Historia anterior: Momentos de calma

El cruel duelo de Tezzeret con Pia Nalaar resultó ser una distracción para encubrir un plan todavía más monstruoso. Mientras los inventores de Ghirapur y los Guardianes centraban su atención en el enfrentamiento, los agentes del Consulado secuestraron a los ganadores de la Feria y sus inventos, llevándoselos al Inquirium del Chapitel. Nadie ha visto a los inventores desde entonces. Entre ellos se encuentra la elfa Rashmi, una adivina del éter que creía haber conseguido una oportunidad única para desarrollar su transportador de materia con el respaldo del Consulado. Sin embargo, está a punto de descubrir la verdad...


―Soldador de éter ―pidió Rashmi. Con un zumbido y tres chasquidos, el autómata de asistencia se acercó portando la herramienta.

―Gracias. ―Los dedos de Rashmi rozaron los diminutos garfios metálicos del autómata al recoger el soldador―. No necesito nada más. ―El constructo gorjeó dos veces y se escabulló de nuevo a un rincón del inmaculado Inquirium del Chapitel. Rashmi lo siguió con la vista, añorante, pero no obtuvo ninguna mirada inquisitiva en respuesta, ningún comentario que le hiciera pensar, ninguna presencia reconfortante.

Cuánto echaba de menos a su asistente, el vedalken Mitul. Ojalá estuviera allí para ver la evolución del transportador. Se quedaría perplejo al ver el enorme arco, exponencialmente mayor que el anillo que ambos habían construido. Sus ojos parpadearían en rápida sucesión mientras examinaba el núcleo modular desmontable. Seguro que se sentiría molesto por haberse perdido los experimentos, pero su desaliento no sería más que una nube transitoria que pronto daría paso a la toma de notas en su cuaderno de trabajo. Mitul jamás dejaba que las emociones interfirieran en su trabajo. Rashmi aún tenía que dominar aquella capacidad.

Incluso mientras soldaba la última pieza del modulador de éter, su ánimo se negaba a cambiar. Ahora que había pensado en Mitul, Rashmi estaba relativamente segura de que su humor solo mejoraría con la llegada inesperada de su amigo. Sin embargo, cada vez parecía más y más improbable que eso ocurriera. Hacía cuatro semanas que había pedido que trajeran a Mitul al Inquirium; además, aprovechaba todas las oportunidades que tenía para repetírselo a los funcionarios, pero su respuesta siempre era la misma: "Céntrese en su invento y nosotros nos haremos cargo del resto".

Y lo cierto era que, la mayoría del tiempo, cumplían con su palabra. Desde que había llegado al Inquirium, el tiempo siempre se aprovechaba de forma óptima. Rashmi contaba con la asistencia de un equipo de autómatas y funcionarios del Consulado que atendían todas sus necesidades por orden de su mecenas, Tezzeret. Le traían platos recién preparados con aroma a hinojo, comino y cúrcuma. Le proporcionaban ropa limpia con olor a azucenas. Ajustaban la temperatura, la presión etérea y la humedad ambientales. Los compartimentos dorados repartidos por las paredes del taller se reabastecían constantemente con material de primera calidad. Cada mañana ponían a su disposición un nuevo juego de herramientas resplandecientes y en perfectas condiciones, listas para que Rashmi las estrenara. Todo aquello era más de lo que podía pedir. Y aun así...

Mientras echaba un vistazo alrededor, Rashmi se preguntó si los demás inventores sentían la misma desilusión solitaria. Le gustaría comentarlo con ellos, pero les habían prohibido conversar durante las horas de trabajo. Tezzeret exigía una atmósfera de productividad silenciosa y concentrada. "No toleraré la cháchara ociosa", solía recordarles. "Si alguno de vosotros prefiere parlotear, le invitaré a unirse a las masas de ignorantes que se han quedado fuera de mi Inquirium".

Los únicos debates permitidos tenían que estar relacionados con los inventos, pero incluso esas conversaciones se habían esfumado después de la primera inspección de Tezzeret. El taller vacío que había ocupado la aerocreadora Sana disipaba cualquier espíritu de camaradería que se hubiera formado entre los ganadores de la Feria. Todos ellos estaban ante una oportunidad irrepetible, pero solo los sueños de un inventor se harían realidad.

Rashmi terminó de soldar y cerró el panel de acceso del arco. Se limpió las manos en las faldas mientras retrocedía algunos pasos para escudriñar el estado del transportador, como sabía que Tezzeret también haría. Estaba decidida a no ser el siguiente nombre olvidado en un taller abandonado. La integridad de la estructura era la adecuada, los soportes estaban en su sitio y había reforzado todas las conexiones de los conductos de éter. Echó un vistazo al reloj del escritorio: Tezzeret llegaría en cualquier momento. Se dijo a sí misma que estaba preparada. "Merezco estar aquí". Eso quería creer.

La puerta del Inquirium se abrió con un zumbido y Rashmi contuvo el aliento por un instante.

Flanqueado por una comitiva de funcionarios ataviados con uniformes del Consulado, Tezzeret entró a zancadas en el Inquirium.

Art by Ryan Alexander Lee
Ilustración de Ryan Alexander Lee

Su aparición causó el mismo efecto que proyectar una luz sobre un grupo de gremlins alimentándose: toda actividad se paralizó, todas las miradas se volvieron de inmediato hacia el hombre de la mano metálica.

"Merezco estar aquí".

―Vuestros progresos. ―Las pisadas de Tezzeret reverberaban mientras cruzaba el suelo lustroso del taller―. Mostrádmelos. ―Se volvió hacia un enano llamado Bhavin que Rashmi conocía desde hacía poco. El metalurgo era famoso por sus inmensos autómatas de construcción, capaces de responder a instrucciones no verbales. Había logrado el cuarto puesto general en la Feria gracias a sus impresionantes máquinas―. ¿Y bien? ―preguntó Tezzeret inclinándose sobre él―. No tengo todo el día.

―De inmediato, señor. ―Bhavin señaló su invento―. He avanzado mucho desde la última vez. He mejorado la funcionalidad de la llave inglesa anexa. Ahora puede soportar cargas de más de...

