Historia anterior: Procedente del éter

Atraída a su plano natal de Kaladesh por la noticia de que el Consulado pretendía arrestar a los saboteadores de la Feria, Chandra ha descubierto, para su sorpresa, que la renegada a la que perseguía el Consulado era su madre. Sin embargo, el reencuentro se vio interrumpido cuando los soldados del Consulado arrestaron a Pia Nalaar. Mientras que Liliana se marchó por su cuenta, Chandra y Nissa se encontraron con Oviya Pashiri, una antigua amiga de los padres de Chandra, y empezaron a buscar la prisión donde se encuentra Pia. Gracias a los contactos de Oviya entre los renegados, han descubierto que Pia se encuentra en Dhund, unas instalaciones secretas al mando del cruel mago Baral... El mismo Baral que persiguió a Chandra y asesinó a su padre cuando ella apenas era una niña.


La cabeza de Nissa daba vueltas mientras la señora Pashiri las guiaba lejos del ruido y los aromas de la fiesta de Yahenni. Volvieron a la oscuridad de las calles, donde el barullo y el entusiasmo de la Feria de Inventores habían dado paso a la alegre actividad de la noche.

Ghirapur no era tan agobiante como Rávnica, con sus ángulos agudos y sus calles grises. De hecho, se podía apreciar que la ciudad estaba construida pensando en facilitar que la magia (el éter) fluyera entre las calles y los edificios. Además, la arquitectura presentaba numerosas curvas y líneas suaves, que recordaban más a los bosques de Zendikar que las esquinas y giros bruscos de Rávnica.

Aun así, Ghirapur estaba atestada de gente.

Nissa tenía que esforzarse para seguir adelante y sobreponerse a los acontecimientos del día, a la agitación palpable de Chandra y al ajetreo caótico del plano.

—Dhund... —masculló la señora Pashiri—. No podía ser otro sitio...

—Y Baral... —gruñó Chandra—. ¿Cómo es posible? ¿No tendría que haber muerto o... o haberse jubilado después de tanto tiempo? —Hizo una pausa—. Ojalá hubiese muerto. —Mientras caminaba, unas llamas diminutas danzaban alrededor de sus puños, apretados con fuerza—. En un incendio.

—Si el mundo fuese justo, lo habría hecho —añadió la anciana.

—Cuando le ponga las manos encima... —Chandra se mordió la lengua, quizá literalmente—. Lo siento, señora Pashiri.

Nissa se inquietó. Hasta ahora, Chandra solo había dirigido su furia contra los Eldrazi o las criaturas retorcidas y corruptas de Innistrad que también parecían Eldrazi. La idea de que la piromante desatara su ira sobre una persona le parecía preocupante. "¿Cuánto dolor le habrá causado ese hombre?", se preguntó.

—Liliana me insinuó que fuese a por él —comentó Chandra—. Que le encontrara y me vengase. Tendría que haberle hecho caso.

Nissa quería ayudarla, apoyar una mano en su hombro y ofrecerle un mínimo de tranquilidad, pero tenía miedo de... ¿De qué? ¿De causarle dolor, como al tocar una quemadura? ¿O de sentir el dolor de Chandra con más fuerza de la que ya notaba, propagándose entre ellas como un incendio?

—¿Adónde rayos habrá ido Liliana? ¿Qué puñetas es más importante que encontrar a mi madre?

Liliana había mostrado una agitación menos... intensa cuando las había abandonado, pero no menos palpable. Nissa nunca había visto a la nigromante salirse de su calma imperturbable; eso le hacía pensar que el propósito de Liliana, fuese cual fuese, debía de ser muy importante.

—¿Y adónde rayos vamos nosotras? —espetó Chandra deteniéndose de pronto y dando un pisotón que levantó algunas chispas en el suelo adoquinado.

—Tenemos que cruzar al otro lado del río —aclaró la señora Pashiri.

—¿Por qué? ¿Qué hay allí? —preguntó Chandra frunciendo el ceño—. ¿Las antiguas plantas de energía?

—Sí. Y también el secreto peor guardado de Ghirapur. —La señora Pashiri bajó la voz—. El territorio de Gonti.

—¿Quién es ese? ¿O esa? —quiso saber Chandra.

—Gonti es etergénito. Creo que hizo su fortuna como contrabandista; colaboramos una o dos veces hace tiempo. El mercado nocturno de Gonti es una especie de núcleo para el contrabando de éter y los inventores renegados.

—Y ¿para qué vamos ahí? —Chandra estaba exasperada y se tiró del pelo de la sien, lo que prendió más lenguas de fuego junto a su cabeza antes de que se disiparan en volutas de humo—. ¿Dónde está mi madre?

—Lo siento, cielo, pero estoy guiándome por la información más fiable que conozco. Me han dicho que Dhund se encuentra en los túneles que se extienden por debajo del mercado nocturno.


Chandra parecía afectada por tener que esperar mientras cruzaban el río en un pequeño esquife impulsado por un joven que fingía indiferencia, aunque su rostro delataba un gran interés por cualquier palabra que saliera de la boca de Chandra. La piromante descargaba su frustración dando golpes en el suelo con los pies. Sus manos tampoco paraban quietas y parecía que incluso se mordía la lengua para no decir nada que pudiera delatarla.

