Historia anterior: Chandra Nalaar — Ofrendas al fuego

Han pasado muchos años desde que Zendikar estableció un vínculo con Nissa Revane, enviándole visiones y rogándole que lo librase del ser tenebroso que estaba atrapado en sus montañas. Aunque Nissa luchó valientemente contra el monstruoso Eldrazi, no fue capaz de destruirlo... ni tampoco a sus congéneres. Desde aquel primer encuentro, Nissa ha dedicado su vida a enfrentarse a las plagas de Eldrazi que infestan su mundo. Ha cometido muchos errores y afrontado diversos fracasos, pero Zendikar parece seguir confiando en ella; el mundo le envía su poder cuando lo solicita, manifestándose como un gigantesco elemental arbóreo que la ayuda en la batalla. Por tanto, Nissa continúa luchando, esperando que Zendikar tomase la decisión correcta al haberla elegido.

Nissa, animista sabia | Ilustración de Wesley Burt


Nissa se encontraba junto al inmenso elemental de Zendikar observando el Bosque Extenso desde una cumbre cercana. Si no se fijaba atentamente y entrecerraba un poco los ojos, desde allí era casi posible distinguir solo los tonos verdes y marrones, los colores naturales del bosque.

Despertar de la animista | Ilustración de Chris Rahn

Sin embargo, sabía que las zonas blanquecinas estaban allí, surcando la tierra como riachuelos secos. Ojalá fuesen solo eso. Incluso la peor de las sequías habría sido mucho más preferible que la amenaza a la que se enfrentaba el mundo.

Los rastros áridos y blancos de corrupción que dejaban a su paso los Eldrazi de Ulamog eran la muerte. Eran el vacío. Eran la nada. Los Eldrazi drenaban la vida y la esencia de todos los seres vivos con los que se encontraban. Ni una sola brizna de hierba crecía allí por donde pasaban e incluso las persistentes moscas león se mantenían bien lejos de las zonas corruptas. Al principio, muchos zendikari creían que la tierra muerta se recuperaría, que la vida regresaría si se le diese tiempo. Sin embargo, a medida que pasaban los años, la devastación de los Eldrazi no hacía más que extenderse. Parecía que el daño que causaban sería permanente. La vida que perdía Zendikar desaparecía para siempre.

La situación estaba llegando a un punto en el que el mundo no tenía mucho más que ofrecer.

―Quieren consumirlo todo ―dijo Nissa―. A veces dudo si lograremos detenerlos.

Hablaba sobre todo para sí misma, pero también para el elemental que la acompañaba. Había empezado a hablarle durante los últimos días, aunque no diese señales de comprender lo que le decía.

La única muestra de comunicación que daba el elemental era un gesto que repetía unas pocas veces al día: estiraba una mano compuesta de ramas para agarrar algo que Nissa no podía ver ni entender.

Había intentado interpretar el significado de aquel gesto, pero siempre parecía equivocarse. Aun así, eso no impidió que Nissa continuase hablándole. Desde que se habían separado de Hamadi y los demás elfos, ellas dos eran las únicas que seguían adentrándose en lo que quedaba del Bosque Extenso y a Nissa la reconfortaba utilizar la voz para algo más que para gritar durante la batalla.

―Hoy hemos hecho un buen trabajo. ―Miró hacia atrás para señalar a la sección de bosque que acababan de despejar, donde yacían los cadáveres de dos Eldrazi. La compañera de Nissa había arrancado cuatro tentáculos al más grande de ellos.

Triturador de Ulamog | Ilustración de Todd Lockwood

Nissa quería agradecérselo, pero todavía estaba aprendiendo cómo funcionaba su vínculo con el inmenso elemental. La primera vez que la invocó, se sorprendió tanto como la gente que la acompañaba. Su fuerza, su poder y su magnitud eran abrumadoras. Nissa ya estaba acostumbrada a luchar junto a elementales y a canalizar el poder de la tierra a través de ellos, pero nunca había visto uno así.

Aquel elemental era diferente a los demás. Y no solo porque fuese lo bastante grande como para levantar con una sola mano a un Eldrazi mediano, aunque no cabía duda de que era una cualidad valiosa. Lo curioso era que aquel elemental no regresaba a la tierra después del combate.

Aquel ser permanecía junto a Nissa, la acompañaba y la protegía. Y aunque tal vez no la comprendiese, parecía escucharla.

Tenía presencia, una personalidad. Quizá incluso más.

Por eso resultaba extraño que no tuviese un nombre.

―Me gustaría saber cómo llamarte ―dijo Nissa mirando a través de sus ramas hacia la luz de un nuevo amanecer―. En momentos como este, en los que hablamos, querría llamarte por tu nombre. ¿Tienes uno?

