Regreso a Dominaria: episodio 12
Historia anterior: episodio 11
—Con lo bien que iba todo... —dijo Liliana torciendo el gesto. Un trueno retumbó en la lejanía y la nigromante lanzó otro hechizo contra Yargle, para luego aferrarse a la barandilla cuando el Vientoligero viró bruscamente hacia un lado.
Los relámpagos púrpuras se deslizaron por la piel viscosa de Yargle sin causar efecto alguno. Shanna y Arvad lanzaron tajos contra los dedos gigantescos que apresaban la proa del barco, pero no consiguieron que Yargle lo soltara. Entonces, la monstruosa criatura hizo un ruido áspero con la garganta y escupió sobre la cubierta. El hedor corrosivo del ácido impregnó el aire y Liliana se asfixió cuando los vapores llegaron hasta ella.
—Estupendo, es aún peor...
Raff se sujetó a la barandilla en el otro extremo de la nave y una luz azul destelló cuando lanzó un contrahechizo. La nube ácida se agitó al paso de este y se convirtió en un líquido que se derramó por la cubierta.
—¡De eso no nos advirtieron! —exclamó Raff con la voz entrecortada—. ¡Jhoira!
Liliana apretaba los dientes mientras luchaba por dominar al ejército de muertos que había levantado del pantano. Aquel esfuerzo requería todo el poder que consiguiera reunir y no tenía fuerzas suficientes como para atacar a Yargle al mismo tiempo. La mayoría de los muertos eran guerreros pantera, lo bastante diferentes de los humanos como para hacerlos inestables y difíciles de controlar. Tenía que persuadirlos, más que darles órdenes directas, lo que resultaba harto complicado en las circunstancias actuales.
Jaya se deslizó de lado a lado por la cubierta e hincó una rodilla para desatar un torrente de fuego. Las llamas evaporaron el resto de la nube ácida, pero Yargle volvió a tirar del barco hacia un lado y estuvo a punto de hacer que Shanna y Arvad se precipitaran por la proa. Liliana se estrelló contra la barandilla y se aferró a ella para no caer, mientras que Jaya soltó una maldición y arrojó otra llamarada contra Yargle.
Jhoira apareció como una centella por la escotilla del puente, corrió hacia el centro de la cubierta y lanzó algo al aire. Era su búho mecánico, que sujetaba entre las garras un objeto similar a un pomelo. Yargle rugió y el Vientoligero sufrió otro bandazo que inclinó bruscamente la cubierta.
Liliana ahogó un grito cuando la sacudida estuvo a punto de hacerla caer por la borda. Shanna y Arvad tropezaron y rodaron cubierta abajo, pero Raff, aún aferrado a la barandilla, convocó una luz azulada que se convirtió en una cuerda brillante. Arvad la atrapó con una mano y sujetó a Shanna por un brazo con la otra. La guerrera plantó las botas contra la barandilla para usarla como apoyo.
Cuando Jhoira cayó deslizándose por la cubierta, Liliana se estiró a la desesperada y la sujetó por la chaqueta justo antes de que se estrellase contra la borda. Jhoira se giró para aferrarse a la muñeca de Liliana y las dos se quedaron en vilo por un instante, hasta que el barco empezó a inclinarse hacia el lado contrario. Durante el balanceo, Liliana consiguió situarse entre la cubierta y la barandilla y sujetó con más fuerza a Jhoira para evitar que se precipitara.
—Gracias —dijo esta última con la respiración entrecortada.
—No hay de qué —respondió Liliana.
Percibía que sus guerreros pantera estaban atacando a Yargle, lanzando tajos y zarpazos contra sus patas, pero parecía que no servían de nada. La inclinación de la cubierta era tal que Shanna y Arvad no podían moverse, mientras que Raff tenía que centrarse en el hechizo que impedía que cayeran del barco. Las ráfagas de fuego de Jaya mantenían a raya el ácido, pero no conseguían atravesar la gruesa piel de Yargle. Liliana no podía soltar la barandilla ni a Jhoira, que tampoco podía soltar a Liliana. En el puente, Liliana vio a Tiana luchando al timón para intentar liberar el barco de la presa de Yargle. Los motores rugían con tanta fuerza que la cubierta vibraba como si fuera a reventar.
—Espero que tengas un plan —dijo Liliana con gravedad.
—Lo cierto es que sí —respondió Jhoira con la voz entrecortada por el esfuerzo de sujetarse—. Mi búho tiene uno de los quemadores cargados de maná que construí para usar contra la Fortaleza.
—Ah, bien... —consiguió decir Liliana entre dientes. Los brazos se le estaban entumeciendo—. ¿Y vas a usarlo pronto? Porque...
—¡Agarraos fuerte! —avisó Jhoira.
Liliana ordenó a sus muertos vivientes que se apartaran de Yargle justo antes de que se produjera un destello azulado y el monstruo soltase un alarido de furia. El Vientoligero sufrió tal sacudida que parecía un juguete en manos de un niño. Los dientes de Liliana castañetearon y su vista se volvió borrosa. Incapaz de distinguir nada, pestañeó una y otra vez hasta que recobró la visión.
Yargle seguía apresando la proa del barco y ahora estaba abriendo sus gigantescas fauces. Jhoira soltó una amarga maldición, seguida de un lamento:
—Tendría que haber usado todos los quemadores.
—¡Esta es una forma absurda de morir! —rugió Liliana, exasperada.
Gideon se estampó contra el suelo y rodó para incorporarse. El foso era una pesadilla de combates, personas gritando y espadas, garrotes y cadenas arrebatando vidas. Desde arriba, Chandra le gritó una advertencia y Gideon saltó hacia un lado justo antes de que un Siniestro se estrellara contra el suelo. Chandra debía de haberlo empujado al foso, pero no podía verla desde aquel ángulo. Sea como fuere, Gideon cargó contra el caído, le propinó una patada en la cabeza y le arrebató la espada.
Eso fue todo lo que tuvo tiempo de hacer antes de que un grupo de luchadores desesperados se les echaran encima. Algunos se abalanzaron sobre el Siniestro para hacerse con sus otras armas o piezas de su armadura, mientras que otros fueron a por Gideon.
Preocupado porque su magia protectora pudiera delatarlo, bloqueó varias estocadas salvajes y desvió el golpe de una maza partida.
—¿Por qué lucháis para divertimento de la Cábala? ¡Deteneos!
Entonces fue cuando se percató de que todas las personas que le atacaban tenían los ojos desorbitados, víctimas de la magia de demencia. No comprendían dónde se encontraban, sino que estaban atrapadas en sus propias pesadillas. Un hombre se abalanzó sobre él como un berserker y Gideon lo apuñaló en el pecho. Cuando liberó su espada y retrocedió, los demás saltaron sobre el fallecido para arrebatarle las armas y la armadura.
Gideon decidió alejarse de la pared y avanzar hacia el centro del foso. No había forma de salir por aquel lado ni tenía sentido intentar quedarse cerca de Chandra si eso terminaba por matarlos a ambos. Otro grupo cargó contra él y, sin más alternativa, se abrió paso a tajos y miró de un lado a otro, desesperado por encontrar a alguien que conservase la cordura.
Cerca del centro del foso vio a un pequeño grupo de gente que luchaba codo con codo y se defendía de los prisioneros afectados por la magia de demencia. Con alivio, Gideon se abrió camino hacia ellos.
La líder era una guerrera alta y musculosa, de cabello moreno, piel con un tono gris azulado y vestida con una armadura de cuero raído. Gideon abatió a los sectarios aullantes que atacaban al grupo hasta llegar junto a la líder.
—¿Puedo unirme a vosotros? —le preguntó él.
—Ya que lo pides con buenos modales, adelante. —La mujer le hizo un gesto con la cabeza para que se situara a su derecha—. ¿Eres nuevo? —preguntó ella mientras Gideon se colocaba a su lado.
—Acabo de llegar. —Gideon blandió su arma para desviar una lanzada dirigida contra el hombre que tenía a su derecha—. ¿Os han capturado a todos a la vez?
