Regreso a Dominaria: episodio 6
—Te aseguro que esta vez encontraré la solución —dijo Teferi durante su trabajosa marcha por el desierto de Tivan, en dirección a la meseta del monumento. Hacía una mañana calurosa, con el sol ya alto y la brisa agitando el polvo. A cierta distancia por detrás de ellos, aún se veían las palmeras del oasis en el que habían acampado la noche anterior. No muy lejos de allí se encontraba el monumento, un bloque de piedra gigantesco que estaba parcialmente oculto en una meseta natural. Los viajeros de Femeref que pasaban por la ruta comercial cercana siempre suponían que eran unas ruinas antiguas. Y eran antiguas, aunque más jóvenes que Teferi. También eran un rompecabezas que él llevaba años intentando resolver.
—¿Podrías recordarme la definición de "locura"? —preguntó retóricamente su hija, Niambi.
—¡Ja, ja, ja! Solo se considera loco al que actúa sin juicio, pero yo siempre sigo métodos juiciosos.
—Ojalá supiéramos cuál es el adecuado —replicó Niambi con una sonrisa.
—Tengo la impresión de que hoy será el día —le dijo él—. Mi amigo no volverá a superarme, sobre todo ahora que cuento con tu ayuda. —Teferi llegó al pie de la meseta, donde la arena solo era una fina capa que cubría el pavimento. Barrió con una bota la arena que tapaba el sello central.
—Solo es una teoría —le advirtió Niambi—. No quiero que tengas demasiadas esperanzas.
—Yo siempre tengo esperanzas —dijo Teferi al golpear el sello con su bastón.
En el pavimento se abrió una hendidura y la arena se deslizó hacia el interior. La hendidura se extendió por la plaza enterrada hasta el pie del monumento. La piedra chirrió mientras las mitades se separaban y se abrían para revelar un pozo triangular con escaleras que descendían.
Niambi observó con cautela. Aunque había estado allí en otras ocasiones, seguía desconfiando del monumento. Su padre no la animaba a abandonar aquella actitud precavida, ya que estaban en un lugar tan peligroso como ella creía.
—Sabes que él no está aquí realmente, ¿verdad? —dijo Niambi.
—Está aquí en espíritu. Y eso es bastante parecido, créeme. —Teferi descendió por la escalera, con la arena crujiendo bajo las suelas de sus botas. Los escalones terminaban a la entrada del vestíbulo principal del monumento, una caverna oscura que se internaba bajo tierra. Teferi se volvió hacia atrás y esperó para comprobar que Niambi no necesitaba ayuda. A sus cincuenta años, su hija seguía siendo fuerte y hábil, pero no estaba en una buena edad para sufrir una caída. Teferi lo sabía muy bien, puesto que envejecía tan despacio que llevaba muchas décadas viviendo con el cuerpo de un quincuagenario.
La iluminación, alimentada por los mismos sistemas parcialmente mecánicos y parcialmente mágicos que hacían funcionar la entrada, comenzó a emitir un brillo tenue, encendiéndose como ascuas removidas en un hogar. Las luces flotaban cerca del techo, encerradas en rombos de cristal, e iluminaban las paredes cubiertas de inscripciones arcanas. Teferi ya las había descifrado a lo largo de los años, con la esperanza de obtener pistas. Sin embargo, no contenían ninguna, lo que le hacía sospechar que solo eran una trampa más para los incautos, que perderían el tiempo tratando de descubrir los secretos del monumento.
Comenzó a recorrer en silencio el pasillo, con Niambi detrás de él. Ya lo había hecho numerosas veces, tanto en solitario como en compañía de su hija, y ambos sabían que el tiempo de decir frivolidades había concluido. Teferi ya había descolmillado muchas de las trampas del monumento, pero este aún tenía formas de morder.
Pronto vieron la primera intersección, donde tres pasajes abovedados señalaban la entrada a sendos corredores que llevaban por direcciones distintas. Sin previo aviso, una silueta oscura arremetió contra ellos desde el corredor derecho.
Teferi había previsto la posibilidad de toparse con un guardián cerca de allí, pero se sobresaltó con aquella aparición repentina y respondió lanzando un hechizo temporal tan potente que la ráfaga separó las piezas individuales del agresor. Soltó un suspiro, molesto consigo mismo. No le gustaba reaccionar de manera desproporcionada, pero los centinelas ya deberían saber que no les convenía atacar tan repentinamente cuando Teferi venía con su hija.
