Hace unos 1300 años

Una suave brisa acariciaba la vasta estepa, donde rebaños de animales pastaban plácidamente a las afueras de una ciudad amurallada, construida en cristal y piedra. A través de una ondulación en el aire, un dragón desgarró el cielo desde un mundo remoto.

Se llamaba Ugin y su propósito era singular, como siempre lo había sido.

Una multitud se volvió al verlo descender y vitoreó el advenimiento del dragón. Los ciudadanos se ofrecieron a guiarlo hasta el corazón de la urbe. Se sentían dichosos al contemplar a Ugin, pues el Árbitro de la Ley había asegurado que el dragón espíritu era digno de confianza. Ugin recorrió la ciudad mientras anunciaban su llegada a bombo y platillo, hasta que finalmente halló a su socio en lo alto de la escalinata que conducía a un lugar conocido como el Palacio de Justicia, según le habían informado los lugareños.

La esfinge era un hieromante con diez mil años de vida a sus espaldas. Sus causas eran nobles, aunque sus razones no lo fuesen.

―Ugin, amigo mío, sé bienvenido a mi más reciente hogar ―saludó Azor haciendo un ademán ostentoso con las alas y una reverencia.

La esfinge agitó levemente sus caprichosas plumas y un pequeño impulso de magia de la ley hizo que el gentío diera media vuelta y se marchase.

―¿Qué te trae a este plano? ―preguntó Azor.

―Cuando nos encontramos por última vez, debatimos acerca de nuestro enemigo en común. ―respondió el dragón espíritu para entrar en materia sin más preámbulos.

―¿Tienes noticias de él? ―Azor miró alrededor con nerviosismo―. ¿Está en peligro este mundo?

El destructor ya había invadido sin previo aviso uno de los mundos apadrinados por Azor, donde había borrado todo rastro de su obra y erigido un nuevo imperio con fines enigmáticos.

Ugin había conocido a la esfinge varios años después y le había revelado el nombre del infame, sus métodos y su pasado de maldad.

―Todos los planos corren peligro mientras nuestro antagonista esté en libertad y plenitud de facultades. El motivo de mi visita es el siguiente: he trazado un plan que pondrá fin a su influencia en el Multiverso, mas no puedo llevarlo a cabo sin ti.

―Mm... ―meditó la esfinge por un momento―. He llevado la ley a incontables mundos. He creado estructura donde antes no había ninguna. Sería un gran honor compartir la inmensidad de mis dones, mi querido amigo.

La respuesta complació a Ugin.

―Juntos libraremos al Multiverso de la maldad de Nicol Bolas.

El plan que concibieron requería un éxito en dos frentes: necesitaban un medio y una oportunidad para atraer al enemigo a su prisión, además de un sello para contenerlo y neutralizarlo una vez que llegase allí. Mientras conversaban, Azor describió con entusiasmo la hieromancia necesaria para crear un objeto que potenciara su propia magia de la ley, lo que le otorgaría la capacidad de invocar al dragón dorado desde cualquier lugar del Multiverso. Crear el artefacto requeriría sacrificar su propia chispa, pero podría restaurarla con la ayuda de Ugin después de acabar con Nicol Bolas.

―Hay un plano al que me gustaría llevar el orden: un mundo llamado Ixalan. Allí construiré el Sol Inmortal, en el continente de Torrezón.

Azor dejaría de ser un Planeswalker, pero el Sol Inmortal amplificaría su hieromancia con todo el poder de la chispa sacrificada, por lo que dispondría de una magia que ninguna esfinge mortal habría podido crear. Sin la intromisión de terceros, su adversario resultaría atraído a la jaula, estuviese en el plano en que estuviese. El artefacto también serviría como candado de la prisión y negaría al enemigo la posibilidad de huir entre los planos. Ugin le aseguró a Azor que, gracias a siglos de planificación, había mantenido en secreto una manera de poner fin para siempre a la existencia de Nicol Bolas. Solo restaba capturar al dragón dorado para completar su objetivo.

―Tendrás que llevarlo a un lugar específico ―explicó Azor―. Necesitaré saber adónde apuntar para traerlo a la prisión.

Por supuesto, Ugin había contemplado que pudiese haber tal requisito, pues era tan previsor como astuto.

―Lo atraeré a Tarkir.


