HUATLI

Huatli maldecía entre dientes mientras cruzaba la jungla, en dirección a los lejanos muros dorados de Orazca.

Apenas distinguía más adelante la silueta de Angrath, que atravesaba en línea recta la espesura de la selva. En la periferia de su mirada, Huatli vio el destello de unas escamas plateadas y conocidas.

—¡Detente de una vez! —gruñó, y sus ojos desprendieron un brillo ambarino cuando aferró el aire con un puño. En menos de un segundo, un enorme dinosaurio apareció ante ella y no tardó en dar alcance a Angrath, derribándolo sin esfuerzo y apresándolo bajo una pata.

El minotauro bramó con furia y Huatli incitó al dinosaurio a responderle con su propio rugido.

Angrath calló al instante y empezó a resollar y gruñir bajo el peso del animal.

—¿Has conseguido controlarlo? —preguntó la voz de una anciana detrás de Huatli.

Tishana apareció entre la vegetación de la jungla con una sonrisa taimada en la comisura de los labios. Huatli la vio llegar a la cabeza de una decena de tritones, todos preparados para entrar en acción.

—Sí, lo he inmovilizado. Gracias, Tishana —confirmó Huatli.

La moldeadora la observó en silencio, cambiando su peso de una pierna a la otra.

Huatli aguardó a que se le calmara el pulso y se preguntó si la anciana volvería a emprender la carrera. Estaba medio convencida de que lo adecuado sería dejar a Angrath bajo el dinosaurio y unirse a Tishana si esta reanudaba la marcha hacia la ciudad.

—¿Nuestro acuerdo ya no sigue en pie? —preguntó Huatli con tono firme.

—He reunido a mi clan —respondió la anciana—. El trato sigue vigente. Ahora que la ciudad ha despertado, se ha convertido en un reclamo. Otros pretenden reunirse, atraídos por su luz... Al igual que tú, pequeña polilla.

Huatli parpadeó varias veces al sufrir otro dolor de cabeza pasajero. La metáfora de la polilla no le había sentado bien.

—Veo que algo te aflige —observó Tishana con preocupación, al tiempo que se acercaba.

—Estoy bien —negó Huatli ignorando su malestar—. Cuanto más nos acercamos a la ciudad, más me duele la cabeza, pero eso es todo.

—El pirata y tú surcáis corrientes similares —comentó enigmáticamente la tritón—. ¿Qué ves al vislumbrar más allá de nuestro velo?

—¡Mis cadenas en vuestros morros! —bramó Angrath a los pies del dinosaurio. Huatli giró una muñeca y el animal lo hundió más en la tierra.

—Oigo historias de otros mundos —le confesó a Tishana sin hacer caso a los rugidos amortiguados de Angrath.

—En ese caso, debemos asegurarnos de que puedas escucharlas de principio a fin, poetisa guerrera —afirmó la tritón apoyando una mano en el hombro de Huatli. El rostro de la anciana era sereno y amable, la encarnación de la sabiduría.

A Huatli le dio un vuelco el corazón. Se arrodilló junto a Angrath, que continuaba luchando por liberarse de las garras del dinosaurio.

—Lo lamento, pero debo continuar con Tishana. Hice un trato con ella en primer lugar.

Angrath intentó bramar una respuesta entre una bocanada de barro. Huatli posó una mano en el dinosaurio y le dio una orden sencilla.

—Te soltaré dentro de media hora. Lo siento.

Huatli silbó y un cuernorromo acudió trotando desde la espesura. Subió con facilidad al lomo del animal y reanudó la marcha para no tener que seguir escuchando las furiosas e incomprensibles protestas del minotauro.

Tishana la alcanzó enseguida, montada sobre el mismo elemental de otras ocasiones.

La travesía se hacía eterna. Los chapiteles estaban cada vez más cerca y el sol se aproximaba a su cénit. Huatli procuraba avanzar a buen ritmo para guardar las distancias con Angrath, consciente de que el peligro no solo aguardaba más adelante, sino que también la perseguía.

El oro de la ciudad reflejaba la luz y el calor del sol. Al cabo de un rato, Huatli se enjugó el sudor de la frente al cruzar la entrada de la ciudad dorada.

Orazca era magnífica, un paisaje urbano lleno de paredes brillantes y grandes grabados. Huatli se había preguntado si llegar allí sería comparable a regresar a su hogar, pero la sensación que tuvo fue la de visitar a un pariente lejano. Le resultó familiar y extraño a partes iguales, como llegar a un sitio acogedor a la par que incómodo.

Tishana y Huatli recorrieron la avenida principal, dejando atrás un sinfín de callejones y travesías. Las fachadas de los edificios eran altas, pero distinguieron a lo lejos una construcción principal; Huatli supo de todo corazón que, de algún modo, estaba destinada a entrar allí.

