El peregrinaje de los creyentes
Historia anterior: Nissa Revane – El grito silencioso
Gideon Jura ha llevado a Jace Beleren a Zendikar con la esperanza de que el mago mental pueda resolver lo que los eruditos de Portal Marino denominaron el "enigma de las líneas místicas": el misterio de la red de edros de piedra que flotan en los cielos de Zendikar. Los edros tienen un vínculo importante con los Eldrazi y sirven como cebos, ataduras y (según lo que esperan los eruditos) armas contra ellos.
Sin embargo, tras la pérdida de Portal Marino y los archivos de los investigadores, tal vez solo quede un lugar en Zendikar donde Jace pueda conseguir lo que necesita... y solo una guía dispuesta a llevarle hasta allí.
Jace apoyó la frente en un edro y recorrió las runas con las manos. La estructura sobresalía inclinada del suelo; estaba casi enterrada, como una especie de iceberg de tierra. Esparcidos por los pedregales de allí al campamento, e incluso hasta Portal Marino, había cuerpos de Eldrazi muertos que parecían medusas arrastradas por el mar hasta una playa.
Sintió a alguien que se aproximaba por detrás, procedente del campamento―. Jori En, ¿verdad? ―Se volvió hacia ella.
―Y tú debes de ser Jace. ―Era una tritón alta, equipada para desenvolverse en territorios salvajes. Se movía con la confianza de alguien que había viajado por Zendikar durante años, pero con una cautela y una tensión propias de alguien que había presenciado una situación devastadora hacía muy poco―. Vengo a decirte lo que sé.
―Muy bien. ―Jace dio un golpecito con la punta del pie a un Eldrazi muerto; su tejido se deformó y adoptó tonos magenta y verde azulado. Levantó la vista hacia Jori En―. Me han dicho que la gente solía venerarlos como si fuesen dioses.
―Hay quienes todavía lo hacen, y no les falta razón.
―Tenemos que arrancar de raíz este problema.
―Eso es lo que esperaban conseguir los investigadores de Portal Marino: extinguirlos.
―Con la red de edros.
―Exacto.
―¿Y habéis conseguido algo usándolos?
―Yo solo he visto parte de las investigaciones, pero te diré todo lo que recuerdo.
―Tengo una idea mejor, si me lo permites ―dijo Jace mirando a Jori entre los ojos.
La consciencia de Jace se adentró en la mente de Jori y surcó recuerdos de trasgos atando pequeños edros en palos, de guerreros kor pintándose el rostro imitando las runas de los edros y de los investigadores tritón de Portal Marino utilizando su magia con los edros. Se centró en un recuerdo específico: el de un equipo de zendikari, dirigido por una humana, que estaba usando la magia de los edros para dirigir los movimientos de los Eldrazi. El enigma de las líneas místicas. Aquella mujer, llamada Kendrin, había estado cerca de descubrir algo crucial para utilizar el poder de los edros... y convertirlo en un arma contra los Eldrazi.
Por desgracia, Jace también descubrió otro recuerdo: el de Jori posando la mano en la frente de Kendrin mientras su cuerpo sin vida se descomponía en pilas de polvo gris. Había fallecido durante un ataque eldrazi antes de llegar a transmitir sus conocimientos.
Ilustración de Cynthia Sheppard
Jace abrió los ojos y tomó una bocanada de aire, abandonando la mente de Jori En como si estuviese emergiendo de la superficie del mar.
―Ha sido fascinante ―dijo Jori con una sonrisa y contrayendo las pequeñas aletas que tenía bajo la mandíbula inferior. Estaba en cuclillas en lo alto del edro, mirando a Jace desde arriba―. Casi he podido sentir una segunda presencia en mi mente.
―A veces noto si alguien percibe que estoy indagando en su cabeza. Es como verme reflejado en un espejo, por así decirlo.
―Entonces, ¿ahora conoces todos mis oscuros secretos?
