El sol estaba a punto de ponerse cuando el Vientoligero dejó atrás el océano y comenzó a sobrevolar la costa de Urborg.

Gideon y Liliana se encontraban en el puente mientras Jhoira guiaba el barco por encima de ciénagas y canales cubiertos de malas hierbas, rodeados de vegetación frondosa y tupida. En las tierras pantanosas se veían ruinas enterradas bajo la maleza y el musgo; señales de la larga historia de aquella región.

Ya habían pasado cerca de una isla exterior, donde Jhoira había enviado a su búho a realizar un breve vuelo de reconocimiento. Cuando el constructo regresó, la capitana relató con seriedad lo que había visto.

—El monumento a los fallecidos durante la invasión pirexiana se encontraba aquí. La gente solía peregrinar para visitarlo, ya que era un símbolo de esperanza durante épocas terribles. Se rumoreaba que la Cábala lo había profanado bajo órdenes de Belzenlok. Por lo que ha visto mi búho, el rumor era cierto.

—Yo también lo había oído. —Teferi estaba en el otro extremo del puente, cruzado de brazos mientras observaba las junglas pantanosas de los alrededores. Torció la boca en un claro gesto de desagrado—. Al parecer, la Cábala lo llama la Tumba de los Necios.

Liliana arrugó el ceño.

—Mi símbolo de esperanza es que Belzenlok sufra un dolor inimaginable y eterno cuando la Blackblade lo parta en dos y drene su vida.

Jhoira sonrió al oírlo y Teferi soltó una risa breve.

—Me gusta cómo piensas —dijo él.

—No te acostumbres a mis ideas —respondió Liliana mirándolo a los ojos—. Quienes me conocen saben que soy una persona terrible.

Gideon suspiró y Liliana le lanzó una mirada asesina.

A medida que el Vientoligero volaba tierra adentro, la luz se atenuaba paulatinamente. El cielo de Urborg era tenebroso, encapotado por las nubes de ceniza de los volcanes, y Jhoira redujo la intensidad de los faros del barco a meras chispas. Gideon divisó con dificultad las enormes siluetas de varias estructuras monolíticas thran, pero la mayoría de las ruinas tenían un aspecto orgánico y puntiagudo, característico de los restos pirexianos.

Swamp
Pantano | Ilustración de Titus Lunter

Algunas estructuras tenían grandes formas circulares que se elevaban sobre los árboles, mientras que otras tenían líneas agudas y apenas discernibles bajo la vegetación. También se veían muros derruidos y algunas torres que señalaban la ubicación de ciudades y pueblos más recientes, destruidos y reclamados por la flora. Sin embargo, a pesar de todas las ruinas visibles, la región de Urborg no estaba despoblada, ni mucho menos. Bajo los árboles y las enramadas brillaban luces de todos los tamaños, algunas moviéndose rápidamente y otras desplazándose con lenta meticulosidad. Todos los lugares poblados de vegetación parecían ser el hogar de criaturas en movimiento constante.

El ambiente en el barco se tornó serio a medida que sobrevolaban el paisaje oscuro. Teferi y los demás bajaron a las cámaras interiores, mientras que Karn permaneció vigilante en la cubierta de proa. Gideon se quedó en el puente con Liliana y Jhoira. Sabía que debería estar descansando de cara a la batalla del día siguiente, pero imaginaba que no podría conciliar el sueño. Estaban muy cerca de su objetivo, muy cerca de culminar aquel esfuerzo antes de centrar toda su atención en Nicol Bolas.

—¿Estás segura de que esos amigos tuyos estarán dispuestos a ayudar? —le preguntó Liliana a Jhoira con un poco de escepticismo. Un rato antes, la capitana había enviado a su búho mecánico a entregar un mensaje a sus contactos locales—. ¿Cómo sabes que no intentarán entregarnos a la Cábala en cuanto nos vean?

Jhoira enarcó una ceja, pero ya estaba demasiado acostumbrada a Liliana como para sentirse ofendida.

—Estoy segura de que nos ayudarán. Me he mantenido en contacto con ellos desde que decidí poner fin a la Cábala. En Urborg viven muchos humanos que obedecen a la Cábala para sobrevivir, pero muchos otros han luchado y muerto para intentar expulsar de las islas a las fuerzas de Belzenlok. Ahora, la resistencia se concentra en un lugar secreto. La gente con la que vamos a hablar procede de ahí.

—Había oído hablar sobre los cambios en la región mientras hacía mis propios planes, pero verla en persona es muy distinto —admitió Liliana—. Por supuesto, cuantos más ejércitos hayan muerto aquí, mejor. Al menos para lo que nos proponemos hacer.

—La muerte es una constante en Urborg. Los guerreros pantera han desaparecido casi por completo —relató Jhoira con una expresión triste—. Ahora, los espíritus y liches han erigido sus propias ciudades y pueblos a lo largo de los pantanos.

—¿Espíritus? —se extrañó Gideon—. ¿De los muertos?

—Sí, y manifestaciones puras de magia tenebrosa —explicó Jhoira—. La cantidad y variedad de muertos vivientes en este lugar son casi infinitas.

—Entonces, me sentiré como en casa —dijo Liliana fríamente.

Por la expresión de Jhoira, entendía que el comentario no había sido una broma.

