Chandra caminaba de un lado a otro por la tierra movida junto al cráter de Karn, sin dejar de hacer aspavientos con las manos.

—¿Estás de broma? ¿Has mentido durante todo este tiempo? ¿Por qué? —Estaban rodeados de pilas de árboles quemados y piezas de autómatas destrozados, con el ambiente cargado de humo. La furiosa Chandra no quitaba los ojos de encima a Luti. O a Jaya. O a quienquiera que fuese—. ¿Por qué me has hecho eso?

—No eres el centro de todo, Chandra —respondió Jaya con una tranquilidad irritante.

Chandra estaba que echaba chispas. Quería prenderle fuego a algo, pero controló su temperamento lo suficiente como para darse cuenta de que era una pésima idea.

—Entonces, ¿qué has estado haciendo en la Fortaleza Keral?

—No fui allí por ti, lo creas o no. —Jaya parecía divertirse—. Llegué al monasterio muchos años antes de que tú aparecieras.

—¿Y fingiste ser la madre Luti? —Chandra apretó la mandíbula—. ¿Por qué?

Jaya soltó un suspiro antes de explicarlo.

—Hace mucho tiempo, visité Regatha, ayudé a algunas personas, me emborraché, hablé más de la cuenta, hice una gran demostración piromántica, según dicen, y me marché. Doscientos años después, regresé y descubrí que habían creado una religión inspirada en mí. La verdad es que me dio un poco de vergüenza —admitió cruzándose de brazos.

Karn observaba a ambas con la clara intención de no inmiscuirse en aquella disputa. Finalmente, las dejó con sus asuntos y regresó al cráter, seguido por los autómatas supervivientes.

Chandra se llevó las manos a la cabeza e intentó no tirarse del pelo por pura exasperación.

—Entonces, ¿para qué regresaste? ¿Por qué te quedaste en la Fortaleza Keral haciéndote pasar por otra persona?

—No quería ser un símbolo religioso, pero ¡tenía que asegurarme de que no me representaran mal! —contestó Jaya, como si fuera obvio—. Entonces pensé que debía ofrecerles un poco de orientación. ¿De dónde crees que sacó el monasterio todos aquellos "manuscritos antiguos" de Jaya Ballard?

Chandra se quedó boquiabierta.

—¡Ja, ja, ja! Venga, no pongas esa cara. —Jaya suspiró y su expresión se tornó seria—. Me sentía culpable. Jamás quise que me tomaran tan en serio, pero allí encontré a aquella gente años más tarde, venerándome como si fuera una deidad omnisciente. La cuestión es que me gustaba lo que hacían: ayudar a los piromantes jóvenes. Llevaba sesenta años envejeciendo y quería hacer algo útil con lo que me quedaba de vida. —Miró a Chandra a los ojos—. Ya sabes lo difícil que resulta a veces ayudar a esos niños. Son impacientes, temerarios, se niegan a escuchar a nadie...

Chandra respiró hondo y dejó salir el aire lentamente. Aún estaba enfadada, pero los argumentos de Jaya empezaban a sonar casi razonables. No estaba segura de lo que ella misma habría hecho en su lugar. "Para empezar, no hubiera mentido durante años acerca de mi identidad", pensó con amargura. Estaba bastante segura de que no lo hubiera hecho, aunque ser venerada como una diosa tenía que resultar muy agobiante, teniendo en cuenta el tiempo que Chandra había vivido solo como abadesa.

En cualquier caso, aquella cuestión carecía de importancia. El plan de Chandra seguía intacto: había encontrado a Jaya y ahora podía pedirle la ayuda que necesitaba.

—Vale, de acuerdo... Entiendo por qué lo hiciste, más o menos. Te perdono. —Ofreció las lentes de Jaya a su legítima dueña, aunque el gesto apenas era simbólico a aquellas alturas. Ella misma habría podido recuperarlas en cualquier momento durante los años que había pasado en Regatha—. Y ahora, te pido que me cuentes lo que necesito saber para convertirme en una piromante más poderosa.

Jaya aceptó las lentes y su semblante se volvió firme como una roca.

—De ningún modo.

A la mañana siguiente, Chandra despertó en la pequeña tienda de campaña que había montado junto al borde del cráter. Por un momento, pensó que aún seguía en los senderos de la cordillera, repleta de esperanza y entusiasmo por encontrar a Jaya Ballard, pero entonces se acordó de dónde estaba y de lo que había ocurrido. Se tapó la cara con las manos y soltó un gruñido.

Había pasado el resto de la tarde anterior discutiendo con Jaya. Había probado a hablarle sobre Nicol Bolas y explicarle que necesitaba más poder para ayudar a derrotarlo. Sin embargo, sus argumentos no habían convencido a Jaya, quien le había repetido que debería haberse quedado con sus amigos.

—Eso es lo mismo que me dijiste en la Fortaleza Keral, antes de llevarme las lentes —había protestado Chandra—. Cuando aún fingías ser la madre Luti.