―¿"Mejorado"? ―El tono de Tezzeret hizo que Rashmi se encogiera de miedo―. No me interesan las mejoras. Me interesa la innovación.

Art by Karl Kopinski
Ilustración de Karl Kopinski

―Eh... ―Bhavin cambió el peso de un pie a otro, inquieto―. Las juntas son nuevas, recién instaladas. Para cumplir vuestra petición de aumentar la carga máxima, tuve que garantizar que el peso no aplastara los cojinetes durante... ―El enano tenía la boca entreabierta mientras describía su invento.

Entonces, Tezzeret sujetó la enorme mano izquierda del autómata con su propia garra y dobló el brazo hacia atrás, contra la junta. El metal se arrugó como si fuera papel, chirriando y chillando como un animal herido. Rashmi nunca había visto a nadie doblar así el metal, no sin una herramienta. La garra metálica de Tezzeret relucía bajo la luz que se filtraba por las ventanas y Rashmi sintió un escalofrío en la espalda. El juez principal se apartó un paso del constructo y ladeó la cabeza como si contemplara una obra de arte.

―Los cojinetes se han aplastado. Has dicho que los habías mejorado para que no sucediera.

―P-pero... ―Bhavin se puso pálido―. Sí, señor, pero en condiciones norm...

―Has fracasado. Largo de aquí.

Se oyeron gritos ahogados desde los otros talleres.

―Gran Cónsul, por favor, he...

―Largo. De. Aquí. ―Tezzeret señaló hacia la puerta con un dedo metálico―. Lleváoslo.

Tres funcionarios obedecieron bruscamente, casi como un grupo de autómatas coordinados.

―¡No, esperad! ―Bhavin se resistió―. ¡Mi invento! ¿Qué será de mi invento?

―Este montón de chatarra no es tuyo. ―Tezzeret propinó un puntapié al autómata―. Todo lo que se fabrique en este Inquirium pertenece al Consulado.

―¡No, por favor! ―Bhavin se aferró al marco de la puerta, pero los oficiales le sujetaron el brazo detrás de la espalda―. ¡Por favor! Es todo lo que tengo. Permitid que me lo lleve, os lo ruego. ―Su súplica lastimera flotó en el aire con olor a aceite mientras se lo llevaban a rastras por el pasillo.

Rashmi levantó una mano hacia la estructura metálica de su transportador. Lo apretó con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos, como si aquello pudiera impedir que la separaran de su creación.

―Decepcionante... ―masculló Tezzeret antes de alzar la voz de nuevo―. ¡Progresos! ¿Es tanto pedir? Sois inventores, ¿verdad? ―Mientras caminaba por el pasillo principal del Inquirium, las miradas evitaron a Tezzeret como las moscas a la cola de un caballo―. ¿Acaso es esto lo mejor que puede ofrecer este mundo? Tenemos aquí a los ganadores de la gran Feria de Inventores y ¿qué es lo que inventáis? Montones y montones de basura. ―Caminó hasta el taller de Rashmi―. Se supone que sois genios, pero aún tengo que ver pruebas de que no sois un hatajo de imbéciles. ―Sus ojos desorbitados y surcados de venas rojas miraban directamente a Rashmi―. ¡Mostradme progresos o desapareced de mi vista!

Rashmi, incapaz de moverse ni de respirar, levantó la mirada hacia la silueta agitada de su mecenas, hasta que su mente logró reunir la consciencia suficiente como para susurrar "merezco estar aquí". Respiró hondo. Estaba preparada para aquello, para el temperamento de Tezzeret. No era nada nuevo y sabía lo que debía hacer. Tenía que centrarse en su invento; su labor hablaría por sí misma. Con cierto esfuerzo, dio la espalda a Tezzeret. "Somos solo tú y yo". Dio un último apretón al arco del transportador. "Demostrémosle lo que podemos hacer".

Rashmi se aclaró la garganta.

―La ampliación a escala está completa. Esta es la nueva estructura, que, como puede ver, será capaz de desplazar un cuerpo del tamaño de un mecatitán, como usted solicitó. El metal cuenta con un refuerzo triple para resistir la fricción que implica un transporte no lineal de materia sólida. El andamiaje de contención de éter se ha expandido para alojar el mayor volumen del transporte. Las pruebas preliminares han sido fructíferas. ―Cuando terminó, tomó aire y contuvo el aliento.

―Veo que has hecho algunos progresos. ―La voz de Tezzeret sonó entrecortada, pero carente de furia. Rashmi se permitió exhalar. Sin embargo, su sensación de seguridad se desvaneció en cuanto el arrebato de Tezzeret continuó―. ¡Pero algunos progresos no son suficientes! ¿No has hecho nada más en todos estos días? Desperdicias mi tiempo. ¿Dónde está el núcleo modular?

Rashmi se armó de valor. Sabía que la respuesta no le satisfaría.

―He empezado a trabajar en él, pero...

―¿Empezado? ¡¿Empezado?! ¡Ya tendría que estar terminado!

―No he tenido tiempo ―se justificó ella reculando un paso―. He dedicado las últimas semanas a ampliar la escala del proyecto. El núcleo modular requiere...

―Excusas ―la interrumpió Tezzeret levantando violentamente la mano de carne y hueso―. Excusas baratas. Te comportas como si mis sencillas peticiones fueran imposibles de cumplir. Pero soy tu mecenas. Y tú eres la ganadora de la Feria de Inventores. ¡La GANADORA! Eres la persona a la que más exijo de aquí. Tengo argumentos para hacerlo. Seguro de que los demás estarán de acuerdo. ―Nadie pronunció palabra―. Necesito que completes el núcleo modular. Es lo más prioritario. ¿Lo has entendido?

―Sí ―consiguió responder Rashmi―. Hay algunos puntos que debo resolver, pero debería ser capaz de completarlo en el plazo que usted me ha dado.

―Vaya, ¿así que cumplir las exigencias mínimas es motivo para presumir?

―Yo no he... Lo siento. Lo terminaré antes de lo previsto. Solo tengo que controlar la reacción que se produce cuando separo el punto de fuga externo y la unidad principal del transportador.

