Episodio 3: Actividades extracurriculares
Al mirar por la ventana junto a su mesa, Will vio que los vientos otoñales agitaban las hojas caídas en el patio. Los alumnos de Prismari, vestidos de azul y rojo, paseaban por allí entre risas, comadreos y sorbos a sus bebidas templadas. Cuando los ojos de Will por fin volvieron a la tarea de Ética de la Manipulación Etérea, las preguntas seguían sin responderse por sí mismas. Soltó un suspiro y, justo cuando volvió a sujetar el lápiz, la puerta del dormitorio se abrió con un chirrido. Rowan entró con el pelo despeinado por el viento y sonriendo por algún motivo.
―Hola ―dijo Will, ya molesto.
―Ah, hola.
―¿Dónde te habías metido?
―Estaba por ahí con Auvernine y Plink ―respondió Rowan, y su sonrisa empezó a desvanecerse.
―¿Tus amigas de Flosmarcitus?
―Las mismas.
Rowan atravesó el cuarto, abrió el armario y se puso a rebuscar en él. Lo compartían entre los dos, por supuesto, pero la mitad de Rowan parecía poco más que un nido hecho con prendas sueltas.
―¿Ya hiciste los deberes de Ética? ―preguntó Will al levantarse del asiento.
―Sep ―contestó ella mientras apartaba a un lado y a otro varias prendas de invierno.
―¿Y estás lista para el final de esta semana? Dicen que los exámenes de la profesora Ónix son muy difíciles.
―¿Sus qué? ―preguntó Rowan, que empezó a pelearse con la hebilla de un cinturón.
―Sus exámenes, como el que tenemos dentro de dos días.
―Ah... Ya.
―¡Rowan, no te estás tomando esto en serio! ―dijo Will levantando las manos con desesperación―. Estar aquí es un privilegio, ¿no lo entiendes?
Su hermana se giró hacia él con una mirada de enfado.
―Ya veo. Crees que soy demasiado tonta como para entender cuánto significa todo esto, ¿verdad?
―Yo no he...
―¡Pues yo creo que en Strixhaven ya hay bastantes sabelotodos sin que te unas a ellos!
No fueron las palabras de Rowan ni su enfado repentino lo que hicieron que Will retrocediera un paso: fueron los arcos de electricidad que saltaron entre los cabellos revueltos en el rostro de su hermana.
―Rowan... ―Fue lo único que consiguió decirle.
Will notó que la ira de su hermana daba paso a la confusión y luego a la vergüenza. Rowan arrugó el rostro entero y las chispas se apagaron.
―¿Estás bien? ―preguntó él.
―Sí ―respondió Rowan con amargura, pero antes de que Will pudiera decirle nada más, agarró el abrigo del uniforme de invierno y se marchó como una centella.
Dos días después, Will seguía sin hacer progresos en el encargo de la profesora Ónix, ni siquiera estudiando en una de las salas comunes de la Biblioplex. Se hundió en el asiento y apretó las palmas de las manos contra la frente.
―Si alguien me transformara en una lagartija o algo así, seguro que nos ahorraríamos un montón de problemas.
Al otro lado de la mesa, Quint levantó la vista de su propia lectura, tomó entre las manos una taza de té y acercó su larga trompa para oler con deleite el humo que desprendía.
―¿Qué te angustia tanto? ¿Es por la vinculación etérea? ―preguntó el loxodón.
―Ajá ―respondió Will con un hilo de voz―. Odio el éter, los vínculos y, en general, el concepto entero.
―Es bastante complicado ―confirmó Quint―. ¿Ya consultaste las obras de Il-Samar? Tal vez encuentres respuestas en su...
Will levantó el libro que estaba leyendo para que su amigo viera el título.
―
―Aun así, gracias por el consejo ―dijo Will.
―Bueno, tú no desesperes. Seguro que se te ocurrirá algo ―comentó Quint con tono jovial.
Durante un rato, lo único que se oyó cerca de ellos fueron el roce de las páginas y los ocasionales sorbos de té.
―Vaya, vaya ―dijo Quint pasado un tiempo―. Esto es... Un momento, ya lo vi en otro sitio... ―Fue a buscar otro libro, pasó las páginas hasta encontrar la que buscaba y señaló una línea de texto con un dedo para comparar los dos tomos―. Lo sabía. ¡Arthelas el Magnífico y Bairod el Buscador de Horizontes son la misma persona!
