Historia anterior: El mensaje en el muro

Pasar los días servida y atendida por decenas de muertos vivientes solícitos es un paraíso para Liliana, pero no puede permitirse holgazanear en Amonkhet. La nigromante ha venido al plano para encontrar y matar a otro de sus acreedores demoníacos.


Estar a la sombra en el desierto tenía su encanto.

Siempre resultaba placentero relajarse en lugares de clima templado y agradables brisas frescas. Sin embargo, apoltronarse en una islita de oscuridad reconfortante mientras sentía el viento abrasador en los alrededores, acariciada por un aire que nunca llegaba a tocar los árboles quedos y caldeados bajo la luz solar... Aquello era un auténtico lujo.

Liliana masticó un higo pensativamente. Junto a ella, un sirviente envuelto en vendas blancas sostenía en la cabeza una bandeja con fruta, haciendo gala de un equilibrio perfecto. Detrás, otra de aquellas extrañas y serviciales momias mecía un gran abanico de plumas, la fuente de la agradable brisa que soplaba solo para ella. Había ordenado a los demás sirvientes que aguardaran por si necesitaba algo; y eso hacían, arrodillados ante ella con quietud y paciencia. Estaba acostumbrada a tener sirvientes zombies, pero aquellos eran excepcionalmente eficaces y no solo satisfacían sus necesidades, sino que se anticipaban a ellas.

No le importaría quedarse allí.

Si no fuese...

Si no fuese por los omnipresentes símbolos de Nicol Bolas, que dominaba el plano in absentia como una especie de Dios Faraón. Si no fuese porque todo el mundo prefería obsesionarse con los dioses, las pruebas y una especie de glorioso más allá, en lugar de disfrutar de los lujos evidentes de la ciudad. Si no fuese porque no estaba utilizando la nigromancia para dar órdenes a aquellos zombies tan diferentes de los que ella conocía... y porque no sabía qué ocurriría si lo intentase.

Y si no fuese, especialmente, por Razaketh.

Dos de los demonios que ejercían poder sobre su alma habían muerto, asesinados en ataques sorpresa por el poder mortífero del Velo de Cadenas. Kothophed la había enviado en busca del Velo, una reliquia siniestra de inmenso poder, y entonces le había permitido acercarse mientras lo portaba. Aquello demostró que incluso los demonios pueden ser demasiado estúpidos como para vivir. Griselbrand era muchísimo más peligroso, pero lo habían encerrado en una prisión de plata mágica. Liliana había coaccionado a una desafortunada lugareña para que destruyera la prisión y luego había hecho trizas al demonio antes de que se recuperara de su desconcierto.

Razaketh sería el tercero. Sin embargo, a diferencia de los otros dos, no tenía ni idea de si podría atacarle por sorpresa. No sabía en qué lugar del plano se encontraba e ignoraba si era consciente de su llegada.

Razaketh estaba en alguna parte de Amonkhet, un mundo bajo el yugo de Nicol Bolas. El dragón había negociado los contratos de Liliana y ella no sabía cómo se tomaría él sus esfuerzos por liberarse de los pactos. Terminara como terminase el asalto directo de los Guardianes contra el dragón anciano, Liliana iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para que primero la ayudaran a matar a Razaketh.

—¿No deberías estar buscando a alguien? —dijo una voz plumosa y sofisticada detrás de ella.

Lo que le faltaba. El Hombre Cuervo: un fantasma del pasado, ya fuera en sentido figurado o literal, que siempre sabía dónde había estado y qué había hecho. Quizá no fuese corpóreo. Tal vez incluso fuera una aflicción de su propia mente, una maldición o un parásito mental... Pero era real, tenía que ser real. Se negaba a contemplar la alternativa.

Quienquiera o lo que quiera que fuese, había perseguido a Liliana de manera esporádica desde su juventud. Desde hacía unos años, más que un cuervo, parecía una cotorra.

—¿Y tú no tienes nada mejor que hacer? —le espetó ella sin girarse para buscarlo con la vista.

Liliana tenía las piernas a la luz tibia de los soles y sabía que el Hombre Cuervo prefería mantenerse en las sombras, así que no se presentó por delante. En vez de eso, apareció junto a ella, ataviado con sus arcaicas vestimentas negras, apoyado sobre un mástil del toldo mientras la observaba con sus inexpresivos ojos dorados.

