Episodio 4: Puestos a prueba
Will se despertó de súbito. Tardó un momento en comprender que estaba en su cuarto y que las siluetas tenebrosas que acechaban en los rincones eran espejismos del sueño del que acababa de despertar. Aún tenía el uniforme puesto, ahora totalmente arrugado. Su última tarea seguía en el escritorio, aún pendiente de terminarla. En el exterior se veía el paisaje nocturno de Arcavios, una oscuridad interrumpida por los habituales brillos extraños que se veían por todo el campus. No había rastro de Rowan y su lado de la habitación seguía igual de desordenado que en las semanas anteriores. Will se levantó con una mueca de dolor al notar una contractura en el cuello y justo después oyó gritos en el pasillo.
―... ¡puerta del sur!
―¿Cuántos ha...?
―¿Están todos...?
Entre el grupo de estudiantes que corrían de un lado a otro, Will vio a un jugador del equipo de torres mágicas de Prismari: Arlo Wickel, el base que había impresionado a Quint con su magia de la tierra.
—¡Eh! ¿Qué está pasando? ―le preguntó Will.
―¿Eres de primero? ―Wickel señaló hacia el pasillo―. Sigue a los demás. La decana Uvilda está esperando para llevar a todo el mundo a un refugio.
―De acuerdo, pero ¿qué sucede?
―Los Oriq están aquí ―respondió Wickel con brusquedad antes de darse la vuelta y echar a correr tras el grupo de estudiantes más jóvenes.
Will se quedó paralizado unos instantes y notó una sensación desagradable en el estómago. La profesora Ónix tenía razón.
Una vez fuera, se topó con una escena de caos absoluto. La multitud, cada vez mayor a medida que los alumnos salían de los dormitorios, se había detenido en un extremo del patio. Al otro lado, hacia donde todos miraban con expresiones atónitas de horror, Will vio un muro de formas oscuras que avanzaba hacia ellos.
No, no eran simples formas: eran seres vivos.
Los monstruos avanzaron por el césped correteando con sus patas estrechas y puntiagudas. Sus cuerpos insectiles estaban cubiertos de placas que tapaban una carne púrpura, mientras que una especie de púas brillantes de color violeta crecían de sus lomos y sus cabezas. Sus rostros sin ojos no tenían rasgos, excepto unas fauces repletas de dientes. Unos chillidos horripilantes cortaron el aire.
Las criaturas parecían hambrientas.
Will pensó que las rodillas le fallaban, pero pronto advirtió que el suelo entero temblaba. Entonces vio a Wickel salir de entre la multitud, con el cuerpo entero vibrando con energía antes de hundir ambas manos en el suelo. Un semicírculo de tierra revuelta surgió delante de él y se elevó hasta formar un muro compacto entre las criaturas y los estudiantes. Wickel se giró hacia los alumnos de primer año, todavía estupefactos:
―¡Venga! ¡Tenemos que ponernos a salvo!
Mientras se apresuraba a obedecer, Will vio que la primera de las espeluznantes criaturas se estaba encaramando al muro de tierra tras escalarlo sin esfuerzo. Tenía que encontrar a su hermana. ¿Dónde estaba Rowan?
Al otro lado del campus, Rowan gritó al lanzar un golpe con su espada. El acero mordió una articulación entre la coraza del monstruo y una rociada de sangre oscura salpicó el uniforme de Rowan y el jardín silvestre que rodeaba los dormitorios de Flosmarcitus. Detrás de ella, Plink retrocedía chillando de miedo ante el avance de una de aquellas cosas. Gritando un encantamiento, Auvernine hizo surgir raíces espinosas del suelo para atrapar a la criatura por las patas y arrastrarla bajo tierra.
―¡Están por todas partes! ―chilló Plink, que estuvo a punto de tropezar con la criatura sepultada―. ¡Estamos rodeados! ¡Abandonen el barco! ¡Ríndanse!