—Exacto, cuando me gritaste a la cara y te largaste —había replicado Jaya, con una expresión que debería haber fulminado a Chandra en el acto—. ¿O fue aquella otra vez en la que me gritaste a la cara y te largaste? ¡Lo hiciste tantas veces que ya las confundo!

Después de aquel intercambio de acusaciones, Chandra le había gritado unas cuantas cosas a Jaya, que prácticamente la había ignorado. Esta última había zanjado la discusión con un mensaje duro:

—Cuando era la madre Luti, no me hacías caso porque me considerabas una vieja inútil. Como Jaya Ballard, de pronto merece la pena escucharme.

Ahora, Chandra estaba harta de seguir enfadada, pero se negaba a rendirse. No sabía qué otra cosa podía hacer. "Tengo que convencerla para que me ayude", pensó. No había alternativa. "Puede que hoy haya cambiado de opinión". Chandra salió a gatas de la tienda y vio que hacía una mañana soleada. El bosque frondoso que rodeaba el valle seguía tranquilo, pero las sombras de los árboles resultaban ligeramente amenazadoras. Las pilas de madera apenas ardían sin llama y la brisa matutina alejaba de allí el humo. Jaya estaba de pie sobre un montículo de tierra, al otro lado de la excavación, y observaba el bosque mientras mantenía la guardia.

Karn se encontraba cerca, junto al borde del cráter, el cual parecía mucho más profundo que al día anterior. Algunos autómatas vigilaban el otro extremo del valle, pero la mayoría trabajaban en el fondo del foso, cavando con sus extremidades rematadas en palas o retirando tierra y apilándola en montículos. Los autómatas habían pasado la noche cavando y Jaya había creado varios orbes de fuego suspendidos en el aire para iluminarles la zona. Mientras Chandra caminaba por el borde de la excavación, vio que estaba repleto de piezas metálicas con formas extrañas y bloques de piedra. Karn la vio acercarse; sus rasgos metálicos transmitían seriedad.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él. Su voz era grave y tenía una ligera reverberación, como si alguien hablara desde el interior de una sala con paredes de metal.

—Sí, bueno... —Chandra se encogió de hombros.

—¿Siempre pasas la mitad del día gritando? —comentó Karn con tono divertido y un tanto burlón.

Chandra arrugó los labios. Era imposible que Karn disfrutara oyendo tantos gritos y reproches en el lugar de la excavación.

—Perdón, supongo que era difícil trabajar con tanto alboroto —se disculpó Chandra, que le dio una patadita a la tierra revuelta—. ¿Qué estás buscando? —Había estado tan ocupada discutiendo con Jaya que ni siquiera se le había ocurrido preguntarlo.

—El Cáliz —respondió Karn—, un artefacto creado por Urza para derrotar a los pirexianos. Pretendo llevarlo a Nueva Phyrexia y detonarlo allí.

—Entonces, ¿es una especie de bomba? ¿Una bomba gigantesca?

—Es exactamente eso: una bomba gigantesca —confirmó Karn.

Chandra volvió la mirada hacia Jaya, que seguía manteniendo la guardia en el montículo de tierra.

—¿Y ella ha venido a ayudarte?

—Sí, a defender la excavación contra los ataques de Multani. En su estado semiconsciente, percibe que alguien está buscando el Cáliz para sacarlo a la superficie. Siente miedo de él, y por un buen motivo: el Cáliz causó un gran daño a Multani. —Karn giró la cabeza hacia el bosque, donde el viento de la mañana agitaba las copas de los árboles—. No quiere que Dominaria vuelva a sufrir. Cuando vuelva en sí, comprenderá que he venido a llevármelo para acabar con la amenaza pirexiana.

Parecía un asunto importante y Chandra no quería seguir interrumpiendo.

—Voy a hablar con Jaya otra vez.

Karn bajó la vista hacia ella y enarcó sus cejas metálicas.

—¿Es imprescindible?

Chandra se mordió el labio inferior.

—Tengo que convencerla. Necesito que alguien me ayude a aprender el secreto para convertirme en una piromante más poderosa. He tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero ahora lo comprendo.

—Ya veo —dijo Karn con un suspiro—. Buena suerte.

—Gracias. —Chandra caminó por el borde del cráter y subió al montículo de tierra donde estaba Jaya, pero esta no le hizo caso.

Chandra se rascó la nuca al hablar:

—Admito que no entiendo por qué no quieres ayudarme. Dijiste que era lo que esperabas oír.

—Exacto, y has tenido tantas oportunidades para admitirlo que he perdido la cuenta. —La expresión de Jaya era gélida. Negó lentamente con la cabeza, como hacía la gente cansada de discutir sobre un asunto—. Yo era idéntica a ti, Chandra. Por eso creía que podría ayudarte, pero quizá nos parezcamos demasiado. En Regatha dijiste que no querías mi ayuda, y punto. No volveré a ofrecértela.

—Sí, pero... —Chandra dejó la respuesta inconclusa. Tal como había dicho Jaya el día anterior, había rechazado su ayuda cuando creía que era la madre Luti, una anciana a la que no merecía la pena escuchar. "He metido la pata hasta el fondo", pensó Chandra. Si hubiera prestado atención a la madre Luti y hubiese intentado ser menos impaciente, Jaya no estaría tan harta de ella—. Pero de verdad que quiero ayudar...