―Sé que Kendrin estaba a punto de realizar un hallazgo. ―Pero Jace también sabía que aún no podría resolver el enigma que le habían pedido solucionar. Necesitaba más cosas... y sabía a dónde tendría que ir.
Antes de que pudiese comenzar a explicarlo, oyó pasos que se acercaban hacia ellos―. Hola, Gideon ―saludó Jace.
―Decidme que habéis hecho progresos ―respondió Gideon con brusquedad. Jace y Jori se giraron hacia el origen de la voz y lo vieron acercarse; la luz del sol se reflejaba en su armadura.
―Estamos cerca de conseguirlo ―dijo Jace―. Tenemos que ir al Ojo.
―¿Al Ojo de Ugin? ―Las aletas faciales de Jori se extendieron ante la sorpresa―. ¿Quieres que viajemos hasta Akoum?
―Es la piedra angular de la red de edros. Allí encontraremos la respuesta.
―No ―se opuso Gideon―, ni hablar. Acabamos de establecer este campamento y tenemos heridos entre nosotros. El grupo debe permanecer unido.
―Ya no estamos todos ―indicó Jace―. Nissa se marchó anoche.
―¿Cómo? ―Gideon se quedó de piedra―. ¿Sabes el motivo?
―No, no hablé con ella. Solo capté pensamientos superficiales mientras se alejaba. Deduje que tenía una misión importante para ella.
―¿Más importante que investigar la naturaleza de los edros? ―espetó Jori―. Esto es un asunto a vida o muerte.
―Tienes toda la razón ―añadió Jace―. Ven con nosotros, Gideon.
―Yo también estoy enfrentándome a un problema a vida o muerte ―respondió él, impasible―. Este lugar lucha contra la muerte a cada minuto que pasa. No puedo... No podemos permitir que mueran más refugiados. No voy a abandonarlos para embarcarme en un viaje hasta Akoum. ―Volvió la mirada hacia la tritón―. Ya cuentas con la ayuda de Jori. ¿No podéis resolver el enigma aquí, entre los dos?
Ilustración de Eric Deschamps
―Solo sé lo que consiguieron, pero no entiendo cómo lo lograron ―respondió Jace―. Escucha, no estás centrándote en la cuestión más importante. Me has traído aquí para que haga esto. Ayúdame a lograrlo.
―Si te marchas del campamento, esta gente morirá, y tú también.
―Si no consigo llegar al Ojo, todos los habitantes del plano morirán ―replicó Jace extendiendo los brazos y abarcando el horizonte.
―¿Alguna vez has... cambiado cosas? ―preguntó Jori sosteniendo las riendas en las manos―. Cuando entras en las mentes de otros, quiero decir.
Jace estaba sentado junto a ella en un pequeño carromato tirado por un único hurda. Era lo mejor que el campamento pudo ofrecerles. Acababan de emprender la marcha... sin Gideon.
―A veces resulta necesario ―respondió Jace tras una pausa.
―Podrías haber borrado lo que recuerdo de ella, por ejemplo. Mis recuerdos de Kendrin, de su muerte.
Jace pensó en la mano de Jori tocando la frente de la mujer muerta. La sentía como si fuese su propia mano, su propio recuerdo. Podía notar la textura de la piel de Kendrin: demasiado fría y fina, seca al tacto―. No querías que lo hiciese.
―Pero podrías haberlo hecho.
―Sí.
―¿Y cómo sé que no has alterado nada más? ―preguntó Jori―. Digas lo que digas, no serviría como prueba, ¿verdad?
―Por eso me dicen que no es fácil trabar amistad conmigo.
―¿No te has planteado... hacer que Gideon cambie de opinión? ―siguió preguntando Jori―. Podrías haber hecho que estuviese de acuerdo con nuestro propósito, ¿no?
Había sopesado aquella opción, sí. Con un breve hechizo, podría haber "convencido" a Gideon para que fuese con ellos―. Tengo en cuenta todas las posibilidades ―respondió Jace.
―No sé si yo podría contenerme tanto como tú ―comentó ella―. Parece que siempre hay alternativas que él nunca se plantearía.
