Teferi emprendió el camino hacia la playa antes del amanecer, hasta el lugar donde Zhalfir se veía reflejado en la alborada. No fue el único que lo hizo.

Si uno observaba desde el lugar adecuado en la ribera y el tiempo matutino tenía el equilibrio idóneo entre nublado y despejado, se podía ver el espectro de la costa de Zhalfir. Las torres y cúpulas translúcidas flotaban como si se hubieran erigido en las nubes sobre el mar.

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Vacío zhalfirino | Ilustración de Chase Stone

Muchos habitantes de Femeref y otras regiones de Jamuraa todavía realizaban aquel peregrinaje. Algunos acudían a honrar a los ancestros que desaparecieron cuando se formó la grieta, mientras que otros lo hacían por puro interés histórico. Aquella mañana había varios grupos en la playa: solemnes y silentes, por un lado, animados y habladores, por otro, mientras que los niños jugaban en la orilla. Luego estaban los solitarios, como Teferi. Guardaba las distancias, aunque la probabilidad de que lo reconocieran disminuía con cada siglo que pasaba. Ahora envejecía lentamente, pero ya había vivido mucho más tiempo que sus enemigos mortales.

La localidad cercana de Sewa había prosperado proporcionando alojamiento y provisiones a los peregrinos que continuaban hacia Zhalfir. Había mucha actividad en cualquier época del año, aunque Teferi solo la visitaba en los meses más frescos. Llevaba muchos años vagando de un lado a otro desde la Reparación, explorando Dominaria, pero jamás había sentido el deseo de echar raíces. Al pagar por su habitación aquella mañana, el propietario le había dicho:

—Tiene que ser muy duro eso de llamarse como el destructor de Zhalfir.

"«El destructor de Zhalfir». Ese es nuevo", pensó Teferi con un suspiro. Le dio la explicación que siempre ofrecía:

—Es un nombre tradicional en la familia y nadie quiso ofender a mi tatarabuela.

El dueño de la pensión había asentido para mostrar compasión por él y ahí había terminado el asunto.

Cuando la temperatura del día subió, en paralelo al sol, Teferi regresó a través de las dunas, con el viento meciendo su túnica azul. Tomó el camino de vuelta y se cruzó con más peregrinos que se dirigían a la playa: otro grupo con niños, dos mujeres y un hombre solitario. Saludó a todos distraídamente al pasar junto a ellos.

El camino pasaba entre bancales y embalses que luego daban paso a terrenos ajardinados y arboledas, hasta llegar a las puertas de la muralla exterior del pueblo. La plaza del mercado bullía de actividad; en los puestos con toldos coloridos se vendían todo tipo de alimentos, bebidas y baratijas a los peregrinos y los lugareños. La mayoría de la gente tenía la piel oscura o morena de Femeref o el norte de Jamuraa, pero entre la multitud había algunos viajeros de otros continentes de Dominaria. Sewa era un pueblo agradable para visitar; además, las plazas y viviendas del barrio más antiguo lucían mosaicos que a Teferi le traían recuerdos de su antiguo hogar en Zhalfir.

No sabría decir por qué pensaba tanto en Zhalfir desde que había sacrificado su chispa. Por el sentimiento de culpa, desde luego, aunque sabía que había hecho lo correcto. El reino de Zhalfir había sobrevivido, separado y protegido contra las fuerzas que lo habrían devastado. Sin embargo, aquella forma de pensar había empezado a parecerle... egoísta, en el mejor de los casos. Había sido la decisión correcta en aquella época, pero ahora no estaba tan seguro de ello.

"Tampoco puedes hacer nada al respecto", se dijo a sí mismo, cansado de su debate interno. Había tenido que dar su chispa de Planeswalker para reparar la grieta temporal de Shiv e impedir una catástrofe, y ahora no tenía el poder para devolver Zhalfir a Dominaria.

Recorrió el laberinto de calles, paseando entre las paredes de piedra de las viviendas, y cruzó las puertas que conducían a los patios ajardinados. Cuando llegó a la plaza de la fuente pública, vio a dos personas sentadas en el muro bajo que había junto a la entrada de su pensión. Teferi siguió caminando y mantuvo un semblante y una expresión corporal neutrales.

Fuera de la nueva academia de magos de Tolaria Oeste, poca gente lo conocía a aquellas alturas. Tras los acontecimientos de Shiv, había evitado emplear la magia y había viajado entre los pueblos de Jamuraa hasta dejar atrás su reputación. En Sewa, nadie debería saber que era aquel Teferi, el mago temporal que les había arrebatado Zhalfir, pero aún tenía viejos enemigos a quienes no les importaría verlo muerto. O quizá fueran nuevos enemigos. Corrían rumores de que la Cábala estaba consiguiendo poder más allá de Otaria, aunque nadie sabía cómo era posible ni qué había impulsado su resurgimiento.