Rowan echó un vistazo a los terrenos de la facultad. Su amiga tenía razón: las criaturas estaban avanzando como un muro quitinoso que emitía un brillo espeluznante y empujaba a los estudiantes de vuelta a los dormitorios.
―Si resistimos hasta que lleguen los profesores... ―insinuó Auvernine.
―No ―la interrumpió Rowan―. Si solo esperamos, acabarán por arrollarnos. Tenemos que pasar a través de ellas y salir de aquí.
―¿Y adónde iremos? ―preguntó Auvernine, desesperada.
Rowan miró hacia la Biblioplex y pensó en Will. Conociendo a su hermano, seguro que estaría allí.
―A la biblioteca ―dijo señalando la enorme silueta del edificio en el horizonte nocturno.
―Ah, ¿ahora quieres estudiar? ―dijo Plink, casi histérica, mientras trastabillaba para ir junto a sus amigas.
Will no era el único motivo por el que Rowan propuso ir allí. La Biblioplex estaba en el centro del campus: si los decanos y los profesores elegían un lugar en el que presentar batalla, sería aquel. Además, su hermano nunca paraba de hablar de todos aquellos hechizos poderosos que había en los libros polvorientos. “Espero que tengas razón, Will”.
―¡Profesora, cuidado!
Al oír el grito de un alumno, Liliana giró sobre los talones justo antes de que un agente de los Oriq lanzase contra ella una espiral siseante de energía. El hechizo era peligroso, creado para absorber la fuerza vital, pero conocía muy bien aquel tipo de magia. Alzó una mano y detuvo el conjuro a pocos centímetros de la palma antes de mirarlo con frialdad. Detrás de ella, los estudiantes que habían asistido a su clase observaban con perplejidad y pánico en los ojos. “Podría haberles dado a ellos”, pensó. “Bien, pues recibirás lo que das”. Con un gesto de Liliana, el hechizo salió disparado de vuelta hacia el lanzador con el doble de violencia que antes. El agente intentó esquivarlo, pero la magia voraz lo consumió antes de que tuviera oportunidad de gritar siquiera.
Los decanos Kianne e Imbraham se acercaron corriendo a Liliana; escoltaban a otro grupo de estudiantes que venían de la facultad de Quándrix.
―Profesora Ónix ―la llamó Imbraham con su peculiar voz aguda―. Nos persigue un enemigo muy curioso. Sugiero que nos reagrupemos con el resto del claustro en...
Un grito interrumpió al decano: alguien se había quedado atrás.
―¡Vayan a ayudar! ―graznó Imbraham―. Yo cuidaré de este grupo.
Kianne y Liliana partieron de inmediato y al unísono. Oyeron otro grito; esta vez, vieron que un alumno había caído al suelo y temblaba de miedo mientras un monstruo parecido a un insecto se cernía sobre él.
―Cazamagos ―siseó Kianne, y Liliana vio que había otros moviéndose entre las sombras, con sus patas puntiagudas chasqueando contra el pavimento.
La criatura se irguió y los segmentos de su cuerpo emitieron un brillo, pero Kianne invocó una lanza angulosa de fuerza que atravesó a la criatura. Liliana ayudó al estudiante a levantarse y lo situó detrás de ella.
―Sal de aquí ―le dijo al muchacho.
En ese momento, otra cosa atrajo su atención: en medio de la oscuridad que reptaba por todas partes parecía haber una silueta humana, un hombre con un extraño uniforme rojo. Al menos le pareció un humano a simple vista, pero su rostro tenía algo extraño: sus rasgos eran angulosos y alargados en los pómulos, similares a los de un animal. Entonces, sus miradas se cruzaron y, con una coordinación espeluznante, todos los demás cazamagos se lanzaron a por Kianne y ella.
―¿Quién es ese? ―preguntó la decana.
―No lo sé ―le contestó―, pero parece que está controlando a las criaturas de algún modo.
―¿A todas? ―dijo Kianne con una mueca de horror―. Es la primera vez que veo una magia capaz de hacer eso.