Jaya se encaró con ella, claramente enojada.

—Ya te he dicho todo lo que necesitas saber. No hay ningún secreto. Para dominar tu poder, tienes que comprender qué es lo que quieres y conocer a tu verdadero yo. Pero tú no tienes ni idea de lo que quieres.

Chandra tensó la mandíbula.

—Quiero matar a Nicol Bolas. Así de sencillo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí y no con esos amigos tuyos, los Guardianes? —La voz de Jaya sonaba severa, llena de frustración—. Por última vez, Chandra...

Un sonoro crujido hizo que ambas se giraran hacia el cráter. Al otro lado de este, Karn se dio la vuelta y saltó al interior del foso. Jaya bajó del montículo y caminó hacia el borde de la excavación, seguida de Chandra.

En el fondo del hoyo, los enormes autómatas habían dejado de cavar y se habían situado en torno a una losa partida, aún cubierta parcialmente de tierra y gravilla. Los constructos se hicieron a un lado cuando Karn se aproximó.

Arrodillado en la tierra movida, Karn retiró con cuidado algunos trozos de la losa y se inclinó sobre ella para palpar lo que quisiera que hubiese debajo. Tras unos instantes, se irguió, levantó la cabeza hacia Jaya y asintió.

—Ha encontrado el Cáliz. —Jaya dejó escapar un suspiro que no parecía de alivio.

—Eso es bueno, ¿o no? —preguntó Chandra, confundida—. Es esa bomba que va a llevarse para acabar con los pirexianos, ¿verdad?

—Así es. —Sin apartar la vista de Karn, Jaya asintió ligeramente—. Todo el mundo parece creer que los pirexianos ya no son una amenaza, pero... Karn necesita hacer esto. Ojalá no fuera así.

—Si los pirexianos devastaron un plano entero, ¿qué tiene de malo acabar con ellos? —preguntó Chandra frunciendo el entrecejo. El problema de las amenazas interplanares era que, para cuando uno comprendía que estaba en peligro, solía ser demasiado tarde para hacer nada al respecto. Al menos, eso era lo que había ocurrido con Nicol Bolas en Amonkhet.

—El problema es que Karn tendrá que regresar allí. —Jaya torció el gesto—. Y eso podría ser un desastre por varias razones. —Entonces levantó la vista y frunció el ceño—. Maldita sea... ¡Karn, aquí vienen!

Chandra siguió la mirada de Jaya: la linde del bosque comenzaba a agitarse.

—Odio a esas cosas —murmuró. Además, parecía que en aquella ocasión iban a ser mucho más numerosas.

Los árboles surgieron del bosque dando zancadas de gigante o moviéndose cuales arañas. La furiosa oleada de hojas y ramas avanzó hacia el cráter y los autómatas se apresuraron a trepar por los laterales para salir a la superficie, pero había muy pocos para defender la excavación. Karn seguía intentando extraer el Cáliz de debajo de la losa; tenían que darle tiempo hasta que terminara.

—¡Jaya, ocúpate de ese flanco! ¡Yo iré por aquí! —gritó Chandra.

Mientras Jaya corría, Chandra rodeó el cráter en sentido contrario y se enfrentó a los árboles que se aproximaban. Cuando estuvo a la distancia adecuada, plantó los pies en el suelo, respiró hondo y liberó una llamarada.

La ráfaga alcanzó a la vanguardia arbórea y Chandra arrojó bolas de fuego por encima de sus copas en llamas para alcanzar a las siguientes criaturas que emergieron del bosque. Oyó a Jaya al otro lado del cráter, donde comenzó a abatir a los árboles con una secuencia de hechizos dirigidos. Por el rabillo del ojo, Chandra vio que los autómatas de Karn estaban logrando salir del cráter y empezaban a lanzarse contra los asaltantes, golpeándolos en el tronco o arrancándoles las raíces.

Sin embargo, los árboles no paraban de llegar. Estaban desesperados por llegar hasta Karn y el Cáliz. Si lograran abrirse paso, lo despedazarían. Chandra continuó lanzando torrentes de fuego, desatando su poder y gritando hasta notar la garganta seca y áspera. El valle se llenó de humo y fuego.

Cuando los árboles dejaron de arremeter contra ella, Chandra se tambaleó y se enjugó el sudor de la frente.

A medida que el humo se disipaba, empezó a ver piezas de autómatas desperdigadas por doquier. Parecía que no había sobrevivido ninguno. Jaya había tenido que retroceder durante el ataque y ahora se encontraba más cerca de Chandra. Ella también había retrocedido sin darse cuenta y estaba a pocos pasos del borde del cráter.

—¿Dónde está Karn? —le preguntó a Jaya—. ¡Tenemos que irnos de aquí!

Jaya entornó los ojos para intentar ver entre el humo.

—No lo encuentro. Espero que no lo hayan... ¡Ah, lo que nos faltaba!

Chandra volvió a girarse como un resorte. "Sí, justamente eso".

