En los pasillos aparentemente infinitos de la Biblioplex, donde el saber arcano de incontables mundos llenaba estanterías que habían presenciado el auge y la caída de imperios, parecía que el único sonido audible en todo el plano de Arcavios era el tic, tic de unos tacones en el suelo de piedra. La profesora Ónix, según la conocían allí, respiró hondo mientras caminaba e inspiró el olor a papel viejo y el ozono que siempre parecía acompañar a la magia. El claustro había organizado otra reunión insoportable y necesitaba una pausa. Aunque se encontraba en un lugar de sabiduría y aprendizaje, había algunos individuos notablemente cortos de entendederas.

Professor Onyx
Profesora Ónix | Ilustración de Kieran Yanner

Un ejemplo de ello: a pesar de la considerable fama de Liliana Vess en todo el Multiverso, ninguno de los demás profesores de Strixhaven la había reconocido cuando se presentó utilizando un nombre distinto. Tampoco la sorprendía, porque la academia siempre había sido así, enfrascada en sus propios problemitas, y no había cambiado desde los lejanos tiempos de Liliana como alumna.

Había algo que la sosegaba en el peso de todos aquellos libros, tomos y pergaminos de los alrededores. Parecían envolver el lugar en una especie de quietud. Cuando llegaran los estudiantes, el campus no estaría tan tranquilo, pero, por el momento, saboreó la sensación de soledad mientras recorría los estantes.

Oyó un roce de páginas que venía de algún sitio cercano. Con una punzada de irritación, Liliana pensó que se trataría de aquel códice parlanchín; probablemente aparecería al doblar una esquina en cualquier momento. Sin embargo, cuando llegó a la siguiente sección, al que vio rebuscando en un estante no fue al libro animado de la academia.

―¿Qué haces aquí? ―preguntó ella.

La figura desconocida se quedó quieta, con una mano levantada para tomar otro libro y añadirlo al montón que había a sus pies. Liliana avanzó unos pasos.

―Este sitio está cerrado para los estudiantes hasta dentro de...

La advertencia se interrumpió cuando un rayo de luz púrpura salió disparado de la mano de la figura. El hechizo le rozó un brazo a Liliana y, de pronto, la sala pareció dar vueltas cuando una sensación nauseabunda se propagó por su cuerpo. Con un arranque de voluntad, aisló el efecto del hechizo y luego lo suprimió. Había sido un conjuro de principiante, sí... Pero ninguna de las cinco facultades de Strixhaven enseñaba aquella clase de magia.

―Ya veo... ―dijo ella mientras un remolino de energía mortífera envolvía su mano cuando convocó su propia magia―. Tú no estás aquí solo por los cursos de verano, ¿verdad?

Liliana vio entonces que la figura desconocida llevaba una máscara de metal lisa que le tapaba incluso los ojos. Había oído hablar de los Oriq, por supuesto. En la academia circulaban rumores inquietos acerca de aquella sociedad secreta de hechiceros obsesionados con la magia prohibida y el poder, costase lo que les costase. Sin embargo, no creía que fuera a toparse tan pronto con miembros de ella.

―Sé lo que eres ―le dijo Liliana.

La figura enmascarada miró hacia un pasillo antes de volverse hacia ella y responder:

―Entonces, también sabes que tus días están contados.

―¿Profesora Ónix? ―llamó una voz vagamente familiar desde un pasillo cercano.

Liliana se giró hacia el sonido con la mano levantada y cargada con un hechizo. La decana Shaile Garra de Grajo se acercaba con el ceño fruncido.

―¿Se encuentra bien? ―preguntó Shaile.

Cuando Liliana volvió a girarse, la figura enmascarada había desaparecido. El montón de libros y pergaminos del suelo eran la única prueba de que había estado allí.

Liliana recuperó la compostura y dejó que su magia se disipara. No era el momento de llamar más la atención.

―Sí, solo me ha parecido ver algo extraño entre los estantes. ¿El claustro ya está debatiendo el próximo asunto de hoy?

La decana Shaile chasqueó con el pico y sus enormes ojos oscuros reflejaron su irritación.

―No, le decane Nassari todavía insiste en prolongar la temporada de torres mágicas de este curso.

Liliana arrugó el ceño al tocarse el brazo donde la había alcanzado el hechizo. Antes de seguir a la decana Shaile de vuelta a la sala de los oráculos, echó un vistazo al montón de libros.