―Para todo hay un hechizo ―murmuró Liliana.
Levantó una mano y unos hilos de magia negra surgieron de las puntas de los dedos, pero antes de que pudiera atrapar al desconocido, una de las criaturas se interpuso entre ambos. El hechizo se clavó en su caparazón, haciendo que la quitina se resquebrajara y acabase reducida a polvo.
A su lado, Kianne alzó ambas manos y un aura luminosa la envolvió. En cuestión de segundos, convocó una horda de fractales con forma felina. A su orden, los constructos se lanzaron a la carga y se estrellaron contra la oleada de cazamagos. El hombre del abrigo rojo desapareció entre la marabunta de criaturas espinosas y Liliana estuvo a punto de perseguirlo, pero algo la detuvo.
El caos era abrumador. El ataque por todo el campus no parecía tener otro objetivo que sembrar la destrucción y el pánico. ¿Por qué?
Porque, como dedujo Liliana con un temor creciente, no se trataba de un ataque, sino de una distracción.
Will siguió corriendo. Huía lo más rápido que le permitían las piernas e intentaba no pensar en la criatura horripilante que lo perseguía, ni en el ardor de los pulmones castigados por el esfuerzo ni en la hierba húmeda que pisaba, con la que podría resbalar en cualquier...
“Un momento...". Sin detenerse, Will estiró una mano hacia el suelo y aplicó una pizca de concentración. A su paso, el rocío de la helada nocturna se condensó en hielo. Miró hacia atrás y justo entonces vio que las patas alargadas del monstruo patinaban hacia los lados y cedían bajo el peso de la criatura.
―¡Sí! ―gritó Will poco antes de chocar contra algo puntiagudo y de gran tamaño.
Cuando rebotó contra el caparazón de la segunda criatura, esta le lanzó un zarpazo que rasgó su uniforme, pero sin alcanzarlo a él. Cayó al suelo y rodó hacia un lado para esquivar otra zarpa que se clavó en la tierra, justo donde había estado su cabeza. Will estiró los brazos sin mirar, apoyó una mano contra la sección intermedia de la criatura y extrajo su calor tan rápido que una grieta dividió el caparazón por el centro. El monstruo retrocedió chillando, pero, para entonces, el otro se había levantado y corría hacia Will.
De pronto, un rugido reverberó en el aire y el sonido se propagó por el cielo. Otros rugidos respondieron hasta que el suelo tembló ante aquella cacofonía. La criatura se alejó de Will de un salto y casi huyó galopando con sus numerosas patas. Era rápida..., pero no lo suficiente.
Una columna de fuego descendió del cielo y barrió la superficie. Desde donde estaba, Will oyó los chillidos de las criaturas invasoras y notó un olor a carbono en el aire mientras sus caparazones se calcinaban, estallaban y se ennegrecían. Al cabo de un momento, de ellas no quedaron más que cenizas dispersadas en el viento por el batir de unas alas gigantescas.
Will levantó los brazos por encima de la cabeza y convocó láminas de hielo alrededor de sí mismo cuando otra llamarada barrió el patio. Apenas fue capaz de protegerse del calor abrasador, pero no pudo contener el grito de júbilo que surgió de él. Los dragones habían acudido.
Rowan se detuvo al oír su nombre y dejó pasar a sus amigas, que siguieron corriendo hacia el centro del campus. Al girarse, vio a alguien que empuñaba una espada de hielo y tenía un corte extraño en el uniforme.
―¡Will!
Corrieron al encuentro mutuo y se abrazaron con fuerza. Cuando Rowan se apartó, puso cara de extrañeza al ver el arma improvisada de su hermano.
―¿Y tu espada?
―En nuestra habitación ―dijo Will entre resuellos―. He venido lo más rápido posible.
―¡Cuidado! ―gritó una voz femenina detrás de ambos.
Rowan apenas tuvo tiempo de ver al oriq que apareció de detrás de un seto. Cuando el agente levantó una mano, unas espinas de energía carmesí salieron disparadas hacia ellos y Rowan se lanzó al suelo empujando consigo a su hermano.