Will asintió sin prestarle atención, todavía enfrascado en el enigma de la profesora Ónix.
―Y este sello arcano es inconfundible ―añadió Quint riendo en voz baja―. Esto es asombroso... y significa que habría que reescribir desde cero la historia de los Reinos Subterráneos, o al menos reestructurarla para reflejar... ¡Ah!
Will se sobresaltó cuando Quint vertió el té de la taza y salpicó los libros que tenía delante, empapando la vitela antigua. Los ojos se le pusieron como platos y notó que la sangre se le iba del rostro.
―¿Y ahora qué hacemos? ―dijo Will―. ¡Ísabough va a mandarnos a la Ciénaga del Castigo un mes entero!
―Si no lo descubre, no ―respondió Quint mientras dejaba la taza junto a las páginas manchadas.
―No lo levantes ―avisó Will―, o se correrá la tinta.
―Cierto, pero si hago que los semejantes se atraigan...
Uno de los dedos de Quint empezó a brillar. Su amigo metió la punta en la taza y luego tocó el libro. El té derramado empezó a separarse del papel y las gotitas flotaron desde las páginas y de vuelta a la taza de Quint, que levantó la cabeza con una sonrisa.
―Es uno de los hechizos que utilizamos para encontrar partes de objetos en las excavaciones.
Quint le dio otro sorbo a la infusión mientras Will soltaba una pequeña risa y pasaba una mano por las páginas, que volvían a estar suaves y secas.
―Asombroso ―le dijo a su amigo.
―Para todo hay un hechizo ―respondió Quint encogiéndose de hombros.
En el Rincón del Arco, Rowan echó un vistazo alrededor desde la mesa que compartía con Auvernine y Plink. Llevaba una semana encontrándose con las brujas de Flosmarcitus después de clase en aquel local, que se estaba convirtiendo en uno de sus sitios preferidos del campus. Tomó otro sorbo de la pócima burbujeante, que tenía un agradable y fuerte sabor a frutas.
―¿Te enteraste de que ayer hubo un duelo? El constructo de Dinsley para el examen acabó hecho pedazos ―comentó Plink mientras masticaba un aperitivo―. Esa maga de Plumargéntum bien podría haberle prendido fuego al pobre Dinsley; seguro que le habría dolido menos.
―O no, si lo hubiera quemado bien ―opinó Rowan con una sonrisita.
―No entiendo por qué no se esperan hasta el partido de torres mágicas ―dijo Auvernine―. Cuando jueguen Prismari contra Plumargéntum, ya podrán lanzarse todos los conjuros que quieran. Estos duelos no sirven para nada, solo son por presumir.
Sus amigas se rieron, pero la sonrisa de Rowan se esfumó: un duelo era justo lo que necesitaba para desahogarse. Desde que los decanos interrumpieron la trifulca en la que se metieron Will y ella en su primer día en Strixhaven, tenía ganas de que se presentase otra oportunidad para descargar sus energías. Desde que llegaron, eso había sido lo único que merecía la pena. Bueno, y conocer a Auvernine y Plink. En cambio, Will parecía estar disfrutando más que nunca, por supuesto.
Entonces, como si sus pensamientos lo hubieran invocado, Will entró por la puerta. Su hermano miró de un lado a otro, la encontró y fue directo hacia la mesa.
―Genial... ―suspiró Rowan, y se encorvó sobre su poción.
—¿Qué pasa? ―Plink miró a un lado justo cuando Will llegaba a la mesa―. ¡Anda! Hola, Will.
―Hola ―saludó él antes de volverse hacia Rowan―. Ya salieron las notas de la profesora Ónix.
―¿Y? ―preguntó ella encogiéndose de hombros.
―Has aprobado por muy poco. Dijiste que no te hacía falta ayuda.
―Bueno, pero he aprobado, ¿no? ―Movió la cabeza a un lado y a otro―. Además, no es asunto tuyo.
―Tuvimos semanas para prepararnos. ―Will frunció el ceño―. Ya tendrías que saber estas cosas. Si no, habría podido ayudarte si no hubieras estado correteando por ahí con tus amigas. Para empezar, ¿saben que tus poderes...?
―Vamos afuera. Ya ―lo interrumpió Rowan.
