montaña lejana y reanuda la marcha con paso más seguro.

Pronto, lo único que quedan son unas huellas poco profundas que desaparecen cuando la tormenta las cubre de arena.


Narset meditaba, como hacía siempre al amanecer. Se concentró en su respiración y después ahondó más, para hallar el punto de estabilidad más allá de los ritmos vitales. El silencio era absoluto, se había sumido en su alma.

Había iniciado una contemplación silenciosa y cavilaba sobre los misterios antiguos. Las desconcertantes runas del dragón espíritu flotaron ante ella cuando recordó lo que había estudiado. Los caracteres eran cambiantes y siempre quedaban un poco más allá de su comprensión.

Un erudito menos disciplinado se habría enfadado por culpa de la frustración, pero Narset había cultivado la paciencia durante muchos años. La iluminación requería tiempo y silencios prolongados para que los mensajes ocultos hablasen. Se concentró aún más y escuchó. Había pasado así muchos meses, aproximándose a la esencia de los secretos, pero nunca lograba alcanzarla totalmente.

Aquel día fue distinto. Sumida en la calma, captó un titileo, un mínimo atisbo de una palabra: sanar. Sintió un impulso psíquico, una especie de empujón entre los omóplatos. Cuando salió del trance, observó los matices del amanecer en las colinas.

Kirin de alabastro | Ilustración de Igor Kieryluk

Entre las nubes de las cumbres, emergió una imagen cautivadora: un kirin, el mensajero del destino. Sus ojos y sus cuernos brillaban con una llama eterna y recorría el aire con sus pezuñas de cinco puntas. La criatura mágica se detuvo, giró la cabeza hacia Narset y cruzó la mirada con ella. La kan de los Jeskai asintió con aceptación. El kirin se dio la vuelta, se agitó, brincó y se alejó en dirección noreste.

Narset comprendió el mensaje y se puso en pie. Tarkir había hablado mediante las palabras secretas de Ugin y la aparición de aquel heraldo. El destino del mundo se encontraba en aquella dirección, en el camino que le indicaba la estela ígnea del kirin.

Narset tendría que dejar a alguien a cargo de supervisar los asuntos del clan en su ausencia, pero un peregrinaje como aquel, en busca de la sabiduría, formaba parte de la vocación de todo Jeskai. La kan sonrió y recogió su bastón.


Sarkhan estaba cerca de la montaña. Podía ver las monumentales estructuras en la cumbre y los estandartes que ondeaban con el gélido viento. Una catarata hacía girar un molino de agua cerca del pico y numerosos puentes de cuerda formaban una telaraña entre las profundas simas que lo rodeaban.

―¡¿Por qué me has traído aquí?! ¡¿Qué debo hacer?! ―gritó al cielo. En respuesta, oyó el eco de su voz: hacer, saber, sanar...

―¿Es otra artimaña? ¿Otra mentira? ¿Mis huesos se unirán a los restos de los dragones sin haber cumplido mi propósito? ¿Moriré sin más? ―Sarkhan se tiró del pelo y apretó los dientes. Luego estampó la culata de su bastón en la pendiente, se dejó caer de rodillas y comenzó a farfullar.

―¿Buscas la paz, viajero? ―oyó decir a una voz desde las alturas.

Sarkhan agitó la cabeza, como si estuviese sacudiéndose agua. Después levantó la mirada poco a poco. Vio a una mujer esbelta vestida con un hábito de color azafrán que se mantenía en equilibrio sobre un peñasco tan alto como él. En su frente brillaba un sello con la forma de un ojo.

Narset, maestra iluminada | Ilustración de Magali Villeneuve

―¿Eres real? ―gruñó Sarkhan―. ¿O acaso engañas a mi vista, además de a mi oído?