Esculpir la mente | Ilustración de Michael C. Hayes
―Es difícil hacer que cambie de opinión, en más de un sentido ―comentó Jace―. Supongo que es una diferencia entre nosotros.
―Y aun así, has preferido no trastocar su mente. A lo mejor os parecéis más de lo que crees.
―Si nos pareciésemos, se daría cuenta de lo importante que es el Ojo. ―Jace miró el horizonte por encima de la bestia que tiraba del vehículo―. Dedicaría todos sus recursos a asegurarse de que entendamos qué son los edros. Estaría aquí, con nosotros.
Jori meció las riendas mientras recorrían los caminos―. ¿Alguna vez te preguntas qué serías capaz de lograr si hubiese más como tú?
Jace dejó de pensar en Gideon y se permitió sonreír. Lanzo un rápido hechizo ilusorio y tres Jaces más aparecieron cabalgando inclinados en ángulos raros a lomos del hurda, todos con capas azules idénticas―. Sí, nos lo preguntamos a menudo ―respondieron los cuatro a la vez, y luego desaparecieron.
Jori sonrió ligeramente y movió la cabeza de un lado a otro.
Pasaron días sin toparse con ningún Eldrazi. Recorrieron tierras de pastoreo salpicadas de edros y sombras, proyectadas por las islas de piedra que flotaban en el cielo. Hablaban poco y Jace trató de recomponer la información que conocía. Intentó encontrar un motivo para dar media vuelta y creer que su conocimiento sobre los edros ya bastaba, de algún modo. Probablemente, incluso conocía Portal Marino lo bastante bien como para llegar allí viajando entre los planos, pasando por un mundo intermedio. Sin embargo, hacer eso significaría dejar allí sola a Jori En.
Entonces, un enjambre de engendros eldrazi coronó una colina y salió en desbandada hacia los dos viajeros. Tenían el sol detrás y la luz se reflejaba en sus codos angulosos y sus cráneos inexpresivos.
Ilustración de Todd Lockwood
―¡Sácanos de aquí! ―apremió Jace.
―¿Por dónde? ―Jori también los había visto, pero apenas había donde ocultarse.
―¡Da igual!
Jori tiró en diagonal de las riendas... pero con demasiada fuerza. El hurda bufó oponiendo resistencia y tiró hacia el lado contrario; las riendas salieron volando de las manos de Jori. Jace y ella se aferraron al carromato cuando este coleó y se inclinó a un lado y las ruedas crujieron. El carruaje volvió a estabilizarse, pero ahora estaba a merced de los movimientos erráticos del hurda.
―¡Cambio de planes! ―gritó Jace―. ¡Tienes que pararlo!
―¡Detenlo tú!
Antes de que Jace pudiese explicar que sería inútil intentar alterar la mente del animal, el hurda dio un pisotón y volvió a girar bruscamente. Esta vez se encaró hacia los Eldrazi que se aproximaban.
Aquello lo detuvo. Jace y Jori se tambalearon hacia delante con la parada súbita del carromato.
Al ver a las criaturas que se acercaban, el hurda empezó a retroceder lentamente y empujó el yugo que lo unía al carruaje. El vehículo comenzó a inclinarse y alguna pieza de madera estaba a punto de partirse...
De pronto, una mujer kor que parecía haber salido de la nada pasó corriendo sobre el carruaje, con unos ganchos afilados y curvos en las manos. Saltó sobre el pértigo, corrió por el lomo del hurda y se plantó delante de la bestia de tiro, entre ella y la marabunta de Eldrazi. Jace veía que tenía manchas negras de mugre en la piel que parecían símbolos; eran similares a las runas de los edros, quizá ligeramente distintas.
―¿De dónde demonios ha salido? ―Jori estaba estupefacta.
La kor miró a los pasajeros y, sin dejar de observarlos, rajó el cuello del hurda con uno de sus ganchos. La bestia bramó y se desplomó y la mujer permaneció allí, mirándolos y con sangre goteando de su herramienta.