―Seguro que hay asuntos más importantes que la competición de torres mágicas.

―¡Ciertamente, ciertamente! ―gorjeó Shaile. Liliana apenas prestó más atención a sus palabras.


En sus aposentos en Kylem, Will Kenrith miraba con indecisión la montaña de libros que había en su cama. Llevaba un rato intentando decidir cuál llevar consigo. Al principio, estaba convencido de que La profecía de los fundidos sería el mejor, pero luego empezó a pensar en llevarse su tratado histórico preferido, las Memorias de Thadus el Sanador. Una hora más tarde, seguía sin progresar ante aquel dilema. Se pasó una mano por sus cortos cabellos rubios, echó un vistazo por la habitación y movió la cabeza de un lado a otro cuando volvió a fijarse en la carta con forma de lechuza que había en la mesa. No sabía cuánto tiempo pasarían fuera antes de volver a Kylem, si es que regresaban algún día.

La puerta de la habitación se abrió de golpe, sobresaltando a Will, y Rowan Kenrith entró con paso decidido.

Su hermana era igual de alta que él y su melena dorada caía sobre la capa roja que llevaba a los hombros. Rowan lo miró con el ceño fruncido y lanzó una mirada hacia los libros que seguían apilados en la cama.

―¿Cómo es posible que aún no estés listo?

―Un...Un momento, enseguida termino ―respondió Will. La profecía de los fundidos; seguro que era mejor.

Rowan cruzó el dormitorio y recogió la invitación de la mesa. Cuando lo hizo, unas chispas doradas flotaron sobre el papel y la carta emitió un brillo tenue en las manos de ella.

―Tuviste dos semanas para prepararte, Will. Tenemos que irnos ya.

―Las historias dicen que Strixhaven existe desde hace milenios. Seguro que puede aguardar unos minutos más. ―Echó otro vistazo a la montaña de libros. ¿Cómo podría irse sin las Memorias?―. O quizá unas horas.

―De verdad que... ―refunfuñó Rowan―. Seguro que Kasmina nos está esperando.

Will soltó un suspiro. Kasmina les había hablado mucho acerca de todas las oportunidades que les ofrecería Strixhaven. Aun así, su invitación había llegado de repente, apenas unos días después de que Garruk se mostrase lo bastante satisfecho con la seguridad de los gemelos como para dejar que se las arreglasen por su cuenta. No conocían mucho a Kasmina, pero ¿ahora quería que fuesen a un mundo completamente nuevo fiándose solo de su palabra? Will volvió a centrarse en sus libros.

―No creo que vaya a impacientarse.

―Will, nos vamos.

―Lo sé, lo sé, tenemos que ir hoy. Solo me falta...

―No, Will. ―Rowan arrugó la invitación en la mano―. Ahora mismo.

Will quiso responder, pero una luz destelló en la habitación y unos bucles sombríos se arremolinaron en el aire. Will entrecerró los ojos mientras el resplandor envolvía a su hermana. Detrás de ella, unas motas de un cielo azulado brillaron entre una espesura de hojas de color verde intenso.

Rowan sonrió y se despidió con la mano antes de adentrarse en la luz y desaparecer.

Will apretó la mandíbula; en el fondo, se oponía a marcharse ya, pero el vínculo con su hermana era demasiado fuerte. Unos segundos después, los mismos bucles de luces y sombras surgieron alrededor de él y cubrieron la cama con un brillo etéreo. A la desesperada, Will aferró las Memorias de Thadus el Sanador antes de que la luz lo llevase a otro plano. De pronto, lo único que captaron sus sentidos fueron luces, colores y sonidos que no se parecían a ninguno de los que existían en Kylem, y se precipitó a través de la nada y del todo.

Lo primero que oyó Will en el lugar al que los había conducido Rowan fue un chillido agudo. Procedía de una silueta borrosa con plumas y garras, que volaba directa hacia él. Will soltó un gritito y utilizó las Memorias como escudo, pero el ave remontó el vuelo justo antes de chocar y se elevó trazando un amplio arco.

Los gemelos se encontraban en un claro, rodeados de árboles diminutos y de aspecto agradable. En el borde del claro había alguien a quien conocían, sosteniendo un bastón retorcido en un extremo. Tras unos momentos, el pájaro descendió del cielo y aterrizó en el hombro de la mujer.

