Un Consulado agradecido
Historia anterior: En esta misma arena
El mago del metal Tezzeret pretendía dar un castigo ejemplar a Pia Nalaar enfrentándose a ella en un duelo público, pero los Planeswalkers de los Guardianes, llegados a Kaladesh tras descubrir la presencia de Tezzeret, han interrumpido el combate y han liberado a Pia del arresto consular. Sin embargo, las maquinaciones de Tezzeret nunca son sencillas y la Gran Exhibición tenía un propósito oculto... como también está descubriendo Dovin Baan.
Dovin Baan movía la cabeza a un lado y a otro, disgustado. Allá donde mirase, un plan que presentaba defectos graves estaba desencadenando un caos total.
Por todo el recinto ferial, los soldados del jefe de seguridad Ranaj continuaban confiscando inventos con su torpe proceder, utilizando autómatas como amenaza manifiesta para reforzar la autoridad legal de los agentes. Había discusiones por doquier, aquí y allí se producían altercados y los inventores expresaban con gran intensidad la gama de emociones que eran de esperar, desde indignación furiosa hasta desesperación abrumadora. Y en medio de todo había un trasfondo de pánico: la presión de la multitud que salía de la arena, donde el espectáculo de Tezzeret contra la renegada Pia Nalaar no tendría que haber concluido tan pronto. Sin embargo, Tezzeret se había embarcado en una nave insignia del Consulado, rumbo al Chapitel de Éter. Allí se dirigía Dovin ahora, cruzando el caos de las calles.
"Si Tezzeret me hubiera consultado antes de poner a trabajar a los agentes, todo esto se habría desarrollado mucho mejor", pensó Dovin.
―¡Usted, escúcheme! ―gritó a una soldado cercana, cuya faja hacía patente su rango de capitana―. Urge dispersar a ese grupo de ciudadanos antes de que opten por expresar su frustración de manera más violenta. ―La oficial siguió con la vista la dirección de la mano de Dovin y asintió. Abrió la boca para confirmar las instrucciones, pero él aún no había concluido.
»Después, ordene a ese hombre que maneje su espada con más cuidado, o acabará cortándose un brazo o hiriendo a un ciudadano. Por último, ese carro no podrá soportar el peso del así llamado "cofre de maná" que intentan cargar en él, y asegúrese de que a ningún agente se le ocurra poner un pie en su interior. ―El propio Dovin se había asegurado de que el invento, un diseño de la Sociedad de Eterólogos, se hubiera expuesto tras una valla de seguridad durante la Feria, por el bien de los visitantes. Hizo un gesto de dolor cuando un eje del carro se quebró bajo el peso del "cofre" y seis soldados corpulentos se apartaron para que la mole no les cayera encima.
La capitana corrió hacia aquel desastre; parecía haber olvidado sus instrucciones más apremiantes. Dovin suspiró. Tendría que encargarse él mismo de prevenir el siguiente desastre. Se dirigió a paso rápido hacia el grupo de inventores agitados y sujetó a dos agentes por el codo.
―Continúen circulando, ciudadanos, por su propia seguridad ―dijo al grupo. Dio un leve empujón en la espalda a los soldados para que se hicieran cargo del resto y ambos empezaron a dispersar a la gente. Perfecto. Siguiente asunto.
"Maldición, demasiado tarde". El zoquete de la espada se había herido a sí mismo. Por suerte, el corte era mucho menos grave de lo que podría haber sido y alguien ya le estaba haciendo un torniquete al soldado por encima de la herida. Dovin asintió, satisfecho con que los cuidados fueran suficientes, pero molesto porque hubieran sido necesarios.
Cerca de él, una inventora llevaba en brazos un elegante tóptero, como si se tratara de un niño. Cuando un agente se aproximó a ella, Dovin vio de inmediato cómo se desarrollaría la situación: el agente le arrebataría el tóptero por la fuerza, la inventora chillaría con enfado y trataría de recuperarlo y el autómata del Bastión que acompañaba al soldado tendría que sujetarla. ¿De verdad supondría un esfuerzo tan grande hacer las cosas bien? Mostrar la insignia del Consulado, explicar tu propósito, prometer que el invento recibiría el mejor trato posible y asegurar que llevaría el nombre de la inventora.
