HUATLI, EN KALADESH

Huatli no podía dejar de sonreír.

Había aparecido en una ciudad completamente distinta de todas las que conocía. El clima era cálido, igual que en su hogar, pero ese era el único parecido. La ciudad vibraba con creatividad e ingenio y Huatli se maravillaba contemplando los edificios, los aparatos y las... cosas que habían creado allí. ¡Esferas enormes que llevaban a la gente de un sitio a otro! ¡Criaturitas metálicas que repartían cartas y paquetes! Huatli paseó por un mercado que olía a especias desconocidas y observó las peculiares corrientes azuladas que serpenteaban en el cielo cuales ríos. Los ciudadanos caminaban rápido y hablaban todavía más rápido, y los puestos del mercado estaban repletos de inventos hermosos. Pero lo más maravilloso de todo era la diversidad de especies que convivían allí: humanos, gente baja y fornida, individuos altos de piel azul (¡y con seis dedos en cada mano!) y seres de piel semejante al carbón y con una luz azul clara fluyendo bajo la piel. Huatli estaba eufórica por haber tenido la oportunidad de conocer a toda aquella gente.

Los tamales que le había dado su familia no habían sobrevivido al viaje (habían quedado reducidos a un polvo incomestible en alguna parte del espacio metafísico entre Ixalan y aquel mundo), así que intercambió un trozo de ámbar por un saquito lleno de monedas bastante curiosas. Las piezas tintineaban en la mochila mientras recorría las calles y Huatli se preguntó si sería capaz de encontrar una pensión en un lugar tan ajetreado y abrumador.

Durante el paseo por la ciudad, algunas personas le dirigían miradas extrañas, pero enseguida venían acompañadas de elogios por el diseño detallado de su armadura.

—¡Menudo acabado! Dime, ¿quién es tu artífice? —le preguntaban, pero Huatli solo podía responder sonriendo con educación y diciendo que no sabía a qué se referían.

Decidió pedirle a un tendero que le recomendase un lugar interesante para los forasteros, y el amable señor le explicó cómo llegar a una gran plaza al aire libre en el corazón de la ciudad. Allí descubrió una exhibición llena de gente sentada en torno a una tarima, junto a la que había una carpa de grandes dimensiones.

Huatli se fijó en un pequeño grupo entre el público: todos ellos tomaban notas en sus cuadernos utilizando diversos utensilios de escritura. Había encontrado a los suyos. Fue a sentarse junto a ellos y extrajo su propio cuaderno y lápiz.

Una persona salió al escenario; tenía la piel negra como el carbón y unas grietas profundas revelaban los remolinos de luz azulada bajo la dermis. Lucía una exquisita vestimenta de seda que dotaba de una fluidez elegante a su extraño cuerpo medio desvanecido. Saludó al público y le respondieron con un aplauso. Los cronistas prepararon los lápices y se hicieron preguntas unos a otros, y Huatli se sintió entusiasmada con el ambiente. El ser del escenario pidió silencio con un gesto e hizo un ademán ostentoso para señalar un objeto tapado con un paño en el borde de la tarima.

—¡Bienvenidos a la presentación, mis queridos invitados!

Su voz suave y jovial captó la atención del público.

—Al igual que muchos de vosotros, he dedicado mi existencia a mejorar las vidas del prójimo. La cultura etergénita se fundamenta en la idea de aprovechar al máximo el tiempo del que disponemos, de celebrar el glorioso éxtasis de vivir. Todas las cosas tocan a su fin, pero ¿y si ese fin resultara más soportable para quienes debemos encontrarnos antes con él?

El público murmuraba mientras aquella persona ("¿el ser etergénito?") retiraba el paño que ocultaba el objeto, revelando una hermosa caja dorada.

—Os presento el regulador de éter, un instrumento no diseñado para regular la energía de los aparatos que emplean éter, sino pensado para la gente compuesta de éter. ¡Se trata de un dispositivo médico que aliviará los síntomas desagradables de la disipación y ofrecerá a la gente etergénita un regreso indoloro y más digno al ciclo del éter!

