Historia anterior: Nostalgia

La Feria de Inventores, la intersección entre la creatividad y el ingenio, ha dado comienzo en el plano de Kaladesh. Los inventores han acudido en masa a la ciudad de Ghirapur con la ilusión de participar en el mayor evento de sus vidas. Esta es su oportunidad de ver y ser vistos, de conquistar los corazones del pueblo y el jurado. Rashmi, una investigadora especializada en el éter, espera lograr justo eso. Ahora necesita que los jueces confíen en su creación si espera dejar huella en el mundo y cambiarlo para mejor.


A aquellas alturas, la ciudad de Ghirapur y sus habitantes se habían acostumbrado a la presencia del enorme inquirium y su aspecto de escarabajo. El imponente y sofisticado laboratorio de investigación descansaba en un rincón de la plaza central de Ghirapur, con sus seis patas metálicas recogidas bajo el cuerpo. Al principio, el tráfico se detenía y los conductores se quedaban boquiabiertos al contemplar sus extremidades relucientes y bulbosas y su antena de medición de éter; ahora, los trabajadores pasaban junto a él sin apenas fijarse. El inquirium llevaba estacionado tanto tiempo que una familia de pavos reales había anidado en un hueco de la parte más parecida a la cabeza del escarabajo. Incluso cuando se producía un chisporroteo en las entrañas del laboratorio, provocando que saltaran chispas en la torre de escape más o menos cada hora, las aves casi ni se inmutaban. La vida se había adaptado; Ghirapur había aceptado el inquirium como parte de su identidad, al igual que hacía con muchas de sus diversas maravillas. Casi nadie se detenía ya a admirar a la brillante investigadora que vivía en él.

Por su parte, Rashmi prácticamente se había olvidado de la gente. Se había olvidado de casi todo, excepto del dispositivo que estaba diseñando. Apenas meses antes, la transportación de materia había sido un tema candente en las sociedades de eterólogos, por lo general silenciosas. En el pequeño círculo de inventores, había pasado de ser una teoría rumoreada entre la gente a convertirse en una obsesión. Sin embargo, solo Rashmi poseía un dispositivo capaz de impulsar aquel proyecto. Su condensador de éter, una innovación que había pasado casi desapercibida cuando la presentó en público por primera vez, sería el foco de atención una vez que funcionase como piedra angular del transportador. Era como si el condensador se hubiera creado para aquel propósito; como si ella, Rashmi, hubiera nacido para aquel experimento. Los patrones de éter estaban alineados, tirando de las piezas para colocarlas en su sitio, impulsándolas con una fuerza imparable hacia el momento culminante.

Lo conseguiría. Terminaría el dispositivo justo a tiempo para la Feria, a tiempo para demostrar al mundo lo que era posible.

–Pinzas. –Rashmi extendió una mano.

–Pinzas. –Su asistente vedalken, Mitul, le colocó la herramienta en la palma.

Rashmi retorció un delgado alambre para colocarlo en su sitio, escuchando el patrón de éter mientras trabajaba. Sabía que el éter le permitiría apretar el cable lo suficiente como para afianzarlo sin provocar tensión en el metal–. Calibrador.

–Marca en 3,084 –indicó Mitul al intercambiar las pinzas por el calibrador.

–Con esto vamos a forzar el límite, sin duda –dijo Rashmi haciendo la medición.

–Puede soportarlo. He realizado los cálculos por triplicado. –Mitul recogió el calibrador y le tendió un punzón centrador óptico.

Rashmi perforó un agujero en la tubería dorada con la precisión de una cirujana, insertó el nuevo filamento y lo conectó al resto del circuito de éter–. Con eso debería bastar. –Se levantó, estiró el cuello contraído y un entusiasmo nervioso la recorrió de arriba abajo. Aunque habían realizado cientos de ensayos, aún se emocionaba cada vez que se disponían a hacer el siguiente; cualquiera de ellos podría ser el intento que demostrara su teoría. Sobre todo ahora que faltaba tan poco para la Feria.

–Haré los preparativos. –Moviéndose con una elegancia que Rashmi envidiaba, Mitul caminó hacia una maceta que reposaba bajo la luz que entraba por la ventana superior. Arrancó una flor viva de la maceta y la depositó en un florero que descansaba en la mesa del centro de la estancia–. El sujeto de prueba 848 está listo. –Mitul se apartó un paso.

Rashmi intentó no pensar en las otras flores que habían precedido a la 848.

Recogió el transportador de la mesa de trabajo y lo llevó a la zona de ensayos. Tenía la forma de un gran anillo dorado y era casi tan grande como el timón de un crucero del Consulado. Mientras lo sostenía encima de la flor, Rashmi accionó un interruptor de filigrana para activar la válvula de éter. Las vibraciones zumbaron en el interior cuando el brillante éter azulado fluyó por el anillo. Se expuso a la Panconexión, pidiendo que sus otros sentidos se atenuasen para que pudiera ver el éter. El patrón que describía al fluir por el transportador era exquisito. Los ajustes del diseño habían alterado el flujo lo justo para añadir una floritura repetida a intervalos alrededor del anillo; le recordaba a la cola de un bandar. Lo interpretó como una buena señal, ya que algunos elfos consideraban que esos animales traen suerte.

–Creo que lo hemos conseguido, Mitul –susurró–. Puedo sentirlo en el éter. –Las manos le temblaban.

–Según mis cálculos, este ensayo parece prometedor. –El semblante de Mitul no cambió y su actitud se mantuvo igual de profesional que siempre. A diferencia de Rashmi, él nunca parecía nervioso ni entusiasmado antes de una prueba; era una fuerza constante y sosegada en el laboratorio, un científico centrado en todo momento.

–¿Preparado? –preguntó ella.

–Preparado –confirmó Mitul. Estaba ante un escritorio repleto de aparatos de medición de éter, con el lápiz apoyado en su cuaderno de laboratorio.

"Puedes hacerlo", animó Rashmi en silencio al sujeto de prueba 848–. Muy bien, accionaré el transportador en tres... dos... uno... –Soltó el anillo y, en respuesta, el éter de su interior se arremolinó, sosteniéndolo en el aire justo encima de la flor.

–Hora de inicio del ensayo registrada. –Mitul tomaba sus notas–. Medidas iniciales de éter registradas.

Con una suave exhalación, el anillo comenzó a descender hacia los pétalos de la flor. El zumbido del éter devoró los nervios de Rashmi. No pudo apartar la mirada de su flujo latente, que evolucionaba a medida que el transportador se acercaba más y más a 848. La cadencia aumentaba a cada instante que pasaba, hasta que sobrepasó los confines de su propia estructura y empezó a cambiar. Rashmi vio que los giros normalmente suaves se doblaban y realizaban movimientos bruscos; las florecientes colas de bandar se enroscaban unas con otras. Reconoció aquel comportamiento: el éter había comenzado a formar los patrones que prometían desafiar las leyes del mundo.