―Estoy aquí ―respondió la mujer, que saltó de la roca y aterrizó suavemente. Acto seguido, se acercó despacio a Sarkhan, tendiendo una mano. Él se echó hacia atrás, pero luego se quedó totalmente quieto cuando ella le tocó la frente con los dedos. Después, la mujer posó la palma con firmeza sobre la piel abrasadora de Sarkhan. Su mano estaba fría y seca.

―Veo a alguien... junto a ti ―afirmó ella sin apartar la mano y mirando a Sarkhan a los ojos―. Te rodea. Parece el eco de una sombra. ―Se separó de él e interrumpió el contacto.

―¿Tú también lo oyes? ―dijo Sarkhan mientras se levantaba apoyándose en el bastón―. Es una voz interior, un pensamiento que no forma parte de uno mismo. ―El asombro lo había tranquilizado y centró la mirada en el rostro sereno que tenía ante él―. Todos dicen que estoy loco. Nadie más puede oír ese susurro incesante. ¡Jamás tengo un momento de paz! ¿Qué sabes sobre esta voz?

―Tan solo la he percibido en tu aura, como si se tratase del eco en la brisa. Es una idea, una imagen. Tu llegada ha sido presagiada, viajero.

»Soy Narset. Vivo en este lugar, junto a otros que buscan la iluminación, y mi cometido es guiar a mi clan hacia un destino superior.

―La kan de los Jeskai... ―reconoció Sarkhan, y asintió con cortesía―. He oído hablar de los sabios de las cumbres, pero nunca me enfrenté a ninguno. Nuestro kan os consideraba débiles, inmersos en una búsqueda eterna de una verdad imaginaria.

―Los que realmente son fuertes no muestran su poder hasta que es necesario. ―Narset giró sobre sí y golpeó la roca con tres dedos. Fue un movimiento corto, como una estocada, pero la piedra se partió en dos como si se tratase un huevo―. Nuestras fortalezas de las montañas siguen en pie, a pesar de que muchos han tratado de conquistarlas.

»Dime tu nombre, viajero ―le pidió tras volverse hacia él―. Permíteme escuchar tu historia.


Sarkhan había hablado poco con otras personas desde los acontecimientos en el Ojo de Ugin, e incluso aquella charla había sido muy breve. Al principio pudo hablar, pero el esfuerzo prolongado hizo que acabase uniendo palabras en frases breves, con pausas frecuentes. En ocasiones, prorrumpía en canciones medio olvidadas y cantinelas infantiles. Otras veces, simplemente dejaba de hablar y se quedaba mirando a la nada durante varios minutos.

Poco a poco, agonizando, Sarkhan logró narrar sus viajes desde que abandonó los dominios de meditación de Nicol Bolas. Habló sobre la voz que escuchaba constantemente y lo incitaba a seguir adelante, hasta que finalmente regresó a Tarkir. Explicó su intención de sanar aquel mundo que antaño fue su hogar. Aquel era su cometido.

Narset escuchó. Hizo algunas preguntas, pero nunca interrumpió a Sarkhan, sino que esperaba a que él hiciese una pausa para aliviar el tormento. Cuando él habló sobre los viajes entre planos, Narset se asombró durante unos segundos, pero luego asintió para sí misma como si hubiese descubierto algo precioso. También pidió a Sarkhan que le dejase examinar el trozo de piedra dentado que colgaba de su bastón. Inspeccionó los extraños grabados que cubrían las caras no partidas del objeto.

―He visto unos símbolos parecidos en otra parte ―murmuró―. Son muy antiguos. Solo se mencionan en los documentos más secretos de nuestro clan y solo el fuegodragón puede revelarlos. ¿Cómo llegó a tus manos esta reliquia?

―Procede del Ojo. El fuego puro partió la piedra. Me derrotó. Pero salvé este trozo. Fue lo único que pude hacer.

Ojo de Ugin | Ilustración de James Paick

―¿Qué es el Ojo?

―El Ojo de Ugin. Él dragón me habla. Aún lo hace.