El autómata medía cerca de dos metros y medio, estaba hecho de plata y cobre y tenía la forma de un guerrero corpulento con un bloque por cabeza. Sus piezas separadas estaban suspendidas en el aire: las extremidades, los engranajes y ruedas que lo movían y los cristales que le proporcionaban energía. Las piezas no estaban del todo quietas, sino que vibraban ligeramente, atrapadas en una corriente temporal donde la explosión que las había separado se producía muy lentamente.
—¿Lo has neutralizado? —preguntó Niambi con recelo.
—Sí, pero no lo toques. —Teferi avanzó hacia la intersección, desde donde podía vigilar los tres corredores.
Entretanto, Niambi se acercó al autómata para estudiarlo.
—Reconozco las marcas del caparazón. Estoy segura de que destruiste a este guardián la última vez que vinimos.
—Correcto —le dijo su padre—. Creo que se reparan mutuamente.
—Estupendo... —Niambi arrugó los labios antes de alejarse.
De los tres corredores, dos de ellos siempre eran trampas, pero la distribución cambiaba con cada visita. Teferi leyó los glifos flotantes que revelaban cuál era el correcto y luego activó y desarmó la luz mortífera del ojo gigante que aguardaba tras la primera esquina. Cuando terminó, Niambi y él pudieron avanzar hasta la sala de los dardos venenosos.
Aquella trampa era relativamente fácil de sortear, ya que Teferi podía detener los proyectiles en pleno vuelo, aunque a veces seguían patrones complicados. Mientras Niambi recogía las faldas de su túnica y se escurría con cuidado entre los dardos flotantes, Teferi recordó sus primeras aventuras juntos en aquel lugar.
—¿Te acuerdas de las arañas mecánicas? —preguntó él con una sonrisa tierna.
—Sí, padre, cada vez que tengo pesadillas —respondió Niambi sin entusiasmo.
Después de superar a otros dos autómatas en el último pasillo, llegaron a la cámara central, el corazón del monumento. A medida que salían del corredor y caminaban por un amplio saliente, la luz se elevaba poco a poco por las paredes, revelando el verdadero tamaño de aquel espacio enorme. A decenas de metros de altura, en la parte superior de los muros se veían entradas redondas a cámaras y pasillos tanto iluminados como tenebrosos, que parecían observar desde arriba la plataforma central y su cuadrícula engañosamente sencilla. Teferi ya había investigado todas aquellas salidas y sabía que no eran más que distracciones, trampas para los incautos, maneras de retrasar a los curiosos. La cuadrícula de la plataforma central, a la que se accedía por un puente estrecho, era la auténtica clave del rompecabezas.
O quizá lo fuesen los bloques flotantes. Teferi había dedicado mucho tiempo a acotar las posibles soluciones y ahora estaba seguro de que era o bien una cosa o bien la otra. Niambi tenía una teoría nueva acerca de los bloques y ese era el motivo de la visita.
A medida que la luz brillaba con más claridad, los bloques empezaron a aparecer. Eran rectángulos de tamaño idéntico que ascendían desde las sombras de las profundidades y descendían desde las alturas. Los bloques se movían erráticamente por toda la sala cada vez que Teferi entraba en ella.
―¿Estás preparada? —le preguntó a su hija.
—Adelante —afirmó Niambi, que ya había sacado la libreta y el lápiz de su mochila.
Teferi empezó a cruzar el puente y Niambi lo siguió. En cuanto puso un pie en la plataforma central, los bloques flotantes se dirigieron hacia allí.
Niambi se agachó y empezó a garabatear a toda prisa en el cuaderno mientras Teferi desviaba los bloques que intentaban aplastarlos. Después de unos segundos, Niambi dijo en voz alta:
―Prueba con el sexto desde la izquierda y el cuarto desde arriba.
Teferi saltó para marcar la secuencia con un toque del bastón, pero no ocurrió nada.
―Sin cambios. ¿Siguiente?
Y así continuaron, secuencia tras secuencia. Dos autómatas treparon hasta la plataforma para intentar detener a Teferi. A uno lo congeló en el tiempo y al otro lo tiró por el borde con unos bastonazos rápidos. En ocasiones se levantaban fuertes ráfagas de aire que los acribillaban con arena y tiraban de las trenzas de Niambi. También hubo oleadas de calor y luz refulgente. Teferi neutralizó lo que pudo, resistió lo que no pudo evitar y siguió marcando las secuencias que su hija le decía.