Durante esos escasos minutos alejadas de las luces, el ruido y la gente de la ciudad, Nissa levantó la vista hacia las estrellas y los remolinos azulados de la eteresfera y sintió una gran calma... solo perturbada por la preocupación de que Chandra prendiera fuego al bote en un arrebato de furia e impaciencia. La mayor corriente de éter del cielo era un reflejo casi perfecto del curso del río y Nissa pudo sentir la concordia entre ambos, como si el éter y el agua fueran compañeros de viaje.

Isla | Ilustración de Johannes Voss

Pensó en Ashaya, su acompañante elemental, el fragmento del alma planar de Zendikar, y se preguntó (no por primera vez) por qué había aceptado marcharse de su mundo natal y embarcarse en la locura de aquel viaje junto a un grupo de humanos. Habían logrado grandes cosas juntos, desde luego, y admitía que podían colaborar de manera muy eficiente. Cada uno de ellos aportaba sus propias virtudes al equipo y ayudaba a compensar las debilidades de los demás. Disfrutaba formando parte de aquello, de un propósito mayor y más importante que ella misma. En cierto modo, era como estar vinculada al alma de un plano, unidos por una causa superior.

Sin embargo, durante el caos de la lucha contra los Eldrazi había encontrado pocas oportunidades para poner en orden los lazos emocionales del grupo. Evidentemente, eran lazos... complicados. Encontrar su propio lugar en aquella red de relaciones resultaba agotador. Era completamente distinto de la comunión sencilla y sin palabras que había compartido con Ashaya, tan espontánea como un simple contacto.

Cuando tocaba a Ashaya, la energía, el maná... No, la vida fluía entre ellas y las unía, conectando a Nissa con la esencia natural de Zendikar. Lo más parecido que había logrado con alguno de los Guardianes era la comunicación sin palabras con Jace, cuyos pensamientos podían proyectarse en la mente de Nissa y viceversa. En el fragor de la batalla junto a los demás Planeswalkers, con Jace facilitando la comunicación entre ellos, Nissa podía controlar el flujo del maná entre el grupo. Podía sumergirse en el flujo y formar parte del esfuerzo colectivo. Chandra y ella habían formado un poderoso vínculo en aquellos momentos, al exponerse juntas al flujo de magia de los planos.

La comunicación cara a cara, en cambio, resultaba mucho más difícil, ya fuese con Chandra o con los demás. La gente esperaba realizar sus interacciones diarias a un nivel superficial. Al igual que Jace no utilizaba su magia mental para reemplazar las conversaciones cotidianas, Nissa no podía contar con forjar vínculos profundos mientras el grupo desayunaba en el hogar de Jace. Y cuando Chandra se mostraba tan molesta y agitada como ahora, Nissa temía que formar un lazo con la piromante fuese como abrir una compuerta a una marea de fuego.

Suspiró y se sumió en el flujo que la rodeaba, acogida entre el éter de las alturas y el agua de la tierra. Sintió los latidos del corazón de Kaladesh y todo lo demás se desvaneció.


Nissa trató de aferrarse a ese lazo mientras la señora Pashiri las guiaba por la multitud del mercado nocturno de Gonti, pero lo perdía con cada paso que daba entre inventores que promocionaban sus últimos inventos y contrabandistas que ofrecían suministros ilegales de éter a muy buen precio. El ruido le martilleaba en los oídos y los olores de la muchedumbre asaltaban sus fosas nasales, mientras que Chandra era un horno de emociones que creaba su propia burbuja de calor en medio de la marea de cuerpos.

Mientras la señora Pashiri preguntaba a otro contacto (un enano gruñón al que parecían haberle arrancado un trozo de oreja de un mordisco) cómo podían llegar a Dhund, Nissa levantó una mano indecisa hacia el hombro de Chandra. Quería... No estaba segura. Quería calmarla de alguna forma; llevar parte de su preocupación, si fuera posible, y compartir la carga que afligía a Chandra. Sin embargo, el calor que emanaba de su armadura metálica hizo que Nissa apartara la mano e imaginase la compuerta que contenía el fuego.

—Chandra —prefirió decirle—, en Rávnica me preguntaste... Querías que te ayudara... Buscabas la forma de calmarte.

—Ahora no quiero calmarme —espetó Chandra volviéndose hacia ella con los ojos en llamas y la cara en tensión—. Quiero encontrar a mi madre. —Se fijó en el rostro de Nissa por unos segundos ("¿qué busca?") antes de darle la espalda—. Pero tú no lo entiendes —masculló.

"Supongo que no", pensó Nissa. Cerró los ojos y trató de ignorar el ruido, los olores y la amalgama de colores mientras respiraba hondo.

"Interesante". El éter trazaba estelas serpenteantes en los alrededores, mecido por ráfagas sueltas de aire y dirigido a través de sistemas de ventilación. "Me pregunto si...".

—Nada —dijo la señora Pashiri mientras el enano desaparecía en la oscuridad de un callejón—. Todos sospechan que Dhund está cerca de aquí, pero nadie sabe cómo llegar... o nadie quiere decírmelo. Tal vez si encontramos a... —dejó en el aire mientras echaba un vistazo entre la multitud.

—Sé cómo llegar —afirmó Nissa abriendo los ojos. Al oírlo, la señora Pashiri enarcó las cejas, sorprendida, pero Chandra frunció el ceño.