―¿La reacción? ―Las cejas de Tezzeret se unieron justo encima de la nariz―. Y yo que pensaba que eras una inventora capaz. Tu mente está tan subdesarrollada que es prácticamente inútil. ―Recorrió con un dedo metálico la filigrana del transportador; el sonido dio dentera a Rashmi―. Estás trabajando en un sistema de transporte no lineal, pero todo este tiempo has pensado según leyes lineales. Reflexiona sobre la siguiente idea: en un espacio multidimensional, ¿qué ocurre con la fricción?

Incluso si hubiera querido impedirlo, la mente de Rashmi habría cavilado sobre aquella cuestión; no podía evitar reflexionar sobre una disyuntiva científica. Al principio no entendió a qué se refería Tezzeret, pero entonces se percató y no pudo contener un grito ahogado.

―Ya era hora de que lo entendieses ―dijo Tezzeret arrastrando las palabras.

Rashmi apenas prestó atención a su mofa; estaba ensimismada, a punto de hacer un gran avance.

―Si instalo un atenuador en el bucle etéreo, eso permitirá que el punto de fuga externo actúe como relé entre los puntos de origen y destino sin sobrecargar el condensador de energía, y entonces...

―Funcionará ―concluyó Tezzeret―. Sin duda alguna.

Los cálculos fluyeron en la mente de Rashmi.

―Necesitaremos más éter. Al menos el doble, para adaptar el sistema a la mayor dimensionalidad espacial.

―De acuerdo. ―Tezzeret giró la cabeza hacia el grupo de funcionarios―. Triplicad el suministro de éter al Inquirium.

―Sí, Gran Cónsul ―asintió el oficial más cercano.

―Disculpad, pero... ―intervino una segunda funcionaria, carraspeando―. Debo aclarar que un incremento a semejante escala implicará redirigir una parte notable del suministro para otras zonas. Eso podría ser problemático si...

―Yo no veo problema alguno ―le espetó Tezzeret.

―Verá, es que...

―¡Basta de EXCUSAS! ―Las venas de las sienes de Tezzeret se hincharon. Respiró con rabia y bajó el tono de voz―. Escúchame bien. Lo más importante ahora mismo es el trabajo que se está realizando en este Inquirium. Esta es la mayor prioridad del Consulado. ¿Entendido?

La funcionaria apretó el pantalón de su uniforme.

―Por supuesto, Gran Cónsul, pero...

―Lárgate ―ordenó Tezzeret señalando la puerta.

―¿Cómo...? ―La funcionaria retrocedió, consternada.

―Lo que has oído. Estás despedida. ―La mujer se quedó de piedra―. Aquí ya no pintas nada. Fuera. ―Ella seguía sin poder reaccionar―. Lleváosla. ―A la orden de Tezzeret, los dos funcionarios más cercanos la sujetaron por los brazos y la sacaron del Inquirium―. Y aumentad el suministro de éter.

―Sí, Gran Cónsul.

Rashmi se sobresaltó cuando Tezzeret se volvió hacia ella.

―Si otras zonas necesitan éter ―ofreció Rashmi―, puedo...

―¡Silencio! ―Tezzeret estampó la mano metálica en el arco del transportador―. Esto es lo único que importa. Tendrás el éter que necesites para trabajar a mayor ritmo. En mi próxima inspección, vas a mover esa montaña de basura ―dijo señalando el enorme autómata de Bhavin― al otro extremo del Inquirium.

Rashmi tragó saliva e intentó asentir.

―Si no lo consigues, yo mismo te despacharé. ―Con esas palabras, Tezzeret salió a zancadas por la puerta y sus pasos resonaron mientras se alejaba. Los últimos funcionarios fueron detrás de él.

Rashmi se había quedado sin fuerzas. El término "despachar" reverberaba en su mente. Una voz susurrante reptaba por su nuca y varios ojos ajenos la siguieron mientras se arrastraba hasta su escritorio y se desplomaba en la silla. Nunca se había esperado acabar en semejante situación. En el escritorio, el anillo transportador original descansaba contra la pared. Recorrió la filigrana con los dedos.

Cuando lo situó allí, lo hizo con intención de que la inspirara en su nueva obra. Se había sentido tan esperanzada y orgullosa en aquel momento... Era como si sus sueños estuvieran a punto de hacerse realidad. Ahora, en cambio... Rashmi tomó aire y lo expulsó lentamente. Se había propuesto cambiar el mundo y su intención no había cambiado. Aquella era su oportunidad. No estaba dispuesta a desperdiciarla.


Cuatro semanas después

Aunque fuera la única cualidad positiva de su mecenas, había una cosa que Rashmi no podía negar: jamás había trabajado con tanto ahínco.

Durante las semanas anteriores, se había preguntado muchas veces en qué punto se encontraría ahora, en qué punto se encontraría su transportador, si no se hubiera encontrado bajo la presión que Tezzeret había aplicado con tanto empeño. De no haber adaptado su horario para pasar tres de cada cuatro noches trabajando, de no haber empezado a alimentarse de barritas nutritivas que le traían los autómatas, interrumpiendo su trabajo lo justo para llevarse algo a la boca, y de no haberse contentado con ducharse lo mínimo para mantener un hedor poco más tolerable que el de un bandar, ahora no se encontraría en aquella situación, a punto de instalar el componente final de su obra maestra.

Rashmi estaba colgada de un arnés ante la parte superior del arco transportador, soldador de éter en una mano y módulo sensor en la otra. El Inquirium estaba en completo silencio, excepto por el siseo del éter calentado. Al día siguiente de la última inspección de Tezzeret, todos los demás inventores habían desalojado el Inquirium del Chapitel. Los habían "trasladado a otro lugar", según había asegurado un funcionario, pero Rashmi no estaba convencida.

Le habría gustado decir que los echaba de menos, pero la verdad era que ni siquiera había notado su ausencia. El silencio y el aislamiento eran los mismos que antes. La única persona a la que añoraba era Mitul.

Las líneas soldadas se unieron, formando un círculo completo alrededor del sensor, y Rashmi accionó el interruptor para cortar el flujo de éter. Cuando el metal se enfrió, Rashmi se inclinó hacia atrás y examinó el resultado. Ya estaba. Lo había terminado. Parecía imposible, pero era cierto.