Cuando Teferi llegó a la terraza cubierta de la pensión, las dos personas que esperaban junto a la entrada se levantaron y fueron a su encuentro.

—En el mercado se comenta que te llamas Teferi —le dijo la mujer, sin preámbulos.

—Muchas cosas se comentan —se defendió él. La mujer era encantadora, con rasgos fuertes y una actitud decidida. Tenía trenzas largas, recogidas sobre la cabeza, y vestía los pantalones holgados, la camisa y la túnica con capucha de una arriera de caravana. De su cinturón colgaba un látigo con la empuñadura desgastada. El hombre era fornido y musculoso, portaba una espada, vestía el jubón de cuero y metal de un guerrero y decoraba sus rastas con anillos de cobre. Por el tono de piel oscuro de ambos, quizá fueran descendientes de familias zhalfirinas que habían quedado atrás cuando Teferi creó la grieta temporal, aunque lo mismo podía decirse de muchos habitantes de Femeref. Eso no tenía por qué significar que lo buscaban para llevar a cabo una antigua venganza familiar.

—Te presento a Subira, y yo me llamo Kwende —dijo el hombre en tono amigable y mostrando una sonrisa.

Sin esperar a que Teferi devolviese el saludo, Subira afirmó:

—Estabas esperando a un hombre llamado Maket.

Teferi mantuvo una expresión cortés, aunque no sabía si sentirse desconcertado o receloso.

—Lo siento, pero no soy el Teferi que buscáis. No esperaba ver a nadie llamado Maket ni hoy ni ningún otro día.

—Así que no... —dijo Subira enarcando las cejas, claramente escéptica.

—Como he dicho, no —respondió él, aunque no se lo hubiesen preguntado. Intrigado, se apoyó en su bastón. Si aquello era el preludio de un intento de asesinato, le parecía, cuando menos, pintoresco—. ¿De qué trata este asunto?

Después de observar con atención a Teferi, Kwende le dio una explicación:

—Maket dijo que venía a verte, que ese era el motivo por el que viajaba hacia aquí desde Suq'Ata.

—Es la primera noticia que tengo de ese tal Maket. —Teferi empezaba a pensar que no era un intento de asesinato, después de todo, sino un simple malentendido entre viajeros—. Tendréis que buscarlo en otra parte.

—No necesitamos buscarlo en otra parte —dijo Subira, ahora adusta además de escéptica—. Maket está muerto.

Teferi la miró fijamente. Ahora estaba más intrigado... y mucho más receloso.

—Entonces, ¿seríais tan amables de decirme por qué habéis venido?

Subira intercambió una mirada opaca con Kwende y entonces respondió:

—Quiero averiguar qué ocurrió en mi caravana. Maket fue asesinado en nuestro campamento; decía que venía a Sewa para ver a alguien llamado Teferi.

Aquella situación era de lo más extraña.

—Os juro que no conozco a ese Maket —dijo Teferi. Sabía que debería marcharse o incluso recoger sus escasas pertenencias e irse de Sewa, pero le picaba la curiosidad—. ¿Cómo lo mataron?

—Usando magia —respondió Kwende con voz seria—, o eso cree el galeno de la caravana.

"Vaya", pensó Teferi.

—¿Qué clase de magia?

—No lo sabemos; ninguno de nosotros es mago. —Kwende le dirigió una mirada inquisitiva—. ¿Tú sí?

Subira continuaba mirándolo como una depredadora a la espera de que su presa se dejara ver. Teferi prefirió evitar la pregunta.

—Creo que necesitáis a un magistrado.

Subira mantuvo su mirada recelosa unos instantes más y luego torció el gesto.

—Los magistrados de este pueblo ven a los arrieros como chivos expiatorios para todos los crímenes que se cometen mientras estamos de paso. No quiero que molesten a mi gente. Lo que quiero es encontrar a la persona que asesinó a Maket y entregarla yo misma a las autoridades locales.

—Entonces, lo siento, pero no sé nada al respecto —dijo Teferi, comprensivo. Y si también hubiera sido prudente, ahí habría terminado todo. Pero nunca había sido prudente, sobre todo cuando se interesaba por un misterio. Además, si el tal Maket realmente viajaba a Sewa para verse con él, quería averiguar por qué—. Por curiosidad, ¿por qué cree el galeno que Maket fue asesinado con magia?