―Háblame de ese legislador ―exigió Nicol Bolas mientras se dedicaba, con indiferencia, a arrancar el brazo derecho del funcionario que apresaba en una garra. Un elfo, líder de vete a saber dónde y supervisor de qué más daría.

Mientras empleaba la extremidad amputada para abofetear una y otra vez a aquel fulano, Nicol Bolas pensó que no debería permitir que las estupideces de los mortales le hicieran caer en el salvajismo con tanta facilidad, sobre todo si el más mínimo uso de sus facultades telepáticas le bastaba para extraer la información que necesitaba. En cualquier caso, las bofetadas lograrían el efecto deseado y disiparían la conmoción del funcionario el tiempo suficiente para que respondiera. Había cierta sensación gratificante que Bolas solo alcanzaba castigando las estupideces.

A diferencia de los demás burócratas élficos (y de los ciudadanos en general), que habían sido lo bastante sensatos como para hacer un sálvese quien pueda, aquel mentecato se había quedado en la plaza. Incluso había tenido la brillante ocurrencia de lanzar insultos. A un dragón anciano. Había asegurado que el legislador regresaría pronto y volvería a poner fin al mal. "Qué invectiva tan manida", pensó Nicol Bolas mientras el elfo gimoteaba, confesaba todo lo que sabía y suplicaba por su vida.

"La esfinge. Otra vez esa esfinge". Aquel era el tercer plano donde descubría que los habitantes veneraban a una esfinge procedente de una tierra lejana. No podía ser una simple coincidencia, porque el cuento era demasiado similar: la esfinge siempre llegaba de un lugar desconocido e imponía un sistema de justicia al populacho, para luego desaparecer dejando atrás unos farragosos códigos legales y, en el caso de aquel plano, estatuas pretenciosas. "Un Planeswalker", pensó el dragón. "Un hieromante, con toda probabilidad. Y, según parece, un enemigo".

La enorme estatua estaba situada (de manera demasiado ostentosa, según Bolas) en lo alto del mayor edificio de la ciudad, un auditorio construido en mármol y con aspecto oficial, que se elevaba sobre la plaza. El dragón depositó con cuidado al burócrata manco en la cabeza de la estatua y esperó hasta asegurarse de que el elfo no caería por el borde.

—No temas, mortal —se burló Nicol Bolas mientras se preparaba para marcharse—. Por lo que me has dicho, estoy seguro de que ese legislador volverá mucho antes de que mueras desangrado.

—Azor... —balbució el necio. Al fin reveló el nombre de la esfinge. Decidido a averiguar todo lo posible acerca del tal Azor, Nicol Bolas dedicó una breve sonrisa de desprecio al elfo que se tambaleaba sobre la estatua. Entonces desplegó sus gigantescas alas y levantó el vuelo.

Durante muchos años y en numerosos planos, el dragón buscó pistas sobre las intenciones ocultas de la esfinge. Por fin, en un plano devastado por la guerra, Bolas halló a una maga de la ley que contemplaba en solitario y con tristeza una estatua derruida: otro testimonio demasiado llamativo del legendario legislador.

"El Árbitro de la Ley volvió nuestro mundo contra sí mismo", pensó la maga, y una corriente de imágenes fluyó desde su mente cuando Nicol Bolas entró en armonía con ella y empezó a deshacer los hilos de su existencia. "Y pensar que lo veneré como a un salvador, cuando sus soluciones solo rompieron un mundo que no necesitaba arreglos. Pensar que me consideré más próxima a lo divino que ningún otro mortal, cuando aquel día me escondí en el Palacio de Justicia y escuché cómo el dragón espíritu y él urdían el fin del Mal Supremo...".

Nicol Bolas paladeó la desesperación absoluta de la maga al morir. "Un mal supremo", pensó. "Qué halagador".


Azor se encontraba en las costas de Torrezón, inmerso en una vorágine de su propia magia.

La esfinge acababa de realizar una proeza hieromántica que nadie había intentado nunca y que jamás tendría parangón: se había desprendido de su chispa con el fin de crear el artefacto bautizado como el Sol Inmortal. Azor permanecía sobre su obra maestra, exhausto, pero lleno de orgullo. Entonces habló a través de los mundos, pues aquellos eran tiempos en que los Planeswalkers poseían el poder de dioses.