―Will, Rowan... Saludos. ―Una lanza de luz solar descendía sobre ella, avivando sus cabellos rojos. Kasmina mostró algo parecido a una pequeña sonrisa y asintió en dirección a él―. Veo que ambos habéis decidido venir. Y justo a tiempo, ya que las clases empezarán pronto.

Will echó un vistazo alrededor. Lo único que había en la zona era vegetación.

―Mm... ¿Estamos cerca de la academia, entonces?

―Así es. ―Kasmina se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la espesura―. Está al otro lado del bosque. Pronto veremos la primera antorcha.

“¿La primera antorcha?”. Will se preguntó qué significaría.

―Bueno, ¿cómo es este sitio? ―preguntó Rowan, que se separó de Will para seguir a Kasmina―. ¿Hay más personas como nosotros? Me refiero a gente capaz de viajar entre mundos.

―El campus es muy grande ―respondió Kasmina―. Estoy convencida de que hay personas procedentes de otros planos. ¿Nos acompañas, Will?

El muchacho apretó los dientes y fue detrás de ellas.


Al cabo de un rato vieron una antorcha, tal como había comentado Kasmina. Lo que no había mencionado era que tenía un tamaño inmenso y, más bien, parecía una torre. La columna plateada se elevaba sobre los árboles y atravesaba el radiante cielo azul. Incluso desde el suelo, Will distinguió la llama que danzaba en lo alto de la estructura y emitía una luz que rivalizaba con la de los dos soles que brillaban en el cielo. Cuando llegaron junto a la base de la columna, Will pasó una mano por la superficie lisa de metal.

―¿Cómo se mantiene encendida esta cosa? ―preguntó.

―Igual que la mayoría de las creaciones de Arcavios: con magia ―explicó Kasmina.

Will le lanzó una mirada molesta.

―¿Este es tu mundo natal? ―preguntó después.

―Llevo mucho tiempo en la universidad, pero no, no lo es. ―Kasmina observó el horizonte―. La siguiente antorcha está por ahí.

Will miró en la misma dirección, pero lo único que veía ante ellos eran campos verdes en donde solo se apreciaba un camino de tierra.

―Si hay más antorchas, ya tendrás tiempo de admirarlas ―le dijo su hermana al adelantarse corriendo―. Venga, vamos.

―Rowan, no te apresures tanto ―dijo él―. No sabemos quién o qué podría haber más adelante.

―¡Precisamente! ―dijo ella riéndose.

Recorrieron varios kilómetros antes de llegar a la próxima antorcha. Will se preguntó cuántas podría haber repartidas por el plano y qué otras regiones extrañas habría en torno a las estructuras.

Los textos tormenteros eran mucho más rigurosos ―comentó Kasmina distraídamente.

Will se sobresaltó al ver que estaba cerca suya. Arrugó el entrecejo y luego siguió la mirada de Kasmina: hablaba del libro que él sostenía en el costado. Will pasó una mano por la cubierta desgastada, que le ofrecía una sensación de seguridad.

―Me temo que no los conozco.

―En ese caso, podrás consultarlos en la Biblioplex cuando lleguemos a Strixhaven.

―¿La qué? ―preguntó Rowan.

―La Biblioplex ―repitió Kasmina―, una biblioteca que alberga el mayor fondo de documentos acerca de la magia de todos los planos.

―Pues vaya ―respondió Rowan sin molestarse en disimular su desinterés―. Más libros, qué más dará...

―¿Estás de broma? ―exclamó Will―. ¡Podremos aprender lo que queramos! ¡Incluso todo! ¡Venga, no nos demoremos!

―¿Quién decías que no se apresurase? ―comentó Rowan con un suspiro―. ¿Ahora te da igual que pueda haber bichos peligrosos por aquí?

―Mi lechuza me alertará si se avecina algún peligro ―dijo Kasmina―. No hay de qué preocuparse.

Will observó el ave, que abrió y cerró las alas mientras la luz de los soles se reflejaba en sus grandes ojos. Con un movimiento súbito, la lechuza se giró para mirarlo y Will se extrañó.

―¿Le ocurre algo?

―No, en absoluto ―aclaró Kasmina sin dejar de mirar hacia delante―, aunque está empezando a entrar en años.

Siguieron caminando sin decir nada más y Will lanzó miradas disimuladas a la lechuza y su dueña, pero el ave siempre parecía percatarse y le devolvía la mirada hasta que él no podía aguantar y apartaba la vista. Will contempló el paisaje por el camino y divisó una cordillera de montañas de color gris rojizo en la lejanía.