—La mayoría de ellos no sienten más aprecio por la Cábala que nosotros —explicó la capitana—. De hecho, tienen que defenderse de las pesadillas creadas por la magia de demencia de la Cábala... y de otras amenazas. —Jhoira se inclinó hacia delante y oteó la neblina y la oscuridad—. Mi búho está regresando. —Su rostro se volvió neutro mientras se comunicaba con su familiar—. Y la resistencia ha accedido a reunirse con nosotros.

Jhoira's Familiar
Familiar de Jhoira | Ilustración de Kev Walker

—Bien —comentó Gideon. Estaba listo para poner fin al asunto y marcharse de aquella extraña región.


Había anochecido por completo para cuando el Vientoligero se detuvo cerca de una pequeña ciudad próxima a un pantano, medio enterrada bajo el musgo y los árboles. La localidad estaba protegida por una muralla de piedra y puertas robustas, e iluminada por diversas luces de colores. Desde la cubierta del Vientoligero, Gideon vio un paisaje que le resultaba extremadamente raro, con puentes que comunicaban edificios de arquitectura extraña y una especie de campanario derruido que se integraba en una nueva estructura.

Los demás permanecieron a bordo mientras Gideon y Jhoira descendían por una escalerilla para llegar a un claro junto a las puertas de la localidad. Una vez en tierra, un joven jamuraano surgió de entre las sombras.

—Por aquí —les dijo antes de internarse en la maleza.

A Gideon no le entusiasmaba la idea de alejarse mucho del Vientoligero, pero apenas recorrieron una distancia corta para llegar a un refugio. Lo habían construido a partir de un árbol enorme que había caído sobre la estructura curva de unos restos pirexianos.

Cuatro personas aguardaban allí, sentadas en una tela impermeable y a la luz de un pequeño banco de neblina brillante que flotaba cerca. El grupo estaba formado por dos humanos y dos guerreros pantera. Estos últimos eran altos, esbeltos y musculosos, con cabezas y rostros como los de los felinos depredadores que les daban nombre. Todos estaban bien armados e iban vestidos con una mezcolanza de armaduras ordinarias de cuero o metal; algunas partes cubiertas de púas delataban que se las habían arrebatado a la Cábala.

De los dos guerreros pantera, la mujer les hizo un gesto para que se acercaran.

—Saludos, Jhoira. Me llamo Sayrah. Nos pediste ayuda y estamos dispuestos a colaborar.

Gideon permaneció de pie y montó guardia junto al jamuraano que los había guiado, quien se situó de espaldas al grupo y vigiló las sombras bajo los árboles. Jhoira tomó asiento y respondió:

—Gracias por aceptar que nos reuniéramos.

Sayrah ladeó la cabeza y dio un tono ligeramente irónico a sus palabras.

—En cuanto oímos que la famosa Jhoira había venido en un barco celeste legendario, fue difícil resistirse.

Jhoira prefirió no perder el tiempo.

—Hemos venido a asaltar la Fortaleza.

La perpleja Sayrah levantó una zarpa.

—Si habéis venido en busca de guerreros, me temo que no somos suficientes para ayudar.

—Descuida, no pediremos a nadie más que participe en esta batalla. —Jhoira se inclinó hacia delante—. Solo necesito dos cosas. En primer lugar, el uniforme de un explorador o combatiente de la Cábala; alguien que capture gente en Urborg para llevarla a los fosos de combate de la Fortaleza.

—Con eso no hay problema. —Sayra hizo un gesto a los demás y uno de los humanos se levantó y desapareció entre la oscuridad—. ¿Cuál es la otra cosa?

—Información. ¿Podéis indicarnos en un mapa los lugares donde se libraron las grandes batallas más recientes en Urborg?

—Eso tampoco es un problema. —Sayrah abrió una bolsita que llevaba atada al cinto y sacó un mapa bien plegado.

Mientras tanto, algo se movió entre los matorrales y Gideon acercó una mano a la empuñadura de la espada.

—Tranquilo —le dijo el jamuraano—. Es un espíritu del pueblo. Odian a la Cábala y no nos traicionarán.

El ser que surgió de las sombras era bajito y bulboso, con cabeza aplanada y piel gris oscura. Parecía rodar en lugar de caminar, aunque Gideon vio con claridad que poseía al menos tres piernas. Uno de los ojos de la criatura rotó para mirar a Gideon al pasar.


Pies de Fango les dijo a sus retoños que se quedaran abajo. Aquel lugar era extraño y, a su manera, parecía incluso más peligroso que el vasto mar que acababan de dejar atrás. Sin embargo, allí había algo que parecía llamar a Pies de Fango, que subió con recelo la escalera que llevaba a cubierta. Arvad y Tiana se encontraban cerca de las escalerillas de la borda, mientras que los otros humanos habían ido a la cubierta de proa.

Pies de Fango permaneció en las sombras junto al puente, pero entonces se acercó despacio a la borda, como si sintiera un impulso extraño. Se estiró para ver la vegetación enmarañada que había en tierra.

En la oscuridad, unas siluetas brillantes se movieron a través de la maleza.

¿Quién eres y de dónde vienes? —preguntó algo.

Me llamo Pies de Fango y vengo del Vientoligero —contestó—. ¿Quién me llama?

Yxarit e Iyrgth y Silvancechante y... —Un torrente de nombres abrumó a Pies de Fango—. Pero ¿qué eres? —preguntaron las voces—. Te pareces a... —Las palabras dieron paso a imágenes y aromas: hojas verdes claras y calentadas por el sol, flores, tierra húmeda y fértil.