El elemental no se movió, aunque Nissa tampoco contaba con ello. Aun así...― ¿Puedo ponértelo yo?

El elemental no pareció oponerse.

―¿Qué tal Ashaya? ―sugirió Nissa―. Ashaya, el mundo despierto. ―Se le ocurrió por algo que había dicho Hamadi. La primera vez que Nissa convocó al elemental, Hamadi llamó a Nissa "Shaya", que significa "despertadora del mundo". Si aquel era su sobrenombre, tenía sentido que el elemental fuese el "mundo despierto".

Venganza de Gaia | Ilustración de Kekai Kotaki

Las ramas del elemental se retorcieron y se estiraron. Nissa tuvo la sensación de que estaba probando el nombre, oyendo cómo sonaba. Cuando los movimientos cesaron, parecía satisfecha.

―Muy bien, pues Ashaya serás ―dijo Nissa. Parecía un nombre adecuado, apropiado. Cuando los primeros rayos de sol asomaron por el horizonte, Nissa suspiró―. Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

Nissa se había hecho aquella pregunta muy a menudo últimamente.

¿Qué podía hacer una elfa con todo aquel poder?

Una elfa en un vasto mundo... y en un Multiverso aún mayor.

¿Qué se suponía que debía hacer?

¿No era justo aquello lo que Hamadi había intentado decirle? Se suponía que debía salvar el mundo. Se suponía que debía utilizar aquel poder, a Ashaya, para destruir a los Eldrazi. Zendikar la había elegido.

Sin embargo, Hamadi no conocía todo su pasado. Zendikar ya había escogido a Nissa una vez. Cuando aún era muy joven, le había enviado visiones para pedir su ayuda.

Y Nissa había tratado de ayudar.

Pero había fracasado.

Revelación de Nissa | Ilustración de Izzy

Había fracasado.

Entonces, ¿por qué había vuelto a elegirla el mundo?

―Me gustaría que me lo dijeses. ―Nissa miró a la parte de la placa frontal de madera donde habrían estado los ojos del elemental, si los tuviese―. ¿Qué espera Zendikar que haga? ¿Qué esperas tú que haga?

Ashaya no dio señal de haber entendido.

―Tú eres parte de Zendikar, ¿no? ―Nissa sintió ganas de sacudirla por las ramas, de intentar arrancarle una respuesta a sus rasgos impasibles de madera―. ¿Por qué estás aquí, conmigo? Entre todos los elfos... Entre toda la gente, entre todos los kor y los tritones de Zendikar... Incluso podrías haber escogido a un trasgo. ¿Por qué a mí? ―Nissa negó con la cabeza―. Yo fracasé. La última vez que me elegisteis, fracasé. ¿Por qué creéis que esta vez será distinto? ¿Por qué creéis que conseguiré ser mejor, más fuerte y valiente? Esto es todo lo que soy. Lo que tienes ante ti. ―Nissa extendió los brazos y mostró el total de su envergadura―. No hay más. Y esto es todo lo que jamás llegaré a ser.

Ashaya, el mundo despierto, empezó a moverse; levantó una de sus enormes manos y la sostuvo por encima de Nissa, con la palma bajada hacia ella.

―¿Qué quieres decir? ―preguntó Nissa con un suspiro. Era el mismo gesto que había hecho incontables veces―. ¿Qué significa esto?

El elemental cerró el puño lentamente con sus dedos hechos de ramas.

―No te entiendo ―se desesperó Nissa―. No sé qué intentas decirme.

Ashaya acercó el puño al torso, volvió a extender el brazo y luego, uno a uno, abrió los dedos y dejó la palma mirando hacia arriba.

Nissa ya sabía que el gesto acababa ahí. Lo había visto muchas veces.

Había probado a tocar la mano del elemental con la suya. Había probado a estirar el brazo con la palma hacia el cielo. Se le había ocurrido que tal vez significase que debía mirar más allá, abrirse al mundo y entrar en comunión con Zendikar. Había hecho todas aquellas cosas, pero no habían servido de nada.

Ashaya repitió el gesto.

―Eres tan terca como yo ―le dijo Nissa.

Ashaya insistió una tercera vez. Y luego una cuarta.

―Ya basta. ―Nissa detuvo al elemental en pleno gesto, levantando los brazos para sujetar su gran pulgar. El contacto con el elemental le alivió la tensión de los hombros. Respiró el olor de Ashaya, el aroma del bosque: tierra, savia, madera y hojas. Era embriagador. Era vigorizante―. Lo siento. Ojalá pudiese entenderte. ―Se sintió alicaída, ya que era una auténtica lástima no poder comprender qué quería decirle.

Ashaya posó la otra mano sobre las pequeñas manos élficas de Nissa y las sujetó entre dos de sus largos dedos. Aquello era nuevo, algo que nunca había hecho.