Cuando pasaron junto a otra antorcha, Kasmina por fin rompió el silencio:

―Bienvenidos a Strixhaven.

Después de ascender el siguiente risco, Will estuvo a punto de tropezar, absorto con el paisaje que tenía ante sí. El campus abarcaba el horizonte entero con una estructura compleja de torres resplandecientes y tejados planos. Un enorme arco de piedras puntiagudas flotaba sobre lo que parecía ser el centro de la institución. Los extremos inferiores de cada piedra señalaban hacia el suelo llano y liso, como si una cuchilla gigantesca hubiera cincelado las bases.

―Este sitio es...―empezó a decir Will.

―Aún más grande que nuestro castillo ―terminó Rowan en voz baja.

Era una forma de decirlo. Los terrenos de Strixhaven eran más extensos que los cinco castillos de Eldraine juntos. En el corazón del lugar, un edificio gigantesco destacaba entre los demás. La luz solar se reflejaba en sus arcos puntiagudos, mientras que una multitud de grandes orbes flotaban sobre los edificios de menor altura.

―Esa es la Biblioplex ―comentó Kasmina acercándose a los gemelos.

Will asintió, ensimismado y atónito ante la magnitud del campus, pero Rowan soltó una risita que lo sacó de su asombro.

―Esto promete ―dijo ella.

Will sonrió y siguió a su hermana hacia la imponente entrada. Era tan grande que parecía estar cerca, aunque probablemente les quedase otra hora de camino.

Hasta que avanzó unos pasos, Will no se dio cuenta de que Kasmina no los seguía. Rowan y él volvieron la vista atrás, extrañados.

―¿No vendrás con nosotros?

Ilustración de Brian Valeza

―Me temo que no ―respondió Kasmina antes de girarse hacia su lechuza, que salió volando en dirección a la Biblioplex―. Debo atender otros asuntos. Buscad a una buholina llamada Mavinda Picoagudo; ella os ayudará a instalaros.

―Oh... ―Rowan se aclaró la garganta―. En fin, pues gracias.

―Lo mismo digo ―añadió Will con una reverencia―. Gracias por traernos hasta aquí.

―No hace falta que seas tan formal ―respondió Kasmina sonriendo―, pero no hay de qué.

Will se irguió y echó un último vistazo hacia ella antes de seguir a su hermana.

―Eh, Rowan ―le susurró―. ¿Tú sabes qué es una buholina?


Al otro lado de la entrada, el campus bullía de actividad y la gente caminaba de un lado a otro por las avenidas adoquinadas de Strixhaven. Algunos de los estudiantes más jóvenes llevaban uniformes idénticos, con capas grises que ondeaban detrás de ellos cuando apresuraban el paso. En cambio, los de mayor edad vestían uniformes distintos e iban en grupos, como diversos colores que permanecían juntos.

Los volantes y flecos rojos y azules de unos atuendos contrastaban con los ángulos y remolinos negros y blancos de otros. También se veían abrigos y botas pesadas de color verde y negro que parecían el extremo opuesto de los chalecos y botines elegantes de tonos rojos y blancos. Will miraba de un lado a otro, apreciando el caleidoscopio de colores y formas en movimiento.

―Es extraña, ¿no crees? ―preguntó Rowan de pronto. No parecía tan embelesada con el espectáculo que había ante ambos; de hecho, se la veía absorta.

―¿A quién te refieres?

―A Kasmina. Bueno, y también a su lechuza. ―Entonces se encogió de hombros―. Supongo que ahora no importa. Ya estamos aquí, ¿verdad?

Antes de que él pudiese responder, oyeron unos gritos que procedían del interior del campus. En un instante, Rowan echó a correr hacia las voces.

―¡Eh! ―la llamó Will cuando la siguió―. ¡Espérame!

Ilustración de Manuel Castañón

Doblaron una esquina corriendo y se detuvieron ante la entrada a un pequeño patio. En él, una multitud observaba a dos grupos de alumnos que se lanzaban hechizos desde lados opuestos de un terreno de hierba. Los rayos de luces y colores zigzagueaban, trazaban espirales en el aire y erraban por poco a sus objetivos. Entonces, un hechizo alcanzó a una chica vestida de rojo y azul, que empezó a flotar en el aire mientras pataleaba y hacía aspavientos sin control, haciendo que el público estallara en risas y aplausos.

―Creía que este sitio era una academia ―comentó Will, horrorizado―. Pero esto es...