―Ugin, mis facultades se han multiplicado por diez con la ayuda de mi creación. Estoy listo para apresar a nuestro adversario.

Ugin lo escuchó y respondió de la misma manera. Su voz viajó a través de la Eternidad Invisible y resonó con claridad en la mente de Azor.

―Pronto concluiremos la obra más importante de nuestras vidas, amigo mío ―afirmó Ugin, otorgando al apelativo el aliciente de camaradería que Azor nunca lograba resistir―. Solo resta preparar el anzuelo y aguardar la llegada del destructor.

Ugin sobrevolaba las cordilleras escarpadas de Tarkir, tan absorto en sus preparativos que no pudo contener un sobresalto cuando su némesis apareció ante él.

Las alas de Nicol Bolas se interpusieron en su camino como una capa hinchada por el viento, y sus escamas resplandecieron a la luz de la tormenta que rodeaba a ambos.

―Tu estúpido felino siente demasiado aprecio por inmortalizarse en estatuas ―rumió Nicol Bolas―. Tal vez no habría descubierto vuestras enternecedoras charlas si él no hubiera dejado pistas por doquier.

Ugin se enfureció al descubrir tamaño descuido.

―El Sol Inmortal te recluirá por siempre, Planeswalker ―amenazó el dragón espíritu.

Nicol Bolas prorrumpió en una carcajada y se lanzó contra su oponente. Su risa se transformó en un rugido ensordecedor.

Los dos dragones se encararon y desataron su furia por todo el cielo, cuales titanes en la tempestad.

Sin embargo, en plena contienda, Nicol Bolas levantó una garra y cientos de ojos dracónicos se giraron al unísono hacia Ugin. Los dragones de Tarkir se volvieron en su contra e iniciaron el asalto. El dragón espíritu intentó huir, pero se vio atrapado en una tormenta de fuego y garras.

Ugin se estrelló contra la tierra. Habría muerto allí mismo, tal vez, de no haber sido por la intervención de un hombre huérfano del tiempo. Aquel individuo preservó el cuerpo de Ugin en una crisálida de piedra, desvaneciéndose instantes después.

Y Nicol Bolas se marchó entre los planos para nunca regresar, pues había vencido.

Azor esperó durante un año.

Se mantuvo vigilante, situado encima del Sol Inmortal y con la atención centrada en el firmamento, aguardando una señal de su amigo.

Sin embargo, la señal jamás llegó. Para cuando Azor comprendió que algo debía de haber frustrado los planes de Ugin, el dragón que pretendía atrapar había desaparecido. No había un antagonista al que recluir. No había un gran sacrificio que realizar en la lucha contra el mal.

Azor había perdido su chispa, y la prisión, a su recluso.

Esperó durante décadas hasta que, finalmente, comprendió que el único propósito que le quedaba en Ixalan era hacer lo que mejor se le daba: construir otro sistema legislativo allí, en Torrezón.

Otorgó el Sol Inmortal a un monasterio que en el futuro fundaría la Legión del Crepúsculo. Mas eran criaturas ineptas, por lo que Azor recuperó el Sol Inmortal antes de que los conquistadores en ciernes de Torrezón pudieran emplearlo.

Lo otorgó al Imperio del Sol, cuyas urbes prosperaron durante un tiempo. No obstante, sus líderes se volvieron paranoicos y lanzaron ataques preventivos contra sus vecinos. Por tanto, Azor recuperó su obra maestra una vez más. En esta ocasión, se enclaustró entre los muros de Orazca y ordenó a los Heraldos del Río, las únicas gentes sabias de Ixalan, que se aseguraran de que nadie pudiera encontrarle ni despertar el poder oculto en la ciudad.

Durante incontables años, Azor se carcomió en su trono de la ciudad deshabitada, maldiciendo el nombre del amigo que lo había abandonado.

Y durante todo ese tiempo, sin que Azor tuviera conocimiento de ello, Ugin durmió.

VRASKA

Jace compartió con Vraska todo lo que sabía sobre Nicol Bolas.

Le habló del intento fallido de conseguir el puente entre planos, del ejército de eternos en Amonkhet.

