Lejos de Zendikar se encuentra el mundo de Alara. Hace muchas eras, Alara se dividió en cinco fragmentos independientes que desarrollaron sus propias culturas, formas de vida y tipos de magia. En el plano-fragmento de Jund, dominado por los dragones, los chamanes y los guerreros se aventuraban en los pozos de alquitrán y las junglas para tratar de sobrevivir en medio de un ciclo infinito de depredación. La nigromancia no existía en Jund, ya que solo se había desarrollado en el fragmento infernal de Grixis.

Sin embargo, todo eso ha cambiado con la llegada de la Confluencia y la reunificación de los fragmentos. La magia de la muerte ha llegado a Jund... con ansias de venganza.


El olor punzante del azufre le abrasó las fosas nasales. Bajo sus pies, la hierba puntiaguda y reseca rozaba sus botas desgastadas mientras una ráfaga de aire caliente soplaba por el valle. "Salvaje. Primitivo. Fuego". Las palabras acudieron a su mente cuando observó el horizonte y examinó el paisaje indómito de Jund. El latido salvaje de la tierra resonaba por todo en aquel lugar. Retumbaba bajo los cascos de grandes bestias con piel dura y colmillos afilados. Resonaba en los rugidos de los dragones en la lejanía. Reverberaba en los temblores de las cumbres volcánicas que amenazaban con entrar en erupción... y que en más de una ocasión, según recordaba ella, habían cumplido con su amenaza.

Tierras salvajes | Ilustración de Vance Kovaks

Dos palabras intentaron abrirse paso entre sus pensamientos, reptando desde los recovecos ocultos de su memoria. Se atragantaron en su garganta y se engancharon en su corazón, y ella las arrancó de su mente, las ignoró como a una sombra pasajera de una llama antaño brillante.

"Mi hogar".

Avanzó unos pasos y dejó atrás las palabras, como si fueran un hueso devorado por carroñeros de pensamientos oscuros.

Aquello no era su hogar. Ya no.


"Es tan... verde".

Miró el vial que tenía delante, cuyo contenido latía con un extraño brillo fosforescente. La sabia y anciana chamán que lo sostenía le devolvió la mirada, con sus escasos cabellos canosos danzando salvajemente al viento.

―Merin, hija de la piedra, la sangre y el hueso, el Círculo de Nel Toth te consagra con el Brebaje de Fuegonírico. ―Las manos de la anciana temblaron ligeramente cuando le ofreció el frasco. Los dedos de la joven se tocaron con otros arrugados y llenos de manchas surgidas con la edad cuando aceptó el recipiente. La mirada de Merin pasó de la pócima a los chamanes que la rodeaban. Observó los rostros familiares del Círculo y encontró a su maestro, Kael, que la miraba atentamente, erguido y orgulloso.

Ella se irguió un poco más para estar a su altura.

―Bebe y prepárate.

Las dudas royeron sus pensamientos. Toda su vida la había conducido a aquel momento, a aquella prueba con la que demostraría ser digna del título de chamán. Sin embargo, siempre había tenido dificultades, siempre había perseguido las sombras de sus compañeros, que parecían superarla a toda velocidad durante su formación. Los hechizos que los otros jóvenes dominaban con facilidad la abrumaban. Ellos parecían utilizar la magia de la vida de forma intuitiva, mientras que ella luchaba solo para escuchar y encontrar el pulso vital, y mucho más para canalizarlo y moldearlo.

"Céntrate".

La palabra resonó en su mente y volvió a mirar instintivamente a Kael. Su maestro tenía una expresión neutra, pero sus ojos estaban fijos en los de ella y brillaban con orgullo y esperanza. Kael creía en ella, a pesar de las dificultades.

"No eres débil. Eres Merin, aprendiz de chamán de los Nel Toth. Eres una canalizadora de la magia viviente, una maestra de la sangre y el hueso. Estás a punto de cumplir tu decimosegundo año de vida y tienes un largo camino por delante, pero te he visto luchar para sobrevivir. Céntrate, Merin. Prospera. Triunfa".

Respiró hondo. Sería una de los aprendices que completarían la prueba... o moriría en el intento.

Trató de no pensar en los numerosos aprendices de chamán que, de hecho, morían en el intento.

Ya no había vuelta atrás.

Se llevó el recipiente a los labios y bebió todo el contenido.


Su obra estaba completa.

Le había llevado toda la mañana. Había sido un trabajo lento y la magia que había utilizado todavía era nueva para ella, pero acababa de labrar una hoja de obsidiana, cuyo peso seguía resultando extraño en su mano de guerrera.

Sin embargo, sería un arma mucho más mortífera que una espada.

Merin había trabajado lenta y metódicamente. Aunque seguía faltándole experiencia, la magia había fluido de forma natural a través de ella, con un ritmo casi subconsciente. Ya no era la niña que tenía que luchar para dominar un poder que escapaba torpemente de sus manos. El hechizo que había lanzado, aunque era nuevo para ella, le pareció antiguo y poderoso, y supo que lo había hecho bien incluso antes de terminarlo. En los alrededores, el lodo de la ciénaga se había alejado formando riachuelos, empujado por la fuerza pura del maná que se había acumulado en torno a Merin. El agua del pantano y los sedimentos se habían apartado mientras el arma cobraba forma, reconstruida y extraída de los eones que habían cubierto su filo antaño poderoso.