―¡Ya basta, padre! ¡Tenemos que parar! ―exclamó Niambi más de una hora después.
Teferi se apartó de la cuadrícula inmediatamente y ayudó a Niambi a levantarse para regresar por el puente. En cuanto volvieron al corredor, toda la actividad en la cámara central empezó a calmarse hasta cesar por completo.
―Me equivocaba: no es un problema matemático. ―Niambi se apoyó en una pared, con la frente empapada de sudor―. Y si lo fuese, los bloques flotantes no son la clave.
Una lástima, pero Teferi era lo bastante anciano como para encajar la derrota con un simple suspiro.
―Aun así, era una buena teoría. Teníamos que probarla.
―No, te he hecho perder el tiempo ―lamentó Niambi.
―No digas eso. ―Teferi la estrechó con un brazo―. Ya quisieran otros padres tener una hija que comparte su mayor afición.
La risa de Niambi se convirtió en un medio resuello de agotamiento.
―Venga, marchémonos de este sitio tan horrible.
No volvieron a hablar hasta ponerse a salvo en el exterior del monumento, caminando con dificultad por la arena para regresar al campamento del oasis.
―¿Por qué hizo tan complicado acceder a él? ―preguntó Niambi con frustración―. ¿No se daba cuenta de que tú podrías necesitarlo en el futuro?
Teferi recitó la respuesta típica:
―Quería protegerlo de los pirexianos, de los demonios y sus magos y de cualquier otro que pudiera codiciarlo por el poder puro que alberga.
―No pareces muy convencido. ―Su hija lo conocía demasiado bien.
―No, pero es la respuesta que todo el mundo quiere escuchar.
―Lo sé, pero... ―Niambi hizo un gesto de rabia―. ¡Erais amigos! ¿Por qué te hizo algo así?
―Urza no tenía amigos, al menos como los tenemos tú y yo ―aclaró Teferi―. Él veía sujetos experimentales; a quienes eran lo bastante poderosos los consideraba seres conscientes, o incluso individuos. Pero él era lo que teníamos en aquella época.
Una sombra se cernió sobre la arena. "Dragón", dijo el instinto de Teferi, que ya preparaba un hechizo incluso antes de levantar la vista. Sin embargo, la mole que descendía hacia ellos tenía forma de barco y le resultaba extrañamente conocida... "No puede ser lo que creo que es".
―¿Un barco celeste? ―dijo Niambi, que entonces miró a su padre―. ¿Ha venido por ti?
Una sonrisa se dibujó poco a poco en el rostro de Teferi. "Sí que es lo que creo que es".
―Es mi pasado, que viene a mi encuentro.
Gideon bajó por la escalerilla del Vientoligero y saltó a la arena cuando ya solo quedaban un par de metros. El sol poniente proyectaba sombras alargadas en el oasis. En él había un gran estanque rodeado de algunas palmeras y zonas yerbosas, además de formaciones rocosas que protegían parcialmente del viento. Al otro lado del estanque se veían varias chozas desvencijadas, que tal vez fueran restos de una época en la que aquella zona había estado más transitada. Los ocupantes actuales del oasis habían montado un campamento acogedor e iluminado por antorchas, con una tienda de lona azul, una pequeña hoguera y alfombras y césped artificial para sentarse.
Gideon llegó justo a tiempo para las presentaciones. Al igual que Shanna Sisay, las dos personas que habían ido a buscar eran jamuraanos de piel oscura: el primero era un hombre mayor, alto, de constitución fuerte y con pelo corto y canoso, y la segunda era una mujer encantadora que tendría más o menos la misma edad, con algunos mechones grises entre sus largas trenzas recogidas.
—Gideon y Liliana son Planeswalkers —explicaba Jhoira.
—Qué casualidad, yo también lo fui —respondió Teferi sin dejar de sonreír, tan tranquilo como si hablaran de cualquier otro rasgo en común—. Os presento a mi hija, Niambi.
—Perdón, pero... ¿Tu hija? —dudó Raff, confundido.