―He terminado ―dijo en voz baja, pero sus palabras se oyeron en todo el Inquirium. Un calor repentino asomó en las mejillas de Rashmi y la emoción llenó su pecho―. ¡He terminado! ―exclamó echando la cabeza hacia atrás y levantando los brazos, aún colgada del arnés. El cable elástico que la soportaba se estiró y encogió cuando prorrumpió en una carcajada a la sombra de su creación.

Liberó un grito de júbilo. Aquella cosa que había creado era una preciosidad. Con la urgencia de completarla, nunca se había detenido a admirarla, no como ahora. La curvatura del metal, las florituras de filigrana que soportaban las tuberías repletas de éter brillante y azulado, la escala del proyecto... Era encantador; era abrumador; lo era todo.

Un rayo de luz solar danzó por la línea perfecta de la soldadura final y Rashmi se permitió sonreír. Cuando sus labios se curvaron hacia arriba, se dio cuenta de que no habían realizado aquel gesto desde hacía un tiempo. Ahora había llegado el momento de sonreír. Había llegado el momento de respirar. Había llegado el momento de... De pronto, su cuerpo se tensó por completo. ¡El sol! Había amanecido. Era la mañana de la inspección. Tezzeret estaría en camino.

Con manos impacientes, Rashmi desenganchó la cuerda y descendió por ella, tanteando con los pies en busca de apoyo incluso antes de llegar al suelo.

―¡Pinzas de éter! ―gritó. El autómata ayudante se activó y correteó hacia la estantería en cuanto ella dio la orden. El transportador estaba completo, pero no preparado para la demostración. Aún tenía que determinar el punto de destino del transporte. En los ensayos había enviado objetos pequeños, como alicates y llaves, al interior de una caja metálica situada junto a su escritorio, pero si enviaba allí el inmenso autómata de Bhavin, reventaría la caja, aplastaría el escritorio y probablemente destrozaría el ventanal que había detrás. Sería un desastre y tenía que evitarlo a toda costa.

El pequeño autómata asistente correteó hasta ella, se estiró y le tendió las pinzas. Rashmi no se molestó en quitarse el arnés; tan solo recogió la herramienta, se arrodilló junto al núcleo modular y comenzó a manipular la red etérea interna.

El fundamento que utilizaba para desplazar materia era el mismo que había empleado en su transportador original: el punto de origen era el gran arco del transportador, tal como había sido el anillo original, mientras que el destino sería el punto que ella determinara en el espacio tridimensional. La diferencia entre el arco y el anillo era que el arco dependía de las auras de numerosas dimensiones fantasma para obtener rutas de transporte desde el origen hasta el destino. Eso posibilitaba un transporte más rápido de objetos de volumen exponencialmente mayor.

Con los dedos estirados, Rashmi tocó la proyección etérea multidimensional en el interior del núcleo modular, tanteando el andamiaje, una representación exacta de los patrones etéreos de la Panconexión. La parte que podía sentir era la sección de la Panconexión que tenía alrededor, en el Inquirium; todo lo que hubiera más allá lo percibía de manera borrosa y desenfocada. Eso bastaría por ahora: lo único que necesitaba era enlazar el núcleo a la ubicación objetivo en el otro lado del Inquirium. Y tenía que hacerlo rápido.

―Vamos, vamos... ―Tanteó en busca de la esencia del punto de atadura etéreo que necesitaba. Era cuestión de utilizar su sentido físico del tacto junto con su percepción profunda de la Panconexión. Cerró los ojos y vio a través del ojo de su mente. Fue como observar un retrato etéreo y azulado del Inquirium. Manipuló la proyección centrándose en buscar el punto de destino, hasta que... "¡Sí!". Cuando lo rozó con los dedos, fue como si estuviese allí; durante una fracción de segundo, se sintió como si se encontrase al otro lado del Inquirium.

»Ahora solo tengo que traerte aquí. ―Guio la proyección intangible, desplazándola a través del andamiaje dimensional fantasma del núcleo modular, tirando de ella hacia el ancla que representaba el punto de origen. En cuanto lo conectara con el punto de destino, el transportador sería capaz de trasladar el autómata de Bhavin al otro lado del Inquirium. En realidad, la idea no era desplazar el propio objeto, sino plegar las dimensiones espaciales para hacer que las dos ubicaciones coexistieran. ¡Qué perspectiva tan emocionante!

En mitad del recorrido a través de la red etérea interna, la proyección del punto de destino se enganchó en algo. Rashmi estuvo a punto de soltarla.

―No, no, ahora no... ―Retorció la proyección y tiró de ella con cuidado. Se había atascado en una de las dimensiones fantasma―. No es momento para esto. ―Tiró más fuerte, más fuerte, más... Y su mano resbaló. De repente, todo se desmoronó. Una inaguantable sensación de vértigo la abrumó. Intentó retirar la mano, pero lo que la había atrapado, fuese lo que fuese, tiraba demasiado fuerte.

Fue como sumergirse en un cuerpo de agua helada.

Habría gritado si hubiera podido encontrar su voz, si hubiera podido ubicar el lugar de su interior de donde se suponía que debía surgir una voz. Pero no podía sentir los labios ni los pulmones ni ninguna otra parte del cuerpo. Lo único que percibía era la multitud de dimensiones. Ya no eran fantasmas, tampoco simples variables de una ecuación. Eran auténticas. Y había infinidad de ellas.

Rashmi se sintió diminuta, pero su esencia tenía una sensación de inmensidad.

Debió de permanecer allí, en suspensión, embargada por el asombro y la fascinación, durante un tiempo, aunque no tuvo consciencia de cuánto. El tiempo no existía.