El pulso de Nissa se aceleró y un hormigueo le recorrió los dedos; estaba ansiosa por saber qué iba a ocurrir.

El aire entre ellas se volvió denso y Nissa percibió una poderosa fuerza irradiando de Ashaya... Y entonces oyó un grito lejano y desesperado, procedente del fondo del valle.

Nissa y Ashaya se sobresaltaron. Se giraron juntas hacia el origen del grito y observaron desde lo alto de la montaña.

Un segundo aullido atravesó el ambiente del amanecer, pero cesó de repente.

―¡Allí! ―indicó Nissa. No muy lejos de ellas, la carne tensa y antinaturalmente púrpura de un Eldrazi brillaba bajo la luz matutina.

Por lo que Nissa lograba distinguir, parecía que estaba atacando un pequeño campamento. Veía al menos dos hogueras casi apagadas y alrededor de una docena de tiendas de campaña entremezcladas con los árboles.

Tres personas rodeaban al Eldrazi; una parecía una kor y las otras dos podrían ser elfos. El Eldrazi había atrapado a una cuarta persona, tal vez un humano, bajo uno de sus codos óseos. El humano volvió a gritar.

Regresión | Ilustración de Izzy

Mientras Nissa y Ashaya observaban, los árboles cercanos al campamento se agitaron. De pronto, con tres crujidos breves y resonantes, tres árboles se precipitaron al suelo y dos monstruosidades eldrazi se abrieron camino hacia el asentamiento. Una tenía seis tentáculos; la otra, demasiadas manos para un ser vivo normal. Su estela de corrupción blanquecina consumió los troncos caídos.

Tres árboles más acababan de desaparecer para siempre de Zendikar.

El Eldrazi con tentáculos se acercó a la kor, que seguía luchando contra el monstruo púrpura.

―¡Detrás de ti! ―alertó Nissa, pero el viento alejó sus palabras.

El tentáculo más grueso del Eldrazi salió disparado contra la espalda de la kor y la derribó al suelo, y Nissa la perdió de vista―. ¡No!

Ashaya soltó las manos de su compañera y Nissa echó a correr ladera abajo―. ¡Sígueme! ―apremió al elemental.

La maleza era densa y no había un camino fácil de cruzar. Aunque Nissa era capaz de moverse rápidamente por terrenos como aquel, su preocupación por la kor hizo que corriese más rápido de lo que debería. Tropezó dos veces mientras bajaba y dos veces se reprochó haber perdido algunos valiosos segundos.

Cuando llegó a la falda de la montaña, se orientó por el sol y se adentró en la arboleda, urgiendo a Ashaya para que la siguiese. Las ramas le golpearon la cara y las zarzas le arañaron la piel, pero cada rasguño le recordó la fortaleza del bosque, la fuerza que usaría para combatir a los Eldrazi.

Bosque | Ilustración de Jonas De Ro

Cuando Ashaya y ella llegaron al pequeño campamento, las tiendas de campaña, las provisiones y los cuerpos caídos estaban cubiertos de sangre y vísceras de Eldrazi... o se habían convertido en cascarones vacíos y blanquecinos. En el centro de todo estaba el Eldrazi con la piel tensa y púrpura, consumiendo el cadáver de un elfo.

Nissa apartó la vista el tiempo justo para tragar la bilis que le subía por la garganta y luego cargó contra el Eldrazi, usando su voluntad para hacer que Ashaya la siguiera.

Entró en contacto con la tierra que había bajo el Eldrazi e hizo emerger violentamente un gran trozo de suelo, junto con todas las plantas, ramas caídas y otros restos del bosque. Cuando la tierra se inclinó, el Eldrazi se precipitó deslizándose por la pendiente que Nissa había creado... y cayó directo entre los brazos de Ashaya.

Nissa otorgó su fuerza al elemental mientras estrujaba el cuello del Eldrazi y aplastaba cualquier tipo de estructura interna que sostuviese a la monstruosidad, hasta que dejó de resistir y quedó inerte. Nissa ordenó a Ashaya que soltase el cuerpo sin vida del Eldrazi. El ser cayó al suelo del bosque con un ruido sordo y yació junto al cuerpo del elfo.

Tras acabar con el primer Eldrazi, Nissa miró alrededor en busca de los otros dos... pero fue demasiado tarde.

Un grueso tentáculo rojo apresó a Ashaya por una pierna. Nissa vio que solo le quedaban tres apéndices: los zendikari del campamento debían de haber amputado los otros tres. El Eldrazi tiró del tentáculo y atrajo al elemental hacia sí.

Señor de engendros de Ulamog | Ilustración de Izzy

―¡Suelta a Ashaya! ―rugió Nissa.

