En muchos planos, las mantis son criaturas pequeñas. En Tarkir, estas criaturas superan en tamaño a los osos y moran en la región montañosa controlada por los Jeskai.

 


 

En lo alto de una torre jeskai coronada de tejas rojas, el monje Kuhnde permanecía en pie sobre su mantis y oteaba el valle. Un viento frío soplaba contra su piel, pero él no temblaba ni se inmutaba. La mantis se retorcía bajo los pies de Kuhnde, sin dejar de mover los brazos ni de estirar la cabeza en dirección a una presa invisible. Los cabalgadores de mantis saben que sus monturas no les deben lealtad. Incluso una mantis que hubiera servido durante años devoraría a su jinete si este perdiera la concentración por un solo momento.

 

Cabalgador de mantis | Ilustración de Johann Bodin

 

Hay muchos estilos jeskai: el paseo fluvial imita el fluir del agua; el puñodragón, a los antiguos engendros, y la grulla voladora, a los aven salvajes de los picos altos. No existe un nombre para la ceremonia en la que se escoge una senda, pero para los Jeskai, se trata de uno de los acontecimientos más significativos y determinantes de la vida de todo guerrero.

 

Kuhnde empezó a entrenarse con su montura desde muy joven y demostró tener un gran potencial como pupilo. Cuando apenas tenía unos pocos años y estaba aprendiendo a leer, los representantes de diversas fortalezas y disciplinas se reunieron con él. Le dieron algunos minutos para que reflexionase sobre los conceptos básicos de cada estilo y le dijeron que se esforzase al máximo. El maestro de la Fortaleza de Ojosabio evaluó su sigilo, celeridad y astucia, mientras que el instructor de la Fortaleza de Dirgur le ofreció una serie de armas blancas para que Kuhnde las probase. Un especialista aven valoró sus aptitudes para desplazarse por el aire realizando grandes saltos. El mentor de la Fortaleza de Rueda del Río aconsejó a Kuhnde cómo realizar su vertiente del paseo fluvial, mientras que el campeón de la Fortaleza del Monte Cori lo ayudó con las maniobras del puñodragón. Aunque la Escuela de las Perlas no contaba con una fortaleza, su representante observó al niño que intentaba manipular una docena de perlas mientras luchaba. Kuhnde realizó un examen de magia e identificó las fuerzas elementales admitidas por los Jeskai: el almardiente, la nieblardiente y la venardiente. Además, era consciente de que la muerteardiente y la vitardiente estaban prohibidas. Sin embargo, todos los maestros acabaron decepcionados: Kuhnde era competente en todas las disciplinas, pero no alcanzaría el nivel de un experto. No obstante, todos reconocieron que sus aptitudes le permitirían ser un cabalgador de mantis.

 

Kuhnde conoció aquel mismo día a su montura, una mantis que estaba siendo retenida en el suelo por otros cabalgadores. Lo primero que le dijeron fue que jamás debía bajar la guardia. Uno de los especialistas le presentó a su propia mantis y le explicó que la había adiestrado durante años, y que la alimentaba y la lavaba todos los días. Entonces, el cabalgador soltó una de las ataduras de la mantis y el insecto le asestó un zarpazo que le amputó la mano. Kuhnde se asustó al contemplar aquello, pero el maestro le explicó por qué estaba destinado a ser un cabalgador de mantis.

 

Mantis de cumbralta | Ilustración de Igor Kieryluk

 

―No existe forma alguna de domar a una mantis ―afirmó―. Hay que dominar elementos de todas las disciplinas para aprender a mantenerse siempre atento y controlar a estos animales; en ocasiones, ha de hacerse mientras se lucha contra un enemigo. También es necesario ser consciente de todas las variables, anticipar todas las consecuencias y reaccionar en apenas un segundo a todo lo que sucede y lo que podría suceder. Ejercerás un frágil control sobre una criatura que será la mayor amenaza para ti.