Will miró a las brujas antes de girar sobre sus talones e irse hacia la puerta. Cuando Rowan se levantó y salió, sujetó a su hermano de un brazo.
―¿Cómo se te ocurre avergonzarme así?
―Veo que no saben que tu magia se enciende cada vez que te enfadas. ―Will negó con la cabeza―. Estamos aquí para aprender a controlar mejor nuestros poderes, ¡no para hacerlo peor! Y a lo que no hemos venido es a divertirnos, desde luego. ¡Nuestro apellido es Kenrith! Eso todavía significa algo en este sitio.
―En realidad no, Will ―contestó ella―. Aquí no hay nadie que conozca Eldraine. ¡No tengo que representar nada ni a nadie salvo a mí misma!
Will se mofó:
―Y dices que no quieres ser como nuestra madre biológica.
―¿Cómo has dicho? ―Los ojos de Rowan se volvieron duros como un pedernal.
Will notó que el vello de los brazos se le erizaba debido a la carga eléctrica que los envolvió.
―Tranquilízate ―dijo él con suavidad―. No quería decir...
―No, Will. ―Rowan avanzó un paso hacia su hermano―. Repítelo. Dime en qué me parezco a nuestra madre.
La puerta del Rincón del Arco se abrió y Auvernine y Plink corrieron hacia ellos sonriendo de oreja a oreja.
―¡Por fin resolvimos la conversión! Vamos a ir al Salón de Sentido Contrario a por suministros.
Rowan se giró hacia ellas y se las arregló para componer una sonrisa amistosa.
―Vale, ahora mismo voy.
Las brujas asintieron y se alejaron charlando con entusiasmo. Cuando ya no se las oía, Rowan se volvió hacia su hermano, otra vez seria.
―Déjame en paz, Will. No puedes decirme lo que tengo que hacer.
―Rowan... ―empezó a decir él con pesar.
Pero antes de que pudiese terminar, ella lo apartó de su camino y fue detrás de sus amigas.
Aunque Rowan y él compartían dormitorio, apenas volvió a verla después de aquella tarde. Todos los días, cuando Will despertaba, su hermana ya se había ido a hacer lo que quisiera que hiciese, en lugar de estudiar. Para cuando llegó el esperadísimo partido de torres mágicas entre los equipos de Prismari y Plumargéntum, llevaban semanas sin hablarse. Mientras los jugadores corrían por el campo y usaban los elementos para entorpecerse unos a otros, Will se preguntó cómo estaría su hermana. A su lado, Quint gritaba y no paraba quieto en su asiento:
―¡Pero ¿cómo lo hace?! ¡Wickel está usando el cuarto principio de la tierra en medio de ese caos! ¡Ni que fuera fácil!
Will se fijó en el mago rojiazul que deslumbraba a Quint: estaba desplazando grandes superficies de césped en formaciones circulares para lanzarlo contra sus adversarios e interceptar sus hechizos. En una banda, una jugadora de Plumargéntum hizo un quiebro y se impulsó en el aire trazando un arco de llamas negras para atrapar a la mascota flotante de su equipo, un tintícola cambiaformas con aspecto de amasijo. Las gradas se deshicieron en aplausos y Will se volvió hacia Quint.
―¿Qué me dices de ese truco?
―No lo conozco ―admitió su amigo―. ¿Quizá sea una variante de la combustión de Arnault?
Al otro lado del campo, una nueva oleada de hechizos de Plumargéntum hizo enloquecer al público. Los recuerdos del duelo que presenció el primer día de clase flotaban en la mente de Will, inevitablemente seguidos por los pensamientos sobre Rowan. Tenía entendido que su hermana se había metido en varios duelos por todo el campus desde que discutieron en el Rincón del Arco.
De pronto, Quint se puso tenso y se inclinó hacia delante.
―No... ―Su amigo se irguió todavía más, con los ojos clavados en el terreno de juego―. Es imposible que le salga bien.
Will siguió la mirada de Quint hacia un jugador de Prismari que avanzaba a toda velocidad hacia el equipo rival, cargando directamente contra la jugadora que sostenía la mascota.
Todo el público observó al rojiazul mientras alzaba una mano envuelta en un círculo de luz carmesí. El tintícola empezó a brillar y un halo de luz roja apareció en su cabeza oscura y cambiante. De pronto, la criatura estiró el cuello y clavó dos largos colmillos líquidos en la mano de la jugadora de Plumargéntum.