—¿Por qué no lo has dicho antes? —le soltó a la elfa—. Maldita sea, Nissa, podrían estar torturando a mi madre. O puede que la hayan matado.

—Te entiendo. —Era la verdad: podía sentir el miedo y la preocupación de Chandra con casi tanta fuerza como cuando Zendikar se había agitado contra la presencia invasora de los Eldrazi—. Y no te he ocultado nada. Acabo de averiguarlo gracias al flujo de éter en la ciudad. Si logro concentrarme...

—Me importa un bledo —ladró Chandra—. ¡Llévanos de una vez!

Si logro concentrarme —insistió Nissa—, creo que puedo encontrar el camino. Quizá incluso pueda orientarnos por los túneles subterráneos.

—¡Pues concéntrate! —Chandra la aferró por los hombros y casi la zarandeó. El fuego de su agitación empujaba la compuerta y ponía las cosas aún más difíciles.

—Chandra, cielo... —intervino la señora Pashiri apoyando una mano tranquilizadora en la espalda de Chandra—. Creo que tu amiga necesita un poco de espacio.

Nissa pestañeó. "¿Su amiga? No somos...".

Ashaya había sido su amiga. Con Ashaya había podido extender una mano y formar un lazo perfectamente casual y natural. Sin esfuerzo. Con Chandra, Gideon o Jace, todo requería un esfuerzo; incluso el simple hecho de entrar en contacto, como acababa de hacer la señora Pashiri.

—Lo siento... —se disculpó Chandra bajando las manos y retrocediendo un paso, pero sin dejar de observar a la elfa con expectación.

Nissa la miró a los ojos y, de repente, todo el dolor, la ira y la frustración de Chandra la quemaron por dentro. Las lágrimas le escocieron en los ojos y apartó la mirada.

—Lo intentaré. —Se dio la vuelta, cerró los ojos con fuerza y apartó sus emociones a un lado apretándose las sienes con los dedos.

De pronto, el mundo se desplegó ante la percepción de Nissa como un mapa extendido sobre una mesa. El éter recorría el plano como una vasta red fluvial, elevándose hacia el cielo en algunos lugares y descendiendo para besar la tierra en otros; a veces reflejaba el curso de los ríos y otras serpenteaba a través de las calles de la ciudad. El éter refinado, de un gusto distinto, fluía por tuberías tanto encima como debajo de las calles. En algunos puntos bajo tierra había pequeños nudos de éter concentrado por donde no fluía con tanta facilidad.

Sin embargo, el éter sí que podía desplazarse por un complejo de túneles. No en forma de corrientes, como en la eteresfera, sino de volutas y afluentes. Nissa lo había sentido debajo de sus pies; apenas era un goteo comparado con el torrente de los alrededores y las alturas, pero estaba allí. Se concentró en esa parte del flujo y empezó a buscar los lugares donde el éter entraba y salía de los túneles.

—Por ahí —dijo al fin, señalando hacia la izquierda.

—¿Cómo lo sabes? —dudó la señora Pashiri.

—Vamos. —Chandra no vaciló y se encaminó hacia el lugar que había indicado Nissa—. ¿Por dónde hay que seguir?

Nissa se apresuró a alcanzarla y la guio hasta un pequeño edificio erigido en el interior de una estancia cavernosa que acogía una sección del mercado. Echó un vistazo de soslayo para confirmar que la señora Pashiri seguía detrás de ellas y se abrieron paso entre el gentío hasta que se toparon con una puerta de acero. Chandra trató de abrirla.

—Cerrada.

—Déjame a mí —dijo la señora Pashiri—. He traído mis herram...

Chandra asestó un puñetazo candente a la manilla y la fundió junto con la cerradura. Nissa tuvo que protegerse los ojos del fogonazo y sintió un calor intenso en la cara.

—Estás llamando la atención —advirtió en voz baja la señora Pashiri.

—Que vengan e intenten pararme —replicó Chandra abriendo la puerta de una patada.

Como en respuesta a su invitación, un hombre alto y musculoso se acercó a zancadas, respaldado por una mole aún mayor de placas metálicas, filigrana y engranajes. El humano apartó a Chandra de un empujón y se interpuso entre ella y la puerta medio fundida. O bien no había visto lo que había hecho Chandra o bien no era lo bastante sensato como para tenerle miedo; Nissa sospechaba de lo segundo. O quizá su sentido del deber fuese lo bastante fuerte como para ignorar su propia seguridad.

—Alto ahí —les dijo—. ¿Adónde creéis que vais?

—A Dhund —respondió Chandra prendiendo las manos y los cabellos y mirando fijamente al hombre—. ¿Se va por aquí?

Nissa vio la sala que había detrás de la puerta. Estaba abarrotada de cosas, pero abandonada, y unas escaleras conducían hacia abajo. Prácticamente podía saborear la débil corriente de éter que surgía de los túneles inferiores.

—Esto es propiedad privada —dijo el matón, aparentemente impávido ante la amenaza de Chandra. Aunque tenía el físico robusto de Gideon, aquel bruto carecía del carisma y el buen humor de su compañero. A Nissa le recordaba más bien a un ogro de Murasa, lo que le hizo sentir nostalgia por su añorado Zendikar.

—¿Por qué no resolvemos esto delante de menos gente? —ofreció la señora Pashiri sujetando al hombre del brazo y llevándolo al interior del edificio.

