En otro Tarkir, en un destino diferente, el hombre llamado Surrak era kan de los Temur. Este humano salvaje, raudo y en armonía con la naturaleza lideraba a su clan dando ejemplo.

No obstante, los tiempos han cambiado (el mismísimo tiempo ha cambiado) y Surrak jamás ha conocido esa vida. Ahora es la Voz de la caza en el clan Atarka, que vive para alimentar a su señora dragón. Si Surrak supiese de la existencia de ese otro destino, de su porvenir original como kan, quizá prefiriese llevar aquella vida...

O quizá no.


Los pájaros abandonaron los pinos en bandada, haciendo caer nieve sobre las escarpadas pendientes cuando las largas horas de silencio fueron interrumpidas por el retumbo de un cuerno. Era el cuerno de caza. La llamada para emprender la más sagrada de las tareas.

Las montañas son vastas, impenetrables y prístinas. La mirada de los dragones llega muy lejos, pero ninguno puede ver todas las pendientes, las cuevas y los recovecos. Las profundidades de las montañas son un lugar de paz. Un humano o un ainok puede huir durante días o semanas; uno astuto, puede que incluso durante un año. Pero la tranquilidad tiene un precio. Las montañas siguen teniendo una soberana, y cuando el cuerno suena, uno debe responder.

Montaña | Ilustración de Titus Lunter

Cuatro ainok surgen de su campamento oculto. No sirven a Atarka, pero estos son sus territorios. La paz de ellos es la que ella permite. Empacan sus cosas lo mejor que pueden e inician la marcha arrastrando los pies, dirigiéndose al origen del retumbo. Es la mejor de las dos opciones. Ni la madre ni el padre son grandes cazadores. La hija está en forma; el hijo, más joven, está escuálido. No hay nada que debatir ni discutir. El cuerno suena y ellos acuden. Algunos de ellos no llegarán al final de la semana.

El gran trineo murmulla en los ventisqueros, arrastrado por cuatro hombre y mujeres vestidos con pieles; su aspecto no es tan distinto del de las bestias amontonadas en el trineo. Nadie habla. Solo se oyen ruidos de esfuerzo y cansancio, de nervios y frustración, pero ninguna palabra. El momento para hablar llegará después, cuando termine la cacería.


Surrak está de pie sobre el trineo , deleitándose con el pequeño dolor que le produce el aire gélido en los pulmones. Llevaban buena parte del día siguiendo el rastro de un krushok de las montañas; por el tamaño de las huellas, era un ejemplar enorme. Semejante ofrenda podría aplacar a la señora dragón durante casi una semana. Cuando un krushok alcanzaba un tamaño así, dejaba de procrear y de viajar con su manada. Era una presa perfecta. Por el camino, habían abatido a una docena de alces, tres garras de sable, un puñado de yetis y a un ermitaño que se había negado a acudir a la llamada. Surrak se sentía especialmente orgulloso de haber cazado a los garras de sable. Atarka parecía disfrutar devorándolos, y al mermar el número de depredadores en la región, luego habría más animales que cazar.

Surrak se sentía totalmente cómodo en las tierras salvajes. Sentía un deleite feroz cuando cazaba; podía alejar de su mente el motivo por el que lo hacía y concentrarse en los instintos que lo guiarían hacia una conclusión satisfactoria. Sus ojos percibían el más mínimo movimiento, giraba la cabeza ante cualquier sonido. Nunca había estado en aquella región, pero conocía el lugar. El poder del interior de la tierra era afín con él, le daba fuerzas y lo impulsaba a seguir adelante. No tenía tiempo para pensar en nada más.

Surrak, la Voz de la caza | Ilustración de Wesley Burt

Las huellas eran frescas y el trineo las siguió a través de los árboles, hasta llegar a un manantial. La bestia se había detenido allí para beber; aún no se habían desvanecido las huellas que había dejado en el cauce del arroyo. Ya no andaba lejos. Surrak hizo un gesto a sus exploradores para que dos de ellos avanzasen en paralelo, siguiendo el rastro. Entretanto, él bajó del trineo e inhaló el olor de la presa. Estaba cerca, muy cerca. La energía de la tierra se acumuló en su interior y sintió un hormigueo en los puños. Aquel día no llevaba armas. Nunca las había necesitado realmente.