La guerrera repelió a otro atacante lanzando una serie de espadazos.
—No, mis compañeros fueron asesinados. Nosotros nos hemos conocido en las celdas.
Si había más prisioneros encerrados en la Fortaleza que no se veían afectados por la magia de demencia, quizá pudieran liberarlos, en el supuesto de que el Vientoligero consiguiese llegar.
—Me llamo Gideon.
La mujer descargó una estocada contra el pecho de un sectario y se presentó:
—Yo soy Radha.
Pies de Fango salió reptando por la escotilla del Vientoligero; su método de desplazamiento habitual resultaba útil, ahora que la cubierta estaba tan inclinada. Había poca luz y el cielo estaba oscurecido por las nubes de tormenta y el humo del volcán, que enmarcaban a la aterradora criatura que apresaba la proa de la nave. Pies de Fango se dirigió hacia la borda, que ahora estaba a solo unos seis metros por encima de las copas de los árboles, y utilizó sus pedúnculos para sujetarse e inclinarse hacia fuera.
Entre la hierba y el fango del pantano, vio a los guerreros pantera lanzando cuchilladas contra las patas de Yargle. Sin embargo, ellos no eran los únicos que se encontraban allí abajo: la batalla había atraído a multitud de liches y otros espíritus, que se habían agrupado entre los árboles. Al igual que otros seres que Pies de Fango había conocido, los había de todas las formas y tamaños, desde pequeños y bulbosos hasta criaturas altas y larguiruchas.
—¡Ayudadnos, por favor! —les rogó Pies de Fango, y todos ellos levantaron la vista.
—¿Quién eres para pedirnos ayuda? —quisieron saber.
—Me llamo Pies de Fango, he trabado amistad con Yxarit. —Pies de Fango esperaba que Yxarit no le hubiera mentido ni engañado. El Vientoligero se estremeció bajo sus pedúnculos y Pies de Fango supo que no tenía mucho tiempo hasta que los motores estallaran por el esfuerzo en su intento de escapar—. Vamos a atacar a la Cábala y a acabar con el demonio.
—Acabar con el demonio —repitieron las voces de los espíritus—. No podemos ayudarte —añadió otro espíritu, y Pies de Fango se hundió por dentro—, pero llamaremos a algo que sí podrá.
Jhoira se aferró a la muñeca de Liliana y a la barandilla mientras el barco sufría otro zarandeo. Todas las cosas que tenía para hacer que Yargle soltase la nave eran demasiado potentes y podrían destrozar la proa entera, donde Shanna y Arvad seguían atrapados. El Vientoligero crujía con cada sacudida y Jhoira comprendió que quizá no tuviese otra alternativa. Tomó aire para gritar a los demás que intentaran alejarse de la proa, pero Liliana le hizo una pregunta justo antes:
—¿Qué está haciendo esa cosa?
—¿Qué cosa? ¿La que intenta devorar el barco? —preguntó Jhoira a su vez, desconcertada.
Liliana hizo un gesto brusco con la cabeza.
—No, el tálido.
—¿El tálido? —Jhoira se giró para buscarlo con la mirada. El tálido estaba en la popa, cerca del puente, y se había inclinado sobre la barandilla. "Está hablando con alguien... o con algo", pensó Jhoira con sorpresa.
—Algo se aproxima —avisó Liliana—. No está muerto, pero tampoco vivo...
Una ráfaga de viento sopló en la cubierta y barrió el hedor de Yargle, reemplazándolo con un olor a vegetación, tierra húmeda y flores. Jhoira lo reconoció al instante.
—¡No puede ser Multani! ¡No está aquí! —El viento tenía el olor de Yavimaya, pero había algo extraño en él, como un matiz de corrupción y acidez.
—El fragmento de Yavimaya —dijo Liliana casi entre dientes—. Quizá sea un elemental, como Multani, pero...
Una criatura se alzó detrás de Yargle. Su tamaño era aún mayor y una luz verde bañaba su cuerpo, envuelto con los restos de enredaderas y madera en descomposición, y tejido con partes de cadáveres y fango. Su cabeza estaba coronada por cuernos inmensos y sus fauces abiertas mostraban un rictus lleno de ira. En el rostro de Jhoira se dibujó una mueca de consternación. Aquel ser hacía que la manifestación inconsciente y enfurecida de Multani pareciera meramente molesta, en comparación.
—Pero mucho más enfadado —terminó de decir Liliana. Con un brazo aún enganchado a la barandilla, Liliana levantó la mano—. Mientras siga distraído, puedo enviar al ejército de panteras contra...
—¡Espera! —la interrumpió Jhoira. El elemental apresó a Yargle con los brazos. El monstruo, que por fin se dio cuenta de que algo le atacaba, torció la cabeza para clavar sus gigantescas fauces en el torso del elemental.
El Vientoligero se movió bruscamente hacia un lado con el giro de Yargle y Jhoira volvió a estrellarse contra la barandilla. Jaya se deslizó por la cubierta, tumbada boca arriba, y gritó:
—¡Es Muldrotha, un elemental corrompido!
Muldrotha extrudió una extremidad compuesta de madera podrida y cadáveres hacia el interior de la mandíbula de Yargle y la abrió a la fuerza. Con un gorgoteo ahogado de ácido, el monstruo soltó el Vientoligero.
—¡Tiana, sácanos de aquí! —gritó Jhoira en cuanto el barco se liberó de la presa. La nave empezó a ganar altura y los motores rugieron para alejar al Vientoligero del combate.
Liliana salió de debajo de la barandilla y Jhoira se levantó y fue tambaleándose hasta la borda para ver la batalla. Yargle intentaba apresar a Muldrotha, pero sus garras resbalaban por el mosaico de vegetación, tierra y podredumbre sin causar daño alguno. Muldrotha aferró las fauces de Yargle con las manos y descargó su peso sobre la criatura para hundirla en el pantano. Entonces, el tálido se acercó a Jhoira renqueando. La capitana lo miró con asombro.
—¿Qué has hecho?
Y el tálido la saludó.
Raff se apoyó en la borda para ponerse en pie.
—Sentiría lástima por Yargle... si no hubiera intentado comerse el barco —dijo con la voz entrecortada.
—A mí no me da lástima alguna —comentó Jhoira, segura de que estaba viendo cómo Yargle se llevaba su merecido.
Shanna y Arvad bajaron cojeando de la cubierta de proa y llegaron a la borda.
—¿Estáis bien? —les preguntó Jhoira.
El ácido había derretido la armadura de Arvad en el brazo derecho y el costado, pero la piel enrojecida se estaba curando rápidamente. Shanna había perdido su escudo y algunas trenzas, pero parecía ilesa. Le echó un vistazo a Arvad, quien asintió, y respondió a la capitana:
—Hemos estado mejor, pero nos las arreglaremos.
Jhoira se volvió hacia Jaya y Liliana, que se habían puesto en pie.
—Liliana, ¿aún controlas al ejército?
—Por supuesto. —Liliana sacudió la cabeza, tuvo un pequeño traspié y recuperó el equilibrio—. ¿Qué te parece si vamos a matar a un demonio?
Jhoira estaba de acuerdo. Había llegado la hora de poner fin a aquello.
—Rumbo a la Fortaleza.
Chandra se las ingenió para hacer que algunos sectarios cayesen al foso y distrajeran a quienes atacaban a Gideon. Además, nadie se dio cuenta en medio del alboroto, ya que los propios sectarios se empujaban unos a otros y aullaban con júbilo al caer. La situación era mucho peor de lo que Chandra había imaginado. "¿Dónde está el Vientoligero? ¿Por qué tardan tanto?", se preguntó, desesperada.
Mientras Gideon se libraba de los primeros adversarios y avanzaba hacia el centro del foso, ella corrió por el borde, agachándose entre los grupos de Siniestros que observaban el combate mientras entonaban cánticos. Chandra sentía la aterradora presencia de Belzenlok al otro lado de la palestra, como si su mirada le quemara la piel. Si llegase a sospechar de Gideon y ella, acabarían hechos pedazos; Chandra solo podría incinerar a unos cuantos sectarios antes de verse abrumada. Alguien la sujetó por un brazo y la empujó hacia el borde, pero Chandra se debatió para liberarse y respondió asestándole una patada en la cadera. El sectario dio un traspié al recular y se precipitó hacia el foso mientras los demás celebraban la caída y Chandra seguía avanzando entre la multitud.