 

Kuhnde se sintió honrado. Era joven y mostró entusiasmo ante la promesa de que lograría algo prestigioso. Cuando comenzó a entrenar, descubrió lo especial que sería su senda. Cada cabalgador de mantis podía trabajar con la disciplina específica necesaria para dominar a su bestia. Algunos requerían un mayor aprendizaje de la tradición de Rueda del Río para mantenerse sobre sus monturas; otros pasaban un tiempo en la Fortaleza de Dirgur y aprendían a conservar el equilibrio mientras blandían su lanza.

 

Kuhnde necesitó veinte años para aprender a cabalgar sobre su mantis. Aunque estaba oteando el valle, tenía que centrarse en dónde apoyaba su peso, dónde debía apoyar su lanza y cómo debía tirar de las riendas. Permanecía atento y reaccionaba a los movimientos súbitos de la mantis o al batir de sus alas. El zumbido que emitían al volar era muy agudo y apenas se podía percibir en pleno vuelo; normalmente, solo los Jeskai eran lo bastante silenciosos como para oír a una mantis aproximándose. Kuhnde conocía a la suya y sabía distinguir qué significaban los cambios en el tono y la velocidad del zumbido: como era muy inquieta, daba a entender que quería moverse.

 

Kuhnde permitió que volase con libertad y solo la guiaba cuando se acercaba demasiado a las ventanas de las torres, donde estaban estudiando los demás pupilos. Por muy entrenadas que estuviesen las mantis, siempre existía el riesgo de que dejasen de obedecer las instrucciones de sus maestros. Se decía que uno de los primeros cabalgadores de mantis había llevado a la suya a una aldea, pero entonces la bestia sintió un arrebato de furia, causando estragos y matando a muchas personas, a pesar de las órdenes de su amo. Por tanto, los cabalgadores de mantis ya no permitían que sus animales se acercasen a la gente, para evitar accidentes similares.

 

La mantis de Kuhnde giró la cabeza y él percibió que había movimiento al pie de la montaña. Fuese lo que fuese, se encontraba bajo un hechizo de ocultación, y Kuhnde sabía que debía ser cauto contra un oponente camuflado. Los Jeskai utilizaban aquella clase de magia para contar con el elemento sorpresa, para ocultar su identidad o para explorar tierras desconocidas. También podían usarla para tender emboscadas mágicas contra sus enemigos, así que Kuhnde era consciente de que aquello podía representar un peligro para el monasterio. El orbe brillante seguía ascendiendo por la falda de la montaña y el monje cambió la posición de los pies para indicar a su mantis que iban a salirle al encuentro.

 

Recordatorio de metamorfosis | Ilustración de Raymond Swanland

 

El humano y la mantis se lanzaron contra la esfera de energía ambarina. Cuando se acercaron, el orbe cambió de trayectoria para seguir ascendiendo, pero no hacia ellos. Kuhnde se tensó y alzó la lanza. Ordenó a la mantis que bajase más, para tratar de llevar a la esfera lejos del monasterio. Aun así, prefirió no acercarse demasiado ni atacar, ya que no sabía qué podía esconderse en el interior. La mantis se dirigió hacia los lagos en el fondo del valle. Kuhnde se giró para comprobar a qué distancia estaba el enemigo, pero vio que había retomado el ascenso hacia la cumbre. El monje cargó su peso en una pierna para virar a la mantis y se preparó para anticipar el giro brusco y no precipitarse contra el suelo.

 

Poco después, empezaron a volar a ras de suelo, cerca de la veloz esfera. Kuhnde notó que su mantis empezaba a dar sacudidas, así que presionó con el pie la cabeza de su montura y asestó una lanzada al orbe. Se oyó un gran chirrido que seguramente habría llegado al monasterio y la magia se disipó. De repente, un fénix surgió de la esfera de energía y se lanzó al ataque.