Merin admiró su belleza y su perfección antigua. Sabía que había grandes fuerzas durmientes como aquella por todo Jund, esperando a que volviesen a descubrirlas. Contempló su forma: era un elegante instrumento de muerte que había recuperado su antigua gloria... No, que ahora era superior gracias a ella. Estaba segura de que había tenido un nombre en el pasado; un nombre que se había perdido con el paso de los siglos. Ella le daría un nuevo significado.

Skaal Kesh.

Su voz retumbó con un tono cavernoso que la sorprendió. No había reparado hasta entonces en todo el tiempo que había pasado desde la última vez que usó la voz.

―Eres Skaal Kesh. Desenterrada y vinculada a mí.

Cuando volvió a hablar, su voz cobró fuerza y sus manos realizaron gestos intuitivos que vincularon el arma a su magia y su voluntad mientras una única palabra resonaba en su mente:

"Venganza".


Sus entrañas ardieron.

Merin entendió al instante de dónde procedía el nombre del Brebaje de Fuegonírico. Los delirios y las náuseas se apoderaron de ella, como un sólido muro de vértigo que arrasaba su consciencia y amenazaba con derribarla al suelo. Era como si un maestro chamán hubiese incinerado sus entrañas con fuego devastador: un dolor inexplicable y abrasador sacudió su cuerpo. El frasco cayó al suelo, pero ni siquiera fue consciente de ello.

Veneno.

La palabra acudió a su mente y supo que era cierta. Entonces lo comprendió: sin intervención, el Brebaje de Fuegonírico acabaría con su vida. Intentó respirar sumida en el dolor, intentó controlar los músculos que se contraían espasmódicamente para luchar contra la ponzoña que recorría sus vísceras.

Al mismo tiempo, Merin oyó un murmullo de voces que cobraban y perdían intensidad, cuyos tonos se superponían formando un ritmo palpitante. Se dio cuenta de que el Círculo estaba realizando un cántico, elaborando un hechizo en conjunto.

Entonces levantó la vista.

Ante ella, un enorme elemental surgió de la tierra. Una maraña de plantas se enredó entre las rocas y las unió unas a otras, formando unas extremidades gruesas y extrañas. Merin se fijó en aquella monstruosidad. Medía más de cuatro metros y su silueta proyectó una sombra sobre ella. Con un crujido, la gran roca que formaba su cabeza se abrió y reveló unas fauces afiladas. Unos rayos estáticos destellaron por sus colmillos de roca y saltaron hacia arriba, prendiendo lo que parecían dos ojos.

El elemental se inclinó hacia atrás, sus brazos gruesos como las patas de un uro se extendieron a ambos lados y sus fauces prorrumpieron en un rugido primigenio. Entonces estampó los brazos contra el suelo, causando un temblor de tierra mientras sus ojos relampagueantes se posaban en la pequeña, frágil e insignificante Merin.

Elemental de la avalancha | Ilustración de Joshua Hagler

―¡Entra en comunión con el espíritu, niña! ―gritó la anciana chamán en medio de los aullidos del viento con una voz sorprendentemente nítida―. ¡Átalo a tu voluntad!

Claro. Aquella era la prueba. Entrar en comunión. Vincularlo. Atarlo. Dominarlo.

Centró toda su atención en el elemental, levantó las manos con esfuerzo y un cántico ya familiar acudió torpemente a sus labios. El Brebaje de Fuegonírico ardía en su interior y se percató de que no era un simple veneno: la pócima aguzaba sus sentidos e incluso había despertado otros nuevos. Podía entrever las energías elementales que se extendían más allá de la forma física de la criatura. Podía sentir los latidos de maná que alimentaban su existencia.

Lo único que le costaba era su fuerza vital.

Así era el chamanismo de Nel Toth: la sangre y la carne se sacrificaban como materias primas a cambio de un poder salvaje. Supo que tenía que someter al elemental, y pronto. Con su poder, quizá lograse purgar el veneno antes de que la consumiera por dentro... O antes de que el propio elemental, aún descontrolado, la consumiera por fuera.

Empezó a comprender por qué tan pocos aprendices de chamán progresaban en el Círculo.

Extendió un zarcillo de su propia energía hacia el elemental. El primer contacto. El saludo. Apretó los dientes y se mantuvo firme a pesar del ardor que sentía en sus entrañas, del azote de los vientos y del intenso murmullo del cántico incesante del Círculo.

"Hola".


Avistó a los cazadores de los Nel Toth mucho antes de que la viesen a ella. Dos guerreros y una chamán se abrían camino entre la maleza. Los vigiló mientras avanzaban por aquel terreno difícil y se acercaban a su escondite. Las vestimentas de tonos marrones, las formas familiares de sus armas... Sintió un hormigueo en la espalda. "Ha pasado mucho tiempo". Todo le parecía familiar y desconocido a la vez; las cosas que antes eran cercanas se habían vuelto extrañas por el paso de los años. Verlos otra vez, allí, en persona, le pareció increíble, casi irreal. La tribu aún sobrevivía.