—Porque han pasado dos días y el cuerpo todavía no presenta signos de deterioro —respondió Kwende, que enseguida levantó una mano para añadir—: Sí, se podría pensar que sigue vivo, pero no respira y su cuerpo está frío como una piedra.

"Esto se vuelve más curioso a cada momento que pasa", pensó Teferi.

—Quizá pueda echarle un vistazo —propuso.

Subira frunció el ceño. Aquella expresión de desconfianza con un toque de ironía no debería volverla más hermosa, pero, de algún modo, lo hacía.

—Entonces, ¿eres un mago? —preguntó ella, y Kwende estudió a Teferi con atención.

Sin embargo, él aún prefería no responder a la pregunta.

—Soy un erudito; tengo conocimientos sobre muchas cosas. Y parece que vosotros no tenéis más opciones, a menos que queráis pedir ayuda a los magistrados.

Subira lo miró detenidamente, pero entonces dijo:

—Bien visto. Venga, ven con nosotros.


Teferi siguió a Subira y Kwende hasta las afueras del pueblo. Dejaron atrás los establos y las hospederías más humildes y salieron a las planicies rocosas, donde estaban las tiendas de campaña y las carretas de la caravana. Otros viajeros, principalmente peregrinos demasiado pobres como para alojarse en Sewa, se habían acercado al campamento en busca de mayor amparo. Los riscos que resguardaban el pueblo de los vientos del desierto ofrecían cierta protección en la planicie, pero no era un sitio en el que se pudiera estar demasiado tiempo a la intemperie.

—¿Conocíais bien a Maket? —preguntó Teferi por el camino.

—No mucho —respondió Subira—. Era la primera vez que viajaba en mi caravana. —Ladeó la cabeza hacia Kwende—. Él lo conocía mejor.

—No tanto —dijo el guerrero mientras negaba ligeramente con la cabeza—. Viajábamos juntos desde hacía poco, hasta que nos unimos a la caravana para venir aquí.

Teferi había dado por hecho que Subira y Kwende regentaban juntos la caravana y notó una sensación de alivio al comprender que no hacía tanto tiempo que se conocían. Entonces se amonestó a sí mismo. "Serás idiota", pensó. No podía permitirse pensar en posibles vínculos románticos; no en aquel momento ni quizá durante muchos años, hasta que la gente se olvidara de él. Aquel pensamiento era deprimente incluso para alguien que se disponía a examinar a un muerto. Soltó un largo suspiro y Subira le dirigió una mirada confusa.

Cruzaron el campamento hasta llegar a una tienda alejada de las demás y vigilada por varios arrieros.

—Hemos alejado el cuerpo del campamento —explicó Subira.

—Los demás viajeros insistieron, por temor a que la causa de la muerte pudiera propagarse —añadió Kwende.

—Una medida sensata —opinó Teferi—. Hay hechizos de muerte pensados para afectar a todo el que toque a la víctima.

—¿De verdad? —se sorprendió Subira, que se detuvo en el acto mientras retiraba la lona de la entrada.

—Tranquila, al galeno que examinó a Maket no le pasó nada —dijo Kwende.

—De momento —añadió Teferi con suavidad antes de entrar en la tienda.

El cadáver yacía en una alfombra, tapado con una manta, y Teferi la retiró.

Se preguntó si el galeno se habría equivocado y Maket seguía vivo, atrapado en una parálisis extraña pero natural. Tal vez se tratara de una especie de veneno capaz de disminuir la temperatura corporal y disimular cualquier señal de vida. Sin embargo, cuando Teferi comprobó los ojos y el pulso del hombre, vio que no era el caso. Y no fue lo único que advirtió.

—El galeno tenía razón y vosotros también: esto no es una muerte natural.

—Entonces, ¿conocías a Maket? —preguntó Subira.

—No, jamás lo había visto. —Teferi levantó la cabeza y la miró, pensativo—. Alguien ha utilizado un hechizo o un veneno que no solo ha arrebatado la vida al pobre Maket, sino que ha dejado su cuerpo en suspensión y lo ha preservado. Se ha hecho así para que parezca la víctima de un conjuro temporal —dijo al ponerse en pie.

Subira entrecerró los ojos y en el semblante de Kwende se dibujó una tensión recelosa.

—¿Y lo ha sido?

—Si esto se debiese a la magia temporal, estaría en suspensión y parecería no moverse ni respirar, pero seguiría vivo, su cuerpo conservaría el calor y, cuando la magia se disipara, Maket volvería a comportarse como si no hubiese ocurrido nada. Además, mantener un hechizo temporal requiere esfuerzo y los efectos no duran indefinidamente. —Teferi se encogió de hombros—. Si yo pretendiese matar a alguien, no se me ocurriría utilizar magia temporal, por lo menos de este modo ―añadió con una sonrisa—. Creéis que esto es obra mía; por eso habéis venido a buscarme.