―¡Genial! ―lo interrumpió Rowan con una gran sonrisa. Su hermana se acercó a una joven dríada vestida de negro y verde y tiró de las mangas de su abrigo―. Eh, ¿quién va ganando?

―De momento, Prismari lleva la delantera ―respondió la estudiante―, pero yo en su lugar no me despistaría. Esos tipos de Plumargéntum pueden ser muy rastreros.

―Pero ¿qué es esto? ―balbució Will―. ¿Una batalla encarnizada en pleno campus?

―Solo es un duelo ―se extrañó la dríada―. Nadie se va a hacer daño de verdad; no mucho, más bien.

―Vale, se acabó ―dijo Will intentando parecer autoritario―. Vamos, Rowan, tenemos que buscar a esa... supervisora, o lo que quiera que sea. Una profesora, quizá. Hay que ir a clase y seguro que tenemos que conseguir los libros de...

Rowan ignoró por completo a su hermano y se abrió paso entre el público. Cuando salió al terreno, vio que un alumno miraba fijamente a una estudiante de Prismari vestida de rojo y azul. Con las manos alzadas, el chico susurró un encantamiento en un tono grave y centrado, y entre sus dedos empezaron a formarse remolinos de tinta.

―¡Cuidado con ese! ―alertó Rowan.

Lanzó una veloz descarga eléctrica al chico que preparaba el hechizo de tinta, que soltó un chillido cuando el rayo lo alcanzó y acabó salpicándose el uniforme entero con su propio conjuro. El público volvió a reírse y aplaudir y la estudiante de Prismari se giró hacia Rowan:

―¡Gracias!

Ella sonrió y quiso responder, pero, antes de que Will pudiese avisarla, un remolino de tinta viviente se lanzó contra sus pies y la derribó. Rowan cayó de espaldas y tosió al quedarse sin aliento por unos instantes. Cuando levantó la cabeza para ver quién había sido, vio que se trataba de una alumna vestida de negro y blanco, igual que el otro al que había atacado.

―No te metas en esto, novatilla ―siseó la chica.

El aire crepitó con electricidad alrededor de Rowan cuando preparó otra descarga.

―¿A que no te atreves a repetirlo?

Entre los espectadores, la dríada ladeó la cabeza hacia Will.

―¿Esa chica es tu hermana?

―Me temo que sí ―respondió él haciendo una mueca. Pensaba que Strixhaven sería un sitio tranquilo para aprender, pero, de momento, parecía igual de malo que Kylem.

―Pues creo que ya sabe en qué facultad matricularse.

La dríada tenía razón: Rowan estaba de parte de los estudiantes de Prismari, lanzando chispas a los del otro bando. A regañadientes, Will se metió en el terreno y se escabulló entre la batalla esquivando las volutas de fuego y las flechas de luz que volaban de un lado a otro. Cuando por fin llegó hasta su hermana, la sujetó de un brazo.

―Rowan, esto no es asunto nuestro. Venga, vámonos.

―¡Ja! No seas aguafiestas y únete. ¡Ya verás como te diviertes!

―No hemos venido a divertirnos, Rowan. ¡Estamos aquí para mejorar como magos!

―¡Quita de ahí, novato! ―gritó alguien detrás de él.

En cuanto se giró, una esfera de tinta lo alcanzó en el pecho y la explosión le hizo chocar contra Rowan, derribando a ambos. Se ayudaron mutuamente a incorporarse entre toses y entonces Will bajó la vista con horror en los ojos: su copia de las Memorias de Thadus se había salido de la mochila y estaba empapada de tinta. Supo de inmediato que no habría forma de salvarla.

―Está bien ―gruñó apretando la mandíbula―: a lo mejor sí es asunto nuestro.

Rowan lo ayudó a levantarse.

―¿Te acuerdas de cuando nos enfrentamos a Vitrus y Gorm? ―preguntó ella.

Will asintió y acumuló energía mágica. Al instante, el aire de los alrededores se enfrió varios grados; cuando Will exhaló, su aliento se convirtió en vaho.

―Vamos allá.

Rowan se giró y levantó una mano para convocar una esfera de relámpagos que chisporroteó y crepitó al desplazarse por el aire.

Will envió una ola de aire frío y hielo que se arremolinó en torno a la electricidad de Rowan y contó para coordinarse con ella:

―Uno...Dos...¡Tres!