Por encima de la enramada del bosque se elevaba un gigante hecho de raíces y ramas, en cuyos ojos y boca había un brillo amarillento. La parte superior de su cabeza tenía picos que semejaban cuernos, o quizá los restos de una corona puntiaguda.

—¿Qué es eso? —preguntó Chandra.

—Estoy casi segura de que es Multani, o lo que queda de él —respondió Jaya con tono grave—. Maldita sea, Karn; ¿dónde te has metido?

Una montaña de madera chamuscada junto al cráter se vino abajo cuando Karn la empujó para liberarse. Sujetaba algo debajo de un brazo y tenía el cuerpo cubierto de tierra y hollín. Cuando levantó la vista hacia Multani, su expresión se tornó triste, más que enojada o preocupada.

—Continúa semiconsciente. Jamás nos haría daño si estuviera en sus cabales.

Multani se abrió paso para salir del bosque y plantó un pie en la tierra quemada, para luego apartar a patadas los montones de vegetación calcinada mientras avanzaba hacia los tres. Por todo el valle, más árboles animados surgieron del bosque y se dispusieron a cargar de nuevo. Chandra se preparó para el ataque.

—¡Podemos contenerlos!

—No queda más remedio. —Jaya tenía la mirada llena de determinación—. Prepárate.

Pero entonces, Multani se detuvo. Chandra frunció el ceño; pensaba que seguramente se estuviera preparando para atacar. Sin embargo, Multani permaneció quieto y ninguno de los árboles avanzó ni un centímetro más. Chandra dio un paso adelante, con recelo.

—¿A qué espera?

Jaya enderezó la espalda lentamente y se quitó las lentes para mirar con atención a Multani.

—Fíjate en el bosque: está congelado.

Los ojos metálicos de Karn se entrecerraron.

—Es magia temporal.

—¿Eh? —dijo Chandra, confundida. Entonces reparó en que las hojas y las ramas de los árboles normales se mecían suavemente con el viento, pero Multani y los árboles animados estaban completamente inmóviles, como paralizados. Jaya tenía razón: algo o alguien los había congelado en el acto. Entonces, una sombra se proyectó sobre la zona de excavación. Sobresaltada, Chandra miró hacia el cielo.

En las alturas se distinguía una silueta alargada y estrecha que parecía el casco de un barco. De hecho, era el casco de un barco, o más bien de una aeronave.

Jaya subió a un montículo de tierra, entornó los ojos para observarlo y Chandra corrió a unirse a ella. Desde allí se veía mejor la proa, donde un hombre con una holgada túnica azul tenía las manos extendidas, obviamente para lanzar un hechizo poderoso. Una expresión de asombro se dibujó en el rostro de Karn cuando levantó la vista.

—Es el Vientoligero... Y ese es Teferi. ―Movió la cabeza de un lado a otro―. Esto no me lo esperaba.

—Un mago temporal que llega justo a tiempo —comentó Jaya con una sonrisa.

—Vale, pero ¿qué es...? —empezó a preguntar Chandra, hasta que otro hombre se asomó por la borda para lanzarles una escalerilla y lo reconoció al instante—. ¡Gideon! —Chandra lo saludó agitando los brazos—. Eh, Gideon, ¿qué haces aquí? —Liliana apareció junto a él, con cara de agobio.

—¿Chandra? —respondió Gideon en voz alta—. Rápido, subid a bordo. ¡No podrá contenerlo mucho más!

Jaya atrapó el extremo de la escalerilla cuando pasó junto a ella y se la ofreció a Chandra.

—Vamos, ve primero.

Sin embargo, Chandra se volvió hacia Multani. Karn había dicho que se encontraba en un estado semiconsciente y que jamás les haría daño si estuviera despierto y recuperado. No quería abandonarlo a su suerte... y creyó tener la solución.

—No, id vosotros dos. Quiero intentar arreglar esto.

—¿Arreglarlo? —preguntó Jaya, extrañada—. ¿Cómo?

—Con un método que me enseñó una amiga. —Chandra comenzó a bajar del montículo. No estaba segura de si conseguiría ayudar a otra persona del mismo modo que Nissa la había ayudado a ella, pero merecía la pena intentarlo. Simplemente, no era justo dejar a Multani en aquel estado, ni seguro para quienes vivían en los alrededores—. Tengo que darle una oportunidad.

Chandra se abrió camino entre la madera quemada y los montones de tierra y escombros hasta llegar a los pies de Multani. No sabía de cuánto tiempo disponía ni cuánto más conseguiría inmovilizarlo el mago temporal, pero tampoco podía actuar con prisa.

—Sé que puedes oírme y que no quieres comportarte de esta manera. No quieres herir a nadie, porque tú no eres así. Imagina un río, un río de aguas tranquilas y frescas. El agua fluye por tu piel y tu corteza, penetrando en tus ramas y hojas. Eres una luz que flota en esa agua.

Solo con decir las palabras que había usado Nissa, con visualizarlas, Chandra ya se sintió más tranquila. "La echo de menos y no sé si volveré a verla algún día". Chandra también imaginó la luz flotando en el agua y dejó que sus emociones se calmaran hasta alcanzar una quietud triste. Recordó lo que Jaya le había dicho acerca de conocer su verdadero yo.