–Hora del contacto registrada –oyó decir a Mitul cuando el anillo se alineó con los pétalos de la flor.

Rashmi contuvo el aliento.

Las puntas de los pétalos destellaron cuando el anillo pasó sobre ellas. El transportador dorado continuó su descenso.

Otro destello.

De repente, la integridad estructural de toda la flor se colapsó. Con un suave estallido, la flor implosionó y dejó una silueta residual de polvo. Un segundo después, la silueta reventó y los diminutos fragmentos de materia salieron disparados a una velocidad extrema. Los proyectiles en miniatura se estamparon contra el anillo y abollaron el metal; algunos incluso llegaron a atravesarlo. El transportador centelleó y crepitó y el delicado filamento para éter chirrió y ardió antes de que Rashmi pudiera apartarlo.

–Ensayo fallido. El sujeto de prueba 848 se ha desintegrado –dijo Mitul.

Rashmi suspiró y recorrió con los dedos el metal del transportador, valorando los daños. Había creído que esta vez saldría bien.

–Detalle destacable –continuó Mitul–: las medidas han detectado rastros de materia transmutada, indicando que 848 ha respondido bien a la fase inicial del contacto.

–¿Transmutaciones en preparación del transporte? –Rashmi enderezó los hombros y su ánimo mejoró.

–Correcto, aparentemente.

–Muy bien, entonces solo necesitamos procurar un entorno más estable.

–Concuerdo con ello –dijo Mitul–. Me parece interesante sugerir que realicemos nuestro próximo ensayo utilizando una corriente de éter menos turbulenta. Si utilizamos una tubería de mayor diámetro...

–Reduciremos la turbulencia del flujo inicial y mitigaremos la inestabilidad –concluyó Rashmi–. ¡Mitul, es una idea brillante!

–Cierto, creo que es una hipótesis bastante prometedora.

Por eso trabajaban tan bien juntos: ninguno de ellos se desanimaba durante mucho tiempo. Rashmi tenía la Panconexión para recordarle que seguía el camino correcto, mientras que Mitul contaba con su confianza en el método de investigación reiterativa. Aunque él nunca había cuestionado el vínculo de Rashmi con la Panconexión, ella intuía que Mitul no creía demasiado en dicho lazo. Rashmi suponía que Mitul, como la mayoría de los vedalken que conocía, era partidario de utilizar el proceso infinito de repetir el método anterior realizando pequeños ajustes hasta hallar una solución. Aunque Rashmi no terminaba de comprender cómo se podía encontrar la inspiración con aquel sistema repetitivo, tampoco lo cuestionaba. No le molestaba que la filosofía de su compañero fuera diferente de la suya. La razón tras la motivación de ambos no importaba; lo que les unía era su espíritu optimista y su compromiso para con la investigación. No pasaba un día sin que Rashmi se sintiera afortunada de haber conocido a un compañero y un amigo tan talentoso como Mitul.

–Por lo que veo –dijo él mientras examinaba su libro de registros–, contamos con la tubería adecuada en el almacén. Iré a buscarla y regresaré en breve. –Para cuando terminó de explicarlo, ya había recorrido medio laboratorio. Por su parte, Rashmi había volcado su atención en reparar el anillo del transportador.

Ya no podían permitirse perder el tiempo. Rashmi trató de ignorar la distracción de la fecha marcada en el calendario, pero sabía que se acercaba rápidamente. Faltaba menos de una semana para la primera eliminatoria de la Feria de Inventores. La Feria era su oportunidad de revelar el transportador al mundo y, lo que era más importante, al jurado y los mecenas. Estaba segura de que ganaría la competición y entonces contaría con el apoyo de benefactores y patrocinadores. Tendría el respaldo del Consulado, en vez de necesitar ingeniárselas con unos suministros de éter menguantes. Puede que incluso le proporcionaran sus propios autómatas trabajadores para llenar el inquirium. Sin embargo, se estaba anticipando a los acontecimientos. Ahora era el momento de pensar en el sujeto de prueba 849.


–El sujeto de prueba 887 está listo. –Mitul tenía la voz ronca; ni Rashmi ni él habían dormido desde hacía dos días. La eliminatoria de la Feria de Inventores iba a tener lugar aquella misma tarde y aún no habían realizado un ensayo con éxito. Esta era su última oportunidad. Si el experimento funcionase, tendrían el tiempo justo para empaquetar el anillo, meterlo en una carretilla y salir a toda prisa hacia el recinto de la competición. Si el experimento fracasase, todo estaría perdido.

Rashmi sostuvo el anillo sobre la flor ligeramente marchita. Le temblaban los brazos, pero no de entusiasmo, sino de fatiga. ¿Por qué la había guiado la Panconexión hasta aquel momento si no era para ganar la Feria? ¿Por qué la había llevado a realizar semejante esfuerzo si no era para triunfar? Tenía ganas de gritar, pero no lo hizo. Entonces vio a Mitul disimulando un bostezo y algo se agitó en el interior de ella. No podía rendirse, todavía no.

"Aún tenemos una oportunidad", se recordó. Trató de ahuyentar los pensamientos cínicos. Se dijo a sí misma que Mitul y ella tal vez estuvieran destinados a luchar hasta el último momento. Tal vez todo aquello formara parte del patrón que había tejido la Panconexión. Puede que aquel fuera el momento de los dos–. Muy bien, vamos allá –dijo con todo el ánimo que pudo reunir–. En tres... dos... uno... –Soltó el anillo.

–Hora de inicio del ensayo registrada. –Mitul hizo una anotación en el cuaderno–. Medidas... registradas. –Se frotó los ojos enrojecidos.

Rashmi trató de comportarse como una observadora objetiva, pero, cuando el anillo descendió hacia los pétalos caídos de la flor, se sorprendió conteniendo el aliento y esperando que todo saliera bien. Esta vez tenía que funcionar, tenía que hacerlo.

–Hora del contacto registrada –dijo Mitul cuando el anillo pasó por el pétalo superior.

La flor destelló. "No implosiones. No implosiones", rogó Rashmi.

Otro destello.

Y otro.

El anillo había recorrido la mitad de la flor. Una agitación despertó en el interior de Rashmi. Aquel ensayo tenía que ser el definitivo. Observó con asombro cómo los patrones abrían una senda a través del espacio. Cuando observó el éter, casi pudo distinguir el agujero que se había formado en el tejido del mundo. Lamentó haber albergado dudas. Apenas podía creer lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. La flor entera parpadeó, todos los músculos de Rashmi se tensaron, y entonces...

¡POP! La flor implosionó.