―¡Au! ―gritó ella, que dejó caer el tintícola... Y justo entonces apareció el jugador de Prismari para atraparlo al vuelo.
El estadio entero estalló en vítores.
―¡Una interceptación de mascota! ¡Brillante! ―Quint agarró a Will y lo envolvió en un abrazo mientras ambos celebraban la jugada con el resto de la multitud.
―Entonces, ¿la ha hipnotizado? ―preguntó Will, contento pero confundido.
―La ha controlado por completo. Es un truco sencillo, desde luego, porque solo funciona con criaturas invocadas, pero ¡la jugada tiene mérito!
Will miró alrededor y se fijó en los alumnos, profesores e incluso aldeanos que ocupaban las gradas. Se dejó llevar por la alegría general y una sonrisa se dibujó en sus labios, pero enseguida se marchitó cuando vio a Rowan entre el público, mirándole directamente.
―Vámonos ―dijo Rowan.
―Pero si el partido aún...
Plink gruñó cuando Auvernine le dio un codazo para hacerla callar. Su amiga le señaló otro lugar de las gradas y Plink miró hacia allí.
―Vale, ya veo.
―Rowan, al menos deberías ir a saludar ―aconsejó Auvernine.
―¿Tú crees?
―Es tu hermano. ―Plink le dio un golpecito en un brazo―. No está de más que le muestres aprecio.
Rowan puso mala cara, pero su reticencia se desmoronó bajo las miradas atentas de sus amigas.
―Está bien.
Pasó caminando de lado por delante de los espectadores de la fila y llegó a las escaleras. Unos momentos después, Will fue a su encuentro y hubo un breve silencio incómodo entre ambos.
―Bueno ―dijo Will por fin―, ¿cómo te va?
―Bien, ya ves.
―¿Sigues juntándote con tus amigas de Flosmarcitus? ―preguntó su hermano mirando hacia ambas.
―No será un problema, ¿verdad? ―respondió con gesto serio.
―Para nada. Solo lo digo porque quizá elegiste la facultad equivocada.
―¿Qué insinúas?
―Bueno, está claro que no te interesa aprender de verdad. Además, ellas son magas de la naturaleza, así que no debe de importarles que seas incapaz de controlar tus poderes.
―Puedo controlarlos ―contestó ella con el ceño fruncido―. Ahora mismo no estoy friéndote con un relámpago, ¿ves?
―O sea, ¿que aún no te metiste en suficientes peleas por el campus durante estas semanas? Entonces, ¿qué estuviste haciendo? Porque sé que estudiar no. ―Will sabía que no debía acusarla de ese modo, pero no pudo contenerse: estaba enfadado con ella por haberle ignorado, por haberle dejado de lado tanto tiempo―. Si solo querías buscar pelea, ¡ojalá te hubieras quedado en Kylem!
No era lo que pensaba en el fondo, pero eso no importó. Cuando vio los mechones de pelo que empezaban a erizarse en la cabeza de Rowan, agitándose y crepitando con energía, comprendió que se había pasado de la raya.
―De acuerdo ―dijo ella―, te enseñaré lo que he estado aprendiendo.
Will sintió la chispa que surgió de la mano extendida de su hermana y le atravesó el cuerpo entero en un instante. Sufrió espasmos, los músculos se le agarrotaron y se desplomó hacia un lado.
―¿Prefieres que siguiese en Kylem? Vale
―¡Eh! ―gritó Quint detrás de ellos.
Will apenas era capaz de mover los brazos, pero podía utilizar los otros sentidos. Rowan se sobresaltó cuando una capa de escarcha se solidificó de pronto alrededor de sus botas y le impidió moverse.
Will murmuró un sortilegio y una neblina se formó delante de su rostro. Su hermana extendió la otra mano, crepitante de energía, pero antes de que pudiera descargarla, una capa de hielo se condensó en torno al puño. Rowan gritó a causa del frío y el dolor repentinos.
―¡Quietos!
En un instante, el público enmudeció. Rowan echó un vistazo a los alumnos que les observaban, pero vio que Auvernine y Plink se estaban apartando. Otros estudiantes se movieron para dejar paso a una sombra que se cernió sobre Will. Cuando giró la cabeza, con los ojos entrecerrados, se topó con la mirada de la profesora Ónix.