A cambio, Vraska le reveló todo lo que sabía acerca del dragón. Le habló del Plano de Meditación y del hechizo-llave que le concedía acceso, de cuánto temía que su patrón la matara si fracasaba. Cuanto más le relataba a Jace, mejor comprendían ambos la inmensidad del plan de Nicol Bolas. Vraska se sentía culpable y aterrada a partes iguales, como si el peso de todos los planos le cayera encima. No pudo evitar llevarse las manos a la cabeza.

—Se supone que debo contactar con uno de sus socios, que se llevará el Sol Inmortal...

—Usando el puente entre planos —concluyó Jace, adusto—. Se llama Tezzeret. Ese es tu contacto.

Vraska ladeó un poco la cabeza: no sabía de quién le hablaba. La expresión de Jace se tornó amarga.

—Es... el hombre del brazo metálico. Lo viste en mi recuerdo de hace unos años.

Vraska soltó una maldición, asqueada.

—Bolas envió a Tezzeret a Kaladesh para conseguir un portal capaz de transportar objetos —dedujo Jace, que se llevó una mano a las sienes—. A ti te envió en busca de un artefacto que retiene a los Planeswalkers en un plano...

—Y él fue a Amonkhet en persona para destruir su fábrica de cadáveres. ¿Qué planea hacer con esos zombies anclados en un plano muerto?

Jace palideció y los ojos se le pusieron en blanco una vez más. Entonces los cerró con un gruñido.

—Ya no son simples cadáveres. Los trataron con lazotep, un mineral que se adhiere a la materia orgánica de los eternos...

—Para convertirlos en objetos capaces de sobrevivir al viaje interplanar. —Vraska no daba crédito a todo lo que estaban deduciendo—. Ha creado un ejército capaz de viajar por todo el Multiverso. Y el Sol Inmortal impedirá que nadie huya cuando despliegue sus tropas. Jace, ¿tienes alguna pista de cuáles pueden ser sus intenciones?

—Voy a comprobarlo. Dame un momento.

Cerró los ojos y Vraska esperó.

El ambiente de la sala se había vuelto sofocante, y las partículas de polvo moteaban los rayos de luz que entraban desde el exterior. Vraska sentía que el corazón le latía con inquietud, pero Jace permaneció completamente inmóvil durante dos minutos enteros.

Cuando por fin abrió los ojos, la miró con la expresión más triste que ella había visto nunca.

—Enséñamelo —ordenó Vraska.

Y Jace obedeció.

El aire onduló con los ya conocidos indicios de las ilusiones y Vraska observó el recuerdo a través de los ojos de Jace.

Escamas doradas. Arenisca. Calor. Arena áspera en los labios, los ojos y la garganta. Amigos derrotados, condenados. El intento de penetrar en la mente de Nicol Bolas. Percibir el plan del dragón, impedir que causara daño y, por un breve instante, lograrlo, descubrir el objetivo, solo para sentir que la respuesta le detenía el corazón por un segundo...

Rávnica aparecía en primer plano en las ambiciones de Nicol Bolas.

No se trataba de señuelos colocados a propósito, como solía ocurrir con las trampas mentales, sino que Rávnica estaba hilvanada en las intenciones del dragón, estampada con un sello enorme y brillante por todo su subconsciente.

Nicol Bolas sintió la presencia de Jace y respondió embistiendo con su fuerza psíquica contra la mente del telépata. Sin embargo, cuando el dragón hurgó en sus adentros, Vraska percibió cómo se activaba una especie de trampa. Aunque Bolas consiguió trastocar los recuerdos de Jace, una parte de la mente del mago lo obligó a abandonar Amonkhet y dirigirse a Ixalan.

Rávnica era el objetivo de Nicol Bolas.

Todas las señales conducían allí.

Vraska abrió los ojos y la proyección de Jace terminó.

Notó que le temblaban las manos.

—Pretende enviar un ejército. A nuestro hogar. Con mi ayuda.

Los dos estaban muy callados. Aquello los superaba. Les resultaba demasiado abrumador. Y allí, sobre sus cabezas, estaba el artefacto que ella había buscado durante meses.

Vraska se irguió con brusquedad. Caminó de un lado a otro soltando una ráfaga de improperios, recogió una piedra y la arrojó contra el Sol Inmortal.