Yavimaya —dijo Pies de Fango. Raff había dicho que procedía de Yavimaya y Jhoira le había propuesto regresar allí con sus retoños después de acabar con Belzenlok. Pies de Fango no tenía tan claro lo que debía hacer. El Vientoligero era todo lo que conocía.

Yavimaya también está aquí, presente en la tierra desde hace mucho tiempo —reveló Iyrgth—. Vino a luchar.

Nosotros hemos venido a luchar contra el demonio —explicó Pies de Fango.

El demonio, el demonio —se susurraron las voces unas a otras, como haciendo correr la voz—. Luchar contra el demonio.

Pies de Fango se instaló junto a la borda para hablar con sus nuevos amigos. Era agradable entenderse así de bien con alguien.


Antes del amanecer, Gideon asomó la cabeza por la puerta entreabierta del camarote de Chandra.

—¿Qué tal por aquí? —preguntó.

—Estamos terminando —respondió Raff. Estaba sentado ante un escritorio y consultaba el tomo arcano que solía llevar encadenado al cinturón. No había disipado el hechizo que lo volvía ingrávido, por lo que el libro flotaba a la altura de su rostro. Al otro lado de la sala, Liliana y Shanna estudiaban a Chandra con ojo crítico.

—Tal vez deberías afeitarte la cabeza —propuso Liliana, pensativa.

Chandra se rascaba con fuerza el cuero cabelludo.

—Con toda la porquería que me habéis puesto en el pelo, no diría que no. —La habían disfrazado como una cazadora de la Cábala, con pantalones oscuros y una túnica bajo la armadura negra de cuero. Las manchas de sangre y tierra en la ropa indicaban que se la habían arrebatado a un sectario muerto.

—Solo los clérigos se afeitan la cabeza y no queremos que atraiga demasiada atención —discrepó Shanna—. Lo que sí necesita son las cicatrices.

Raff se levantó de un salto.

—Estoy listo, solo tenía que comprobar unos detalles. Aprendí este hechizo en la Academia, pero hace tiempo que no lo utilizo. Es un ejercicio avanzado para ilusionistas.

Gideon pensó que el muchacho no fanfarroneaba, para variar. Raff tenía un aspecto demasiado decidido y preocupado. Entonces, el joven se acercó a Chandra y le dijo:

—Quédate quieta y mantén la cabeza recta.

Una tenue luz chisporroteó por los dedos de Raff mientras los pasaba por la cara de Chandra. Su piel quedó arrugada y tirante, creando la cicatriz de un corte de espada que descendía desde una sien hasta la mandíbula. Gideon estaba asombrado con la transformación. Raff apartó la mano y contempló el resultado.

—¿Qué tal ha quedado?

—Perfecta —opinó Liliana con un asentimiento—. Tiene un cierto encanto truhanesco.

—Muy bien, chico —dijo Shanna dándole una palmada a Raff en la espalda.

Chandra se tocó la cicatriz con cuidado.

—Qué raro se me hace esto.

—Venga, tenemos que ponernos en marcha —apremió Gideon. Su disfraz había dado mucho menos trabajo: se había quitado la armadura y rasgado la ropa, había rodado un poco por el suelo durante la parada anterior y Shanna le había pegado un par de puñetazos en la cara.

—Ahora mismo voy —dijo Chandra mientras se ponía el arnés para las armas.

Gideon echó a andar por el pasillo en dirección a las escaleras que daban a la cubierta y Liliana fue detrás de él.

—¿Tú también estás preparada? —le preguntó.

—Más que preparada. —Liliana se pasó las manos por la cara—. Estoy deseando quitarme este pacto del cuerpo y hacer pedazos a Belzenlok.

—Pronto terminará todo. —Gideon intentó parecer alentador.

Liliana compuso una expresión irónica.

—De un modo u otro.

Los dos subieron a cubierta y contemplaron el paisaje de Urborg al amanecer.

Fungal Plots
Pantano | Ilustración de Jonas De Ro

El cielo seguía cubierto de ceniza, dando a la mañana una luz apagada y gris. El bosquecillo neblinoso bajo el Vientoligero parecía deshabitado, excepto por una estructura pirexiana semienterrada con forma de anillo. Gideon se acercó a la borda, donde Karn acompañaba a Teferi mientras este observaba el horizonte empleando un catalejo. El mago temporal bajó el utensilio y señaló hacia delante con la barbilla.

—Allí está.

La noche anterior, Gideon se había fijado en la silueta del volcán, delineada contra el cielo oscuro. Ahora, los muros de la Fortaleza se elevaban claramente por encima del cráter. En sus orígenes había sido una base pirexiana, que más adelante resultó parcialmente destruida por una erupción cuando los pirexianos fueron derrotados.

—Belzenlok ha hecho algunas reconstrucciones —informó Teferi—. Gran parte de la torre estaba en ruinas la última vez que la vi.

Gideon midió a ojo la distancia.

—Nos espera un largo camino, pero Shanna tiene razón: es mejor no acercar más el barco.

Gideon no supo interpretar el semblante de Karn, pero, de algún modo, le dio la sensación de que no estaba preocupado.

—Deberíamos comenzar —dijo el gólem.

Jhoira y los demás llegaron a la cubierta. Chandra llevaba una espada de la Cábala amarrada a la espalda y un puñal en cada muslo.

—Tienes un aspecto aterrador —bromeó Teferi.

—Gracias —contestó ella con una sonrisa—. También tengo un olor aterrador.