Entonces, por el rabillo del ojo, vio a Tishana señalar hacia arriba.

El cielo se había tornado negro como el esquisto de un río. Unas nubes densas se elevaban desde la torre principal de Orazca como el humo de una hoguera. Aquella imagen llenó de temor a Huatli. Su montura comenzó a dar pisotones contra el mosaico de oro impoluto de la plaza situada frente a la torre.

Parecía como si el imponente chapitel propagase una mancha negra por el cielo. De pronto, Huatli soltó un grito ahogado cuando vio a alguien precipitarse desde lo alto de la torre.

―¡No! —gritó Tishana a su lado, y Huatli sintió una intensa oleada de magia cuando la moldeadora levantó ambas manos hacia el frente. El cuerpo que caía hacia ellas comenzó a descender más despacio, hasta que se detuvo gracias a una ráfaga de viento que soplaba hacia arriba. Una cortina de polvo y hojas cayó lentamente a la vez que lo hacía el desconocido. El elemental de Tishana corrió hacia la torre y dejó a Huatli en el extremo de la plaza.

Huatli llamó a la moldeadora, pero una estampida de tritones ahogó su voz cuando estos se apresuraron a formar un círculo en torno a Tishana y la persona caída.

Huatli ordenó a su montura que corriera junto a ellos. Las pisadas del dinosaurio golpetearon el suelo dorado y frenaron el ritmo al acercarse a la multitud de tritones alarmados. Huatli se preparó para lo peor; como guerrera, había presenciado escenas cruentas. Sin embargo, el tritón caído estaba casi ileso, excepto por una mancha de sangre bajo el mentón.

Huatli desmontó y se acercó para ver. Tishana hablaba en susurros al desconocido mientras varios de sus congéneres aplicaban sobre él un hechizo sanador.

—Kumena, hemos llegado. ¿Quién hay en la torre?

—¿Quiénes crees tú que son? —respondió él con un hilo de voz mientras abría los ojos poco a poco. Tenía la piel muy pálida y había sangrado por la boca al hablar.

Huatli frunció el ceño. El cúmulo de magia oscura en el cielo solo podía significar que la Legión del Crepúsculo se había hecho con el control del Sol Inmortal y, por tanto, de la ciudad.

Tishana dio una breve orden a los tritones que la rodeaban y luego se volvió hacia Huatli.

—Podemos derrotarlos si luchamos juntas. Luego decidiremos quién gobernará Orazca.

Huatli respondió con una sonrisa.

Un ruido lejano llamó su atención. A la sombra del cielo oscurecido, le costó distinguir a un grupo de lo más variopinto que se dirigía a toda prisa hacia la torre: una sirena volaba a varios metros del suelo, una mujer que conocía demasiado bien corría cargando con una vela de barco raída, y al frente iba un trasgo de aspecto asilvestrado y trastornado. El trasgo enarbolaba un sable mayor que él mismo y chillaba como un loco mientras corría: "¡A POR SOL! ¡A POR SOL!".

Piratas —siseó Tishana. La tritón agarró a Huatli por un hombro y tiró de ella en dirección a las escaleras que conducían a lo alto de la torre.

»¡Deprisa! ―le gritó, y Huatli fue detrás de ella.

Sus pasos resonaban a un ritmo constante mientras corría torre arriba.

Adelantó a Tishana, pero la tritón la siguió de cerca, aferrando el tótem de jade que contenía al elemental que usaba como montura. La escalera parecía no tener fin y, cada pocos pasos, en el exterior se veía un cielo siniestro e imponente a través de una ventana vertical. Huatli resollaba por el esfuerzo y su corazón trataba por todos los medios de seguir el ritmo de sus pies. A medida que ascendían, Huatli era cada vez más consciente de que tal vez no regresara con vida a su hogar.

Cuando finalmente llegaron a la cima de la torre, se toparon con una enorme puerta entreabierta. La entrada era cuatro veces más alta que Huatli, quien se quedó atónita por unos instantes al admirar la majestuosidad arquitectónica que habían creado sus ancestros.

—¡Bellacos! —gritó Tishana cuando entró en la estancia, apartando a Huatli de un empujón. La moldeadora arrojó el tótem de jade con una mano y comenzó a despertarlo empleando la otra.

Huatli regresó de inmediato al presente. "Luego habrá tiempo de maravillarse. Ahora hay que expulsar a los vampiros".

Cruzó la puerta corriendo y examinó la situación.

La sala era amplia y espaciosa. Al igual que el resto de la ciudad, estaba construida con una cantidad ingente de materiales preciosos, que en este caso rodeaban un elemento principal en el suelo. En el centro de la estancia había un disco engastado en el suelo de jade. La pieza tenía un diámetro similar a la altura de Huatli y emitía un frío brillo blanco y azulado a los pies de una conquistadora de actitud amenazante. Cerca de ella había un segundo vampiro ("un hierofante", recordó ella) que sostenía un báculo, desafiante.