—Mi padre era inmortal —aclaró Niambi con gentileza—. Ahora envejece muy despacio, así que lo estoy alcanzando en apariencia con el paso de los años.
Con un gesto, Teferi los invitó al campamento y el grupo se sentó junto al fuego.
—¿A qué debo esta visita? —preguntó él.
—Vamos a acabar con Belzenlok. —Jhoira fue directa al grano, para sorpresa de Gideon—. Necesitamos un mago temporal que nos ayude a entrar en la Fortaleza.
—Un mago temporal —repitió Teferi levantando las cejas—. ¿Y crees que conozco a uno adecuado?
—No me tomes el pelo, Teferi —respondió Jhoira con una sonrisa indulgente—. Sabes que buscamos tu ayuda.
Teferi se inclinó hacia delante y su expresión se tornó seria.
—Mi hija y yo no hemos venido al desierto porque nos guste pasar así nuestro tiempo libre. Estamos trabajando en un asunto muy importante.
—¿Como cuál? ¿Esas ruinas antiguas, quizá? —preguntó Liliana con los ojos entornados.
—No son tan antiguas —la corrigió Teferi—. Son más jóvenes que yo.
Gideon empezaba a hacerse una idea del carácter de Teferi y le daba la impresión de que estaría encantado de ayudarles. Eso significaba que el mago tenía un propósito muy importante en aquel desierto.
—¿Qué te parecería hacer un intercambio? —le propuso Gideon—. Si ayudamos con tu asunto, ¿nos ayudarás con el nuestro?
Teferi lo miró con aire pensativo.
—Das por hecho que podéis ayudarme.
Al oír a su padre, Niambi soltó un suspiro.
—No quiere ayuda. Es un terco y prefiere resolverlo por sí mismo.
—Qué comentario tan injusto —protestó él—. Aceptaría su ayuda gustosamente. Solo digo que...
—¡Pues déjales intentarlo, padre! ¡Esto es importante! —dijo Niambi—. Si lo resuelves, volverás a ser libre. Me has hablado mucho de tu amiga Jhoira y sé que te encantaría marcharte otra vez a vivir aventuras a su lado.
Jhoira extendió las manos para calmar los ánimos y tomó la palabra.
—¿Qué estáis intentando hacer? ¿Tiene algo que ver con las ruinas?
Teferi la miró a los ojos durante un largo momento, hasta que Jhoira se inclinó y le estrechó una mano entre las suyas.
—Deja que te ayudemos —le pidió con amabilidad.
Teferi espiró lentamente y se dirigió a Gideon y los demás:
—¿Conocéis la historia de Zhalfir?
—Yo sí —afirmó Shanna.
—Sé que el reino de Zhalfir se desligó de Dominaria para escapar de la invasión pirexiana —respondió Raff.
—Esa no es precisamente la versión que conozco —añadió Shanna con brusquedad.
Liliana parecía impacientarse y Gideon preguntó directamente:
—¿Cuál es su historia?
—En la época previa a la invasión, Zhalfir era la nación más avanzada de Dominaria —explicó Teferi—. Debido a su potente magia, su tecnología y su poderío militar, Zhalfir se llevaría la peor parte durante el ataque pirexiano. Eso era lo que pretendía Urza... y los líderes de Zhalfir creían que podrían vencer. Yo sabía cuál habría sido el auténtico resultado.
La mirada de Teferi vagó hacia el desierto en penumbra, donde el viento se llevaba los bordes de las dunas y la arena cristalina atrapaba los últimos rayos de luz.
—Quise salvar a mi gente y mi patria de una guerra que habría acabado con ellas. Para lograrlo, creé una grieta temporal e hice que Zhalfir saliera de fase parcialmente. Los pirexianos no pudieron alcanzar el reino, pero los zhalfirinos tampoco pudieron acceder al resto de Dominaria. Todavía no pueden.
Se hizo un silencio, que Shanna rompió con solemnidad:
—Muchos zhalfirinos vivían en Femeref, Suq'Ata y otras regiones. Jamás pudieron regresar. Cuando Zhalfir desapareció, perdieron su hogar y a toda o parte de su familia.
—Así es —dijo Niambi—. Por ese motivo, nuestra cultura vio con muy malos ojos a mi padre durante un tiempo.
Shanna asintió hacia ambos, comprensiva.
—Sospechaba que eras ese Teferi.