Estaba claro que el gorila también carecía de la inteligencia de Gideon, o tal vez la apariencia amable de la señora Pashiri le hubiera desconcertado. Mientras se agachaba para pasar por la entrada, Chandra le propinó un patadón en el trasero y el hombre se estampó de bruces en el suelo. El golpe que se dio en la cabeza fue tan fuerte que no volvió a levantarse. Mientras Chandra agarraba a Nissa de una mano y tiraba de ella para que entrara, el autómata del matón trató de acudir en su ayuda. Sin embargo, era demasiado grande para pasar por la puerta y solo pudo agacharse y estirar los brazos para intentar apresarlas. Nissa señaló las escaleras a Chandra y la señora Pashiri y extrajo la magia que latía en la tierra bajo la criatura. Unas enredaderas atravesaron el suelo de hormigón y se enroscaron alrededor de las piernas del constructo, mientras que otras surgieron delante de Nissa y sujetaron los brazos de la máquina. El éter salió silbando del autómata en decenas de pequeños chorros cuando las enredaderas empezaron a desarticularlo.

Nissa corrió escaleras abajo para alcanzar a Chandra y la señora Pashiri y descendieron juntas hacia las profundidades, hasta que aparecieron en medio de un largo túnel.

—¡Lo has conseguido! —exclamó Chandra dándole un abrazo.

Nissa notó en el pecho el tacto aún caliente de su armadura y un mechón de la piromante, que olía a humo, le hizo cosquillas en la nariz. También sintió la presión de un calor diferente: el fuego intenso de la energía inagotable de Chandra, el mínimo atisbo de un auténtico lazo. Chandra se separó de ella y miró a un lado y a otro, hacia las dos direcciones del túnel.

—Y ahora, ¿por dónde? —preguntó.

—No... No lo sé —admitió Nissa.

—¿Cómo que no? Pero ¡si nos has traído hasta aquí!

—Buscábamos los túneles bajo el mercado nocturno y los he encontrado siguiendo el flujo del éter, pero eso no servirá para buscar a tu madre.

—Seguidme y no os demoréis —apremió la señora Pashiri tomando el camino de la derecha—. El autómata no tardará en llamar la atención de la gente.

—Ni en acabar desmontado para vender sus piezas, por lo que recuerdo de los mercados nocturnos —añadió Chandra dedicando a la elfa una sonrisa burlona.


La cabeza de Nissa volvía a dar vueltas. El ritmo frenético de Chandra, impulsado por la urgencia de encontrar a su madre, dejaba a Nissa sin aliento. Cada vez que la señora Pashiri se detenía ante una bifurcación, Chandra caminaba en círculos y sus manos echaban pequeñas lenguas de fuego cuando apretaba los puños. Nissa se preguntó si las habría conducido a una red de túneles abandonados de las antiguas plantas de energía, porque nada indicaba que allí pudiera haber una prisión secreta. En algunos pasadizos vieron personas que parecían falsos renegados vinculados al mercado nocturno y vigilaban sin prestar demasiada atención. La señora Pashiri no tuvo dificultades para distraerlos utilizando pequeños servos o animales de vida fraguada.

—No puede ser el sitio correcto —advirtió—. Es demasiado fácil entrar. Estos ineptos no podrían pertenecer la policía secreta.

—No subestimes la estupidez humana —se mofó Chandra.

—Están muy tensos —añadió la señora Pashiri—. Tienen los nervios a flor de piel y el más mínimo ruido hace que sospechen.

Las dos explicaciones parecían plausibles, pero Nissa no estaba convencida. Cerró los ojos un momento y respiró hondo para tratar de recuperar la calma que había sentido en el río.

—Nada de pararnos a meditar —protestó Chandra tirándole de un brazo.

—A ti tampoco te vendría mal calmarte —objetó Nissa lo más amablemente que pudo, aunque no pudo evitar fruncir el ceño.

—Después, quizá.

—Párate un momento a respirar. Exponte al flujo de energía del mundo. Siente su inmensidad.

—¡He dicho que después! —Chandra se alejó a zancadas.

Nissa se apresuró a seguirla y la señora Pashiri fue detrás de ellas.

—Estás siendo demasiado hermética, Chandra. Como si te hubieras hecho un ovillo y te abrazaras a todo tu dolor y tu miedo.

—¡Pues claro que lo hago! —La furia y el dolor de Chandra volvieron a estallar en llamas—. ¡No puedo calmarme mientras tengan a mi madre!

—Pero estarás en mejores condiciones de encontrarla si...

—¡Es mi madre! —Chandra se giró con violencia y las llamas se acercaron peligrosamente al rostro de Nissa—. Creía que había muerto hace doce años. ¿No lo entiendes? ¿No tienes madre?

Nissa se quedó atónita. Algo la había aferrado por el pecho y ahora la oprimía con fuerza, arrancándole el aire de los pulmones. El arrebato de Chandra pareció menguar cuando advirtió la repercusión de sus palabras.

—Lo siento... —dijo con pesar.

—¿Alguna vez estuviste... en Bala Ged cuando visitaste Zendikar? —preguntó Nissa.

Chandra negó con la cabeza, confusa.

—Era el hogar de los Joraga, mi gente. Cuando Ulamog escapó de su prisión... fue el primer lugar que destruyó. —Tragó saliva con esfuerzo—. Lo redujo a polvo...

—Entonces... ¿Tus padres han...?