Al fin encontró un lugar desde el que observar la situación: una sección casi vacía junto a las escaleras que conducían a la palestra, donde una columna curvada, similar a una costilla, impedía que Belzenlok la viese. Desde allí divisó a Gideon, que se había unido a un grupo de gente que se defendía mutuamente cerca del centro del foso. El temor que oprimía el pecho de Chandra disminuyó un poco.
De pronto, un sonido estruendoso y grave, similar al tañido de una campana, hizo que Chandra se tambaleara y tuviera que taparse las orejas. No fue la única afectada: todos los presentes se quedaron atónitos y enmudecieron. Los únicos sonidos que se oían procedían del foso, donde los combatientes enloquecidos por la magia de demencia no parecieron notar la interrupción. Entonces, Belzenlok se puso en pie.
—¡Defended la Fortaleza! —rugió antes de darles la espalda y abrirse paso por un lado del trono, para luego desvanecerse entre las sombras de la parte trasera de la palestra.
Chandra soltó un suspiro de alivio. "¡Por fin!". Los cánticos de los alrededores habían cesado y los clérigos y Siniestros empezaron a salir en tropel por las puertas. Cuando el gentío se despejó, Chandra buscó la forma de sacar del foso a Gideon. Vio algo sospechoso cerca de la entrada por la que habían llegado: una especie de aparato con engranajes, cadenas y una escalera de madera plegada y recogida justo debajo de la cornisa. Gesticuló para captar la atención de Gideon y señaló el dispositivo. Gideon asintió y Chandra se apresuró a desandar el camino.
Cuando llegó hasta el mecanismo, vio la palanca que soltaba las escaleras, pero seguía habiendo demasiados sectarios como para accionarla sin ser descubierta. Junto a las puertas principales aún había un grupo numeroso de Siniestros armados y varios clérigos. Parecían estar esperando a su líder, Susurro, que había vuelto a subir a la plataforma situada encima del foso.
Mientras Chandra aguardaba con impaciencia, Susurro alzó los brazos y comenzó a hablar. Una neblina negra se formó delante de ella y descendió hacia el foso. Chandra sintió una punzada de temor cuando comprendió la situación y vio el efecto de la neblina sobre el primer combatiente enloquecido al que envolvió, quien se desplomó entre resuellos y sonidos de asfixia. Susurro pretendía matar al resto de prisioneros atrapados en el foso.
Chandra lanzó la primera bola de fuego en un acto reflejo, pero, gracias a la ayuda de Jaya, también fue un acto preciso. Susurro debió de percibir el calor y se hizo a un lado justo antes de que el proyectil la alcanzase. La esfera golpeó al esbirro situado tras ella, que se consumió entre las llamas. Susurro gritó con furia y señaló a Chandra. Los Siniestros se lanzaron a la carga y varios orbes oscuros de magia de muerte salieron disparados hacia ella.
Chandra no necesitó prepararse ni tomar aliento, sino que disparó una decena de bolas de fuego en diferentes direcciones, dirigidas contra los clérigos y los soldados que se acercaban. Entonces saltó hacia un lado para evitar los hechizos de muerte, cayó al suelo, rodó para levantarse hincando una rodilla y arrojó otra ráfaga contra Susurro.
Los sectarios en llamas echaron a correr, chocaron unos contra otros y varios de ellos se precipitaron por el borde del foso. Susurro saltó para bajar de la plataforma y se agachó detrás de los Siniestros, por lo que Chandra envolvió al grupo entero en un torrente de fuego. El hechizo incineró a la mayoría y los supervivientes huyeron hacia las puertas. Chandra se levantó como un resorte y resistió la tentación de prender fuego a la sala entera; era consciente de que necesitaría conservar sus fuerzas si querían salir vivos de allí. Todos aquellos esfuerzos por mantener en suspensión y contener varias bolas de fuego a la vez mientras tenía conversaciones emocionales con Jaya habían sido de gran ayuda.
Chandra corrió de nuevo hacia el mecanismo de la escalera, quemó el candado de seguridad y accionó la palanca. La escalera se desplegó por el lateral del foso con un rechinar metálico. Los Siniestros de los alrededores habían quedado reducidos a cenizas, estaban en llamas o habían desaparecido, y no parecía haber más entre la penumbra de las cornisas superiores. En el foso seguía habiendo grupos de prisioneros que luchaban entre sí, rodeados de los cuerpos de los caídos. No veía a Gideon ni a los combatientes con los que colaboraba, por lo que se asomó al borde y bajó la vista hacia la escalera. Allí estaba el grupo entero, con Gideon a la cabeza.
Chandra se apartó unos pasos, aliviada, y se volvió justo a tiempo de ver a Susurro aparecer de la nada y conjurar una nube oscura. La primera reacción de Chandra fue descargar contra la nube un torrente de fuego delgado, pero concentrado e intenso. El fuego no sirvió para anular el hechizo de muerte, pero Gideon se encaramó a la cornisa y empleó su magia protectora. La luz dorada deslumbró a Chandra al desviar el conjuro. Entonces, una daga atravesó el ojo derecho de Susurro, que sufrió una sacudida y se desplomó.
―¿Eh? —Chandra se giró hacia Gideon y entonces vio a la mujer de piel gris que lo seguía. Se había sujetado al borde del foso con una mano y había arrojado el arma con la otra—. ¡Vaya, gracias!
—No es muy alentador que hayamos hecho falta tres para acabar con una clériga —dijo la mujer mientras se encaramaba a la cornisa.
—Seguro que mejoraremos con la práctica —comentó Gideon—. Chandra, te presento a Radha.
—Mucho gusto —saludó Chandra, que luego se dirigió a Gideon—. No sé qué habrá retrasado al Vientoligero, pero ya está aquí. ¡Hay que ponerse en marcha!
—¿El Vientoligero? —preguntó Radha con asombro—. Pero si fue destruido.
—Jhoira lo ha restaurado —explicó Chandra antes de que Gideon pudiera intervenir—. Teferi y Karn también han venido; ¿los conoces? ¿Nos ayudarías?
Varios combatientes más salieron del foso.
—Radha, ¿nos guiarás hacia la salida? —preguntó uno.
Radha dudó y se volvió hacia Gideon y Chandra.
—¿Tenéis un plan para escapar?
—Primero debemos buscar algo aquí dentro —respondió Gideon—. Nuestros amigos están atacando la Fortaleza; no debería resultaros difícil escapar en medio del caos.
Radha arqueó sus oscuras cejas.
—¿Eso que buscáis ayudará a traer la ruina de la Cábala?
—Probablemente —contestó Chandra. Al menos, eso esperaba ella—. Ese es nuestro plan.
—En ese caso, iré con vosotros. —Radha se volvió hacia los demás—. Marchaos, nos veremos en el exterior.
Los otros combatientes hicieron un saludo castrense y se dirigieron hacia una puerta.
―¿Ahora? ―le preguntó Liliana a Jhoira. El Vientoligero estaba a punto de coronar la última colina. La torre oscura del volcán se elevaba en la lejanía, formando una imagen cruda que contrastaba con el cielo cubierto de ceniza y las nubes bajas.
―Ahora ―respondió Jhoira, y Liliana puso en marcha a su ejército de muertos.
―Destruid a la Cábala, queridos. Llevad a cabo vuestra venganza.
Mientras el Vientoligero sobrevolaba la colina, los relámpagos cortaron el cielo y los truenos retumbaron. Liliana contempló la Fortaleza, protegida por varios muros y fosos, con trampas y magia oscura en cada puerta. El deseo de venganza hacía que el corazón se le acelerase. "Muy pronto", se dijo a sí misma. Espoleó a sus guerreros para que siguieran adelante, pero tenían una sed de venganza tan intensa que no necesitaron estímulo alguno para atravesar la espesura y descender en tropel hacia el primer muro.