Al parecer, era pedir demasiado. Antes de que Dovin lograra acercarse a ellos, la escena se desarrolló tal como él había previsto y el autómata tuvo que contener a la inventora hasta que la mujer logró liberarse y se marchó corriendo, claramente pensando en tomar represalias.
El plan era defectuoso y se estaba llevando a cabo de manera lamentable. Dovin esperaba una mayor eficiencia por parte del Consulado que tanto apreciaba. Pero, claro, también se había acostumbrado a que le consultaran, a tener la oportunidad de refinar tales planes antes de ejecutarlos, en vez de tener que reaccionar para arreglar el desastre resultante. El Consulado había reconocido su talento y este le había granjeado su cargo como inspector jefe, encargado de supervisar los nuevos diseños y de establecer estándares de seguridad. Asimismo, Tezzeret había visto su potencial y su habilidad para detectar defectos no solo en los inventos, sino también en el intrincado sistema burocrático del Consulado, en la Feria de Inventores y en el propio ascenso al poder de Tezzeret. Sí, Dovin también se había fijado en eso último y había ayudado sutilmente al mago del metal a corregir una o dos imperfecciones en sus planes. Y Tezzeret le había recompensado por ello.
Se preguntó qué podría haber ocurrido.
¿Habría perdido la aprobación de Tezzeret, por algún motivo? ¿Estaría resentido por la aparición de los otros Planeswalkers en Kaladesh? Dovin sintió que su actitud se volvía cada vez más defensiva. Contactar con aquellos Planeswalkers, aquellos "Guardianes", había sido la medida cautelar más razonable, dadas las circunstancias y la información que le habían proporcionado. Tezzeret no podía culparle por ello.
En cualquier caso, el daño ya estaba hecho. Los Planeswalkers se encontraban allí y los agentes hacían lo que Tezzeret les había ordenado. La responsabilidad de enmendarlo recaía en Dovin Baan, y ciertamente se esforzaba por solucionar todos los conflictos posibles a lo largo de la ciudad, dentro de los límites de su capacidad. Su talento tenía aspectos negativos, puesto que le resultaba difícil dejar sin corregir cualquier problema que veía. No podía quedarse de brazos cruzados y presenciar cómo su ciudad y su Consulado se sumían en el caos.
Mientras continuaba su camino hacia el Chapitel, oyó un sonido similar a un trompetazo en una plaza. Un poco más adelante, un hermoso constructo de vida fraguada que emulaba el aspecto de un elefante (el inventor incluso se había molestado en imitar su berrito) daba cabezazos a un lado y a otro, derribando a los agentes con sus enormes colmillos en espiral. Los soldados se agacharon para esquivarlos y trataron de clavar sus lanzas en la bestia, pero las puntas rebotaban con un entrechocar metálico en el revestimiento de la bestia. Dovin arrugó los labios cuando echó a correr hacia la trifulca.
"No puedo estar en todos los lugares requeridos para subsanar las repercusiones de este procedimiento inadecuado", pensó. Agarró a un agente por el brazo y tiró de él justo a tiempo para esquivar la trompa del elefante.
―Escúcheme ―le dijo.
―¡Estamos un poco ocupados! ―le espetó el soldado.
―Si estáis ocupados sin un plan, lo mismo daría que estuvierais ociosos ―respondió Dovin―. Escúcheme y observe.
El agente pestañeó, confuso, y Dovin aprovechó la oportunidad para explicarse.
―Fíjese: cuando asestan una lanzada al cuello del animal, este se encabrita. Siempre. Y entonces golpea con sus patas delanteras. Vamos, dé la orden de hacerlo.
―¡Apuntad al cuello! ―gritó el agente, y uno de sus compañeros obedeció.
Con un barrito, el elefante se encabritó y pateó hacia adelante, haciendo que el soldado obediente saliera rodando por los suelos. Dovin dejó escapar un suspiro.