Convocó las fuertes y retorcidas raíces de un árbol cercano y las dirigió para que aferrasen uno de los tentáculos de la espalda del Eldrazi. Sus aliados empezaron a tirar de él en ambas direcciones: Nissa indicó a Ashaya que se opusiese al monstruo mientras las raíces del árbol tiraban hacia el otro lado con la fuerza de la tierra. El Eldrazi no tardaría en partirse en pedazos, con su carne rojiza y sebosa desgarrada.

―¡Ayuda! ―Un grito interrumpió la concentración de Nissa.

Venía desde arriba. Una kor, la que Nissa había visto desde la ladera, estaba entre las ramas de un gran árbol. El tercer Eldrazi intentaba alcanzarla con ocho apéndices bifurcados que terminaban en dieciséis manos con ocho dedos cada una.

La kor dio un tajo con su gancho a la extremidad más cercana y cortó tres dedos de la cuarta mano, pero se dobló de dolor al hacerlo y cayó de rodillas en la rama. Parecía que la habían herido, seguramente en la lucha que Nissa había visto antes. Tenía que ayudarla.

Maestra de ganchos kor | Ilustración de Wayne Reynolds

Nissa ordenó a una multitud de ramas que formasen un armazón alrededor de la kor. Sin embargo, la barrera solo detuvo al Eldrazi por un instante. Las dieciséis manos del ser agarraron las ramas y tiraron con fuerza. Incluso la más gruesa de ellas se partió con facilidad.

Nissa miró a Ashaya para pedirle ayuda, pero su falta de concentración había permitido que el Eldrazi ganase terreno. Su fuerza había superado a la del elemental y ahora estaba sujetando a Ashaya con otro de sus tentáculos y atrayéndola hacia su boca gorjeante.

―¡Ayuda! ―volvió a gritar la kor―. ¡Por favor!

Nissa tenía el pulso descontrolado. Miró a Ashaya y a la kor, pero no podía estar en dos sitios a la vez. Solo había una solución: necesitaba la fuerza de Ashaya para salvar a la mujer―. ¡Resiste!

Dirigió todo su poder hacia Ashaya y le ordenó que afirmase su pierna atrapada y pisotease los tentáculos del Eldrazi con su otro enorme pie.

Fronda agitada | Ilustración de Eric Deschamps

Los impactos constantes salpicaron el suelo de vísceras y el Eldrazi perdió dos tentáculos más; solo le quedaba uno. Aquello pareció bastar para desestabilizarlo. El monstruo se arrastró hacia atrás y se alejó entre los árboles retorciéndose y tambaleándose.

Nissa no se detuvo y llamó a Ashaya, que arrastraba tras ella los tentáculos amputados. Ya podían enfrentarse al Eldrazi de las numerosas manos.

Pero entonces, Nissa advirtió que había desaparecido.

Y también la kor.

Los buscó desesperadamente entre la arboleda, apartando las ramas que le tapaban la vista. ¿Adónde había ido el monstruo? ¿Adónde se había llevado a la kor?

El movimiento de las hojas le reveló la dirección aproximada. Nissa cruzó los árboles que aún temblaban y encontró el rastro del Eldrazi. Ya estaba a cientos de metros y se escabullía ágilmente apoyándose sobre catorce manos; había invertido su posición para utilizar siete de sus brazos a modo de piernas y la octava extremidad estaba doblada en un ángulo antinatural para sostener a su víctima sobre la cavidad alimentaria.

La corrupción blanquecina ya se extendía por la pierna de la kor.

―¡No! ―Nissa echó a correr por el camino que el ser había abierto entre los árboles, pero era imposible impedir lo que iba a suceder. El Eldrazi consumió la vida de la kor y su cuerpo inmóvil y pálido se convirtió en polvo.

Las motas de polvo flotaron en dirección a Nissa y le provocaron ardor en los ojos. Aminoró el paso y pestañeó para contener las lágrimas. Ya no podía hacer nada por la mujer.

Exhaló lentamente tanto para expulsar el polvo como para calmar la mente y emprendió el regreso al campamento, de vuelta con Ashaya.

Por el camino, se encontró con otro rastro de corrupción, probablemente causado por el Eldrazi mutilado al que solo quedaba un tentáculo. Nissa se quedó con el corazón en un puño. Si aquel Eldrazi se había marchado del campamento, significaba que ya no había absolutamente nada de lo que alimentarse.

Enseguida vio que tenía razón: el pequeño claro había sucumbido a la corrupción de los Eldrazi. Nissa encontró cinco cadáveres, pero no había forma de saber cuántos se habrían desintegrado ya.