―Vuelvan todos a sus asientos ―dijo con voz autoritaria―. Ustedes dos vendrán conmigo.
Will y Rowan siguieron a la profesora Ónix por los pasillos oscuros de uno de los edificios de Flosmarcitus. En aquel lugar, las sombras eran demasiado intensas como para distinguir los detalles, pero había algo orgánico creciendo entre la piedra de las paredes. Además, un olor entre floral y podrido impregnaba el ambiente.
Por lo que decía todo el mundo, la profesora Ónix era una maestra a la que más valía caerle en gracia. En la residencia de Prismari circulaban todo tipo de historias terroríficas sobre ella. Will suponía que no iba a utilizarles para incubar algún tipo de hongo zombie carnívoro..., aunque tampoco lo descartaba del todo. O, peor aún: ¿y si los expulsaba?
La siguieron hasta su despacho, donde la profesora, con un gesto, hizo que varias velas se encendiesen con una llama púrpura.
―¿A qué se debió esa escena?
―No fue nada ―respondió Rowan con un tono informal―, solo una pelea entre hermanos para liberar estrés.
―Que yo sepa, lanzar relámpagos no es lo típico en una simple riña fraternal ―opinó la profesora mientras miraba fijamente a Rowan―. Los conflictos entre un hermano y una hermana causan un tipo especial de dolor. Hay que ser muy ignorante para fomentar algo así.
Will vio que Rowan se estaba enfadando ante el insulto y carraspeó para intervenir:
―La culpa es mía, yo empecé la pelea.
Notó que Rowan lo miraba, pero no se giró.
La profesora Ónix observó a ambos y negó con la cabeza antes de sentarse en su silla. Por un momento, Will habría jurado que parecía agotada.
―Hay gente que desea causarle un gran daño a este sitio y a todos los que lo consideran un hogar. Si discutimos entre nosotros, les resultará mucho más fácil lograr su objetivo.
―¿De quiénes habla, profesora? ―preguntó Will.
Ella lo observó durante unos instantes con aquellos ojos violetas.
―¿Sabéis quiénes son los Oriq?
―Unos perdedores que no aprobaron el examen de ingreso ―dijo Rowan antes de que Will pudiera responder―. O que fueron expulsados, ¿verdad?
―Es una forma de decirlo. ―La profesora soltó una risita, aunque a Will no le sonó nada sincera―. Pero sería una necedad subestimarlos. Por mucho que pensemos lo contrario, Strixhaven no tiene el monopolio del poder en este plano.
El comentario hizo que Will se irguiera en el asiento. “¿«Este plano»? Entonces, la profesora Ónix es...”.
Sin embargo, ella se limitó a sonreír.
Rowan no debió de darse cuenta. Todavía estaba dándole vueltas al comentario sobre los Oriq:
―Si de verdad planean atacar la universidad, los profesores harían algo para impedirlo, ¿no?
―Tal vez ―respondió la profesora―. O tal vez no. La cuestión es otra: ¿qué haréis vosotros al respecto?
El aire fresco y limpio llenó los pulmones de Will cuando salió del edificio de Flosmarcitus detrás de Rowan. Su hermana ya se estaba alejando en dirección a la cafetería.
―Nos vemos ―dijo ella.
―¿Cómo? ¿No oíste lo que dijo la profesora? Tenemos que hacer algo.
—¿Como qué? ―preguntó Rowan volviéndose hacia él―. Es su academia, que se ocupen ellos de sus problemas.
―¿Y si ellos no bastan? ―replicó Will―. No hay tantísimos profesores en el campus, Rowan. Y no podemos contar con que sean capaces de defendernos a todos. Tiene que haber algún modo de protegernos por nuestra cuenta, de proteger a los otros estudiantes.
―Por última vez, Will: no estamos en Eldraine. Aquí no somos de la realeza. No podemos ordenar ―dijo gesticulando con las manos― que los problemas desaparezcan.
―Ser de la realeza tampoco impidió que estuvieran a punto de matarnos en nuestro hogar. ―Will negó con la cabeza―. Aquí, como mínimo, contamos con la Biblioplex. Entre todos esos conocimientos, tiene que haber algo que nos sirva de ayuda. No quiero volver a sentirme incapaz de hacer nada.