―Fíjese ahí ―dijo mientras señalaba el vientre del animal―. El acabado de la obra deja que desear; típico de un constructo renegado. Un cable asoma cerca de los cuartos traseros cada vez que la bestia se encabrita. Solo necesitan cortarlo para lograr que el autómata se venga abajo.
El agente asintió y volvió a la refriega, tratando de acercarse lo justo para hacer lo que Dovin le había indicado. El vedalken cruzó los brazos y no quitó ojo del elefante mientras buscaba entre la multitud al fraguavidas renegado que había provocado el altercado.
―Ajá ―murmuró cuando un elfo llamó su atención.
Avanzó unos pasos y sujetó por los hombros a una soldado distinta.
―Usted se encargará de cortar el cable ―le susurró al oído. La desplazó un poco a la izquierda justo antes de que su último pupilo provocara que el elefante se encabritase de nuevo.
»Ahora, adelante ―pidió a la soldado con un suave empujón.
El elefante se giró ligeramente al verla acercarse y lanzó un golpe con la trompa. La agente esquivó el apéndice ("bravo", pensó Dovin) y atrapó con su bisarma el cable expuesto. Cambió su forma de agarrar el asta, dio un tirón, la hoja cortó el cable, el elefante cayó...
Y la trompa descendió sobre el fraguavidas, que terminó derribado en el suelo.
―Detengan a ese elfo; ha de responder por este disturbio ―ordenó Dovin a los agentes antes de reanudar su camino hacia el Chapitel de Éter para encontrar a Tezzeret. "Se acabaron las distracciones".
Dovin llegó al Chapitel y vio a Tezzeret andando a zancadas por un pasillo y ladrando órdenes. Aceleró el paso para alcanzar al juez principal y lo sujetó por el brazo derecho.
Pero entonces retiró la mano al sentir un tacto de metal picudo bajo la manga. "Qué extraño". Había supuesto que la garra brillante que asomaba por el extremo era un dispositivo separado, tal vez montado en el brazo de Tezzeret, pero en ese momento se dio cuenta de que formaba parte del brazo. Basándose en el breve contacto, pudo extrapolar la forma que ocultaba debajo de la manga. ¿Un brazo protésico? Además, su estética no era nada elegante, aunque parecía realmente funcional. Qué interesante y extraño que Dovin no se hubiera dado cuenta antes. ¿Tezzeret lo había ocultado todo aquel tiempo?
―¿Qué quieres, Baan? ―preguntó el juez principal. Su actitud gritaba impaciencia, aunque su rostro tratara de proyectar una calma imperturbable.
―¿Qué es esto? ―replicó Dovin señalando con un brazo a sus espaldas, hacia el caótico desmantelamiento de la Feria de Inventores―. ¿Qué circunstancias justifican el uso de semejantes medidas draconianas?
―Veo que no sabes lo que ha sucedido en la arena ―dijo Tezzeret señalando con la mano metálica por encima del hombro de Dovin.
―¿El duelo de inventores contra la renegada? Un movimiento exagerado con demasiada probabilidad de abocar al desastre, como creo que le advertí en cuanto usted me reveló sus intenciones.
―Me refería en concreto al grupo de seis Planeswalkers que han interrumpido el duelo y se han fugado con la renegada. ―El rostro de Tezzeret también mostraba su frustración ahora―. Creo que ese no era el desastre que habías previsto.
Dovin contó con los dedos. Primero estaba la joven Nalaar, por supuesto, quien había complicado los posibles desenlaces desde su llegada al plano. La elfa, el telépata, el guerrero, la nigromante... Le quedaba un dedo por abrir. ¿Quién era el sexto Planeswalker?
―Los renegados se han envalentonado al verles ―continuó Tezzeret―. Estamos perdiendo el control de la situación.
―Pero ¿era necesario hacer todo esto? ¿Por qué confiscar los inventos, y más aún de forma tan torpe y drástica? Basta con echar un vistazo al recinto para comprender que este acto solo sirve para incitar y, como usted ha dicho, envalentonar a quienes no respetan la autoridad del Consulado.