Pero eso estaba a punto de cambiar.

El primer guerrero murió antes de comprender lo sucedido. Unas llamas verdes e intensas estallaron en su pecho. En pocos segundos, todo su cuerpo fue pasto de las llamas y se derrumbó antes de llegar siquiera a gritar. El segundo guerrero gritó, saltó hacia atrás y desenvainó su espada; su mirada buscó desesperadamente al enemigo. En vez de eso, lo que encontró fue un puñal de hueso perforando su torso. Merin cargó su peso contra la espalda de su víctima y presionó para hundir el arma en el esternón.

Mago de guerra jundiano | Ilustración de Vance Kovacs

Una llamarada rugió hacia ella y Merin giró sobre sí, interponiendo al guerrero para bloquear el torrente de fuego. Cuando las llamas se apagaron, extrajo el puñal y empujó al suelo el cadáver calcinado. Levantó la vista justo para ver a la chamán cargando contra ella con un grito de furia y blandiendo su bastón para invocar a dos elementales espinoides: veloces, salvajes y afilados.

Merin vio la acometida y retrocedió mientras pasaba un dedo por la sangre del puñal de hueso. Se dibujó un glifo en la muñeca con la que sostenía el arma y lo terminó justo cuando los espinoides saltaron sobre ella. Con un gesto veloz de las manos, los dos elementales fueron pasto de las llamas verdes y quedaron reducidos a cenizas, que se dispersaron en el viento.

La chamán rugió sin aminorar el paso, echó hacia atrás su bastón y las llamas empezaron a crepitar alrededor de los dientes y los huesos que colgaban en el extremo... Cuando de pronto, una mano carbonizada se movió y la agarró por el tobillo. La chamán tropezó, su bastón salió volando y ella se estrelló contra el suelo con tanta fuerza que la muñeca se le partió con el impacto.

Miró atrás, horrorizada, y vio los ojos chamuscados e inexpresivos del guerrero muerto, que brillaban con el mismo tono verde pútrido de las llamas que habían devorado a sus elementales. El cadáver le aferró una pierna con la otra mano y los huesos de los dedos abrasados se clavaron y perforaron la piel, provocando un grito de terror.

Entretanto, Merin se acercó y observó a la horrorizada chamán con un desprecio frío. Un fuerte pisotón en la mano herida de la chamán causó otro crujido espeluznante. La víctima chilló de dolor y se retorció para tratar de liberarse, hasta que la hoja de hueso se apoyó en su garganta.

―¿Dónde están?

―¡Abominación! ―siseó la chamán al cruzar su mirada con unos ojos grises, fríos y carentes de emoción―. ¿Qué magia infame has...?

Las palabras de la chamán se convirtieron en un gorgoteo cuando la sangre brotó de su boca y del corte limpio que el puñal de hueso le hizo en la garganta.

Merin se levantó y volvió a pasar un dedo por la sangre del arma. Hizo un gesto para ordenar al guerrero muerto que soltase a la chamán y se pusiera en pie. Luego dibujó otro glifo con el dedo ensangrentado en el dorso de la mano homicida, pero este era mucho más complejo. Cuando terminó de trazar el patrón, un brillo verdoso se extendió por el cadáver de la chamán. La muerta se levantó del suelo con movimientos torpes y bruscos. Unos ojos sin vida y ahora con un matiz verde observaron a Merin.

―¿Dónde están? ―preguntó de nuevo―. ¿Dónde están las nuevas cuevas donde se reúne el Círculo?

La chamán hizo un ruido que pareció un intento de habla, pero lo único que se oyó fue un ligero silbido. Unas gotas de sangre brotaron de la garganta rajada.

―Señala ―ordenó Merin.

La chamán no reaccionó por un instante. Luego, muy lentamente, levantó una mano y un dedo cubierto de tierra y sangre apuntó hacia el este.

―Guíame. ―La muerta echó a andar lentamente.

»Espera. ―Se detuvo.

»Recoge tu arma ―ordenó Merin señalando el bastón que había en el suelo.

La chamán se agachó y se esforzó para levantar el bastón con su única mano.

Merin la observó unos segundos, divertida, y luego volvió la vista hacia el otro guerrero. El fuego verde había consumido casi toda la carne, pero algunos tendones y jirones de piel seguían pegados a los huesos. Merin se encogió de hombros. "Nada se desperdicia".

Levantó una mano y usó la magia que corría por sus venas. Comparado con haber labrado el arma aquella mañana y con los vínculos de sangre que acababa de usar, animar un esqueleto fue fácil. Ni siquiera necesitó vísceras para lanzar aquel hechizo.

Terminar | Ilustración de Wayne Reynolds

El esqueleto se levantó cuando la chamán por fin consiguió recoger su bastón. Con un gesto, la comitiva emprendió la marcha, con la chamán al frente, flanqueada por los dos guerreros. Merin los siguió unos pasos por detrás y envainó el puñal.

"La venganza comienza".


"Esto es el fin".