Jace echó un vistazo a Jori y vio un reflejo de su propio estado mental: temor extremo.
―¡Venid conmigo! ―aseveró la mujer―. ¡Daos prisa! Primero comerán al animal.
Entonces, pasó corriendo junto a ellos y se dirigió hacia una pequeña colina.
Jace y Jori saltaron del carromato y echaron a correr tras ella. Jori se llevó una alabarda del vehículo y Jace... no se llevó nada consigo, como siempre. La kor desapareció tras la cresta y la siguieron hasta el borde de una estrecha sima.
La mujer ya había preparado sus cuerdas y estaba descendiendo por la grieta―. ¡Por aquí abajo! ¡Vamos!
Ilustración de Eric Deschamps
Jace volvió la vista. Lo más probable era que el hurda ya estuviese siendo consumido y despedazado por los Eldrazi.
―Yo voy con ella ―dijo Jori En. Se aseguró la alabarda a la espalda con una correa y se agachó para recoger las cuerdas y descender por la sima.
Jace tenía ocho o nueve malos presentimientos distintos sobre aquella decisión, pero siguió a Jori En cuerda abajo. Sintió un extraño impulso de crear ilusiones de él mismo que descendiesen junto a él. Las imaginó perdiendo el agarre de las cuerdas y precipitándose por la grieta; por algún motivo, aquella idea le resultó extrañamente reconfortante. Mejor que les pasase a las ilusiones que a él.
La mujer kor le ayudó a bajar al suelo mientras Jori se limpiaba algunos restos de tierra y piedras―. Soy Ayli ―se presentó―. Tenemos que llegar al santuario. ¡Daos prisa, por favor!
Jace y Jori En intercambiaron otra mirada: el equivalente facial de encogerse de hombros ante la falta de alternativas. Ayli había emprendido el camino por el estrecho desfiladero y la siguieron. Avanzaron apretándose contra las paredes a ambos lados; algunas estaban formadas por las superficies lisas de grandes edros y otras eran secciones de roca. Intentaron apresurarse, lo que se volvía cada vez más difícil, a medida que descendían hacia las sombras. Jace intentó seguir a Jori sin rezagarse y su mente bullía buscando opciones de emergencia mientras se alejaban cada vez más del carromato.
La sima se volvió más ancha y el cielo quedó al descubierto sobre ellos.
La vista de Jace pasó de Jori, que se había detenido en seco... a la mujer kor, Ayli, quien estaba serena por delante de ellos, con las manos entrelazadas... al ancho surco abierto en la tierra que tenían delante, bordeado con un polvo gris... y luego al horror descomunal del titán que se alzaba sobre una base de tentáculos fibrosos, la deidad sin ojos en el cráneo y dotada de grandes extremidades bifurcadas.
Ulamog.
Ilustración de Michael Komarck
Jace apenas podía moverse. El ambiente parecía antinatural. Por algún motivo, se sintió atraído hacia delante, como si la gravedad se hubiese alejado de la tierra para desplazarse hacia aquella cosa. Se sintió como un pez arrastrado hacia las fauces de una ballena, atraído inevitablemente para ser devorado.
―Bienvenidos al santuario, ofrendas nuestras ―dijo Ayli levantando los brazos―. La presencia del dios Mangeni, cuyo segundo nombre es Ula y cuya voz canta la Melodía de la Consunción, será vuestro último paradero.
Jace se giró para escapar, pero Jori y él estaban rodeados. Una docena de sacerdotes se interponía entre ellos y la abertura de la sima. Todos vestían igual, pintados con rayas oscuras y mugrientas como las de Ayli, y todos portaban armas. Dos de ellos sostenían unas gruesas cadenas de hierro.
―Somos los Peregrinos Eternos ―entonó Ayli―. ¡Vagaremos para siempre!
―¡VAGAREMOS PARA SIEMPRE! ―secundaron los demás sacerdotes.
―¡Ofrecemos estos regalos del mundo en el nombre de Ula!