La multitud aplaudió con júbilo y los cronistas registraron el evento a toda prisa.

Huatli estaba encandilada. Su cerebro intentaba asimilar el mensaje del inventor; se sentía maravillada al ver aquella fusión de ciencia y empatía. Quería hacer montones de preguntas: ¿cómo funcionaba?, ¿qué era el ciclo del éter?, ¿cuán revolucionario sería aquel dispositivo para una especie que ella solo conocía desde hacía unos minutos? Huatli sintió que le tiraban de un hombro. Al girarse, se topó cara a cara con una joven de edad similar a la suya.

Saheeli Rai
Saheeli Rai | Ilustración de Willian Murai

La desconocida la miró con preocupación y se acercó a Huatli para hablarle en voz baja:

—¿Eres de aquí?

—No, soy una... forastera.

La joven echó un vistazo a un lado y a otro y se acercó aún más.

—¿Forastera en la ciudad... o en el plano?

—¡¿Tú también eres una Planeswalker?! —dedujo Huatli para su sorpresa.

—¡No grites! —se alarmó la muchacha haciendo aspavientos, e inmediatamente se llevó a Huatli lejos de la tarima.

Se abrieron paso entre el gentío, aunque no sin dificultades, ya que la gente se acercaba constantemente a la joven para pedirle un autógrafo. Cuando por fin dejaron atrás la multitud, se dirigieron a un parque cercano. En él había estatuas imponentes a ambos lados del camino principal y Huatli supuso que sus posturas audaces reflejaban los grandes logros de los individuos representados.

—Perdón por la brusquedad de antes. Me llamo Saheeli —se presentó la chica—. Tienes un atuendo increíble y he supuesto que tú también podías ser una Planeswalker.

—Encantada de conocerte, Saheeli. Yo soy Huatli y estoy viajando fuera de mi mundo por primera vez. ¿Cómo se llama este?

—El plano es Kaladesh y la ciudad se llama Ghirapur. Has llegado en buen momento, la verdad. ¿De dónde eres?

Huatli se paró a pensarlo y se sentó en un banco. Las corrientes azuladas que surcaban el cielo seguían distrayéndola.

—Procedo de un continente llamado Ixalan y supongo que mi plano también se llama así.

—¿Ixalan? Nunca había oído hablar de él. Cuéntame, ¿cómo es tu hogar? —pidió Saheeli con una sonrisa.

Huatli se tomó unos segundos para meditar la respuesta. ¿Cómo describiría Ixalan a alguien que nunca había estado allí?

"De la mejor manera que sé".

—Ixalan, reino brillante como el sol.
Su cielo, cargado de luz,
su tierra, oscura y vivaz.
Horizontes copados de verde,
dinosaurios acuden al canto de mi gente.

—¿Qué es un dinosaurio? —preguntó Saheeli con curiosidad.

—¿Cómo? —se extrañó Huatli—. Son todos esos animales con escamas y plumas.

Saheeli enarcó una ceja, confusa.

—Algunos apenas te llegan a las rodillas y otros son altos como edificios. ¿Aquí no hay dinosaurios?

—No, ¡pero me han entrado ganas de crear uno! —Saheeli sonrió de oreja a oreja y levantó a Huatli de un tirón—. Tú y yo nos vamos ahora mismo a mi taller para que me los describas. ¡Necesitaba ideas para un nuevo proyecto!

—¿Crees que podré ayudarte? —dudó Huatli, risueña, mientras se dejaba llevar.

—¡Claro que sí! Tú eres la experta, mi fuente de inspiración. ¡Quiero que me cuentes todo lo que sepas sobre los dinosaurios!

Huatli se sentía eufórica y su viaje no había hecho más que empezar.

Estaba exactamente donde necesitaba estar.

Las dos Planeswalkers pasearon alegremente en dirección al taller de Saheeli.