—Si no entrego esa cosa, estaremos atrapados aquí. Y si Nicol Bolas se hace con ella, destruirá Rávnica. ¡Rávnica es nuestro hogar!

Jace guardaba silencio.

—Y tú... —se percató Vraska—. Bolas me leerá la mente y sabrá que nos hemos encontrado. Que ahora te conozco y que hemos descubierto su plan. ¡Nos matará a los dos!

Se sentó en el suelo y respiró hondo, en un intento de combatir su pánico. Ocurriese lo que ocurriese, todos los golgari sufrirían. Fuera cual fuera el desenlace, ella iba a morir.

—Todo esto ha sido una comedia —lamentó Jace con un hilo de voz—. Kaladesh, Amonkhet, Ixalan... Los Guardianes no han protegido nada. En el fondo, no. He decepcionado a todo el mundo.

Vraska se sostenía la cabeza con ambas manos. Empezó a divagar, tratando de comprender el plan del dragón.

—Bolas quiere recluir a los Planeswalkers y luego... ¿Qué? ¿Aniquilar al resto de Rávnica? ¿Encubrirlo para atrapar a los enemigos que le preocupan y destruir otros lugares? Ninguna de esas dos cosas tiene sentido: si quisiera matar Planeswalkers, lo haría sin más. No entiendo cuáles son sus intenciones.

Sobrevivir había sido fundamental en todas las decisiones de Vraska, pero ahora no encontraba una salida. Podía seguir encerrada en Ixalan mientras Rávnica ardía, o regresar y morir a manos del dragón por colaborar con el enemigo. Decidiera lo que decidiera, su hogar acabaría destruido si Nicol Bolas husmeaba en su mente.

"Pero ¿y si no encontrase nada al mirar?".

Una idea terrible cobró forma en su mente. Una idea terrible y brillante.

Vraska cerró los ojos y soltó un largo y trémulo suspiro. Era la ocurrencia más aterradora que había tenido en su vida. Pero si Nicol Bolas hurgase y no viese nada, si continuara fiándose de ella y le otorgara el poder que le había prometido a cambio de cumplir el encargo... Entonces ella podría hacerle daño de verdad. Los dos podrían hacerle daño de verdad.

—Jace.

El mago mental le devolvió la mirada, consternado.

—Tengo una idea, pero no te va a gustar.

Jace negó con la cabeza. Tenía una sensación de impotencia grabada en las arrugas de la frente.

—No me siento capaz de ayudar, de ningún modo.

Vraska reunió todo el coraje posible para formular su petición. La propuesta que iba a hacer le resultaba aterradora, drástica... e imprescindible para la supervivencia común.

—Necesito que borres por un tiempo mis recuerdos de ti.

Jace retrocedió un paso, reacio a la sugerencia.

—No pienso hacerlo.

—Escúchame bien. Solo será temporal y es la única forma de evitar que Bolas nos mate. —Vraska tragó saliva con esfuerzo. Sabía que el plan sonaba espantoso, pero cuantas más vueltas le daba, más se convencía a sí misma de que era la opción correcta. La única solución.

—Me niego a hacerte esa clase de daño —se opuso Jace, incrédulo.

—No me harás daño: nos protegerás a los dos —aseveró ella—. Llévate los recuerdos que tengo de ti y consérvalos. Mantenlos a salvo, fuera del alcance del dragón, y así pensará que he cumplido la misión sin imprevistos. Entonces, en Rávnica, devuélveme los recuerdos cuando llegue el momento adecuado.

Jace enmudeció y empezó a rumiar el plan. Entonces habló con detenimiento y prudencia, empleando un tono empapado de miedo y aderezado con una pizca de curiosidad.

—Quieres traicionar a Nicol Bolas.

—Exacto. —Vraska frunció el ceño y sus cabellos se agitaron con rabia y determinación—. Si ese malnacido pretende conquistar mi plano natal con mi ayuda, no pienso quedarme de brazos cruzados. Lo traicionaría mil veces con tal de impedir que haga con Rávnica lo mismo que hizo con Amonkhet.

La reticencia de Jace se convirtió en interés y el telépata dedicó a Vraska una mirada cómplice.

—¿Qué clase de sabotaje tienes en mente?

Aunque habían pasado años desde los tiempos de la cuchilla de maná, estaba claro que había conservado cierto talento para el crimen. Vraska le lanzó una mirada de aprobación y empezó a relatar los cimientos de su plan.