―Tranquilo, Baan. No estamos robando los inventos, estamos salvaguardándolos. No queremos que unas obras tan espléndidas resulten dañadas en un ataque de los renegados.
―Usted sabe que comparto esa opinión, por supuesto, pero...
―Y estos artilugios aún no se han sometido a un examen riguroso, como bien sabes. Son peligrosos para la población. No podemos dejar toda esa tecnología no autorizada en las calles.
―En efecto, eso sería una irresponsabilidad ―confirmó Dovin―. No obstante, habría sido más productivo exponer ese razonamiento a los ciudadanos. En vez de enviar a los agentes de Ranaj a arrancar los dispositivos de las manos de sus afligidos propietarios, podríamos haber enviado burócratas con formularios a rellenar, proporcionando garantías y palabras reconfortantes.
―No hay tiempo para eso ―gruñó Tezzeret en voz baja.
"Interesante", pensó Dovin. La actitud de Tezzeret había cambiado por completo durante un momento, como si un arrebato de rabia le hubiera estrujado el cuerpo y lo hubiese liberado enseguida. Dovin decidió adoptar un tono tranquilizador.
―Considero que emplear un tiempo adicional en preservar la paz y la seguridad pública merece completamente la pena. Es cierto que algunos de esos dispositivos poseen un potencial enorme para ocasionar daños personales y de bienes, por lo que...
―Exacto, un potencial enorme. ¿No lo entiendes? Es mucho mejor que los inquiriums del Consulado estudien esa tecnología y exploren su potencial, en vez de dejar la tarea en manos de quién sabe quién. Podemos desarrollarla, refinarla y perfeccionarla.
―Mm... ―Dovin sopesó la idea unos segundos―. Sí, por supuesto. El desarrollo siempre ha sido un objetivo fundamental de la Feria de Inventores; el avance tecnológico en aras del progreso social, bajo la cuidadosa supervisión del Consulado. Entonces, ¿por qué...?
―¿Y quién podría dirigir esa labor mejor que tú?
Dovin pestañeó varias veces, estupefacto por un momento.
―¿Yo? ―Por supuesto, era la elección más lógica. Unos instantes atrás, creía haber perdido el apoyo de Tezzeret, por algún motivo, pero ahora le estaba ofreciendo un cargo que suponía una responsabilidad tremenda.
―Pero antes de que pueda confiarte una tarea tan crucial, necesito que aclaremos algo. ¿Has sido tú quien ha traído aquí a esos Planeswalkers?
―En sentido estrictamente técnico, no, no lo he hecho. Invité a algunos de ellos a venir, como medida para prevenir un posible fallo que detecté en los planes para la Feria de Inventores; en concreto, la amenaza de los renegados, encarnada en Pia Nalaar. Sin embargo, los Planeswalkers rechazaron mi oferta. Después, la joven Nalaar vino por su cuenta de forma inesperada. Solo traje conmigo a una: la elfa, Nissa.
―He ahí el motivo que me hace dudar, Baan ―dijo Tezzeret poniendo su mano de carne y hueso en el hombro de Dovin―. Aprecio tu capacidad de previsión, pero tu decisión de tratar con estos Planeswalkers parece haber sido un descuido impropio de ti.
¿Un descuido? Dovin se sentía ofendido.
―En realidad, mi decisión fue óptima si tenemos en cuenta la información que usted compartió conmigo. Ante el peligro que suponían los renegados, ¿quién mejor para hacer frente a esa amenaza que un grupo de autoproclamados héroes con un poder colosal a su disposición? La probabilidad de que se pusieran de parte de los renegados era infinitesimal... de no haber sido por la existencia de rencores personales que desconocía en el momento de tratar con ellos.
―Y este es el resultado ―aseveró Tezzeret―. Me han desafiado en la arena. Ahora me veo obligado a actuar con más brusquedad; con torpeza, como bien has descrito. La situación se nos está yendo de las manos. ―Tezzeret tensó su mano metálica y Dovin retrocedió un paso involuntariamente.