—¡Ja, ja, ja! Ese detalle no quería mencionarlo.

Jaya le dio una palmada en el hombro a Chandra.

—Recuerda que estás preparada. Puedes hacerlo.

—Gracias a ti —respondió Chandra sin dejar de sonreír.

Cuando todos se reunieron, Jhoira les recordó el plan.

—Esperad hasta nuestra distracción. Si funciona, la reconoceréis de inmediato.

—Te aseguro que funcionará —afirmó Liliana. Dudó por un momento y entonces se dirigió a Gideon y Chandra—. Procurad que no os maten. Eso lo arruinaría todo.

Chandra soltó un bufido, pero Gideon respondió con seriedad.

—Estaremos bien. —Ya la conocía lo suficiente como para saber que estaba preocupada de verdad, aunque sus emociones estuvieran enterradas bajo capas defensivas de sarcasmo. Liliana quería liberarse de su pacto y deseaba vengarse de Belzenlok, pero también esperaba que Chandra y él salieran ilesos.

Arvad les preparó una escalerilla para desembarcar. Karn bajó primero y Gideon lo siguió, dejándose caer desde poca altura y aterrizando en el fango cubierto de musgo. Aunque la ceniza del cielo atenuaba la luz del sol, en tierra firme hacía algo más de calor. La hierba alta y los árboles frondosos bloqueaban la brisa y había insectos zumbando sobre el cieno y los estanques cubiertos de yerbajos.

Gideon se situó junto a Karn y se mantuvo alerta hasta que Teferi y Chandra llegaron abajo.

—Bueno, vamos allá —dijo ella mientras Karn iniciaba la marcha a través de la espesura.

Gideon le dio un apretón tranquilizador en un hombro.

—El plan funcionará. —Tenía que hacerlo.

Chandra levantó la vista hacia él con aspecto preocupado.

—Oye... ¿De verdad crees que Liliana ha cambiado?

—Lo creo —respondió Gideon con sinceridad. Entonces se encogió de hombros y mostró una pequeña sonrisa—. Pero puede que ella no se dé cuenta.

Por la cara que puso Chandra, debía de creer que Gideon se había vuelto loco.

Mientras recorrían las ruinas, Gideon pensó que el paisaje parecía aún más extraño que a la noche anterior. Karn les abrió camino a través de la densa vegetación y los matorrales espinosos, comprobando la estabilidad del terreno con su peso. Con el cielo tan encapotado, las sombras se proyectaban sobre la maleza y pequeños haces de luz se colaban entre la hierba alta a medida que avanzaban.

Cuando llevaban un rato caminando, el suelo comenzó a descender hacia una gruta en la que divisaron a varios entes espirituales, que parecían estar celebrando una reunión. Con un gesto, Teferi ralentizó el tiempo y mantuvo congelado al grupo hasta que Gideon y los demás cruzaron la gruta y desaparecieron de la vista de los espíritus. Jhoira había dicho que no estaban de parte de la Cábala, pero prefirieron no correr riesgos. Unas cosas que brillaban y aleteaban, poco más grandes que insectos, los siguieron durante un rato, pero nada los atacó.

Fungal Plots
Pantano | Ilustración de Dimitar Marinski

Más adelante se toparon con una antigua muralla derruida y tuvieron que trepar para sortearla. Cuando Gideon se encaramó a ella, vio el contorno de algo que semejaba una garra gigantesca, enterrada bajo enredaderas y raíces. Parecían los restos del arma pirexiana que había destruido la estructura de piedra.

—Qué cantidad de ruinas —comentó Chandra tras bajar de un salto—. ¿Cuánta gente solía vivir aquí?

—Había una población considerable —respondió Karn mientras bajaba rodeando la garra—. Nuestro amigo Venser creció aquí.

—¿El amigo que te dio su chispa? —preguntó Chandra impulsivamente—. Jhoira me contó... Sé cómo murió. Lo siento.

Teferi permaneció serio, mientras que Karn asintió.

—Fue un gran amigo.

Ahora que habían roto el silencio, Gideon decidió hacer la pregunta que rondaba por su mente desde que se marcharon de Yavimaya:

—Después de acabar con Belzenlok, ¿estaríais dispuestos a acompañarnos y luchar contra Nicol Bolas?

Teferi le dirigió una mirada acompañada de una sonrisa burlona.

—¿A caer en la trampa, quieres decir?

—Bueno, ¡al menos esta vez sabemos que es una trampa! —respondió Chandra antes de que Gideon pudiera contestar.

Teferi asintió, sin quitarle la razón.

—Yo también me enfrenté a él en el pasado —les reveló.

Gideon se sorprendió al oírlo.

—¿De verdad?

—Sí, ocurrió hace muchísimo tiempo —explicó Teferi—. Y sufrí una derrota aplastante.

—A nosotros nos pasó lo mismo cuando le plantamos cara —admitió Chandra.

—Ese detalle no es tranquilizador —intervino Karn, en cuya voz había un deje de divertimento.

—Cuando Liliana disponga de todo su poder y no esté limitada por su pacto, podremos volver la trampa del dragón en su contra —argumentó Gideon—. O eso esperamos.

Teferi se encogió de hombros.

—Acompañaros era una de las razones por las que acepté recuperar mi chispa. Conozco a Nicol Bolas y sé que sus planes afectarán a mi hogar tarde o temprano. Ahora que tengo una hija, nietos y bisnietos a los que cuidar, noto que mi punto de vista ha cambiado. —Teferi le dio una palmada en el hombro a Karn—. ¿Qué hay de ti, viejo amigo? ¿Vendrás con nosotros?

