Regreso a Dominaria: episodio 4
Tiana tuvo su primer pensamiento consciente en la Catedral de Serra, bañada en la luz solar que los vitrales transformaban en un millar de formas y colores. A su alrededor había otros ángeles con armaduras resplandecientes, además de clérigos aven y humanos, cuyas túnicas blancas estaban engalanadas con plumas grises para emular las alas de los ángeles. Tiana comprendía que había sido creada con un propósito magnífico que le avivó el corazón y bulló en sus venas hasta que su cuerpo recién formado brilló como el sol. Fue un momento glorioso.
Entonces, todo empezó a ir cuesta abajo.
Lyra Portaalba se aproximó a ella. Era hermosa como el amanecer; su oscura piel broncínea brillaba a la luz de los vitrales y su melena azabache rozaba la perfección gélida de sus alas.
—Bienvenida, Tiana. Has nacido en respuesta a las oraciones de los mortales para cumplir un propósito.
—Para la batalla —dijo Tiana—. Para destruir a las fuerzas de la oscuridad. —Aquel tenía que ser su propósito. Seguro que la guerra era lo único que podía arder con tanta intensidad en su interior.
Hubo una ínfima agitación entre los demás ángeles y dos de sus congéneres intercambiaron una breve mirada. El ceño perfecto de Lyra se arrugó un poquito.
—No, no para la batalla.
—¿De verdad? —Tiana no quería poner en duda a Lyra. Había nacido siendo consciente de que Lyra provenía del reino de Serra y estaba más próxima de lo que ningún ángel estaría jamás a la bendita Antepasada, perdida cuando se sacrificó para sanar Benalia. Sin embargo, Tiana creía que debía de haber algún error—. ¿Estamos seguras de eso?
—Lo estamos —respondió Lyra, aún llena de confianza—. No eres un ángel de batalla, sino la respuesta a los mortales que rogaban por una guardiana.
—Una guardiana —repitió ella, alentada. Las guardianas debían luchar para proteger lo que tuvieran a su cargo, así que únicamente era una pequeña diferencia respecto a ser un ángel de batalla—. Entonces, dedicaré mi vida y mi alma a defender... —Se dio cuenta de que, movida por el alivio, se había precipitado un poco—. ¿A defender qué? —preguntó con la esperanza de que fuese algo muy importante.
Puede que Lyra titubease, aunque era difícil de distinguir. Sin embargo, su voz conservó la serenidad cuando reveló la respuesta:
—Un sistema de riego muy complejo.
Tiana creyó haber escuchado mal. Quizá se hubiera producido un error cuando la crearon y las palabras no significasen lo que parecía que significaban.
—Un sistema de... ¿qué?
—Es sumamente importante —le aseguró Lyra—. Posee un complicado sistema de elevadores y motores que transportan agua desde un embalse hasta una población erigida en lo alto de una meseta. Cientos de mortales dependen de él. Lo llaman la Gran Máquina. —Lyra tenía una expresión completamente seria—. Todos ellos rezaron por una protectora. Rezaron por ti.
Tiana dejó a un lado su decepción. Proteger un sistema de riego parecía un propósito extraño y, quizá, increíblemente aburrido, pero estaba claro que aquella Gran Máquina era importantísima para los mortales que habían rezado por una guardiana. Seguro que sufría muchos ataques, así que tendría todas las batallas que quisiera. Además, se haría amiga de los mortales, que se alegrarían de haber recibido un ángel guardián tan ejemplar gracias a sus ruegos.
—Defenderé la Gran Máquina hasta mi último aliento.
La sonrisa de la comandante le infundió ánimo y los otros ángeles alzaron sus armas en señal de aprobación.
—Excelente —dijo Lyra.
Los ángeles acompañaron a Tiana fuera de la catedral y el grupo ascendió por un cielo de un azul intenso, salpicado de nubes blancas. Había edificios flotando en el aire, todos con tejados redondos y dotados de torrecillas y arcos elegantes, donde los colores brillantes de los vitrales resplandecían a la luz del sol. En tierra se veían praderas verdes y ondulantes, además de bosques repletos de árboles enormes, y Tiana podía oír el trino distante de los pájaros. El viento le traía frescor y dulzura. Sabía que no todo era hermoso en el mundo, pero, en su primera mañana de vida, tuvo la impresión de que sí lo era.
La guiaron hasta un edificio flotante y la llevaron a una estancia soleada, donde unos clérigos humanos la ayudaron a ponerse vestimentas blancas y grises mientras sus compañeros aven volaban en busca de armaduras y armas para que eligiese entre ellas.