Y Huatli le contó a su nueva amiga las historias de su hogar.


ANGRATH

Todo seguía tal como lo recordaba.

La calle era ancha y polvorienta, salpicada de negocios que llevaban allí desde antes de que él naciera. Era un lugar tranquilo, casi aletargado, y Angrath se alegró de que apenas hubiera cambiado.

Una pequeña columna de humo se elevaba desde la chimenea de su herrería. Junto a la puerta colgaba un letrero con caligrafía angulosa: "ABIERTO", ponía en él. El edificio era poco más que una choza en la linde del pueblo, pero era su choza en la linde del pueblo. En el cobertizo lateral había pilas de hierro y otros metales, además de utensilios y armas colocados en un estante y etiquetados para distinguir cada pedido.

Las orejas de Angrath se crisparon cuando oyó un entrechocar metálico y el chisporroteo del agua.

Se aproximó a la entrada y sus cadenas tintinearon con cada paso que dio.

Angrath se agachó un poco para no golpearse la cabeza contra el marco de la puerta (la madera seguía abollada de las muchas veces que se había olvidado) e hizo una breve pausa antes de levantar la vista hacia la fragua.

Dos herreras separaron la mirada de sus respectivos yunques. Eran tan altas como lo había sido su madre. Llevaban gruesos delantales de cuero y en los cuernos lucían las alhajas que solían ponerse las jóvenes solteras.

Las dos abrieron los ojos de par en par y una de ellas soltó un bufido de asombro, mientras que a la otra se le tensaron las orejas por la sorpresa. La primera olisqueó el aire y tembló de la emoción.

—¿Papá?

Dos pequeñas volutas de vapor surgieron de las mejillas de Angrath cuando las lágrimas tocaron la piel. El minotauro sonrió con ternura.

—Rumi, Jamira, he vuelto a casa.


VRASKA

Surcar la Eternidad Invisible resultó casi extraño después de no haberlo hecho durante tanto tiempo. Se adentró en ella justo después de que el portal planar se cerrara y, tan rápido como abandonó Ixalan, Vraska regresó a su hogar en Rávnica.

La vivienda conservaba el aroma de siempre. Vraska se sentía realmente satisfecha por haber terminado el trabajo.

Lo primero que hizo fue caminar hasta su sillón preferido y recoger el libro de historia que había dejado a medias antes de marcharse. Entre las páginas había una carta nueva.

En ella aparecían dos únicas palabras: "PLANO DE MEDITACIÓN", escritas con una conocida caligrafía elegante.

Vraska sonrió al leer el mensaje. Alegremente, se quitó la gabardina y se cambió aquella ropa empapada de sudor; no tenía por qué apresurarse, al fin y al cabo. Volvió a recoger el libro y fue a colocarlo en la estantería. Cuando lo dejó en su sitio, sus ojos vagaron hacia una obra que no había leído desde hacía tiempo. Se quedó mirando el libro, lo sacó de entre el resto y lo dejó distraídamente en la mesa junto al sillón.

Tendría que esperar hasta después de reunirse con el dragón, desde luego.

Una vez dispuesta a partir, abandonó Rávnica a través de una grieta negra en el aire y se dirigió al plano de meditación.

Nicol Bolas la aguardaba.

Vraska aterrizó en el agua que ya conocía, rodeada por la misma jaula mágica. Realizó a la perfección el hechizo para abrirla y la jaula se desvaneció.

Entonces levantó la mirada hacia el dragón y este se la devolvió.

—He hecho lo que me pediste —afirmó Vraska—. Puedes comprobarlo.

Y así hizo él.

Nicol Bolas escrutó cada rincón de su mente con una minuciosidad que Vraska llegó a sentir. Buscó hasta el último de sus recuerdos de Ixalan y los revisó en una fracción de segundo. Vraska se encogió con aquella sensación; era como si le estuvieran fregando la mente hasta dejarla limpia.

Guardó silencio mientras su patrón leía sus recuerdos como si fueran un mural. A Vraska no le importaba, ya que se sentía orgullosa de su labor.