―¡Ahí están Teferi y Karn! ―avisó Shanna desde estribor.
Arvad corrió hacia la borda y les lanzó una escalerilla.
―¿No tendríamos que aminorar la velocidad? ―preguntó Raff, pero Teferi y Karn aparecieron en la cubierta casi al instante―. Ah, cierto, olvidaba que uno es un mago temporal.
Una lluvia intermitente empapó la cubierta cuando el Vientoligero alcanzó el muro exterior. Una granizada de flechas y virotes de ballesta impactaron contra el casco. Varios orbes de magia de muerte pasaron por encima de la barandilla, pero se disiparon entre chispas doradas y crepitantes cuando Shanna los bloqueó con el cuerpo y su espada. Jhoira movió las manos a toda velocidad para lanzar contrahechizos y desviar las flechas que volaban hacia la cubierta. Raff murmuró algo y, cuando Liliana echó un vistazo atrás, vio dos copias ilusorias del Vientoligero sobrevolando las colinas y atrayendo parte de los ataques de la Cábala.
—No está mal —comentó Liliana, que seguía centrando su atención en los guerreros no muertos.
Teferi se situó junto a ella, con la túnica ondeando a causa del viento, y se asomó por la proa.
—Me ocuparé de la primera puerta, ¿de acuerdo? —propuso él.
—Adelante —respondió Jhoira con una sonrisa. Su búho salió volando a toda velocidad, transportando otro quemador de maná.
Teferi levantó una mano y la primera puerta de la pasarela se tornó roja por la corrosión, hasta que se disolvió en una nube de herrumbre. Los guerreros pantera de Liliana entraron por la brecha como un torrente y se lanzaron a por los Siniestros que la defendían.
En el siguiente muro, el búho de Jhoira soltó su primer quemador de maná y la puerta explotó. Los fragmentos de piedra y metal se congelaron en pleno vuelo, para luego arremolinarse en una tempestad que acribilló a los centinelas y sectarios de los alrededores. Jhoira sostuvo en alto otro quemador de maná y su búho bajó en picado para recogerlo.
—Esto marcha bien —dijo Liliana, fieramente encantada con la destrucción que habían causado por el momento. Belzenlok no tardaría en sufrir una muerte agónica y estaba ansiosa por presenciarla.
Entonces, Shanna gritó una advertencia desde la cubierta de proa:
—¡Algo se aproxima! ¡Allí, desde el volcán!
Molesta, Liliana soltó una maldición.
—Ojalá no hubiera dicho nada. —Se giró hacia el volcán, donde una silueta oscura emergió del humo refulgente que se elevaba desde la caldera. Al principio, lo único que vio con claridad fueron las alas de una criatura voladora demasiado parecida a un dragón como para no preocuparse. Su cabeza tenía la forma de un hacha de doble filo y, cuando su cuerpo se retorció en el aire, Liliana se fijó en las extremidades afiladas y la cola de la bestia. Entonces, reparó en el jinete con armadura que cabalgaba sobre el ser. La criatura se impulsó con la corriente ascendente del volcán y se catapultó hacia las nubes de tormenta.
—Sí, ojalá no hubieras dicho nada —comentó Raff—. Tengo un mal presentimiento. ―Entonces alzó la voz―. ¡Creo que ese es Urgoros!
Gideon lideró la marcha y el grupo salió por el pasillo más cercano. Al ver que el corredor en penumbra estaba vacío, aceleró el paso y Chandra y Radha le siguieron el ritmo. Un rugido lejano y acompañado de explosiones dio a entender que la batalla del exterior estaba más que empezada.
—¿Sabéis dónde está la cámara del tesoro? —preguntó Radha mientras volvía la vista hacia atrás. La luz titilante de las antorchas hacía que el lugar estuviera repleto de sombras—. La Cábala reconstruye sus defensas constantemente.
—Debe de estar aquí abajo. —Gideon encontró una abertura al otro lado del siguiente arco. Por lo que dejaba ver la luz de una antorcha cercana, se trataba de un túnel de construcción pirexiana, una especie de esófago que descendía hacia la oscuridad—. Probablemente. —Raff había obtenido aquella información en Tolaria Oeste, extrayéndola de los pensamientos fragmentados del agente de la Cábala. Debían confiar en que la hubiera interpretado bien.
Avanzaron por el túnel serpenteante hasta llegar a una cámara espaciosa y casi a oscuras, donde las columnas también tenían aspecto de costillas. En las paredes había media docena de puertas, todas ellas cerradas con cadenas gruesas y protegidas por un miasma de hechizos tenebrosos que flotaba ante cada una como un velo gris. Gideon se detuvo y notó esa sensación que solía acompañar a los momentos en los que descubría que sus planes acababan de toparse con un obstáculo posiblemente catastrófico.
—¿Por qué puerta seguimos? —dudó Radha con el ceño fruncido mientras miraba alrededor.
—Buena pregunta —dijo Gideon—. Nuestro confidente sabía que el arma que buscamos está en la cámara del tesoro, situada en esta zona de la Fortaleza, pero eso era todo.
Radha mostró una expresión de incertidumbre.
—Abrir todas estas puertas requerirá un tiempo considerable. Si el ataque del exterior fracasa mientras continuamos buscando...
Gideon se sobresaltó cuando una llamarada rugió cerca de ellos. Radha y él giraron sobre sí mismos y vieron a Chandra descargando su fuego contra la primera puerta. Las llamas cubrieron la superficie hasta volverla incandescente y destrozar las cadenas, los sellos que alimentaban los hechizos protectores y la propia puerta.
Cuando terminó, la piromante dobló los dedos enguantados. El fuego se apagó poco a poco y reveló una brecha donde antes estaba la puerta. Chandra se apartó y se dirigió a la siguiente puerta.
—También tenemos esa opción —comentó Gideon con alivio.
Liliana torció el gesto mientras Urgoros y su montura descendían en círculo hacia el Vientoligero, con las alas relucientes por la lluvia.
—¿Y qué es exactamente Urgoros, Raff? —preguntó Teferi con tranquilidad. Una descarga de flechas voló hacia ellos desde una almena y el mago hizo un gesto para congelarlas en el aire, sin darles mayor importancia.
—No lo sé, ¡pero el agente que interrogamos le tenía auténtico pánico! —explicó el joven, que tiró de la cadena de su libro y comenzó a hojearlo a toda prisa.
Karn se acercó a ellos y giró su cabeza metálica para seguir la trayectoria de Urgoros entre la lluvia y las nubes de ceniza.
—Es un liche poderoso, pero, al igual que los espíritus creados con la magia tenebrosa más pura, jamás ha sido humano.
Cuando Urgoros viró para descender en picado hacia ellos, Liliana vio que la cabeza del guerrero blindado también tenía la forma de una guadaña de doble filo, lo que confirmaba que no era humano. Aquel adversario la inquietaba.
—Liliana, ¿puedes detenerlo? —gritó Jhoira, cuyo búho acababa de alejarse con otro quemador de maná. El camino hacia la entrada de la Fortaleza estaba casi despejado y los guerreros pantera atravesaron las puertas destruidas.
"Nadie quiere la compañía de una nigromante hasta que le ataca un muerto viviente gigantesco", pensó con ironía.
—Lo intentaré, pero alguien debería empezar a pensar en otro plan de ataque. Belzenlok sabe que estoy aquí y no habría enviado a esa cosa contra nosotros si yo pudiera controlarla. —Se sujetó a la barandilla para mantener el equilibrio y proyectó su consciencia hacia la siniestra criatura.
Pero no percibió nada. Urgoros era un vacío hambriento e implacable y en su interior no había nada con lo que hablar ni que pudiera manipular. Tenía que haber alguna solución a su alcance. Por instinto, acercó una mano al Velo de Cadenas, pero, aunque los onakke le susurraban, sabía que aún no tenía fuerzas suficientes para usarlo. Al menos, no sin poner en peligro su vida y las de todos los tripulantes del Vientoligero. Liliana gruñó entre dientes. Odiaba sentirse inútil.