Escupió sangre y se pasó una mano por los labios, respirando con dificultad. Tenía un ojo hinchado y un brazo colgaba inútil y roto. Apenas podía ver; todo había quedado reducido a siluetas borrosas. Su cuerpo sufría un dolor indescriptible, sentía sus entrañas como si fuesen un lodo ardiente y sospechaba que el único motivo por el que seguía consciente era la propia sustancia que la estaba matando por dentro.

El intento de dominar al elemental no había ido demasiado bien.

Por decirlo suavemente.

El saludo, el zarcillo de maná para establecer el contacto inicial, no tuvo el efecto que esperaba. Nunca había sido hábil invocando o formando vínculos con elementales, pero jamás había visto a uno reaccionar con la furia de aquel.

En cuanto entraron en contacto, el elemental se sacudió con un rugido y le asestó un golpetazo con una extremidad gruesa como las patas de un uro. El ataque la cogió por sorpresa y, cuando levantó un brazo para protegerse, la fuerza del impacto se lo rompió al instante. Lo único bueno era que el nuevo dolor le hizo olvidar momentáneamente el ardor constante del veneno.

Se había levantado con esfuerzo; le faltaba el aire, tosía y miraba desesperada al Círculo para que le dijesen qué hacer. Las miradas perplejas de muchos no la tranquilizaron. Se fijó en Kael. Su rostro seguía igual de estoico que siempre, pero sus puños apretados delataban su estado. Un sonoro rugido hizo que volviera a fijarse en el elemental, que se preparaba para otro ataque. Merin intentó respirar y centrarse, pero un nuevo dolor agudo le dijo que algunas costillas se habían fracturado, o incluso roto.

"Que no te entre el pánico. Céntrate. Si no puedes formar un vínculo de mutuo acuerdo, debes forjar una cadena por la fuerza".

Daba igual que nunca hubiera conseguido dominar a un elemental contra su voluntad, y menos todavía a uno de semejante tamaño. Tenía que conseguirlo. Iba a conseguirlo. No iba a morir de aquella forma.

Unos treinta minutos después, parecía que se había equivocado: iba a morir de aquella forma. Solo su fuerza de voluntad y una dosis generosa de buena suerte la habían mantenido con vida. Los pocos rituales que conocía no tenían ni por asomo el poder necesario para someter al elemental desbocado, ni siquiera con sus habilidades aumentadas por el Brebaje de Fuegonírico. En ese momento, estaba encogida de miedo bajo una cúpula de piedra que había levantado a su alrededor, mientras que el elemental rugía y la aporreaba desde fuera. Una lluvia de trozos de piedra caía sobre ella con cada golpe y supo que el refugio no aguantaría mucho más. Y aunque lo hiciese... Otra punzada de dolor en el vientre le recordó que también tenía que luchar contra otra cosa. Sin embargo, parecía que el elemental iracundo iba a acabar con ella antes que el veneno que había ingerido voluntariamente.

A pesar de todo, la proximidad de la muerte no era lo que más la horrorizaba, sino su pésima actuación ante el Círculo. No había conseguido formar un vínculo con el elemental y todos sus hechizos y rituales chamánicos eran torpes y débiles. Incluso con el Brebaje de Fuegonírico recorriendo su cuerpo, seguía teniendo dificultades para oír el pulso de Jund, el latido de la magia de la vida que se suponía que debía dominar. El refugio de piedra había sido su hechizo más eficaz, pero solo porque había derramado su propia sangre para aumentar su poder.

"No eres débil".

La desesperación y la ira bullían en el fondo de su estómago. Al parecer, Kael se había equivocado.

Con el siguiente golpetazo, un rayo de luz entró en la cúpula. El fin estaba cerca.

Pero aún no la había alcanzado.

Respiró y llenó de aire sus maltrechos pulmones, ignorando las protestas de su caja torácica. Respiró, se centró en el latido acelerado de su propio corazón para encontrar un latido más profundo: el pulso de la vida, del fuego de Jund. Respiró y el tiempo pareció ralentizarse cuando se esforzó para escuchar, para aferrarse al esquivo ritmo, para recurrir al pulso de magia e intentar por última vez... hacer algo; lo que fuese. Escuchó, entró en tensión, buscó el poder, buscó el origen.

Un torrente, luego silencio. Un torrente, luego silencio.

Frunció el ceño y su frente se arrugó. Siempre había luchado para encontrar ese torrente, el origen de la fuerza vital al que todos los chamanes recurrían para utilizar su poder. Siempre había fracasado al tratar de armonizar sus palabras y sus gestos con el pulso, cuyo ritmo le parecía extraño e inalcanzable. Pero en aquel instante, mientras escuchaba, mientras sentía que su propia vida se consumía, los momentos de silencio entre el torrente la llamaron. La falta de sonido y el vacío infinito tiraron de ella. Nunca había percibido como entonces aquel espacio, la silenciosa oscuridad siempre presente. Se dio cuenta de que sus dominios parecían mayores, que tenían más presencia que los del torrente: ocupaban todos los espacios que no eran del latido, que no eran de la vida.

Un estruendo lejano y el crujido de la roca le recordaron que el tiempo seguía fluyendo fuera de ella misma. La sensación sobrenatural del aire caliente y la luz solar de Jund en la piel le dijo que se le agotaba el tiempo. Tenía que hacer algo de inmediato.