—No han desaparecido, o eso nos enseñan los ancianos. Los espíritus de las generaciones anteriores viven entre nosotros. Quiero creer que están ayudando a quienes tratan de recuperar la región... —La voz de Nissa se quebró. La última vez que había visto a su madre había sido mucho antes del despertar de Ulamog. Sabía que algunos Joraga habían sobrevivido, pero nunca había tratado de ir en busca de su madre.

Cuando volvió en sí, Chandra la había abrazado de nuevo, con tanta fuerza que Nissa no pudo ni mover los brazos. Era extraño, pero la presión que sentía en el pecho había disminuido.


La señora Pashiri se detuvo ante un cruce de cuatro túneles idénticos, en algún lugar del laberinto bajo el mercado nocturno de Gonti.

—Sé que no es por ahí —dijo señalando a la derecha—. Tampoco es por donde hemos venido —añadió señalando hacia atrás por encima del hombro—, pero el camino correcto podría ser por cualquiera de esos dos.

—¿Qué estamos buscando? —preguntó Chandra—. Para empezar, ¿alguno de estos túneles lleva a alguna parte?

—Si no lo hicieran, ¿qué sentido tendría vigilarlos? —respondió la señora Pashiri—. He tratado de encontrar el camino siguiendo los túneles que parecen lo bastante importantes como para apostar guardias. Sospecho que estamos caminando alrededor de nuestro objetivo, pero no encuentro la forma de llegar hasta él.

—¡¿Cómo?! —bramó Chandra, tan frustrada que necesitó descargar una ráfaga de fuego hacia el túnel de la derecha. Los rugidos de las llamas y su voz resonaron por los pasadizos—. ¿Hemos estado dando vueltas mientras el Consulado tiene a mi madre? —Giró sobre los talones y agarró a Nissa por los hombros otra vez—. ¡Nissa, haz lo de antes! Siente el flujo de éter, o lo que sea. ¡Tenemos que encontrarla!

—Lo intentaré —respondió la elfa con gesto dolorido por el calor que desprendían las manos de Chandra—, pero aquí abajo será... diferente.

Chandra se apartó para dejarle espacio.

Nissa avanzó hasta el centro del cruce y trató de escuchar, de sentir, de sumirse en el aliento del aire, en la tierra bajo sus pies y sobre su cabeza, en el flujo del éter, las líneas místicas y la magia que lo impregnaba todo. Sin embargo, no soplaba la más mínima brisa, las escasas motas de éter flotaban quietas en el aire y la tierra se negaba a revelar sus secretos.

—Busca tuberías —sugirió Chandra—. Necesitarán éter refinado en ese escondrijo, prisión o lo que sea. ¿Hay alguna cerca?

—Sí —confirmó Nissa mientras centraba su percepción en la sensación inconfundible del éter refinado, una corriente que se desplazaba justo por encima de los túneles—. Por ahí —dijo señalando la dirección del flujo, hacia el pasadizo de la izquierda.

Chandra se puso en camino y Nissa y la señora Pashiri tuvieron que correr detrás de ella hasta que se detuvo en el siguiente cruce y... "Un momento".

—Chandra, ven aquí —llamó Nissa. La tubería había cambiado de dirección bruscamente hacia la derecha, pero no había ningún túnel en esa dirección, solo una pared de piedra...

—Voy —respondió Chandra. Las paredes del túnel eran de piedra, pero estaban decoradas con los círculos y espirales típicos de la arquitectura de la ciudad. Unos pilares, probablemente más decorativos que de soporte, emergían de las paredes como bajorrelieves a intervalos regulares por todo el túnel. De ellos sobresalían filigranas que unían cada pilar al siguiente, formando arcos decorativos sobre la piedra desnuda.

¿Sería coincidencia que las tuberías girasen hacia el interior de aquellos arcos?

—¿Qué pasa? —preguntó Chandra. Había regresado junto a Nissa y la señora Pashiri y ahora tamborileaba con los dedos en los brazos a la vez que daba golpes en el suelo con un pie; la elfa se fijó en que tenía un ritmo curioso, tanto si lo hacía a propósito como si no.

—Creo que aquí podría haber una puerta oculta —respondió Nissa indicando la pared.

Chandra se acercó y levantó las manos para apoyarlas en la piedra... pero trastabilló hacia delante y desapareció a través de la pared como si fuese una superficie líquida. O una ilusión.

La piromante asomó la cabeza y dio la siniestra impresión de que la habían colocado allí como trofeo.

—No hay puerta oculta, pero tampoco hay pared. Vamos.


La red de pasadizos se transformó por completo. En lugar de caminar por túneles aparentemente abandonados, ahora se encontraban en unas instalaciones limpias, bien cuidadas, iluminadas y de construcción más reciente. Había puertas a lo largo de los pasillos. La mayoría estaban entreabiertas y al otro lado se veían lo que parecían ser despachos de burócratas, repletos de documentos; guardaban un parecido escalofriante con el despacho de Jace en Rávnica.

"¿Quién podría trabajar aquí abajo?", se preguntó Nissa.

Ya no cabía duda de que se dirigían al lugar que buscaban. Nissa sospechaba que en cualquier momento llegarían a una prisión repleta de guardias malhumorados, pero ya no había vuelta atrás. Guio a sus compañeras por los cruces siguiendo el curso de las tuberías de éter. Pronto se encontraron en un lugar donde una tubería descendía del techo, trazaba un arco por un lateral del pasadizo y desaparecía bajo el suelo.