―¡EN EL NOMBRE DE ULA!
Ulamog estiró su mole de tentáculos, los hundió en una extensión de tierra y entonces, de forma horripilante, comenzó a avanzar arrastrándose. El sonido de la locomoción de Ulamog hizo que Jace sintiese un escalofrío en el alma: era el sonido de la tierra viva a la que le estaban absorbiendo su esencia, de un maná feroz y salvaje al que estaban silenciando para siempre, de un terreno fértil que se estaba convirtiendo en huesos áridos.
Solo fue por un momento, pero Jace se imaginó su propio cuerpo disolviéndose bajo la masa de Ulamog. Sus tejidos se separaban unos de otros, su carne se desprendía de él como las islas flotantes de Zendikar...
Aquel era el destino que aguardaba al mundo entero. El titán eldrazi estaba consumiendo lenta e inexorablemente hasta el último rastro de energía del plano, desde el maná de la tierra hasta las vidas de sus habitantes.
En un instante, Jace dedujo el patrón de lo que iba a ocurrir. Las gentes de Zendikar huirían de las tierras yermas y se refugiarían en los lugares donde la vida aún fuese sostenible, concentrando sus números en ubicaciones defensivas y lugares de referencia. Entonces, Ulamog arrastraría su silueta colosal hacia aquellos núcleos. En el momento del fin, esos refugios de confianza acabarían convirtiéndose en... tumbas.
Portal Marino...
Por eso habían atacado Portal Marino los vástagos del Eldrazi. Eran los órganos más alejados del núcleo de Ulamog, que se dispersaban y buscaban concentraciones de seres vivos y energía.
Ilustración de Slawomir Maniak
"No, no las buscaban", pensó Jace. "Las cataban".
Ayli y el círculo de Peregrinos Eternos cercaron a Jace y Jori En. Los dos acólitos con cadenas de hierro las levantaron y se acercaron a ellos. Jori blandió su alabarda para mantenerlos a raya.
No era momento de andarse con sutilezas. Jace se acercó directamente a uno de los Peregrinos que le cerraban el paso, un humano con una barba incipiente y canosa.
―¡En el nombre de Ula! ―clamó abalanzándose sobre Jace para apresarlo con las cadenas.
―Aparta ―dijo Jace, y el hombre entró en combustión.
El acólito comenzó a aullar. Soltó las cadenas y se revolvió como loco, dándose manotazos en el cuerpo para tratar de apagar las llamas que lo habían envuelto de repente, pero sin éxito. Se tiró al suelo y se echó a rodar, pero el fuego seguía sin extinguirse. El hombre gritaba de agonía.
Jace miró al resto de los Peregrinos Eternos y estallaron en llamas.
Todos ellos fueron presa del pánico y un coro de gritos se formó al instante. Trataron de quitarse las vestimentas devoradas por el fuego y se revolvieron en el suelo o echaron a correr en todas direcciones.
Jace y Jori ya no estaban rodeados.
―¿Por dónde podemos salir? ―preguntó Jace.
―Eh... ―Jori estaba asombrada―. Por el desfiladero. Podemos trepar por el otro lado.
Cuando echaron a correr hacia la estrecha grieta, Jori le habló en voz baja―. ¿Cómo lo has...? No eres un piromante.
―Lo importante es que ellos no lo saben.
Jori miró hacia atrás y esta vez vio que los Peregrinos no ardían en absoluto. Estaban dándose manotazos en sus cuerpos perfectamente intactos y rodando por el suelo sin necesidad alguna. Jori lanzó a Jace una mirada de asombro y siguieron corriendo.
Una vez lejos, se detuvieron para recuperar el aliento. En la distancia, Ulamog continuaba arrastrándose en dirección a Portal Marino y dejando una estela de destrucción en el paisaje. Los Peregrinos no se habían alejado mucho de su objeto de veneración.
―Nunca había visto a un titán ―dijo Jori En.
―Yo tampoco.