—¡Jhoira, no puedo frenarlo!
Jhoira avanzó unos pasos y ahuecó las manos en torno a un remolino de luz azul. Teferi se situó a su lado y alzó su bastón, a la espera. Shanna y Karn se colocaron junto a Raff y Jaya.
Urgoros y su bestia aterrizaron violentamente en la cubierta, atravesando una neblina de magia azul mientras Jhoira, Teferi y Raff lanzaban una sucesión de conjuros ofensivos y defensivos. Liliana se apartó de un salto cuando Urgoros reflejó todos los hechizos con una magia tan oscura que parecía el núcleo de una estrella moribunda.
Shanna se lanzó a por él y su resistencia a la magia desvió los hechizos de Urgoros entre destellos de luz dorada. Karn se agachó para seguirla y aprovechó la inmunidad de Shanna para acercarse lo suficiente como para atacar. Liliana lanzó un hechizo propio, con la esperanza de que todas las distracciones le permitieran fulminar a Urgoros antes de que pudiera protegerse.
Los rayos púrpuras alcanzaron a Urgoros, pero no tuvieron efecto sobre él y apenas iluminaron las juntas de la armadura. "Vaya, no ha funcionado", tuvo tiempo de pensar Liliana antes de que la cola de la bestia la golpeara en un costado.
Liliana se estrelló contra la barandilla opuesta y se desplomó en la cubierta, demasiado aturdida como para moverse. Levantó la cabeza y vio que los demás estaban desperdigados... y que Urgoros enarbolaba su lanza, dispuesto a atravesarla de lado a lado.
De pronto, Tiana aterrizó frente a ella. Su espada centelleó y desvió la lanza oscura, que salió volando por encima de la borda. Jaya atacó a Urgoros por un flanco y la ráfaga de fuego le hizo retroceder, alejándolo de ellas. Entonces, Karn saltó sobre su lomo y le apresó la cabeza. Tiana se abalanzó sobre la bestia rugiente y Arvad fue tras ella.
Liliana se levantó con dificultad, aún aturdida. ¿Quién pilotaba el barco? Volvió la vista hacia el puente y vio la silueta verde del tálido sujetando el timón. "Lo que hay que ver", pensó con incredulidad.
Jhoira corrió a ayudarla a sostenerse.
—Esto es una distracción. Belzenlok intenta que no nos acerquemos a la Fortaleza.
—Tienes razón —dijo Liliana maldiciendo entre dientes. Odiaba no haberse dado cuenta primero—. Tengo que mantener a los guerreros pantera a la ofensiva. ¡Y tengo que ir ahí abajo! —Gideon y Chandra quizá estuvieran enfrentándose a Belzenlok en ese mismo momento y Liliana ansiaba estar allí. Necesitaba ver cómo la Blackblade separaba la fuerza vital de Belzenlok de su cuerpo.
Jhoira hizo un gesto con la cabeza hacia las escalerillas.
—Vete. Nosotros nos encargaremos de Urgoros.
Liliana se acercó a la borda, pero el mecanismo de las escalerillas se había roto durante la batalla con Urgoros. Soltó un gruñido, molesta por el contratiempo, pero no iba a dejar que aquello la detuviese. Se inclinó por encima de la barandilla y proyectó su consciencia en dirección a los guerreros no muertos.
Muchos de ellos seguían luchando contra los sectarios de la Cábala por toda la pasarela, en el agua y en las torres de guardia. Liliana se concentró en el grupo situado justo debajo del Vientoligero, reunido mientras observaba una extraña procesión de entes espirituales que atravesaban las puertas destruidas. Los espíritus tenían formas y tamaños inusuales, desde criaturas redondas y bulbosas hasta seres delgados y larguiruchos como sauces.
—Tengo que bajar a tierra. ¿Se os ocurre alguna solución, queridos? —preguntó a sus guerreros pantera.
—Tenemos aliados —respondieron ellos.
Algunos espíritus cambiaron de rumbo y reptaron, corrieron, flotaron o rebotaron para situarse bajo el Vientoligero y empezar a amontonarse unos encima de otros. Los espíritus no dejaron de llegar y la torre de cuerpos se elevó cada vez más.
Cuando llegó a la altura del casco del Vientoligero, Liliana se descolgó por la borda y se dejó caer sobre la cima. Una mano con tres dedos se estiró para ayudarla a sujetarse y una extraña variedad de rostros levantaron la vista hacia ella, todos con rasgos y cantidades de ojos que parecían aleatorios.
—Vaya, esto es interesante —comentó Liliana mientras empezaban a ayudarle a bajar.
Gideon atravesó corriendo el caos en penumbra del vestíbulo, seguido de Chandra y Radha. Un ejército de guerreros no muertos y espíritus había atravesado la entrada principal. Los grupos de sectarios y clérigos continuaban luchando, pero su magia de demencia no afectaba a los muertos. Los guerreros pantera rodearon y encerraron a los sectarios, protegiendo a los espíritus más vulnerables mientras estos causaban destrozos en el vestíbulo.
—¡Estamos ganando! —exclamó Chandra.
—No te distraigas —le advirtió Gideon. Sostenía la Blackblade entre las manos, aún envainada. La habían encontrado en la cuarta cámara del tesoro, colocada en un pedestal como si fuera un trofeo. Gideon notaba su poder oscuro en la piel, incluso a través del cuero, y no quería utilizarla contra nadie que no fuese Belzenlok.
Al fin llegaron al atrio del vestíbulo. Una clériga se defendía junto a las puertas y mantenía a raya a un grupo de guerreros pantera con una niebla oscura de hechizos. La mujer los vio, soltó un gruñido y lanzó un conjuro que adoptó la forma de una red en pleno vuelo. Gideon se preparó por instinto para usar su hechizo protector, pero Chandra disparó un proyectil de fuego que esquivó con elegancia a los muertos vivientes y alcanzó a la sectaria en el centro del pecho. La clériga se tambaleó y las panteras se le echaron encima cuando su magia defensiva se disipó.
Antes de que Gideon pudiera rodear al grupo, una tromba de espíritus cruzó las puertas con estrépito y dispersó a los guerreros pantera y a los pocos sectarios que aún bloqueaban el camino. Gideon se preparó para resistir la estampida, Radha plantó su escudo en el suelo y Chandra se situó detrás de ella.
Los espíritus pasaron de largo sin chocar contra ellos, pero una criatura bulbosa que Gideon ya había visto antes se detuvo delante de él y señaló hacia fuera, alarmada.
—¡Belzenlok! —dijo el ser.
"Bien", pensó Gideon.
—Tenemos que salir —le dijo al espíritu.
La criatura se giró e hizo aspavientos a sus congéneres, que se apartaron atropelladamente para abrirles paso. Gideon emprendió la carrera y salió al terreno abierto en la entrada de la Fortaleza.
El caos reinaba en el exterior. Las oscuras nubes grises se arremolinaban en el cielo y el suelo se había humedecido por la lluvia. El Vientoligero estaba parado encima del muro interior y se veían destellos de hechizos y llamaradas procedentes de la cubierta, aunque Gideon era incapaz de distinguir a quién o qué se enfrentaban. Las puertas se encontraban en ruinas y las estructuras defensivas del interior del muro estaban ardiendo, mientras que el suelo estaba repleto de sectarios muertos, restos de los guerreros pantera y cadáveres de espíritus. Entonces, Gideon vio a Belzenlok.
En el otro extremo del recinto, el demonio caminaba con paso firme a través de una aglomeración de espíritus y muertos vivientes, armado con una espada y con sus alas de reptil extendidas. Con un amplio barrido de su arma, el demonio envió por los aires a una multitud de adversarios que se interponían en su camino.
Gideon respiró hondo y desenvainó la Blackblade. Odiaba recurrir a un arma oscura, pero no tenía elección. Entonces, unos gritos de batalla hicieron que volviera la vista hacia atrás: un nuevo grupo de sectarios estaba saliendo de la Fortaleza. Chandra arrojó bolas de fuego para contenerlos y Radha gritó órdenes a los espíritus para que adoptaran formaciones defensivas. Chandra intercambió una mirada con Gideon y lo apremió:
—¡Sigue adelante! ¡Nosotras cubriremos la retaguardia!