—Mi intención es llevar el Cáliz a Nueva Phyrexia y destruir el plano antes de que los pirexianos regresen a Dominaria.

—Los pirexianos están atrapados allí —argumentó Teferi—. Tienes todo el tiempo del Multiverso para destruirlos, como cuando...

—Teferi, por favor, basta de juegos de palabras con el tiempo —lo interrumpió Karn.

—Je, lástima... En cualquier caso, sabes que no me falta razón.

Gideon advirtió que Karn aún no se había negado y decidió insistir.

—Nos vendría bien tu ayuda, Karn. Un combatiente más podría marcar la diferencia.

Karn guardó silencio durante un rato y comenzó a abrirles camino a través de la maleza.

—¿Creéis que la amenaza que representa el dragón es tan apremiante? —preguntó por fin.

—Convirtió Amonkhet en un infierno —respondió Chandra mientras se limpiaba el sudor de la frente—. No quiero que eso ocurra en ningún otro plano. Tenemos que detenerlo.

Damnation
Condenación | Ilustración de Zack Stella

—Opino lo mismo —dijo Gideon—. No estoy seguro de lo que planea, pero sé que el tiempo se nos agota. Y sé que nuestro próximo enfrentamiento con él tiene que ser decisivo.

Teferi arqueó las cejas.

—¿De un modo u otro? —le preguntó a Gideon.

—Por desgracia, sí —respondió él.

Karn pareció reflexionar por unos instantes y finalmente respondió:

—Tendré en cuenta la propuesta.


A pesar de que solo hicieron un breve descanso para comer las provisiones que llevaba Gideon y beber algo de agua, tardaron la mayor parte del día en llegar a las cercanías de la Fortaleza.

Se detuvieron en un terreno elevado, donde la tierra y la vegetación habían cubierto parcialmente los escombros de una gran muralla en ruinas, que tenía la altura suficiente para ofrecerles un punto de observación disimulado. El cielo se estaba tornando aún más oscuro y una tormenta amenazaba por encima de las nubes de ceniza. Aun así, había suficiente luz como para contemplar la Fortaleza.

Era tal como la había descrito el agente de la Cábala en Tolaria Oeste. Una larga pasarela de piedra unía los antiguos canales y fosos que formaban terrazas en la ladera del volcán. Los canales estaban llenos de agua embarrada y habitados por criaturas escamosas y extremadamente hambrientas, mientras que la pasarela estaba dividida por muros con puertas pesadas, todas ellas bien vigiladas por Siniestros y clérigos que exigirían contraseñas y otras pruebas de identidad. Uno de los lados del volcán había sido alisado y la pasarela se elevaba hacia el enorme muro semicircular que habían construido a partir de ella. La puerta de aquel muro tenía estructura circular y aún presentaba la silueta puntiaguda de una especie de arma pirexiana en desuso, o eso esperaban.

Con la mole de la torre negra elevándose ante ellos y el cielo aún más oscurecido a causa de la ceniza y el humo, el paisaje resultaba desalentador. Gideon se alegró de no tener que abrirse paso a golpes a través de aquellas defensas.

—El hechizo debería durar más que suficiente para que logréis cruzar las puertas —explicó Teferi mientras Gideon le entregaba la mochila de suministros a Karn, que se la echó a un hombro—. En cuanto lleguéis al lugar que buscáis, buscad un sitio donde no os vean o, como mínimo, ocultaos entre las sombras. Cuando el hechizo se agote, quizá se produzca una pequeña ráfaga de aire desplazado que podría llamar la atención.

—Entendido —respondió Chandra, que luego miró a Gideon—. ¿Estamos listos?

Gideon pensó que no podrían estarlo más. Después de la larga y fatigosa caminata, su aspecto semejaba aún más el de una cazadora de la Cábala con su prisionero.

—¿Podremos ver el hechizo desde dentro? —le preguntó a Teferi.

El mago temporal se apartó unos pasos y mostró una sonrisa burlona.

—Tranquilo, el efecto será evidente. Y ahora, no os mováis.

Teferi levantó una mano y Gideon se preparó por instinto para notar un cambio, pero no sintió nada. Entonces, se dio cuenta de que Teferi y Karn parecían haberse quedado paralizados en el acto y de que el sonido de la brisa en las hojas, el zumbido de los insectos y los graznidos de los pájaros se habían interrumpido bruscamente. Gideon volvió a echar un vistazo a la Fortaleza y advirtió que todos los guardias de los puestos de control se habían quedado inmóviles como estatuas.

Chandra se situó a su lado, con las cejas levantadas a más no poder.

—Caray, qué raro es esto.

Gideon estaba totalmente de acuerdo. De pronto, aunque Teferi parecía seguir congelado, oyeron su voz con claridad:

—Listo. Os recomiendo ir a paso rápido pero constante.

—Bien, vamos allá —dijo Gideon.

Chandra lo sujetó por un brazo y, con cuidado para seguir el mismo ritmo que ella, Gideon empezó a bajar por la pendiente. Tuvieron que hacer un esfuerzo para cruzar la hierba alta y los juncos y salir a campo abierto, a plena vista de los Siniestros que vigilaban en lo alto de la muralla exterior. Sin embargo, mientras Gideon y Chandra avanzaban en dirección a la pasarela, el mundo permaneció quieto y en silencio.