―¿Has oído hablar de Ugin? ―volvió a asombrarse Narset―. ¿Has estado en su santuario?

―Era una trampa. Luego, una artimaña. Ya no existe. Pero el dragón espíritu está muerto. Lo dijo Nicol Bolas. ¿O acaso miente?

―No es mentira: Ugin está muerto y con él desapareció su progenie, los dragones. ¿No lo sabías?

―¡Pero aún habla! Me incita constantemente. Me dice que lo busque. Él me ha traído aquí. Ahora solo dice una cosa: "sanar".

―La voz del dragón espíritu te ha guiado hasta mí. Puede que yo sea capaz de hallar alivio para tu tormento, pero tal vez signifique algo más. Este mundo sufre, Vol. Puedes sentirlo, ¿verdad?

»Los clanes han luchado durante siglos ―explicó Narset con calma y una mirada distante―. Cuando los dragones vivían, luchábamos para sobrevivir contra ellos, pero cuando el último de ellos pereció, nos volvimos los unos contra los otros. El equilibrio que existía cuando combatíamos codo con codo desapareció hace mucho tiempo.

»Ahora, incluso nuestras silenciosas fortalezas conocen los gritos de la guerra. Los Abzan abandonan sus ciudades para buscar enemigos en las estepas. Los Sultai lanzan contra los demás sus injuriosos ejércitos de muertos vivientes. Incluso los tenaces Temur descienden de sus montañas. Y en todas partes, los Mardu cabalgan, invaden y asolan.

»Nos hemos descarriado. Temo que, pronto, los clanes también se convertirán en huesos desperdigados en la tierra y servirán de alimento para las bestias salvajes. Todo lo que hemos construido se derrumbará hasta que desaparezca incluso el pasado.

―Entonces, he vuelto a fracasar ―dijo Sarkhan, decaído―. Este mundo ya ha muerto. El pasado está perdido. Ugin no es más que un sueño.

―Ugin es mucho más que eso ―aclaró Narset negando con la cabeza―: es el alma de este mundo. Cuando lo perdimos, Tarkir entró en declive. Sin embargo, puede que aún quede algo de él; algo que tú puedes despertar. La piedra que portas podría ser la llave.

―La llave... ―Sarkhan tenía la mirada perdida―. Sí, así es como la llamé. Creía que me permitiría descubrir los secretos del dragón espíritu. ―Sus ojos volvieron a centrarse y observó detenidamente el fragmento de piedra. Luego levantó la vista hacia Narset―. Secretos que solo el fuegodragón puede revelar. ¿Cómo pude haberlo olvidado?

Sarkhan aferró el fragmento y emitió un sonido bestial que surgió de lo más profundo de su interior. Sus ojos se prendieron y humearon. Su mano se convirtió en la mandíbula de un dragón y el fuego brotó de su interior. Los grabados brillaron, se arremolinaron y parecieron formar palabras.

―Es una frase escrita en el idioma de las grandes bestias ―explicó Narset inclinándose hacia delante a pesar del calor. Su rostro reflejaba su entusiasmo y brillaba como una espada recién salida de la fragua―. Es la misma lengua de los pergaminos antiguos. "Mira hacia el pasado y abre la puerta que te llevará ante Ugin".

―Pero Nicol Bolas dijo que puso a Ugin donde yace ―explicó Sarkhan.

―¿No sabes dónde yace Ugin? ―preguntó Narset volviendo la vista hacia él.

―Mi clan nunca permanecía mucho tiempo en el mismo sitio. No nos interesaban los pergaminos ni los mapas ni los cuentos antiguos. Los Mardu vagamos de un lugar a otro, nada más.

―Y aun así, habéis visto muy poco de este mundo.

―La voz me habló de una entrada, una puerta. La he buscado, pero no tengo a nadie que pueda guiarme.