—Me preocupas, Liliana. Uno de tus demonios está al alcance y el tiempo se agota. —Señaló el segundo sol, muy próximo a su lugar de descanso final—. Sin embargo, aquí te veo: holgazaneando y comiendo fruta.

—Sabes perfectamente que no he estado ociosa.

Liliana había preferido no enviar a ninguno de sus propios zombies, no sin entender mejor cómo se percibiría la nigromancia forastera en un lugar donde la servidumbre de los muertos vivientes estaba tan extendida y bien reglamentada. Por ello, había decidido convocar algunas sombras, seres incorpóreos de la oscuridad y la muerte. Les había ordenado recorrer la penumbra entre los grandes monumentos en busca de indicios sobre el paradero de Razaketh.

Aunque hubiera pasado un tiempo desde su última aparición, el Hombre Cuervo siempre parecía conocer todo lo que hacía.

—Ah, cierto —dijo él—. Has enviado a tus sirvientes en vez de investigar por ti misma. Sin duda, lo haces porque deseas pasar desapercibida. No por miedo, entiendo.

—He captado tu sarcasmo —contestó Liliana—. Ahora, piérdete.

—He sido muy paciente contigo. Te dejé en paz durante los meses que pasaste en Rávnica visitando vuestro club particular y siendo caritativa cuando te convenía. También callé durante vuestra excursión por Kaladesh, incluso aunque luego se convirtiera en una distracción peligrosa. Confiaba en que sabías lo que hacías, en que estrechabas vínculos afectivos para manipular a esos necios y hacer que cumpliesen tu voluntad.

—El afecto es manipulación —esgrimió Liliana—. Ha surtido efecto, ¿o no?

—Sí, pero ¿en quién? —preguntó el Hombre Cuervo—. Jace y tú compartisteis botellas y recordasteis los viejos tiempos en más de una ocasión. ¿Me estás diciendo que solo lo hacías para volver a clavarle tus garras?

Había ocurrido un par de veces o tres en la residencia privada de Liliana en Rávnica, después de haberse unido a los Guardianes. Un día, Gideon comentó mordazmente en una reunión de estrategia que no había encontrado a Jace a primera hora de la mañana y aquello puso un tácito punto final a todo el asunto.

—Eso no te incumbe en lo más mínimo —contestó ella.

—Liliana, no dejes que tus afectos te dominen —la amonestó el Hombre Cuervo—. Aquí están tus leales necios, a las puertas de tus enemigos, pero tú no haces nada. Están husmeando sin discreción mientras te quedas aquí sentada. Estás poniendo en riesgo todo aquello por lo que hemos trabajado. ¿Acaso te has ablandado?

La vista de Liliana se ensombreció.

—Ellos han hecho más por mí de lo que nunca has hecho tú, fantasma inútil.

—Me ofendes —respondió el Hombre Cuervo con un tono de afrenta exagerado—. ¿Insinúas que no te he ayudado en tu camino? ¿No protegí tu mente en Innistrad cuando ese juguete encapuchado tuyo perdió la cordura? ¿No asumí el control del Velo de Cadenas para sacarte del estómago de esa sierpe que te engulló al poco de llegar aquí?

—¿Cómo has dicho?

Esta vez, Liliana sí se giró hacia él. Mientras se asfixiaba en la garganta de aquella cosa, creía que había llegado su fin. No recordaba bien cómo había logrado salir. El Hombre Cuervo había asumido el control... ¿De verdad podía hacerlo? ¿Lo había hecho antes?

—Intento ayudarte —dijo el Hombre Cuervo con una sonrisa torcida—. Es posible que Razaketh ignore que estás aquí. Cuanto antes reúnas a tus esbirros y lo mates, mejor te irá. Es hora de que utilices a esos útiles necios.

Por el rabillo del ojo, Liliana vio una mancha azulada que avanzaba hacia ella entre la multitud.

—Hablando de mis esbirros —dijo con una sonrisa—, aquí viene nuestro telépata favorito. Creo que deberías esfumarte.

—¿Temes que pueda verme? —preguntó el Hombre Cuervo.