Subira lanzó una mirada a Kwende, que seguía observando a Teferi como lo haría un hombre dispuesto a defenderse en cualquier momento.

—¿Tú no lo mataste? —preguntó ella.

—Por suerte para nuestra floreciente amistad, no —le dijo él. Kwende se relajó un poco, ahora que no esperaba un ataque.

La mirada de Subira se tornó pensativa. Era difícil saber si aceptaba o no la respuesta de Teferi.

—Maket le dijo a Kwende que eras un mago temporal. No sabía si creerlo o no.

—Yo tampoco —añadió Kwende—, pero eso explicaría... —Señaló el cuerpo—. Esto.

Con el ceño fruncido, Teferi volvió a bajar la vista hacia Maket. Alguien que conocía su identidad le había encargado a Maket que diera con él, pero ¿de qué servía matarlo antes de que cumpliera su propósito? "¿Maket ha sido una víctima colateral o también era un objetivo?", se preguntó Teferi.

—Mm... —musitó.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó Subira.

—Siempre tengo mucho que decir; es uno de mis defectos —le respondió con una sonrisa—. ¿Maket os explicó por qué quería verme?

—No, y tampoco lo pregunté —dijo Kwende. Seguía mostrándose escéptico, pero su actitud hacía pensar que no consideraba culpable a Teferi, aunque estuviera seguro de que era un poderoso mago temporal—. No era asunto mío ni creía que fuese a tener importancia.

—Entiendo —dijo Teferi—. ¿Habéis registrado sus pertenencias?

—Todavía no. —Subira se giró para retirar la lona y llamó a uno de los arrieros—. Akime, ve a buscar las cosas de Maket, por favor.

—Iré yo —se ofreció Kwende antes de agacharse para salir—. Están en mi tienda.

—Gracias —le dijo Subira mientras se alejaba. Entonces se volvió hacia Teferi y ambos se observaron en silencio, hasta que ella por fin dijo—: Estaba convencida de que serías el culpable y no tendríamos que buscar pistas, como hacen los personajes de las historias.

Teferi no pudo dejar escapar la oportunidad de fastidiarla.

—¿Ya sabes que no soy el culpable?

—Digamos que estoy dispuesta a escuchar otras teorías —respondió Subira con tono irónico.

—¿Como cuáles? —Teferi sentía auténtica curiosidad. En la entrada de la pensión, Subira le había parecido más recelosa que Kwende, pero estaba claro que poseía una mentalidad abierta. Kwende tal vez hubiera sospechado tanto como ella, pero tuviera más facilidad para ocultar sus auténticas sensaciones.

Subira se cruzó de brazos y lo estudió.

—Como que enviaron a Maket a matarte.

Aquello se parecía demasiado a la teoría que él consideraba más probable. Teferi no supo qué decir. No había muchas razones para asesinar al peregrino erudito de Zhalfir que había fingido ser desde hacía muchos años, incluso aunque fuera un mago temporal. Entonces, Subira añadió algo:

—Creo que no eres un Teferi cualquiera, sino ese Teferi.

Se miraron a los ojos durante un largo momento. Subira no parecía horrorizada por la posibilidad de estar cara a cara con el destructor de Zhalfir, aunque era difícil saberlo con certeza. Teferi espiró lentamente.

—Si yo fuera ese Teferi... Digamos que no sería tan extraño enviar a alguien a matarme.

—Pero ¿a quién se le ocurriría enviar a un único asesino? Yo te considero mucho más peligroso.

Teferi procuró no sonreír demasiado. Aunque le hubiera encantado interpretarlo como un flirteo, sabía que ella era muy directa y solo decía lo que pensaba.

—Tu confianza en mí es gratificante —dijo él.

—Reconozco a los hombres peligrosos en cuanto los veo —respondió Subira con seriedad. Sabía que Teferi era peligroso, pero no mostraba desprecio ni consternación.

—¿No te molesta saber quién soy? —preguntó él, impelido.

—No. —Subira se encogió de hombros—. Vengo de una familia de viajeros y ninguno de mis parientes estaba en Zhalfir cuando... se fue. No me criaron para pensar que Zhalfir es un derecho de nacimiento que nos fue arrebatado. También he leído cómo fue la invasión pirexiana y he visto los restos que dejó. Comprendo por qué hiciste lo que hiciste. —Entonces titubeó y arrugó un poco la boca en un gesto de compasión—. Dicen que no tienes poder para traer de vuelta el reino. Eso tiene que ser... duro.