Hundió una mano en la oscuridad y tiró.


Los chamanes del Círculo creían que estaban presenciando otra prueba que terminaría en fracaso; un fracaso estrepitoso, a decir verdad. Por algún motivo, la joven había enfurecido al elemental con el que debía formar un vínculo, lo que resultaba bastante inusual. Se suponía que la prueba no debía ser un combate, sino una carrera contrarreloj. No obstante, aquella prueba se había convertido en una lucha entre una niña y un colérico elemental de la avalancha.

Cuando la niña levantó un refugio de piedra utilizando su propia sangre como medio para potenciar su hechizo, algunos chamanes se habían inclinado hacia delante, intrigados. Unos pocos rumores recorrieron el Círculo, comentando su tenacidad y su ingenio.

Nadie estaba preparado para lo que sucedió después.

Cuando el elemental arrancó gran parte de la cúpula de piedra, un destello verdoso surgió del interior. Un segundo después, un pilar de llamas esmeraldas estalló hacia el cielo. La inmensa columna de fuego titilaba salvajemente... pero no desprendía calor, no era un fuego ardiente, no crepitaba, no procedía del pulso. El Círculo contempló horrorizado aquel fuego antinatural. El elemental de la avalancha retrocedió, observando también las llamas.

Entonces dio media vuelta e intentó huir.

Las llamas perdieron intensidad y de ellas surgió la silueta de una niña, oculta tras un aura de fuego verde. El Círculo vio unas manos que se levantaban... y una llamarada voló hacia el elemental. Algunos chamanes afirmarían más tarde que vieron las llamas adoptando la forma de calaveras mientras volaban por el aire, hasta alcanzar al elemental.

Merin del can Nel Toth | Ilustración de Mark Winters

El elemental prorrumpió en un alarido atormentado cuando las llamas lo alcanzaron. Se retorció, inmerso en una luz jade, y comenzó a marchitarse. Todo acabó en cuestión de segundos. Las rocas y la piedra se desplomaron en una montaña de escombros. El fuego había devorado la maraña de plantas, el relámpago, el maná... Todo lo que tenía vida. No quedó nada salvo una pila de rocas partidas.

Todas las miradas se volvieron hacia la niña justo cuando sus rodillas cedieron y se desplomó.


Unas voces apagadas resonaron en la cabeza de Merin y unos remolinos de colores sin sentido flotaron ante sus ojos. Nadó desesperadamente hacia la superficie, luchando contra el agotamiento y el delirio, luchando por recuperar la consciencia. Había intentado canalizar un hechizo de fuego tal como le había enseñado Kael, solo que recurriendo al vacío en vez de al pulso. No tenía ni idea de cuál había sido el resultado, pero todavía pensaba, así que estaba viva y eso tenía que significar que todo había terminado bien.

"Céntrate. CÉNTRATE. Abre los ojos".

Muy muy lentamente, su cuerpo respondió. Sus párpados se abrieron poco a poco, pesados y aletargados.

La escena que se encontró fue... confusa.

Dos chamanes del Círculo estaban de pie junto a ella, observándola con dureza y apuntándola con sus bastones. Detrás de ellos vio las siluetas borrosas de los demás, que estaban enzarzados en un debate acalorado. Las palabras aún eran ininteligibles, como una mezcla confusa de sílabas. Pidió a su cerebro que diferenciase las palabras y agitó la cabeza para intentar despejar el aturdimiento del Brebaje de Fuegonírico.

Raíces corrompidas | Ilustración de Mark Hyzer

―No te muevas.

Miró hacia el extremo del bastón, confusa. El chamán que sostenía el arma la miraba con furia; también vio la desconfianza en sus ojos... junto con un destello de miedo.

El debate concluyó y sintió sobre ella la mirada onerosa del Círculo.

―Deberíamos matarla ahora mismo.

Las palabras de una voz desconocida le llegaron con claridad y disiparon su aturdimiento.

―Ha utilizado... No sé qué ha utilizado, pero no era magia de la vida, desde luego.

―Sin embargo, su poder es innegable ―replicó otra voz.

―¡Ha destruido al elemental! ―intervino una tercera voz―. No lo ha desconvocado ni lo ha derrotado: lo ha aniquilado.

―¿Os fijasteis cómo rechazó el vínculo inicial?

―El elemental lo sabía.

―Esta niña es inestable.

―Peligrosa.

―Pero poderosa ―volvió a hablar la segunda voz, esta vez más apremiante―. ¿Alguna vez habíais visto algo así? Podría convertirse en una gran chamán y...

―No es una chamán.

Esa última voz... Reconoció esa voz.

Era Kael.

―Estamos unidos a la vida. Defendemos el equilibrio. Ese fuego no era de naturaleza chamánica.

Giró la cabeza para buscarle, pero el chamán que la vigilaba le presionó la garganta con el bastón y detuvo sus movimientos.

―Es una abominación. Jamás será una chamán.

Todos guardaron silencio y solo se oyeron el agudo silbido del viento y la voz retumbante de Kael. Vio a los chamanes apartarse mientras él avanzaba entre la multitud y entraba en su campo de visión. Sus ojos la miraban, intransigentes, inflexibles y fríos. Unas gotas húmedas llegaron a sus manos y se dio cuenta de que estaba llorando.