—¿Temes tú lo que pueda hacer si te descubre? —respondió Liliana.

El Hombre Cuervo entornó aquellos ojos dorados. Qué gratificante.

—No olvides por qué estás aquí —dijo él antes de desvanecerse con indignación.

Liliana se recostó en el asiento para mostrarse relajada cuando Jace llegase hasta ella. Arrancó una uva bien oscura de la bandeja que tenía junto a ella y mordió la mitad abriendo el labio inferior lo justo para evitar que el jugo se derramara por la mejilla. La uva era jugosa y dulce, de primera.

—Al fin te encuentro —dijo Jace con los ojos entrecerrados por la claridad, incluso aunque llevara la capucha puesta.

Ella se había marchado sin avisar de su habitación prestada mientras Jace sufría para terminar una jarra de cerveza densa y amarga. Liliana tenía ganas de ver la ciudad por su cuenta y había encontrado aquel rincón a la sombra junto al río, desde donde había enviado a sus sirvientes y pedido un aperitivo.

Devoró el resto de la uva con semillas y todo, por supuesto; escupir era muy indecoroso.

—Hola, Jace —saludó finalmente—. ¿Te apetece un desayuno como es debido?

—Ya es mediodía —argumentó él.

—Nunca es tarde para desayunar.

El muchacho apretó la mandíbula.

—A esta hora ya no se... desayuna: se come.

Qué cuco.

—Como quieras —dijo Liliana—. Más higos para mí.

Jace se encogió de hombros y casi echó mano a un higo, pero la retiró cuando vio qué sostenía la bandeja.

—Me fiaría más de la comida si no la hubiera tocado un cadáver.

—Jace, me sorprendes. Sabía que los otros se pondrían quisquillosos, pero creía que tú entenderías lo conveniente que es tener siervos no muertos que no protestan. Sus vendas son muy higiénicas, por cierto.

—¿Habías estado antes en una sociedad así? —preguntó Jace—. ¿Conoces sitios donde momifiquen a los muertos para convertirlos en sirvientes?

—No, no como aquí. Los de la ciudad son diferentes a los cadáveres del exterior, por si no te habías dado cuenta.

—Están mejor cuidados, desde luego. Pero sí, me había fijado. En el desierto, una de aquellas sierpes se alzó por sí misma. Tú estabas... inconsciente. Si hubiera habido otro nigromante cerca, lo habría notado.

¿Había preocupación en su voz?

—Los zombies que encontramos al principio llevaban mucho tiempo sin estar bajo el control de nadie —explicó Liliana—. Si tienes razón respecto a la sierpe, es posible que se alzara por una especie de nigromancia ambiental.

—¿Nigromancia ambiental? ¿Eso existe?

Liliana se encogió de hombros.

—Tal vez sea un fenómeno de este plano —conjeturó ella—. No es un lugar acogedor.

—¿Y los zombies de la ciudad?

—Son... extraños —admitió Liliana. Lo cierto era que los sirvientes momificados de Naktamun la inquietaban—. La magia que los ha reanimado no se parece a la mía. Además, los mantiene bajo un control total. Nunca había visto nada parecido.

—Si lo investigamos, quizá comprendamos mejor qué sucede aquí.

Those Who Serve
Sirvientes | Ilustración de Volkan Baga

Liliana sintió el frío ya familiar de una sombra que se aproximaba deslizándose entre las paredes de los monumentos y desplazándose por los árboles de una umbra a otra.

Jace se estremeció y lanzó una mirada a la oscuridad de los alrededores. "Chico listo".

—Es mía —dijo Liliana. Jace se relajó, pero no completamente. "Chico listo, aunque paranoico".

La sombra permaneció a cierta distancia, incapaz de acercarse cómodamente al refugio de Liliana.

Venir —susurró—. Encontrado. —Las sombras no eran conversadoras locuaces, precisamente.

—Bueno, parece que he descubierto algo —dijo ella en voz alta.

Despidió a los sirvientes momificados con un gesto, recogió las faldas y se dirigió a Jace.

—Planeas seguirme, ¿verdad?

—Obviamente.

—Y si te digo que no me sigas, te volverás invisible y lo harás de todos modos.