Recordaba internarse en solitario río arriba...

zambullirse en el río que conducía a la ciudad...

ver a una esfinge enfurecida en Orazca...

y situarse sobre el Sol Inmortal para convertir en oro a aquella esfinge y a decenas de enemigos.

Vraska lo recordaba todo con claridad y no tuvo inconveniente en dejar que Nicol Bolas le inspeccionara la mente.

Entonces, la sensación cesó de pronto. El dragón abandonó su mente y Vraska vio cuán satisfecho estaba con el resultado:

Nicol Bolas prácticamente irradiaba deleite.

El dragón cerró las garras, contento con lo que había visto.

Bien hecho, Vraska. Te recompensaré por tu lealtad.

Tras recuperar el dominio de su mente, Vraska hizo una reverencia y notó que algo se manifestaba en un bolsillo.

Ten tu obsequio, fiel sirviente. Te has ganado un reino que gobernar a tu antojo.

—Gracias por confiar en mí.

El agradecimiento he de dártelo yo a ti. Sería un placer contar contigo de nuevo en el futuro.

—Ya sabes cómo contactar conmigo —respondió ella con actitud profesional.

Nicol Bolas dio por concluido el asunto, hizo un gesto para invitarla a abandonar el plano y Vraska se marchó sin demora.

La reunión solo había durado unos minutos. Al regresar a casa, Vraska se sintió... confundida.

Su patrón había quedado satisfecho, pero ella tenía la impresión de que Nicol Bolas había pasado por alto algún detalle importante... ¿O tal vez fuese ella quién lo había hecho? Se sentía intranquila, aunque no recordaba nada que hubiera podido perder... ni por qué.

Vraska dejó a un lado aquella inquietud. El dragón había conseguido lo que quería, ¡y ella también! Metió la mano en el bolsillo y sacó un papel con una nota:

"ESTÁ SOLO Y CONFINADO EN EL LUGAR INDICADO A CONTINUACIÓN", ponía con la misma caligrafía esmerada de los mensajes anteriores de Nicol Bolas. "ENHORABUENA, LÍDER DE GREMIO VRASKA". La dirección incluida bajo el mensaje señalaba un rincón casi despoblado de la ciudad. El lugar idóneo para ocuparse de la escoria con métodos apropiadamente siniestros.

Vraska sonrió y fue a asearse. Le esperaba una noche divertida y decidió que debía sentirse y presentarse de la mejor manera posible. Su objetivo podía esperar algunas horas más.

Se limpió la cara con un paño húmedo, puso agua a hervir al fuego y se sentó a leer las memorias que había sacado de la estantería. Una vez sosegada, Vraska meditó qué le diría a Jarad antes de petrificarlo.


JACE

Jace permaneció envuelto en un manto de invisibilidad mientras el Sol Inmortal se desvanecía y Vraska abandonaba Ixalan. Varias caras conocidas cayeron del techo y se estrellaron contra el suelo cuando el Sol desapareció. Oculto a la perfección, Jace observó cómo el minotauro se marchaba del plano soltando improperios y los demás comenzaban a discutir.

Malcolm y Calzón seguían en la sala de arriba. Jace entró en contacto con Malcolm (el más fiable de los dos, sin duda alguna) y le envió un mensaje sencillo que le hizo detenerse.

La capitana ha conseguido ponerse a salvo, pero ha tenido que huir muy lejos —explicó Jace eligiendo las palabras con cuidado—. Yo también debo desaparecer durante un tiempo, pero quiero que le digas a la tripulación que todos vosotros sois muy importantes para mí.

Siempre seremos camaradas, Jace —respondió una voz de tenor en la mente de Jace—. Has sido un pirata excelente.

¿Quién dice que vaya a dejar de serlo? —pensó Jace con una sonrisa—. Armad un buen follón, Malcolm.

Tú también, Jace.