Rashmi se quedó helada por dentro. "No". El anillo crepitaba y centelleaba. "No". Oyó cómo el filamento fallaba y se partía. "¡No!". Aquello no era lo que debía suceder. No podía ser.

–Ensayo fallido. El sujeto de prueba 887 se ha desintegrado –dijo Mitul.

Rashmi ni siquiera se molestó en recoger el anillo y quitar los restos de la explosión de la flor. Ya no serviría de nada tratar de rescatar el invento. Se había terminado. Le dio la espalda, incapaz de seguir mirándolo. Vagamente, oyó el repiqueteo del anillo al caer en la mesa; el sonido resonó en su cabeza como el timbre que anunciaba el final de un día en la academia. El experimento había concluido y Rashmi había fracasado.

–Apéndice: en los momentos posteriores al registro del ensayo con el sujeto de prueba 887, la observación continuada revela que parece haber diferencias en la forma en que las ondas etéreas influyen sobre la materia orgánica y la inorgánica. –La voz de su compañero sentó a Rashmi como un chorro de agua sobre una herida abierta.

–Mitul, ya no hace falta seguir con el registro. –Echó un vistazo a las notificaciones atrasadas que había en el escritorio más apartado, escritas en rojo–. Tendría que habértelo dicho hace tiempo. Lo siento, pero el inquirium...

–Rashmi –la interrumpió Mitul. Era raro oír su nombre en boca de él; rara vez llamaba su atención–. Rashmi. –Había algo en su voz que la hizo girarse–. M-mira. –Mitul señalaba hacia un rincón del laboratorio y sus ojos parpadeaban sin parar.

Rashmi siguió la trayectoria del dedo. Allí, apoyado en la pared dentro de un pequeño círculo grabado, estaba el florero. Rashmi ahogó un grito y volvió a mirar la mesa en el centro de la sala; solo quedaba el anillo. Lo primero que pensó fue que se trataba de una ilusión óptica. Podría tratarse de un florero distinto, pero era imposible: era el único que había en todo el laboratorio. Había pasado a través de dos barras de hierro, de una pila de instrumentos y del propio Mitul, y ahora descansaba contra la pared dentro del círculo que en realidad habían preparado para la flor.

Rashmi se echó a reír. Fue una carcajada extraña que la tomó por sorpresa. Habría seguido riendo de no haber sido porque estuvo a punto de atragantarse de la emoción. No pudo ni formar una frase entera–. ¡Mitul! ¡Mitul! ¡L-lo hemos...!

–Sí. –Mitul seguía pestañeando con incredulidad–. Hemos logrado transportar materia inorgánica a través del espacio.

–¡Ja! ¡Lo hemos conseguido! –El calor y la humedad inundaron los ojos de Rashmi cuando corrió hacia su amigo y se abrazó al cuello del vedalken. Lo estrechó con todas sus fuerzas–. De verdad lo hemos conseguido.

–En efecto –dijo Mitul liberándose del abrazo–. Ahora he de centrarme en registrar estos resultados. No puedo dejarme dominar por emociones potencialmente distractoras cuando tenemos una labor científica entre manos.

Rashmi volvió a reír. Parecía que era la única reacción que podía mostrar en el momento.

–Pero no confundas mi actitud con una falta de entusiasmo. –Mitul le ofreció la más leve de las sonrisas curvando ligeramente la comisura de la boca–. Estoy ciertamente entusiasmado. Sí, ciertamente. –Sin embargo, recuperó la compostura, apoyó el lápiz en el papel y carraspeó–. Prosigamos: en vista de los resultados del ensayo más reciente, parece que la reacción anómala que habíamos observado estaba siendo generada por la interacción entre la materia orgánica y el espacio transdimensional. Reiterábamos nuestro diseño, pero nunca habíamos reconsiderado la naturaleza de nuestro sujeto de prueba. –La concentración de Mitul en la enunciación de hechos pareció devolverle el control de los párpados.

El sonido tranquilizador y familiar de su voz también devolvió a Rashmi a la realidad–. ¡La Feria! –exclamó.

–A continuación, procederé a documentar todas las características reseñables del florero para garantizar que el transporte se ha completado satis... –El vedalken seguía totalmente concentrado.

–¡No, Mitul, no tenemos tiempo para eso! –Rashmi recogió el transportador de la mesa–. ¡Tenemos que ir a la Feria, a nuestra competición!

–¡Cáspita! –se sobresaltó Mitul–. Cierto, tienes toda la razón. –El cuaderno estuvo a punto de resbalar entre sus manos–. Estoy experimentando tal descarga de adrenalina que apenas puedo pensar. Concluiré la labor documental después de nuestro regreso. Si realizamos los preparativos de inmediato, deberíamos tener tiempo suficiente para empaquetar el dispositivo con seguridad, llevarlo a la carretilla y transportarlo hasta el recinto, que seguramente estará atestado de gente y requerirá una velocidad de desplazamiento reducida, con lo cual llegaríamos a la competición dentro del margen exigido: una hora antes de que comience la demostración eliminatoria.

–Perfecto –dijo Rashmi mientras inspeccionaba el anillo–, pero antes necesitaremos un filamento nuevo. Este se ha dañado.

–Tal vez se haya debido al contacto inicial con materia orgánica –opinó Mitul–. Conjeturo que no observaremos dicho comportamiento cuando tratemos de transportar solamente materia inorgánica.

–Espero que tengas razón. –Rashmi estaba en la mesa de trabajo, retirando la filigrana para acceder al filamento–. Preferiría no ofrecer al jurado un espectáculo de fuegos artificiales.

–Correcto; sospecho que no lo vería con buenos ojos. –Rashmi juraría que Mitul rio entre dientes cuando se dirigió al almacén.

Recorrió la filigrana con los dedos. Había algunas abolladuras y arañazos, pero ninguno debería afectar al funcionamiento del dispositivo. ¡Un dispositivo que había desplazado materia a través del laboratorio!–. Lo hemos conseguido de verdad –susurró Rashmi. Echó un vistazo al florero. Una parte de ella aún no creía que realmente estuviera allí, pero lo estaba–. Nunca debería haber dudado. –Cerró los ojos. Allí estaba la Panconexión, brillando con intensidad y envolviéndola con su calor. Alargó una mano hacia ella.

Ilustración de Magali Villeneuve

–No nos quedan filamentos. –Al oír la voz de Mitul, Rashmi abrió los ojos de par en par. Su compañero trastabillaba por el laboratorio–. Los hemos agotado. Sabía que nos estábamos quedando sin recursos. Tendría que haber... Pero no había tiempo para encargar más. Los ensayos no cesaban. Aun así, eso no es excusa; era mi responsabilidad. Entiendo que no me perdones por mi fallo. –Tenía los doce dedos clavados en su rostro azul y alargado.