—Se me había ocurrido, sí —confesó él encogiéndose de hombros.

—Entonces, ¿la única diferencia es si tendré que ir mirándote por el camino?

—Eh... Supongo...

—Muy bien. Vamos, acompáñame.

Liliana se puso en camino y siguió a la sombra. Jace fue detrás y murmuró algo.

—¿Eso significa que quieres mirarme o...? —preguntó con un suspiro.

Ella se limitó a sonreír y continuó andando.

Pasearon por avenidas espaciosas entre jóvenes en buena forma y niños inquietantemente disciplinados. Los gritos de esfuerzo y el olor a sudor flotaban en el aire, procedentes de las zonas de entrenamiento donde cientos de "iniciados" practicaban maniobras de combate.

"¡Qué constituciones tan portentosas!". Liliana no pudo evitar imaginar a aquella gente muerta y puesta a su servicio, suponiendo que muriera limpiamente y...

"Vaya, vaya".

—Jace, ¿te habías dado cuenta de que todas las momias de la ciudad están mutiladas?

—Mm... Me he fijado en que a algunas les faltan las manos u otras partes. ¿Les pasa a todas? ¿En serio?

—Incluso las que no han sufrido amputaciones tienen tendones cortados o huesos rotos. Se nota en su modo de andar. Es como si todo el mundo muriese violentamente.

—O... puede que hagan algo distinto con la gente que no muere así —aventuró Jace.

Liliana frunció el ceño.

—Este lugar es raro.

—Muy raro —matizó Jace.

—Y parece que Gideon...

—Se siente a gusto aquí —concluyó él—. Me he dado cuenta.

Hicieron un ruido de asco a la vez.

—Dime, ¿qué estamos buscando? —preguntó Jace.

Yo estoy buscando algo —dijo Liliana mostrando una sonrisa—. Tú estás siguiéndome. Además, es un secreto.

—Odio los secretos.

—¿Conocerlos o no conocerlos?

—Ambas cosas son problemáticas —dijo él—. Aunque es peor no conocerlos, por supuesto.

"Por supuesto". Aún era tan inocente en algunos sentidos...

Liliana suspiró.

—¿Prometes que no te enfadarás?

―No.

—¿Prometes que no se lo dirás a Gideon?

—Menos todavía.

—Entonces, averígualo por ti mismo, Caperucito.

Jace siguió caminando a su lado, pensativo.

—Intentas encontrar a Nicol Bolas —aventuró.

—Eso sería lo último que querría hacer.

—No estarás pensando en traicionarnos y entregarnos a él.

—Tentador, pero tampoco.

—Estás... buscando algo que dejaste aquí en tu última visita.

Liliana sonrió.

—Mm... Interesante suposición, pero imprecisa.

La sombra se detuvo junto a la pared de un edificio. El muro estaba cubierto de inscripciones. La escritura local tenía algunos símbolos que no conocía... y otros que sí.

Razaketh.

La inscripción onduló ante sus ojos y un susurro arañó las lindes de su consciencia. Liliana se tambaleó y se apoyó en la pared del edificio. El calor. Tenía que haber sido culpa del calor.

Jace no se acercó para ayudarla, pero la vio flaquear.

—¿Estás bien? —se interesó.

—Siempre lo estoy.

Jace le lanzó una mirada severa.

—A la larga —añadió ella.

La sombra los guio alrededor de la entrada. Su sustancia empezaba a desmaterializarse tras demasiada exposición a los soles del desierto. Liliana la desconvocó con un gesto.

El lugar no parecía abierto al público. Sin embargo, no había cerraduras ni puertas, aunque eso parecía habitual en Naktamun.

Bajaron por una rampa de piedra que conducía a un largo corredor iluminado por antorchas titilantes. Los grabados de las paredes representaban a iniciados luchando seriamente unos contra otros, con algunos de ellos muertos en el suelo.

Oyeron un rumor de movimiento detrás de ellos y pisadas que bajaban por la rampa. Se giraron rápidamente. No había dónde esconderse. Con suerte, entrar allí no estaría prohibido.

Vieron aparecer el rostro en blanco de un sirviente momificado que portaba un montón de harapos. Jace y Liliana encontraron un nicho y se agacharon en él, pero la momia no reparó lo más mínimo en ambos. Detrás de ella llegó otra, y otra más. Algunas arrastraban su carga y otras trabajaban en parejas para transportar cosas más pesadas.