Terreno contaminado | Ilustración de Christine Choi

Ashaya estaba en el centro del claro y era la única fuente de color, verde y marrón, en medio de aquel terreno antinaturalmente blanco. El elemental parecía estar de luto. Habían perdido aquella batalla. Muchas personas habían perdido la vida. Y la tierra también había perdido mucho. Nissa lo lamentaba profundamente. Sin embargo, se lo había advertido a Ashaya: ella no era la adecuada para defender Zendikar. Ahora comprendería que estaba en lo cierto.

―No es culpa tuya ―dijo una voz débil y seca que sobresaltó a Nissa. Por un segundo, creyó que pertenecía al elemental, pero entonces vio quién había hablado: un vampiro que se acercaba cojeando desde los árboles que rodeaban el claro. Llevaba en brazos a una humana que parecía estar inconsciente―. Has hecho lo que has podido. ―Se arrodilló a algunos pasos de Nissa y posó delicadamente a la mujer en el suelo ceniciento.

Ver a un vampiro tratando así a un ser vivo era desconcertante. Nissa frunció el ceño y se quedó mirando al vampiro y a la humana.

―Tranquila, no siente dolor ―murmuró el no muerto―. Me he asegurado de ello. Pronto fallecerá y podrás enterrarla... ―echó un vistazo al resto de los cadáveres consumidos― junto a los demás. ―Se puso en pie y se acercó a Nissa.

Espadachín de Malakir | Ilustración de Igor Kieryluk

Ella retrocedió por instinto.

―No me sorprende que dudes de mí, teniendo en cuenta tu pasado con los vampiros, Nissa ―dijo él con una leve risa solemne.

―¿De qué me conoces? ―se sorprendió ella―. ¿Qué estás...? ¿De dónde...? ―La mente le daba vueltas y las dudas surgían atropelladamente.

―Cuántas preguntas. Responderé a todas ―susurró el vampiro―, pero antes tengo que preguntarte algo yo a ti, si no te importa. ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué estás todavía en Zendikar?

Nissa se quedó perpleja; su asombro iba en aumento.

―Creía que te habrías marchado hace mucho tiempo ―continuó el vampiro―, junto con los otros como tú. Cuando acepté esta misión, supuse que tendría que encontrar a uno cuya chispa estuviese a punto de encenderse, a alguien a quien pudiese convencer antes de que tuviese la capacidad para abandonar este mundo agonizante. Pero encontrar a un Planeswalker antes de que realice su primer viaje es todavía más imposible de lo que parece.

―¿Cómo lo sabes? ―Nissa retrocedió otro paso. Tenía los pelos de punta―. ¿Eres un...?

―¿Yo? No, aunque me halaga que creas que mis congéneres tienen el alma necesaria para alimentar una chispa.

―Yo no creo que...

―No, espera ―la interrumpió el vampiro levantando las manos de forma conciliadora―. No estropees tu muestra de buena voluntad. Es un buen motivo para que decida confiar en ti.

¿Confiar en ella? ¿Un vampiro? Aquella criatura probablemente fuese un sirviente de Ulamog o un asesino de elfos. Nissa no confiaba en los vampiros. Afianzó los pies, se centró y recurrió al poder de la tierra para despejar su mente―. No hay buena voluntad entre nosotros. Dame un motivo convincente para no acabar contigo ahora mismo.

―Tengo cuatro muy buenos y pronto te los daré. Son cuatro regalos. Un obsequio de Anowon.

Nissa sintió un escalofrío; hacía mucho tiempo que no oía el nombre del vampiro anciano. Lanzó una mirada hacia las sombras. ¿La había encontrado? ¿Se trataba de una emboscada?

Anowon, el Sabio de las Ruinas | Ilustración de Dan Scott

―Tranquila, pequeña elfa. No tienes nada que temer. Anowon no está aquí.

―¿Dónde está?

―Lo ignoro. Desapareció hace algunos años, pero hablaba de ti a menudo; me explicó cuáles son tus poderes y tus habilidades y qué es tu chispa. Fuiste la primera en quien pensé cuando decidí realizar esta misión, pero creía que ya no te encontraría aquí. Me alegro mucho de haberme equivocado. ―Extrajo de una bolsita un paño doblado de seda gris y se lo ofreció.

―¿Qué es eso? ―Nissa prefirió no tocarlo.

Con un nuevo gesto de delicadeza, el vampiro desplegó la capa superior y reveló cuatro pequeñas semillas que descansaban en el centro del paño. Las señaló una a una―. Kolya, mangle rojo, jaddi y zarzasangre.

―Zarzasangre... ―Nissa se encogió de pena al recordar la querida planta de su continente natal, pero sus instintos le decían que el vampiro debía de estar mintiendo―. Es imposible, Bala Ged fue destruido.

―Sí, pero no esta semilla. ―El no muerto volvió a plegar la seda y a tapar las semillas―. Tienes que comprender lo que estoy a punto de pedirte, Planeswalker. Debes entender cómo espero que salves Zendikar.