―Tenemos que matarla.

Un murmullo de consenso se propagó entre los miembros del Círculo.

Kael levantó su bastón y ella bajó la mirada. Incluso cuando creyó haber triunfado, había fracasado. Y allí estaba, traicionada por el único que creía en ella, que la consideraba digna y fuerte incluso cuando ella no creía en sí misma.

―No puedes matarla.

Todas las cabezas del Círculo se giraron hacia el origen de aquella intervención inesperada. Era la chamán anciana, la que le había entregado el Brebaje de Fuegonírico; estaba apoyada en su bastón, con los cabellos meciéndose tan salvajemente como siempre.

―La prueba aún no ha terminado.

―Ha destruido al elemental. Ya ha concluido ―objetó Kael.

―La prueba no termina hasta que los jóvenes purgan el Brebaje de Fuegonírico o sucumben al sueño eterno. ―Las palabras de la anciana eran sencillas, pero reverberaron con la importancia mágica de un ritual antiguo.

―Es una anomalía. Es peligrosa ―insistió Kael.

―No es motivo para transgredir nuestras tradiciones y romper nuestros juramentos. No mancillarás tus manos. ―La anciana sostuvo la mirada de Kael hasta que él la desvió.

»Además, no le queda mucho tiempo entre los vivos.

El Círculo volvió a girarse hacia ella y Merin bajó la vista hacia el suelo de piedra, odiando que su respiración entrecortada e irregular la traicionara y confirmase las palabras de la anciana.

―Dejad que termine la prueba en solitario ―dijo extendiendo los brazos para dirigirse a todo el Círculo―. Que el brebaje devore su mente y las crías de dragón devoren su carne, al igual que su fuego devoró al elemental.

La anciana sostuvo su bastón en alto. Lentamente, uno a uno, los miembros del Círculo imitaron el gesto y se mostraron de acuerdo.

Al final, el bastón de Kael era el único que seguía en contacto con el suelo.

La anciana asintió para reconocer el voto discordante de Kael y se giró para marcharse. Uno a uno, los chamanes del Círculo la siguieron hasta que solo Kael permaneció junto a Merin.

Volvió a levantar la vista hacia él, esperando que le sonriese como hizo tiempo atrás, cuando fue el primero en elegirla, el primero en atisbar la llama de potencial mágico de su interior. Kael le devolvió la mirada, sin cambiar de expresión.

―Muere, Merin. Muere en silencio y sola.

Kael le dio la espalda y se marchó.


Merin no murió.

Aquello habría sido fácil. Tumbada en aquel lecho de roca, el veneno recorrió sus entrañas y devoró lo que le quedaba de vida. Rechazada, quebrada y sola, abandonada por todo lo que conocía.

Pero algo había despertado en su interior. Merin había encontrado un poder. Había encontrado fuerza.

Había encontrado un propósito.

En el silencioso espacio entre medias. En el vacío oscuro y susurrante. Lo había encontrado y era una fuerza que le pareció tan natural como respirar. Al igual que los demás chamanes, para quienes era fácil recurrir al poder del pulso, ella por fin había encontrado su auténtica aptitud en medio de su prueba.

Y la habían abandonado para que muriese por ello.

No, no murió. No se encogió de miedo hasta que la muerte la encontró. Se negó a hacerlo.

Aquel día, ya no tuvo que luchar para comportarse según las normas del Círculo. Kael se había equivocado. Era una chamán.

Simplemente, era una chamán que los Nel Toth jamás habían visto.

No murió, ya que aquel día consiguió dominar a la misma muerte. La había blandido como un arma y la había manifestado como una llama. Y luego la utilizó como soporte para su propia vida, modificando los tejidos maltrechos entre latido y latido. Aquel día, cerró los ojos para volver al espacio del silencio infinito y recurrir a la fría oscuridad, utilizando su nueva fuente de poder para extinguir el Fuegonírico que ardía en su interior.

Arrastró su cuerpo roto y magullado a un refugio y comenzó un lento proceso de sanación. Cuando las garras gélidas de la muerte trataron de alcanzarla, no tuvo miedo ni luchó como habría hecho un chamán de la vida. Merin acarició la mano de la Muerte con la suya y se familiarizó con el abrazo de la Muerte. Cuando alguna bestia la amenazó, recurrió a la Muerte como si fuese una vieja amiga, abatiendo presas que en su antigua vida solo habría soñado con cazar, y todo con pensamientos y gestos simples.

Y cuando sus heridas físicas sanaron lo suficientes como para caminar, se marchó.

Abandonó las tierras altas y las cumbres volcánicas. Caminó por los densos matorrales de las tierras bajas. Recorrió las ciénagas pantanosas hasta que lo dejó todo atrás.

Continuó avanzando por la ciénaga, siguiendo la llamada de la oscuridad. En ella encontró determinación. Encontró un propósito: "Hazte fuerte. Acepta el poder. Busca la venganza".

Jund era demasiado ruidoso. El pulso siempre presente, el latido que tanto se había esforzado por escuchar, ahora era una molestia palpitante, una cacofonía incesante que interrumpía la grata oscuridad silenciosa. Buscó un lugar tranquilo, un rincón tenebroso del mundo; un lugar sin seres vivos.