―Ahora sí ―contestó Narset, y posó una mano con amabilidad en el hombro de Sarkhan―. Poca gente sabe dónde yace Ugin, pero ese lugar figura en los Anales de Ojosabio. Como guardiana de los pergaminos, tengo acceso a sus conocimientos. Yo puedo llevarte a la tumba del dragón espíritu.


El cielo nocturno titilaba y siseaba, en contraste con la voz susurrante que Sarkhan oía en su interior. La extraña luz proyectaba sombras multicolores en la nieve mientras Narset y él ascendían lentamente hacia la cordillera de Qal Sisma, siguiendo un sendero tanto de tierra como de recuerdos.

Sarkhan levantó la vista de las ascuas de la hoguera y miró a Narset; se había inclinado sobre una pequeña vasija con té. Cuando el aroma de las hierbas impregnó el aire de los alrededores, Sarkhan percibió una sensación de proximidad que jamás había experimentado con ninguna otra persona, hasta donde lograba recordar. La kan de los Jeskai miró hacia él y sonrió abiertamente―. Es un pequeño lujo, pero siempre llevo conmigo un puñado de hojas. ¿Compartimos el té?

―Ya visité estas montañas hace tiempo ―comentó Sarkhan tras aceptar la vasija. Aspiró hondo el aroma, dio un pequeño sorbo y levantó la vista hacia el cielo mientras saboreaba la infusión―. Aquí escuché a quienes hablan con el pasado remoto.

―Los chamanes temur tienen un vínculo especial con el alma del mundo ―confirmó Narset―. Son capaces de oír a los espíritus de los muertos y de escuchar los ecos del pasado y del porvenir, a lo que ellos llaman el "ahora no escrito". Puede que la proximidad del Nexo sea lo que les otorga esos dones.

―¿Qué es el Nexo?

―Un lugar en lo más profundo del desfiladero, donde descansan los huesos de Ugin. Allí, la realidad cambia y se altera de forma constante, como si intentase adoptar una forma definitiva pero nunca la encontrase. Nuestros buscadores se han acercado al Nexo, pero ninguno ha logrado entrar. Los pocos que se aventuraron en él se desintegraron sin más; sus acompañantes me contaron lo que vieron, pero esto es lo único que sé.

―Entonces, ¿nos dirigimos a ese lugar?

―Tú posees un talismán que porta las palabras del dragón espíritu ―afirmó Narset―. Puede que solo alguien capaz de viajar entre los mundos logre resistir la violencia del Nexo.

Narset bebió el último sorbo de té.

Cuando reanudaron la marcha, caminaron en silencio. No hacía falta decir nada más.

La voz que rompió el silencio fue la de Ugin.

―Está hablándome ―farfulló Sarkhan―. Su voz se ha vuelto más firme.

―Esa roca en espiral indica la entrada del cañón, el acceso a la tumba de Ugin ―afirmó Narset señalando un saliente de piedra, que destacaba entre los picos escarpados y emitía un brillo extraño y más intenso que la luz fría del cielo.

Tumba del dragón espíritu | Ilustración de Sam Burley

La luz sobrenatural iluminó el rostro de Narset y pareció transformarlo en una imagen fría de jade turquesa. Los ojos ardientes de Sarkhan brillaron con una luz tenue. Bajo ellos se extendía un desfiladero de varios kilómetros de longitud que se hundía en las profundidades del hielo, hasta llegar a la piedra antigua.

Allí había huesos de dragón, como en todo Tarkir, pero aquellos eran diferentes: tenían un extraño brillo azulado, desde la punta de la inmensa cola hasta la caja torácica que yacía a unos treinta metros. El cañón describía una curva que ocultaba el resto.

De pronto, la mente de Sarkhan calló y él detuvo sus pasos.

―Ya puedes estar en paz, viajero ―dijo Narset situándose junto a él―. Has alcanzado tu meta. Fíjate: el dragón espíritu está mostrándote el camino.