—Sé que no quieres herir a nadie. Sumérgete en el agua y encuentra tu auténtico yo, que aguarda ahí. Recuerda... Recuerda quién eres...

El paso del tiempo pareció ralentizarse y Chandra vagó en él como una luz. Después de haber discutido con Jaya y de haber sido atacadas por los árboles durante la mayor parte de los dos días anteriores, tuvo una sensación de alivio. Entonces, notó que Multani también estaba cambiando.

La corteza cenicienta de su piel se tornó más oscura y vívida, mientras que unos brotes verdes nacieron por sus manos y brazos hasta llegar a la espalda y medraron para suavizar los bordes de su corona de madera. En su vegetación crecieron flores, cuyos pétalos se abrieron con una explosión de color. La furiosa luz dorada de sus ojos y su boca se atenuó hasta adquirir un tono azul oscuro, y Chandra percibió una consciencia detrás de aquel brillo. Alrededor de Multani, las raíces de los árboles animados se hundieron en la tierra maltrecha.

Chandra retrocedió unos pasos, por si estaba equivocada, y alzó la voz para dirigirse al mago temporal:

—¡Libéralo!

Hubo un momento de duda, hasta que, de pronto, Chandra notó el olor a humo y fuego en el viento, como si este también hubiera estado congelado. Multani bajó la vista hacia ella y luego hacia Karn.

—Tienes el Cáliz. —Su voz era grave y cavernosa, con una suavidad comparable a la del viento silbando entre las hojas.

Karn avanzó para situarse junto a Chandra.

—Lo llevaré a Nueva Phyrexia. Juro que nunca hará mal alguno a Dominaria.

Multani se tranquilizó y su cuerpo se volvió menos rígido. Los árboles animados permanecieron arraigados en el valle y dieron sombra a la tierra quemada en torno al cráter, como si siempre hubieran estado allí. Entonces, Multani levantó la vista hacia el Vientoligero y frunció el ceño.

—¿Habéis utilizado la semilla de Molimo?

—¿Quién es Molimo? —susurró Chandra.

—Su rival, otro elemental arbóreo —respondió Jaya, que apareció de pronto a su lado—. Has hecho un buen trabajo.

Chandra no pudo evitar sonreír.

—Se lo debo a una amiga. —Entonces calló por unos instantes. Después de calmar a Multani, ella también se sentía bastante tranquila y lo veía todo con mucha más claridad. Había sido maleducada y desdeñosa con la madre Luti, igual de temeraria e impaciente que los demás piromantes jóvenes de la Fortaleza Keral—. No quiero reñir contigo, Jaya. Siento haberte tratado tan mal y entiendo que no quieras ayudarme. Yo tampoco querría ayudarme a mí misma. Aun así, espero que todavía podamos ser amigas.

Jaya la miró a los ojos y una pequeña sonrisa tiró de sus labios.

—¡Ha sido impresionante, Chandra! —gritó Gideon desde la proa de la aeronave. Entonces le dijo algo a Liliana. Chandra no pudo distinguir el qué, pero sí que oyó la respuesta malhumorada de Liliana.

—Le diré que ha hecho un buen trabajo si sube al condenado barco antes de que nos muramos de viejos.

—Esos dos son amigos míos —explicó Chandra a Jaya y Karn. Levantó la cabeza hacia el Vientoligero y alzó la voz—. ¿Por qué estáis aquí?

—Porque seguimos planeando lo mismo que cuando huiste: matar a Belzenlok —respondió Liliana.

—¡Yo no hui! Solo quería... —Chandra dudó si terminar la explicación.

—Quería encontrarme porque buscaba ayuda para dominar mejor la piromancia —intervino Jaya, que hizo un gesto hacia el campo de batalla humeante de los alrededores—. Como veis, acabamos de tener una pequeña práctica.

—¿En serio? —preguntó Chandra con incredulidad—. ¿Significa eso que...?

Jaya le dio una palmada en el hombro.

—Sí, en serio. Aún te queda mucho que aprender, pero lo que has hecho con Multani demuestra que tienes potencial. Y ahora, vayámonos de aquí.

Art by Titus Lunter
Bosque | Ilustración de Titus Lunter

En cuanto Karn y las dos piromantes subieron a bordo, Jhoira se dirigió a Tiana:

—Toma el timón. Tengo que convencer de algo a dos personas muy testarudas y quizá tarde un tiempo.

—Buena suerte —le deseó Tiana con una sonrisa burlona.

Jhoira bajó por la escalerilla y llegó a cubierta. Karn se había apartado un poco de los demás Planeswalkers mientras estos hablaban. Jhoira le conocía lo suficiente como para notar su incertidumbre en el ángulo de su cuerpo; se preguntó cómo se sentiría él por volver a estar en el Vientoligero después de tanto tiempo. Teferi se acercó a Karn con entusiasmo.