Avanzaron juntos y su magia se combinó mientras se acercaban a los estudiantes de la otra facultad, que ya no se reían tanto. Pero entonces, antes de alcanzar a sus rivales, los relámpagos de Rowan se volvieron más intensos y atravesaron la magia de hielo. Will se sorprendió, pero ya era demasiado tarde como para ajustarla. Al menos, el ataque de Rowan fue potente y sobrepasó el escudo de luz que había conjurado la estudiante de Plumargéntum de mayor edad, haciéndola caer de espaldas.

Rowan celebró el triunfo, pero no se durmió en los laureles y se giró para responder a la descarga de tinta de otro alumno con una ráfaga de chispas.

En cambio, Will se quedó observando el espacio donde habían entrelazado su magia. La combinación de hechizos que siempre les había funcionado... acababa de fallar. Algo no iba bien.


Fuera de la Biblioplex, Liliana observaba el colorido desfile de estudiantes. Casi pudo sentir el peso de su antiguo uniforme de Flosmarcitus y, distraída, tiró del cuello de su chaqueta de docente.

Al otro lado del camino de entrada, le decane Nassari se pavoneaba en dirección a la Biblioplex junto a la decana Lisette. Liliana echó a andar y se unió al dúo.

―Hola, profesora Ónix ―la saludó Lisette―. ¿Qué tal le va? ¿Se está acostumbrando a sus clases?

―Sí, todo bien, aunque no dejo de oír rumores inquietantes entre el alumnado.

Nassari soltó una risita. Era un sonido peculiar viniendo de une efrit, como agua fluyendo entre cristales.

―Bueno, las mentes de la juventud son propensas a crear historias extravagantes ―dijo Nassari―. Y creo que eso es buena señal. Les ayuda a estimular la imaginación.

Liliana se obligó a sonreír y procuró mantener un tono suave:

―A menos que también jueguen a disfrazarse y merodear por los pasillos, yo diría que esto va un poco más allá de un pasatiempo inocente.

―¿Merodear? ―se extrañó Lisette―. ¿Ha visto usted a alguien haciéndolo?

Liliana hizo una pausa. ¿Cómo podía explicarlo?

―Vi a una persona enmascarada en el campus. Ahora bien, de ahí a que perteneciese a esos tales Oriq...

―Otra vez ese nombre; siempre me suena tan serio... ―dijo Lisette―. Pero lo cierto es que no sabemos si esos rumores son algo más que una broma inofensiva.

La magia con la que habían atacado a Liliana no era inofensiva en absoluto.

―De todas formas ―les dijo ella―, no deberíamos pasar esto por alto. Conviene advertir a los demás decanos y profesores. Seguro que la academia cuenta con algún tipo de protocolo de defensa.

―Además de Álibou, ¿quieres decir? ―bufó Nassari―. Seguro que le encantaría tener algo que hacer, para variar. Puede que así se olvide de ese rencor que me guarda.

―Me refería a algo más eficaz que un único gólem ―aclaró Liliana.

―Aunque esos comosellamen realmente fuesen una amenaza, los estudiantes no son corderitos indefensos ―opinó Lisette―. Saben cuidarse solos.

―Cierto, pero ¿quién los protegerá a unos de otros? ―comentó Nassari señalando un patio cercano.

Liliana vio hechizos que salían disparados hacia el cielo mientras se oían vítores y gritos. Otro duelo más. Lisette suspiró, mientras que Nassari se rio:

―¿Lo ves, profesora? Con semejante talento, dudo que tengan motivos para temer a los Oriq.

―Decane Nassari ―insistió Liliana―, creo que deberíamos...

―De acuerdo, de acuerdo.

Se desviaron para poner fin a la batalla. Nassari levantó una extensa onda de agua que barrió a la multitud y acorraló a sus estudiantes de Prismari. Por su parte, Lisette hizo crecer plantas y raíces del suelo para separar a los jóvenes y atarles las manos antes de que se descontrolasen más conjuros. Entonces, un muchacho se alejó del patio refunfuñando detrás de una chica rubia:

―Te recuerdo que no estamos en Kylem, Rowan.

Liliana entrecerró los ojos y se fijó en la ropa de ambos: no iban vestidos de uniforme y llevaban espadas colgadas al cinto. El pelo del chico era tan claro como el de ella y también tenían los ojos y la nariz iguales.

Había mencionado Kylem. Liliana conocía un lugar llamado así, pero no se encontraba en Arcavios.