Y entonces se desplazó. O al menos el entorno cambió. No experimentó una sensación de movimiento, aunque los indicios eran convincentes. Se encontró ante un paisaje urbano, pero ninguno de los edificios presentaba un estilo reconocible. Las siluetas, los colores, la arquitectura... eran realmente peculiares. Entonces apareció en un bosque, o quizá una jungla, rodeada de lianas y plantas de hojas enormes que parecían competir unas con otras por el dominio del entorno. Pestañeó y divisó una enorme roca tallada con forma de diamante; estaba suspendida en el aire, como si la gravedad no ejerciera influencia sobre ella. Lo siguiente fue un cielo abierto, surcado solo de densas nubes púrpuras, y una cordillera coronada de nieve, en la que crecían flores amarillas. Las imágenes, o más bien las impresiones, se sucedieron cada vez más rápido. Se fundieron unas con otras. Hogares tranquilos, desiertos vastos, mercados bulliciosos y repletos de personas y mercancías peculiares, las fauces de una bestia, un firmamento repleto de estrellas... Más de las que podía contar, más de las que jamás podría conocer.

Rashmi estaba embargada de emoción. Aquel lugar, aquellos lugares... Siempre había sabido que estaban ahí fuera. Durante sus años de experimentación con el transporte de materia, los había percibido, apartados solo un poco más allá de su alcance. Había creído en ellos, aunque nunca había tenido pruebas que respaldaran sus teorías. Y ahora, allí estaba ella. Algo creció en su interior, algo que la hizo sentir más viva y más frágil de lo que nunca se había sentido. Aquello le produjo ganas de llorar de emoción, aunque no tenía la capacidad de hacerlo.

Deseó permanecer para siempre en aquel lugar maravilloso, en aquellos lugares asombrosos.

Procedente de algún lugar, oyó un sonido. Se repetía. Constantemente. Era un ritmo. Cada entonación reverberaba en el núcleo de su esencia. Mientras se cristalizaban, distinguió que los tonos eran bruscos. Enojados. Dolorosos. Eran todo lo que no era aquel lugar. Tiraron de ella, exigiéndole que tuviera orejas para oírlos, que tuviera una columna para sentir un escalofrío y pelos para que se pusieran de punta. Cada entonación la alejaba del lugar en el que se encontraba, la acercaba al cuerpo del que casi se había olvidado. La retenía.

Y entonces volvió a ser Rashmi, la elfa, arrodillada en el suelo del Inquirium, con lágrimas corriendo por sus mejillas y las manos inmersas en la red etérea del núcleo modular. Identificó el sonido: era el ruido de unos pasos. Pasos desligados y viles. Tezzeret. La sangre abandonó las mejillas de Rashmi. Se acercaba.

Sacó las manos del núcleo con un movimiento brusco y reculó cuando un crepitar grave resonó en el interior. El fusible etéreo del núcleo echaba chispas. Se cubrió los ojos para bloquear un estallido de éter que salió disparado hacia su rostro.

―Esto es lo último que quería ver esta mañana. ―Tezzeret se plantó junto a Rashmi, flanqueado por un puñado de funcionarios―. Mi inventora, despatarrada en el suelo como una inútil, cubierta de éter.

―Gran Cónsul... ―Rashmi apenas podía contener la emoción de lo que acababa de presenciar―. He realizado un hallazgo. ―Unas palabras inconexas y fragmentadas empezaron a salir de su boca mientras hacía el esfuerzo de levantarse―. Ahí fuera... Las dimensiones fantasma. Hay más realidades. La arquitectura. No era... Nunca había visto plantas semejantes. No pueden ser de aquí. Ahí fuera hay más. Ya lo había percibido. Mitul también. ¡Mitul! Tenemos que traerle aquí. Él lo comprenderá. Tenía teorías. Teorías brillantes. Las posibilidades... El transportador ya no es la prioridad; es expandir nuestro entendimiento de... de... de la existencia.

Desde algún lugar de las entrañas del hombre que tenía ante sí, emergió un sonido ronco, grave y vibrante. Empezó como un sonido suave y se convirtió en algo siniestro que Rashmi sintió reptar por su interior. Entonces comprendió aquel fenómeno: Tezzeret se reía. Se reía de ella, pero ¿por qué razón?

―Qué divertido es ver cómo reaccionan las mentes pequeñas cuando se enfrentan a cosas muy superiores a su comprensión. ―Tezzeret negó con la cabeza alegremente, pero entonces su talante cambió por completo y entrecerró los ojos―. ¿El transportador está terminado?

―Sí ―consiguió responder Rashmi, confusa.

―Bien. Al fin has hecho algo como es debido.

―Pero el transportador ya no es lo más importante. ¿No entiende usted...?

―¿No entiendes lo que ocurre aquí? ―Tezzeret se inclinó hacia ella―. No, por supuesto que no. ¿Cómo podrías entenderlo? Tu perspectiva es exasperantemente limitada. ―Hizo un gesto a los oficiales―. Traed aquí ese ridículo constructo. Veamos de qué es capaz esta cosa.

―Sí, señor. ―Los funcionarios se dirigieron de inmediato al taller de Bhavin.

―Espere. ―Rashmi no podía creer lo que pretendía hacer Tezzeret―. Es demasiado peligroso. No comprendemos totalmente la tensión que podríamos generar en las dimensiones fan...

―Fuera de aquí ―la interrumpió Tezzeret con un gesto brusco de la mano de carne y hueso.

―¿Cómo? ―Un sobresalto de alarma estremeció a Rashmi.

―Has terminado tu trabajo. ―Tezzeret acarició la filigrana del transportador con la garra metálica―. Ahora, esta hermosa creación es mía. Por tanto, ya no te necesito.

Los instintos de Rashmi no paraban de gritarle. No podía permitir que aquel hombre se apoderara de su transportador. En los ojos de Tezzeret había algo que avivaba las brasas de su creciente ansiedad. Tenía que proteger lo que había creado. Es más, tenía que proteger lo que había visto; todos aquellos lugares, toda aquella vida...

―El constructo está listo, Gran Cónsul. ―Los funcionarios habían situado el invento de Bhavin bajo el arco.

―Bien. Llevaos a esta elfa.

―Sí, señor. ―Los sirvientes de Tezzeret rodearon a Rashmi.

―Un momento. ―El corazón de Rashmi golpeaba contra el pecho como un martillo. Tenía que hacer algo―. Aún no está preparado. ―Trazó un plan mientras hablaba. Si podía ralentizar a Tezzeret y desvincular el núcleo y las dimensiones fantasma, él no tendría forma de hacerles daño―. Un fusible etéreo ha reventado. ―Levantó los brazos manchados de éter―. Ha ocurrido justo antes de que usted llegara.