—Es una gran noticia que al fin estés aquí —le dijo su nueva amiga, la hermana Afra—. Tengo entendido que esa gente llevaba un tiempo rezando con fervor. La comandante se alegró mucho al saber que ibas a nacer.
—Me pregunto por qué tardé tanto —dudó Tiana mientras Afra le enseñaba a atar cordones—. ¿Ocurre a menudo?
—Seguro que sí. Debe de haber pasado en bastantes ocasiones. —Afra miró de refilón a sus compañeros.
—Ha sido muy extraño —comentó una—. No recuerdo ningún ruego por un ángel guardián que tardase tanto en obtener respuesta.
—Tal vez fuera un caso demasiado inusual —dijo otro—. ¿Un ángel guardián para un sistema de riego? Es una petición muy... específica. La gente reza constantemente por recibir la ayuda de ángeles guardianes, pero nunca se había hecho por algo tan...
Afra miró mal a los dos:
—Exacto, la gente reza constantemente, y puede que por eso haya requerido tanto tiempo. La bendita Serra no puede enviarnos tantos ángeles guardianes a la vez.
Se oyeron murmullos entre los demás y Afra les chistó para que callasen, pero Tiana estaba absorta con un retrato colgado en una pared. Gracias a los conocimientos con los que había nacido, sabía que el hombre de cabello y barba castaños que vestía como un soldado benalita era el mártir Gerrard. El ángel entornó los ojos al fijarse en la lanza que empuñaba. La punta tenía una forma extraña: era casi plana por un lado, con una curva dentada por el otro y una sección en ángulo que, de algún modo, daba una sensación de vuelo. A Tiana le resultaba familiar, pero no supo decir por qué.
—¿Por qué tiene esa forma la lanza del retrato? —preguntó.
Pero entonces regresaron los clérigos aven con nuevos pertrechos y, llena de ilusión, Tiana se olvidó de la pregunta. Aunque ella no lo sabía, en el futuro obtendría la respuesta.
Pronto llegó el momento de volar hacia el pueblo de la Gran Máquina, que Tiana había nacido para proteger. Una escuadrilla de ángeles dirigida por la propia Lyra Portaalba se había preparado para escoltarla hasta allí. Tiana siguió a Afra hasta la amplia terraza en la que esperaban por ella.
—¿Esto es normal? —le preguntó a Afra en voz baja—. ¿Todos los ángeles tienen escolta?
—Lo cierto es que no —admitió la hermana—, pero esas personas llevan mucho tiempo esperando y la Gran Máquina es tan vital para ellas que la comandante Lyra desea acompañarte.
Aquello tenía sentido.
—Y también quiere asegurarse de que no haya nada raro en mí, porque tardé mucho tiempo —añadió Tiana.
—Sí, es probable —dijo Afra torciendo el gesto—. Pero tranquila, no ocurre nada. La sagrada Serra no comete errores.
Tiana le dio un abrazo al despedirse y se unió a las demás.
Su primer vuelo de larga distancia le resultó maravilloso y disfrutó con el roce del viento en las alas mientras seguía a sus congéneres. Dejaron atrás colinas salpicadas de pueblos y aldeas, sobrevolaron un bosque frondoso y entonces llegaron a unas extensas praderas verdes. Tiana divisó una carretera deteriorada que serpenteaba por debajo del grupo y tuvo la certeza de que ya estaban cerca. El corazón se le aceleró de entusiasmo. Estaba a punto de descubrir la razón de su nacimiento, que no era luchar junto a Lyra Portaalba y los demás ángeles de batalla para destruir a las fuerzas de la oscuridad, sino proteger una máquina enorme y compleja. "Pero es una máquina importante", se repitió a sí misma. "Y seguro que la atacan a menudo".
Resultó que tenía razón en lo último.
Cuando se aproximaron a la meseta, vieron una columna de humo que se elevaba desde ella. Al principio, Tiana pensó que era normal: en las otras poblaciones humanas que habían sobrevolado no había tanto humo, pero tal vez procediera de la Gran Máquina. Sin embargo, la repentina inquietud de los demás ángeles le indicó que algo no iba bien.
Una vez que se acercaron más, vieron que el pueblo estaba en ruinas. Había sufrido un ataque y lo habían quemado todo, quizá el día anterior. Los edificios se habían convertido en escombros humeantes de piedra y madera y los muertos yacían en las calles. La escuadrilla rodeó la meseta y Tiana vio lo que quedaba de la Gran Máquina: plataformas de madera carbonizadas, cristal hecho añicos, cadenas partidas, cañerías y engranajes de metal retorcidos y abollados. Había sido una obra de ingeniería inmensa que subía por la falda de la montaña para llevar a la meseta el agua de los embalses y canales de un río lejano.