—¡Soy Vona, la Asesina de Magán, y el Sol Inmortal pertenece a la Legión del Crepúsculo! —proclamó la mujer. Huatli la recordaba: era la vampira sudorosa de la jungla.

Entonces reparó en lo que había a los pies de la vampira y dejó escapar un grito ahogado. Allí estaba, incrustado en el oro reluciente del suelo, más auténtico que nunca. Aquel disco solo podía ser el Sol Inmortal.

—¡¿Lo colocaron en el suelo?! —exclamó con incredulidad.

Tishana ya había elegido un blanco. Su elemental creció una vez más y embistió contra Vona, situada encima del Sol Inmortal.

La mirada de Huatli se cruzó con la del hierofante. El vampiro bajó el extremo del báculo hacia ella mostrándole los colmillos, y Huatli pasó al ataque.

Corrió agachada, directa hacia su enemigo. El sacerdote vampírico le lanzó un zarpazo al rostro cuando se aproximó a él, pero Huatli se dejó caer sobre las rodillas y pasó patinando a su lado, haciéndole un corte en un tobillo al deslizarse sobre el frío suelo de jade.

El hierofante soltó un rugido. Huatli lo agarró de la túnica y tiró de él hacia abajo. La cabeza del vampiro golpeó el suelo con un crujido espantoso. Huatli lo sujetó contra el suelo usando la mano derecha y empuñó su arma en la zurda.

—¡Suéltalo! —exclamó una voz al otro lado de la sala. Huatli se giró, alarmada, y el hierofante aprovechó la oportunidad para revolverse y propinarle una patada en el pecho.

Huatli cayó de espaldas y su armadura se estrelló con un sonoro ruido metálico. Cerró los ojos en una mueca de dolor y, cuando los abrió, se encontró con la mirada de Vona. La conquistadora mostró una sonrisa de superioridad y levantó una mano de uñas afiladas, dispuesta a golpear.

—¡Soy la Daga de los Pecadores, la Conquistadora de Orazca!

Un humo oscuro y carente de olor se expandió por la estancia. Huatli prorrumpió en un grito cuando un intenso dolor recorrió todo su cuerpo. Intentó levantarse, pero cayó de nuevo sobre manos y rodillas. Todos sus músculos se estremecían y el aire se negaba a entrar en sus pulmones. Huatli se miró una mano y vio cómo se tornaba púrpura y marrón, como si estuviera cubierta de cardenales vivientes.

El terror le invadió el corazón: Vona estaba usando el Sol Inmortal para manipularle la sangre.

Huatli buscó a Tishana con la mirada y vio a la anciana tritón derribada en el suelo, apresada por el hierofante.

—¡Tishana! —gritó Huatli, pero ella misma interrumpió la exclamación con un chillido de dolor, y un hilo de sangre comenzó a manar de sus labios.

Vona soltó una carcajada y caminó hasta el borde del Sol Inmortal para acercarse a Huatli y arrodillarse junto a ella.

—¿Qué te pasa? —preguntó la vampira con una inquietante voz cantarina—. ¿Estás incómoda?

De repente, una canción llenó la sala.

Era una voz masculina, melodiosa y suave.

Huatli se quedó paralizada, fascinada, y reparó en que Vona también se había visto afectada, al igual que Tishana y el hierofante.

La canción era hermosa, con un encanto que no sabría describir. Tenía que dirigirse hacia ella, necesitaba acercarse a su origen. Huatli agitó la cabeza a un lado y a otro y se liberó del torpe agarre de Vona, que también comenzó a buscar de dónde procedía la canción.

Una silueta revoloteaba en el exterior del ventanal, batiendo unas alas de color azul celeste para mantenerse en el aire. La melodía que entonaba era más reconfortante que una canción de cuna y más preciosa que una plegaria.

Vona, Tishana y el hierofante caminaron hacia el ventanal, empujándose unos a otros para acercarse todo lo posible a aquella canción milagrosa. Vona se abrió paso hasta el frente, con los ojos repletos de anhelo. Allí, a pocos palmos del ventanal, se encontraba la sirena, el pirata del Beligerante, y aferrado a su cuello estaba el trasgo de aspecto demente.

En algún rincón de sus pensamientos, Huatli comprendió lo que estaba a punto de ocurrir. El trasgo se abalanzó sobre el rostro de Vona.

—¡VIOLENCIAAA!

—¡Tírate a sus ojos, Calzón! —incitó la sirena cuando al fin interrumpió su canto.