—Debemos de estar cerca —dijo Nissa bajando la vista—. Muchas tuberías como esta convergen cerca de aquí... En los alrededores, en realidad.

—Eh... ¿Nissa? —Chandra llamó su atención.

La elfa levantó la cabeza y entonces vio a los guardias que se acercaban por todos los flancos. El brillo azulado de la tubería de éter se reflejaba en el metal de sus armaduras y armas.

Ilustración de Victor Adame Minguez
Ilustración de Victor Adame Minguez

Uno de ellos se llevó una mano a la cara y se quitó una máscara de filigrana. Lo primero que llamó la atención de Nissa fueron los ojos azules e incandescentes, cuales ventanas que conducían a una eternidad deslumbrante. Estaban rodeados de una piel horriblemente dañada, que parecía casi azul bajo el extraño brillo de los ojos.

Chandra se convirtió en un incendio descontrolado, una tormenta de fuego que asoló el túnel en dirección al hombre de las cicatrices; Nissa comprendió claramente cómo se las había hecho. Sin embargo, las llamas se desvanecieron antes de alcanzar al hombre y las últimas lenguas de fuego se extinguieron en la mano de él, seguramente absorbidas por un dispositivo etéreo que llevaba en el brazo.

—Esta vez no, piromante —dijo el hombre. Levantó una mano hacia la pared y accionó una especie de mecanismo. Justo antes de que Chandra se abalanzara sobre él, una barrera surgió del suelo y le cortó el paso.

"¡Una trampa!". Nissa oyó sus propios latidos de inquietud.

Otras paredes se levantaron por todas partes y formaron una prisión diminuta y bien sellada. Uno de los laterales tenía una especie de puerta con un grueso panel de cristal, adornado, por supuesto, con una esmerada filigrana.

"Incluso la muerte es hermosa en este mundo". El extraño pensamiento acudió a la mente de Nissa.

Chandra estampó un puñetazo en la puerta y provocó un estallido de llamas naranjas que se transformaron al instante en chispas azules y se disiparon inofensivamente. Apretó la frente contra el cristal y gritó a pleno pulmón.

—¡BARAL!

"Así que es él", pensó Nissa.

Se apartó alarmada cuando el rostro de Baral apareció al otro lado de la ventana. Nissa pudo ver mejor las cicatrices: en la mitad izquierda de su cara, la nariz, la mejilla y la frente se habían fundido en una horrible quemadura. El desprecio arrugaba su ceño y curvaba sus labios.

—Piromante... —Pronunció la palabra como un escupitajo, apenas audible tras el grueso cristal—. Baan dijo que habías vuelto. No daba crédito a sus palabras. No sé cómo escapaste de mí la última vez ni dónde te has escondido todos estos años, pero no volverá a ocurrir.

—¡Te mataré! —aulló Chandra arrojándose de nuevo contra la puerta y golpeando el cristal con sus puños en llamas, que solo levantaron más chispas azules. "Una especie de antimagia", dedujo Nissa. Chandra rugió de nuevo—. ¡Suéltanos, malnacido!

—Eres lamentable, pequeña Nalaar —respondió Baral, impasible ante las amenazas—. Una triste aberración de la naturaleza.

Nissa dudaba que Baral pudiera notarlo, pero sus palabras habían herido a Chandra; habían hurgado en alguna herida de su infancia. Se acercó para apoyar a Chandra y miró a Baral a los ojos.

—¡Te di tu merecido cuando era una cría! —gritó Chandra—. ¡Verás lo que haré contigo ahora!

—Arde todo lo que quieras. Morirás más rápido si consumes el oxígeno. Y tus amigas también.

Chandra giró la cabeza y miró a Nissa con los ojos desorbitados y llenos de impotencia. Su dolor y su ira eran tan salvajes, tan ardientes que una parte de Nissa quiso apartarse, pero acercó una mano y la apoyó en la espalda de Chandra, tal como había hecho la señora Pashiri.

Un vínculo se formó entre ellas y Nissa notó el fuego de Chandra ardiendo en su propia alma. Retiró la mano y retrocedió un paso.

—Antes o después, moriréis aquí —continuó Baral—. Llevo mucho tiempo aguardando esto, piromante. —Les dio la espalda mientras volvía a colocarse la máscara y se alejó algunos pasos por donde había venido.

—¡Espera! —gritó Chandra—. ¡Mi madre! ¡Suéltala! Esto es entre tú y yo. Nissa y la señora Pashiri tampoco tienen nada que ver. Mátame a mí, solo a mí.

Baral ni siquiera se giró. Antes de marcharse, su voz apenas se oyó como un susurro cavernoso.

—No.

Chandra rugió. Las palabras desaparecieron de su mente y una ráfaga de fuego surgió de su cuerpo y se estrelló contra la puerta. Como si fuera la marea al romper contra el dique de Portal Marino, el impacto levantó un aluvión de chispas azules.

Nissa se apartó de un salto y cubrió con la capa a la señora Pashiri, tratando de proteger a la anciana lo mejor que pudo. El calor le abrasó la espalda y la derribó, pero cesó casi al instante. Rodó para apagar cualquier posible fuego que se hubiera prendido en la capa y se incorporó.