—El mismo —confirmó él con una sonrisa.
—Teferi también sacó de fase el continente de Shiv —añadió Jhoira—, pero más adelante consiguió reparar la grieta y devolvió Shiv a Dominaria. Para ello sacrificó su chispa de Planeswalker.
—¿De verdad? —preguntó Liliana, que parecía sorprendida.
—Sí. Tras perderla, fui incapaz de devolver Zhalfir. —Teferi levantó las manos hacia las dunas de los alrededores—. Y heme aquí ahora.
—No ha estado vagando por el desierto durante todo ese tiempo, así que no sintáis mucha lástima por él —puntualizó Niambi.
—Por favor, no te burles del dolor existencial de tu padre —dijo él mismo.
—Pero tienes un plan, ¿verdad? —preguntó Jhoira, que parecía muy acostumbrada a arrastrar a Teferi de vuelta a otros asuntos—. Siempre tienes un plan.
—Sí, tengo un plan, aunque no marcha muy bien —admitió él—. Hace un tiempo, descubrí que mi amigo Urza había puesto a buen recaudo una serie de dispositivos y artefactos mágicos que podrían ayudar a reparar grietas temporales. Pasé mucho tiempo buscándolos, pero solo averigüé la ubicación de un artefacto. Se encuentra aquí, en ese monumento. Si consigo recuperarlo y desvelar sus secretos, espero que me conduzca a otros objetos similares. Sin embargo, he entrado en el monumento en muchas ocasiones, he descubierto sus entresijos y activado sus trampas un sinfín de veces, pero sigo sin ser capaz de llegar hasta el artefacto.
A Gideon le alegró saber que Teferi obraba por una buena causa. Si lo ayudaban a cumplir su objetivo, Dominaria entera saldría beneficiada.
—¿De quién ocultó Urza esos artefactos? ¿De los pirexianos?
—No, de mí. —Teferi mostró una sonrisa seca.
—No parece un gesto muy amistoso —opinó Gideon con seriedad. De modo que así estaban las cosas.
—Eso mismo le dije —lo secundó Niambi—. Llevo unos diez años intentando ayudar a mi padre. Tenía la teoría de que el rompecabezas central del monumento era en realidad una ecuación matemática, pero la hemos probado hoy y no ha funcionado.
—¿Cuál era la ecuación? —preguntó Jhoira con interés. Dos frases de explicación más tarde, Gideon se perdió por completo.
Mientras Jhoira y Niambi debatían sobre la teoría de esta última, Gideon se dirigió a Teferi:
—Si puedo ayudarte de algún modo a conseguir el artefacto, lo haré, pero nuestro objetivo principal es eliminar a Belzenlok —dijo mientras lanzaba una mirada a Liliana.
Raff quiso añadir algo:
—Nos están echando una mano con Belzenlok para poder ir después a por Nicol Bolas. Todos nos ayudamos unos a otros. —Liliana lo miró con incredulidad y el joven mago buscó una excusa—: No es un secreto, ¿o sí?
—Las lenguas largas pueden hundir aeronaves —dijo ella en tono siniestro.
—Tú debes de ser una nigromante —comentó Teferi mientras estudiaba a Liliana con atención—. Supongo que tienes motivos personales para oponerte a la Cábala.
—Sí, y eso significa que no son asunto tuyo —respondió Liliana mirándolo a los ojos.
Teferi enarcó las cejas, pero contestó sin perder su tono gentil:
—Tengo mucha experiencia enmendando errores del pasado, créeme. Y cuando has vivido tanto tiempo de tu vida siendo un Planeswalker inmortal, los errores suelen ser de una magnitud inmensa. No es posible borrarlos, pero, con esfuerzo y paciencia, se puede llegar a equilibrar la balanza.
Gideon notó que las palabras de Teferi habían hecho mella en Liliana. Malhumorada, la nigromante apartó la vista. Gideon pensó en sus propios errores y en todas las vidas perdidas que jamás podría compensar.
—Liliana tiene un papel importante en nuestro plan para destruir a Nicol Bolas —le explicó a Teferi—. Cuando acabemos con Belzenlok, podremos marcharnos del plano y reunirnos con nuestros amigos.
—Aún no ha accedido a ayudarnos, así que deja de revelarle información. —Liliana estaba claramente exasperada—. Además, no sabemos si nuestros "amigos" querrán volver a unirse a nosotros.