Huatli salió de su ensoñación e intentó llegar al Sol Inmortal mientras Vona seguía distraída.

El trasgo la había emprendido a zarpazos y arañazos contra la cara de la vampira sin dejar de reír.

Justo entonces, el suelo se estremeció y Huatli oyó el estruendo de un golpetazo. Todos los presentes se volvieron hacia el origen del ruido.

Las puertas doradas de la entrada se habían estrellado contra el suelo y sobre ellas, rugiendo con furia, estaba Angrath.

Huatli notó un hedor a carne quemada justo antes de que el minotauro le tirase la cabeza carbonizada del dinosaurio que lo había inmovilizado por orden de ella. La cabeza cayó al suelo con un sonido húmedo.

—¡Eres aborrecible! —le gritó Huatli.

—¡TÚ ME APLASTASTE DEBAJO DE UN DINOSAURIO! —rugió él antes de fijarse en la conquistadora con un trasgo pegado en la cara.

Angrath lanzó sus cadenas incandescentes contra Vona y estas envolvieron a Calzón, que chilló y maldijo cuando tiraron de él hacia atrás. El trasgo se levantó de inmediato y cargó contra Angrath.

Mientras los dos piratas peleaban entre sí, Huatli se giró hacia Tishana, que acababa de apresar al hierofante con unas enredaderas surgidas de una grieta en el techo.

Tishana miró a Huatli, luego al Sol Inmortal y después al vampiro al que alejaba a rastras. Huatli se giró hacia Angrath, que a su vez lanzó una mirada a Tishana y al Sol.

Todos se detuvieron por un segundo... y entonces se desató el pandemonio.

Tishana se abalanzó sobre el Sol y lo aferró con una mano, Huatli se deslizó para tocar el lateral con un pie, Angrath corrió a dar un pisotón en todo el centro y Vona se lanzó a estampar ambas manos sobre él.

Los cuatro contuvieron el aliento cuando una inmensa corriente de energía los atravesó a todos.

Huatli rio en voz alta por lo maravillada que se sentía.

Su percepción se extendió por la ciudad y su alma se expandió sobre la magia imbuida en la ciudad de sus ancestros. De pronto conocía todos los caminos, percibía todas las corrientes de energía y sentía dónde terminaban todos los edificios y chapiteles. Sin embargo, lo más maravilloso de todo era escuchar cinco latidos colosales, cada uno en un rincón distinto de la ciudad.

"Los dinosaurios ancianos han despertado", pensó Huatli, y una lágrima le corrió por la mejilla. El relato de los dinosaurios ancianos era el que más tiempo había tardado en aprender de memoria; habían sido dos años angustiosos de esfuerzos por retenerlo en toda su extensión. Aquellos seres eran antiguos y salvajes, completamente indómitos. Los mayores entre todos los dinosaurios. Huatli convocó a los cinco dinosaurios ancianos y sintió el suelo temblar cuando comenzaron a aproximarse. El júbilo se adueñó de ella, que continuó riendo...

Pero entonces, justo en la linde de la ciudad, Huatli percibió las pisadas del ejército del emperador Apatzec. Un ejército que ella no había solicitado. La sonrisa de Huatli se desvaneció. Se sintió como una estúpida. Debería haberse dado cuenta de que el emperador no pensaba enviarla solo a ella.

Recordó en qué lugar se encontraba su cuerpo, y su atención regresó a la estancia en la cima de la torre.

El Sol Inmortal brillaba con intensidad bajo los cuatro contrincantes. Angrath tenía un pie en el Sol Inmortal y otro en el suelo normal, y el calor amplificado de su cuerpo había provocado que este último se hundiera en el oro. Los pies de Tishana estaban entrelazados con el Sol Inmortal mediante una serie de raíces. Vona se revolvía y atraía aún más humo oscuro hacia sí misma. Todos prepararon sus armas e intercambiaron miradas unos con otros.

Huatli aferró su hoja y se irguió despacio. Su mente vibraba con la energía de la ciudad y el tirón distante de los dinosaurios ancianos. Sin decir palabra, evaluó cuán peligrosos eran sus rivales.

Vona estaba exhausta y sería fácil de despachar. Tishana la miraba a ella, pero Huatli no supo interpretar sus intenciones. Angrath estaba furioso, como siempre. La sirena y Calzón el trasgo se mantenían al margen; era obvio que aguardaban a que combatieran entre ellos para intervenir furtivamente, como piratas que eran. Por último, el hierofante seguía atrapado entre enredaderas, retenido contra una pared.

Huatli se agachó para atacar. Intercambió una mirada con Tishana e inclinó la cabeza ligeramente hacia Vona. La tritón le devolvió el gesto de manera casi imperceptible y Huatli se preparó para el asalto.

De pronto, la sirena y el trasgo se sobresaltaron. Un instante después, se miraron el uno al otro con expresión confusa.