—Bolas me prometió el cargo de líder de gremio. La magia de la ley estaba presente en el tejido de Rávnica incluso antes de la llegada de Azor. La metafísica del plano gira en torno a la jerarquía y los líderes de gremio tienen acceso a ese poder, sobre todo cuando colaboran. Aceptaré el puesto y seguiré actuando como esbirra del dragón mientras tú haces tu trabajo como Pacto entre Gremios y desarrollas un plan. Bolas no sospechará nada porque yo no estaré de tu parte hasta que me lo recuerdes. Cuando estés preparado y tengamos la oportunidad de hacer el máximo daño posible a Nicol Bolas, devuélveme los recuerdos y pondremos en marcha el plan que hayas trazado. Incluso si descubre que tramas algo, creerá que fracasarás, porque pensará que aún le seré leal.

Ahora que lo había descrito en voz alta, el plan le parecía una locura, pero Vraska estaba convencida de que funcionaría. Jace probablemente fuera el segundo mejor telépata del Multiverso antes de recordar las enseñanzas de su mentor. Pero ¿y ahora? Ahora estaba íntegro; su mente ya no estaba fragmentada. Si había logrado quebrar a una esfinge cuando apenas era un muchacho, ¿de qué sería capaz como adulto?

Vraska notó que Jace empezaba a comprender el plan, pero aún quedaba una duda en sus ojos.

—¿Estás dispuesta a entregarme tus recuerdos?

—Tengo plena confianza en ti —respondió ella con una convicción férrea.

¿Cómo no tenerla? Jace y ella eran afines. Vraska comprendió por primera vez lo fuerte que era su vínculo, y su convicción se reforzó. Qué extraño resultaba tener alguien en quien confiar y que correspondiera esa confianza.

La reacción de Jace revelaba que nunca le habían dicho aquello. Su mirada adquirió matices de asombro y tristeza, y cerró los ojos por un momento, para luego abrirlos y reanudar la conversación.

—Emplearé una técnica que aprendí de Alhammarret —explicó con cierto nerviosismo. Se sentó en un escalón y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas y entrelazando las manos. Su lenguaje corporal había descartado el terror precavido y lo había sustituido por una concentración resoluta—. La maniobra de Oubevir, un método para ocultar las pruebas de las manipulaciones mentales. También puedo emular el hechizo que Ugin utilizó conmigo; así disimularé mejor los huecos en tus recuerdos. Bolas no debería fijarse en que falta una parte.

—¿Estás seguro?

—Tu traicionero patrón no notará la ausencia de algo si no lo busca a propósito. Es muy orgulloso e ignora que estoy aquí.

Vraska empezaba a sentirse esperanzada.

—¿Hay alguien en Rávnica que pueda ayudarte a planear el sabotaje?

Jace lo meditó unos segundos y asintió.

—Niv-Mízzet. Él podría desafiar a Nicol Bolas física y mentalmente. Además, se pondrá hecho una fiera en cuanto descubra que hay un dragón más astuto que él.

—Entonces, ya sabemos lo que debemos hacer.

Vraska le tendió una mano y Jace la estrechó con fuerza.

—¿Seguro que no tenemos tiempo para planearlo mejor? —preguntó él.

—No, Rávnica está en peligro y tú llevas meses desaparecido.

Jace dejó escapar un largo y lento suspiro.

—En ese caso, empecemos antes de que me retracte.

Guardó silencio durante unos segundos, mirando a Vraska con determinación y calma.

—Como Pacto Viviente, tienes mi palabra de que mantendré a salvo tus recuerdos y te los devolveré intactos. Juro que hallaré un plan para detener a Nicol Bolas y prometo cumplir con mi responsabilidad de defender Rávnica, mi hogar.

Vraska respondió con confianza.

—Como capitana del Beligerante, tienes mi palabra de que haré lo posible por sabotear los planes de Nicol Bolas cuando recupere mis recuerdos. Juro que mi yo consciente se comprometerá a acabar con él.

Vraska apretó la mano de Jace y ambos las retiraron a la vez. El pacto estaba hecho.

—Ese malnacido no sabe la que le espera —dijo Jace con una sonrisa en la comisura de los labios.

Vraska imitó el gesto.