Gideon dudó por un momento, pero dedujo que los sectarios se desmoralizarían en cuanto eliminase a Belzenlok. Finalmente, se volvió hacia el demonio y cargó contra él.
Belzenlok se giró al oírlo aproximarse y le lanzó una mirada amenazadora al darse cuenta de que empuñaba la Blackblade.
—¡Esa espada me pertenece! ¡La forjé para asesinar a una dragona anciana! —bramó Belzenlok, cuyos dientes afilados asomaron entre sus labios pálidos—. ¿Crees que puedes blandir mi propia arma contra mí? Sufrirás una muerte atroz.
—Por curiosidad, ¿tú mismo te crees las patrañas que les cuentas a tus sectarios? —preguntó Gideon mientras se movía alrededor del demonio. Belzenlok giró sobre sí para seguir sus movimientos. La Blackblade hacía que Gideon sintiera un dolor punzante en las manos, como si su poder oscuro le debilitara los huesos. Comprendió que solo tenía que acercarse lo suficiente como para atravesar la carne del demonio con la hoja, pero Belzenlok era más alto y corpulento que él, por lo que tenía un mayor alcance.
—¿Patrañas? —repitió Belzenlok, furioso—. ¡Te haré gritar mientras te destripo!
Gideon oyó el rugido del fuego de Chandra mientras esta mantenía a raya a los sectarios de la Fortaleza, y supo que no tendría una oportunidad mejor. Cargó hacia delante, se agachó al acercarse y lanzó una estocada. La Blackblade estuvo a punto de rozar la piel de Belzenlok, pero el demonio apartó a Gideon de un manotazo y le lanzó un tajo desde arriba. Su espada brillaba con magia oscura y el hechizo protector de Gideon echó chispas doradas al neutralizar el impacto.
Los dos combatientes se movieron en círculo sin quitarse los ojos de encima. Entonces, Belzenlok abandonó la actitud de un megalómano fuera de sus cabales y adoptó la de un demonio astuto.
—Hueles a Planeswalker. ¿Quién eres?
—Me llamo Gideon Jura —respondió él sin titubear—. He venido con Liliana Vess para matarte.
Belzenlok volvió a mostrar los colmillos al componer una sonrisa malévola.
—Eres uno de ellos. Uno de los Guardianes. Conozco los planes que hay para vosotros. Sería casi una lástima matarte ahora mismo. Casi. —Y Belzenlok se abalanzó sobre él.
Liliana corrió por la pasarela y cruzó las puertas destrozadas que daban al patio de la Fortaleza. Un sectario cargó contra ella y, con un gesto, Liliana lanzó un hechizo que lo estampó contra el suelo mojado.
Primero vio a Chandra, que resultaba fácil de encontrar gracias a las llamaradas y los cuerpos chamuscados. Con la ayuda de una guerrera y un grupo variopinto de espíritus, Chandra estaba bloqueando la entrada de la Fortaleza para impedir que un pelotón de Siniestros saliera al exterior.
Al otro lado del patio, rodeado de restos de madera y piedra y de jirones de los estandartes rojos de la Cábala, Gideon se enfrentaba a Belzenlok. Empuñaba la Blackblade, cuya oscuridad interior despertaba una sensación atrayente en Liliana.
Echó a caminar hacia ellos. Solo tenía que distraer al demonio para que Gideon consiguiera golpearlo; la Blackblade haría el resto.
—Hola, Belzenlok —dijo Liliana sin alzar la voz y mostrando una sonrisa maligna.
El demonio giró su cabeza con cuernos hacia ella. Liliana extrajo poder de los muertos de los alrededores y lanzó un hechizo contra él.
Los proyectiles púrpuras lo alcanzaron en la cabeza y el torso, pero su luz se disipó en la piel pálida de Belzenlok sin causar daño alguno. El demonio soltó una carcajada y desvió el siguiente ataque de Gideon.
—Eres débil, Liliana. Siempre lo has sido. ¿Quién sino una necia sin fuerza de voluntad firmaría un pacto conmigo?
Liliana tensó la mandíbula. Estaba empleando la mayoría de sus fuerzas para reanimar a los guerreros pantera e impedir que volvieran a convertirse en cadáveres inmóviles. Si interrumpiera su dominio sobre ellos... No, sería demasiado peligroso: aún había que lidiar con demasiados sectarios y horrores como Urgoros. Además, incluso si volviese a dejar a los guerreros pantera en brazos de la muerte, seguiría sin tener poder suficiente para matar a Belzenlok por sí misma, sin recurrir al Velo de Cadenas. Tenía que ceñirse al plan y distraerlo. Avanzó con paso firme, tentando al demonio para que ignorase a Gideon y la atacase a ella.
—Los otros necios con los que firmé aquel pacto cayeron ante mí. Y ahora estás a punto de unirte a ellos. —Sabía que no debería mostrar lo que realmente sentía, pero no pudo evitar añadir un detalle—. Tendrías que haber dejado en paz a mi hermano.
Belzenlok volvió a reírse mientras desviaba una nueva estocada.
—Todo lo que hay sobre la faz de Dominaria me pertenece, incluidos el cadáver de tu hermano, tu hogar y tú misma. Y lo uso todo del modo en que me plazca.
"Su ego es tan enorme que probablemente se lo crea", pensó Liliana.
—Eres un payaso y un embustero, toda Dominaria lo sabe —se mofó ella.
Belzenlok lanzó un tajo contra Gideon y estuvo a punto de alcanzarlo.
—Pronto suplicarás que te permita servirme; si lo haces, quizá te deje vivir —bramó el demonio.
Liliana percibió la irritación oculta bajo la fanfarronada de Belzenlok. Al parecer, había tocado un tema delicado.
—Tendrías que haber oído cómo se reían de ti en Tolaria Oeste: "Ese pedazo de imbécil cornudo cree que somos tan ilusos como él", decían. ¡Incluso compusieron una oda para ridiculizarte! —Reuniendo hasta la última pizca de desdén que albergaba en su interior, Liliana empezó a cantar la versión satírica de la Oda a Belzenlok que Raff había inventado.
El demonio rugió con furia y Gideon aprovechó la oportunidad para arremeter contra él. Sin embargo, Belzenlok fue demasiado rápido y se volvió en el último instante para descargar un golpetazo que derribó a Gideon y le hizo soltar la Blackblade. Liliana soltó un bufido de consternación, pero el arma no había caído al suelo, sino que había atravesado la piel de Belzenlok y seguía clavada en un muslo, brillando con energía oscura.
Cegado por la victoria inminente y con una expresión triunfal, el demonio enarboló su propia espada para empalar a Gideon contra el suelo. Entonces, Liliana corrió hacia él, se agachó para pasar por debajo de su brazo y aferró la empuñadura de la Blackblade.
La nigromante ahogó un grito cuando la energía oscura le hizo sufrir una sacudida y la espada utilizó su cuerpo para absorber la fuerza vital del demonio. Belzenlok se quedó paralizado, atrapado por el poder del arma, inmóvil y aún mostrando los colmillos en una sonrisa macabra.
Liliana le lanzó una mirada triunfal y su piel centelleó con chispas violetas mientras la Blackblade drenaba la vida de Belzenlok. La sensación era casi abrumadora; el poder que contenía el arma resultaba prácticamente excesivo para su cuerpo y su mente. Liliana apretó la mandíbula y empleó todas sus fuerzas en resistir, actuando como conductor de la energía oscura mientras el cuerpo de Belzenlok se atrofiaba y marchitaba bajo la Blackblade. Había sido un deleite matar a todos sus demonios, pero destruir a Belzenlok de aquel modo le resultaba especialmente satisfactorio.
—Tendrías que haber dejado a Josu en paz.
El cuerpo del demonio se consumía e implosionaba a medida que el arma lo drenaba. De pronto, la Blackblade se liberó con brusquedad y Liliana dio un traspié hacia atrás. Belzenlok quedó reducido a una pila de trozos de carne blanca y sus cuernos, aún intactos, repiquetearon en el suelo.
