La batalla de Thraben
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La última vez que vimos a Jace, acababa de contemplar por primera vez al tercer titán eldrazi, Emrakul. Al darse cuenta de la gravedad de la situación, el mago mental decidió marcharse inmediatamente a Zendikar para ir en busca de los Guardianes, consciente de que deberían darlo todo para destruir a aquella monstruosidad sobrenatural.
Jace se estremeció involuntariamente al abrir los ojos en Innistrad. El aire era bastante más frío en aquel plano. Los olores y la sensación general también eran distintos. Había un aroma extraño en el ambiente, casi metálico. Cuando espiró el aire de Zendikar e inspiró el de Innistrad, sintió el contraste: el aire era más espeso en aquel plano, hasta el punto de que la primera respiración le provocó un ligero malestar.
El cielo se estaba desgarrando. Las nubes de tormenta se arremolinaban como si hubiera vendavales soplando desde todas direcciones y no se veía luz solar en todo el horizonte. El crepúsculo constante del plano había dado paso a un resplandor purpúreo. Los ojos de Jace no quisieron adaptarse a la oscuridad y resistieron todo lo posible. Tuvo que entrecerrarlos para observar el horizonte, el agujero en la realidad, y trató de centrarse. "Céntrate". "Céntrate". Sus pensamientos parecían una carga en aquel lugar, como un saco de arroz pegajoso encima del cuello. Empapados, molidos, escurridizos...
Una campanilla tintineó en su mente. O quizá fuese el recuerdo de un tintineo. Un recordatorio de sí mismo. La vista de Jace al fin se despejó.
Se hallaba en lo alto de una colina en las afueras de Thraben, desde donde podía otear la ciudad. La mitad estaba en llamas. Las batallas dominaban las calles. Antorchas. Gritos. Lamentos. No supo distinguir si los oía en la lejanía o si los sentía en sus propias carnes. Y encima de aquella escena, en el cielo... No se atrevió a mirar. Todavía no.
Un nuevo conjunto de sonidos dirigió la atención de Jace a un problema más claro e inmediato. Gruñidos. Rugidos. Ojos con un repugnante brillo verde en la oscuridad.
―Licántropos, otra vez... ―murmuró Jace para sí. Proyectó la mente hacia las tinieblas y rozó los pensamientos que encontró allí. Eran tres, sumidos en la locura y convertidos en cosas que apenas reconocía. Cuando salieron reptando de las sombras, los vio claramente. Tenían el pelaje agrietado y su piel presentaba el mismo patrón entramado que había visto cubriendo todo tipo de materia orgánica de Innistrad.
Jace formó un vínculo, pero las mentes de los licántropos se habían deteriorado demasiado como para salvarlas. El asalto mental que lanzó de inmediato no tuvo nada de sutil: se apoderó de los sentidos de los monstruos y los sobrecargó con luz cegadora, ruidos ensordecedores y olores asfixiantes. No fue una tarea bonita, pero necesitaba establecer un perímetro seguro para cuando llegasen los demás.
Dos de los licántropos gimieron y se desplomaron entre espasmos hasta que finalmente yacieron inmóviles. El último de los tres... ¿se echó a reír? Jace sintió que la mente del ser cambiaba, se adaptaba y crecía en respuesta al asalto. El vínculo mental se rompió y la criatura empezó a transformarse: su piel se estiró, sus extremidades se extendieron y sus garras se prolongaron. Jace retrocedió trastabillando. No entendía el motivo, pero había provocado una especie de mutación refleja. Ahora ni siquiera entendía qué era la criatura que había ante él.
Con un gesto rápido, se dividió en una docena de imágenes de sí mismo, pero el monstruo olisqueó el aire y se volvió hacia su auténtica presa, ignorando las ilusiones. Jace miró alrededor en busca de una ruta de escape, pero no encontró ninguna. Barajó sus opciones a toda prisa y las descartó una tras otra. Las ilusiones semicorpóreas se interpusieron en el camino de la bestia para ganar tiempo, hasta que de pronto...
Un destello de luz y el silbido de varias cuchillas cortaron el aire y la piel del monstruo. El horror quedó reducido a una pila de carne desgarrada y gimoteante. Gideon había llegado.
―Tranquilo, Jace, te cubro las espaldas.