Jace cortó el lazo y sintió marchar a Malcolm, cuya mente se alejaba cada vez más.

Esperó a que todo el mundo se marchara de los aposentos de Azor y volvió a tornarse visible.

Sabía que debía poner rumbo a Dominaria, pero se detuvo.

La brisa crepuscular de Ixalan soplaba en el santuario. El trino de las aves nocturnas y los rugidos de los dinosaurios reverberaban sobre el zumbido de los insectos a la luz del sol poniente.

Sus pensamientos vagaron hacia la promesa de café y libros. Pensar en ello hizo que algo revoloteara en su interior, cual hoja al viento. Recordó la voz de la capitana, llena de confianza en sí misma y amor propio, sin importar los aterradores dones con los que había nacido. Por fin conocía a alguien que comprendía lo que significaba aquella carga. Vraska haría lo que fuera por su comunidad y había sacrificado una parte de sí misma para garantizar la supervivencia de Rávnica.

En verdad era memorable.

Y ella pensaba lo mismo de él.

Jace sonrió para sí y echó un vistazo al santuario. Era un lugar hermoso, a pesar del enorme agujero en el techo. Ixalan era un mundo extraño, extravagante y extraordinario. Jace esperaba tener ocasión de regresar junto a Vraska en el futuro. Ver de nuevo a la tripulación del Beligerante. Organizar algunas incursiones solo porque sí. Sin embargo, aquello tendría que esperar, ya que no quería volverse como Azor.

Jace bajó la cabeza y se miró a sí mismo.

El bronceado era real. Los rasguños, las manos callosas y los músculos (¡los músculos!) estaban allí de verdad. Jace se sintió orgulloso de su cuerpo por primera vez en su vida. Ahora no debía echarlo a perder. Gideon estaría encantado de ayudar; de hecho, llevaba más de un año intentando obligarle a seguir una tabla de ejercicios diarios.

Un pensamiento detuvo en seco las divagaciones de Jace: "¿Y yo qué les digo a los demás cuando los encuentre?".

Jace empezó a perder la calma. "¿Conocerá alguno a Vraska? ¿Y si están en medio de otro asunto? ¿Qué haré si ya se han ido y no consigo explicarles lo de Rávnica? ¿Habrán vuelto a Innistrad, Kaladesh... o Zendikar? ¡No estarán con Ugin! ¡¿Cómo rayos le explico lo de Azor a Ugin?! «Mira, ¿te acuerdas de ese amigo tuyo con el que no hablas desde hace un milenio? Pues lo he encerrado en una isla porque es un tipejo horrible. Aparte, querías usarme como cebo para llevar a Nicol Bolas a Ixalan y atraparlo allí, ¿verdad? ¿Qué te ocurrió en Tarkir? ¿Y es verdad que todo lo que has hecho era para intentar detener a Bolas? Porque, en ese caso, más vale que espabiles»".

Se sentía diminuto. Ninguna de aquellas dudas servía de nada en ese momento. Darle vueltas a todo aquello no ayudaría a defender su hogar. Decidió dejar las inquietudes a un lado. Rávnica era lo primero. Jace era el Pacto Viviente, pero también era más que eso. En sus labios se dibujó una media sonrisa. "Soy el responsable de trazar un plan para que una capitana pirata sabotee los planes de un dragón. Ese soy yo".

Los aposentos de Azor se habían sumido en la penumbra. En la jungla danzaban pequeñas luces y la luz de la luna bañaba las copas de los árboles.

Jace no podía demorarse más.

Caminar entre los planos podía resultar complicado. No había un método perfecto para hacerlo y, normalmente, solo se podía llegar con facilidad a los mundos ya visitados. Para viajar a un plano nuevo, lo más habitual era concentrarse en buscar a un Planeswalker conocido. El primer impulso de Jace para encontrar a sus amigos en Dominaria fue centrarse en Liliana, pero la idea le dio que pensar. Lo que sentía ahora por ella no se parecía en nada al afecto. Tenía una impresión más enfermiza. El vínculo entre ellos le parecía anémico, viejo e inquietante, más parecido al temor que al cariño. Aquellas sensaciones intranquilizaban a Jace, de modo que decidió concentrarse en los otros.