Entonces oyó un gorgoteo y luego solo hubo silencio. Rowan tardó un momento en darse cuenta de que tenía los ojos cerrados. Cuando los abrió otra vez, vio el cuerpo del oriq, inmóvil en el suelo. A pocos metros, notó la presencia severa de la profesora Ónix, que se giró hacia ellos y los miró con aquellos ojos violetas y fríos.
―¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué no estáis buscando refugio?
―Nos atacaron... ―respondieron ambos casi a la vez.
―... en los dormitorios de Prismari ―dijo Will.
―... y en los de Flosmarcitus ―añadió Rowan―. Intentaron rodearnos, como si quisieran impedir que saliésemos de allí.
―Cierto, porque eso es lo que pretendían ―confirmó la profesora―. Esto forma parte de una distracción.
―¿Una distracción? ¿De qué? ―preguntó Will.
―Todavía no lo sé ―respondió la maestra―, pero estoy segura de que los cazamagos no solo están dirigiendo los movimientos de los estudiantes. Han formado un perímetro en torno a la Biblioplex.
“Un perímetro...". Aquello no le gustó ni un pelo a Rowan, que imaginó una muralla viviente de púas, antenas púrpuras y fauces chasqueantes.
―¿Qué deberíamos hacer?
Los ojos violetas de la profesora Ónix se fijaron en ella.
―Si fuera una maestra responsable, os llevaría a un lugar seguro y os mantendría al margen de todo esto.
―Pero no piensas hacerlo, ¿verdad? ―preguntó Rowan.
La profesora torció la comisura de los labios; para Rowan, el gesto parecía casi una sonrisa.
―No, no soy tan responsable. Además, necesito ayuda.
―Entonces, ¿vamos a entrar por aquí? ―preguntó Will al poner la mano en el círculo de piedra, que parecía estar enterrado en las suaves colinas de la parte más agreste del campus de Flosmarcitus.
—Sí. Es un antiguo acceso de mantenimiento que descubrí en mis tiempos de estudiante.
La profesora apoyó una mano en la puerta y murmuró unas palabras. Con un crujido que a Will le pareció alarmantemente ruidoso, el círculo de piedra se abrió y se hundió en la ladera de la colina. Al otro lado había un túnel largo y oscuro.
―¿Los estudiantes pueden entrar en este sitio? ―preguntó él.
Rowan y la profesora le dirigieron miradas significativas al mismo tiempo.
―No, supongo que no ―se respondió él mismo.
Rowan invocó una esfera de luz chispeante en una mano y se adentró varios pasos con cuidado, seguida de cerca por la profesora y Will.
―¿Ahí abajo habrá... ―empezó a decir él― algo que se espere que aparezcamos?
―No lo sé, pero es posible ―respondió la profesora Ónix―. Hace mucho tiempo que ningún profesor o alumno de Strixhaven utiliza estos túneles, pero no soy la única que los conoce. Creo que Extus lleva meses enviando a sus esbirros a través de ellos.
―¿Quién es Extus?
―El responsable de esta situación. El líder de los Oriq.
―Ajá... ―Will sintió que tenía un nudo en la garganta―. Es decir, que solo debemos preocuparnos de que haya un puñado de hechiceros homicidas que utilizan magia oscura.
―No seas gallina, Will ―dijo su hermana―. No es la primera vez que nos enfrentamos a algo así.
―¿De verdad? ―comentó la profesora con tono divertido―. No me esperaba que fueseis a portaros como héroes en medio de todo esto, pero supongo que no soy quién para hablar.
Will no tenía ni idea de lo que había querido decir con eso.
Extus caminaba a zancadas por los pasillos curvos de la Biblioplex, pasando una mano por las magníficas estanterías de madera. Había tanta sabiduría en aquellos libros antiguos... Sin embargo, parecía que ahora no contenían ni una pizca de conocimientos útiles. Le resultaba extraño volver a estar en medio del silencio habitual de aquel sitio, ahora solo interrumpido por los gritos ocasionales de una estudiante que había quedado atrapada dentro.