―Por un momento me has hecho dudar ―se quejó Jace ajustándose el abrigo―. ¿Te habías perdido por el camino o es que has pasado por Rávnica a por un tentempié?
―No es fácil seguirte a un plano que no conozco. Mm... ―Gideon se volvió hacia Thraben y observó la situación. Si sus sentidos también se habían visto afectados, no lo manifestaba―. Es mayor que los otros dos y hay una horda considerable entre esa cosa y nosotros. ¿Cuál es el plan?
Un resplandor de fuego apareció en el aire y una mujer salió caminando de él.
―Repetimos el de la otra vez, ¿no? ―propuso Chandra frotándose las manos―. Fuego, fuego y más fuego. Vale que no era el plan original, pero bien que funcionó. Casi siempre lo hace. ―Puso los brazos en jarra y contempló el caótico panorama.
Un ligero temblor de tierra anunció la llegada de Nissa. Cuando Jace se volvió hacia ella, la elfa tenía una rodilla y una mano apoyadas en el suelo y fruncía el ceño―. El maná de este mundo es oscuro. Perverso. Está en la tierra y los árboles. Emrakul tiene parte de la culpa, pero...
―Veo que también es tu primera visita a Innistrad ―comentó Jace―. "Oscuro y perverso" es lo normal en este sitio. En fin, nos enfrentamos básicamente a la misma situación de la última vez, con un par de pequeñas complicaciones. Emrakul se dirige a Thraben ―explicó señalando hacia la ciudad―. Primero tenemos que llegar ahí. Nissa utilizará su glifo planar para acceder a la red de líneas místicas. Gideon despejará el camino para que podamos acercarnos. Entonces canalizaremos la energía del plano hacia Chandra y ella hará su parte.
―Esta vez no funcionará ―dijo Nissa negando con la cabeza―. Las líneas místicas ya están redirigidas hacia... esas cosas.
―Bueno, sí, los criptolitos... ―Jace trató de componer una sonrisa forzada―. Ahora dirigen las líneas místicas hacia la ciudad. Entre eso y el detalle de que Thraben es la localidad más poblada de Innistrad, ya sabemos por qué Emrakul se ve atraída hacia allí. El punto central de esa concentración de maná debería amplificar los efectos del glifo. En realidad se parece mucho a la red de edros.
―Para utilizar toda esa energía tendríamos que acercarnos lo suficiente, pero Emrakul nos destruirá si lo hacemos ―dijo Nissa en voz baja, aunque firme―. Si no nos aproximamos tanto, podré acceder a una o dos líneas místicas; quizá tres, como mucho. No será suficiente.
―Descuida ―dijo Chandra posando una mano en el hombro de Nissa―. Da igual que tengamos una línea o veinte: tú conéctame a ellas y ya haremos que sea suficiente.
―Chandra, por favor... ―suspiró Gideon―. Nissa, ¿crees que esto saldrá bien? No podemos poner en marcha un plan si no estamos seguros de que funcionará.
Nissa recogió un puñado de tierra y dejó que se colara entre sus dedos. Se fijó en las expresiones de sus compañeros: Gideon, preocupado; Jace, impasible; Chandra, entusiasmada. Cerró los ojos y escuchó durante largos segundos el latir de su corazón, la tierra corrupta que pisaba, sus propios recuerdos.
―Sí.
―Fíjate, Gared. Es hermoso, en cierto modo. Tu mundo toca a su fin. ―Liliana observó Thraben mientras la ciudad empezaba a arder y unos tentáculos inmensos descendían desde las tormentas y destrozaban la tierra. En el cielo había un enjambre de ángeles y en el suelo, bajo el titán, había otro enjambre distinto. Desde aquella distancia, Liliana solo podía distinguir el movimiento, el amasijo grotesco e interminable de criaturas que se acercaban todo lo que podían al final del mundo.
―Sí, mi señora. A eso se dedica, más que nada. ―El ayudante del mago de geists, con su ojo hinchado, contempló el caos con tristeza.
―Ah, ahí están. ¿Ves el fuego y los destellos de luz? Deben de ser Jace y sus amiguitos. Parece que van a lanzarse de cabeza a la batalla.
―Sí, mi señora. ―Gared ladeó la cabeza, un efecto interesante de ver en su cuerpo asimétrico―. M'he dado cuenta de que habéis levantado un ejército muy simpático, pero nos quedamos acá arriba y ellos están allá abajo.