Will no pasó por alto el escalofrío que estremeció a su hermana. Rowan se enderezó y apretó la mandíbula; seguro que había recordado lo que sucedió con su padre y Oko. Aunque había pasado un tiempo, ninguno de los dos podría olvidarlo por completo. Entonces, Rowan se giró y le miró de soslayo.
―Rebusca en todos los libros viejos que quieras. Yo me prepararé a mi manera para lo que pueda ocurrir.
Will soltó un suspiro cuando su hermana le dio la espalda y se marchó. “Estoy solo, pues. Otra vez”.
Kasmina estaba sentada entre los árboles del exterior del campus mientras su lechuza le mostraba un pequeño patio junto a la Biblioplex. En tierra, la muchacha Kenrith lanzó un relámpago bifurcado hacia el otro lado del terreno. Dos alumnas de Flosmarcitus la estaban observando; una de ellas aplaudió y la otra dijo algo que Kasmina no llegó a distinguir.
La imagen del patio se volvió borrosa y se desvaneció, dando paso a otra muy diferente. Kasmina trasladó su concentración a otra lechuza. Los gemelos desaparecieron como sombras y un paisaje de roca rojiza ocupó su lugar.
Observó a Lukka, que estaba hablando con un miembro de los Oriq. La figura encapuchada se llevó una mano al costado, sacó algo de la capa y se lo tendió al planeswalker. La lechuza de Kasmina giró el cuello para ver mejor.
Era una máscara de plata con la forma de un cráneo humano.
Lukka negó con la cabeza. Entonces, sus rasgos se alteraron, su piel se oscureció y sus orejas se volvieron puntiagudas al adoptar las marcas de su compañera vulpina. La figura enmascarada empezó a irse y, de pronto, Lukka levantó la vista y miró directamente a la lechuza, haciendo que Kasmina se inclinara hacia atrás en un acto reflejo.
Le dio una orden mentalmente al ave, que echó a volar y se alejó de las cuevas de los Oriq. Había visto más que suficiente.
Sentada en una silla en el cuarto de Auvernine, Rowan miraba distraídamente mientras su amiga removía una poción brillante en el escritorio. Estaba exhausta después de semanas de entrenamiento, en las que había buscado las mejores maneras de canalizar las energías que ahora parecían fluir a través de ella día y noche. A pesar de todo su esfuerzo, había progresado poco.
Un chillido agudo la sacó de su ensimismamiento. Rowan arrugó el gesto cuando Auvernine sacó de un tarro de cristal una criatura parecida a un gusano que se retorcía.
―¿Qué es eso?
―Un engullesal común ―dijo Auvernine sin dejar de vigilar a la criatura mientras la depositaba en un plato metálico―. Tardé una hora en encontrar uno así de grande.
―¿Qué vas a...?
Rowan guardó silencio cuando Auvernine empezó a recitar un conjuro, con las manos puestas encima de la plaga.
La criatura dejó de retorcerse y sus amasijos de ojos negros se hincharon. Mientras la voz de Auvernine resonaba en el cuarto, el gusano empezó a elevarse sobre el plato, retorciéndose y temblando a medida que una energía reluciente surgía de su cuerpo rechoncho.
Rowan se tapó la boca con una mano y observó mientras la fuerza vital de la plaga fluía por el aire y se introducía en la pócima de Auvernine. El líquido resplandeció y burbujeó, su color pasó de un púrpura oscuro a un rojo intenso. Cuando su amiga terminó el hechizo, el engullesal cayó en el plato y su cuerpo palpitó como si luchase por respirar.
―Qué espeluznante ―dijo Rowan haciendo una mueca.
―Sí, un poco ―admitió Auvernine mientras levantaba el brebaje y lo examinaba―. La pócima requiere más energía de la que puedo conseguir solo con la herbología. Pero si consigo prepararla bien, quizá ayude a mucha gente. Hay que hacer algunos sacrificios por el bien común, ¿no crees?
Rowan tan solo se encogió de hombros y volvió a fijarse en la plaga. Los recuerdos desagradables de su madre empezaron a aflorar y se esforzó por volver a contenerlos. “Sacrificios. Claro”.
Rowan encontró a Will en la Biblioplex, rodeado de montones de tomos y pergaminos. Su hermano recogió otro libro y lo hojeó mientras murmuraba algo.
―Esto no es lo que yo llamaría entrenar ―le dijo.