—Lo de aquel día no fue más que un malentendido —protestó Gideon. Estaba convencido de que, si se detuviesen a debatir con calma, todo se arreglaría.
Entonces, Jhoira y Niambi se pusieron en pie sin dejar de hablar. Shanna, que había estado escuchando la conversación, también se levantó y se sacudió la arena de los pantalones.
—Vamos a visitar el monumento para hacer otra prueba. Jhoira cree que Niambi enfocó bien su teoría, pero tal vez pasase por alto algún factor.
Cuando se pusieron en marcha, ya había anochecido por completo y la luna brillaba en el firmamento.
—¿Crees que puedes resolverlo a la primera, después de todo el tiempo que le hemos dedicado nosotros? —le preguntó Teferi a Jhoira mientras caminaban fatigosamente por la arena, con el búho mecánico revoloteando por delante de ellos para iluminar el camino.
Jhoira le dio un codazo de protesta.
—No, creo que Niambi y tú habéis encontrado la solución. Pero también creo que Urza nunca jugaba limpio, sobre todo contigo.
Teferi tenía que admitir que no le faltaba razón.
Una vez en la entrada, Teferi los guio a través de las defensas del monumento hasta que llegaron a la cámara central. Tras volver a desarmarla, el lugar le dio una impresión distinta. Las sombras eran más densas y las paredes de piedra irradiaban frío. Tal vez se debiera a que habían pasado muchos años desde la última vez que estuvo allí de noche.
Por fin llegaron al saliente que conducía a la plataforma de la cuadrícula. Gideon y Shanna se situaron en ambos extremos y vigilaron por si algún autómata intentaba atacarlos. Entretanto, Jhoira explicó su teoría.
—Niambi tiene razón en que los movimientos de los bloques flotantes representan un componente matemático, pero creo que hay un factor adicional. Urza diseñó este rompecabezas y sabía que Teferi intentaría resolverlo.
El joven Raff se puso en cuclillas para estudiar los grabados de la pasarela.
—¿Crees que lo diseñó específicamente para impedir que Teferi lo resolviese?
—Peor aún: creo que hizo trampa —respondió Jhoira—. Liliana, ¿ves algún fantasma por aquí?
Liliana se acercó al borde. Con rostro de concentración, examinó las profundidades y luego los niveles superiores.
—Aún no, pero si estás en lo cierto, no aparecerán hasta que todo esto se ponga en marcha —dijo trazando un círculo hacia abajo con un índice, para referirse al abismo que los rodeaba.
Teferi no quería ser un aguafiestas, pero tenía que mencionar un detalle:
—Si hubiera cosas fuera de fase en este lugar, las habría visto.
—Por eso no he preguntado si hay cosas fuera de fase, sino fantasmas —contestó Jhoira señalando los alrededores—. Me refiero a espíritus atrapados, retenidos aquí mediante magia. En esta cámara hay un zumbido constante de hechizos y no todos ellos parecen obra de un artífice.
Raff se levantó de un salto.
—Yo también lo noto, aunque seguro que no tanto como tú.
—Raff, quítate de en medio para que podamos empezar. —Liliana se frotó las manos con energía—. Esto va a ser divertido.
—No queremos restaurar Zhalfir por diversión —la amonestó Teferi. Bueno, sí que había un toque de diversión en todo aquello, pero le parecía mejor mantener el decoro en un lugar tan peligroso.
—Será divertido si esto funciona. —Su hija le dio un empujoncito—. Venga, empieza.
—Muy bien, preparaos —avisó Teferi—. La peor parte empezará cuando llegue a la cuadrícula. —Puso un pie en la estrecha pasarela y caminó hacia la plataforma.
Los bloques flotantes comenzaron a llegar, como siempre, y Jhoira los contó en voz alta para Niambi. De pronto, Liliana les dio un aviso:
—Vaya, vaya. Sí que hay espíritus en este sitio.
—¿Cuántos? ¿En qué dirección? —preguntó Niambi con entusiasmo en la voz.
—Tres, en aquel rincón.
Teferi no apartaba la vista de la cuadrícula, pero tenía que salir de dudas:
—¿Qué aspecto tienen?
—Imagina un banco de neblina muy borrosa —describió Liliana—. Esta clase de fantasmas pierden cohesión con el tiempo; ya son demasiado antiguos como para tener forma. Ah, han aparecido otros dos en el segundo piso de abajo.