 

Fénix nubecinéreo | Ilustración de Howard Lyon

 

Aquella bestia era enorme, del tamaño de la mantis de Kuhnde. El ave fulguró y lanzó cuchilladas con sus garras. Las alas del fénix despedían un rocío de fuego que calcinaba la tierra, pero el animal había expuesto el vientre. Kuhnde hizo que su mantis pasase al ataque y acuchillase al fénix; las garras más largas de la mantis rajaron a su enemigo y de la herida brotaron sangre y llamas. El fénix volvió a chirriar y alzó el vuelo. Kuhnde comprendió que estaba tratando de huir, seguramente para aterrizar y recuperar fuerzas, pero estaba dirigiéndose hacia el monasterio. Normalmente, no habría que alarmarse porque un pájaro se adentrase en el recinto... pero aquel ave era una fuerza de la naturaleza y dejaba una estela de llamas a su paso.

 

Kuhnde veía que el fénix estaba volando hacia la torre superior, que albergaba la biblioteca de la fortaleza; aquel era el edificio menos indicado para defenderse de un invasor ígneo. Los pergaminos en sí no eran importantes, pero la información que contenían debía preservarse a toda costa. Kuhnde no había tenido que entrenarse siguiendo las enseñanzas de las escrituras y sabía que algunos de los djinn que las protegían nunca las habían leído, así que no sentía un aprecio especial por ellas. Sin embargo, sabía que muchos Jeskai atesoraban aquellas palabras más que un Sultai aprecia su oro. Por tanto, el monje arriesgaría su vida por defenderlas.

 

Kuhnde obligó a su mantis a que volase más rápido, ignorando los vientos helados que se arremolinaban alrededor. El fénix, herido, volaba más despacio. Kuhnde volvió a golpearlo con la lanza y atravesó al fénix cerca de la base de un ala. La bestia reaccionó chirriando de dolor y prendiendo su cuerpo en llamas. El monje sabía que el fuego lo había alcanzado, pero tenía el cuerpo tan entumecido por el frío que no sintió dolor alguno. Su mantis empezó a descender y supo el motivo antes de verlo: le ardían las alas. Kuhnde se aferró al cuerpo del insecto, que caía junto al fénix herido. Ambas bestias se estrellaron contra la falda de la montaña y rodaron estruendosamente hasta el pie.

 

Kuhnde se agarró con todas sus fuerzas mientras descendían por la pendiente, pero relajó los músculos cuando empezaron a detenerse, para evitar lesionarse. Su mantis se había abrasado y había perdido las alas y una gran parte del caparazón; sus vísceras se derramaron en la tierra. El fénix yacía boca arriba junto a una roca y era evidente que se había roto las alas. La gran ave era incapaz de girar sobre sí misma. Kuhnde se volvió hacia la mantis; había sido su compañera durante veinte años y ahora estaba moribunda. Sin embargo, el insecto no comprendía su situación y trataba de golpear a Kuhnde, moviendo la cabeza y lanzando chasquidos como hacía siempre que intentaba matar y devorar a quien estuviese ante ella.

 

Kuhnde no se tomó aquello como algo personal; se había entrenado para no hacerlo. Aunque sentía un dolor intenso en el hombro debido a una contusión, recogió la lanza. Con un movimiento veloz y preciso, el monje empaló la cabeza de la mantis para poner fin a su sufrimiento, pero las mandíbulas del animal siguieron buscando la carne humana durante unos segundos. Luego, Kuhnde se volvió hacia el fénix. Incluso estando herido, seguía siendo una amenaza para el monasterio, pero si lo matase, tan solo resucitaría más fuerte que antes.

 

Al final, Kuhnde hizo acopio de todo su saber, su entrenamiento y sus años de disciplina para establecer las bases de una nueva senda. Se acercó al fénix y utilizó la lanza para ayudar al ave a darse la vuelta. La bestia trató de morderlo, pero el monje la golpeó en el pico con el asta de la lanza. El pájaro quedó aturdido, pero después estalló en llamas, furioso. Kuhnde volvió a atizarle en el pico. El fénix graznó, pero aquella vez fue más de dolor que de ira. El monje había descubierto muchas cosas entrenando a una mantis, pero lo cierto era que solo había aprendido a cabalgar sobre una en concreto. Jamás había oído decir que alguien hubiese sido capaz de domar a un fénix, pero estaba seguro de que, con el tiempo, crearía y dominaría una nueva disciplina, aunque le llevaría muchísimos años.