Su sencilla aceptación de aquellos hechos deshizo el nudo de culpabilidad en el corazón de Teferi.

—Cuando creé la grieta de Zhalfir, estaba convencido de que hacía lo correcto; de que iba a salvar mi hogar de un horror que lo destruiría por completo. Ahora cuestiono mi decisión a diario, pero no tengo poder para cambiar lo que hice. —Aquella dolorosa confesión le resultó sorprendentemente fácil. Se encontró con la mirada tranquila de Subira, pero no sintió el impulso de evitarla. Era la primera vez en años que tenía una conversación sincera, y se sentía casi mareado. Subira simplemente asintió, aceptando la confidencia sin juzgarlo.

—Entonces, sabemos que tienes enemigos —dijo ella—. Pero si Maket venía a matarte, ¿quién lo mató a él?

—Buena pregunta. —Teferi recorrió el interior de la tienda e intentó centrarse en el problema—. También es posible que Maket descubriera un plan para asesinarme y viajara a Sewa para ponerme sobre aviso, pero el mago que urdió el plan lo mató primero e hizo parecer que fue obra mía. —Lanzó una mirada a Subira—. Entonces, tú acudirías al magistrado para acusarme del crimen...

—Y tú te dejarías arrestar mansamente hasta que pudieras demostrar tu inocencia —dijo ella con ironía.

—No, no les hubiera dejado arrestarme. Estar confinado en una celda es algo que no... —Teferi decidió no terminar aquella frase. Entrar en prisión no era lo mismo que quedar atrapado en una burbuja temporal, pero jamás querría volver a pasar por un cautiverio. Nunca dejaría que volviesen a encerrarlo. Quienquiera que lo intentase descubriría lo peligroso que Teferi podía llegar a ser.

—En cualquier caso, el plan no funcionó —dijo Subira, que hizo un gesto de impaciencia—. Me pregunto qué pensará ahora el autor de todo esto. O qué estará haciendo.

—¡Subira! —gritó una voz alarmada desde el exterior.

Subira apartó la lona de un manotazo y salió corriendo. Teferi fue detrás de ella y se paró en seco.

—Cielos...

Desde las planicies del desierto se avecinaba una tormenta de arena. El muro de gravilla y polvo se elevaba hasta semejante altura que parecía una ola gigantesca en el océano o una avalancha de rocas precipitándose por una montaña. Y golpearía a toda la caravana con el mismo ímpetu. Sewa probablemente sobreviviría, protegida por los riscos y la muralla de piedra, pero lo que la tormenta les haría a todas las personas que estuvieran en el exterior, al ganado, a los jardines, a los campos y a todo lo que el pueblo y la caravana necesitaban para sobrevivir hasta la próxima estación... era una pesadilla.

Teferi corrió junto a Subira y los demás arrieros, que estaban paralizados de terror. Era demasiado tarde para huir, aunque algunos lo intentaban, por los gritos y aullidos que llegaban desde las tiendas y las carretas.

—¿Qué es eso? —preguntó Subira—. ¿Una ilusión?

—No, es real. —Teferi podía sentirlo por la carga y la electricidad del aire, algo que una ilusión jamás podría emular.

—Pero no es una coincidencia —afirmó Subira.

—Un mago poderoso podría crear esto de la nada —explicó él—. Un mago no tan poderoso, pero con los conocimientos suficientes, podría crearlo utilizando diversos hechizos a lo largo de días para alterar los vientos y la presión atmosférica. Es un proceso complejo...

—Que ya nos explicarás si sobrevivimos. —Subira hizo un gesto de impotencia—. ¿Puedes detener su tiempo? ¿Hacer que se congele?

La tormenta parecía demasiado inmensa y difusa.

—No, tendré que buscar otra solución. —Ya había pensado en una, pero no sabía si conseguiría hacerla funcionar.

Se alejó de los demás y avanzó hasta el borde de una plataforma rocosa. Entonces alzó su bastón para utilizarlo como apoyo y esperó haber calculado correctamente la distancia.

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Sincopar | Ilustración de Tommy Arnold

Lanzó el hechizo y detuvo el tiempo de una burbuja de aire a tres metros de él. En el interior de la burbuja, las motas de polvo se congelaron donde estaban. Reuniendo todo el poder que aún tenía, Teferi estiró la burbuja y la hizo más larga, ancha y alta. La extendió hacia el mar y los riscos que formaban un refugio natural para el pueblo, hacia delante para proteger el campamento de la caravana, y todo lo alto que pudo. Procuró mantenerla en ángulo, guiándose por los bordes agudos de las plataformas rocosas. La lógica dictaba que aquello debería funcionar. Teferi esperaba que su lógica fuese correcta.