―Mm. Sí, supongo que tienes razón.
Chandra seguía gritando. Los demás no sabían si eran gritos de dolor, euforia o furia; solo la oían gritar y sentían un calor abrasador. Se había vuelto incandescente, un infierno andante que proyectaba fuego en todas direcciones, chamuscando ligeramente a sus amigos pero incinerando oleada tras oleada de las criaturas mutadas que habían sido los habitantes de Thraben.
Los gritos cesaron y las llamas se apagaron. Chandra cayó al suelo de manos y rodillas y Gideon corrió a ayudarla. Estaban atrapados en lo que había sido la plaza de un mercado. Dos de los cuatro accesos estaban bloqueados por escombros y edificios derrumbados, y una torre deteriorada y cubierta de tendones entramados se inclinaba precariamente sobre la calle que conducía al corazón de la ciudad. Sin embargo, tanto esa calle como la otra por la que habían llegado estaban atestadas de filas y filas de siervos de Emrakul.
Algunos todavía conservaban rasgos humanos. Sus voces eran un tumulto chirriante de gritos y sinsentidos. Otros eran los restos de bestias, ángeles u otros seres irreconocibles. Algunos parecían moverse con un propósito determinado, mientras que otros solo vagaban y gemían arrastrando las extremidades, con la carne fundiéndose como la cera de una vela.
Y detrás de ellos se cernía la tormenta.
El cuerpo del titán seguía casi completamente oculto entre las nubes, pero su presencia se notaba en todas partes. Emrakul. La tormenta se enfureció y unos relámpagos de carne bifurcados e imposibles aporrearon la ciudad que tenían debajo. De las nubes negras emergieron tentáculos que barrieron todo lo que había en el suelo, el cual tembló mientras secciones enteras de la ciudad quedaban reducidas a cenizas y escombros.
―Opciones. Necesito opciones. ―Gideon inspeccionó la plaza, con el sural desenroscado―. Nissa, ¿puedes convocar elementales?
―Podría, pero lo que respondería a la llamada no nos agradaría.
―Maldita sea... ―masculló Gideon―. Chandra, ¿lista para otro esfuerzo?
Chandra estaba en pie, pero con la espalda doblada hacia delante y las manos apoyadas en las rodillas, recuperando el aliento. Aun así, alzó una mano temblorosa y levantó un pulgar―. Sin problema, jefe. Lo de antes solo era el calentamiento. ―Tosió y se irguió. Tenía la cara cubierta de hollín y ceniza, pero su sonrisa parecía lo bastante segura.
―Jace, ¿cómo ves la situación?
―Conviene que no avancemos más ―dijo mirando alrededor―. Ya tenemos un espacio abierto y defendible. Propongo que usemos el glifo aquí.
―De acuerdo ―confirmó Gideon―. Nissa, ¿es un buen lugar?
La elfa se agachó y apoyó las manos en el suelo. Un brillo verde surgió serpenteando de la tierra y envolvió sus brazos en luz―. Dos líneas místicas. Tres, si las fuerzo.
―Adelante, entonces ―dijo Gideon casi sin dudar―. Los demás tenemos que cubrirla. La resistencia que hemos encontrado hasta ahora solo ha sido casual; creo que esa cosa ni siquiera se ha fijado en nosotros todavía.
―Chandra, necesito que incendies esa torre ―dijo Jace señalando la torre que se inclinaba sobre uno de los accesos a la plaza. Dos marcas ilusorias aparecieron en ella―. Ahí y ahí. Cuando esa textura extraña transforma la piedra, se vuelve muy resistente, pero se expande con el calor extremo. Eso hará que la torre se venga abajo y bloquee la calle.
―¿Cómo? ―dudó Chandra, aunque ya tenía las manos encendidas.
―Lo he leído en un libro, confía en mí.
Chandra plantó los pies, lanzó dos puñetazos hacia la torre y dos bolas de fuego volaron en arco y golpearon exactamente donde Jace había indicado. En cuestión de segundos, la estructura se derrumbó y taponó la mayoría de la calle al estrellarse contra la posada que había enfrente.
La plaza del mercado cobró vida: nuevas plantas brotaron en la tierra aplastada bajo los adoquines y el aire fétido se volvió ligeramente más tolerable. Nissa estaba inmóvil en el centro de todo y unas runas brillantes se dibujaron en el suelo junto a ella, serpenteando desde sus pies hasta completar el complicado glifo.