La radiante bondad de Gideon brillaba como un faro en la Eternidad Invisible, así que optó por buscarlo a él primero.

Jace notó que su cuerpo titilaba y se desvanecía. Se internó en el éter, acostumbrado al sonido y la luz que lo recibían allí.

Omniscience
Omnisciencia | Ilustración de Jason Chan

Sin embargo, algo no cuadraba.

Gideon estaba desplazándose por Dominaria..., pero no al ritmo que tendría a pie o sobre una montura, sino muchísimo más rápido de lo normal.

"¿Cómo es posible que se mueva tan deprisa?".

El pulso se le aceleró al comprender que debería apuntar y saltar.

Jace ajustó su trayectoria a través del éter, no perdió de vista la posición de Gideon y midió la velocidad a la que se desplazaba. Entonces pegó los brazos al cuerpo, alteró su propio rumbo adecuándolo a la velocidad de la cosa en la que quisiera que iba a aterrizar y notó la proximidad del velo de Dominaria.

No pudo ver su destino exacto, por supuesto, pero se hizo una idea general del tamaño y la forma de la cosa a la que había apuntado. Lo que más le sorprendió era que Gideon se movía a una velocidad desmedida. Soltó una maldición y ajustó su trayectoria otra vez. "¡¿Se puede saber en qué viaja?!".

Jace era plenamente consciente de que, si erraba el salto, se manifestaría en medio de un cuerpo sólido... o delante del mismo, justo a tiempo para que lo arrollase.

Las partes de su cerebro que no se concentraban en el viaje y la trayectoria se convirtieron en un coro de improperios. Tuvo el pensamiento pasajero de que Vraska se sentiría orgullosa de cuánto había ampliado su vocabulario.

A través del éter, Jace percibió la presencia de Gideon, su objetivo, y se concentró para frenar lo justo para no materializarse en medio de otra materia sólida.

Jace surgió violentamente del éter y se estampó de inmediato contra una pared. Tenía la respiración descontrolada y soltó un largo suspiro, para luego respirar el aire de un plano nuevo.

Lo primero que oyó fueron el crujido de la madera y el zumbido reconfortante de una máquina.

Se dio cuenta de que había aterrizado sobre algo un poco viscoso y levantó la cabeza para ver si había alguien cerca.

En efecto, estaba en una sala llena de gente con los ojos clavados en él.

Aún resollando, Jace saludó a todos, claramente incómodo.

—Hola. Muy buenas. Y perdón. No sabía si acertaría con el aterrizaje, la verdad. He tenido que ajustar la trayectoria a vuestra velocidad. —Jace sacudió las manos para quitarse de encima los nervios y soltó una risita—. ¡Ufff! Nunca había aparecido en un objeto en movimiento. ¿Qué es este vehículo y con qué funciona? ¿A qué velocidad viajamos? —preguntó sin parar mientras señalaba los alrededores, aunque sin saber qué señalar exactamente.

Jace miró a todos los desconocidos, pero no obtuvo ninguna aclaración, sino expresiones de desconcierto. Entonces oyó unos pisotones apresurados contra el suelo metálico y Gideon apareció deslizándose por una puerta lateral, con los ojos como platos por la sorpresa y el rostro embargado de emoción. Aquel era un hombre tan feliz que estaba a punto de llorar por ver que Jace seguía vivo. Aquel era un amigo.

—¡Gideon, no me he muerto! —saludó Jace con euforia.

Gideon corrió a abrazarlo, pero una de las personas en la sala se interpuso en su camino. Era una mujer de unos setenta años. Vestía un grueso atuendo rojo y recogía sus cabellos argentinos en una trenza suelta, un tanto encrespada. La mujer observó a Jace de arriba abajo con una sonrisa distante y divertida en la comisura de los labios. Entonces miró de soslayo a Gideon y arqueó una ceja.