Se sentía ansiosa, aterrada, pero tranquila al mismo tiempo. Jace mantendría a salvo una parte de ella, costara lo que costase. Iban a salvar Rávnica.

—¿Adónde irás cuando ese trasto desaparezca? —preguntó Vraska lanzando una mirada al Sol Inmortal.

—Tengo que reunirme con mis amigos en Dominaria —contestó él mientras se ponía en pie.

—¿Para pedirles ayuda?

—Más que nada, para disculparme por llegar con meses de retraso.

—Al menos tienes una buena disculpa —comentó Vraska encogiéndose de hombros.

—En cualquier caso, no me quedaré en Dominaria cuando los encuentre. —Jace se quedó inusualmente callado y una pequeña arruga se dibujó entre sus cejas—. El Pacto entre Gremios debe estar en Rávnica. No quiero ser como Azor.

Vraska comprendió que sintiese aquel miedo, teniendo en cuenta la magnitud de semejante cargo. Asintió para darle la razón y su mente divagó mientras Jace guardaba otro silencio. Tras unos instantes, soltó una risita.

—Acabo de darme cuenta de una cosa: sí que te reconoceré cuando volvamos a vernos... Pero te aseguro que intentaré matarte.

—Ya lo sé —dijo él con dulzura.

Vraska no pudo contener una sonrisa. Qué secreto tan raro tendría que guardar Jace.

Vraska se preguntó qué sentiría al pensar en Ixalan cuando todo terminase. ¿Recordaría el Beligerante? ¿A sus amigos?

—¿Puedes encontrar a mi tripulación?

Jace se detuvo a escuchar algo que no podía oír, y entonces asintió.

―Sí, está en la sala que hay encima de esta. Si quieres, puedo enviar un mensaje a Malcolm y Calzón.

Vraska suspiró, llena de culpa.

—Diles que nos han capturado. Que regresen al barco, que dejo a Amelia al mando y que esta tripulación es lo mejor que me ha pasado nunca. Es la verdad.

Los ojos de Jace resplandecieron brevemente con el brillo azul celeste de su magia.

—Ya está —confirmó con tristeza—. Yo también los echaré de menos.

—Volveremos a verlos —le aseguró Vraska—. No quiero olvidarles.

—No lo harás —le garantizó Jace—. Déjalo en mis manos.

Vraska se masajeó los hombros. Fin del calentamiento, hora de terminar el trabajo.

—¿Qué hacemos ahora? ¿Aviso ya a Tezzeret?

—No, primero tengo que buscar todos tus recuerdos de mí. Luego convocarás a Tezzeret. Supongo que ha reconstruido el puente entre planos, así que lo utilizará para conseguir el Sol Inmortal. Entonces podremos viajar entre...

―Un momento —lo interrumpió Vraska, con el ceño fruncido—. Cuando recupere mis recuerdos, ¿cómo sabré que son reales?

—La próxima vez que nos veamos —propuso Jace mirándola fijamente—, me dirigiré a ti por tu cargo antes de devolverte los recuerdos.

—¿Me llamarás líder de gremio?

—Te llamaré capitana —aclaró él, suavizando la mirada.

Una sensación de felicidad tiró de las mejillas de Vraska.

—Seguro que funcionará.

Jace levantó las manos hacia ella, como pidiendo permiso. Vraska asintió y él situó los dedos a ambos lados de su cabeza.

—Cuando todo esto termine y estemos en Rávnica... ¿Te apetece ir conmigo al mercado de la Calle Hojalata? —preguntó ella.

—También recuerdo dónde está ese mercado —respondió Jace con una sonrisita melancólica.

—Lo sé, pero... quiero enseñarte los mejores sitios. Tomarnos un café. También conozco una librería estupenda.

—¿Lees mucho? —preguntó él con entusiasmo y alegría en la mirada.

—Montañas de libros. Me apetece uno de historia, y para ti también habrá álbumes de planos y esquemas, o lo que quiera que prefieras —bromeó ella, arrancándole una risa a Jace.

—Me gustan las memorias.

—¿En serio? ¿A ti te gustan las memorias?

—Me gusta la gente interesante —confirmó Jace con una sonrisa tierna y tímida.

—Bien, pues tenemos una cita pendiente —concluyó ella, sonriendo.