Liliana sintió debilidad en las rodillas y se dejó caer en el suelo mojado. Se sentía casi igual de drenada que Belzenlok y tiró la Blackblade a varios pasos de ella. El arma cayó al suelo, reluciendo con una satisfacción siniestra y centelleando con un nuevo poder en su interior. Liliana bajó la vista para mirarse a sí misma, pero las líneas del pacto seguían grabadas en su piel. "Creía que desaparecerían", pensó mientras fruncía el ceño, confundida. Tal vez hubiera sido una esperanza vana; que los signatarios del pacto hubiesen muerto no significaba que este jamás hubiera existido.
A su lado, el aturdido Gideon despegó la cara del suelo y se sentó.
—¿Estás bien? —le preguntó, exhausto.
Liliana le mostró una sonrisa.
—Espléndida.
Jhoira regresó al puente del Vientoligero junto con Tiana. El ojo de buey les ofrecía unas buenas vistas de la Fortaleza y los escombros de las defensas de la Cábala bajo el cielo cubierto de nubes.
Urgoros había desaparecido al morir Belzenlok; Jhoira ignoraba si eso lo había destruido o, simplemente, liberado. En cualquier caso, era un asunto para la categoría de "cosas de las que preocuparse más adelante".
A lo largo del día, más espíritus y luchadores de la resistencia habían continuado llegando desde los alrededores, atraídos por las noticias sobre la derrota de la Cábala. Gideon, Shanna y Radha habían organizado una expedición para adentrarse en la prisión y liberar a cualquiera que siguiese cautivo en ella. Ya no quedaban Siniestros ni clérigos en la Fortaleza; todos habían emprendido la huida hacia los pantanos.
Teferi se había quedado pasmado al descubrir que la Cábala había capturado a Radha, pero al menos la habían liberado. El Vientoligero la llevaría de regreso a Keld, sacaría de Urborg a los prisioneros que quisieran marcharse y luego dejaría a Pies de Fango y sus retoños en Yavimaya. Pronto viajarían sin Teferi, Karn ni Jaya, quienes habían decidido unirse a los demás Planeswalkers en su lucha contra Nicol Bolas.
Jhoira admitía que, si ella también fuese una Planeswalker, habría sentido la tentación de acompañarlos. Sin embargo, su vida y su obra siempre habían estado allí, en Dominaria, y ahora tenía un trabajo que terminar. Se volvió hacia Tiana, que observaba el movimiento de gente en la cubierta.
—Cuando llevemos a casa a Radha y los demás, habremos cumplido nuestro trato con la Iglesia de Serra. —Se armó de valor para continuar—. Y supongo que tendremos que devolverte el reino de Serra para que puedas entregárselo a la Iglesia. —Si Tiana se llevaba la piedra de poder, Jhoira tendría que buscar otro modo de suministrar energía al Vientoligero. Sin embargo, Jhoira no quería separar a la tripulación. Sentía que era un grupo unido, que estaban destinados a continuar navegando juntos.
Tiana siguió observando la cubierta, donde Raff y Shanna conversaban con Arvad. Raff dijo algo que hizo reír a Shanna y esta le pegó un puñetazo en el hombro, mientras que una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Arvad. Por su parte, Pies de Fango estaba dando un paseo con sus pequeños para enseñarles la cubierta. Tiana se volvió hacia Jhoira y levantó las cejas.
—¿Ese era el trato?
Jhoira apretó los labios para ocultar su alivio y compuso una mirada de incredulidad.
—¿Acaso lo entendí mal?
—Creía que el trato era erradicar a la Cábala en toda Dominaria —respondió Tiana encogiéndose de hombros—. O sea... La muerte de Belzenlok es un buen paso, desde luego, pero hay clérigos por todo el mundo que intentarán aferrarse a su poder.
Jhoira ladeó la cabeza.
—Claro, tienes razón. Pero eso podría llevarnos años.
Tiana la miró a los ojos y ambas sonrieron.
—Sí, sí, supongo que podríamos tardar años, ¿verdad?
Al anochecer, Jhoira bajó al patio de la Fortaleza con Liliana. Los espíritus se habían llevado la mayoría de los cuerpos y Jaya había fundido las puertas para sellarlas, aunque Jhoira creía que eso no detendría a los siguientes que decidieran ocuparla. El cielo seguía igual de encapotado, pero la lluvia se había llevado la suciedad del patio.
Frente a las puertas destrozadas de la Fortaleza, Chandra acompañaba a Gideon mientras este le explicaba a Teferi la costumbre de los Guardianes de realizar juramentos. Karn y Jaya habían accedido a ayudar en la lucha contra Bolas, pero no quisieron realizar ningún juramento. Karn argumentó que no tardaría en marcharse para continuar con su plan para destruir Nueva Phyrexia, mientras que a Jaya, en palabras de ella, "no le gustaba formar parte de ningún grupo".
—Gideon y sus juramentos... —dijo Liliana con un suspiro—. Es increíble que Teferi no se eche a reír.
—¿Tú lo hiciste cuando prestaste juramento? —preguntó Jhoira con una sonrisa—. Por algún motivo, me cuesta imaginarlo.
—Me reí por dentro. —Tras un breve silencio, Liliana se giró hacia ella y la miró a los ojos—. No habríamos logrado esto sin tu ayuda.
—Lo mismo digo —respondió Jhoira—. ¿Te marcharás con ellos para enfrentarte a Nicol Bolas?
—Sí. Ese es el trato que hice con Gideon. —Liliana se frotó las manos con expectación—. Lo cierto es que estoy impaciente por enfrentarnos a él. Matar a Belzenlok me ha abierto el apetito.
Cuando por fin terminaron los preparativos para marchar, Jhoira se despidió de Teferi y Karn.
—Te diría que tengas cuidado, pero te conozco demasiado bien —dijo al abrazar a Teferi.
—Lo mismo podría decirte —respondió él con una sonrisa—. Regresaré a visitarte en cuanto pueda. Espero que te diviertas siendo el terror de la Cábala.
Jhoira se apartó y luego estrechó a Karn, a pesar de los bordes duros de su cuerpo metálico.
—Cuídate. Y recuerda que los pirexianos son cosa del pasado. Tienes un gran futuro por delante.
Karn no hizo ningún comentario al respecto.
—Yo también regresaré a verte en cuanto destruyamos a Bolas —prefirió decir.
Jhoira ya se había despedido de los demás Planeswalkers. Les hizo a todos un gesto con la mano y se volvió para subir por la escalerilla a la cubierta del Vientoligero.
Se impulsó por encima de la borda, hizo un gesto a Tiana, que aguardaba al timón, y el barco viró para alejarse de la Fortaleza y su volcán humeante. Shanna y Raff estaban en la proa, observando el horizonte junto con Radha y los demás guerreros que pronto regresarían a sus hogares. Cuando Arvad recogió la escalerilla, Jhoira le dio una palmada en el hombro y fue a unirse al grupo.
Mientras el Vientoligero se alejaba entre las nubes, Liliana se preparó para marcharse de Dominaria. Junto con Gideon, Chandra, Jaya, Teferi y Karn, formaban un grupo numeroso. Por fin iban a regresar con la ayuda que Jace y Ajani les habían pedido, aunque Liliana no contaba con que ninguno se alegrara de verla a ella.
Pues bien, no les quedaría más remedio que aceptarla, porque estaba decidida a plantar una bota sobre el cadáver de Nicol Bolas. Con suerte, incluso lo haría bailar para deleite propio, si es que quedaba algo de él.
Gideon llevaba la Blackblade amarrada a un hombro, envainada y envuelta en un paño de tela para ocultarla. Aún irradiaba una energía oscura que Liliana sentía en los huesos.
—¿Estamos preparados? —preguntó Gideon mientras los miraba a todos uno a uno.
—Ya nacimos preparados —comentó Teferi con una mueca irónica. Chandra sonrió y Jaya soltó un bufido, mientras que Karn tan solo asintió.