Su viaje fue lento. Tardó años en encontrarlo, pero finalmente, los susurros de las extrañas regiones yermas empezaron a llevarla hacia lugares donde unos entrópicos vendavales de muerte sustituían a los vientos jundianos y donde ninguna bestia podía sobrevivir. Lugares donde los cadáveres volvían a caminar por algún motivo, surgiendo de los pozos de alquitrán y alejándose a rastras de las profundidades de los pantanos. La primera vez que encontró un lugar así, un pequeño pantano donde el suelo parecía más bien carne putrefacta que tierra natural, supo que había dado con su vínculo. Aquella imperfección que invadía su mundo era la morada de la oscuridad, un refugio silencioso entre el estruendo de Jund. Sus hechizos florecieron allí y buscó más lugares como aquel: extensiones mayores de tierra muerta, lugares donde los demonios sustituían a los dragones como señores de sus territorios.

Panorama de Grixis | Ilustración de Nils Hamm

Durante sus viajes conoció a otros como ella, magos que recurrían a la oscuridad y utilizaban otro título (nigromantes) y llamaban a la tierra con otro nombre extraño: Grixis. Aprendió sus habilidades y derrotó a sus muertos vivientes, porque ella tenía algo de lo que carecían los demás: conocimientos sobre los seres vivos. Mientras que los otros animaban los cadáveres de los muertos para que fuesen sus soldados y sus armas, ella aprendió a revitalizar a los fallecidos... A pedir Prestados a los individuos de las garras de la muerte.

Y ahora, dos años después, había regresado. Había vuelto a Jund desde los confines de Grixis con un único propósito. Ahora, tres de sus Prestados la guiaban hacia la morada actual de los chamanes del clan Nel Toth.

Ahora, traía la muerte para aquellos que habían tratado de darle muerte a ella.

Vengarse es demasiado fácil, pensó mientras caminaba por el campamento. Los dos guerreros prestados habían despachado al joven chamán que montaba guardia, evitando que diese la alarma, mientras que su chamán prestada había convocado a sus propios elementales espinoides para asaltar el Círculo. El resultado fue un baño de sangre. Los chamanes Nel Toth salieron en desbandada ante el ataque de sus amigos muertos y los elementales salvajes que pensaban que eran aliados. Con cada chamán que caía, sus filas crecían y el caos y el pánico aumentaban. Solo tuvo que seguir levantando a los cadáveres.

En medio de la locura, buscó un rostro en particular. Quería asegurarse de que no encontrase la muerte en las manos desconocidas de un Prestado. Quería ver su rostro, ser testigo de su miedo y hacer que lo lamentase.

No tuvo que molestarse en buscarlo.

Tres grandes torrentes de fuego barrieron sus filas, derritiendo tanto carne como hueso. Se protegió los ojos a la vez que se rodeó con una sombra protectora y ordenó a los Prestados que volvieran a levantarse.

Esqueletonizar | Ilustración de Karl Kopinski

Sin embargo, las llamas persistieron, calcinando tendones y reduciendo los huesos a una masa inanimada.

Merin sonrió. Solo un maestro de los Nel Toth podía mantener encendidas unas llamas tan intensas.

En efecto, entre el fuego aparecieron dos ancianos que portaban bastones recargados con colmillos de dragones y garras de thrinax. Los ancianos flanqueaban a una persona alta, estoica y severa. Algunas mechas canosas surcaban su pelo y su rostro tenía más arrugas de las que recordaba, pero por lo demás, Kael tenía el mismo aspecto.

―¡Tu invasión termina aquí, maga de la muerte! ―rugió Kael―. El clan Nel Toth no caerá ante la escoria de Grixis. Los tuyos se han arrastrado otras veces por nuestras tierras y han quedado reducidos a sangre y cenizas.

―Me decepciona que no me reconozcas, Kael. ―Bajó su barrera tenebrosa y mostró su rostro. Observó cómo fruncía el ceño. Disfrutó con el lento proceso de asimilación y saboreó los destellos pasajeros de asombro en sus ojos.

Kael levantó las manos para lanzar un hechizo, pero ella fue más rápida. Dos calaveras aullantes de fuego verde surgieron de sus palmas y se estrellaron contra los ancianos que protegían a Kael, inmolándolos en columnas de llamas. Sonrió maliciosamente al verlos arder, pero su satisfacción se transformó en asombro cuando se dio cuenta de que los dos chamanes parecieron ignorar las llamas y empezaron a correr hacia ella. Se centró en los dos e intensificó el fuego que aún les quemaba la carne, pero siguieron avanzando impávidos y sus siluetas humanas se convirtieron en bestias. De pronto, se encontró enfrentándose a un oso inmenso y a un thrinax con largos colmillos, los dos ardiendo con llamas que deberían haberlos matado nada más alcanzarlos.

El oso lanzó un zarpazo y el thrinax intentó roerle las piernas. Se agachó para evitar el primer golpe, pero las fuertes fauces lograron atraparla por la pantorrilla y los colmillos se clavaron en su carne, provocando un grito de dolor.