Will levantó la vista, claramente sorprendido. Tras un instante, volvió a revisar los manuscritos que tenía en la mesa.
―Si los Oriq son tan peligrosos como se dice ―comentó él―, los hechizos que conocemos quizá no basten. Deberíamos centrarnos en ampliar nuestro arsenal.
―O también podríamos buscar el modo de potenciar los que ya tenemos.
Pero Will se limitó a pasar otra página y ojear el texto.
Rowan ignoró el desaire y miró alrededor. En otra parte de la sala, junto a un alumno de Prismari que se aplicaba en sus estudios, flotaba una criatura con aspecto de medusa. Era un elemental, un constructo de agua encantada y surcada de venas brillantes de pura energía arcana. Rowan se tragó parte del asco que había sentido al ver el experimento de Auvernine. “Solo es un hechizo como otro cualquiera”.
―¿Qué ocurre? ―preguntó Will, que por fin separó la vista de los libros.
Le hizo un gesto a su hermano para que guardara silencio y se concentró en el elemental. La electricidad crepitó y saltó entre sus dedos cuando tiró de las venas de energía que recorrían la superficie líquida. Finalmente, el elemental cayó al suelo, formando un charco de agua. La energía acumulada en la mano de Rowan soltó chispas y se arremolinó antes de estallar repentinamente con un relámpago que le puso el pelo de punta. El alumno de Prismari estuvo a punto de caerse de la silla, recogió sus libros y le lanzó una mirada fulminante antes de irse corriendo.
―¡Rowan! ―la amonestó su hermano en voz baja―. ¡No puedes... absorber la magia de lo que veas por ahí! Además, todavía no estamos estudiando la teoría de la extracción. Podrías hacerte daño, o hacérselo a otros.
―Will, a los Oriq les dan igual los planes de estudios y no van a seguir las reglas del campus ―dijo ella. Por primera vez desde lo que le parecía una eternidad, Rowan habló con calma―. Ellos harán lo que sea necesario para vencer, así que debemos hacer lo mismo.
―Escúchame, tener estos poderes implica una responsabilidad. Eso es parte del motivo por el que estamos aquí. De lo contrario, podríamos utilizarlos por... ―A Will le costó expresar sus miedos con palabras―. por motivos egoístas, oscuros. ¿Es que no aprendiste nada de nuestra madre ni de Oko?
―Te equivocas ―le contestó―. Aprendí que, cuando no tienes miedo a romper las reglas, puedes hacer muchas cosas. Buena suerte con tus libros.
Y lo dejó allí plantado. Cuando un bibliotecario de Sapiéntium llegó unos minutos más tarde para preguntar por el relámpago que había destellado en los pasillos, Will no supo qué responder.
Kasmina sintió que su lechuza aterrizaba en el bastón, pero tenía la mirada fija en el horizonte. La silueta de una persona apareció en el borde del patio, perfilada contra la luz de los soles ponientes. Reconoció la postura de los hombros, su porte rígido y militar. También reconoció a la raposa que lo acompañaba.
―Es una lástima ver que un hombre como tú ha caído tan bajo. ¿Qué pensaría tu unidad si supiera que su antiguo líder se ha convertido en un peón de maquinaciones ajenas?
―Imagino que no gran cosa ―respondió Lukka―, teniendo en cuenta que la mitad de ellos están bajo tierra y los demás querrían verme muerto. ¿Cuánto tiempo llevas vigilándome con tus pájaros de imitación?
―Bastante como para saber que este camino solo traerá más dolor para ti y para muchos otros ―dijo Kasmina. En ese momento, su voz no sonaba benévola ni sabia, sino gélida―. No dejaré que hagas lo que te propones, Lukka.
―Estoy harto de que me digan cómo tengo que vivir ―gruñó él―. Y no soy el peón de nadie. Los magos que dirigen esta academia se creen superiores a los demás y todo el maldito mundo asiente y lo tolera. Voy a demostrarles que se equivocan.
―Aún tenía la esperanza de que te convirtieras en un aliado y pusieras tus dones al servicio del bien común. ―Kasmina suspiró―. Pero veo que te sobrestimaba.
Antes de que Lukka pudiera reaccionar, la lechuza de Kasmina levantó el vuelo a toda velocidad. Con un aleteo, una esfera de aire huracanado envolvió a la raposa de Lukka. Mientras las ráfagas de viento se arremolinaban alrededor del animal, Kasmina lanzó una cuchilla de aire presurizado contra el torso del vinculador.