—¡Malcolm, ¿también has oído a Jace?! —chilló Calzón a su compañero.

"¿Jace? ¿El telépata?", pensó Huatli, alarmada.

La sirena asintió con nerviosismo.

Se hizo un silencio significativo.

Y entonces el suelo se derrumbó debajo de todos ellos.


VRASKA

—Si esta gorgona no ha de ser mi prisionera, ¿a quién me has traído para encerrar? —preguntó Azor desde su elevado trono creado por él mismo.

Antes de conocer a Jace, Vraska pensaba que las esfinges eran poco más que criaturas chifladas, obsesionadas con los acertijos y que no se dignaban a dirigir la palabra a seres tan impuros como las gorgonas. Sin embargo, mientras luchaba por combatir el miedo centrándose en buscar el origen del hedor a gato que impregnaba la estancia (un lecho harapiento de telas y paja amontonadas en un rincón, señal de que Azor llevaba muchísimo tiempo allí), Vraska pensó que las únicas esfinges buenas eran las esfinges petrificadas junto a las puertas de las bibliotecas.

Necesitamos respuestas, no una estatua —le advirtió Jace mentalmente.

Vraska se encrespó al sentir cómo la esfinge intentaba husmear en su cabeza eludiendo las defensas de Jace, que resistían con firmeza. Perezosamente, Azor volvió su mirada hacia el telépata.

—De modo que eres el Pacto Viviente —dijo pavoneándose—. Te felicito por no haber arruinado el sistema de gremios.

—Gracias —respondió Jace con tono seco.

—No hay de qué.

Azor extendió las alas y descansó sobre las cuatro patas, meciendo la cola con calma. Vraska prefirió no bajar la guardia.

—Si no has venido con una prisionera, supongo que el motivo de tu llegada es otro —continuó la esfinge—: el candado de mi prisión, la mayor de mis creaciones.

Azor levantó la vista hacia el techo. Vraska siguió su mirada y las piezas del rompecabezas encajaron en su sitio.

Aquello era lo que les retenía en Ixalan, no el plano en sí mismo ni un encantamiento distinto.

Vraska sintió un nudo en el estómago. "¿Por qué me contrataron para robar un artefacto capaz de enjaular a los Planeswalkers?".

—Si has venido en busca del Sol Inmortal, me temo que no tienes permiso para llevártelo. —La actitud de Azor cambió por completo y Vraska sintió un escalofrío repentino. La magia de la esfinge vibró en cada sílaba de sus palabras—. La invasión de propiedades privadas es punible entre los muros de Orazca.

Un impulso de hieromancia sorteó la barrera de Jace y golpeó de lleno a Vraska. Una atadura blanca de magia rúnica le oprimió el torso y la repelió en dirección a la puerta.

—¡Vraska! —exclamó Jace, que empleó su magia casi al instante para contrarrestar la hieromancia de Azor. Vraska cayó al suelo, segura tras una barrera aún más robusta. En cuanto se libró del hechizo de la esfinge, se levantó de un salto y lanzó una mirada feroz a Azor.

—¡Tu magia de la ley no impedirá que te convierta en piedra! —le gritó mientras sus cabellos se agitaban con furia—. ¡Explícanos quién eres o te mataré aquí mismo!

—No os debo explicación alguna, gorgona.

Los ojos de Jace reaccionaron con un gélido brillo azul y el telépata alzó una mano. Azor rugió y se llevó una zarpa a la cabeza.

—¡Te dirigirás a ella como capitana! —reafirmó.

Azor batió las alas y levantó una polvareda en toda la sala. Entonces hinchó el pecho, enojado, e inició su relato con el temple de un orador.

—Durante milenios viajé por un sinfín de mundos, capitana Vraska. Se trataba de planos extraños y fuera de control, repletos de sociedades brutales, plagadas de violencia y desorden. Empleé la hieromancia para otorgar a aquellas gentes el don de la estabilidad. Creé sistemas de gobierno con los que remediar el caos. Movido por el altruismo, trabajé duro con el fin de mejorar el Multiverso, ¡y mis obsequios convirtieron mundos dementes y salvajes en bastiones de paz y estructura! Fundé organismos gubernamentales que moldearon el destino comunal de incontables planos, y vuestro rechazo de mi decreto es una insensatez supina. La ley ha de respetarse.

Vraska sintió que la magia de Azor se desviaba y rebotaba en las defensas de Jace, que mantenía su actitud desafiante y observaba a la esfinge con aire amenazador.

—Sabemos que concebiste la estructura de los gremios de Rávnica. Ahora intuyo que no se trataba de tu plano natal. ¿Por qué no te quedaste? —preguntó Vraska.

¡La ley ha de respetarse!