―Decías que estaba terminado ―gruñó Tezzeret poniéndose derecho.

―Lo estaba. Lo está. Solo tengo que instalar un recambio.

―Me has mentido. ―No era una pregunta―. A mí no me miente nadie.

El martilleo en el pecho de Rashmi descendió hacia su estómago, pero ella se mantuvo firme.

―No he mentido. Está terminado. Solo necesita un pequeño ajuste.

―Creo que no lo has entendido. ―Un músculo se crispó en la mejilla izquierda de Tezzeret―. A mí no me miente nadie porque pongo fin a las vidas de quienes lo hacen.

De pronto, Rashmi no pudo respirar. Era como si una tenaza etérea la hubiera atrapado por el cuello.

―He sido más que paciente contigo, pero mi paciencia se ha terminado. Y tu vida está a punto de hacerlo.

Rashmi retrocedió hacia el arco, calculando cuánto tardaría en separar la proyección de la Panconexión y el núcleo modular, pero antes de que pudiera actuar, Tezzeret levantó un dedo y dos oficiales la apresaron por los brazos. Tezzeret caminó hacia ella sin quitarle los ojos de encima.

―Arréglalo. De inmediato. Si lo haces, quizá tolere que tu ridícula y limitada vida continúe.

Sus palabras sumieron a Rashmi en el pánico, pero también fortalecieron su determinación. Ya no cabía duda del tipo de hombre que era Tezzeret. Había sido una necia. Los indicios habían estado allí todo el tiempo. Rashmi había visto cómo trataba a los demás... y a ella, pero había intentado convencerse de que sus intenciones no eran malas. Ella quería desesperadamente que esta fuera su oportunidad de cambiar el mundo, por lo que había ignorado el temperamento de Tezzeret y fingido no haber visto su violencia. Se había dicho a sí misma que solo la presionaba porque quería lo mejor para ella. Se había dicho que era un buen mecenas. Pero en verdad era un monstruo.

Ahora, proteger aquellos lugares de ese monstruo estaba en manos de Rashmi... aunque le costara la vida. Respiró hondo. No arreglaría el transportador: lo destruiría.

―Necesito mis herramientas. ―Se debatió para librarse del agarre de los funcionarios.

―¿Me tomas por imbécil? ―escupió Tezzeret. Rashmi se quedó de piedra―. Veo cómo trabaja tu mente limitada y huelo la traición en tu sudor. Pretendes destruirlo. ―Rashmi intentó disimular su conmoción―. Sé cuáles son tus intenciones. Muy bien, adelante. Hazlo. Pero que sepas que, si lo destruyes, te mataré, luego traeré a tu amiguito, ese tal Mitul, para que termine el transportador con los conocimientos que tenga sobre tu trabajo... y entonces también lo mataré.

―¡No! ―Rashmi se resistió al agarre de los funcionarios. A Mitul no. No al amable, honrado y atento Mitul―. ¡No puedes!

―Parece que por fin me has entendido ―dijo Tezzeret con desprecio―. Asegurémonos de que siga siendo así. ―Señaló brevemente a dos oficiales con un dedo de carne y hueso―. Vosotros dos, mandad traer a ese vedalken, Mitul. De inmediato.

―Sí, Gran Cónsul. ―Los funcionarios salieron del Inquirium con paso ligero.

―¡No! ―El pánico se apoderó de Rashmi. Tenía la respiración entrecortada. La habitación daba vueltas a un lado y a otro. Si no la estuvieran sujetando por los brazos, no habría sido capaz de mantenerse de pie.

―Si no terminas antes de que traigan aquí a tu amigo, moriréis los dos. ―Tezzeret asintió a los funcionarios que apresaban a Rashmi―. Soltadla.

El resplandor del suelo lustroso. Las juntas de un autómata. La filigrana del transportador. Cuando Rashmi se tambaleó hacia delante, vio los distintos elementos del Inquirium por separado, aislados. Su mente se negaba a unir las piezas; pensar en todo como un conjunto era demasiado cruel.

―¿Y bien? ―Tezzeret se cernía sobre ella―. ¿A qué esperas?

No esperaba a nada: estaba paralizada. Solo podía pensar en Mitul. Ahora mismo estaría sentado ante el escritorio del inquirium insectoide. Era un trabajador tempranero. Se preguntó en qué brillante artilugio estaría trabajando ahora mismo. Rashmi sintió el calor acumulándose en su garganta oprimida. Mitul no sabía que las fuerzas del Consulado iban a por él. No le darían ningún aviso. Ninguna explicación. Se portarían con violencia. Le gritarían. Le harían daño. No era justo. Mitul nunca había hecho daño a nadie. Y ahora iba a sufrir por culpa de ella.

No, no lo haría. No tenía por qué. "Muévete", se dijo Rashmi. "Por Mitul. Muévete". Con la mente dando vueltas, se tambaleó hacia la pared de recambios. Tenía que haber una manera, una forma de salvar a ambos: a las dimensiones que había visto y a su amigo. Obligó a su mente a analizar el problema, a pensar en la situación que había provocado Tezzeret como si fuese un rompecabezas. Sin embargo, lo abordara como lo abordara, siempre obtenía el mismo resultado: no había forma de salvar a ambos. Tenía que elegir.

Y decidió elegir a Mitul.

"Lo siento". Las palabras iban dirigidas a toda la vida en todos los mundos que había visto. Tal vez sus habitantes lo entendieran; puede que ellos hubieran hecho lo mismo para salvar a un amigo.

Apoyándose en la puerta de la pared de recambios, Rashmi buscó un nuevo fusible etéreo en los compartimentos dorados. Mecánicamente, seleccionó la pieza que necesitaba, la llevó al escritorio, abrió el cuaderno de trabajo y registró el número de identificación. Una lágrima corrió por su mejilla. Se la limpió con la mano, pero la segunda y la tercera salpicaron en silencio el anillo metálico del transportador original, todavía colocado sobre el escritorio. La imagen hizo que derramase más lágrimas. "¿Cómo hemos llegado a esto?". Aquella situación no tendría que haber ocurrido. Todo estaba mal. Si alguien le hubiera dicho en su humilde inquirium que las cosas acabarían así... De pronto, Rashmi sintió sequedad en la boca y sus manos comenzaron a sudar. Su inquirium... Había resuelto el rompecabezas.