Teferi les había explicado que el hechizo crearía una zona de tiempo ralentizado en torno a ellos. Solo con caminar a ritmo normal, se moverían demasiado rápido como para que nadie los viera desde el interior de la zona. Cuando llegaron al inicio de la pasarela, la tierra compacta dio paso a un pavimento oscuro y alisado.

El primer punto de control era una estructura pirexiana que semejaba las fauces de una criatura inmensa; tenía un aspecto tan orgánico que parecía crecer del suelo. Los muros estaban decorados con los estandartes rojos de la Cábala y la puerta metálica que bloqueaba la pasarela tenía casi cuatro metros de altura. Gideon y Chandra se detuvieron ante ella.

—Supongo que no podemos abrirla sin más —dijo Chandra—. Es más grande que nuestra burbuja temporal.

Gideon tampoco estaba seguro de lo que ocurriría si intentasen abrirla a empujones. Prefería no averiguarlo.

—La escalaremos —propuso él.

Con cuidado de permanecer juntos, comenzaron a trepar por la puerta, cuyos travesaños hacían las veces de escalones. A Gideon le resultó extraño, pero se recordó a sí mismo que hubiera sido mucho más difícil escalar con los Siniestros disparándoles flechas emponzoñadas. Cuando llegaron al otro lado, avanzaron evitando tocar a los guardias inmóviles y una formación de orbes negros que flotaban en el aire, los cuales parecían un hechizo diseñado para atrapar a los intrusos.

—Puede que esto sea más difícil de lo que pensábamos —dijo Chandra con preocupación mientras sorteaban con cuidado un par de trampillas cubiertas con púas metálicas—. Espero que Teferi nos haya dado el tiempo suficiente. Agh, no quería hacer un juego de palabras.

—Lo sé —contestó Gideon—. No pienses en ello y sigue adelante.


En el puente del Vientoligero, Liliana permanecía junto a Jhoira mientras Tiana viraba el barco para sobrevolar el pantano a baja altura. Se dirigían hacia el lugar donde se había librado una de las últimas batallas entre la Cábala y los guerreros pantera.

—Aunque tengo entendido que fue más una masacre que una batalla —había explicado Jhoira.

—Para lo que vamos a hacer, una masacre es mejor —le había comentado Liliana.

Entonces, Jhoira se inclinó hacia delante y se dirigió a Tiana:

—Al sur de aquí hay un poblado de espíritus que nos conviene evitar.

Jhoira no quería que la Cábala descubriese la llegada del Vientoligero hasta que todo estuviera listo. Sin embargo, Liliana podía sentir la presencia de los muertos más adelante: muerte antigua y furia gélida. Mucha gente había muerto allí, convirtiendo los árboles y la tupida vegetación en un osario. Las plantas que se alimentaban de los restos se habían podrido tiempo atrás. Los huesos abandonados clamaban venganza y Liliana estaba más que dispuesta a ofrecérsela.

—Ya estamos lo bastante cerca. Detengámonos aquí.

Mientras salía del puente y bajaba por la escalerilla que daba a la cubierta, Liliana ya comenzó a convocar a los muertos agitados que yacían bajo el Vientoligero.

En el exterior se estaba levantando un viento cargado con olor a ceniza, lluvia y relámpagos incipientes. Aquel ejército de muertos vivientes sería una distracción, una ofensiva para sembrar el caos en la Fortaleza mientras Gideon y Chandra buscaban la Blackblade y la utilizaban para destruir a Belzenlok. Sin embargo, si las cosas salían como Liliana esperaba, su ejército también arrancaría de raíz a la Cábala en Urborg. Los clérigos y sus adoradores de la muerte jamás se recuperarían del golpe que sufrirían ese día.

Liliana caminó a zancadas hasta la proa y subió a la cubierta elevada. Cuando alzó los brazos, las líneas de su pacto emitieron un brillo púrpura en su piel.

—Escuchadme —susurró—. Venid a mí. Lideraré vuestra venganza y la destrucción de la Cábala. —Los espíritus onakke del Velo de Cadenas comenzaron a susurrarle en la mente.

Y entre la hierba, los juncos y los matorrales en tierra, los muertos se agitaron.


Parecía que habían tardado una eternidad, pero Gideon y Chandra lograron cruzar el último punto de control sin tener que abrir ninguna puerta ni mover nada que hubiese podido delatar su paso por allí. A Gideon no le preocupaba mucho que los descubrieran en ese momento, ya que parecían moverse demasiado rápido como para que ningún clérigo intentara atacarles con un hechizo. Lo que no quería era que los guardias vieran puertas en distinta posición y decidiesen buscar intrusos en el interior de la Fortaleza.

Cuando por fin cruzaron la entrada al primer vestíbulo, Chandra resopló con exasperación.

—Eso ha sido mucho más difícil de lo que pensaba.

—Si no te hubieras dado cuenta de que podíamos caminar sobre el agua en la tercera trampa, jamás la habríamos evitado —la felicitó Gideon.

—Ojalá se me hubiera ocurrido más rápido —admitió Chandra mientras se detenían para poner los disfraces en orden.

El vestíbulo era inmenso y se encontraba en penumbra. Las columnas que soportaban el techo estaban curvadas hacia el interior, dando a la estancia el aspecto de una caja torácica gigantesca. Había estandartes rojos colgando del techo por todas partes y los sectarios de la Cábala estaban postrados en grupos repartidos por el suelo. El humo de los incensarios seguía congelado en el aire, donde flotaban unas antorchas que daban una iluminación insuficiente al vestíbulo. En conjunto, aquella estancia tenía un aspecto antinatural; se notaba que era una creación pirexiana que la Cábala había adaptado para sus fines.