―¡Extus!
Se giró cuando lo llamaron. Uno de sus agentes se acercó portando un libro grueso, de páginas desgastadas y amarillentas. Si no había confundido la voz, era Tavver, un miembro joven y muy comprometido con la causa que ya había realizado varias misiones en el corazón de la academia.
―Estaba en el ala este, tal como usted dijo, señor.
―Buen trabajo ―le respondió mientras tomaba el libro y barría una capa de polvo con una mano. Unas letras doradas brillaron bajo la luz tenue.
―¿De qué se trata, señor? Si no es molestia que lo pregunte ―añadió Tavver.
―Es la obra de otra persona brillante a la que ignoraron y abandonaron a su suerte. No dudan en descartarnos si no somos adecuados para sus propósitos. ―Se sintió benévolo y le tendió una mano a Tavver―. Te recompensaré por todo tu esfuerzo.
Justo cuando su agente le estrechó la mano, Extus vio a la alumna de Plumargéntum por encima del hombro de Tavver. Estaba malherida y un brazo le colgaba sin fuerzas en un costado, pero la joven les lanzó una mirada repleta de furia. Extus sintió su odio en el hechizo que estaba preparando: un orbe de oscuridad perfecta que arrojó contra él.
Sin un atisbo de duda, Extus aferró el brazo de Tavver y tiró de él para interponerlo en la trayectoria del conjuro. El cuerpo del agente se encorvó con el impacto y un grito reverberó en el interior de su máscara antes de desplomarse sin vida. La estudiante levantó los brazos e intentó hacer acopio de fuerzas, pero estaba exhausta. Extus arrojó un rayo de energía crepitante que salió disparado y la alcanzó de lleno. Cuando la muchacha cayó al suelo, el silencio regresó a la biblioteca.
Extus lanzó una mirada al cuerpo de su secuaz enmascarado, ahora inerte. Sin dedicarle un segundo vistazo, prosiguió con su objetivo.
―¿Descubriste todo esto cuando estudiabas aquí? ―preguntó Will con asombro. Su voz resonaba de manera inquietante en el túnel de piedra.
―¿Cuánto tiempo hace de eso? ―añadió Rowan. Sus chispas mágicas eran la única fuente de luz del grupo y hacían que sus sombras se proyectaran de maneras extrañas.
―Muchísimo ―respondió la profesora Ónix―. Corrían tiempos muy distintos y yo era una persona muy diferente en aquella época.
Llegaron a lo que parecía ser una caverna. En las alturas, el techo de piedra gris se perdía entre la oscuridad. Se encontraban en un saliente, ante el que había un abismo que lo separaba de otro túnel. Con la escasa luz que tenían, Will apenas era capaz de ver el puente de madera que cruzaba el vacío.
―Mm... ¿Hay alguna otra forma de cruzar? ―preguntó él mientras miraba la cuerda desgastada y los tablones de aspecto antiguo.
―Si la hay, no llegué a encontrarla. ―La profesora Ónix empezó a cruzar el puente con cuidado. Rowan fue detrás, caminando por la madera podrida a un ritmo preocupante.
―No vayas tan rápido ―le dijo Will, que la siguió despacio y pisando con cautela.
―A cada minuto que perdemos aquí, los Oriq hacen daño a más gente ―le dijo Rowan sin mirar atrás. Con cada una de sus zancadas, algunos trozos de madera se precipitaban al vacío.
Un crujido resonó en el aire y reverberó en las paredes. Varias piedrecitas cayeron sobre ellos y unas nubes de polvo descendieron en los alrededores. Rowan dio otro paso y la madera se partió bajo sus pies.
Will saltó hacia delante y la sujetó de una muñeca. Antes de que otros tablones cediesen, tiró de su hermana para volver a subirla al puente. Chocaron la una con el otro y ambos cruzaron el resto del camino a rastras.