En cuanto se dispuso a lanzarse a la persecución, una sombra oscureció el trineo. Surrak levantó la vista y observó la silueta de un dragón que volaba lentamente sobre ellos. A juzgar por su tamaño y su masa, pertenecía a la estirpe de Atarka. Había algo extraño en su forma de volar... Surrak decidió silbar a sus exploradores y cazadores para que permaneciesen quietos. Se tumbaron en la nieve; para un dragón que los observase desde arriba, parecería que se habían desvanecido. Sin embargo, no había forma de ocultar el trineo. El dragón dio otra pasada y Surrak se dio cuenta de qué le había llamado la atención: sus aleteos eran inconstantes y volaba sin estabilidad. El humano permaneció quieto y en silencio durante un largo rato.

―¿Qué ves? ―murmuró el segundo de Surrak, rompiendo el silencio. Se trataba de un hombre inmenso.

―Es de la estirpe de Atarka, pero vuela alrededor de nosotros. Ha visto el trineo y está pensando qué hacer. Debería conocer los límites, pero está pensándolo. ―Surrak espiró lentamente y el vaho se convirtió en escarcha en el aire―. Fíjate en los aleteos. Ese dragón no está sano. Puede que lo hayan herido, o que esté enfermo. Sea como sea, está pensando en venir a por nosotros.

―¿Y qué haremos si decide atacar?

Surrak inspiró y espiró un par de veces más.

―Esta carne es para Atarka. Le llevaremos sus alimentos, o nos convertiremos en los siguientes. No es tan complicado, ¿verdad?

Su segundo negó con la cabeza. Los aleteos se alejaron y pronto perdieron de vista al dragón. Surrak silbó una orden y los cazadores se incorporaron al unísono. La persecución había comenzado.


El krushok debía de haber percibido el olor de los cazadores en el viento. "Solo los astutos llegan a viejos", pensó Surrak, y aquel krushok hizo todo lo posible para que los cazadores perdiesen su rastro. Cruzó un río y luego regresó a la otra orilla, pero los ainok podían seguir su olor, si fuese necesario. Permaneció en terreno rocoso para que sus huellas fuesen menos visibles, pero no había forma de ocultarlas ante los perceptivos ojos de los cazadores. Por último, utilizó su tamaño y su velocidad para tratar de dejarlos atrás, pero los exploradores de Surrak ya le habían dado alcance. Lo hostigaron con jabalinas y hondas para desviarlo y conducirlo hacia la emboscada de los cazadores. Cuando el krushok se abrió paso hasta el claro, los cazadores descargaron una lluvia de jabalinas y ganchos. Lo habían atrapado.

El krushok bramó con tal intensidad que las rocas temblaron. Los cazadores se movieron como un solo ser y empezaron a retenerlo con ganchos y cuerdas. Otros se aproximaron lentamente, armados con lanzas para tratar de asestarle el golpe mortal. La bestia se revolvía y tiraba, pero los cazadores eran fuertes y hábiles. El krushok bramaba cada vez más bajo, agachando la cabeza; estaba agotándose. Las cuerdas se tensaron cuando tiraron de él y los lanceros se abalanzaron sobre su presa.

Krushok salvaje | Ilustración de Kev Walker

Sin embargo, la bestia había ocultado su auténtica fuerza, al igual que habían hecho los cazadores. En un estallido de fuerza, el krushok cargó hacia el frente, partiendo las cuerdas y golpeando con su gran cuerno. Dos de los lanceros salieron despedidos con un crujido de huesos; sus cuerpos se estamparon contra los árboles y la roca. De una coz, aplastó a muchos de los cazadores que sujetaban las cuerdas y los ganchos. El segundo de Surrak recogió una lanza de los cazadores caídos y cargó contra él vociferando. Con una fuerza tremenda, hundió el arma hacia arriba en la mandíbula de la bestia. El krushok tembló, trastabilló y se desmoronó derrotado; su sangre formó un gran charco rojo en el suelo blanco y un vapor hediondo surgió de la nieve.

Los cazadores apenas celebraron su victoria. Examinaron rápidamente a los caídos para comprobar si estaban heridos o muertos. Actuaban con una premeditación que no necesitaba palabras. Ahora que habían abatido a la presa, necesitaban cargarla en el trineo y regresar al valle de Atarka. Los que pudiesen caminar, caminarían. Los que pudiesen tirar, tirarían. Solo había una forma de volver subido al trineo, pero nadie pidió hacerlo.