Las hordas de los alrededores chillaron. Como un solo ser, las criaturas se giraron y cargaron contra Nissa, pero Gideon les cortó el paso. Descargó una serie de potentes latigazos contra los primeros monstruos y se abalanzó sobre ellos, levantando chispas doradas en el aire nocturno mientras los golpes rebotaban contra su cuerpo. Entonces soltó un rugido feroz y dio un amplio tajo en círculo para causar el mayor daño posible y atraer la atención hacia sí.
A pesar del esfuerzo, las criaturas no cayeron fácilmente, y las que cayeron no se quedaron en el suelo. Incluso los horrores desmembrados solo permanecían quietos por unos instantes, hasta que les crecían nuevas extremidades y caminaban, reptaban o se deslizaban en dirección a Nissa y el glifo.
―Nissa, ¿te falta mucho? Porque esto se está poniendo muy muy feo. ―Mientras la elfa murmuraba sílabas incomprensibles, con los ojos firmemente cerrados, Chandra caminaba por el borde del glifo―. ¡Gideon, cúbrete! ―advirtió antes de convertir la calle entera en un mar de llamas. Miró hacia atrás y vio a Nissa bajar un brazo hacia la tierra y extraer lo que parecía una enredadera espectral con espinas, gruesa como el tronco de un árbol. Luchó para sacarla del suelo y ahogó un grito de sorpresa y dolor cuando las espinas fantasmales se clavaron en su brazo.
―Prepárate... ―dijo Nissa entre dientes―. Ya casi... está. ―Bajó el otro brazo y extrajo una segunda enredadera. Esta se revolvió y tiró hacia abajo, agitándose como una serpiente. Con un esfuerzo doloroso, Nissa consiguió enroscarla alrededor de la muñeca y se agachó para buscar una tercera.
Chandra siguió caminando junto al glifo sin saber qué hacer. No podía ayudar a Nissa y Gideon luchaba para frenar el avance de las criaturas que se dirigían hacia ellas. Levantó la vista y lo lamentó inmediatamente. Vio garras, tentáculos y otras extremidades desgarradas trepando y asomando por encima de los edificios y los escombros. Había cientos de ellos. Volvió la vista hacia Nissa y la vio caer de rodillas.
La tercera enredadera espectral era más oscura que las otras dos. Sus espinas tenían un aspecto más atroz y sus movimientos eran más caóticos. Nissa trató de controlarla, pero la enredadera se enroscó en su cuello y pareció tirar de ella hacia el suelo.
―La vida... no puede parar... incluso cuando sabe... que debe hacerlo... ¡y que está mal! ¡Sola y discordante! ¡Incluso cuando lo sabe! ―La voz de Nissa hizo eco y sus ojos brillaron con un siniestro brillo púrpura. Al final, se desplomó sobre la tierra y las enredaderas desaparecieron. El glifo se volvió oscuro al instante. Las hordas de criaturas continuaban avanzando.
―¡Tenemos que irnos! ―gritó Chandra mientras corría junto a Nissa y le levantaba la cabeza lo más suavemente posible―. ¡Vamos, vamos, tienes que despertar!
―¡No tenemos adonde ir, Chandra! ―Jace llegó a toda prisa junto a ellas y se agachó para tocar la frente de Nissa―. Se encuentra bien, solo un poco aturdida. Se recuperará en cuestión de minutos.
―¡Yo la defenderé hasta que despierte! ―gritó Gideon mientras retrocedía repeliendo a las criaturas que se acercaban lentamente―. Vosotros marchaos y poneos a salvo.
―Y un cuerno ―protestó Chandra poniéndose en pie y encendiendo las manos―. O nos marchamos de aquí juntos o... ―Su valentía se disipó junto con la conclusión de la frase.
―O no nos marchamos ―añadió Jace―. ¿Eso ibas a decir?
Chandra abrió la boca para responder, pero algo llamó su atención y le hizo mirar a un lado―. Eh, ¿oís eso?
Los Planeswalkers los oyeron antes de verlos: un tumulto de gruñidos, gemidos, crujidos y tendones desgarrados. Y entonces, las filas de los muertos vivientes penetraron en la plaza. Se movían en tropel, emprendiéndola a mordiscos y zarpazos con las criaturas mutadas que rodeaban a los Planeswalkers, destrozándolas con su fuerza impía.