Tiana estaba demasiado atónita como para sentir nada al principio, excepto un grueso nudo en la garganta, como si algo intentase asfixiarla desde dentro. Los ángeles aterrizaron en las ruinas de la plaza principal para buscar y ayudar a los posibles supervivientes.
—Esto es obra de la Cábala —dijo Lyra en tono grave.
Las fuerzas de la oscuridad habían atacado el lugar que Tiana había nacido para proteger, pero había llegado demasiado tarde para combatirlas.
Tiana tuvo que pegar las alas al torso para subir por la trampilla del compartimento del motor.
—Dile a Tien que tenía razón: había un conector defectuoso que obstruía uno de los reguladores del flujo de maná.
Hadi le tendió una mano para ayudarla a subir. Aunque los dos llevaban delantales de cuero encima de la ropa, estaban cubiertos de grasa y del fango marino que aún no habían terminado de quitar de los sistemas mecánicos del Vientoligero.
—Menos mal que solo era eso —agradeció Hadi—. Desmontar y volver a montar las tuberías habría sido un engorro.
Subieron por la escalerilla que daba a cubierta y Tiana estiró sus doloridas alas antes de acercarse a la borda. La semilla de Molimo casi había terminado de regenerar el casco del Vientoligero y las cámaras interiores, lo que tenía su parte buena y su parte mala. La buena era que disponían de un suelo por el que caminar y que ya no trabajaban a la intemperie. La mala era que resultaba más laborioso acceder a los motores y demás componentes. Si algún día volviesen a encargarle supervisar la reconstrucción de un barco celeste legendario, Tiana seguiría un procedimiento distinto.
El campamento había crecido desde la marcha de Jhoira. Ahora había más tiendas de campaña y algunas cabañas rudimentarias para cobijar al equipo de restauración y todos sus instrumentos. También habían construido un andamio para sostener el Vientoligero y facilitar el acceso a los trabajadores. El sol se estaba poniendo más allá de las colinas rocosas que protegían la caleta; su luz se reflejaba en las olas del mar y les recordaba que había llegado la hora de dar por concluida la jornada. La brisa fresca ya les llevaba el olor del pan frito y la sopa de cebolla que estaban preparando en la cocina improvisada. Tiana sintió un poco de lástima, ya que los ángeles no necesitaban comer.
—Reparar las tuberías no hubiera sido tan desastroso —le respondió a Hadi—. Estamos avanzando mejor de lo previsto.
—Muy cierto —dijo él mientras guardaba sus herramientas en un zurrón—. Y todo gracias a ti.
—Vaya, ¿soy una supervisora demasiado severa? —preguntó Tiana con una sonrisa en los labios. Según ella, el progreso diligente de la reconstrucción se debía más bien al calibre del equipo que había contratado Jhoira.
—Sabes lo que haces y disfrutas con el trabajo. Es lo mejor que podríamos pedir —explicó Hadi, que se detuvo junto al andamio y se agarró a él con una mano—. He de decir que me sorprendiste. No me esperaba que un ángel tuviera tantos conocimientos sobre artefactos y motores. Creía que serías más...
—¿Inútil? —sugirió Tiana. A esas alturas ya le conocía lo suficiente como para tomarle el pelo. Después de pasar un sinfín de horas embutidos en espacios angostos para reparar juntos el tren de potencia de un barco celeste mágico, pocas cosas había que no pudieran decirse la una al otro. Además, la propia Tiana estaba sorprendida. Sabía que sus conocimientos procedían de Serra, porque los detalles acerca de los sistemas mecánicos del Vientoligero acudían a su mente siempre que los necesitaba. Ocurría desde que había devuelto a la vida la piedra de poder de la nave. Aun así, entendía que su situación no era habitual para un ángel. Sobre todo para un ángel guardián cuya razón de existir había quedado destruida.
Ella ni siquiera había solicitado la misión de vigilar la restauración de la piedra de poder. Al contrario, la habían seleccionado a ella porque había nacido para proteger una máquina, porque el Vientoligero era una máquina y porque la Iglesia de Serra no sabía qué otra cosa hacer con Tiana. Jamás había contado con que se sentiría de ese modo al trabajar en los restos esqueléticos de un barco celeste, por muy legendario que fuera.
—Distante —la corrigió Hadi con una sonrisita—. Creía que tendrías la cabeza en asuntos más elevados.
—Este barco también es un asunto bastante elevado —señaló Tiana—. Bueno, lo será cuando hagamos que funcione el motivador.