En efecto, una nueva luz proyectaba la sombra de Sarkhan ante él, hacia la larga bajada que llevaba hasta la cola del dragón. El Planeswalker observó el fragmento que colgaba de su bastón. Emitía un pulso y un cálido brillo anaranjado surcaba los grabados de su superficie.

Entonces, un gran orco surgió tras un risco a espaldas de ellos―. ¡Te he encontrado, traidor! ―rugió Zurgo blandiendo su inmenso sable.

Narset giró sobre sí tan rápido que Sarkhan no pudo seguir sus movimientos. La kan de los Jeskai levantó su bastón y el tajo homicida se detuvo de golpe como si hubiese chocado contra una roca. Zurgo bramó y lanzó un puñetazo lo bastante potente como para abatir a un loxodón. Sin embargo, Narset levantó una mano e interpuso la palma, como si estuviese mandando callar a un niño desobediente. El puño del orco se estampó contra ella y él volvió a bramar, pero esta vez por el dolor de sus nudillos desgarrados.

Palma bloqueadora | Ilustración de Eric Deschamps

―Márchate ―la voz de Narset era insistente y le faltaba el aliento―. Siento el poder del Nexo incluso desde aquí. Parece incluso más intenso que antes. Yo te defenderé mientras bajas.

―No puedo dejar que libres mis batallas.

―Debes hacerlo ―insistió Narset con un brillo en los ojos―. Este es tu momento. Sea cual sea el destino que Ugin ha preparado para ti, ha llegado la hora de que lo descubras.

La angustia y la vergüenza surcaron la frente de Sarkhan, pero dio media vuelta y empezó a correr pendiente abajo. La piedra cubierta de nieve era resbaladiza y tuvo que vigilar dónde pisaba para no precipitarse. Pronto llegó a la punta de la brillante cola. Desde allí, podía ver más allá de la curva del desfiladero, hacia las costillas abovedadas que formaban un pasaje reluciente. Sintió que unas ondas de presión recorrían su cuerpo y el entorno temblaba con el mismo ritmo. Percibió las fuerzas del destino tirando de él, atrayéndolo inexorablemente hacia delante.

Sarkhan se giró hacia la cima donde Narset se enfrentaba a Zurgo. Ella pareció darse cuenta y le devolvió la mirada, e incluso una sonrisa, mientras blandía grácilmente su bastón para lanzar un golpe mortífero. Zurgo estaba en desventaja, Sarkhan lo notaba.

Pero de pronto, el inmenso orco se movió con una agilidad pasmosa y esquivó el bastón. Luego asestó una estocada y Sarkhan vio surgir un chorro de sangre.

Narset permaneció inmóvil; casi parecía que estuviese meditando de nuevo, pero entonces empezó a marchitarse, como una flor recién cortada. Giró la cabeza hacia Sarkhan y él la oyó gritar―. ¡Sigue adelante!

El mundo de Sarkhan se tornó carmesí. La furia, el dolor y la venganza lucharon por salir primero de su voz, pero ningún sentimiento se impuso y él calló. Sarkhan trastabilló, empezó a remontar la pendiente que lo llevaría hasta Zurgo, quien se vanagloriaba al ver la sangre de Narset.

―¡Zurgo, eres un monstruo! ¡Me vengaré de ti! ―exclamó Sarkhan.

Sin embargo, el fragmento del Ojo brillaba con mucha intensidad. A su alrededor, el mundo gemía y la tierra se distorsionaba. Tuvo que dar media vuelta, aullando de desesperación y con las manos estallando en llamas. El fuegodragón salió disparado hacia el vórtice que tenía ante él y se formó una puerta.

Era la entrada que había estado buscando durante tanto tiempo.

Adelante.

Sarkhan se giró y miró a Zurgo y luego el cuerpo desplomado de Narset; después, se volvió hacia la puerta.

Adelante.

Con un rugido tanto de furia como de liberación, Sarkhan se apresuró a cruzar el arco de llamas.


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