―¡Karn, viejo amigo! ―Le dio una palmada en la espalda, que sonó con un leve ruido metálico―. ¡Cómo nos alegra tenerte de vuelta!

―Yo también me alegro de veros. Habéis llegado en un momento…

―A tiempo. Hemos llegado justo a tiempo ―lo interrumpió Teferi.

―Veo que no has cambiado ―dijo Karn con un suspiro. Entonces se volvió hacia Jhoira.

La capitana le sonrió. Gideon y los demás estaban bajando a un camarote y Jhoira esperó a que se alejaran antes de saludar a su amigo.

―Cuánto tiempo ha pasado.

Karn se acercó a ella unos pasos, aunque se le notaba indeciso.

―Jhoira, debo contarte...

―¿Lo que le ocurrió a Venser? Ya lo sé. ―Jhoira fue junto a Karn y le puso una mano en el hombro―. Ajani Melena Dorada me lo dijo. Teferi también está al corriente.

Karn la miró en silencio.

―Lo lamento... Yo no habría elegido que se sacrificara para salvarme.

―Pero fue él quien tomó la decisión ―afirmó Jhoira. Estaba segura de que había sido así.

Karn miró a Jhoira y a Teferi, dubitativo.

―Sea como fuere, volvemos a estar a bordo del Vientoligero. ¿Cuál es nuestro propósito en él?

―En primer lugar, destruir a Belzenlok y derrotar a la Cábala ―contestó Jhoira―. Es el motivo por el que he mandado reconstruir el Vientoligero y he reunido una nueva tripulación. Pero también tengo otra idea en mente para vosotros dos.

―No me sorprende. Tú siempre tienes algún plan ―le dijo Teferi con una sonrisita, apoyándose en su bastón.

―Por mi parte, he conseguido el Cáliz y voy a usarlo para destruir Nueva Phyrexia. ―Karn les mostró una mochila bien acolchada―. Ese es mi cometido.

A Jhoira no le extrañó que Karn siguiera centrado en los pirexianos. Entre todas las demás razones, seguro que quería vengar la muerte de Venser.

―Es una causa admirable ―dijo ella―, pero, antes de eso, creo que deberíais ayudar a eliminar a Nicol Bolas.

―Karn sí que podría ayudar ―respondió Teferi enarcando una ceja―, pero olvidas que yo ya no soy un Planeswalker. A menos que Bolas venga aquí, no podré... ―Su mensaje quedó inconcluso cuando Jhoira se quitó el collar y lo abrió. Los ojos de Teferi se abrieron de par en par.

―Jamás lo olvidaría ―contestó ella mientras miraba con seriedad a su amigo. La piedra de poder guardada en el relicario se reflejaba en los ojos de Teferi, que comprendió de inmediato lo que era y sintió su llamada.

―¿Es tu chispa? ―preguntó Karn mientras se inclinaba para ver la piedra.

Teferi arrugó la frente.

―¿Cómo es posible?

―Gracias a la instalación de maná. ―Le ofreció la piedra a Teferi―. ¿Aceptas recuperarla?

Teferi apretó los labios y retrocedió un paso. Entonces apartó la mirada y frunció el ceño.

―Me pides mucho, Jhoira.

Ella no se desanimó. Sabía que aquella parte no resultaría fácil.

―¿De verdad? ¿No es esto lo que quieres? ―preguntó Jhoira. Teferi negó con la cabeza y siguió sin mirarla a la cara, lo que la hizo enfurecer de frustración―. ¿Sabes lo que yo daría por ser una Planeswalker?

Aquello captó la atención de Teferi, que la miró a los ojos con seriedad. Jhoira tomó aire e insistió:

―Es un don muy valioso. No lo desperdicies.

Teferi guardó silencio durante un largo momento.

―Me lo pensaré ―respondió finalmente. Entonces dejó salir el aire de los pulmones y volvió a sonreírle a Karn―. Pero, por ahora, solo somos tres viejos amigos con muchas historias que contarse.

Jhoira no protestó. Conocía demasiado bien a Teferi.

Mientras el Vientoligero sobrevolaba Yavimaya, Gideon le contó sus planes a Chandra y le explicó lo que habían logrado hasta entonces. Liliana, Jaya y ellos dos se sentaron junto a la mesa de la sala de reuniones, situada bajo el puente. Cuando Gideon terminó el relato, Chandra expresó sus dudas:

―Pero aún no tenéis una forma de matar a Belzenlok sin el Velo de Cadenas, ¿verdad?

―Gideon no te ha hablado de la Blackblade ―dijo Liliana con un tono molesto―. Es una espada que consiguió dar muerte a una dragona anciana, pero Gideon es demasiado sensible como para dejarnos usarla.

Chandra miró a Gideon con cara de no comprender el motivo.

―Es una bebedora de almas ―aclaró él.

Al principio, Chandra torció el gesto, pero entonces dijo:

―Belzenlok es un demonio, Gideon. Todos hemos visto lo que los demonios pueden provocar en un plano.

―Exacto ―la secundó Liliana. Jaya se quedó pensativa, con la barbilla apoyada en una mano, pero no se mostró en desacuerdo.