Un instante después, la tormenta alcanzó la burbuja temporal y resbaló por ella hacia un lado, desviándose en dirección al desierto. El viento aulló con confusión y la arena se estrelló contra la burbuja. Teferi la sostuvo todo el tiempo que pudo e incluso más; la oscuridad empezó a reptar por los bordes de su campo visual. La magnitud del esfuerzo le hizo sentir que su cuerpo era ligero como una telaraña, como si sus pies flotaran sobre el suelo. No sabría decir si estaba ocurriendo de verdad o si era porque estaba a punto de desmayarse. Pensó que tal vez fuera la segunda posibilidad.

Entonces cayó al suelo y la burbuja se deshizo. Teferi se preparó para una muerte desagradable. Acabar despellejado hasta los huesos por el impacto de la arena no era un buen final para su vida como inmortal envejecido y antiguo Planeswalker.

Sin embargo, el viento que lo golpeó no era más fuerte que cualquier otra racha en el desierto y la arena le resultó abrasiva, pero no mortífera. Finalmente, la tormenta se desvaneció en ráfagas irregulares que apenas levantaron polvo.

Subira corrió junto a él y lo sujetó por los hombros.

—¿Estás bien?

Teferi tomó aire para responder, pero se atragantó con la arena. Subira lo ayudó a sentarse y le golpeó la espalda hasta que consiguió respirar. Teferi se enjugó los ojos llorosos y, al levantar la cabeza, comprobó que la caravana seguía intacta, aunque las tiendas, las carretas y los alarmados animales estaban cubiertos de una capa de polvo. La gente se tambaleaba y tosía, y quienes habían huido ya estaban regresando, asombrados por haber sobrevivido. El pueblo de Sewa parecía haber salido mejor parado; sus confundidos habitantes habían salido a las terrazas y asomaban por las ventanas y puertas de las casas, situadas al abrigo de los riscos.

Mientras Subira ofrecía apoyo a Teferi para ponerse en pie, Akime fue corriendo a ayudar. Cuando llegaron junto a las tiendas de campaña, otro arriero se acercó a dar un aviso.

—Un grupo de magistrados está viniendo desde el pueblo. Dicen que uno de nosotros ha traído la tormenta.

—¿Quién ha sido? —preguntó Subira. Cuando el hombre titubeó, le gritó—: ¡Dímelo!

—Él, Teferi.

—Eso es mentira —protestó Akime—. Teferi nos ha salvado, lo he visto con mis propios ojos. ¿Para qué iba a crear una tormenta y luego arriesgar la vida por detenerla?

Subira echó un vistazo a la entrada del pueblo, donde apenas se distinguía al grupo que se aproximaba.

—Esto es obra de quien intenta matarte —le dijo a Teferi. Entonces se dirigió a los demás—. ¿Quién ha ido al pueblo? ¿Quién ha traído a los magistrados?

—Nadie —respondió Akime, confundido—. Todos estábamos aquí. El único que ha ido es Kwende, pero era para pedir que se llevaran el cuerpo de Maket.

—¿Kwende? —repitió Subira, que entornó los ojos—. Por el amor de...

—¿Kwende, el que te dijo que Maket venía a buscarme? ¿El que dijo que Maket le había mencionado que soy un mago temporal? —preguntó Teferi con seriedad. Ahora estaba todo claro como el agua. Maket probablemente había sido un peregrino inocente; alguien que viajaba hacia Sewa y con quien Kwende había trabado amistad como parte de su plan. Una vez que los magistrados y sus magos hubieran arrestado a Teferi, la tormenta de arena habría destruido las pruebas del campamento y matado a los testigos que pudieran desmentir la versión de Kwende.

Subira lo comprendió todo y soltó una maldición.

—¡He sido una necia! Me ha engañado desde el principio. —Entonces se volvió hacia Teferi—. Congela el tiempo y huye.

—No puedo, no en estas condiciones. —Teferi estaba tan agotado que no habría podido congelar ni una nube de mosquitos. Necesitaba recuperarse para poder usar de nuevo su poder.

—Entonces, escóndete —insistió Subira.

Teferi dudó. Huir era como... Bueno, como huir.

—Pero... —empezó a protestar él.

—¡Deprisa, pedazo de terco!

Así que Teferi huyó. Corrió entre las tiendas del campamento tratando de interponer la mayoría de las carretas y los rediles de los camellos entre el grupo de magistrados y él. Decidió escapar hacia las colinas rocosas en el extremo de la muralla de Sewa. Tendría que esconderse hasta el anochecer y luego buscar un modo de conseguir provisiones antes de irse...