—¡Segundo por abajo, cuadrante norte, desde arriba! —indicó Niambi mientras garabateaba a toda velocidad con el lápiz.
Teferi marcó la secuencia con su bastón.
El proceso continuó, con Jhoira contando los bloques y Liliana los espíritus encerrados a la vez que Niambi hacía los cálculos. Los autómatas llegaban cada cierto tiempo al saliente, pero Shanna y Gideon los devolvían a las profundidades embistiendo contra ellos cada vez que se acercaban al grupo. A medida que los cálculos de Niambi revelaban el desarrollo del patrón y Teferi golpeaba más cuadrados, el asalto se intensificaba paulatinamente. Era como si el monumento presintiese que Teferi estaba a punto de dar con la solución y quisiera expulsarlo de allí.
Jhoira y Raff lanzaban hechizos defensivos sobre el saliente, mientras que Teferi congelaba a los autómatas que trepaban directamente a la plataforma de la cuadrícula. Notó cómo se le aceleraba el pulso, ya que nunca lo habían atacado de aquel modo en todos sus intentos de resolver el rompecabezas. Seguro que iban por el buen camino.
Entonces, Teferi golpeó un cuadrado y la plataforma tembló bajo sus pies, gruñendo con el retumbo grave de la piedra y el metal rechinando entre sí. Teferi saltó hacia atrás y se preparó para otro ataque, pero el cuadrado del centro se deslizó lenta y pesadamente hacia un lado y reveló una abertura. "¡Ya está! ¡Esa era la solución!". Teferi se abalanzó hacia delante e introdujo un brazo en el agujero.
Un coro de gritos de advertencia resonaron en la piedra, pero Teferi estaba seguro de que allí no había ninguna trampa. Sus dedos atraparon un objeto metálico y tiró para extraer el artefacto.
Teferi se irguió y lo sostuvo en alto. En las inmediaciones, el silencio regresó a la sala y las trampas se detuvieron poco a poco, cuales relojes que se hubieran quedado sin cuerda. Los bloques descendieron lentamente y desaparecieron en las profundidades, mientras que los autómatas se quedaron inmóviles por completo. Teferi sostenía un delicado orbe de cristal oscuro, alojado en un entramado de láminas plateadas. Las luces del interior del orbe brillaban como un firmamento capturado.
Cuando las cosas se calmaron, se giró hacia los demás. Jhoira lo miraba con gesto triunfante, Raff parecía impresionado y Liliana intentaba disimular que se sentía igual. Gideon y Shanna respiraron aliviados y miraron alrededor con interés, cada uno rodeado de una pila de piezas de autómatas destrozados. Entonces, una sonrisa se dibujó poco a poco en el rostro de Teferi cuando se encontró con la mirada exultante de su hija.
—¡Hemos ganado! —exclamó él.
Urza había diseñado todas las defensas creyendo que Teferi intentaría resolver el rompecabezas en solitario. "Pero no soy como tú, Urza", pensó él. "Tú jamás apreciabas los modos de hacer las cosas que no fueran el tuyo".
Entonces, un temblor amenazante causó una llovizna de polvo.
—Seguro que no os sorprende, pero intuyo que Urza era un mal perdedor —advirtió Liliana—. ¡Este sitio se viene abajo!
Teferi cruzó el puente a toda prisa y regresó al saliente. Le entregó el artefacto a Jhoira y agarró a Niambi por una mano.
—¡Corred, vamos!
Las paredes se agrietaban y el suelo no paraba de temblar mientras el grupo huía por los corredores. Teferi congelaba cualquier roca que cayese hacia ellos y encantaba el suelo para evitar que se abriera bajo sus pies. Notaba que el monumento se oponía a él, resistiéndose a cada paso que daba.
Con Teferi al límite de sus fuerzas, llegaron a la entrada y por fin vieron la luz de la luna, pero descubrieron que el pozo triangular se estaba llenando de arena. El búho de Jhoira volaba en círculos en el exterior y la artífice los alertó:
—¡La meseta entera se hunde!
Teferi intentó congelar la arena en el tiempo, pero había demasiada. El desierto entraba a raudales en el pozo como si fuera un océano y amenazaba con enterrarlos si intentaran abrirse paso.