–Mitul, no pasa nada. –Rashmi posó una mano en el hombro del vedalken. Se sentía extrañamente tranquila. Podía notar el apoyo de la Panconexión y sabía lo que debían hacer–. Empaqueta el dispositivo. Pasaremos por el mercado, conseguiremos un filamento y luego iremos a la Feria. Llegaremos a tiempo para la eliminatoria.

–Oh... –Mitul pestañeó–. Oh, claro. –Soltó un largo suspiro de alivio–. Parece una solución correcta.

–Claro que sí –le aseguró Rashmi–. Es nuestro momento.


Rashmi se tapó los ojos para protegerlos de la claridad. Todo brillaba a la luz del sol poniente: el metal pulido de los autómatas, la arquitectura reluciente y las banderas, lazos y guirnaldas que cubrían la plaza.

Ilustración de Jonas De Ro

La Feria de Inventores se había erigido alrededor del inquirium mientras ellos trabajaban dentro durante los últimos meses, ajenos a todo. Era como si Rashmi se hubiera enclaustrado en su laboratorio en un mundo y hubiera salido en otro, en un laberinto gigante de metal iridiscente y celebración. Sin embargo, ahora no era el momento de pensar en eso. La Panconexión la apremiaba. Mitul y ella buscaron con la vista las enormes plumas de pavo real que señalaban la entrada al mercado. Sin embargo, antes de que pudieran dar un solo paso, un autómata se acercó rodando a ellos.

–¡Bienvenidos a la feria de inventores, la intersección entre la creatividad y el ingenio! –anunció con júbilo.

Rashmi se apartó para rodearlo, maniobrando con la carretilla donde llevaba el transportador, pero un segundo autómata se aproximó–. ¡No se pierdan las carreras de autos trucados en el circuito ovalado! Entradas ya a la venta.

Rashmi retrocedió y buscó por dónde pasar.

–¡Visiten el zoo de los cien acres! ¡Descubran a los constructos animales!

Estaban rodeados de autómatas publicitarios.

–Tal vez podamos encontrar otro camino. –Mitul dio un rodeo y Rashmi fue detrás de él, pero un puñado de autómatas también los siguieron.

–Maravíllense con la arquitectura mecánica viviente, diseñada por los más ilustres metalurgos de Ghirapur. Impresionante, ¿verdad?

–Sí, sí. –Mitul trató de librarse del autómata–. Lo siento, tenemos un poco de prisa.

–¿Les gustaría ver competiciones de autómatas? –insistió el artefacto.

–No. Si nos disculpas...

–Por favor, recuerden que está prohibido introducir gremlins en el recinto ferial. –El autómata no dejaba en paz a Mitul.

–Por supuesto, eso sería un disparate. Y ahora debo insistir en...

–Absténganse de traer contenedores de éter procedentes del exterior. Si presencian cualquier actividad sospechosa, les rogamos que informen al Honorable o al autómata más cercano.

–¡Quítate de en medio, por favor! –Mitul apartó al autómata con el brazo–. Mejor así. –Hizo una seña a Rashmi–. Creo que ahora podremos llegar al mercado.

Rashmi se apresuró a pasar con la carretilla junto al autómata, que insistía en que disfrutaran de su visita a la Feria de Inventores. Nunca había visto a Mitul tan enérgico. Le echó un vistazo y se fijó un momento en él; ¿tal vez también sintiera el impulso de la Panconexión? Puede que algún día lograra convencerlo de que existen fuerzas que su perspectiva analítica no podía explicar. Aceleraron el paso juntos, trotando hacia la plaza repleta de filigranas doradas.

Ilustración de Craig J Spearing

El sol descendía por las enormes plumas de las puertas del mercado cuando cruzaron corriendo el noveno puente y llegaron al taller de Remi. Los engranajes endentados de la puerta chirriaron y tintinearon cuando Rashmi entró con la carretilla. Recibieron la bienvenida de los intensos aromas a metal pulido, herrumbre y aceite; una fragancia que normalmente calmaba los nervios de Rashmi, pero que esta vez solo sirvió para acrecentar su sensación de urgencia. Extrajo del bolsillo el filamento dañado–. Necesitamos uno de la serie WP –dijo a Mitul. Los dos sabían dónde buscar exactamente: en la pared trasera con compartimentos perfectamente organizados por colores. Eran clientes habituales del establecimiento de Remi, que ofrecía los mejores precios y les permitía quedarse a ver los combates clandestinos entre autómatas.

–Deberían estar justo... –Mitul tiró de un compartimento verde–. Aquí.

Estaba vacío. Rashmi se alarmó, pero solo por un momento.

–Seguro que tiene alguno en la parte de atrás. ¡Remi! –llamó cuando vio al alto tendero azul entre las estanterías.

–¿Eres...? ¿He oído a...? ¡Rashmi! ¡Mitul! ¡Hacía una eternidad! –Remi se abrió camino por el taller; estaba cubierto de manchas de aceite y tuvo que limpiarse las manos con un trapo, que se echó al hombro antes de abrazar a Rashmi–. ¿Habéis venido a...?

–Necesitamos un filamento –le interrumpió Rashmi–. De la serie WP. –Mitul sostenía el compartimento vacío.

–¿Eh? –Remi se fijó en él–. ¿Tampoco quedan de esos? Estos inventores son peores que gremlins; me van a dejar el almacén más pelado que la cabeza de un vedalken.

–¿No te queda ninguno en la trastienda? –preguntó Rashmi luchando por mantener a raya el pánico.

–Me temo que no, chiquilla –negó Remi–. Está igual que lo que ves aquí. Ha habido una estampida incesante desde que llegó el primer tren desde Peema. Ni que fuera una invasión. Todo el mundo necesita un recambio de esto o un repuesto de lo otro. No podré reabastecerme hasta que llegue el próximo cargamento de Lathnu.

–¿Un cargamento? ¿Cuándo llegará?

–Dentro de unos tres días.

–No, no, no... –El decoro que le quedaba a Rashmi desapareció–. Remi, necesitamos el filamento ahora. Por favor, debe de quedarte alguno.

–Y bien que me gustaría. Sabes que sois mis inventores favoritos.

No seguirían siéndolo por mucho tiempo si no conseguían el filamento. La imagen de las notificaciones atrasadas acudió a la mente de Rashmi. Le empezaron a sudar las manos. De pronto, el taller le parecía muy pequeño.

–En ese caso, tendremos que dar el siguiente paso lógico. –La voz de Mitul sonaba tranquila, pero sus doce dedos alargados temblaban al colocar el compartimento en su sitio–. Debemos visitar los demás talleres.

–Los demás talleres. –Rashmi intentó tragarse su histeria, pero solo consiguió hacerlo un poco–. Es lo lógico, sí.