―Gracias ―dijo ella con voz temblorosa.
―Tú harías lo mismo por mí.
―Venga, vamos ―dijo la profesora Ónix unos pasos más allá. No parecía darse cuenta de que habían estado a punto de morir―. Hay que darse prisa.
―Profesora, ¿cuál es el objetivo de Extus? ―preguntó Will―. ¿Por qué está aquí?
―Hay todo tipo de cosas que podría estar buscando: tomos de gran valor, artefactos mágicos... La Biblioplex está repleta de objetos tentadores para un megalómano en potencia.
―Entonces, ¿adónde vamos?
―Estamos yendo al sitio al que iría yo si quisiera causar el mayor daño posible.
Will se quedó mirando a la profesora mientras avanzaba por el túnel.
―Hay que seguir ―le dijo Rowan antes de darle un empujoncito.
Extus apoyó una mano en la madera lisa y fría de la puerta doble que conducía a la sala de los oráculos. La entrada estaba cerrada, pero, por suerte, el ataque a la academia había sido demasiado repentino como para que hubieran llegado a activar las defensas. Con un breve esfuerzo de voluntad, usó la magia para empujar las puertas hasta reventar las bisagras y entró en la cámara.
La sala estaba dominada por un círculo de esculturas con rostros severos y arrugados: oráculos fallecidos tiempo atrás, pero no olvidados. Extus creyó percibir cierto desprecio en sus ojos de piedra, como si, desde la tumba, rechazaran su presencia allí. Como si considerasen que entre ellos no había un lugar para él.
No importaba. Estaban muertos. Y para cuando él terminara, se alegrarían de estarlo.
La mirada de Extus vagó hacia el techo. Incluso con la máscara, tuvo que entrecerrar los ojos ante aquel resplandor. La Maraña de Strixhaven flotaba en el aire y sus zarcillos de energía ondulaban y crepitaban por toda la sala. El maná de los orígenes primordiales del mundo seguía arremolinándose en una vorágine de poder. Bajo ella había una serie de anillos de piedra casi tan antiguos como el propio vórtice. Eran círculos de contención, según sabía Extus. Su luz dotaba la sala entera de un suave brillo azulado y proyectaba sombras danzarinas en el suelo.
“Sí, esto bastará", pensó él.
Abrió el libro entre sus manos y pasó las páginas amarillentas hasta encontrar lo que buscaba.
Oyó pasos procedentes del pasillo cuando sus agentes se dirigieron a la cámara. Todos ellos portaban un libro o un pergamino. Extus asintió, satisfecho de que su máscara ocultase la amplia sonrisa que se dibujó en su rostro.
―Bien. Disponedlo todo según expliqué. Ha llegado el momento.
Uno a uno, los agentes colocaron los documentos con cuidado ante su líder para formar un semicírculo de textos antiguos. Extus solo se detuvo unos instantes para saborear el momento y empezó a leer.
Liliana contaba con que tendría que luchar para llegar hasta la Maraña; al fin y al cabo, era impensable que los Oriq dejaran sin vigilancia su objetivo final. Lo que no se esperaba era que sus acompañantes mostraran tanto entusiasmo ante aquella parte de su “aventura”. Ella misma apenas tuvo que matar a nadie: al primer indicio de cualquier enmascarado, Rowan le lanzaba una descarga de energía que lo dejaba retorciéndose en el suelo. Incluso Will resultó ser bastante útil y se centró en cubrir con hielo a los agentes neutralizados para que, cuando sus músculos dejaran de sufrir sacudidas, no pudieran hacer mucho más que tiritar. Sin embargo, cuando llegaron a la sala de los oráculos, las puertas ya estaban abiertas de par en par. En el interior, Liliana vio a un grupo de enmascarados, perfilados contra la luz ondulante del vórtice de energía. En el centro de ellos había uno que estaba recitando algo mientras leía un grueso libro.