No. No eran cosas.

Las momias traían los cuerpos de los iniciados muertos en combate, todavía derramando sangre y envueltos en harapos. A algunos les faltaban partes del cuerpo. Eran cadáveres frescos, a juzgar por el olor. De una hora o dos, como mucho.

Al lado de ella, Jace sufrió arcadas.

Cuando las momias se alejaron, Liliana volvió a salir al corredor.

—Ten cuidado al andar —avisó a Jace—. El suelo está resbaladizo.

—No deberíamos estar aquí —protestó él—. ¿Por qué hemos venido? ¿Qué es lo que buscas?

—Tú mismo has dicho que podríamos comprender qué sucede aquí si estudiamos a estas momias.

Era totalmente cierto, al menos en ese sentido. Pero ¿qué tenía que ver todo aquello con Razaketh?

Siguieron a las momias por el corredor. Los grabados de las paredes empezaron a cambiar. Ahora mostraban momias que portaban a los muertos y los embalsamaban sobre losas de piedra para crear más momias.

Entraron en una estancia principal bien iluminada y vieron los grabados hechos realidad. El lugar era un hervidero de actividad, repleto de cuerpos dispuestos en losas de piedra junto a mesas llenas de herramientas y canopes. El olor en aquel lugar era distinto; el hedor a muerte se mezclaba con la peste viciada de las sustancias preservantes.

Anointer Priest
Sacerdotisa ungidora (Embalsamada) | Ilustración de Lake Hurwitz

Las momias trabajaban en perfecto silencio, solo interrumpido por el rumor de los pies vendados y el ocasional crujido, rechino o ruido húmedo de los cuerpos en preparación.

¡Cuánto esfuerzo! Era como la momificación sobre la que Liliana había leído en otros planos, pero a gran escala. Las momias extirpaban la mayoría de los órganos de los iniciados, pero aquí los introducían en grandes vasijas comunales sin decoración. Los cuerpos se colocaban en anaqueles para el proceso de vendado, tan eficiente como el trabajo en un telar.

No era un rito religioso, sino puramente práctico.

Esto es lo que hacen con todos los iniciados muertos —dijo Jace mentalmente. A Liliana no le agradó la intrusión; además, las momias no parecían interesarse lo más mínimo en los vivos y continuaban realizando su repugnante trabajo con eficiencia deliberada.

¿Cómo era posible que tanta gente muriese entrenando?

Liliana dio un codazo suave a Jace y señaló el otro extremo de la sala, donde la pared albergaba una especie de mural. Él asintió y los dos dieron un rodeo hacia allí por el borde de la estancia.

De pronto, un cadáver empezó a moverse antes de que terminaran de vendarlo. Se retorció y se estremeció, interrumpiendo de golpe el proceso de vendado. Era la primera cosa no eficiente ni controlada que veían en la estancia, por lo que se detuvieron a observar. Allí no había más nigromantes aparte de ella. Básicamente, no era nigromancia, sino una acumulación de magia de muerte que parecía proceder de todas partes.

Las momias que supervisaban el proceso de vendado se dirigieron hacia el cadáver rebelde y lo inmovilizaron mientras otra momia acudía con una gran placa de metal: un cartucho. Entonces apretaron el cartucho contra el pecho del cuerpo.

Y el cadáver descontrolado se quedó quieto.

Liliana y Jace intercambiaron una mirada. Continuaron avanzando por el borde de la sala mientras las momias colocaban más cartuchos sobre los cuerpos ya embalsamados. Algunos empezaban a moverse antes de que las placas estuvieran en su sitio. Otros permanecían quietos aunque ya estuvieran preparados.

Liliana y Jace se detuvieron delante de un mural tallado en piedra oscura, que cubría toda la pared posterior de la estancia. Estudiaron la obra mientras las momias continuaban con su sombrío trabajo.