La señora Pashiri parecía estar intacta. Chandra se había dejado caer de rodillas y tenía los hombros y la cabeza gachos. Su fuego se había extinguido.

"Mi turno", pensó Nissa.

Se acercó a Chandra y apoyó las manos en la puerta. Percibió de inmediato que el cierre era hermético. No detectó una simple protección contra el fuego de Chandra, sino el complejo encantamiento de un contrahechizo imbuido en los materiales de la puerta.

En ese caso, habría que buscar otra solución.

Hincó una rodilla en el suelo y lo tocó con la mano. Extendió su percepción en busca de raíces y plantas que pudieran atravesar la superficie en respuesta a su llamada. Incluso el menor de los retoños podía partir el hormigón si se le daba el tiempo suficiente; con su mano como guía, el tiempo que necesitaría una planta para abrirse paso y desencajar la puerta sería casi nulo.

—¿Qué es ese olor? —preguntó la señora Pashiri.

—Nissa, mira —dijo Chandra dándole dos golpes en el hombro.

Nissa se volvió y siguió con la mirada el dedo de Chandra, que señalaba hacia el techo. Una pequeña rendija, como las que había distribuidas por toda la sala, desprendía diminutas cascadas de vapor verdoso que se desvanecía en el aire. Nissa también lo olió: era un hedor punzante y nauseabundo, un producto químico completamente antinatural.

—Veneno. Pretende que nos asfixiemos aún más rápido.

Chandra se dejó caer en el suelo y se abrazó las rodillas contra el pecho.

—Tranquila —le dijo Nissa mientras volvía a arrodillarse junto a la puerta—. Nos sacaré de aquí.

Pero su idea no funcionaba. El suelo estaba imbuido con la misma magia anuladora que cubría la puerta y las paredes. No podía proyectar sus sentidos ni su voluntad hacia la tierra. No había ningún ser vivo dentro de su radio de influencia.

Nissa volvió a sentir presión en el pecho. Estar encerrada como un animal en la trampa de un cazador ya era bastante malo, pero solo una vez se había sentido tan desesperadamente sola y aislada de la vida y el alma del mundo que pisaba: cuando el demonio Ob Nixilis había alterado las líneas místicas de Zendikar y había cortado su vínculo con Ashaya.

Se sentó y apoyó la espalda en la puerta, inspirando aire a bocanadas para tratar de calmar sus latidos desbocados.

—Me cuesta respirar —dijo Chandra en voz baja.

—No... No sé qué hacer —admitió Nissa mirándola a los ojos.

—Seguro que Jace tendría un plan. —Chandra trató de forzar una sonrisa, pero se apagó en sus labios.

—Ese... Baral ha construido una trampa para magos. Anula los hechizos y los redirige contra nosotras...

—Su profesión es perseguir a gente como Chandra —explicó la señora Pashiri—. Tiene sentido que su guarida esté llena de trampas para protegerse contra posibles represalias.

—Gideon podría salir de aquí a porrazos —murmuró Chandra—. Reventaría la puerta sin hacerse ni un rasguño.

—Yo estoy completamente aislada —lamentó Nissa—. Ni siquiera puedo encontrar las plantas más cercanas. Tampoco puedo convocar un elemental. No sé qué hacer...

—Puede que Liliana venga y nos salve. Como hizo en Innistrad.

La desesperación de Chandra era tan obvia que Nissa tuvo ganas de abrazarla y estrecharla contra su pecho. Aunque eso significara sentir su dolor; aunque significara arder por dentro...

"Ya lo tengo".

—Probemos otra solución —dijo levantándose y tendiendo una mano a Chandra para ayudarla a ponerse en pie.

Chandra tomó su mano y la sangre de Nissa se caldeó. En vez de cerrar la compuerta, dejó que el fuego se propagara por su interior. Sintió toda la furia, la desesperación, el tormento de encontrar a su madre y haberla perdido de nuevo... y una pizca de esperanza. Nissa buscó dentro de sí misma y encontró algo que ofrecer a cambio: un respiro de calma, franqueza y un atisbo del alma del plano. Chandra abrió los ojos de par en par.

—Déjame alimentar tu fuego —explicó Nissa—. Juntas quizá podamos imponernos al contrahechizo de Baral.

—¡Buena idea! —El rostro de Chandra se iluminó—. Esta conexión...

—Necesitamos una llama concentrada —interrumpió Nissa—. Otro fogonazo como el anterior sería demasiado peligroso. Debe ser un fuego pequeño, pero lo más intenso que puedas. Dirígelo contra la puerta y quizá podamos fundir las bisagras.

—Vale, hagámoslo. ¡Dame lo que tengas!

El entusiasmo de Chandra era tan palpable como el resto de sus emociones. Nissa respiró hondo y extrajo maná de la tierra viva de los alrededores. Aquello funcionaba, al menos: no podía proyectar su magia, pero podía atraer la del entorno.

Sus pulmones empezaron a arder. "El veneno". Tosió y perdió parte del control sobre el maná que había acumulado.

—Date prisa —apremió con dificultad.

Chandra probó a respirar para centrarse e hizo un torpe intento de adoptar una postura relajada, que probablemente había aprendido con los monjes de Regatha. "Querida Chandra, la concentración no es tu fuerte, de verdad", pensó Nissa.