Sus manos se pusieron a trabajar y arrancaron un trozo de papel del cuaderno. Sabía que Tezzeret la observaba desde lejos, pero no se atrevió a girarse y comprobarlo. Si se daba cuenta de sus intenciones, la mataría sin dudarlo. Pero si conseguía hacer lo que se proponía sin levantar sospechas, quizá pudiera salvar la vida a Mitul. Eso le bastaba para arriesgarlo todo.

Garabateó una nota apenas legible: "Estás en peligro. Huye. No dejes que te traigan al Chapitel".

La apretó en la mano y formó una bola con ella.

―¿Qué haces? ―La voz de Tezzeret hizo que su corazón se parara por un instante.

―Un último cálculo. ―La seguridad de sus palabras la sorprendió, al igual que el volumen de su voz.

―Has dicho que solo necesitabas reemplazar una pieza. ―La impaciencia de Tezzeret era palpable. Sus pasos resonaron en el taller, cada vez más cerca. Rashmi accionó un interruptor y encendió el transportador original―. No has mencionado ningún cálculo. ¿Me has mentido? ¿Otra vez?

―Tengo que asegurarme de que el fusible no reviente de nuevo ―replicó Rashmi contundentemente. Había sacado valor de la necesidad de proteger a Mitul―. No puedo permitir que el ensayo fracase. Me lo has dejado muy claro. ―Sabía que su contestación provocaría a Tezzeret, pero eso era lo que buscaba: distraerle para que no prestase atención al anillo transportador.

―Empiezo a cuestionar tu instinto de supervivencia. ―Estaba pasando por delante del taller de Bhavin, a juzgar por el sonido de los pasos.

Mientras garabateaba en el cuaderno con una mano para mantener el engaño, Rashmi usó la otra para abrir el panel de control del transportador y manipularlo. Solo había algunos puntos de destino memorizados, así que fue fácil identificar el hilo de éter que recordaba el camino al inquirium. Era el destino de su primer transporte fructífero; nunca lo olvidaría, ni tampoco el anillo. Vinculó el hilo y cerró el panel de control. "Por favor, no estés en otra parte", rogó silenciosamente a Mitul. "Por favor, lee esto".

―¡Basta de cálculos! ―El puño metálico de Tezzeret se estampó sobre su escritorio―. Es el momento de la demostración. ―Sintió su aliento abrasador en la nuca.

Rashmi tenía la mano sobre el anillo, pero si soltase ahora el papel, Tezzeret lo vería. Tenía que distraerlo de nuevo. Tomó aire y se armó de valor.

―El momento será cuando yo lo diga. La inventora soy yo.

―¡¿CÓMO HAS DICHO?! ―La voz de Tezzeret tronó como si saliera por un amplificador. Había conseguido su objetivo: estaba distraído. La garra de Tezzeret cerró de golpe el cuaderno y estuvo a punto de golpearle los dedos. Rashmi fingió un sobresalto y al mismo tiempo dejó caer la bola de papel a través del anillo. La nota desapareció.

Tezzeret sujetó a Rashmi por el arnés que seguía ceñido alrededor de su cintura y la giró para mirarla a la cara.

―Creo que ya lo he dejado claro. No eres nada. ¡NADA! ―Algunas babas salieron volando de su boca y mancharon las mejillas de Rashmi con un escupitajo de saliva caliente―. Estás aquí SOLO porque yo lo he querido. Estás viva SOLO porque yo lo he permitido. Harás lo que yo diga o ACABARÉ contigo. ―No esperó a que respondiera. Tezzeret tiró del arnés y la llevó a rastras hacia el transportador, donde el autómata de Bhavin esperaba debajo del arco.

Rashmi no opuso resistencia. Ya no tenía motivos para posponerlo. Había hecho todo lo posible; había dado a Mitul una oportunidad de escapar. Lo que ocurriera a continuación dependía de ella y de aquel monstruo.

―¡Coloca el recambio! ―ordenó Tezzeret arrojándola al suelo.

Rashmi cayó con un ruido seco y se golpeó las rodillas contra el suelo. Las lágrimas brotaron en sus ojos, pero las limpió de un parpadeo. No permitiría que la viese llorar. No. No aquel hombre. No aquel hombre que le había dicho que no era nada. Que había insultado su inteligencia. Él era quien no era nada. Quizá tuviera poder y control, pero solo servían para ocultar la verdad de lo que era... o más bien de lo que no era. Carecía de todo lo que importaba. No tenía las cualidades científicas que a ella le resultaban tan naturales. Él nunca habría podido inventar aquel transportador. Por eso la había llevado allí. Le resultaba necesaria. Era un ególatra mezquino que fracasaría sin ella. Y no iba a permitir que aquel hombre mezquino la matase.

Lo que necesitaba hacer solo requirió unos instantes. Instaló el fusible etéreo y realizó los ajustes pertinentes en el núcleo modular, enlazando el punto de origen con una ubicación de destino memorizada. Entonces aflojó la conexión lo justo para que se desprendiera en respuesta a la tensión del transporte.

―Está listo. ―Se levantó y tanteó la hebilla de su arnés. Estaba bien asegurada.

―Apártate. ―Tezzeret la empujó con el hombro―. Yo manejaré el transportador.

Rashmi se mordió la lengua para no darle las gracias por su predecible arrogancia; era exactamente lo que necesitaba para que el plan funcionara. Se acercó un paso al ventanal y lanzó una mirada furtiva al sistema de poleas cercano.

Tezzeret golpeó orgullosamente con la mano metálica el autómata de Bhavin, situado bajo el arco del transportador.

―Es la hora. ―Se hizo a un lado y sujetó la palanca del panel de control―. Este momento marca algo imposible de comprender para ti. Este es mi momento.

No tenía ni idea de cuánto se equivocaba.