El espadazo surgió de la nada y Teferi saltó a un lado para esquivarlo. Cayó al suelo y rodó para ponerse boca arriba. Kwende apareció entre las tiendas y se movió como una centella. Teferi levantó rápidamente una mano y aceleró el tiempo en torno a la espada que descendía hacia su pecho. Cuando lo alcanzó, la hoja se partió en pedazos, completamente oxidada. Kwende se tambaleó por el exceso de impulso y Teferi se apartó trastabillando. Recogió su bastón y consiguió levantarse de un salto.

Kwende recuperó el equilibrio y desenvainó dos cuchillos largos con hojas de cristal reluciente. Teferi sostuvo en alto el bastón como si fuese a lanzar un devastador hechizo temporal, pero sabía que no podría usar más de uno o dos trucos menores antes de agotar las fuerzas que le quedaban.

—¿Por qué haces esto? —exigió saber.

—Porque era la única manera de llegar hasta ti —respondió Kwende con el rostro endurecido de furia—. ¡Traidor, destructor! —gritó al abalanzarse hacia delante.

Teferi consiguió ralentizar un poco el tiempo, de modo que el asalto vertiginoso de Kwende se convirtió en un gesto lento y amenazador.

—Tú has traído la tormenta —dijo Teferi mientras retrocedía.

La sonrisa de Kwende parecía más bien una mueca de rabia al luchar contra el poder menguante de Teferi.

—Contraté a un mago para crear los hechizos que agitaban los vientos y el veneno mágico, para que pareciese que Maket había muerto a manos de un mago temporal.

—¿Quién eres? —quiso saber Teferi. Si Kwende iba a matarlo, quería conocer el motivo.

—Mi antepasado era Mageta, el León. —La mirada de Kwende era dura como el hierro—. Estaba en Ki'pamu cuando la destruiste.

—El general... —A Teferi se le encogió el corazón, pero negó con la cabeza—. La capital no fue destruida.

—¡Mentira! —Los músculos de Kwende se hincharon mientras luchaba contra el hechizo temporal y Teferi comprendió que la magia no resistiría mucho más.

Entonces, un látigo restalló, atrapó a Kwende por un brazo y tiró de él hacia un lado.

Subira había venido con Akime y los demás arrieros, todos armados.

—¡Déjalo en paz, Kwende! Teferi no mató a Maket ni provocó la tormenta: fuiste tú. ¡ eres el asesino!

En el rostro de Kwende solo había determinación.

—Porque era demasiado poderoso como para matarlo. Tenía que debilitarlo primero. ¿No comprendes que...?

—¿Debilitarlo? —lo interrumpió Subira, que no daba crédito a lo que oía—. ¿Matarías a la mitad del pueblo y a la caravana entera para hacerlo? ¿Y qué hay de Maket? ¿Crees que Mageta estaría orgulloso de eso? —Subira hizo un gesto de desprecio—. Hemos viajado juntos, Kwende, y sé que esto no es propio de ti.

—Maket era un ladrón y un asesino —reveló Kwende—. Yo jamás mataría a un inocente.

—Pero estabas dispuesto a sacrificar a todo el campamento para atrapar a Teferi.

—Te equivocas. —La confusión de Kwende empezaba a imponerse a su ira—. Sabía que él desviaría la tormenta y salvaría a todos.

—¿Sabías que los salvaría? —Subira estaba desconcertada—. Y aun así has intentado matarlo.

—¡Es el destructor de Zhalfir! —gritó Kwende—. ¡Durante toda mi vida me han dicho que mi sangre debe vengarse de la suya!

Teferi se quedó cabizbajo. Kwende había crecido con un sentimiento de represalia y de venganza familiar por Zhalfir, por la pérdida de gente que él jamás había conocido y de un lugar que nunca había visto. Pensaba que matarlo sería la única forma de librarse de aquel legado asfixiante.

—¡Zhalfir no fue destruido! ¡Ve a la playa con los demás peregrinos y contémplalo! Sigue ahí y, si pudiese devolverlo a Dominaria, daría mi vida para hacerlo en este mismo instante. —Teferi hizo un esfuerzo para controlar su voz—. Pero mi vida no es suficiente. Ya no tengo el poder para hacerlo. Es imposible.

—Subira, los magistrados están en camino —apremió Akime—. Tenemos que irnos.

—Traed mi carreta. Iré delante con Teferi y os esperaremos en nuestro siguiente destino.

—No, no dejaré que te lo lleves —bramó Kwende—. He esperado demasiado tiempo...

Subira dejó caer el látigo y caminó a zancadas hacia Kwende, hasta plantarse delante de él.