»Tienes que arreglar esto, Baan. Este giro de los acontecimientos agitará a los renegados, como has dicho, así que detenlos. Necesito un inquirium seguro en el que pueda trabajar sin temor a un ataque renegado. Necesitas que los inventos confiscados se almacenen y cataloguen para tu propia investigación. Necesitamos el Bastión en estado de alerta, preparado para enfrentarse a cualquier amenaza. Necesitamos recordarles quién manda aquí.
―¿Necesita usted un inquirium? ―preguntó Dovin―. ¿Por qué razón?
―Tengo que realizar mi propia investigación ―respondió Tezzeret echando a andar por el pasillo. Dovin fue detrás de él―. La obra que Rashmi ha presentado en la Feria ofrece posibilidades trascendentales, más importantes que esta ridícula sublevación e incluso que Kaladesh. Me centraré en eso. El resto de los inventos son tuyos.
"¿De verdad?", pensó Dovin. Lo cierto era que ningún otro invento de la Feria había captado la atención de Tezzeret.
―De acuerdo ―aceptó la oferta.
―Después de que pongas orden a este desastre.
―Faltaría más. ―"Primero, los Planeswalkers", pensó.
Tezzeret le dio la espalda y se marchó sin decir nada más. Dovin hizo señas al oficial de seguridad más cercano para que se acercase.
―Reúna una brigada de soldados, altamente cualificados, por favor, y expulse a los renegados y los... desconocidos del recinto ferial. Preste atención, pues tienen una serie de puntos débiles que garantizarán su derrota si se explotan adecuadamente. ―Los enumeró con los dedos de una mano―. Carecen de un líder claro, por lo que es posible desorganizarlos. La joven Nalaar es irascible y debería ser fácil provocarla para que cometa una imprudencia. La mujer de negro no cuenta con la confianza de algunos de los otros, sobre todo del soldado. Tienen la triste convicción de ser héroes, de modo que su comportamiento es predecible. Tratarán de proteger a sus socios más débiles, como Oviya Pashiri. Y creerán que pueden vencer pagando un precio o un sacrificio mínimos. Exploten esos puntos débiles de todas las formas posibles. En marcha.
En cuanto Dovin salió de nuevo al exterior, su cabeza dio vueltas. La plaza estaba aún más abarrotada, ya que el público de la arena había salido de ella; muchos inventores acababan de descubrir que los agentes estaban confiscando sus preciados inventos o ya se los habían llevado. Dovin seguía sin dar crédito a la nefasta ejecución del plan. Ni siquiera tuvo que echar un vistazo alrededor para ver todas las cosas que se estaban haciendo mal... o que iban a hacerse. Era un desastre, como había reconocido Tezzeret, y Dovin no tenía la culpa, pero el juez principal le había encomendado la tarea de solucionarlo y nadie era más apto para el trabajo, según su humilde pero precisa estimación.
Volvió a avanzar por la plaza, esta vez sin prisa, y reunió a su paso a un puñado de oficiales del Bastión. Después de lo ocurrido, el problema más acuciante era que la opinión pública pudiera volverse en contra del Consulado; y no era un único punto débil, sino decenas de ellos, que amenazaban la integridad de la delicada máquina que era Ghirapur. Varios grupos de inventores indignados llamaban la atención de Dovin como moscas en un brazo; un problema que los agentes podrían solucionar con ayuda de él. Dispersarlos con diplomacia usando mensajes tranquilizadores debería bastar, pero quizá fueran necesarios algunos arrestos estratégicos. Envió agentes a todos los puntos problemáticos.
Otros asuntos sería mejor resolverlos personalmente. Se abrió camino hasta la escena de un arrebato emocional: un impulsivo inventor humano gritaba su disconformidad a una soldado enana mientras dos autómatas del Bastión trataban de levantar un dispositivo complejo cuyo propósito no estaba claro a primera vista.
―¿Puedo ayudarle, caballero? ―se ofreció Dovin mientras se interponía entre el inventor y la agente. En situaciones como aquella, la calma tan característica de los vedalken podía apaciguar las emociones vívidas que tanto manifestaban otras especies.