El mural era una representación del más allá y tenía una iconografía con la que ya se habían familiarizado al ver las inscripciones por toda la ciudad. Allí estaban el Segundo Sol, que ahora descansaba entre los cuernos del horizonte, y la enorme puerta que prohibía la entrada al más allá, según los lugareños. En esta inscripción, la puerta estaba abierta y el más allá era tentadoramente visible... pero estaba custodiado por un demonio monstruoso.

Razaketh.

La prueba final, ponía la inscripción. La última muerte no gloriosa, que segará a los indignos restantes.

Las manos de Razaketh estaban cubiertas de sangre y había una montaña de cadáveres a sus pies. La sangre fluía hacia las aguas del río.

Más allá de la puerta, Razaketh. Más allá de Razaketh, el paraíso.

La representación de Razaketh inquietaba a Liliana. Era como si le devolviera la mirada.

—¿Estás buscando a uno de tus malditos demonios? —siseó Jace.

—Dos menos —dijo Liliana con un nudo en la garganta. El grabado parecía cernirse sobre ella—. Él es el siguiente.

—¡Tendrías que habérnoslo dicho! —estalló Jace—. ¡Te habríamos ayudado!

—Solo tú conoces la historia de mis demonios —replicó Liliana—. estás dispuesto a luchar contra ellos. ¿De verdad crees que Gideon habría venido si os lo hubiera dicho a todos? ¿O Nissa?

—Y yo qué sé —contestó Jace, visiblemente enfadado—. Yo te habría apoyado, pero ahora que nos has mentido, no creo que...

—No he mentido sobre nada —lo interrumpió Liliana, que ahora sentía palpitaciones en la cabeza.

—No nos has dicho la verdad —protestó él—. Has roto nuestra confianza.

—Jamás he pedido que confiéis en mí.

Jace dijo algo en respuesta, muy enfadado, pero ella no pudo entenderlo. Le zumbaban los oídos y la vista se le nubló. En su bolsillo, la temperatura del Velo de Cadenas aumentó repentinamente. La protegía.

El grabado de Razaketh... abrió los ojos. Eran rojos como la sangre, lo único que Liliana podía ver.

El ruido a sus espaldas cesó y decenas de gargantas atrofiadas susurraron:

—Liliana.

No no no no no.

Las momias habían detenido su labor y la miraban fijamente. Los frutos de su trabajo se levantaron junto a ellas, algunos a medio vendar y con cartuchos colocados apresuradamente. Entonces oyó susurros con su nombre que procedían de todas partes, de las mismísimas paredes.

¿Esto es cosa tuya? —dijo la voz de Jace en su mente.

Liliana sacudió la cabeza a un lado y a otro con impotencia.

—Liliana... —susurraron.

Las momias se lanzaron contra ellos. Estaban por todas partes, eran una maraña de carne vendada y manos aferrantes. Pero seguían siendo silenciosas, completamente silenciosas. Fue una batalla muda, solo interrumpida por gruñidos ocasionales y el roce de las vendas de lino. Jace lanzaba hechizos junto a ella y repelía a las momias una a una con cuerdas ilusorias, pero había muy poco espacio y demasiados cuerpos.

La cabeza de Liliana se despejó. Empleó su magia para apoderarse de ellas como había hecho en el desierto. Solo eran cuerpos, no eran distintos del resto.

Pero no ocurrió nada.

Magia ambiental. En un instante lo comprendió todo. En aquel mundo había algún fenómeno natural o artificial, eso daba lo mismo, que alzaba a los muertos. A todos los muertos, tanto fuera como dentro de la ciudad. Quienes creaban y dominaban a las momias sirvientes no necesitaban la nigromancia, solo un medio para controlarlas. Y aquel control era directo, físico... mucho más difícil de superar que los caprichos de un nigromante menos poderoso.

—No puedo controlarlas. Los cartuchos...

Agarró a la primera momia que se le acercó, clavó los dedos alrededor del cartucho y tiró de él con todas sus fuerzas. Jace vio sus intenciones y la ayudó sujetando a la momia por el cuello y tirando para alejarla de Liliana.

Con un crujido carnoso, el cartucho se soltó.

Entonces se oyó un pequeño estallido y un crepitar. El agujero donde había estado el cartucho ardió con una luz blanca y la momia se cayó a pedazos.

"Eso no me lo esperaba".