―Ya lo sé, Will ―protestó la muchacha―. Pero tampoco estamos en Eldraine y no puedes decirme lo que tengo que hacer.

―Vámonos de una vez, por favor ―rogó él―. Como sigamos así, vamos a meternos en problemas.

Liliana observó a los gemelos cuando pasaron junto a ella y su mirada se cruzó con la del chico por un instante. El muchacho le sonrió, evidentemente nervioso, y se alejó corriendo mientras tiraba de su hermana.

Probablemente no fuesen miembros de los Oriq, pero si eran planeswalkers, tal vez pudieran resultarle útiles si..., mejor dicho, cuando surgiesen problemas en Strixhaven.


Will se maravilló al contemplar las paredes de la residencia de estudiantes. Un patrón elegante surcaba la piedra y brillaba con una luz tenue. Levantó una mano para recorrerlo con un dedo y sintió el hormigueo de la magia.

―Es este ―dijo Rowan desde la entrada de un dormitorio. Le hizo un gesto a Will para que fuese y abrió la puerta.

Cuando siguió a su hermana, se fijó en las paredes robustas y en la ventana de cristal. La luz solar lo bañaba todo con un resplandor cálido. Había una cama en cada lado de la habitación, ambas con sábanas grises y cubiertas con un entramado de líneas doradas. Detrás de la puerta había un perchero con dos uniformes y, debajo de ellos, les habían dejado dos pares de zapatos a juego.

―Me gusta ―dijo Rowan al dejarse caer en la cama más próxima a la puerta―. Es mucho más cómoda que esas rocas a las que llaman camas en Kylem.

Will soltó una risita mientras dejaba sus libros en la otra cama. Se sentó, hundiéndose en el colchón mullido, y pasó las manos por las puntadas doradas. Eran las mismas líneas brillantes que había en la piedra de las paredes. En los rincones de la habitación habían tallado símbolos, mientras que el techo estaba cubierto de rocas llameantes, árboles y estrellas. Will clavó la vista en las llamas, que le recordaron al feroz duelo en el patio. Al recordar lo sucedido, se miró las manos.

―¿Ese hechizo que lanzamos juntos no te pareció...extraño?

―¿A qué te refieres? ―preguntó Rowan levantando la cabeza desde la otra cama.

―No sabría decir. Pero no fue igual que en Kylem.

―Bueno, es que no estamos en Kylem, ¿recuerdas? ―Rowan se encogió de hombros y plantó los pies en la sábana―. Aparte, sí que funcionó, ¿verdad? ¿Por qué le das vueltas a eso?

―Sé que funcionó, pero...tendría que habernos salido mejor, más cohesionado. Ya lanzamos decenas de hechizos juntos, pero esta vez parecía que nuestra magia no cooperaba. Me pregunto si en la Biblioplex habrá respuestas para esto.

―En fin, pues que te diviertas con tus libros ―dijo Rowan mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta.

―Este problema no es solo mío ―protestó Will―. ¿Y si estar en este mundo afecta de algún modo a nuestra magia?

―La mía funcionaba bien.

―No, no lo hacía. ―Will se puso de pie y siguió a su hermana―. Pero aquí podemos descubrir el motivo. Como dijo Kasmina, ¡tienen la mayor biblioteca sobre magia de todo el Multiverso! Te recuerdo que no hemos venido para meternos en una estúpida competición entre facultades.

―No me digas ―contestó Rowan con un bufido―. ¿Y para qué estamos aquí?

―Para aprender y hacernos más fuertes. Para aprovechar el conocimiento y la sabiduría que nos ofrece Strixhaven. ―Will dejó caer las manos a ambos lados―. Podemos llevar todo eso con nosotros a Eldraine y ayudar a nuestra gente.

―Para eso habrás venido tú, Will ―dijo Rowan negando con la cabeza―. Pero yo no soy igual. Somos gemelos, pero quiero tener mi propia vida.

―Claro que sí ―respondió Will con un suspiro―. No quería decir eso.

Unos segundos después, Rowan se giró y se fue. Will recogió sus libros y corrió detrás de ella, pero mientras su hermana se alejaba por el pasillo, Will disminuyó el paso. Tal vez tendría que buscar las respuestas por su cuenta.


Ilustración de Piotr Dura

Sentada en un banco de un hermoso patio, Kasmina vio que su lechuza ya regresaba de los dormitorios. Aún podía ver mentalmente a los gemelos, cuyas siluetas parecían un poco distorsionadas debido a la forma de los ojos del ave. Strixhaven tenía muchas posibilidades que ofrecerles a los dos; ella solo debía observar cuáles aprovecharían.