Gideon fue el primero y desapareció entre una tormenta de luz dorada. Chandra y Jaya fueron las siguientes y abandonaron el plano con una breve conflagración, mientras que Teferi se desvaneció en un remolino azul. Karn simplemente desapareció con un sonido agudo y metálico.
Y Liliana permaneció en el patio desierto, con la brisa meciéndole el cabello. Bajó la vista y se miró las manos, desconcertada. Había intentado seguir a Gideon.
Probó de nuevo a abandonar el plano, aunque sin éxito.
—¿Qué demonios...? ¿Por qué no...?
De repente, el polvo del patio comenzó a arremolinarse en el aire. Una silueta tenebrosa cobró forma poco a poco en el centro de la vorágine.
—No... —balbució Liliana cuando llegó a una conclusión todavía más desesperanzadora—. Oh, no.
Nicol Bolas surgió de la oscuridad. El inmenso dragón se cernió sobre ella y la magnitud de su presencia pareció drenar toda la luz y el aire del mundo.
—Deberías haber prestado más atención a los detalles de tu pacto, Liliana. Pareces ignorar que, con la defunción de tus demonios, sus privilegios se transfieren al agente que te puso en contacto con ellos: yo.
Liliana se quedó de piedra. La furia y el temor le atenazaron la garganta mientras una sonrisa siniestra se dibujaba en el rostro del dragón. Por eso no habían desaparecido las líneas del pacto cuando Belzenlok murió. El contrato aún la controlaba y ahora le pertenecía a un ser más cruel que cualquier demonio del Multiverso entero.
"Creía que iba a liberarme a mí misma", pensó, a punto de desmoronarse por la revelación. "Pero este ha sido su juego desde el principio... y he caído de lleno en sus redes". Todo lo que había hecho, todos los demonios que había matado, todas las batallas que había librado, todas las traiciones y manipulaciones que había llevado a cabo... Todo conducía a aquel momento, a la esclavitud en las garras de Nicol Bolas. Y ella, necia como era, jamás lo había sospechado.
Liliana apretó la mandíbula. "Pero ¿y si desobedezco?".
—Olvídalo —dijo el dragón como si le hubiera arrancado el pensamiento de la cabeza—. Si desobedeces mis órdenes de modo alguno, el pacto te matará. Envejecerás cientos de años en un instante y te convertirás en una cáscara marchita que se desintegrará con el viento.
Por un momento, Liliana sopesó aquella posibilidad. Morir sería mejor que servir a Nicol Bolas; lo entendía perfectamente. Sin embargo, una parte de ella se negaba a rendirse. Tenía que haber alguna escapatoria, alguna forma de liberarse de aquel destino. "Si mueres, no podrás liberarte", pensó con una determinación fría.
El dragón la observaba con satisfacción, seguro de que su trampa era imposible de resistir.
—Y ahora, sígueme. Tenemos trabajo que hacer. —Un relámpago partió el cielo y el mundo se distorsionó en torno a Nicol Bolas cuando abandonó el plano.
Con el corazón maltrecho y subordinada cual prisionera a una nueva encarnación del destino al que había pretendido engañar desde hacía tanto tiempo, Liliana siguió sus pasos.
A medida que los demás llegaban al nuevo plano, iluminando la oscuridad con los destellos de color de sus apariciones, la consternación de Gideon iba en aumento.
—¿Dónde está Liliana?
Chandra hizo flotar una bola de fuego diminuta que ahuyentó las sombras e iluminó los rincones del callejón al que habían llegado.
—Puede que haya ido al sitio equivocado.
Jaya levantó la vista y estudió el cielo oscuro entrecerrando los ojos.
—No veo estelas de otros Planeswalkers. Creo que ni siquiera ha venido a este mundo.
Teferi frunció el ceño e intercambió una mirada preocupada con Karn.
—Tal vez haya caído en una trampa que pasamos por alto —aventuró Teferi—. O alguien oculto en la Fortaleza atacó mientras nos marchábamos.
—Urgoros desapareció antes de que lo derrotáramos —comentó Karn—. Pensamos que probablemente se desvaneció cuando Belzenlok murió, pero puede que nos equivocáramos.
Gideon sintió temor ante aquella posibilidad.
—Voy a regresar. Esperad aquí y...
—No te molestes. —Jace Beleren surgió de las sombras de un portal—. Te dije que no era de fiar. Jamás tuvo intención de venir.
—Te equivocas, Jace —protestó Gideon—. Ella no nos abandonaría. Ha cambiado.
—Hazle caso, Jace —secundó Chandra, que tenía la frente arrugada de preocupación—. Liliana quería ver muerto a Bolas e iba a ayudarnos a eliminarlo. Incluso dijo que bailaría sobre su cadáver, o algo así.
—No seáis ingenuos. —Jace les dirigió una mirada dura a ambos—. Os ha utilizado, igual que hace con todo el mundo. Dijera lo que os dijese, mentía.
Teferi miró a Jace con escepticismo.
—Liliana tuvo ocasiones de sobra para traicionarnos, pero puso su vida en peligro una vez tras otra.
Jaya se cruzó de brazos.
—Salvó a Jhoira cuando Yargle atacó el Vientoligero. La vi hacerlo. Además, a mí nadie me llama ingenua, muchacho.
—Hizo todo eso porque os necesitaba para matar a su demonio. —Jace movió la cabeza a un lado y a otro, seguro de sus palabras—. Cumplisteis un propósito y ahora no le servís para nada. Siento que hayáis tenido que descubrirlo por vosotros mismos, pero es la verdad. Y ahora, tenemos que irnos. En este plano ya han ocurrido muchas cosas. Si queremos tener una oportunidad de plantar cara a Nicol Bolas, hay mucho trabajo que hacer.
Jace les dio la espalda y volvió a desaparecer entre las sombras. Los demás miraron a Gideon.
—Uno de nosotros tiene que volver —propuso Teferi—. Si está atrapada en Urborg...
—Iré yo —afirmó Gideon—. Esperadme aquí.
Cuando regresó al patio de la Fortaleza, no tuvo claro qué esperaba encontrar allí.
Lo que vio fue un recinto vacío bajo un cielo grisáceo, y escombros de piedra y metal de las puertas destruidas, tal como habían estado minutos antes. El humo vagaba por el aire y no se veía el más mínimo movimiento, ni siquiera de algún espíritu extraviado. Tampoco había rastro de Liliana.
Gideon entrecerró los ojos y miró alrededor en busca de estelas de éter. Al cabo de unos segundos encontró la de Liliana, que se había marchado. Se había ido de Dominaria, pero no había seguido al grupo ni a él.
Aquello fue un golpe inesperadamente duro para Gideon. Creía que Liliana había cambiado, estaba seguro de ello. Incluso ahora, delante de las pruebas de lo contrario, le resultaba difícil de asumir que se equivocaba. "Dijo que nos acompañaría. ¿Para qué mentir? Habría podido irse en cuanto matamos a Belzenlok. ¿Por qué esperar hasta después de liberar a los prisioneros de la Fortaleza?". No tenía sentido.
Sin embargo, era Liliana. Tal vez hubiera cambiado de opinión en el último momento. Tal vez, al final, se había dejado llevar por su antigua forma de ser.
Gideon reflexionó, desesperado por encontrar algún indicio o esperanza de que Liliana no lo había traicionado. Pero Jace esperaba y seguro que ya tenía algún plan en marcha para atacar a Nicol Bolas. Tenía que regresar junto a los demás.
—Estés donde estés, Liliana, espero que sepas lo que haces. Y espero volver a verte. De veras lo espero.
Entonces, Gideon se giró y se marchó de Dominaria.
Archivo de relatos de Dominaria
Perfil de Planeswalker: Liliana Vess
Perfil de Planeswalker: Gideon Jura
Perfil de Planeswalker: Chandra Nalaar
Perfil de Planeswalker: Jaya Ballard
Perfil de Planeswalker: Teferi
Perfil de Planeswalker: Karn
Perfil de Planeswalker: Jace Beleren
Perfil de plano: Dominaria