Las demás momias, demasiadas, se les echaron encima y trataron de atraparlos por las extremidades y la garganta. Liliana decidió recurrir al Velo de Cadenas. Había hecho todo lo posible para evitar utilizarlo, pero si era necesario para sobrevivir...

De pronto, las momias se detuvieron tras inmovilizar a Liliana y Jace y algunas de ellas se hicieron a un lado para dejar pasar a alguien.

—De modo que sí sois forasteros —dijo una voz masculina.

Temmet.

Liliana había sentido una aversión inmediata hacia el arrogante y joven visir que amablemente les había proporcionado cobijo en la ciudad. Era demasiado sereno y confiado. Incluso había llegado a preguntarse si Temmet era mayor de lo que aparentaba; mucho mayor, al igual que ella. Pero no: era un adolescente. Como todos los habitantes de la ciudad, el visir había desarrollado su potencial desde una edad muy temprana. Ahora, aquel potencial se había vuelto en contra de ellos con tanto ímpetu que Liliana ya no podía considerarle un niño que jugaba a gobernar.

―Al principio no podía creer que fuera cierto. ¿Quién habría imaginado tal posibilidad?

Avanzó para examinarlos de cerca.

Distráelo ―dijo Jace en la mente de ella―. Tiene algún tipo de protección mental. Necesito un momento.

―Sin embargo, he comprobado el registro de nacimientos en el Monumento del Conocimiento ―continuó Temmet―. Kefnet conoce a todos, pero sus visires no os conocen. Y ahora os descubro aquí abajo, husmeando en las sagradas cámaras de embalsamamiento. En verdad desconocéis nuestra cultura. No sabéis nada sobre el Dios Faraón, que su regreso se produzca pronto y...

―Te equivocas: lo hemos visto en persona ―le cortó Liliana.

Temmet y Jace se quedaron igual de estupefactos.

―¡Silencio! ―rugió el visir.

―Y para que lo sepas, es un auténtico cab...

Unas manos momificadas le estrujaron la garganta y la interrumpieron.

―¡MIENTES! ―chilló Temmet, completamente rojo de ira.

Entonces, los ojos del visir emitieron un brillo azul y su rostro se tornó inexpresivo. Un instante después, las momias aflojaron la presión.

Jace la agarró del brazo. Sus ojos también brillaban y una luz azul se filtraba por los bordes. Sin embargo, tenía el rostro tenso, retorcido.

―Corre ―dijo él con voz entrecortada.

―¿Qué...?

―No... resistiré... mucho...

"Ya veo". Jace estaba controlando a Temmet, que a su vez controlaba a las momias. El esfuerzo debía de estar pasando factura a la mente del pobre muchacho. No todas las momias estaban quietas. Probablemente fueran demasiadas para él. Jace apenas tenía el control.

Liliana apartó de un empujón a la momia que le cerraba el paso y echó a correr junto a Jace. Huyó de los ojos rojos del grabado, de la cámara de embalsamamiento y de la peste a muerte y quietud. Huyó.

El exterior. Los soles cegadores. Tenía el corazón acelerado.

Los ojos de Jace volvieron a la normalidad. Liliana echó un vistazo atrás sin detenerse, pero no vio indicios de sus perseguidores. Al menos de momento.

―¿No había mejor manera... de distraerlo? ―preguntó Jace entre resuellos―. ¿Tenías que... blasfemar?

―Me pareció... divertido ―dijo ella jadeando.

Continuaron corriendo y respirando a bocanadas.

―¿Qué te ha pasado... ahí abajo? ―preguntó Jace.

―Razaketh. El demonio. Creo que está... involucrado en el más allá. Y sabe... que estoy aquí. El Velo es... lo único que le ha impedido... activar mi contrato.

―Genial... ―dijo Jace.

―¿Has borrado... la mente de Temmet?

Jace hizo una mueca.

―No. Solo podía... contener a las momias. Temmet tardará en volver en sí... y tendrá una jaqueca horrible, pero se acordará de esto.

―Entonces, tenemos que... encontrar a los otros ―dijo Liliana.

"Es hora de que utilices a esos útiles necios", había dicho el Hombre Cuervo.

Fuesen amigos o necios, los necesitaba. Liliana continuó corriendo, huyendo de su demonio y en busca de ayuda.


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