–Por lo que tengo entendido, todos estamos tan vacíos como un contenedor de éter –les avisó Remi chasqueando la lengua.

Sin embargo, Rashmi ya había recorrido medio pasillo, empujando la carretilla. Salió por la puerta a toda prisa y viró hacia el siguiente establecimiento del puente. Los visitaría todos si tuviera que hacerlo.

–Lo siento mucho...

–Ojalá pudiera ayudaros, pero...

–Vaya, sois los segundos que me preguntan por un WP hoy...

–Hemos vendido todo...

–Volved mañana...

–No nos queda nada...

Parecía que no hubiera ni un solo filamento de la serie WP en toda Ghirapur.

La fatiga se apoderó de ella y Rashmi tuvo que apoyarse en la barandilla del puente. Mitul caminaba entre los talleres al otro lado del puente, cabizbajo–. Es culpa mía –dijo suspirando.

No lo era, pero Rashmi no podía decírselo; no en aquel momento. Se retiró la melena del cuello mientras veía el sol hundirse bajo el agua a lo lejos. La demostración empezaría dentro de poco y no llegarían a tiempo. Parecía imposible que estuvieran con el transportador en el mercado; tan cerca de terminarlo, pero sin los medios para lograrlo.

Rashmi ya no sentía pánico ni enfado, solo tristeza. No se trataba solo del transportador de materia, sino también del inquirium. Sin los mecenas y benefactores que esperaba obtener en la Feria de Inventores, iban a perderlo todo. Era el momento de decírselo a Mitul.

Rashmi sintió un nudo en el estómago. Se quedó mirando a un autómata mensajero que pasaba por allí, todo para no tener que mirar a su amigo a la cara.

Ilustración de Craig J Spearing

–Mitul, vamos a tener que deshacernos del inquirium. Se ha agotado el plazo. La culpa es mía. He volcado todos nuestros recursos en este proyecto, pero ahora... –La voz se le quebró y no pudo terminar la frase–. Lo siento mucho. Ha sido un auténtico honor trabajar contigo estos últimos años. –Antes de que él pudiera responder, Rashmi levantó la manilla de la carretilla y se marchó caminando por el puente hacia la puesta de sol.


El inquirium no era el lugar donde le apetecía estar en ese momento, pero tampoco quería estar en ningún otro lugar de la ciudad. El ambiente de alegría y celebración en el exterior era demasiado para ella. Arrastró escaleras arriba la caja con el transportador y abrió la puerta. Debería empezar a recoger sus cosas; no tenía sentido demorarlo.

–¡Así que estabas viva! –La voz de una amiga casi hizo que Rashmi cayese escaleras abajo.

–¿Saheeli? –La joven y brillante inventora estaba en medio del taller, prácticamente brillando entre la elegante red de metales coloridos y relucientes que lucía con elegancia en los brazos y la cintura. Era como ver el sol en un día nublado.

Ilustración de Willian Murai

–Te he buscado por todas partes. –Saheeli miró a Rashmi de arriba abajo y frunció el ceño–. Tienes un aspecto horrible. ¿Qué haces aquí todavía? Te han llamado en la competición hace un momento.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Rashmi, quien no pudo hacer nada para contenerlas.

–¿Qué pasa? –Saheeli fue junto a ella y pasó un brazo por los hombros de Rashmi–. ¿Qué te ha ocurrido?

–Se ha terminado –lamentó Rashmi–. Un filamento se ha dañado y lo ha echado todo a perder. No hay recambios... Ni uno en toda la ciudad. –Dejó que las lágrimas corrieran.

–Vaya... Shhh, shhh. –Saheeli le pasó una mano por la espalda–. Vamos, tranquila. ¿Una pieza de metal se ha estropeado y no se te ha ocurrido venir a verme?

–¿A ti? –Rashmi sorbió por la nariz. Entonces se dio cuenta–. ¡Saheeli, tú puedes arreglarlo! –Claro que sería capaz. Era una maestra con el metal y sus diseños utilizaban piezas de lo más delicadas; podía reparar casi cualquier cosa. En medio de su pánico anterior, Rashmi ni siquiera había pensado en acudir a Saheeli. Los meses de aislamiento habían hecho que se olvidara de todo y de todos quienes estaban fuera del inquirium.

–Venga, dámelo. –Saheeli tendió una mano, ansiosa por trabajar.

Rashmi buscó el filamento roto en su bolsillo, pero se detuvo antes de dárselo–. Ya no importa. He perdido mi turno de demostración.

–No te preocupes por eso –la calmó Saheeli con una sonrisa de complicidad–. Conozco bien a Padeem. Si le hablo de tu condensador de éter, seguro que sentirá demasiada curiosidad como para negarse a echarle un vistazo.

–¿Harías eso por mí?

–Como me explicaste una vez, el condensador no es espectacular, pero es la clase de invento que puede servir de puente a otros. Quién sabe para qué se podría utilizar en el futuro.

–De hecho, hemos descubierto al menos una utilidad –dijo Rashmi, incapaz de contener la emoción–. Saheeli, lo hemos logrado: Mitul y yo hemos diseñado un transportador de materia, ¡y funciona! Hemos desplazado un florero de una parte del taller a otra. –Se acercó al sitio donde había estado el recipiente–. ¿Puedes creerlo? Ni siquiera sé cómo lo hemos hecho exactamente. Las ecuaciones parecen indicar que hemos trabajado con fuerzas ajenas a este mundo. Cuando observo el éter, veo que se aparta para crear un camino, un camino a través de la infinidad. Es brillante. ¡Y es espectacular! Va a deslumbrar a Padeem y al resto del jurado. Y todo gracias a ti. –Ofreció el filamento a Saheeli–. Estoy en deuda contigo, de verdad.

Sin embargo, Saheeli no recogió el filamento. Ni siquiera se movió.

–¿Qué ocurre? –preguntó Rashmi.

–Lo siento. –Saheeli bajó la cabeza y retrocedió un paso–. No quiero hacer esto. No pretendo hacerte daño, amiga mía, pero no puedo hacerlo.

–¿Qué no puedes hacer? –Rashmi estaba confusa.

–Ayudarte –respondió Saheeli negando con la cabeza.

–Pero has dicho que...

–Me habías dicho que era un condensador de éter. –Saheeli parecía enfadada.

–Eso era, pero luego descubrimos esto. El transportador es muy superior, un invento mucho mejor.

–Eso no lo sabes. Ni siquiera comprendes cómo funciona. No conoces las repercusiones de lo que has inventado. Es demasiado peligroso.

–Claro que existen riesgos. –Rashmi apenas comprendía a qué se refería Saheeli–. Pero realizaremos más pruebas y mejoraremos el dispositivo. Por eso necesitamos ganar la Feria de Inventores. Necesito el apoyo del Consulado para perfeccionar el diseño. Estamos en la cúspide de un acontecimiento, de un invento increíble que cambiará el mundo.