El campamento siempre estaba vigilado y por las noches se duplicaba el número de centinelas. Tiana patrullaba desde el cielo cada cierto tiempo, sobrevolando el buque de apoyo anclado en la costa y los alrededores del campamento. Por el momento ya había ahuyentado a un kavu que echaba fuego por la lengua y a un pequeño grupo de salteadores trasgos, pero nada demasiado extenuante. Proteger del mal a los trabajadores debería ser su labor como ángel guardián, no ayudar a Hadi, Tien y los demás a reparar los motores. Por otro lado, restaurar el Vientoligero en menos tiempo les permitiría marcharse antes de Bogardan e ir a un lugar más seguro, por lo que, técnicamente, eso también contaba como proteger a los mortales. Al menos, esa era la justificación de Tiana, que era quien estaba al cargo.
Además, si Serra no quisiera que trabajase en la reparación, no le enviaría aquellos conocimientos. A Tiana le encantaba enredar con los sistemas mecánicos del barco, descubrir cómo funcionaban los componentes y arreglarlos uno tras otro. Pensó que tal vez adorase al Vientoligero.
Pasada la medianoche, se tomó un descanso y se posó en lo alto del andamiaje para contemplar las estrellas y el vaivén de las olas en la playa, pero entonces oyó a alguien que corría en dirección al Vientoligero. Tiana bajó de un salto y aterrizó a la vez que Farim, el joven primo de Hadi, aparecía a la luz de las antorchas.
—¿Qué sucede? —le preguntó ella en voz baja.
—Marie ha visto a un desconocido —le explicó Farim mientras recuperaba el aliento—. Es un solo hombre, se aproxima desde la pradera.
—Vale, ve a avisar a los demás —le ordenó Tiana antes de levantar el vuelo. Aquella zona de Bogardan estaba casi deshabitada, pero había enclaves piratas y cazadores solitarios, además de otros individuos que podrían haber oído hablar del campamento. Un hombre que se aproximaba de noche podía ser desde un viajero extraviado hasta un espía de la Cábala.
Se deslizó de lado en el viento, inclinó las alas y descendió para aterrizar en el montículo donde estaba apostada la centinela. Marie, al igual que los trabajadores, se había acostumbrado a las llegadas súbitas del ángel, por lo que no se sobresaltó cuando Tiana apareció junto a ella. La humana estaba agachada detrás de unos arbustos y le entregó uno de los catalejos de Hadi. Parecía idéntico a uno normal, pero aquella variante permitía ver en la oscuridad. Tiana poseía una visión nocturna muy superior a la de los humanos, pero lo aceptó de todos modos, ya que la magia del artefacto solía ofrecerle una imagen mucho más clara.
—Creo que viene solo —susurró Marie mientras señalaba una silueta en medio del campo.
—Eso parece —dijo Tiana. No se veía más movimiento cerca de allí. El hombre caminaba con fatiga y llevaba una saca a la espalda, pero había algo extraño en él. Tiana devolvió el catalejo a Marie y se levantó.
Echó a volar de nuevo y trazó un círculo sobre la pradera. No se veía a nadie más desde allí hasta las ondas oscuras de los campos de lava; tampoco había indicios de que otros desconocidos se dirigieran hacia el campamento. Entonces, el hombre levantó la cabeza hacia ella y se detuvo, observándola en la oscuridad. O bien había oído el sonido de las alas de Tiana, lo que parecía improbable, o tenía una vista tan aguda como la de ella. "Qué raro", pensó el ángel. Descendió planeando y aterrizó no muy lejos de él.
El desconocido vestía como un caballero benalita, con su distintivo vitral engastado en la coraza y en la empuñadura de la espada que llevaba a la espalda. Era obvio que viajaba desde hacía un tiempo, a juzgar por el estado de su ropa y el dobladillo embarrado de su tabardo. A aquella distancia, Tiana pudo verle mejor la cara. Los ojos de aquel hombre emitían un tenue brillo rojo en la oscuridad. Ya no cabía duda de lo que era. Tiana preparó su lanza.
—Veo que eres un vampiro. Lo siento por ti. ¿Unas últimas palabras?
La criatura levantó las manos y mostró las palmas vacías, para luego hacer una profunda reverencia, igual que un auténtico caballero benalita:
—Ángel de Serra, juro por la Antepasada que no albergo deseos de causar mal a nadie.
—¿De verdad? —preguntó ella, intrigada—. Eres un vampiro, así que... Bueno, seguro que piensas hacer daño a alguien tarde o temprano.