—Vale más que nos escondamos —dijo Chandra—. Puede que el hechizo de Teferi no dure mucho más.

—Intentemos adentrarnos un poco más, hasta el foso de combate. —Gideon encabezó la marcha hacia una de las salidas laterales del vestíbulo, entre dos columnas curvadas. Por lo que había revelado el agente al que habían interrogado, el foso debía de estar varios pisos por debajo del vestíbulo, y más abajo se encontraban las cámaras del tesoro. Con Chandra disfrazada como cazadora de la Cábala y Gideon como prisionero, capturado para luchar en el foso por la gloria de Belzenlok y para divertimento de los sectarios, debería resultarles relativamente fácil moverse por aquella zona. En cuanto Liliana llegara con su ejército de muertos vivientes, la mayoría de las tropas de la Fortaleza saldría a luchar y ellos dos tendrían la oportunidad de buscar la Blackblade y llegar hasta Belzenlok.

Al menos, eso era lo que esperaban hacer.

Más allá del vestíbulo se toparon con un corredor en el que también había columnas curvas como costillas. "Aunque esto parece más un esófago que una caja torácica", pensó Gideon con el gesto torcido. Había más antorchas iluminando el lugar, pero los giros y curvas hacían que hubiese más recovecos a oscuras. Encontraron uno cerca de una escalera que descendía y en la que no había ningún sectario ni guardia. Gideon creyó notar que la luz de una antorcha empezaba a titilar. Se volvió hacia Chandra y estiró los brazos.

—Deprisa, creo que el hechizo está a punto de disiparse.

Chandra le encadenó las muñecas.

—¿Te hago daño? —preguntó ella con preocupación.

—No, tranquila —le aseguró. La luz titiló de nuevo y los dos se prepararon.

Poco a poco, el silencio que los rodeaba se llenó como agua vertida en un cuenco. Primero les llegaron las voces que reverberaban desde el vestíbulo, coreando una y otra vez los títulos de Belzenlok: señor demonio, Rey de Urborg, Señor de los Yermos, Vástago de la Oscuridad. Entonces oyeron gemidos lejanos, gritos, ruidos metálicos y alaridos. Las antorchas volvieron a titilar con normalidad y varios sectarios se aproximaron desde el vestíbulo, seguidos de Siniestros bien armados.

Gideon y Chandra intercambiaron una mirada y echaron a andar escaleras abajo.


Jhoira llegó a la cubierta con Shanna para observar a Liliana mientras reunía su ejército de muertos vivientes.

La nube de ceniza estaba aún más baja y los truenos retumbaban en algún punto de la lejanía. Por debajo del Vientoligero se veían siluetas moviéndose entre la hierba y la maleza. Se trataba de los restos de los guerreros pantera: huesos vestidos con sombras de la carne que habitaban antaño. Sus armas eran espadas y lanzas oxidadas que habían estado enterradas en el barro, o palos y rocas recién recogidos del suelo. Los muertos se habían reunido en grupos, imitando las formaciones que habían empleado en su última batalla. El ejército había luchado contra la Cábala hasta su amargo final y aquel pantano se había convertido en su fosa común.

—Hay cientos de ellos —dijo Shanna al asomarse por la borda. Raff y Arvad estaban en el otro extremo de la cubierta junto con Jaya, observando con recelo. El tálido subió las escaleras, se quedó en la entrada por un momento e hizo que sus pequeños regresaran correteando al interior del barco.

Entonces, una decena de siluetas oscuras ascendieron flotando por encima de la barandilla de proa y Shanna echó mano a su espada, pero Jhoira le sujetó el brazo.

—Espera, creo que son liches convocados por Liliana.

Cuando se posaron en la barandilla, sus cuerpos se solidificaron como guerreros pantera. Aún conservaban las heridas que los habían matado: grandes cortes ya sin sangre que les habían atravesado la armadura, el torso y los brazos. Shanna soltó la empuñadura de la espada, pero los miró con desconfianza.

—Todo esto es muy extraño —comentó.

—Y más extraño se pondrá antes de que terminemos —añadió Jhoira.

Liliana habló con los guerreros muertos empleando un tono suave y las panteras le respondieron. Jhoira oía las palabras, pero era como escuchar un idioma desconocido. Entonces, Liliana se dirigió a ella.

—Están listos. Seguirán al barco hacia la batalla.

—Bien —aceptó Jhoira con alivio antes de apartarse de la barandilla. La larga espera por fin había terminado: estaban a punto de enfrentarse directamente a la Cábala—. Raff, dile a Tiana que ponga rumbo a...

—¡Jhoira! —la llamó Arvad.

Jhoira se volvió hacia él y se quedó atónita. A lo lejos, una criatura colosal estaba emergiendo del pantano. Era un ser de color verde oscuro y moteado, cuya cabeza era prácticamente la mitad de grande que el Vientoligero, demasiado inmensa para el cuerpo deformado y de largas extremidades que se abría paso entre el barro y los árboles. Entonces, las largas hendiduras de su boca se separaron, dividiendo la cabeza por la mitad y revelando unas fauces profundas como cavernas y repletas de colmillos.

—Liliana, ¿esa cosa también es de las tuyas? —le gritó Shanna.