–¿Nunca has pensado que quizá haya cambios que el mundo no necesita? –estalló Saheeli. Pasó junto a Rashmi rozándole un brazo y se dirigió hacia la salida.

–¿Adónde vas? – preguntó Rashmi con la mente dando vueltas y luchando por comprender la situación.

–No pretendo hacerte daño –repitió Saheeli sin darse la vuelta–, pero no puedo ayudarte.

–¡Espera! –Por segunda vez en el mismo día, el pánico se apoderó de Rashmi–. Saheeli, por favor. No lo entiendo. Necesito que me ayudes. –Corrió detrás de su amiga y la sujetó por un brazo–. Por favor.

–He dicho que no puedo ayudarte. –Saheeli se volvió hacia ella; tenía las mejillas enrojecidas y una mirada severa–. Tal vez sientas demasiado apego como para darte cuenta, pero lo que has inventado es algo que no debería existir.

Rashmi se quedó atónita al oír a su amiga. Su confusión se convirtió en ira–. Pensaba que creías en la innovación sin límites. Que querías ver cosas extraordinarias. Que querías ayudar a que ocurrieran cosas extraordinarias.

–Pero no esto. –Saheeli liberó el brazo de un tirón–. Tengo que irme –dijo antes de bajar por las escaleras.

–Entonces, ¿en qué crees? –La ira se había adueñado de Rashmi–. ¿Solo apoyas la innovación cuando se trata de cosas creadas por ti? ¿Solo cuando acaparas toda la atención?

El cuello de Saheeli se tensó.

–Has vivido siendo el foco de atención, Saheeli, pero ahora ha llegado mi turno. ¿Sientes envidia? ¿Te preocupa que tu invento no atraiga todas las miradas en la Feria?

Saheeli apretó los puños, pero no se giró ni aflojó el paso. Rashmi observó a la mujer que consideraba una amiga mientras le daba la espalda cuando más la necesitaba.


Saheeli llevaba toda la noche enfrascada en duelos de autómatas con los renegados. No le había ayudado a calmarse.

Tras marcharse del inquirium de Rashmi, había ido directamente a la palestra principal de la Feria: demostraciones de inventos durante el día, competiciones de forjacéleres por la noche. Por suerte, había gran cantidad de inventores ansiosos por poner a prueba sus artilugios, porque Saheeli necesitaba clavar las garras de sus autómatas en algo que pudiera romper.

Desde su primer duelo, había reducido a chatarra más de dos decenas de creaciones metálicas. Muchos de sus restos aún no se habían retirado de la palestra. Ahora que el sol se alzaba, Saheeli controlaba uno de sus diseños favoritos: un pájaro estilizado, que debía enfrentarse a un gran autómata verde. Según su opinión, aquella mole se parecía un poco a los gigantes que migraban ocasionalmente a través de la ciudad. Aún más motivo para hacer que mordiera el polvo.

–¡Que comience el combate! –anunció el árbitro desde lo alto.

El público vitoreó en las gradas cuando Saheeli lanzó a su pájaro al ataque, apuntando al cuello del autómata gigante.

Ilustración de Victor Adame Minguez

Lo alcanzó; un golpe perfecto. Se oyeron silbidos y abucheos cuando el coloso se tambaleó. Otro impacto como aquel sería suficiente para derribarlo. Gruñó enfadada. Aquello no le bastaba. Ninguno de aquellos inventores había creado algo que fuera un reto para ella, algo que la ayudara a olvidarse de todo lo demás. Había ido allí en busca de una distracción, pero en toda la noche no había pensado más que en el transportador de materia, en el rostro de Rashmi y en sus palabras hirientes.

Saheeli viró al pájaro para realizar otra acometida. ¿Cómo se atrevía Rashmi a acusarla de tener envidia? Eso era lo último que había sentido cuando su amiga le habló acerca del transportador de materia. ¿Cómo se atrevía? Saheeli lanzó al pájaro hacia el cuello, pero la mole consiguió bloquearlo esta vez. Una especie de protuberancia había crecido en el punto débil. "No está mal", felicitó en silencio a su rival por la previsión que había aplicado a su diseño. Aun así, ya sabía cómo sortear aquella defensa. Hizo que su pájaro remontara su descenso en picado y ganara altitud para lanzar un tercer ataque.

Había hecho lo correcto, lo único que podía hacer. Tenía una responsabilidad como Planeswalker, por saber lo que sabía acerca de la Eternidad Invisible. No cabía duda de que el invento de Rashmi poseía un potencial muy superior al que la elfa pensaba. Aquel dispositivo no era seguro ni para Rashmi ni para el resto de Kaladesh. Había hecho lo correcto.

Con un graznido chirriante, el pájaro de Saheeli descendió en picado por la espalda del autómata gigante y le clavó el pico en el cuello. El público contuvo el aliento y se puso en pie. El bruto se meció como un chapitel de éter en un vendaval, pero no cayó. De acuerdo. Necesitaría otro golpe. Saheeli retiró al pájaro y lo preparó para el ataque definitivo.

Rashmi había admitido que no comprendía la ecuación. Pretendía abrir grietas en el espacio sin tener en cuenta las consecuencias. Saheeli tenía el deber de protegerla, de salvaguardar su mundo, incluso si eso significaba alejarse de su amiga.

Lanzó al pájaro en un nuevo descenso en picado, evadiendo los manotazos del gigante hasta estampar su creación en el pecho del autómata rival. Con un gemido largo y grave, la mole se desplomó en el suelo y cayó de espaldas con un estruendo retumbante. El público estalló en aplausos.

–¡Un punto más para la inventora Saheeli –anunció el árbitro–, que esta noche lleva un registro perfecto de veinticinco a cero! –Más aplausos.

Saheeli hizo una reverencia, pero ya estaba buscando un nuevo contrincante con la mirada.

–Parece que eso es todo por hoy, amigos. La Feria abrirá sus puertas en breve y no queremos que nos descubran ocupando el recinto. Yo al menos preferiría no ver el rostro del inspector Baan si descubriera que hemos estado aquí.

El aplauso se apagó y hubo un rumor colectivo de pies y movimiento cuando los agotados pero felices espectadores se dirigieron a las salidas.

–Gracias por uniros a nosotros –dijo el árbitro–. Acordaos de mirar hacia abajo para saber dónde tendrá lugar la competición de esta noche.

Aquello era una alusión al código secreto que los renegados usaban para pasarse información sobre las batallas de autómatas y otras actividades. Saheeli no tendría problema para descubrir dónde tendría que ir cuando anocheciera, pero no quería esperar un día entero. ¿Qué más podría hacer hasta la noche?–. ¡Oh, venga ya! –protestó desde el centro de la palestra–. Aún tenemos tiempo para otro combate. ¿Quién se anima? –Echó un vistazo alrededor, pero nadie respondía. Los demás competidores se marchaban lo más rápido que podían. Las gradas estaban casi vacías–. Gallinas... –murmuró.