—Os equivocáis. —Movió la cabeza a un lado y a otro con gesto agotado—. Yo no elegí ser así. Hago frente a mi condición empleando toda mi fuerza de voluntad.
—¿Quién eres? —quiso saber Tiana. Tal vez hubiera sido más preciso preguntar "¿quién eras?", pero le pareció que sería como echar sal en la herida.
—Me llamo Arvad y soy caballero de Benalia. Fui capturado y convertido en vampiro. —Su tono era tranquilo, pero en él había un deje de resignación—. Desde entonces he luchado por no perjudicar a nadie y, por lo general, lo he conseguido.
Tiana oyó que, no muy lejos de allí, Marie explicaba la situación en susurros a varios trabajadores que habían ido a ayudar.
—¿Un vampiro? Y ¿por qué no lo ha matado aún? —dudó alguien.
Tiana tampoco tenía claro por qué no lo había hecho ya. Sabía que era un vampiro, pero había algo peculiar en él.
—¿Qué quieres decir con "por lo general"? —le preguntó.
Arvad bajó la mirada y confesó:
—Combato a la Cábala siempre que se me presenta la oportunidad. En ocasiones, en el fragor del combate, no consigo contenerme.
—Pero ¿solo con la Cábala? —insistió ella. Era una cuestión moral peliaguda. Los miembros de la Cábala eran asesinos malvados e incluso acogían su propia muerte. Además, los caballeros benalitas vivos también mataban a los Siniestros y clérigos de la secta. La diferencia era que no bebían su sangre.
—Solo con ellos —afirmó el vampiro, y Tiana tuvo la sensación de que decía la verdad. Tras un breve silencio, Arvad añadió—: Ignoro cómo se contempla eso en el código moral de la Iglesia.
—Bueno, precisamente estaba pensándolo. Es una pregunta difícil. Además, soy nueva en esto —admitió el ángel—. La Cábala mata a mucha gente inocente y sus miembros están tan engañados que no parece importarles vivir o morir. Pero beberles la sangre... —dijo meneando una mano—. No sabría decir. Volviendo al tema, si la Cábala no está aquí, ¿por qué te acercabas a escondidas a nuestro campamento?
—No me escondo: caminaba por campo abierto —rebatió Arvad haciendo un gesto hacia la pradera descubierta—. En cuanto a mi motivo... No estoy seguro. Me he sentido atraído hacia este lugar; primero a Bogardan, luego a esta región. Cuanto más avanzaba, menos me afectaba mi compulsión. Cada vez me resultaba más fácil resistirla, hasta... Hasta llegar aquí. Ahora apenas la siento. No tengo palabras para expresar mi alivio. —Se quedó pensativo por un segundo—. ¿Acaso es gracias a vos? He estado en presencia de otros ángeles, pero jamás habían influido en mí de este modo.
—No, seguro que no es por mí. —La confusión del vampiro le parecía auténtica. Si de verdad sentía que sus impulsos menguaban cuanto más se acercaba al campamento... Tiana intuyó qué era lo que podía estar influyendo en él—. ¿Cuándo empezaste a sentirte atraído hacia aquí?
Arvad necesitó unos segundos para recordar.
—Hace dos meses, en una noche de luna llena. Ocurrió de improviso. Me encontraba en la costa oriental de Aerona, persiguiendo a los últimos miembros de un grupo de exploradores de la Cábala, cuando de pronto sentí... Es difícil de describir. Abatí a los Siniestros, robé un bote y navegué en esta dirección.
El relato confirmaba la teoría de Tiana. Aquel día, Jhoira había recuperado el Vientoligero y la propia Tiana había devuelto la vida a la piedra de poder mediante una oración.
—Creo que conozco la causa de tu mejoría.
—Tiene que hallarse cerca. ¿Creéis vos que podría curarme? —preguntó él con voz ronca pero esperanzada.
—Merece la pena probar —respondió Tiana, que decidió bajar su lanza. Beber la sangre de sectarios de la Cábala quizá fuese una cuestión moral complicada para la Iglesia, pero descubrir una cura para el vampirismo no lo era, desde luego—. Vamos, acompáñame. Y no se te ocurra ponerle la mano encima a nadie, o te sacaré las tripas.
—Eso tal vez no baste para acabar conmigo —le advirtió Arvad. No cabía duda de que era un hombre sincero.
—Ya se me ocurrirá algo —le prometió ella.
—De acuerdo, pues —dijo Arvad antes de reanudar la marcha.
Tiana observó a Arvad mientras contemplaba la piedra de poder.
—¿Notas algún cambio? —le preguntó. Los capataces del equipo de restauración estaban pegados a la pared opuesta al compartimento de acceso al motor, armados hasta los dientes.