—Pues mátame. Solo así podrás detenerme. O eres un asesino o no lo eres, Kwende. Elige.

—Subira... —dijo Teferi con voz áspera. Le aterraba la posibilidad de que Kwende hundiera un puñal en el corazón de Subira, pero no tenía poder para impedírselo—. No lo hagas. No te pongas en peligro... Kwende, te suplico que no la mates.

Subira le ignoró y Kwende la miró fijamente durante un momento que pareció interminable, hasta que por fin retrocedió un paso y los demás arrieros se interpusieron entre ambos. Entonces, Akime llegó con la carreta de Subira.

Kwende los observó mientras Subira empujaba a Teferi para ayudarle a encaramarse al asiento. Cuando ella fue detrás y tomó las riendas que le entregó Akime, Kwende preguntó:

—¿Por qué haces esto por él?

—Lo hago por vosotros dos, mentecato. Y ahora vete y haz algo de provecho con tu vida.

Akime bajó de un salto y Teferi y Subira iniciaron la marcha en la carreta.

—Habría podido matarte —dijo él, que temblaba de cansancio, completamente sin fuerzas.

—De nada —recalcó Subira—. Lo mínimo que puedes hacer es venir con mi caravana y mantener a raya a los ladrones, los salteadores y otros peligros. Parece que los magos temporales tenéis talento para eso.

Teferi se dejó caer en el asiento y lo meditó seriamente. Era una propuesta tentadora. Si tenía que seguir vagando, sería bueno hacerlo en compañía. Una compañía a la que no tendría que mentirle sobre su verdadera identidad.

—Lo haré durante un tiempo —prometió por fin mientras la carreta avanzaba por el camino lleno de baches—. No soy de los que echan raíces.


—¡Cuidado, Niambi, que te vas a caer! —advirtió a su hija, que ya había vuelto a echar a correr por el patio para perseguir a las libélulas que revoloteaban sobre los nenúfares del estanque. La casa bajo las acacias era espaciosa y cómoda, pero antigua. Algunas losas del patio estaban sueltas y tenían grietas del tamaño idóneo para que unos piececitos despreocupados tropezaran con ellas.

Algunos años antes, Subira había encontrado a alguien capaz de cuidar su caravana. Desde entonces, Teferi y ella habían echado raíces en aquel pueblo cercano a una de sus antiguas rutas, donde llevaban el tiempo suficiente para haber tenido a Niambi. Subira había vuelto a la caravana y los visitaba con frecuencia mientras Teferi criaba a la pequeña.

Niambi corrió hacia la fuente, pero una de sus sandalias se enganchó en una piedra suelta y la niña empezó a caer. Teferi lanzó el hechizo por puro instinto y Niambi se quedó paralizada en plena caída.

Teferi también se quedó paralizado por un instante, sorprendido consigo mismo. Estaba claro que no había perdido sus reflejos de combate incluso después de tanto tiempo sin emplear la magia.

Se acercó a Niambi y pasó junto a ella. Estudió con atención su ángulo y su trayectoria para asegurarse de que no hubiera nada afilado ni especialmente duro en su camino. Cuando la dejara caer, su hija se golpearía contra la hierba, quizá le saliesen uno o dos moratones y, con suerte, aprendería lo que sucedía al correr en sandalias por las losas del patio. No había otra elección, en verdad.

Pensó en que, tiempo atrás, había tenido que elegir entre la devastación de Zhalfir o retirarlo de Dominaria, preservándolo y atrapándolo. Imaginar a Niambi preservada y atrapada como un hueso en ámbar le revolvió el estómago. No podía mantenerla a salvo a costa de su libertad y su desarrollo. Parecía obvio.

La cuestión no había sido obvia con Zhalfir, cuando Teferi no había tenido garantía alguna de que el reino hubiera podido sobrevivir a los pirexianos. Sin embargo, gran parte de Dominaria había sobrevivido; aunque no siguiera intacta, conservaba lo suficiente de sí misma como para desarrollarse una vez más y evolucionar.

Teferi dejó escapar un suspiro. Desde hacía mucho tiempo, tenía claro que, si pudiera devolver Zhalfir al mundo, lo haría. Sin embargo, ninguna búsqueda espiritual le daría el poder de hacerlo.

"Pero otro tipo de búsquedas quizá lo hagan", pensó. Urza había creado artefactos poderosos que podrían serle de ayuda. Merecía la pena tirar de aquel hilo.

Por ahora, decidió que lo mejor era buscar un término medio. Se puso delante de Niambi y disipó su hechizo.

Cuando el tiempo volvió a transcurrir en torno a ella, la pequeña aterrizó en los brazos de su padre y se echó a reír.


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