Vraska cerró los ojos y resumió los siguientes pasos.

—Habla con Niv-Mízzet. Traza un plan que requiera la colaboración de los líderes de los gremios y resérvame para el final. No dejes que el otro dragón se entere. Y entonces...

—El sabotaje —terminó él con entusiasmo.

Jace inició la conexión entre ambas mentes. De pronto, Vraska se sintió como si estuviera en un escenario mientras el telón se levantaba poco a poco. La presencia de Jace era cortés, pero ella notaba cómo andaba de puntillas por su mente.

—Si me acerco a algo que no quieres que vea, avísame y daré media vuelta.

Vraska asintió.

—Dejaré recuerdos suficientes para que Nicol Bolas no note ningún hueco. ¿Te parece bien?

—De acuerdo —accedió Vraska. Se sentía culpable por haber visto tantos recuerdos de Jace.

—No fue culpa tuya —le aseguró él, que buscó y mostró el recuerdo de ambos en la orilla del río para verlo juntos. Vraska notó que Jace lo contemplaba a través de los ojos de ella, descubriendo lo mal que lo había pasado en el fango, perdido en la inundación de su propio pasado. Tener a Jace en su mente le resultaba extrañamente reconfortante, como ver en compañía una obra de teatro. Examinaron juntos los recuerdos de sus momentos compartidos, separándolos y desplegándolos. Jace soltó un largo silbido mental cuando descubrió el aspecto que tenía en aquella isla cubierta de excrementos de pájaro. Ambos sonrieron al verse luchando codo con codo durante la incursión. Vraska sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al verse charlando en la galera.

—Tu historia merece ser contada —afirmó Jace.

Se detuvo al llegar al final del recuerdo en la orilla del río, de sí mismo sumido en el dolor y estrechado entre los brazos de Vraska. Con sus mentes enlazadas, ella sabía que Jace era consciente de que esa había sido la primera vez en años que Vraska tocaba a alguien por voluntad propia.

Entonces, Vraska se sintió como si descendiera. La orilla del río desapareció y todo se volvió oscuro y turbio. Ante ella se manifestó algo que desconocía: un pozo hecho de pizarra erosionada, cuyas paredes interiores estaban cubiertas de incontables texturas de memoria. Contempló sus recuerdos de Jace envueltos como un pergamino, guardados en una caja y sellados con una guarda irrompible. Sintió cómo Jace ocultaba la caja en el pozo y disimulaba su presencia con un hechizo.

—Están a buen recaudo —prometió él.

—Nos veremos pronto —respondió Vraska.

—En el mercado de la Calle Hojalata, ¿verdad? ¿Café y libros? —preguntó Jace, ilusionado.

—Café y libros —confirmó ella, feliz. Vraska sintió calor en el rostro y sonrió.

Juraría que oía el repiqueteo de la lluvia.

Induced Amnesia
Amnesia inducida | Ilustración de Chris Rallis

Sus pensamientos eran tranquilos y frescos. Tenía el cuerpo relajado.

Se sentía como si paseara bajo una llovizna primaveral.

Agradable y serena.

Abrió los ojos.

Pestañeó varias veces y echó un vistazo alrededor. Se encontraba en una sala vacía.

"¿Cómo he llegado aquí?".

Hacía calor en aquella estancia, en cuyo extremo había un trono peculiar. Tenía la sensación de estar en un lugar vetado al público. Se oía el ruido de un combate encima de ella. Cuando alzó la vista, descubrió un gran disco incrustado en el techo. Extrajo el astrolabio taumatúrgico y, por supuesto, la aguja señaló hacia arriba.

"¡Lo he encontrado!".

Vraska levantó las manos y lanzó el hechizo que su patrón le había enseñado hacía meses.

Era complicado; requería una gran concentración y más energía de la que esperaba. De repente, el hechizo surgió de ella como un relámpago.

Vraska esperó durante un minuto, preguntándose si había funcionado, y se sobresaltó cuando un círculo violeta se manifestó justo debajo del Sol Inmortal.

Notó un extraño cambio en su interior a medida que una fuerza externa atraía el Sol Inmortal hacia otro plano. Cuando el portal se cerró, Vraska se marchó caminando entre los planos.


Archivo de relatos de Rivales de Ixalan
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