Jace hizo un gesto de dolor. Un impulso aún más potente de hieromancia golpeó su barrera con la fuerza de un ariete.

—¡¿Por qué no te quedaste?! —exigió saber Vraska.

Azor rugió y abandonó el intento de sobrepasar las defensas de Jace. Se hizo el silencio en la estancia y la esfinge cruzó las patas delanteras, claramente molesta.

—Porque Rávnica era un mundo entre muchos. Lo abandoné cuando concluí mi labor en él. —Azor sacudió las alas y recurrió a otra táctica—. Posees talento, Pacto Viviente. ¿Has cumplido adecuadamente con tus responsabilidades?

"Una distracción", pensó Vraska, abriendo la boca para encauzar de nuevo la confrontación.

—No, no lo he hecho —respondió Jace con total sinceridad.

Vraska perdió el hilo de sus pensamientos. Jace estaba a salvo detrás de sus barreras psíquicas, pero seguía siendo completamente vulnerable. Su voz revelaba el desasosiego interno que sentía. —Azor, instauraste un sistema increíblemente intrincado, con una magia más compleja de lo que nadie podría comprender con facilidad. Sin embargo, hiciste que tu medida de seguridad fuera un individuo mortal. Aunque yo tuviese dotes de gobernante, sería incapaz de cumplir con la tarea que se me ha encomendado.

Jace se quedó cabizbajo y Vraska no supo cómo responder a la confesión. Azor hinchó aún más el pecho.

—Los gremios son un sistema perfecto.

—No, lo eran —replicó Vraska, cargando todo el veneno posible en sus palabras y dirigiéndolo contra Azor—. Los gremios se han vuelto mezquinos y crueles en tu ausencia.

—No obstante, ¿de quién es la culpa? —cuestionó la esfinge—. Yo proporcioné los gremios a Rávnica, al igual que ofrecí sistemas legislativos y gubernamentales perfectos a otros mundos.

Azor tal vez hubiera tenido una vida miles de veces más longeva que la de Vraska, pero era un necio, un patriarca cruel. Ignoraba por completo las consecuencias de sus intromisiones. Vraska apretó los puños. —No tienes autoridad para hablar de defectos cuando tú manipulaste planos que no te pertenecían, para luego abandonarlos cuando te apetecía marcharte al siguiente mundo.

—Si mis gobiernos, mis obsequios, dieron un giro a peor, la culpa de ello recae sobre los ciudadanos —afirmó Azor irguiéndose sobre los cuartos traseros, levantando el mentón y sacando ligeramente las garras.

—Entonces, ¿qué me dices de eso? —preguntó Vraska señalando el Sol Inmortal, alojado en el techo—. ¿Ixalan es otro resultado de tus esfuerzos?

Las garras de Azor asomaron por completo.

—¿Cuál es el propósito del Sol? —insistió Vraska, aunque empezaba a darse cuenta de que no estaba preparada para un enfrentamiento físico contra una esfinge gigantesca.

Azor empezó a bajar de su trono. A medida que la esfinge se acercaba, Vraska y Jace se prepararon para actuar.

—Como cuidador y árbitro de la ley en todo el Multiverso, tenía el deber de colaborar en aras del bien común. El Sol Inmortal se diseñó para recluir a un villano en concreto. Este artefacto amplifica las habilidades mágicas de quien lo toque, además de impedir que los Planeswalkers abandonen un plano. ¡La jaula perfecta para un Planeswalker diabólico! Renuncié a mi chispa para ayudar a crear el Sol Inmortal, el candado de mi prisión, mi mayor obsequio para todos los seres vivos.

—¿A qué villano pretendías atrapar aquí? —preguntó Vraska.

—A un monstruo que representaba un peligro para todo el Multiverso. Nuestro plan era perfecto, por supuesto, pero mi amigo fracasó.

—¿Vuestro plan? ¿Tenías un aliado?

—Era mi amigo —gruñó Azor—. Él me ayudaría a recuperar mi chispa tras llevar a cabo nuestro plan, lo cual no...

—¿Ese amigo te ayudó a crear el Sol Inmortal y luego te abandonó? —preguntó Vraska, deseosa de sonsacar más información a la perturbada y resentida esfinge.

—Partió con el objetivo de atraer a nuestro adversario a un plano remoto. Mi parte consistía en emplear el Sol Inmortal para potenciar mi hieromancia y traer al villano aquí, a Ixalan. Sin embargo, jamás llegué a recibir la señal para activar el Sol Inmortal. Desconozco qué ha sido de mi socio —explicó Azor sacudiendo la cola—. Trazamos el plan hace más de un milenio y yo vine a Ixalan aproximadamente un siglo después. Él fracasó. Ignoro qué ocurrió, pero yo ejecuté mi parte a la perfección.