―¡No tenéis derecho a llevároslo! ―chilló el inventor, que acercó demasiado su rostro enrojecido al de Dovin y le clavó un índice en el esternón.
―Comprendo perfectamente su apego por este asombroso dispositivo ―aseguró Dovin mientras recorría con una mano la detallada artesanía metálica del invento. Ahora comprendía su propósito: era una máquina diseñada para fabricar tópteros. "Qué curiosa". Por supuesto, sus diversos defectos también saltaron a la vista de inmediato, pero no era el momento de sacarlos a colación―. Una labor magnífica, en verdad. La forma en que ha aplicado usted el principio de Dujari es muy ingeniosa. ―Y lo era; incluso tomó nota del dispositivo para examinarlo minuciosamente una vez que estuviera a salvo en el laboratorio, después de que cerraran una peligrosa fuga de éter que seguramente atraería a muchos gremlins―. Su idea tiene un potencial asombroso.
―Gra... Gracias. ―El semblante del inventor se calmó y sus hombros se enderezaron con orgullo.
―Le aseguro, caballero, que su dispositivo será tratado con el mayor respeto mientras esté en manos del Consulado.
―Pero...
―Sin duda estará usted familiarizado con el procedimiento de presentar dispositivos al Consulado para someterlos a una inspección de seguridad. Y también será usted consciente de que, en circunstancias como estas ―hizo un gesto impreciso, pero amplio, que podía referirse a cualquier cosa, desde la Feria de Inventores hasta la incautación que estaba realizando el Consulado―, el procedimiento debe ser alterado ligeramente. Sin embargo, el resultado será el mismo y el trabajo que usted ha hecho podría significar un nuevo hito en la tecnología de fabricación. El Consulado le está agradecido.
Sin esperar una respuesta del inventor, Dovin se volvió hacia la agente, que había presenciado el diálogo con el ceño fruncido.
―Y ahora, le recomiendo que consiga los servicios de un autómata más, como mínimo, para transportar este dispositivo con el cuidado que merece. Si aguarda un momento, yo mismo solicitaré que envíen uno.
La expresión de la enana le decía que esperar allí era lo último que quería, pero Dovin le dirigió una mirada severa para aclarar que sus palabras amables no daban lugar a negativas.
Esa era la delicadeza de la que carecían los agentes de Ranaj, y Dovin temía que eso pudiera ocasionar una catástrofe.
Otras situaciones parecidas entorpecieron su viaje desde el Chapitel de Éter hasta las instalaciones adonde se estaban llevando los inventos. Calmó a media docena de inventores, dispersó otros tres grupos de renegados en ciernes y ayudó a un equipo de contención a lidiar con un grupo de gremlins que se había abalanzado sobre el elefante de vida fraguada cuando el éter empezó a fugarse por el cable que habían cortado.
En contraste con la inquietud y la tensión de la ciudad, en el depósito flotaba una energía muy distinta que aceleró el pulso de Dovin. Los mejores científicos e inventores de todos los inquiriums del Consulado en Ghirapur se habían reunido allí con un mismo propósito: acometer la monumental tarea de catalogar, preservar con seguridad e investigar todos aquellos inventos. Entre aquellos muros había el potencial para realizar un salto tecnológico comparable al Gran Auge del Éter, que seis décadas atrás había propiciado el inicio de la actual era de innovación.
Y él estaría a cargo de todo. Cualquier duda que pudiera albergar sobre el beneplácito de Tezzeret se desvaneció.
Estaba ansioso por comenzar. En cuanto los Planeswalkers fueran arrestados y los renegados, silenciados. "Pronto".
Más presencia del Bastión en las calles. Toques de queda, tal vez. Restricciones en el suministro de éter para reducir la actividad renegada, si fuera necesario. Dados los defectos de los Guardianes como grupo, su captura y encarcelación solo eran cuestión de tiempo. La seguridad y el orden no tardarían en restaurarse.
Y entonces, todos aquellos inventos estarían bajo su supervisión.
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