Percibió que las corrientes arcanas de la sala se desplazaban y escuchaban el sortilegio de un modo que había notado en demasiadas ocasiones. En aquel lugar estaban empleando una poderosa magia oscura e incluso los gemelos Kenrith parecieron notarlo, porque ambos se quedaron muy quietos junto a ella.
―Llegamos demasiado tarde ―dijo Liliana―. Ya está vinculado a la Maraña.
―No, todavía estamos a tiempo. ―Rowan fue la primera en romper el trance que parecía atenazarlos a todos y entró corriendo en la estancia.
―¡Espera! ―dijo Will, que corrió detrás de ella antes de que Liliana pudiera impedírselo.
“Serán necios... ¡No pueden luchar contra él mientras tenga tanto poder a su disposición!", pensó.
Los magos enmascarados ya se estaban girando hacia ellos con las manos encendidas con fuego, rezumando veneno y preparando otros hechizos rudimentarios y crueles. Rowan gritó con una mezcla de furia y deleite aterrador cuando unos relámpagos crepitaron en su piel y volaron hacia un grupo de oriq, desatando una energía desenfrenada. Varias volutas de humo salieron de debajo de las capuchas de los hechiceros cuando se desplomaron. “Esa chica ya tiene un gran poder”, pensó Liliana. “Dentro de unos años será verdaderamente temible”.
Sin embargo, Rowan aún era demasiado inexperta para advertir que un oriq se acercaba a ella por detrás, con los dedos crepitando con energía asesina. Liliana se concentró y el tiempo pareció ralentizarse por un momento cuando vislumbró la pequeña luz del alma del hechicero entre las energías arcanas que se arremolinaban en el ambiente. Con una arremetida salvaje de voluntad, empujó hasta separar el alma del cuerpo, que se desplomó en el acto.
Fue en ese instante cuando un hechizo la alcanzó. “¿Pero qué...?", pensó Liliana al girar la cabeza bruscamente hacia el origen del ataque. Extus, el hombre que sostenía aquel grueso libro, tenía una mano extendida hacia ella. Sin embargo, no había notado ninguna acumulación de magia ofensiva: ni el calor del fuego ni la sensación repugnante de la magia de muerte. ¿Qué había usado contra ella?
De pronto, la sala pareció doblarse y oscilar bajo sus pies. Todo daba vueltas de manera inquietante y Liliana tenía una sensación de vértigo en el estómago. Era similar a la que notaba al viajar entre los planos, pero repugnante y retorcida. Lo último que vio fue al muchacho Kenrith, pero no la miraba a ella, sino a su propia hermana. El chico sentía temor, aunque Liliana no supo decir si era por Rowan o a causa de ella. Entonces, la vista se le oscureció.
Cuando abrió los ojos, la luz de la Maraña había desaparecido.
Liliana pestañeó mientras los ojos se le adaptaban a la penumbra. Se giró para levantarse y, cuando arrastró una mano por la tierra y las hojas, miró alrededor y su mente por fin asimiló que se encontraba en un bosque. “Magia de translocación forzosa...". Nunca la habían usado contra ella.
Consiguió ponerse de pie. A cierta distancia, divisó una de las antorchas que señalaban el camino hacia Strixhaven. El campus estaba en algún lugar de la lejanía, más allá del horizonte.
“Intentad no morir ninguno de los dos. Estoy en camino, pero me espera una larga caminata”.
Rowan lanzó una mirada al vacío que había dejado la profesora Ónix y luego se giró hacia Extus.
―¿Qué le has hecho?
El enmascarado no respondió. Con un gruñido de frustración, Rowan alzó una mano hacia él. Un estampido resonó en el aire cuando un relámpago salió despedido hacia el líder de los Oriq, que apenas hizo un gesto en dirección a Rowan. El relámpago simplemente se detuvo y luego cayó al suelo, estallando en pedazos como si fuera de cristal. Su oponente hizo un gesto despreocupado, como si espantara una mosca, y Rowan vio una distorsión en el aire antes de que una onda de fuerza surgiese hacia ella. Cerró los ojos y se protegió con las manos, pero en vez de acabar destrozada por el hechizo, sintió una lluvia de fragmentos de hielo cuando la magia impactó contra el muro de hielo que erigió Will.