Vraska resistió el impulso de arrojarse por la ventana más próxima. "Lleva más de mil años confinado en este plano".

—No quería saber nada del Sol Inmortal —continuó Azor—. Me recordaba el fracaso de mi amigo, por lo que decidí conceder el don del gobierno a este plano. Quien poseyera el Sol Inmortal dirigiría Ixalan, y al principio lo entregué a un monasterio del este, en Torrezón. Sin embargo, sus miembros no eran dignos, de modo que lo recuperé y se lo ofrecí a otros. El Imperio del Sol tampoco era digno. Los Heraldos del Río, como demostró el despertar de Orazca, eran igual de indignos. Yo soy el único digno. Por tanto, debo seguir trabajando para perfeccionar este sistema.

—¡¿Culpas a otros de los problemas que causaste?! —le espetó Vraska.

—¡He continuado planeando! Si no puedo seguir perfeccionando el Multiverso, al menos lo haré aquí. ¡Puedo corregir Ixalan!

—¡¿Cómo puedes ignorar el daño que has provocado?! —gritó Vraska.

La acusación ofendió a la esfinge. Azor bajó las orejas y arrugó el entrecejo.

—Los defectos no se encuentran en el sistema, sino en la gente —respondió con frialdad.

—Los últimos siglos de la historia de este plano han sido un caos porque tú te entrometiste —escupió ella.

—Yo enmendé este plano.

—¡Ixalan nunca estuvo roto! —declaró Vraska.

Azor soltó un rugido, extendió las alas y se abalanzó sobre ella.

Sin embargo, Jace reaccionó de inmediato y alzó un velo de invisibilidad sobre ambos. Cuando saltaron a un lado para esquivar la embestida de la esfinge, Vraska desenvainó el sable e hizo un largo corte en una de las patas traseras de Azor.

¡Mostraos! —ordenó su adversario entre rugidos de dolor y violentas sacudidas de las alas, y Vraska sintió que Jace deshacía el camuflaje.

Los ojos del telépata brillaron con poder y Vraska percibió cómo Jace cruzaba su propia barrera psíquica para manipular la mente de Azor, provocando una migraña aguda en la cabeza de la esfinge.

Azor soltó un gemido y cayó al suelo.

¿Te ha herido? —preguntó Jace en la mente de Vraska.

No, pero debería petrificarlo antes de que lo intente de nuevo.

No merece morir —aseveró él.

Pero merece un castigo —replicó Vraska con seriedad.

Caminó hacia la esfinge junto a Jace y miró fijamente a su adversario. —Has dedicado la vida a enmendar lo que percibías como problemas en otros planos. Te has inmiscuido en asuntos que no eran de tu incumbencia.

—Soy el Árbitro de la Ley... —balbució Azor.

Jace apretó un puño y la esfinge gimió de dolor.

—Déjale hablar —amenazó el pirata.

Azor luchó por levantar la cabeza, pero estaba demasiado afectado por el hechizo de Jace.

—El Sol Inmortal ha engendrado siglos de conflictos en este plano —gruñó Vraska, ansiosa por continuar—. Llevó a la Legión del Crepúsculo a conquistar un continente entero. Provocó que el Imperio del Sol y los Heraldos del Río libraran una cruenta guerra. Tu artefacto desequilibró el plano entero, pero incluso así te niegas a asumir la responsabilidad de ello.

Vraska se arrodilló junto a Azor. —Las guerras de este plano recaen sobre ti, y la prisión de Rávnica en la que sufrí sin necesidad alguna, en la que subyugaron a mi gente, fue construida como consecuencia de tus actos.

Se inclinó sobre él y le siseó a la cara, con los ojos emitiendo un brillo dorado. —Mereces un castigo. Un líder no puede abandonar sus responsabilidades.

—Capitana... —intervino Jace con voz suave y tranquila.

Vraska se volvió hacia él.

La expresión de Jace era inescrutable, con la mirada distante y los labios formando una línea neutra.

—Creo que debo encargarme yo —dijo serenamente.

—¿Quieres castigarlo? —preguntó Vraska, que no había comprendido sus intenciones.

Jace le devolvió la mirada y Vraska percibió una sombra de duda en su rostro, que luego se convirtió en determinación. Finalmente, Jace asintió. —Es mi responsabilidad como representante de Rávnica.

Vraska lo comprendía.

—De acuerdo —dijo, y se apartó para observar.

Jace se aproximó y los papeles se invirtieron, como si dos actores hubieran intercambiado los guiones en un ensayo. El conquistador se había convertido en convicto; el asistente era ahora el juez. El Pacto Viviente miró fijamente al parun de los azorios y habló con la sabiduría y la seriedad del Jace que Vraska conocía muy bien.