Y así lo hizo. Le estaba pidiendo que llevase las semillas... a otro plano.

―Sé que es extraño que un vampiro te pida algo así, pero en estos tiempos del fin, todos nos sorprendemos haciendo cosas extrañas. La verdad, yo también reconocí muchas de mis cualidades en la zarzasangre de Bala Ged: es mortífera y retorcida y tiene púas ―explicó sonriendo―. Si esa planta perdura en algún otro lugar ―continuó mientras hacía un gesto despreocupado hacia el cielo―, yo también seguiré existiendo, en cierto modo. Todos nosotros lo haremos. ―Volvió a ofrecer el paño―. Llévatelas, por favor.

Nissa entrecerró los ojos y observó al no muerto. Le costaba entender a aquella criatura; no se parecía a los otros vampiros que había visto―. ¿Lo dices en serio?

―No podría pedirlo más en serio; estamos presenciando el fin del mundo.

―¿Crees que esto es el fin?

―Estoy seguro de ello. ―El vampiro se inclinó hacia ella y susurró―. Y tú también, Nissa.

La acusación la hirió. El vampiro se equivocaba. Ella no creía que fuese el fin. Zendikar seguía luchando. Aún había una oportunidad―. Te equivocas. Atravesamos tiempos difíciles, sí, pero muchos de nosotros seguimos dispuestos a resistir y a plantar batalla. La mismísima tierra está luchando. Ya conoces la Turbulencia.

La Turbulencia de Zendikar | Ilustración de Sam Burley

―Son esfuerzos muy nobles, lo admito. Como el tuyo de hoy. ―El vampiro trazó un arco con el brazo por todo el campamento corrupto; la mujer que había llevado en brazos ya se había unido a las filas de los muertos―. El problema es que esos esfuerzos no bastan, sobre todo cuando nos sobrepasan tanto en número.

―Eso puede cambiar. Ahora hay tres engendros menos en este bosque de los que había esta mañana ―replicó Nissa.

―¿Y cuántos más han surgido en todo el plano para reemplazarlos?

Nissa quería replicar, pero no encontraba argumentos en contra.

―No es culpa tuya. ―El vampiro levantó las manos y unió las yemas de los dedos―. Nuestras posibilidades son nulas. Hay cientos de miles de Eldrazi y seguirán engendrándose más. No importa a cuántos matemos, no mientras los titanes sigan aquí. Eres una elfa lista y sabes que tengo razón. Hace mucho tiempo que sabes lo que va a ocurrir.

Nissa se enfureció.

―No pretendía ofenderte ―continuó él―. Solo estoy enunciando los hechos. Ni siquiera tú eres lo bastante poderosa como para aniquilar a un titán.

Tenía razón. Nissa estaba roja de impotencia. Había intentado explicarle a Zendikar que ella no podía lograrlo. Si al menos la escuchase...

―Solo estás retrasando lo inevitable. Pero se te está agotando el tiempo para abandonar Zendikar.

―No pienso marcharme de...

―Lo harás ―la cortó él―. Y por eso me alegro de que nuestros caminos se hayan cruzado. ―Acercó las semillas a la mano de Nissa―. Eres una Planeswalker poderosa y sientes un gran afecto por Zendikar. Naciste para cumplir esta tarea. Salva nuestro mundo, Nissa Revane.

Podía lograrlo. Por primera vez, Nissa sintió que sería capaz de hacer lo que le pedían.

Aceptó las semillas.

Inmediatamente, se ruborizó, llena de culpabilidad. Acababa de acordarse de que Ashaya estaba a su lado. Aún no se había acostumbrado a la presencia de un elemental que no regresaba a la tierra cuando dejaba de dirigirlo. Ashaya había observado toda la escena; la había visto recogiendo las semillas.

Nissa se giró lentamente hacia el mundo despierto. Seguía allí, sin inmutarse por aquella traición. La vergüenza se apoderó de Nissa―. Espera ―dijo girándose hacia el vampiro... Pero había desaparecido, al igual que los cuerpos de los caídos.

Nissa no trató de buscarlo ni de seguirlo. Podría haberlo intentado, pero no lo hizo.

En vez de ello, se quedó en el campamento vacío y corrupto, bajo la sombra del elemental y con la seda absorbiendo el sudor de su mano. Podía sentir la vida de las semillas, de las plantas en las que se convertirían algún día... Todas ellas serían una pequeña parte de Zendikar. Entonces, ¿por qué tendría que sentirse culpable de querer salvarlas?