—No —lamentó el vampiro, cabizbajo. Sus hombros se tensaron bajo la maltrecha armadura, como si luchase por contener un cúmulo de emociones. Entonces, Arvad se volvió hacia Tiana, resignado como antes—. Gracias por permitirme intentarlo. —Asintió en dirección a Hadi y los demás para incluirlos en el agradecimiento—. ¿Deseáis que me marche?
Tiana lanzó una mirada a Hadi y Tien. Esta última se inclinó hacia delante y examinó a Arvad.
—Tienes mejor cara; no estás tan pálido. Y no tienes los ojos tan rojos.
Tiana pensaba lo mismo:
—¿Puedes enseñarnos...? —le pidió señalándose la boca—. Bueno, ya me entiendes.
A Arvad se le crisparon las cejas al escuchar una petición tan extraña, pero abrió la boca para mostrar los colmillos. Tiana entornó los ojos al fijarse.
—Sí, han encogido.
—Lo mismo opino —la secundó Hadi.
Tiana miró a los demás antes de volverse hacia Arvad.
—Tenemos que debatir sobre esto.
El grupo entero volvió a cubierta, bajo el cielo repleto de estrellas. Los trabajadores habían montado un sistema de iluminación alimentado por la piedra de poder del Vientoligero y Hadi lo había encendido, ya que el campamento entero estaba despierto. Había insectos revoloteando alrededor de las lámparas y la mayoría del equipo les observaba desde de la cocina.
—Danos un momento —pidió Tiana a Arvad, que aguardó junto a la borda mientras ellos se retiraban para hablar.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Hadi—. Ese hombre dice la verdad, salta a la vista.
—Pero ¿podemos fiarnos de él? —dudó uno de los otros.
—Dejaré que lo decidáis vosotros —dijo Tiana. Al fin y al cabo, ellos eran los que correrían más peligro. Aunque ella no fuese un ángel de batalla, en un duelo de vampiro contra ángel, no dudaría en apostar por sí misma.
Se cruzó de brazos y aguardó mientras los otros debatían, sin quitar los ojos de encima al sujeto de la discusión. Arvad esperaba apoyado en la borda y parecía estar a punto de desplomarse. Tiana se preguntó qué se sentiría al crecer y llegar a convertirse en caballero, al dedicar la vida a proteger Benalia contra cualquier peligro y combatir a las fuerzas cada vez más numerosas de la Cábala, solo para resultar capturado y convertido a la fuerza en un monstruo dominado por el impulso de alimentarse de la sangre de los vivos. Aquello hacía que su problema, el de ser un ángel creado por las plegarias de gente que ya no existía, pareciese una nimiedad en comparación.
Cuando los demás terminaron de hablar, Hadi fue a comunicarle la decisión que habían tomado, aunque no parecía satisfecho.
—No sabemos si dice la verdad ni tenemos razones para fiarnos de él, pero algunos, entre los que me incluyo, nos negamos a abandonarlo si cabe la posibilidad de que la piedra de poder lo cure con el tiempo. Como término medio, dejaremos que se quede, pero no en el campamento; además, debes jurar que lo vigilarás.
Tiana asintió y fue a decírselo a Arvad. El caballero vampiro pareció sorprenderse al escuchar que no debía irse de inmediato:
—Una propuesta muy generosa. Acepto.
Bajo la influencia de la piedra de poder, Arvad había perdido la sensibilidad vampírica a la luz, por lo que acampó en la playa. A menudo, el caballero se quitaba la armadura para adentrarse en el agua con una pértiga afilada y atrapar peces que complementaban las comidas de los trabajadores. Mientras lo vigilaba desde las dunas, Tiana le habló a Tien de la conversación que había tenido antes con él:
—Dice que es la cosa más normal que hace desde que lo convirtieron.
—Tú también deberías ir a pescar —le propuso la mecánica—. No has parado de trabajar y necesitas un descanso.
—Mmm... —Tiana no quería descansar, sino trabajar en los sistemas del Vientoligero mientras aún tuviese la ocasión.
Cuando terminaban las jornadas de trabajo, ahora tenía a alguien con quien charlar de noche porque tampoco necesitaba dormir. Además, Arvad compartía su fascinación por el barco celeste. Durante el descanso de una de sus patrullas nocturnas, Tiana fue a sentarse con él en la playa y contemplaron juntos la nave. Bajo la luz de la luna y con la visión en la oscuridad de ambos, era casi igual que verla de día.