De algún modo, se sentía más frustrada que cuando había llegado. Era la primera vez que una buena noche de combates de autómatas no le ayudaba a despejar la mente. Se marchó enfadada hacia la salida más próxima.

La multitud estaba llenando rápido el recinto ferial. Ya debían de haber abierto las puertas. Saheeli no estaba de humor para multitudes, ni para hacer nada que no fuera luchar. Tal vez pudiera encontrar algún pasatiempo en los locales de Gonti. Evitó las vías más transitadas y dio un rodeo hasta la puerta principal. Había hecho lo correcto, ¿verdad? El transportador de materia era demasiado peligroso, ¿no?–. Lo era –dijo para sí misma–. Lo es.

–¡Es ella! –dijo una voz chillona a la izquierda de Saheeli.

La artífice sintió un escalofrío y se agachó de inmediato. Reconocía aquellos gritos de admiración y sabía lo que le esperaba si no se marchaba de allí. Giró rápidamente y se alejó en dirección contraria. Sin embargo, apenas dos pasos después, se topó de frente con una valla.

–¡La he visto por aquí! –dijo la misma voz por encima del ruido de la multitud.

Saheeli giró hacia otro lado y se encontró con otra valla. Vio que se había arrinconado ella sola y maldijo entre dientes.

–Disculpe. Disculpe. –Alguien le tocó el hombro. Saheeli respiró hondo y trató de componer una cara que al menos no pareciera homicida. Se giró hacia sus fans.

Era una enana vestida con chaleco y falda azules; llevaba de la mano a una enana más joven que usaba gafas–. Mi hija cree que usted es Saheeli –dijo la madre.

–Saheeli Rai, famosa inventora, brillante metalúrgica y la luminaria más famosa de nuestros tiempos –recitó la joven.

–Cielo, primero asegúrate de que es ella –dijo la madre ruborizándose.

–¡Es ella, es ella! –La niña irradiaba felicidad y le enseñó a su madre un retrato de Saheeli en el cuaderno de firmas para la Feria de Inventores. Leyó la descripción de la página–. "Famosa por su habilidad inigualable para crear réplicas vívidas de cualquier criatura o constructo que vea". ¡Es genial! –Los ojos le hacían chiribitas al contemplar a Saheeli–. Algún día seré una inventora como tú.

–Lo siento –se disculpó la mujer cuando por fin consiguió calmar a su hija–, Zari está muy ilusionada por haber venido a la Feria. Lleva meses hablando de ella sin parar. ¿Le importaría firmarle un autógrafo?

La niña enana levantó su cuaderno abriéndolo por la página con el retrato de Saheeli. No podía decirle que no; suspiró y tomó el lápiz.

–¿Puedes firmar al lado de tu frase? –le pidió la joven–. Es mi favorita de todas.

Saheeli buscó la cita y empezó a garabatear su nombre, pero lo dejó a medias cuando leyó sus propias palabras. Existen tiempos para regulaciones y normas, pero esta era de innovación no es una de ellos. Debemos seguir adelante sin miedo. Debemos crear sin límites. Nuestro deber como inventores es crear las cosas más excepcionales que podamos y ayudarnos mutuamente a lograr lo extraordinario, a cambiar el mundo–. Vaya, justo lo que me hacía falta para empeorar el día.

–¿Perdón? –se extrañó la madre.

–Uy. –Saheeli pestañeó varias veces; por un momento había olvidado dónde estaba–. Lo siento, pensaba en otra cosa y... Aquí tienes. –Devolvió el cuaderno a la joven enana.

–¡Gracias! –dijo la niña con una sonrisa radiante–. ¡Muchísimas gracias!

Saheeli apenas la oyó. Los pies la encaminaban con decisión hacia otro lugar. Sabía exactamente a cuál. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde.


Saheeli no sabía que un edificio pudiera dar la impresión de estar triste, pero esa era la imagen que transmitía el inquirium. La antena parecía alicaída y la sección similar a la cabeza de un escarabajo se había hundido hasta apoyarse en las dos patas delanteras. Saheeli subió la escalera y se armó de valor para llamar a la puerta. Repasó mentalmente lo que iba a decir y cómo lo iba a decir. No se le daba bien pedir disculpas y, en verdad, aún no estaba convencida de que debiera disculparse; aun así, sabía que necesitaba decir o hacer algo para no perder a una buena amiga. Llamó a la puerta.

El sonido de pasos al otro lado le indicó que alguien se acercaba. La puerta se abrió y el rostro azulado de Mitul salió a recibirla–. Hola, Mitul. Tengo que hablar con Ra... –Mitul le cerró la puerta en las narices.

»Vale, me lo merezco –admitió Saheeli frunciendo el ceño. Se alisó las faldas y apretó los dientes para combatir el impulso de largarse por donde había venido. Llamó otra vez–. Me lo merezco, pero no nos portemos como críos –dijo enfatizando la última palabra y golpeando más fuerte–. Vamos, dejadme entrar. No voy a quedarme aquí para siempre.

Más pasos. Esta vez fue Rashmi quien abrió la puerta. La elfa tenía peor aspecto que antes. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados y la cara y los brazos estaban cubiertos de suciedad y sudor. El resentimiento de Saheeli se desvaneció. No soportaba ver así a su amiga. Quería abrazarla, apoyarla, pero se contuvo. Primero tenía algo que decir–. Tengo que explicar por qué no te he ayudado. –Rashmi se negaba a mirarla a los ojos–. Tenía miedo. Inseguridad. Tu invento es peligroso y...

–Ya me lo habías dicho, Saheeli. –Rashmi se irguió–. Si has venido a darme otro sermón, márchate. –Intentó cerrar la puerta, pero Saheeli se apresuró a empujarla con una mano.

–Déjame terminar. –Se interpuso entre la puerta y el marco–. Es peligroso, sí, pero –continuó tratando de ignorar el amago de suspiro de Rashmi– también es intrigante, emocionante. Tiene potencial para cambiar el mundo... para mejor. –Rashmi aflojó un poco la presión sobre la puerta–. Si alguien puede marcar el siguiente hito en la historia de la eterología, esa eres tú. Y quiero estar ahí para verlo. Quiero ayudarte. –Saheeli extrajo y ofreció un filamento perfecto que había elaborado con el metal más resistente que podía conjurar–. Es para ti. Padeem me ha prometido que te concederá una audiencia si el invento funciona.

Rashmi se quedó mirándola y sus ojos bajaron despacio hacia el filamento.