—¿Quién es este pipiolo?


Apatzec sonreía mientras observaba su xocolātl meciéndose de un lado a otro en la taza. La bebida casi se derramaba con cada paso retumbante del saurópodo que transportaba la caravana, dejando el líquido en un borde hasta que la gravedad lo arrastraba abajo, para luego elevarse hacia el otro. El dinosaurio avanzaba a paso lento, pero constante, acompasado con el corazón del emperador Apatzec III.

Una parte de él se preguntaba si los Heraldos del Río planeaban reclamar Orazca antes que ellos, pero el resto de él recordaba lo débiles de carácter que eran. No le costaría cumplir su objetivo.

Para emprender el viaje a Orazca, habían atado su plataforma al altisaurio más robusto del Imperio del Sol, y Apatzec disfrutaba enormemente del trayecto. Como emperador, rara vez tenía necesidad de salir del palacio, por lo que la plataforma procesional se había llenado de polvo. Sin embargo, el regreso de Huatli (y del dinosaurio que había traído consigo) le dio motivos para ordenar que sus súbditos limpiaran su transporte e hicieran los preparativos para el viaje.

Aunque Huatli había insistido en llegar a un acuerdo de paz, Apatzec reconocía las cosas que le pertenecían. Había enviado inmediatamente un batallón de sus mejores caballeros a despejar la ciudad, y ahora se dirigía allí para reivindicarla en nombre del Imperio del Sol.

La misión había sido todo un éxito: la ciudad estaba vacía. Los Heraldos del Río ni siquiera habían intentado disputar el control.

Los chapiteles dorados de Orazca despuntaban entre las copas de los árboles. Atravesaban el cielo cuales agujas y resplandecían como joyas bajo el sol del atardecer. Apatzec se maravilló al contemplarlas y se preguntó cómo describirían aquella escena los poetas del futuro. El emperador no era dado a emplear un lenguaje florido. Simplemente, se sentía satisfecho por haber logrado lo que su madre no había conseguido.

Orazca por fin apareció entre el paisaje. Los árboles dieron paso a innumerables columnas de oro cuando se adentraron en la ciudad. Los edificios alcanzaban tales alturas que Apatzec se preguntó cómo sus ancestros habían erigido obras de semejantes dimensiones. Incluso el altisaurio imperial pudo cruzar sin dificultades la arcada principal.

Con algo de ayuda, Apatzec bajó de la plataforma. La procesión se detuvo ante lo que parecía el templo central, con cientos de caballeros aguardando su llegada. Un sacerdote le puso un manto de plumas sobre los hombros y se entregó un cetro de ámbar.

Apatzec notaba la carga de sus ancestros en el manto, la presencia de una estirpe ininterrumpida de emperadores. Se sintió inmensamente orgulloso de reivindicar lo que habían perdido. Se volvió hacia su pueblo y sonrió.

—Orazca vuelve a ser nuestra —anunció alzando la voz—. Los tres aspectos del sol refulgen en este día, y así comienza una nueva era de conquista para el Imperio del Sol. Ixalan nos pertenece... y Torrezón será nuestro siguiente destino.


Archivo de relatos de Rivales de Ixalan
Perfil de Planeswalker: Huatli
Perfil de Planeswalker: Saheeli
Perfil de Planeswalker: Angrath
Perfil de Planeswalker: Vraska
Perfil de Planeswalker: Nicol Bolas
Perfil de Planeswalker: Jace Beleren
Perfil de plano: Ixalan


Magic Story regresará en marzo de 2018. Nos vemos en Dominaria.

Equipo narrativo de Magic: The Gathering:

Escritores – Alison Luhrs y Kelly Digges
Editor – Gregg Luben

Desarrollo de la historia de Ixalan:

James Wyatt (líder creativo)
Chris L'etoile
Doug Beyer

Agradecimientos especiales:

Jenna Helland
Ken Troop