—He advertido un detalle en la parte inferior del casco. Ese punto oscuro. —Arvad señaló una mancha en la superficie y Tiana la observó con atención.
—Parece un brote de hongos. Para reconstruir el casco, la capitana usó una semilla de un espíritu elemental llamado Molimo. Nos hemos fijado en que a veces brotan cosas de él.
—¿Cómo obtuvo esa semilla? —preguntó Arvad, asombrado.
—Porque es Jhoira, una fuerza de la naturaleza —explicó ella con una sonrisa.
—Por Serra... —El caballero enmudeció por unos instantes—. ¿La auténtica Jhoira? ¿La Jhoira de las leyendas sobre el Vientoligero original?
—La misma. Además, no son leyendas: ocurrieron de verdad —aseguró Tiana mientras admiraba el reflejo de la luz de la luna en los nuevos cristales de los ojos de buey.
Arvad asimiló la respuesta en silencio durante un rato, hasta que llegó a una conclusión:
—Entiendo que usará el Vientoligero para enfrentarse a la Cábala. —Entonces se volvió hacia Tiana—. ¿Vos la ayudaréis?
Tiana hundió la cabeza. Aquel tema la incomodaba.
—No soy un ángel de batalla. Solo tengo que proteger el campamento y vigilar la piedra de poder. Debo asegurarme de que solo se utilice con fines honrados y justos.
Arvad parecía sorprendido:
—No me dabais la impresión de ser un ángel de batalla, sino un ángel artífice.
—Te equivocas —respondió ella con el ceño fruncido—. No hay ángeles artífices.
—No obstante, sois vos quien supervisa la labor de reconstrucción. —El caballero se señaló una oreja—. Mi enfermedad ofrece pocas ventajas, pero la mayor agudeza visual y auditiva es una de ellas.
—Yo no tengo ninguna habilidad angelical oficial. No debería trabajar en los motores, pero... —Tiana gesticuló con las manos mientras trataba de explicarse—. Serra me está mostrando dónde debería ir cada cosa. Puedo ver cómo tendría que funcionar el conjunto.
—Si Serra está poniendo esos conocimientos a vuestra disposición, se trata de una habilidad angelical oficial —dijo Arvad.
Tiana quiso rebatirlo, aunque no estaba segura del motivo. Tal vez se tratara de una lealtad innata a la Gran Máquina, a pesar de que esta hubiera sido destruida.
—Pero este no es mi propósito.
—En ese caso, ¿cuál es?
—Se suponía que iba a proteger una máquina muy importante, pero la destruyeron antes de que yo llegase. Nací demasiado tarde. Ahora, la Iglesia no sabe qué hacer conmigo. Vigilar la piedra de poder es mi primera misión de verdad.
Arvad ladeó la cabeza en dirección al Vientoligero:
—Esta máquina también es importante.
—Pero no es la que me asignaron —protestó Tiana con un suspiro de exasperación—. Serra me otorga conocimientos para ayudar a reconstruirla, pero el Vientoligero no es mi razón de existir.
—Que destruyeran vuestra primera razón de existir no significa que no podáis hallar una nueva, creedme. —Arvad notó que la conversación incomodaba a Tiana y decidió cambiar de tema—. Cuando Jhoira regrese, tal vez pueda ponerme a su servicio. —La miró con seriedad—. Vos también deberíais.
Tiana no respondió. Al cabo de aproximadamente un mes, el Vientoligero estaría listo para volar de nuevo. ¿Podría dejarlo partir sin ella? "Tendrás que hacerlo", se dijo a sí misma. Ella era un ángel y su propósito no era unirse a la tripulación de Jhoira.
Los largos y calurosos días transcurrían uno detrás de otro, el trabajo continuaba y Arvad seguía sin intentar alimentarse, aunque la piedra de poder aún no lo había curado. Tiana empezaba a creer que el caballero realmente iba a esperar a Jhoira para pedir que lo aceptara en su tripulación. También empezaba a prepararse para no sentir envidia en el caso de que Jhoira aceptase. Además, Arvad merecía una oportunidad.
Una tarde, mientras conversaba con Hadi en cubierta sobre la prueba final de los motores, un destello en la lejanía captó su atención. De un salto, Tiana se puso de pie en la barandilla y el alarmado Hadi siguió su mirada.
—¿Ha sido el volcán? —preguntó él.
—No, peor. —Tiana alzó la voz y dio la alarma—. ¡Todo el mundo fuera! ¡Poneos a salvo tras las rocas!