―¿No sería mejor intentarlo? ―Miró a Ashaya―. Llevo todo este tiempo explicándote que no puedo hacer lo que queréis que haga. ―Se detuvo, aunque Ashaya no respondió, por supuesto―. Pero esto sí puedo hacerlo. De esta forma, al menos sabréis... ―se guardó el paño en un bolsillo― que Zendikar perdurará. Tendrá que bastar con eso.

Ashaya estiró una mano por encima de Nissa y abrió la palma hacia ella. Luego cerró el puño, lo acercó al torso, extendió de nuevo el brazo y volvió a abrir los dedos lentamente.

―Sigo sin entenderlo ―susurró Nissa―. Puede que otra persona sea capaz.

Sus palabras no detuvieron a Ashaya, que realizó el gesto una segunda vez.

Cuando empezó la tercera repetición, Nissa le pidió que regresase a la tierra, que volviese a Zendikar. Había llegado el momento de que lo hiciese.

Sin embargo, el elemental no la obedeció. Sus raíces no se hundieron en la tierra y sus ramas no se desmoronaron.

Ashaya, the Awoken World | Ilustración de Raymond Swanland

―Vete ―insistió Nissa.

Ashaya se agachó para acercarse a ella y estiró el brazo para volver a hacer el gesto.

―Ya basta. ―Nissa reunió sus fuerzas y las dirigió hacia el elemental para obligarlo a marcharse.

Sin embargo, Ashaya siguió allí, estirando el brazo, recogiendo y abriendo la palma hacia el cielo.

―¿Por qué sigues haciendo eso? No lo entiendo. No sé qué significa. ―Imitó el movimiento de Ashaya―. ¿Por qué lo haces?

Cuando Ashaya cerró el puño y lo acercó al pecho, Nissa hizo lo mismo―. Sí, lo veo, pero... ―Entonces percibió algo y contuvo el aliento. En cuanto abrió el primer dedo, una corriente luminosa de energía verde surgió de él; se hundió en la tierra más allá de la zona corrompida y luego volvió a emerger más lejos, ondulando entre los árboles y girando entre las hojas de las plantas. Resplandecía con poder.

Sin atreverse a respirar, Nissa abrió el segundo dedo. Otra corriente apareció. Esta se propagó en una dirección ligeramente distinta y salió disparada hacia arriba, entre las ramas más elevadas del bosque.

Abrió tres dedos más y formó otras tres poderosas conexiones. El mundo se desplegó ante Nissa, brillando con su color verde e irradiando fuerza. Aquello eran las líneas místicas. Nissa había oído hablar de su poder, del poder de la tierra, del Corazón de Khalni y del poder que fluía por todo el mundo.

Expedición al Corazón de Khalni | Ilustración de Jason Chan

Una última línea mística surgió de su palma orientada hacia el cielo. Era la mayor de ellas, con el grosor de una raíz robusta. Estaba unida con Ashaya y serpenteaba entre las raíces y las ramas que formaban el torso, los brazos y las piernas del elemental. Era la línea que unía a Nissa con todo lo que era Ashaya; era la línea que la unía al alma de Zendikar.

Una.

Aquella palabra no se había pronunciado: era una sensación que le transmitía Ashaya.

Una.

El brillante poder verde se extendió por el brazo de Nissa y llegó hasta su pecho, y entonces lo comprendió. Aquella fuerza y aquellas conexiones habían estado allí todo el tiempo y eran lo que Ashaya había intentado mostrarle. Ahora, Nissa sabía cómo encontrarlas.

Nissa movió los dedos uno a uno, tanteando la red de vínculos. Era como si tuviese cientos de nuevas extremidades: los árboles eran sus dedos, las zarzas eran sus puños y la propia tierra era sus brazos y piernas. El poder de Zendikar la recorría... y latía en ella.

Una.

Nissa se había equivocado. Hamadi se había equivocado. Zendikar no le había pedido que hiciese aquello sola. No la había elegido, porque no había nada que elegir. Ella formaba parte del mundo y estaba unida a él, al igual que todos los seres vivos. Un árbol no elige a una rama, sino que la rama forma parte de él... Es una con el árbol. Cuando el árbol crece, cuando el árbol se tuerce o cuando el árbol cae... lo mismo acontece a la rama. Y cuando la rama cruje, cuando la rama germina o cuando la rama da frutos, lo mismo acontece al árbol. Nissa no podía ser la elegida de Zendikar y ella no podía elegir a Zendikar, puesto que era una con Zendikar.

Mientras Zendikar estuviese en peligro, Nissa también lo estaría. Y mientras el mundo luchase por sobrevivir, Nissa también lo haría. No tenía nada que cuestionar. No tenía nada de lo que dudar.

Por Zendikar. El sentimiento procedía de Ashaya.

―Por Zendikar ―dijo Nissa con voz quebrada.

¡Por Zendikar! La determinación de Ashaya cargó de poder a Nissa y las brillantes líneas místicas que la recorrían.