Gideon dudaba. No quería discutir con ninguna, sobre todo ahora que habían encontrado a Chandra y estaban hablando del plan como gente civilizada. Tenían aliados, una estrategia... Todo lo que necesitaban para acabar con Belzenlok, excepto el arma capaz de hacerlo.

―Lo siento, pero no puedo...

Un golpe de aire desplazado lo sobresaltó. Entonces, con un repentino resplandor azulado, otra persona apareció en la sala.

Gideon se levantó de un salto y corrió a recoger su espada. Jaya se puso de pie, Liliana se situó de espaldas a una pared, con las manos levantadas para lanzar un hechizo, y Chandra se subió de un salto a la mesa, con el cabello ya encendido. De pronto, Gideon se quedó atónito al reconocer la estela de éter del recién llegado incluso antes de verle la cara.

―¡Jace!

La puerta de la cámara se abrió de golpe y Teferi, Jhoira y Shanna se plantaron allí, con armas y hechizos ya preparados; Arvad, Karn y Raff llegaron corriendo detrás de ellos.

―¡Tranquilos, no pasa nada! ¡Es un amigo! —avisó Gideon.

Teferi dobló los dedos y se calmó. Estaba claro que no le gustaban los sobresaltos.

―La próxima vez, debería pedir permiso antes de entrar.

Shanna se volvió hacia el pasillo y le gritó a Tiana que había sido una falsa alarma.

Gideon caminó hacia Jace, todavía asombrado.

―¿Cómo nos has encontrado? Debería ser imposible aparecer en una nave en marcha.

―Y ¿dónde te habías metido? ―añadió Liliana, que lo miraba de arriba abajo con incredulidad―. ¿Estás bien?

―Eso, ¿qué le ha pasado a tu ropa? ―preguntó Chandra al bajar de la mesa.

Jace echó un vistazo a todos con expresión seria.

―Este barco deja un rastro muy parecido a la estela de éter de un Planeswalker. Vuestras estelas en Dominaria estaban lo bastante cerca como para intuir que os desplazabais junto al origen del rastro. He tenido que hacer algunos cálculos para ajustar la altitud y la velocidad; ha sido complicado, pero factible.

Los demás callaron por unos segundos. Teferi arrugó la frente e intercambió una mirada con Jhoira. Entonces, Jaya preguntó:

―¿Quién es este pipiolo en bañador?

―Os presento a Jace, un amigo y también miembro de los Guardianes ―explicó Gideon, que entonces señaló a los demás―. Ellos son nuestros nuevos aliados. Nos hemos unido para eliminar a Belzenlok.

Jace los saludó con un gesto, todavía un tanto desconcertado.

―Siento haber aparecido en vuestra nave sin avisar, pero tengo una misión urgente. ―Se dirigió a Gideon―. He venido a avisaros. Ajani quería que nos reuniéramos y nos reagrupáramos, pero Nicol Bolas está preparando una trampa para Planeswalkers.

―¿Una trampa? ―Gideon percibió una funesta inevitabilidad en aquella noticia.

Mientras Jace explicaba lo que sabía acerca del plan de Bolas, empleó un tono sombrío de principio a fin.

―Tenemos que ir de inmediato. Ajani y los demás necesitarán toda la ayuda posible ―concluyó con urgencia.

Detrás de Jhoira, Raff susurró:

―¿Quiere ir al lugar de la trampa? ¿Eso no es lo mismo que caer en ella? ―Shanna le chistó para que callase.

―Gideon, Chandra, ¿vendréis conmigo? ―preguntó Jace.

―Y yo, ¿qué? ―se extrañó Liliana.

Gideon tendría que haber contado con algo así, pero no creía que la situación hubiese cambiado.

―Jace, si todo eso es cierto, necesitamos a Liliana en plenas facultades más que nunca.

―No lo entiendes. ―Jace negó con la cabeza, frustrado―. No puedes fiarte de ella.

―¡Claro que puede! ―protestó Liliana con más desconcierto que molestia.

"Y yo que me alegraba de estar organizando con calma nuestros planes...", pensó Gideon.

―Confío en ella, Jace ―dijo con serenidad―. Nos hemos comprometido a acabar con Belzenlok y tenemos todo lo necesario para atacar su Fortaleza. Debemos hacerlo, pero no solo para liberar a Liliana: Belzenlok está intentando conquistar Dominaria.

―Estoy de acuerdo en que debemos eliminarlo, pero ahora no es el momento. Podréis regresar aquí después de enfrentarnos a Nicol Bolas. Yo también tendré libertad para ayudaros a partir de ese momento.

―Jace, ese plan no funcionará ―dijo Liliana sin mucha energía―. Ahora mismo, con mis poderes debilitados, no puedo ayudaros. No a plena capacidad. El dragón volverá a derrotarnos... o hará algo peor. Estaremos a su merced, igual que en Amonkhet.

Jace la ignoró y se dirigió a Gideon.

―Sabes que miente o que al menos intenta manipularte; no está contando toda la verdad. Gideon, necesito vuestra ayuda.