Thrinax marcatierra | Ilustración de Daarken

Antes de que la bestia pudiera apartarse, Merin extendió los brazos hacia ella y le agarró los colmillos con ambas manos. La corrupción negra se extendió por su carne y la bestia liberó su pierna. La combinación del fuego y la corrupción por fin la abatieron.

Merin se revolvió justo cuando el chamán-oso volvió a descargar un zarpazo, que la hirió a lo largo del hombro. Apretó los dientes, se giró y bañó a la bestia en ráfagas constantes de fuego esmeralda. Por fin se derrumbó a sus pies como una mole humeante.

El chisporroteo del relámpago y el retumbo de la roca le dijeron que había tardado demasiado en despachar a los dos ancianos. Un breve vistazo a Kael confirmaron sus temores: tres grandes elementales de la avalancha cobraron forma a su alrededor; sus ojos centelleantes se volvieron hacia ella y las extremidades de plantas y piedra se agitaron, preparadas para aplastarla. Unas nubes de tormenta se acumularon en el cielo, cargadas con la energía pura de los elementales. Reavivó apresuradamente a los dos chamanes que tenía delante, aunque sus cuerpos estaban casi inservibles después de los hechizos que había desatado contra ellos.

Miró a Kael, con los puños listos y cubiertos de fuego esmeralda, y entonces dudó. Kael también la miraba, pero en vez de ver la furia o la determinación que esperaba, su expresión parecía pensativa y triste. El aire chisporroteó con la carga estática de los elementales, pero Kael no los envió al ataque.

―Tendrías que haber muerto, Merin.

―Tendrías que haberme matado, Kael ―bufó ella―. Como querías hacer.

―Tienes razón. Tendría que haberlo hecho, para que no te convirtieras en esto.

―Me dijiste que dominaría la sangre y el hueso. ―Soltó una risa vacía, carente de júbilo―. Ahora he conseguido eso y mucho más.

―No de esta forma. ―Kael negó con la cabeza―. No eres una canalizadora de vida. Solo eres una herramienta de la muerte, una marioneta.

―Te equivocas. He sometido a la muerte.

Kael suspiró. En el pasado, le habría parecido un gesto paternal. Pero ahora no vio en ello más que desdén.

―Si insistes... Regresa a la tierra, Merin Sometemuerte.

Kael la señaló y los tres inmensos elementales cargaron contra ella; sus rugidos llenaron el aire y sus pesados pasos hicieron temblar la tierra.

Merin sonrió mientras miraba los dos cadáveres casi destruidos que la defendían. La sonrisa se convirtió en una carcajada demencial y estridente mientras los elementales se acercaban cada vez más.

Con un gesto repentino, arrancó las chispas vitales de los dos Prestados. Levantó las manos y envió las chispas hacia el cielo.

―Ataca, Skaal Kesh.

Ilustración de Mark Winters

Más que verla, sintió a su arma perfecta descendiendo del cielo. Una colosal silueta oscura cayó a una velocidad vertiginosa, dejando a su paso una estela de nubes y levantando una ráfaga de viento en el lugar donde aterrizó. Los tres elementales se desmoronaron en plena acometida; sus vínculos al plano se habían roto cuando el instrumento de venganza de Merin alcanzó a Kael. Se agachó para esquivar las rocas gigantes que rodaron hacia ella y se hizo a un lado cuando se estrellaron y provocaron lluvias de piedras y polvo.

Cuando las rocas dejaron de moverse, miró hacia donde había estado Kael. Un enorme dragón oscuro estaba agachado allí y sostenía el cuerpo quebrado de Kael empalado entre sus garras. Los ojos del dragón tenían un brillo verde y una humareda putrefacta surgía de sus fauces. Sus músculos se tensaron cuando cambió de posición y su larga cola barrió la piedra, enviando pequeñas chispas al cielo. "Skaal Kesh". La Garra del Azote.

Para su sorpresa, Kael seguía consciente, a pesar de que las garras le perforaban el abdomen y lo sostenían en el aire. Bajó la vista hacia ella cuando se acercó.

―Has domado... a un dragón... No es posible... ―masculló.

―He reforjado a un dragón ―corrigió ella.

Un sonido silbante escapó de la boca de Kael. Intuyó que se trataba de una risa.

―Así que tenía razón... Eres fuerte, Merin.

Se quedó mirándolo; su rostro era una máscara de piedra.

―Devora, Skaal Kesh.

El espantoso crujido de los dientes rasgando la carne y el hueso resonó por las estepas. La sangre brotó a chorros cuando el dragón consumió de dos bocados los últimos recuerdos del pasado de Merin. Había cumplido su venganza.

Pero no estaba satisfecha.

Se giró y miró al horizonte, hacia los paisajes indómitos de Jund. Oyó vagamente el pulso salvaje de la tierra, un pulso que antes había tratado de dominar. Ahora quería destruirlo.

Su venganza continuaría. Silenciaría el ritmo palpitante de aquella tierra. Le mostraría la belleza de la oscuridad y la serenidad de la muerte.

Era Merin, la última del clan Nel Toth.

Y no se detendría hasta que todos los túmulos de Jund se derrumbasen.