Ahora, Jace sabía claramente lo que tenían que hacer, y no le agradó. Debía decírselo a Jori y confiar en que estuviese de acuerdo.
―Nuestras provisiones estaban en el carro... ―lamentó ella.
―Escucha, Jori ―dijo Jace en voz baja.
―... así que tendré que cazar para los dos a partir de ahora. Creo que podré llevarte a pie hasta el Ojo. Habrá que pedir ayuda por el camino, y luego está el ascenso a los Dientes de Akoum, pero tengo amigos entre los trasgos de Tuktuk que podrían ayudarnos y...
―Jori, alguien tiene que ir a alertarlos.
―¿A quiénes?
―A los demás, los que se han quedado cerca de Portal Marino. Ulamog va directo hacia ellos. Hay que prevenir a Gideon.
―¿Y abandonar nuestra expedición hacia el Ojo? ¿No puedes... decírselo tú mismo desde aquí?
―Está demasiado lejos como para usar la telepatía.
―También podrías... regresar ahora mismo. Eres uno de esos.
―No voy a abandonarte aquí.
―Entonces, ¿qué hacemos? ¿Damos media vuelta, sin más? ―Las aletas del cuello de Jori se arrugaron. Dio la espalda a Jace por un momento para observar el horizonte y luego volvió a mirarle―. De acuerdo, tienes razón. Tenemos que volver lo antes posible. Nos prepararemos para luchar en el campamento.
―Solo volverás tú ―dijo Jace.
―¿Cómo?
―Regresa y adviértelos de lo que se avecina. Yo seguiré hacia el Ojo.
―¿Piensas ir solo? Ni hablar, Jace.
―Es lo que debemos hacer.
―¡Pero así no conseguirás llegar!
―Tengo que intentarlo.
―¡Jace, no hay nadie más como tú! No puedo dejar que vayas solo, sin provisiones y sin estar preparado.
―Puedo crear ilusiones para que me hagan compañía.
―No tiene gracia. Vamos. Te vienes a Portal Marino conmigo.
―¿Vas a arrastrarme de vuelta? ―Jace se preguntó si Jori se daba cuenta de que había llevado la mano inconscientemente a la empuñadura de la alabarda.
―¡Si me obligas, lo haré!
―Supuse que tal vez reaccionarías así. ―Se apartó de ella. Había tenido en cuenta todas las posibilidades―. Adiós, Jori.
―Espera ―se sorprendió diciendo Jori―. Jace, espera. No... ―Su voz se apagó poco a poco.
Agitó la cabeza y echó un vistazo alrededor. El campamento ya no estaba lejos; una jornada más de camino y ya podría prevenir a los refugiados. Había avanzado a buen ritmo sin el torpe mago mental ralentizando el paso. Apenas habían pasado unos días desde que había convencido a Jace para que...
—¿Sí...? ¿Lo hice?
Jori En frunció el ceño.
―... Sí.
... desde que había convencido a Jace para que continuase el camino hacia el Ojo sin ella. Era la opción más sensata. Jace tenía que darse cuenta de cuál era la situación.
Jori En dejó de caminar. ¿Qué acababa de decirse a sí misma?
―Jace, espera. No... ¿No qué?
Ilustración de Adam Paquette
Inspeccionó los alrededores con la vista y se sintió como si tuviese que volver a orientarse. El cielo seguía igual que en los días anteriores: despejado y azul, salpicado de nubes y algún que otro edro flotante; un cielo infinito y conocido, pero también extraño. Tuvo una sensación inquietante, como si la cúpula celeste acabase de adoptar una nueva forma repentinamente, fuera de su campo de visión. Giró la cabeza y miró alrededor. La hierba, las rocas y los árboles lejanos tenían el aspecto de siempre. Se fijó en una piedra que tenía a sus pies y le dio una patada.
―Maldita sea, Jace.
Suspiró y sacudió la cabeza.
Se ajustó una correa de la armadura y siguió adelante, encaminándose hacia Portal Marino.
Archivo de relatos de La batalla por Zendikar