Gideon sabía que Jace estaba siendo sincero, pero ya había pensado largo y tendido sobre la estrategia que seguirían y sabía que era la más sensata posible.

―Tenemos un plan, Jace, además de un compromiso con nuestros aliados. Estamos listos para matar a Belzenlok y no pienso repetir mis errores en Amonkhet. Cuando vuelva a presentar batalla a Bolas, será junto a Liliana, una nigromante capaz de destruir a cualquier muerto viviente que pretenda usar contra nosotros.

Jace estaba claramente decepcionado.

―Chandra, ¿tú vendrás conmigo?

Su compañera miró a Jaya, que los observaba atentamente a todos, y luego levantó la vista hacia Gideon.

―Mi plan era... peor de lo que pensaba ―admitió Chandra―, pero ahora tengo la oportunidad de conseguir lo que busco. De aprender un poco más sobre mí misma. Tengo que... seguir adelante con esto.

Jace soltó un suspiro de resignación y se apartó de los demás. Cuando unas sombras azules aparecieron en torno a él, lanzó una mirada a Liliana.

―No seas necio, Gideon. No como yo lo fui. ―Las sombras se arremolinaron y Jace desapareció.

Se produjo un largo silencio.

―¿Todos los Planeswalkers son así? ―espetó Raff.

Teferi carraspeó, sujetó a Raff por un brazo y se lo llevó en dirección al puente.

―Tendrías que habernos visto en los viejos tiempos. Aquello sí que era emocionante.

Los demás fueron detrás de ambos y Jaya se detuvo un momento para dedicarle a Chandra un asentimiento de aprobación antes de dejarla a solas con Gideon y Liliana. Esta última tomó una silla y se dejó caer en ella, para luego bajar la cabeza entre las manos.

Gideon buscó unas palabras tranquilizadoras, pero todas las que se le ocurrían sonaban a tópicos vacíos. Un momento después, Chandra apoyó la cadera en la mesa y rompió el silencio.

―Supongo que debemos darnos prisa.

―Supones bien ―dijo Liliana, que levantó la cabeza hacia Gideon―. Has dicho que tenemos todo lo necesario para matar a Belzenlok. ¿Significa eso que estás de acuerdo en usar la Blackblade?

Gideon dudó. Aquella arma no dejaba de ser una bebedora de almas, aunque Belzenlok fuera un desalmado. Aun así, no había tiempo para buscar una alternativa. Los retrasos pondrían en peligro a los otros Planeswalkers que había reunido Ajani, permitirían que la Cábala siguiera extendiéndose por Dominaria y complicarían la misión de Jhoira, Shanna y los demás para arrancarla de raíz.

―Si logramos encontrarla en la Fortaleza, yo mismo la empuñaré.

No le habría sorprendido ver una expresión triunfante en el rostro de Liliana u oír algún regodeo por aquel cambio de opinión, pero ella simplemente lo miró con actitud fatigada y dijo lo más inesperado:

―Gracias. Por esto y... ―Liliana apartó la mirada, incómoda―. Por... todo.

Gideon mostró una pequeña sonrisa. En boca de cualquier otro, aquel tono habría parecido reticente, pero él sabía cuánto le costaba a Liliana pronunciar aquellas palabras.

―No hay de qué.

Un rato después, Teferi encontró a Jhoira sentada a solas en el puente. Tomó asiento junto a ella y miró hacia babor. El sol descendía tras el frondoso bosque de Yavimaya y el barco se acercaba a la costa. Después de varios segundos de silencio, Jhoira dijo en voz baja:

―Si pudiera, te daría todo el tiempo que quisieras para tomar tu decisión.

―El tiempo no es el problema. ―Teferi le lanzó una mirada con una pequeña sonrisa―. El tiempo nunca es un problema.

―Para ti ―añadió ella, curvando los labios a su vez.

Teferi observó la puesta de sol, donde el mar adquiría un tono dorado bajo la luz.

―¿Tus nuevos amigos saben que una vez luché contra Nicol Bolas?

―No. Y cuando decidí devolverte tu chispa, no contaba con que conoceríamos a unos Planeswalkers dispuestos a plantarle cara ―admitió Jhoira―. No formaba parte del plan.

―Entonces, tal vez sea el destino, el cierre del círculo. ―Teferi pensó en un joven llamado Kwende, uno de los muchos que habían intentado matarlo por lo que hizo con Zhalfir. Kwende había soportado la carga de vengar la pérdida de un lugar que jamás había conocido, un lugar que Teferi solo había querido proteger. Teferi se había jurado a sí mismo que devolvería Zhalfir a Dominaria y enmendaría la arrogancia y la convicción excesiva de su yo pasado. Rechazar el poder que su chispa le daría para facilitar aquel propósito resultaría tan egoísta como lo había sido sacar Zhalfir de la línea temporal. Dejó escapar un suspiro... y levantó una mano.

―No sé qué nos depara el futuro ―comentó Jhoira con una leve sonrisa―, y puede que ambos lamentemos este momento más adelante, pero esto es un arma que deberías tener. ―Se quitó el collar y lo depositó en la palma de Teferi―. Bienvenido de nuevo.

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