Lukka se agachó justo antes de que el ataque invisible lo alcanzara, y la ráfaga pasó volando hasta atravesar una línea de árboles. Entonces miró a Mila y su rostro se volvió más anguloso y delgado al intentar vincularse con ella, pero sus rasgos bestiales desaparecieron casi al instante.
Con un movimiento del brazo, Kasmina lanzó otra ráfaga de aire, esta vez estrecha y aguda como una lanza. Lukka rodó hacia un lado y desenvainó su arma al mismo tiempo que se incorporaba.
Cargó contra ella con una velocidad salvaje. Kasmina alzó su bastón justo a tiempo para desviar el acero y atraparlo. Sus ojos se iluminaron con un brillo plateado, pero antes de que lograse lanzar otro hechizo, Lukka retrocedió, desenganchando el arma y haciendo que Kasmina se tambaleara hacia delante.
―Esos dragones y su Guardia ―gruñó Lukka― han ejercido su poder sobre esta gente demasiado tiempo. Hacen que la población tenga miedo de cada sombra, de cada rostro desconocido. ¿Qué pasará cuando no se limiten a dar caza a los Oriq, sino a todos los que practiquen la magia de una forma que no les guste?
Kasmina giró sobre sí misma y alzó una mano cuando Lukka atacó de nuevo. Una barrera de luz azulada se interpuso entre ellos y envolvió a la hechicera.
―Eres incapaz de ver más allá de tu dolor, Lukka. ¿Crees que Extus va a cambiar todo eso? ¿Que compartirá el poder contigo? Él solo lucha por sí mismo.
Lukka estampó su arma contra el muro de luz y su rostro se retorció de rabia.
―¿Quieres que te sea sincero? Me importa un bledo lo que haga cuando este sitio quede reducido a cenizas.
Kasmina avanzó un paso y el escudo obligó a Lukka a retroceder. El vinculador atacó una y otra vez para intentar atravesar las defensas usando la fuerza bruta. Entonces, Kasmina giró una muñeca. La luz cambió de forma y varios haces salieron disparados, golpeando a Lukka en el estómago. El vinculador salió despedido hacia atrás y cayó junto a su fiera atrapada. Antes de que pudiera levantarse, Kasmina se plantó delante de él y le puso la punta del bastón en la garganta.
―Se acabó. Ríndete.
―¿Que se acabó? ―La voz rugiente de Lukka estalló en una carcajada salvaje―. Te equivocas: solo acaba de empezar.
Kasmina se detuvo. Con el furor del combate, había dejado de prestar atención a las lechuzas. Lo que vio en ese momento, lo que había llegado reptando a las afueras de la academia, le hizo sentir un escalofrío.
―No pretendía vencerte ―dijo Lukka con una sonrisa siniestra―. No soy tan tonto como para pensar que ya podría hacerlo. Pero ellos sí son capaces.
El suelo tembló a sus pies. La línea del horizonte empezó a ondular y moverse cuando un enjambre de siluetas quitinosas y chirriantes reptó entre los árboles. Los cuerpos segmentados de las criaturas surgieron con un brillo púrpura, como si el bosque entero ardiese con un fuego antinatural.
―Cazamagos... ―susurró Kasmina―. ¿Qué has hecho?
―¿Por qué hablas en pasado? Ya te lo he dicho. ―Lukka giró la cabeza y escupió sangre antes de sonreír, mostrando los dientes enrojecidos―. Esto solo acaba de empezar.
El brillo de los cazamagos se volvió más intenso a medida que se acercaban. Kasmina cerró los ojos y se concentró en otro plano, en otro lugar. Una nube de plumas blancas batió el aire a su alrededor y la maga desapareció.
Lukka se puso en pie y se sacudió el polvo de encima. Oyó unas pisadas que se acercaban y Extus no tardó en situarse a su lado.
―¿Seguro que están bajo tu control? ―preguntó el líder de los Oriq―. Ninguno de nosotros ha intentado dominar tantos a la vez.
―Descuida, yo no soy como tus otros magos.
Sintió que había movimiento a sus espaldas: el resto de los Oriq se habían detenido en el borde del patio. Los agentes estaban listos y aguardaban la orden de Extus. El líder se enderezó y asintió.
―Que comience el ataque.