Aun así, una pequeña hoja de fuego controlado se manifestó en la mano de la piromante. Nissa empezó a canalizar su maná hacia Chandra y la hoja brilló con más fuerza y calor, hasta tornarse incandescente. Con una sonrisa en los labios, Chandra la clavó en la puerta de la prisión y trató de introducirla a modo de cuña por el borde.

Una lluvia de motas azules saltó sobre Chandra cuales chispas al usar un soldador. La piromante parecía haber tensado todo el cuerpo para mantener la llama viva y clavarla en el metal.

Chandra consiguió hundirla un poco más y dio la sensación de que iba a funcionar... Pero entonces, un destello azul y blanco restalló como un látigo y Chandra salió tropezando hacia atrás y cayó en los brazos de Nissa. Las últimas llamas se apagaron en su mano.

—¡Maldita sea! —bramó—. ¡Maldito Baral! ¡Maldito Consulado! ¡Maldito Kaladesh! ¿Por qué rayos he vuelto? ¡Maldición, maldición, maldición! —Acompañó cada improperio con un puñetazo en el cristal, levantando pequeñas ráfagas de chispas azules con cada golpe.

Se dio la vuelta y volvió a dejarse caer en el suelo. Levantó la vista hacia Nissa y toda su furia se transformó en tristeza.

—¿Cómo ha podido salir todo tan mal? —lamentó.

—Chandra, ¿por qué quisiste venir? —le preguntó Nissa—. ¿Qué creías que encontrarías?

—Dolor. No lo sé. Liliana me dijo... No lo sé. —Se mordió el labio unos segundos—. ¿Por qué te uniste a los Guardianes, Nissa?

—¿Cómo?

—Tenías un vínculo muy fuerte con Zendikar, ¿no? ¿Por qué te marchaste? ¿Por qué te uniste a un grupo de humanos y decidiste meterte en nuestros fregados?

—Porque juntos somos más fuertes —respondió Nissa—. Podemos utilizar esa fuerza para ayudar a otros mundos, igual que hicimos en Zendikar. No quiero que otros planos sufran como lo hizo el mío.

—"Juntos tenemos más poder". Fueron las palabras de Liliana, ¿verdad? Yo no creo que sea eso.

—¿A qué te refieres?

Chandra observó a la señora Pashiri, que estaba sentada en la pared opuesta, conservando sus fuerzas.

—Somos Planeswalkers. Para la gente como nosotros, es muy fácil sentirse sola; aislada, como has dicho antes. Siempre dejamos atrás a nuestras familias, a nuestros seres queridos. Yo he encontrado a mi madre y a la señora Pashiri, pero creo que no podría quedarme para siempre en Kaladesh. Somos Planeswalkers... y los Guardianes nos ayudan a no seguir estando solos.

—A formar parte de una causa superior... —dijo Nissa.

—No. A formar parte de algo, a secas. Juntos. A tener una familia, estemos en el plano en el que estemos. —Mostró una pequeña sonrisa—. A tener amigos.

Nissa trató de recordar la última vez que había considerado a alguien como un amigo. No a Ashaya, el alma de Zendikar, sino una persona.

"¿Mazik? Eso fue incluso antes de abandonar Zendikar, antes de...".

—Los Guardianes no estamos solo para salvar el Multiverso —continuó Chandra mientras se levantaba y la miraba a los ojos—. Estamos para salvarnos unos a otros. Para ayudarnos mutuamente. Como cuando bajaste aquí... por mí. Para ayudarme a encontrar a mi madre.

—En realidad no lo había...

—Significa mucho para mí —dijo Chandra apoyando una mano en el hombro de Nissa—. Gracias.

Mientras la elfa trataba de encontrar una respuesta, Chandra pasó junto a ella y se arrodilló al lado de la señora Pashiri.

—¿Qué tal estás?

—Bien, cielo, bien.

—No lo parece. —Chandra levantó la cabeza hacia Nissa, con la frente arrugada de preocupación—. Deberías irte.

—¿Qué...?

—Somos Planeswalkers, tontaina. Puedes marcharte de aquí.

—¿Y tú qué harás?

Chandra sonrió mientras negaba con la cabeza y las lágrimas brotaban en sus ojos.

—Me quedaré aquí con la señora Pashiri. Mi madre nunca la dejaría sola.

—No digas tonterías, hija —protestó la señora Pashiri—. Si tenéis una forma de escapar, marchaos aunque tengáis que dejarme aquí.

—No, no te abandonaré a tu suerte.

—Vete, Chandra. Vete. —La señora Pashiri estrechó las manos de Chandra entre las suyas—. He tenido una vida larga, plena y maravillosa. Hace años que enterré a la persona que amaba. Estoy preparada.

Chandra no lo aceptó. Se sentó junto a la señora Pashiri sin soltarle las manos.

—Chandra, tú tienes que... encontrar a tu madre —intervino Nissa—. Ve a salvarla. Yo me quedaré con la señora Pashiri.

Chandra le sonrió, pero volvió a negar con la cabeza.

—Eres una buena amiga, Nissa.

"Esto no tiene sentido", pensó la elfa. "Somos Planeswalkers. Formamos parte de los Guardianes. Hemos jurado ayudar a proteger el Multiverso y podemos hacer el bien por mucha gente...".

"Pero lo único que quiero es quedarme aquí".

Se sentó junto a Chandra y la señora Pashiri.

"Con mi... mi amiga".


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