Desde las montañas, un fénix volaba a toda velocidad hacia ellos. Era un ave rapaz enorme; sus alas tenían una envergadura varias veces mayor que las de Tiana y su cuerpo estaba envuelto en llamas. "Va a calcinar el Vientoligero", pensó ella, y la furia estalló en su interior, pura y ardiente como la luz sagrada de Serra. "Jamás. ¡Jamás! ¡No mientras yo respire!". Tiana levantó el vuelo, apenas consciente de que Hadi estaba descolgándose por el andamio y los trabajadores salían de sus tiendas para alertar a los demás.
Cuando el fénix descendió en picado, Tiana preparó su lanza y ascendió para cargar contra él. En el último instante, la criatura viró a un lado para esquivarla y golpearla con sus garras. El fuego chamuscó a Tiana y un dolor ardiente en el hombro hizo que perdiera altitud y estuviese a punto de caer. Batió las alas para estabilizarse y dar media vuelta, pero el fénix ya había aprovechado la oportunidad para volar a ras de suelo y prender fuego a las tiendas de campaña. Tiana gritó con furia y se lanzó a por él, con intención de empalarlo por la espalda.
Sin embargo, la criatura batió las alas con fuerza y la golpeó de lleno. Las alas de Tiana fallaron y el ángel se estrelló contra una peña. Cayó rodando por una pendiente de gravilla y luchó por ponerse en pie y estirar las alas. Su lanza había caído cerca, pero había quedado reducida a un amasijo de metal fundido. El terror paralizó a Tiana cuando se volvió hacia el Vientoligero: el fénix iba a abalanzarse contra el barco celeste y ella no podría impedirlo.
De pronto, el fénix sufrió una sacudida y se apartó de su objetivo cuando una flecha se clavó en su cuello. El ave la calcinó agitando sus plumas de fuego, pero un nuevo proyectil lo alcanzó en el cuerpo, seguido de un tercero. Tiana corrió a lo alto de la peña y vio a Arvad junto al barco celeste. El caballero empuñaba un arco largo y se disponía a tirar de nuevo.
Tiana desenvainó su espada y rezó para recibir la magia sagrada de la Iglesia de Serra. Al instante, sintió que el poder divino fluía desde el arma hasta su mano. Extendió las alas con fuerza y saltó desde la peña para levantar el vuelo una vez más. Cuando la siguiente flecha de Arvad golpeó al fénix, Tiana embistió contra él ignorando las llamas y le clavó la espada justo bajo el esternón.
La criatura chilló y se retorció en el aire. Tiana, decidida a evitar que se precipitara sobre el Vientoligero, luchó por desviarla hacia la playa. Siguió empujando hasta que se le empezó a chamuscar la piel y el miedo instintivo de calcinarse las alas la obligó a soltar al fénix. Mientras aleteaba para mantenerse en el aire, vio caer al animal, que intentó enderezarse, pero al final se desplomó violentamente en el mar.
Tiana regresó hacia la orilla y se dio cuenta de que tenía la ropa en llamas, y quizá también el pelo.
Aterrizó en el suelo firme cercano al campamento y Farim corrió a echarle un cubo de agua por encima. Tiana escupió, con la cara empapada, y Arvad acudió para cubrirle las alas con una manta mojada.
—¿Estáis bien? —preguntó él, alarmado.
Ahora que habían apagado el fuego, Tiana notó que el daño solo era superficial. Además, los ángeles se curaban rápido.
—Lo estaré. —Vio que Arvad también estaba chamuscado y que su tabardo había llegado a arder en algún momento—. ¿Y vosotros?
—Arvad nos salvó —dijo Tien, que aún resollaba. Entonces señaló los restos humeantes de una tienda de campaña—. Levantó la lona para que pudiésemos salir. También defendió el Vientoligero. Y creo que te ayudó.
Si Tiana hubiera muerto y el campamento se hubiera sumido aún más en el caos, Arvad habría podido hacer muchas cosas, como alimentarse de los trabajadores que huyesen o robar la piedra de poder y escapar con ella. En lugar de ello, había actuado como un auténtico caballero benalita.
Y Tiana había actuado como un auténtico ángel guardián. El ángel guardián del Vientoligero. La idea de que el barco celeste acabara destruido casi había acabado con ella. Ahora comprendía que estaba dispuesta a defenderlo hasta la muerte. "Serra, ¿es esto lo que deseas?", se preguntó, pero no obtuvo respuesta. Tal vez porque ya la había obtenido cuando Serra otorgó a su espada la fuerza necesaria para abatir al fénix de un solo golpe.
Cuando Jhoira regresase, Tiana se ofrecería a servirla como tripulante del Vientoligero. No era el propósito por el que había nacido, pero era el que deseaba por encima de todo lo demás.