Acercaron el trineo lo máximo posible al gigantesco cadáver y cortaron leños de los pinos cercanos para usarlos como apoyo y subir al enorme krushok. Surrak dejó que su segundo dirigiese las labores mientras él observaba las nubes, que comenzaban a acumularse alrededor de las cumbres cercanas. Se avecinaba una tormenta. No una tempestad de dragones, sino una tempestad normal de viento, nieve, frío y muerte para aquellos a quienes atrapase. Las nubes estaban oscureciéndose, y si los vientos siguiesen soplando así...

De pronto, una silueta surgió de entre las nubes y descendió en picado a toda velocidad.

―¡Apartaos del trineo! ¡¡YA!! ―gritó Surrak para advertir a sus cazadores, pero era demasiado tarde, pues el dragón cayó del cielo como un meteorito de alas, escamas y cuernos. El engendro se estrelló contra el suelo, formando un cráter en la nieve y el hielo, para luego precipitarse unos veinte metros ladera abajo. Lanzó una llamarada hacia los árboles y la partida de caza y una humareda cegadora lo ocultó. Surrak intentó avistarlo entre las llamas. Vio sus ojos y percibió una locura salvaje en ellos. El dragón se abrió paso hacia el krushok y le dio un gran bocado mientras los cazadores supervivientes se dispersaban hacia los árboles.

Dragón cazarrebaños | Ilustración de Seb McKinnon

El dragón era robusto, medía unos nueve metros de largo y tenía una cornamenta serrada que lo delataba como miembro de la estirpe de Atarka. Sin embargo, sus dragones eran inteligentes y sabían que no debían interferir con las labores de caza. Para que un dragón hiciese algo así, tenía que estar loco o desesperado.

―Todos atrás. Voy a recuperar el trineo. ―Surrak se pasó el manto de oso por los hombros y caminó con cuidado entre la humareda. Gruñó unas sílabas guturales y reforzó el sonido arañando y golpeando con una piedra una escama que llevaba en su manto para situaciones así. Ningún humano era capaz de hablar el dracónico, pero Surrak había logrado emular bastantes de sus sonidos imposibles de pronunciar. "Soy la Voz de la caza", intentó expresar.

La única respuesta del dragón fue observarlo mientras masticaba la carne que había robado.

"Esa carne pertenece a Atarca", continuó. "Detente".

De nuevo, no obtuvo respuesta. Si el dragón podía entenderlo, no daba señales de ello. Surrak suspiró.

―Muy bien, lo haremos por las malas.

Surrak se agazapó, gruñó y mostró los dientes. No había persona o bestia incapaz de malinterpretar aquel gesto. El dragón engulló un bocado de carne y le devolvió la mirada.

El engendro rugió y le lanzó una dentellada, pero no era más que una amenaza vacía. Surrak giró alrededor de él y siguió agazapado, con las palmas abiertas hacia el suelo. Aquel lugar era ideal. Había mucha energía a la que recurrir. Era un lugar antiguo. La magia empezó a acumularse en él y notó que su sangre se volvía más caliente. El dragón le escupió una llamarada, pero Surrak cargó contra él y se escurrió por debajo. Lo había quemado, pero él no lo sintió. El dragón trató de echársele encima y lanzó un potente zarpazo contra el rostro del humano, pero antes de que lo alcanzase, Surrak armó el brazo izquierdo y descargó un puñetazo demoledor sobre la mandíbula del engendro.

Confrontación épica | Ilustración de Wayne Reynolds

Le bastó con un golpe.

El dragón se desplomó sobre el suelo con el cuello roto. Los cazadores supervivientes salieron de sus escondrijos. Comprobaron los daños sufridos, pero no tuvieron mucho tiempo para hacerlo. Los vientos soplaban con más intensidad y la nieve empezaba a caer. La tormenta se cernía sobre ellos.


Pasaron dos días y la tempestad no amainaba en absoluto. Resultaba casi imposible mantener un fuego encendido y los árboles no proporcionaban cobijo suficiente. El trineo estaba lleno de comida, pero se había congelado. Eso conservaría los alimentos para Atarka, aunque si no encontraban la forma de sobrevivir a su situación actual, la comida nunca llegaría a su destino. Surrak conocía las consecuencias de aquello: su gente pagaría el precio.

―Volveré pronto.