—El Pacto Viviente preserva el equilibrio entre los gremios de Rávnica. Y tú, Azor, parun de los azorios, eres una parte intrínseca de Rávnica y has provocado un desequilibrio no solo en mi hogar, sino en incontables planos.

Vraska permanecía en silencio y escuchaba. Azor temblaba como un gatito. Habría podido oponerse, embestir contra Jace en ese mismo instante, pero una magia más profunda actuaba sobre la esfinge: una hieromancia poderosa, invisible e incomprensible para Vraska, mantenía a raya a Azor. Mencionar los cargos de ambos lo había paralizado y ahora escuchaba su sentencia con los ojos abiertos de par en par. Entretanto, Jace no intentaba empequeñecer, someter ni intimidar a Azor. Su talante era tranquilo y comedido, y el contacto visual, constante. Se trataba de un acto de humildad, de aceptar algo que nunca había pedido.

—Decidiste que te correspondía gobernar lo que no te pertenecía. Además, nunca te detuviste a sopesar las consecuencias de tus acciones. Ixalan está en peligro, Rávnica se construyó para ser inestable después de que la abandonaras, y un sinfín de mundos probablemente hayan sufrido a causa de tus intervenciones deliberadas. Fueran cuales fuesen tus motivos, no trataste de comprender todas las repercusiones que tendrían tus decisiones.

Azor luchó por balbucir en medio del dolor. —Nuestro objetivo era detener a Nicol Bolas...

Vraska se quedó boquiabierta.

Lanzó una mirada a Jace, que parecía haberse congelado en el acto. Tenía los ojos abiertos como platos y una mano inmóvil, extendida ante sí.

Vraska se dio cuenta de que tenía la misma expresión que en la orilla del río, con los ojos en blanco y los labios temblorosos.

Una imagen destelló en la mente de Vraska.

Sintió un escalofrío. "Jace acaba de recordar a Nicol Bolas. Lo conoce, después de todo".

—Azor... ¿Me permites ver de qué lo conoces? —pidió Jace. Si otra persona hubiera hecho la pregunta, habría resultado extraña o ilógica, pero aquel era el planteamiento de un telépata. El corazón de Vraska empezó a latir con más fuerza.

―Adelante —accedió la esfinge con un leve temblor en los labios.

Jace cerró los ojos y Vraska observó mientras proyectaba sus sentidos en la mente de Azor con sumo cuidado y delicadeza. Ahora que Jace recordaba las enseñanzas de Alhammarret, Vraska se preguntó cómo se sentiría al hurgar en la mente de una esfinge.

Jace lanzó una mirada a Vraska. Sus ojos relucían con poder, pero tenía la frente arrugada de confusión y terror. Viera lo que viese, Vraska estaba segura de que eran malas noticias.

—Gracias, Azor —dijo Jace al concluir. Se irguió y se tomó unos segundos para recuperar la compostura y sopesar lo que acababa de ver. Finalmente, soltó un suspiro tembloroso.

»Tus intenciones eran nobles, pero los efectos del Sol Inmortal han sido catastróficos para Ixalan —continuó Jace con expresión seria—. El artefacto y tú representáis un peligro para la estabilidad del plano.

Una extraña neblina de magia azul envolvió la cabeza de la esfinge y se desvaneció tan rápido como había aparecido.

Jace retrocedió unos pasos y la magia de sus ojos se apagó. Pronunció sus siguientes palabras con la autoridad del Pacto entre Gremios y Vraska se estremeció al oírlas y comprender cuándo poder acarreaba ese cargo.

—A partir de ahora serás el gobernante y cuidador de Isla Inútil. Nunca la abandonarás ni volverás a entrometerte en las vidas de otros seres dotados de consciencia. Dejarás aquí el Sol Inmortal y proseguirás con tu vida. He dictado mi sentencia como Pacto Viviente.

Invocar la magia ravnicana en presencia del parun de los azorios realzó las palabras de Jace, y Vraska notó un extraño timbre de hieromancia en su voz.

Azor pestañeó despacio y Vraska extinguió el hechizo de petrificación que tenía preparado desde que habían cruzado la entrada.

La esfinge desplegó las alas, que abarcaban todo el ancho de la estancia. Entonces las batió para elevarse en el aire y, sin pronunciar objeción alguna, se marchó volando por el portón que habían abierto Vraska y Jace.

La silueta de Azor se alejó en dirección a la jungla del horizonte y desapareció tras ella.

Vraska levantó la mirada hacia el Sol Inmortal, ahora insegura de qué hacer.

—¿Para qué querrá Nicol Bolas un artefacto que recluye a los Planeswalkers? —susurró con miedo.

Jace tenía un semblante serio. En sus ojos había temor y la voz le tembló:

—Vraska, tengo que explicarte para quién trabajas.


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