Algo captó su atención y Kasmina cerró los ojos. Sin embargo, en vez de oscuridad, su mente se llenó de rojo.

Otra de sus lechuzas sobrevolaba un desierto rocoso. Un movimiento en tierra firme atrajo su mirada.

Había un hombre escalando las rocas, vestido de tonos rojizos y pardos que le ayudaban a mezclarse con el paisaje. A su lado, una criatura vulpina brincaba ágilmente por el lateral de una formación rocosa, pero de pronto se detuvo y se agazapó a la defensiva.

En medio de una ráfaga de aire, varias figuras parecieron deslizarse desde las sombras y surgir de las mesetas de los alrededores formando ángulos imposibles. Vestían ropas negras y unas máscaras metálicas flotaban donde deberían estar sus rostros. Una luz púrpura brilló en las manos alzadas de los enmascarados, que señalaron al hombre y a la criatura. Lentamente, este levantó las manos en un gesto de rendición.

Kasmina dio una orden mentalmente y su lechuza siguió observando desde las alturas mientras los magos le ataban las manos a su prisionero y lo arrastraban hacia la entrada de una cueva.


Lukka gruñó cuando los hechiceros lo empujaron al interior. Mila se agazapaba junto a él, mostrando los dientes y erizando los pelos del cuello. En silencio, usó el vínculo que compartían para tranquilizarla. Si Mila atacaba, los magos la considerarían una enemiga y, aunque estaba seguro de que podía derrotarlos, no había ido a aquel lugar en busca de pelea. Mila lo miró y poco a poco adoptó de nuevo una actitud de cautela. Siguió el paso de Lukka pisando los libros antiguos y mohosos que se habían caído de los estantes rudimentarios de la pared.

Los magos lo condujeron hasta una caverna amplia. Las estalagmitas y las estalactitas atravesaban la estancia cuales dientes afilados y el techo estaba envuelto en tinieblas. Lukka tropezó con una piedra suelta y causó una pequeña lluvia de gravilla en la cuesta por la que había subido.

―Silencio ―le siseó uno de los magos enmascarados antes de empujarlo de un hombro―. Sigue andando.

Lukka respiró hondo y trató de contener su propia rabia. Entonces, una estalagmita se movió.

Al principio creyó que se lo había imaginado y que la oscuridad lo estaba engañando, pero luego proyectó sus sentidos y se quedó paralizado. Aquella superficie rugosa no era una roca, sino una especie de caparazón. Poco a poco, la criatura pareció desdoblarse y estiró unas patas largas y delgadas en la oscuridad. Detrás de Lukka, otra estalactita se movió levemente y emitió un chasquido grave al hacerlo. Estaban rodeados de ellas.

―Sigue... andando ―repitió el mago enmascarado.

Continuaron avanzando por la caverna mientras las rocas chasqueantes levantaban la vista hacia el techo. Lukka intentó imaginar qué aspecto tendrían aquellas criaturas cuando estuviesen activas. La idea de enfrentarse a ellas le hizo recordar las numerosas pesadillas reptantes que acechaban en los sistemas de cuevas que se extendían bajo la superficie de Ikoria. Sin embargo, el horror estaba acompañado de una extraña sensación de familiaridad: Lukka no pudo evitar pensar que ya se había topado con seres parecidos.

Los magos lo detuvieron de un tirón y lo obligaron a arrodillarse. Mila se giró hacia el otro extremo de la caverna y se agazapó con un gruñido, pero Lukka bajó la vista hacia ella:

—Shhh. Tranquila.

Un crujido de huesos rompió el silencio. Oyó unos pasos que se acercaban y de las sombras surgió una silueta alta y delgada. Alrededor de su máscara alargada y de aspecto casi aviar, se arremolinaban unas corrientes de energía oscura y fulgurante.

Lukka intentó mantener una expresión neutra mientras el hombre se acercaba a una de las criaturas que colgaban del techo y se detenía a acariciarle el caparazón.

―Bienvenido a Arcavios, Lukka de Ikoria.

―¿Sabes quién soy?

―Sé muchas cosas. Cosas que podría enseñarte. ―El enmascarado se apartó de la extraña criatura y caminó hacia Lukka―. A cambio, creo que tú podrías hacer otras por mí.