La carne necrótica y las extremidades mutadas chocaron en un encontronazo explosivo. Los dos bandos ignoraban el dolor y las pérdidas, pero los zombies se movían con precisión y un objetivo. Cuando sus filas caían, siempre aparecían más para reemplazarlas. Cuando finalmente llegaron hasta los Planeswalkers, los muertos formaron un perímetro defensivo alrededor de ellos y siguieron avanzando.
Entonces, la general del ejército hizo su aparición.
Liliana se aproximó flotando, con los brazos extendidos y el Velo de Cadenas suspendido en el aire justo encima de una mano. Sus tatuajes desprendían luz y goteaban sangre. Con un indiferente giro de muñeca, una descarga de energía nigromántica se expandió en amplios arcos y redujo a cenizas los cadáveres de los seres mutados. Todos los tumores cancerígenos y los movimientos retorcidos desaparecieron al instante. En lo que había sido un campo de vida antinatural e interminable, la nigromante era una presencia de quietud y muerte que reinaba sobre todo lo demás.
La expresión de Liliana se suavizó y pasó de una furia exultante a una sonrisa recatada mientras descendía elegantemente al suelo. El brillo de sus tatuajes se atenuó y el Velo pareció encoger―. Hola, Jace. He venido en cuanto he podido.
―¿Se puede saber qué haces aquí? ―le espetó Gideon, todavía en posición de combate y con el sural refulgente de poder.
―Calma, Gideon ―dijo Chandra dando la espalda a Liliana e interponiéndose entre los dos―. La simpática señorita del vestido engorroso acaba de salvarnos el culo.
Nissa se estremeció y se levantó con dificultad―. Esa... cosa que lleva consigo... es una abominación. ―Se encogió apartándose del Velo, negándose a mirarlo directamente.
―Qué extrañas formas de decir "gracias, Liliana, me has salvado la vida y nunca lo olvidaré" ―se burló la nigromante con una sonrisa en los labios.
Gideon gruñó y recogió el sural.
―Liliana, cre... Creía que no volvería a verte aquí, pero has venido. ―Jace se retiró la capucha y el brillo de sus ojos se apagó, revelando dos manchas oscuras bajo ellos.
―Tan elocuente como siempre. En fin, os he rescatado, estáis en deuda conmigo y ahora deberíais abandonar el plano e ir a un lugar seguro.
―No vamos a hacerlo ―se opuso Jace―. Tenemos que terminar lo que hemos empezado. Estamos muy cerca de lograrlo. Contigo aquí para cubrirnos, creo que podemos conseguirlo. Sé que podemos.
―No seas ridículo, Jace ―dijo Liliana masajeándose la frente―. Lo que tenemos que hacer es marcharnos.
―Lo que tú tienes que hacer es irte y llevarte esa maldita cosa. ―Nissa se mantenía en pie a duras penas, pero tenía la espada en la mano―. No lucharé junto a eso.
―Nissa, en Portal Marino luchaste junto a piratas, vampiros y cosas peores ―intervino Gideon levantando una mano para detenerla―. Aceptaremos la ayuda de quienes podamos, si se puede confiar en ellos.
―¡Vaya, el musculitos sabe razonar! ―se mofó Liliana con una sonrisa.
―Sí, pero no sé si podemos fiarnos de ti. El instinto de Nissa rara vez se equivoca; es más, sospecho que está en lo cierto. Ese objeto es... un problema. Aun así, no te conozco. Él, sí ―dijo volviéndose hacia Jace―. Tú decides. Dinos, Jace, ¿podemos confiar en ella?
Liliana soltó una carcajada y tomó la palabra antes de que Jace pudiera decir nada―. Esa pregunta es absurda y lo sabes. Mirad a vuestro alrededor. Con que chasquee los dedos, volveréis a acabar rodeados de esas alimañas. Ahora mismo estáis confiando en mí. Ahora bien, si no queréis marcharos, no puedo obligaros, así que decidme, valientes héroes, ¿cuál es vuestro plan?
Se fijó en sus expresiones una a una: Gideon, exasperado; Chandra, exhausta; Nissa, furiosa; Jace, incómodo.
―Espléndido. ―Liliana sonrió, a falta de una expresión mejor―. Seguro que esto acabará bien.
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