–Venga, ¿a qué esperas? –la animó Saheeli–. ¿No tienes un ensayo que realizar?

Rashmi llamó a Mitul y los dos inventores repararon el anillo dorado como si fuera el paciente más importante que hubiesen tratado jamás. Saheeli observó en silencio desde un rincón del taller mientras Rashmi colocaba ceremoniosamente un florero en la mesa central y lo situaba en el centro del anillo.

–El sujeto de prueba 1 está listo –dijo Mitul.

Rashmi accionó un interruptor de filigrana y el anillo transportador cobró vida con un zumbido. Saheeli se puso en tensión y contuvo el aliento. No quería mirar, pero no podía apartar la vista. Decidió observar por el rabillo del ojo.

–Hora de inicio del ensayo registrada. Medidas iniciales de éter registradas.

El anillo flotó y se elevó sobre la mesa. Mientras lo hacía, el florero desapareció con un destello.

Ilustración de Nils Hamm

Un instante después, reapareció al otro lado de la sala.

Saheeli se quedó boquiabierta, maravillada. Su amiga había logrado lo imposible. Ahora existía un dispositivo capaz de transportar materia a través del espacio. Saheeli esperaba haber hecho lo correcto.


Mientras ascendían al piso superior del alojamiento de los jueces, Rashmi miraba por la pared de cristal de la plataforma elevadora. El sol se ponía en Ghirapur y el bullicio del día había dado paso a los silenciosos compases del atardecer. Una corriente suelta de éter serpenteaba entre las cúpulas en espiral de los edificios más altos. Una grulla descendió volando y rozó las aguas relucientes del canal que pasaba por debajo. Mientras la ciudad se recogía para descansar, Rashmi experimentó una sensación de calma que no había tenido desde hacía mucho tiempo. Sostenía el anillo transportador a un lado. Parecía imposible que estuviera allí, a punto de tener una audiencia privada con la eminente cónsul Padeem. En ocasiones, la Panconexión tejía patrones que ni siquiera Rashmi podía interpretar. Aunque había dedicado largo tiempo a estudiar el flujo del éter y a tratar de desmitificar su influencia en la vida, aún consideraba que los momentos como aquel eran los que más atesoraba: los momentos en los que la vida la sorprendía y la gente la asombraba.

–¿Cómo lo has conseguido? –preguntó a Saheeli–. ¿Cómo has convencido a Padeem?

–Ha sido fácil. –Una sonrisa taimada se extendió por el rostro de Saheeli cuando las puertas del elevador se abrieron–. Le conseguiré un asiento en primera fila para los duelos clandestinos del mes que viene.

–¡¿La cónsul Padeem asiste a esos duelos?! –Rashmi estuvo a punto de tropezar cuando bajó de la plataforma.

–Vaya que si lo hace. –Saheeli soltó una risita–. Mitul, ¿se lo explicas tú?

–Poca gente lo sabe y nadie se lo esperaría de un vedalken, pero somos muy ágiles de pensamiento cuando la situación apremia, lo cual nos convierte en duelistas excelentes.

–¿Insinuáis que Padeem era una forjacélere clandestina? –Rashmi se quedó pasmada.

–La mejor de sus tiempos –aclaró Saheeli–. Seguro que aún podría ganar alguna competición.

–¿T-tú también luchas? –preguntó Rashmi a Mitul.

–Bueno, he... He coqueteado con esa afición. –De pronto, Mitul parecía muy interesado en las puertas que se abrían para darles acceso al pequeño recibidor. El vedalken se apresuró a entrar.

Rashmi vio a su compañero con nuevos ojos. En verdad tenía una mente ágil, e imaginaba que su maestría sobre los cálculos geométricos le proporcionaría ventaja en un combate táctico. Al parecer, aquel día aún le deparaba algunas sorpresas.

–Los inventores Rashmi y Mitul tienen una reunión con la estimada jueza Padeem –dijo Saheeli a un funcionario del Consulado que trabajaba detrás de un escritorio.

–Un momento, por favor. –El funcionario se levantó y cruzó una puerta deslizante, dejando a los tres a la espera en el recibidor.

–Os desearía buena suerte, pero no la necesitáis –les dijo Saheeli con una mirada sincera.

–Te lo debemos a ti. –Rashmi inclinó la cabeza–. Gracias por todo lo que has hecho. Infinitas gracias.

–Probablemente podría haberlo hecho mejor –respondió Saheeli encogiéndose de hombros–. Lo... Lo siento. –Bajó la cabeza y miró a Rashmi desde detrás de las pestañas–. ¿Amigas?

–Siempre. –Rashmi se acercó a ella y la abrazó. Cuando se separaron, Saheeli le apretó un brazo.

–Venga, ve a enseñarle a esa bribona vedalken el invento que está a punto de cambiar el mundo.

–Lo haré. –Rashmi apretó con fuerza el transportador mientras la puerta deslizante se abría de nuevo y el funcionario regresaba.

–La cónsul está lista para recibirles.

–¿Preparado? –preguntó Rashmi a Mitul.

–Preparado –confirmó levantando el florero. Siguieron al funcionario al otro lado de la puerta. El pasillo conducía a una pequeña habitación donde Padeem aguardaba recostada en un sillón bien mullido. Rashmi no pudo mirarla sin contemplar a la duelista intrépida que, al parecer, había sido toda una leyenda. La idea le hizo sonreír.

–Inventores Rashmi y Mitul, la venerable cónsul Padeem –anunció el funcionario.

–Bienvenidos. –Padeem les saludó con una amable inclinación de cabeza.

–Pueden ustedes comenzar –indicó el funcionario señalando con el brazo una mesa colocada ante Padeem, sin duda para realizar la demostración.

Mitul se adelantó y colocó el florero en la mesa con sumo cuidado. Cuando se apartó, Rashmi se acercó, levantó el anillo transportador y lo pasó por encima del florero para posarlo en la mesa. No se encontraba del todo dispuesta; exhaló pausada y tranquilamente y observó la Panconexión. Al principio creyó que había desaparecido, pero entonces comprendió que se encontraba inmersa en ella, rodeada de su luz. Aquel era el momento que había perseguido durante tanto tiempo. Ahora que lo había alcanzado, se percató de que ignoraba lo que vendría a continuación. Lo único que sabía era que, después de aquel instante, ya no habría vuelta atrás. Una vez que mostraran a Padeem lo que habían inventado, el mundo nunca volvería a ser igual. Tal vez eso fuera suficiente. Rashmi retrocedió un paso y levantó la mirada hacia la jueza vedalken. Padeem apoyaba la barbilla en las puntas de los dedos.

Ilustración de Matt Stewart

–Muy bien, inventora Rashmi, impresióname.


Archivo de relatos de Kaladesh
Perfil de Planeswalker: Saheeli Rai
Perfil de plano: Kaladesh