―¡Por Zendikar! ―clamó Nissa.

El mundo entero se iluminó, reflejando su intensidad mientras echaba a correr hacia el bosque.

Línea mística del vigor | Ilustración de Jim Nelson

Siguió el rastro de corrupción que había dejado el Eldrazi con tentáculos al marcharse del campamento. Tenía un objetivo para su exaltación.

Pocos pasos después de adentrarse en el bosque, notó que era un lugar totalmente distinto... e increíble.

Aunque había corrido entre los árboles incontables veces, nunca se había sentido así. "Esto, esto es lo que significa formar un auténtico vínculo con la tierra", pensó.

El mundo reaccionaba a su presencia. Cada vez que sus pies tocaban el suelo, lo hacían en terreno seguro. Los hoyos que pudiesen haberle torcido un tobillo se cerraban. Las raíces con las que pudiese haber tropezado le ofrecían apoyo y la impulsaban adelante, hasta la siguiente zarza, que la propulsaría hacia una rama que la columpiaría hasta un suave lecho de musgo. Aquello era ser una con Zendikar.

Ashaya corría a grandes pasos junto a Nissa y nunca se separaba de ella. No tenía que emplear energías en pedirle que se moviese ni en indicarle un camino, puesto que el elemental lo sabía. Ashaya sabía a dónde se dirigía Nissa, lo que necesitaba y lo que sentía.

Ashaya conocía sus remordimientos.

Y también conocía la determinación de Nissa de proteger el mundo, para que algún día pudiese plantar en la propia tierra de Zendikar las semillas que portaba.

El vampiro había hecho bien en entregárselas. También había acertado al afirmar que Nissa podía salvar Zendikar. En cambio, se había equivocado al decir que tendría que marcharse. Se había equivocado al pensar que no sería capaz de destruir a un titán. Con la fuerza del mundo a sus espaldas, con el poder de Zendikar en su interior, no había nada que Nissa no pudiera conseguir.

Miró a Ashaya. Se sentían de la misma forma: osadas, poderosas, preparadas. Juntas podían lograrlo.

Una pared de roca se separó en dos para dejar paso a Nissa y reveló al Eldrazi. El monstruo no se detenía a pesar de que solo le quedaba un tentáculo; estaba arrastrándose por un campo de flores y dejando corrupción a su paso.

No volvería a hacerlo.

Nissa saltó hacia él. Partes de la pared de roca, junto con las zarzas y el musgo que crecían en ellas, salieron volando al lado de Nissa, siguiendo las brillantes líneas místicas que fluían por sus brazos, acompasándose a sus movimientos y convirtiéndose en extensiones de ella misma.

Zendikon del Bosque Extenso | Ilustración de Rob Alexander

Una.

Cuando aterrizó sobre la corrupción a espaldas del Eldrazi, Nissa aprovechó el impulso y preparó el ataque. La tierra formó alrededor de su mano una lanza que brillaba por dentro. A su lado, Ashaya imitó sus movimientos. Los golpes fueron concentrados, certeros... y letales. La lanza de tierra perforó al Eldrazi a la vez que el puño de Ashaya impactaba contra su máscara ósea.

El monstruo emitió un gorjeo que fue perdiendo fuerza mientras se desplomaba.

Jamás volvería a dañar ni una brizna de hierba de Zendikar.

Nissa subió a su cuerpo inerte y respiró a bocanadas, pero no porque estuviese fatigada, sino porque se sentía vigorizada y quería continuar. Había llegado el momento de plantar cara. Había llegado el momento de luchar. Había llegado el momento de salvar el mundo.

Ashaya entendió lo que sentía Nissa y compartió la sensación. Bajó una de sus grandes manos y la posó delante de Nissa, con la palma abierta e invitándola.

Cuando Nissa puso un pie sobre uno de los dedos de ramas, una ráfaga de poder verde se arremolinó a su alrededor y la colmó de fuerza―. ¡Por Zendikar!

Ashaya levantó a Nissa y la situó en el hueco entre los dos gruesos cuernos de madera de su cabeza. Las líneas místicas respondieron y fluyeron entre Ashaya y Nissa, manteniéndolas unidas mientras Ashaya salía corriendo a toda velocidad por el bosque, dando una zancada gigantesca tras otra.

Estaban de caza... y su presa era un titán eldrazi.

Nissa estiró los brazos a ambos lados y transmitió un mensaje por las líneas que surgían de sus dedos.

Suelo de fondo | Ilustración de Chris Rahn

En respuesta, un ejército de elementales del tamaño de báloths cobró forma. Los elementales formaron filas junto a Nissa y Ashaya y se unieron a la carga, a la lucha por salvar su mundo.


Perfil de Planeswalker: Nissa Revane