Tezzeret accionó la palanca. Rashmi inspiró. El autómata desapareció.

Rashmi espiró. El fusible del núcleo modular estalló, cortocircuitándolo, y al mismo tiempo, el autómata volvió a aparecer... sobre la caja metálica que había utilizado tantas veces como ubicación de destino. La inmensa obra maestra de Bhavin reventó la caja, aplastó el escritorio de Rashmi y destrozó con estruendo el amplio ventanal que había detrás. El cambio de presión y los vientos etéreos hicieron que los documentos y herramientas cercanos salieran volando por los cielos de Ghirapur.

―¡¿QUÉ HAS HECHO?! ―Tezzeret estaba rojo de ira, cubierto del éter que había salpicado el fusible al reventar. Pero Rashmi estaba preparada. Enganchó su arnés al cable del sistema de poleas. Antes de que la mente obtusa de Tezzeret asimilase lo ocurrido, Rashmi tomó carrerilla y saltó por el agujero en el ventanal, hacia el éter arremolinado en el cielo.

Art by Jonas De Ro
Ilustración de Jonas De Ro

Todo lo que ocurrió después fue instintivo. Rashmi cayó en picado y el viento azotó su cara y su boca abierta, arrebatándole el aliento y abrasándole los pulmones. Cerró la boca. Abajo, las calles de Ghirapur asomaron entre las lágrimas heladas que manaban de sus ojos. Cerró los ojos. El cable elástico al que se había enganchado se tensó y Rashmi sintió el tirón. Su cuerpo se catapultó hacia arriba y luego se desplomó de nuevo. Y una vez más. Y otra. No abrió los ojos hasta que el rebote cesó. Estaba colgada justo encima de un transporte del Consulado. Llevó una mano a la hebilla del arnés y obligó a sus dedos temblorosos a desabrocharla.

Las piernas no respondieron a tiempo de situarse debajo y Rashmi cayó de bruces contra el techo metálico del vehículo. "¡Arriba!". Medio se arrastró, medio rodó para bajar del techo y se estampó con el hombro en el suelo adoquinado.

Se armó un gran revuelo en la calle. La gente gritaba. Saltaban chispas. Los tópteros zumbaban. Y en las alturas, Tezzeret gritaba. Rashmi se obligó a levantarse y salir corriendo. No sabía adónde ir, pero tenía que huir de allí. Tenía que desaparecer, irse lo más lejos posible. Lejos de él.

Tenía las piernas magulladas y los pulmones le ardían, pero jamás se detendría. Jamás.

De súbito, un muro de metal surgió ante ella. Lo esquivó girando a la izquierda. Otro muro. Esta vez chocó contra él antes de cambiar de rumbo y correr en otra dirección... directamente contra un tercer muro. Giró sobre sí. La habían encerrado.

―¡NO! ―Estampó los puños en el metal―. ¡No! ―No podía permitir que él ganara.

Unas manos la sujetaron por los hombros y la hicieron girar. Rashmi levantó un puño, dispuesta a luchar. Dispuesta a matar, si hiciese falta.

―Cálmate, Rashmi. Soy yo. Estás a salvo.

Rashmi pestañeó. No tenía sentido. ¿Cómo...? ¿De dónde...?

―¿Saheeli?

―Estamos dentro de mi constructo. Nos llevará a un lugar donde nadie pueda encontrarnos. ―Rashmi percibió movimiento bajo sus pies, que ya no pisaban la calle, sino un suelo metálico―. Ya ha pasado, Rashmi. Estás a salvo. Tranquila. ―Saheeli repitió las palabras hasta que la respiración de Rashmi se calmó lo suficiente como para hablar de nuevo.

―¿Y Mitul? ―graznó el nombre de su amigo.

―Está a salvo ―confirmó Saheeli.

Rashmi se dejó caer en brazos de su amiga, por fin aliviada de la tensión.

―Una huida espectacular ―terció otra voz. Rashmi levantó la vista y vio a una mujer de aspecto extraño, vestida de negro.

―Increíble, diría yo ―añadió Saheeli.

―Aunque me siento un poco decepcionada ―dijo la desconocida―. Me prometieron que podría divertirme un poco con Tezzeret.

Al oír aquel nombre, el estómago de Rashmi se endureció.

―Saheeli ―dijo agarrando a su amiga por los hombros―, Tezzeret tiene el transportador... Pero no es un simple transportador. Tenías razón. No conocía las consecuencias de mi trabajo, pero creo que él sí. Debía de saberlo, igual que... ―Rashmi dejó las palabras en el aire y observó a Saheeli―. lo sabías. ―Retrocedió un paso, perpleja por la conclusión a la que había llegado. Su mente barajaba piezas que apenas se atrevía a encajar.

La mirada de Rashmi vagó de su amiga al metal que había surgido alrededor de ellas. Analizó su resplandor colorido e inusual. Luego se fijó en la mujer de negro; en la falda oscura y suelta que llevaba, de un tejido que nunca había visto; en las marcas de su piel, apenas visibles pero significantes, escritas en un alfabeto desconocido.

Su pulso se aceleró y Rashmi volvió a observar a Saheeli, pero esta vez la observó de verdad, profundizando en el éter. Era más una sensación que otra cosa y, cuando la percibió, supo que la había sentido antes. Cuando él entraba en el Inquirium. De pronto, Rashmi se sintió muy extraña, diminuta y asustada.

―Saheeli, tú lo sabías.

Su amiga no respondió.

El constructo se detuvo bruscamente.

―Por fin ―dijo la mujer de negro al levantarse―. Esto se ha vuelto más incómodo que las reuniones de Pecholobo. ―Giró la cabeza hacia Saheeli―. ¿Haces el favor de dejarme salir?

Con un simple gesto, Saheeli separó el metal y la desconocida salió a lo que parecía el interior de un almacén en penumbra. Saheeli carraspeó y se volvió hacia Rashmi.

―Los demás nos esperan.

―¿Quiénes? ―La voz de Rashmi flotó en el silencio, tan insegura como lo estaba ella―. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde estamos?

―Bienvenida al movimiento renegado, amiga mía. Tengo muchas cosas que explicarte.


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