En la proa, Liliana soltó una maldición, aparentemente más molesta que sorprendida.

—¡Yo no he llamado a esa cosa! Y sea lo que sea, no está muerta.

—Cuando dije que las cosas se pondrían más extrañas, no me refería a esto... —murmuró Jhoira. Sin demorarse ni un segundo más, reunió su poder y lanzó hechizos defensivos empleando la luz y el aire.

Raff corrió hasta ella sin apartar los ojos de la criatura.

—Eh... Si supiéramos lo que es, tal vez podríamos...

Jhoira miró hacia atrás.

—Liliana...

Los liches pantera se habían acercado a susurrarle de nuevo a la nigromante.

—Se llama Yargle —tradujo ella—. Fue creado cuando Belzenlok transformó a un fulano llamado Yar-Kul en una larva, que fue devorada por una rana que luego se convirtió en esa cosa. —Hizo un gesto brusco con una mano—. ¡Eso nos da igual!

—¿Saben cómo matarlo? —preguntó Shanna.

Liliana arrugó el ceño.

—No: esa cosa fue la que los mató a todos.

—A nosotros no nos detendrá —afirmó Jhoira apretando la mandíbula. Pero sí que iba a retrasarlos. Gideon y Chandra quedarían atrapados en la Fortaleza mientras esperaban la llegada del Vientoligero.

Entonces, Yargle rugió y se abalanzó sobre el barco.


La espera estaba poniendo a Gideon en tensión. Chandra y él se encontraban justo al lado de la palestra del foso de combate. A través de los largos pasillos abovedados, las alabanzas a Belzenlok se volvían cada vez más intensas y casi ahogaban el entrechocar de armas y los gritos procedentes del foso.

—Ya tendrían que haber llegado —dijo Chandra en voz baja—. Algo ha ido mal.

Eso era lo que se temía Gideon. Habían cambiado de sitio dos veces para intentar encontrar un rincón discreto en el que aguardar, pero las salas y pasillos cercanos al foso estaban llenándose de sectarios y clérigos que acudían a ver cómo se mataban entre sí los prisioneros. Ya estaban cerca de la entrada a las cámaras del tesoro, donde encontrarían la Blackblade, por lo que Gideon no quería retirarse. Sin embargo, cada vez resultaba más difícil no verse arrastrados por la multitud y empujados hacia la arena.

O bien Liliana había tenido complicaciones para reunir a su ejército de muertos, o bien habían sufrido un ataque. "Podrían llegar en cualquier momento", se recordó Gideon. Entonces, los sectarios serían convocados a la batalla y el interior de la Fortaleza quedaría desprotegido cuando se dirigieran a las defensas exteriores. "Solo tenemos que esperar...".

Un grupo de sectarios llegó por el pasillo y empujó a Chandra hacia delante. Gideon intentó sujetarse a ella con las cadenas, pero varias manos lo empujaron por detrás y ambos se vieron arrastrados a la arena junto con la multitud.

Salieron a una pasarela ancha y abierta que recorría el borde del foso. Los gritos y el entrechocar de las armas eran mucho más ruidosos allí, aunque Gideon no podía ver el foso desde donde estaba. Cientos de sectarios se agrupaban en las cornisas por toda la cámara, entonando un himno. Las antorchas flotaban sobre el foso y los estandartes rojos colgaban del techo curvo. Chandra miró alrededor en busca de una salida, pero Gideon era lo bastante alto como para ver que la multitud bloqueaba el pasillo más próximo.

—Susurro se acerca —recitaban los sectarios—. Susurro nos convoca al foso.

Una clériga vestida con una túnica roja y negra se aproximó y el gentío se separó para abrirle paso. Varios sectarios se postraron para que la mujer los utilizara como peldaños para subir a una plataforma. La maldad surgía de ella como un miasma mientras alzaba los brazos y la túnica se deslizaba por ellos.

—¡Loado sea el señor demonio!

Gideon maldijo entre dientes. El cántico cobró intensidad y dos puertas inmensas retumbaron al otro lado de la sala. Las antorchas refulgieron y de las sombras surgió una silueta enorme. Belzenlok. El demonio extendió las alas y se regocijó entre los cánticos y el clamor de los sectarios, con la luz de las antorchas reflejándose en su piel pálida. Su cuerpo era robusto y musculoso; su cabeza, imponente gracias a sus cuernos curvados. Belzenlok avanzó con paso firme y se sentó en una estructura de piedra semejante a un trono, situada junto a la arena. Hizo un gesto y Susurro se inclinó ante él. Cuando la clériga se irguió, gritó una orden:

—¡Arrojadlos al foso, por la gloria de Belzenlok!

Alrededor de la palestra, los cazadores y sectarios comenzaron a empujar a los prisioneros por el borde del foso. Entonces, Susurro se giró y su mirada se detuvo en Gideon y Chandra.

—¡Tú, arrójalo! ¿O deseas morir aquí con él?

Chandra empezó a levantar la vista hacia Gideon, pero él supo que no podían cometer aquel error. Se apartó de ella con un tirón y le habló en voz baja:

—Empújame al foso.

—Gideon... —protestó Chandra.

—Hazlo. Tenemos que conseguir más tiempo. —Susurro los observaba como una depredadora que olfateaba a sus presas—. ¡Vamos!

Chandra lo empujó y Gideon fingió tambalearse, hasta que se precipitó por el borde y cayó al foso.


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