―¡Rowan, escúchame! ―gritó su hermano al agarrarla de un hombro―. Tenemos que sincronizar nuestra magia como solíamos hacer.
―¡Tú mismo dijiste que ya no puedo controlar mis poderes! ―escupió Rowan―. Ahora hay algo distinto, nuestra magia está cambiando.
―Cierto ―afirmó Will―. Tú eres más fuerte, pero yo también me he vuelto más controlado. Podemos lograrlo juntos. ¡No hay otra manera!
En eso se equivocaba. Rowan volvió a mirar hacia Extus y la tormenta de magia pura que se arremolinaba y refulgía detrás de él; la Maraña, o así la había llamado la profesora Ónix. Sentía el poder que irradiaba, mayor del que un solo mago sería capaz de emplear. Podía tomarlo, extraerlo como había hecho con el elemental de agua de aquel alumno de Prismari.
―Podemos hacer lo mismo que él: usar el poder de la Maraña. ¡Le devolveremos su sucio truco!
―¡Es muy peligroso! ―protestó Will―. ¡Hay demasiado poder! ¡Podrías matarte o acabar destruyendo toda Stri...!
Una nueva onda de fuerza procedente de Extus lo interrumpió. Will levantó otro escudo de hielo, pero esta vez, el hechizo fue lo bastante potente para atravesarlo y hacer que ambos salieran despedidos al otro lado de la cámara.
Rowan hizo un esfuerzo para incorporarse, todavía conmocionada. No muy lejos de ella, Will hizo lo mismo. Entonces notó que un líquido se estaba acumulando a sus pies, empapándole las botas. Alarmada, vio que era sangre.
Sin embargo, no era suya ni de Will. Había hilos de sangre extendiéndose por toda la sala. Los siguió con la mirada hasta llegar a la Maraña que flotaba sobre Extus. Su brillo azul se había vuelto de un rojo oscuro.
Un rugido sacudió la cámara, haciendo que Rowan se estremeciera hasta los huesos, abriendo grietas en las paredes y sacudiendo el polvo que llevaba siglos acumulándose en los travesaños del techo. Otra fisura se extendió por la sala y un trozo del tejado se vino abajo, directo hacia ellos.
Rowan saltó hacia Will y se apartaron a duras penas justo antes de que la piedra se estrellara en el suelo. Una segunda roca se desprendió del techo y aplastó el cuerpo inmóvil de un oriq cercano, haciendo que Rowan se estremeciera.
La sangre seguía manando de los círculos concéntricos que había frente a Extus, burbujeando como si fuese una fuente. Lo que había empezado como un goteo se convirtió en una inundación y el dulzón hedor a hierro invadió las fosas nasales de Rowan. Bajo la Maraña, el líder de los Oriq extendió los brazos.
―¡Álzate, ser grandioso! ¡Yo te convoco, Avatar de Sangre! ¡Desata tu ira sobre este mundo injusto!
En la fuente de sangre burbujeante, dos puntos del círculo de piedra empezaron a transformarse, alargándose y curvándose hasta adoptar la forma de cuernos. Algo estaba resurgiendo, liberándose.
Rowan retrocedió hasta que su espalda se topó con la pared. Aquello no eran cuernos, sino un yelmo de bronce antiguo. Lo que surgió, empapada de sangre, era una criatura inmensa y apenas humanoide. Cada uno de sus cuatro brazos musculosos empuñaba un arma siniestra y Rowan fue incapaz de abarcar todos sus filos y puntas con la vista. Parecía un ser creado para la guerra, cuyo único propósito era destruir todo lo que llevaba siglos en pie.
Ese había sido el plan de Extus desde el principio. Eso era lo que ellos estaban intentando impedir. Y ahora, el fracaso podría acarrear la muerte de todos.