Entonces, la luz de la luna quedó eclipsada y dos escalerillas se descolgaron desde las alturas, procedentes del Vientoligero.
—¡Deprisa! —gritó Jhoira—. ¡Todo el mundo arriba!
Un ángel de Serra descendió en picado y aterrizó delante del grupo. Teferi empujó a Niambi hacia ella.
—¡Salva a mi hija!
—¡Eh! —protestó Niambi, pero el ángel la sujetó por la cintura y se elevó con un potente salto. El batir de sus alas despejó la arena suficiente para que Gideon siguiera adelante, atrapara una de las escalerillas colgantes y la mantuviera sujeta para Liliana. Shanna ayudó a Jhoira a subir a la otra y la artífice se apartó a un lado para que su compañera pudiera trepar junto a ella. Gideon agarró a Raff por el cuello de la túnica y lo empujó detrás de Liliana, para luego engancharse con un brazo al escalón más bajo. Hundido hasta la cintura en la arena, Teferi se sujetó al extremo de la otra escalerilla y el barco celeste ganó altura para sacarlos a todos de allí.
En cuanto tuvo las piernas libres, Teferi trepó detrás de los otros. El hombre que le agarró un brazo para ayudarlo a subir a cubierta tenía aspecto de vampiro, pero nadie parecía alarmarse. Cuando Teferi se sacudió la arena de la ropa, Niambi le dio un abrazo y lo miró con mala cara.
—Padre, habría podido trepar como todos los demás.
Teferi no había estado dispuesto a correr aquel riesgo. Su única respuesta fue mirar hacia abajo junto a su hija para contemplar el monumento.
Raff hizo descender unas esferas brillantes por el cielo y Teferi vio que el gran edificio de piedra prácticamente había desaparecido. Mientras observaba, el resto de la meseta se hundió en la tierra, con la arena arremolinándose en torno a ella.
A su lado, Jhoira sostenía el artefacto, cuyo cristal central resplandecía a la luz de la magia de Raff y de las lámparas del barco. Tras soltar una carcajada de satisfacción, la capitana se giró hacia Teferi:
—Bueno, ¿vendrás ahora con nosotros a salvar el mundo? ¿Otra vez?
Teferi espiró lentamente y sonrió.
—Creo que lo haré.
Después de parar a recoger las pertenencias de Teferi y Niambi en el campamento, el grupo pasó la noche en el Vientoligero. Jhoira disfrutó conversando con Niambi y escuchando los relatos de Teferi acerca de su vida en Femeref. Tenían que ponerse al día sobre muchas cosas.
A la mañana siguiente, Jhoira puso rumbo al pueblo donde vivían Niambi y su familia para llevarla a su hogar.
Se trataba de una localidad pequeña pero de aspecto próspero, situada en un risco vecino a un río y salpicada de viviendas con huertos frutales y jardines. La casa de Niambi estaba en las afueras; era un edificio laberíntico de piedra con una fuente en el patio central, que gozaba de la sombra de las acacias.
Jhoira esperó mientras Teferi y Niambi se despedían en la cubierta del Vientoligero.
—Que te diviertas con tus amigos y mates muchos demonios —dijo ella al abrazarlo.
—Vaya, ni siquiera finges que echarás de menos al viejo de tu padre —respondió él en tono burlón.
—Claro que te echaré de menos, pero te conozco muy bien. —Niambi se separó un poco y le dio un zarandeo—. Naciste para hacer esto. Y cuando encuentres la forma de devolver Zhalfir a Dominaria, espero que nos lleves de excursión por todo el reino. O que nos avises si quieren matarte.
Cuando zarparon, Jhoira dejó a Tiana al timón y se marchó a su camarote. Con un suspiro, se dejó caer en la butaca. Era un alivio tener de vuelta a Teferi. Solo faltaba encajar en su sitio algunas piezas más y estarían listos para asaltar la Fortaleza de la Cábala y eliminar a Belzenlok. Sin embargo, aquella era la parte fácil.
Se llevó una mano al amuleto que lucía en el cuello y lo abrió. Dentro había una pequeña piedra de poder que brillaba en la penumbra. La propia Jhoira había creado aquella piedra en la instalación de maná de los thran. La gema contenía la chispa de Planeswalker de Teferi.
"La parte difícil será convencerlo para que acepte recuperar esto...".
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