Sus cazadores estaban acurrucados juntos para darse calor y utilizaban el trineo para protegerse del viento. Lo miraron con perplejidad, pero no dijeron nada. Surrak caminó pesadamente contra el viento, hacia el lugar donde había caído el dragón. Aunque era enorme, tuvo que desenterrar el cuerpo de la nieve antes de ponerse manos a la obra. Abrió a la criatura valiéndose de un cuchillo y extrajo trozos de carne y un órgano alojado en el torso de la bestia. Luego regresó al campamento y rajó el órgano, del cual manó un líquido denso y apestoso que Surrak vertió sobre la madera reunida para hacer fuego. Cuando lograron prender una chispa, la leña se encendió con una llama intensa: era fuegodragón. Los cazadores miraron a Surrak con recelo, pero agradecieron el calor de la lumbre. Después, Surrak ensartó un trozo de carne y empezó a asarla.

―¿Eso es...? ―dijo con incredulidad el segundo de Surrak―. Nos lo han prohibido. Tenemos toda esta otra carne...

Quiebrabestias de Atarka | Ilustración de Johannes Voss

―¿Nos lo han prohibido? ―lo interrumpió Surrak―. Comemos lo que matamos. Yo lo maté, y fue lo correcto. Había enloquecido; ya no era más que una bestia y yo era más fuerte. Eso está prohibido ―aseveró, señalando el trineo―. Esa carne es para ella. Ya vamos a tener problemas por demorarnos. Somos pocos para tirar del trineo, así que regresaremos despacio. La tormenta también nos ha retrasado dos días. Así que vamos a alimentarnos de nuestra presa, vamos a reponer fuerzas y luego haremos nuestro trabajo. ¿Entendido?

El segundo de Surrak abrió la boca para replicar, pero luego vio el puño cerrado de Surrak y se replanteó la situación.

Surrak jamás había comido dragón. Estaba delicioso.


Cuando regresaron a Ayagor con el trineo, recibieron ayuda para tirar de él montaña arriba. Atarka estaba recostada en la cima; era el ser más grande de Tarkir. Aunque era una mole colosal, Surrak la había visto en acción, enfurecida. Algo tan grande no debería moverse tan rápido, pero podía hacerlo cuando lo necesitaba. Por ahora, se contentaba con observar cómo inclinaban el enorme trineo repleto de carne; las presas se esparcieron por el valle de piedra, cuya forma se asemejaba a la de un plato. Bufó una llamarada sobre el valle, chamuscando la carne con fuegodragón, y luego descendió para empezar a comer. Surrak se quedó cerca para pronunciar el tradicional mensaje.

―Gran Atarka, señora dragón y protectora, esto ha sido una ofrenda. Si nos perdonas, habrá más.

Atarka, señora dragón | Ilustración de Karl Kopinski

Atarka gruñó para transmitir su aceptación y sus titánicas fauces destrozaron hueso, pelaje, piel y carne por igual.

Surrak sonrió para sí. Había tenido éxito en otra cacería y su gente podría seguir viviendo. Dio media vuelta y se dispuso a descender la montaña, cuando de pronto oyó una voz histérica. Era su segundo.

―¡Señora dragón Atarka, perdónanos, por favor! ¡No teníamos elección!

―Cierra el pico, imbécil ―le espetó Surrak girándose hacia él.

―Surrak mató a uno de los tuyos para defender tu ofrenda ―continuó el hombre―. ¡Quebrantó el orden natural! ¡Por favor, perdónanos y castígalo solo a él!

Surrak sonrió y aguardó la respuesta.

Atarka levantó la vista de su comida; estaba claramente molesta. Luego gruñó tres palabras en dracónico: "Encárgate de ello".

Mandato de Atarka | Ilustración de Chris Rahn

Surrak se volvió hacia su segundo, que ya estaba encarado hacia él, cuchillo en mano.

―Me aseguraré de saciar su hambre, Surrak.

Surrak negó con la cabeza.

―No te lo decía a ti.

Surrak se abalanzó sobre su oponente a toda velocidad y le estampó un puñetazo en las costillas, rompiéndole varias. El cuchillo salió volando y cayó en la roca. Surrak sujetó al enorme cazador antes de que se desplomase y se acercó para susurrarle al oído―. No te culpo por intentarlo, pero sabe que no hice nada incorrecto. ¿Por qué están los dragones por encima de los humanos? Porque son más fuertes, así de sencillo. Pero aquel dragón era débil, estaba enfermo. ¿Por qué tendríamos que venerarlo? Ella lo entiende. Y ahora, tú también.

Surrak tiró al hombre al suelo y empezó a alejarse―. Partiremos a la siguiente cacería dentro de dos días. Te será difícil mantener el ritmo con esas costillas rotas.

Se giró y sonrió.

―Pero le traeremos sus alimentos, o nos convertiremos en los siguientes. De un modo u otro, serás de utilidad.