Will jamás había oído nada parecido al clamor de la cosa que surgió de la Maraña. El rugido vibraba en su corazón y le prometía toda clase de violencia y muerte. A cada momento que pasaba, la criatura se arrastraba un poco más lejos del vórtice de poder. Por encima de Will y Rowan, una viga se precipitó hacia el suelo y se estrelló con estruendo a pocos centímetros de sus pies.

―Creían que nunca me convertiría en alguien importante; que no había lugar para mí en este sitio, con sus oráculos petulantes. ―Extus soltó una carcajada y giró sobre sus talones, señalando con rabia las estatuas que lo rodeaban―. Pero ¿dónde están ahora? ¿Quién les ayudará en esta crisis?

Las risas de Extus se volvieron más demenciales cuando el Avatar de Sangre lanzó un hachazo contra una de las estatuas y partió en dos la imagen de un oráculo antiguo. La cabeza y los brazos alzados se vinieron abajo y se hicieron añicos contra el suelo.

Will ayudó a Rowan a levantarse. Ambos tenían la ropa empapada con la sangre que anegaba la cámara, más de la que podría derramarse en un centenar de batallas.

―Va a destruir la academia entera ―dijo Will intentando que no le temblase la voz.

En cambio, por alguna razón, Rowan no parecía asustada. Sus ojos mostraban una determinación que él nunca había visto ni en clase, ni en la sala de estudio ni en los dormitorios. Entonces, Will comprendió por primera vez una parte del carácter de su hermana: sus talentos se manifestaban en situaciones como aquella, al lanzarse contra la tormenta.

―No si podemos impedirlo ―dijo Rowan, y él asintió.


En el exterior, todo el campus de Strixhaven oyó aquel rugido temible. Sorprendió a la decana Uvilda resguardando a un grupo de estudiantes de Prismari en una dimensión que solo se utilizaba en caso de emergencia; cuando oyó el estruendo, sintió un escalofrío y se apresuró a terminar el hechizo. Sorprendió a Plink y Auvernine reptando por un túnel oscuro de tierra y raíces mientras el fuego de los dragones reducía a cenizas todo lo que hubiera en la superficie. Sorprendió a Lukka mientras mantenía la concentración para hacer que todos los cazamagos siguieran luchando en varios frentes. “Ya está”, pensó antes de bajar la vista hacia Mila con una sonrisa.

―Parece que Extus ya tiene lo que buscaba.

Sin embargo, la raposa no lo miró a él, sino que alzó la cabeza hacia el cielo con los ojos abiertos de par en par y el pelaje erizado. Un instante después, saltó para refugiarse bajo un soportal medio derruido. Lukka no vio lo que había percibido, pero no esperó a que fuera demasiado tarde y, confiando en ella, corrió a ponerse a cubierto.

El fuego de dragón barrió los adoquines que había pisado hace apenas unos segundos y carbonizó la calle. El enjambre cercano de cazamagos ardió casi al instante y las criaturas chillaron y sisearon al morir. La mente de Lukka sufrió un aluvión de punzadas de dolor ardiente y cortó el vínculo antes de verse abrumado.

Los cazamagos que consiguieron evitar el asalto de los dragones se estremecieron y se agitaron cuando sus mentes volvieron a ser suyas. Las criaturas chasquearon sus numerosos dientes, extendieron sus antenas brillantes y volvieron su atención hacia la fuente más cercana de sustento mágico: los agentes de los Oriq. Una nueva cacofonía de gritos cortó el aire cuando las criaturas se abalanzaron sobre ellos.

Lukka se quedó atónito al ver la carnicería. Mila avanzó un paso, pero él la detuvo rápidamente con una orden mental.

Ya no era su lucha.

Tras llamar a Mila, dio media vuelta y huyó hacia la oscuridad.


Will saltó hacia un lado cuando una nueva lluvia de escombros cayó sobre su hermana y él. Cuando otra estatua se estrelló contra el suelo, vio una oportunidad en medio del caos. Sin dejar de temblar, tomó aire y trató de recordar los detalles de un hechizo de condensación que había ensayado. Con un esfuerzo de concentración, creó un vórtice de esquirlas de hielo afiladas como cuchillas y descargó una ráfaga contra Extus, que seguía de pie ante el Avatar de Sangre. El líder de los Oriq tenía los brazos extendidos y no parecía pensar en nada más que en su victoria.

Antes de que el hielo diese en el blanco, un relámpago atravesó las esquirlas, haciéndolas estallar y provocando que el rayo se dispersase en todas direcciones. Rowan también había intentado aprovechar la oportunidad.

―¡No me estorbes! ―gritó su hermana.

―¡Tenemos que coordinarnos! ―le contestó él―. ¡Solo hay que...!

La respuesta se vio interrumpida cuando una roca se desprendió del techo y lo alcanzó en un hombro, haciéndole caer de bruces.

―¡Will! ―gritó Rowan, que echó a correr hacia su hermano.

Le resultó imposible saber si Will estaba herido, ya que la sangre cubría el suelo, les empapaba la ropa y salpicaba las paredes y las estatuas.

Rowan estuvo a punto de llegar hasta Will cuando la enorme espada de la criatura se clavó en el suelo delante de ella. Estaba lo bastante cerca como para distinguir el óxido, el hierro picado en batallas libradas hace siglos. Con un rugido de furia, Rowan presionó el arma con las manos y aplicó una descarga a la espada, usándola como un pararrayos para llegar hasta la mano del ser. Pero el monstruo simplemente la hizo trastabillar levantando el arma con ímpetu.

Rowan retrocedió hasta la pared y su mirada voló entre Extus, la criatura que había invocado y Will, que yacía inmóvil en el suelo. Aquello los superaba. Tras pestañear para contener las lágrimas que le nublaban la vista, Rowan sintió que una rabia fría brotaba en algún lugar de su interior. La ira se estaba imponiendo al miedo y el dolor. No podía ganar, pero podía hacerle daño al causante de todo.

Sin embargo, antes de que llegase a lanzar un relámpago contra la espalda del líder de los Oriq, Rowan miró hacia otra parte: la Maraña flotaba en el aire, todavía refulgente incluso tras volverse carmesí. El poder aún se agitaba en ella.

Rowan respiró hondo, cerró los ojos y extendió una mano hacia ella.


El edificio entero temblaba, el Avatar de Sangre del mundo antiguo rugía con una furia sin parangón y, para Extus, por fin todo era correcto en el mundo. Giró sobre sí lentamente para contemplar la sala de los oráculos mientras se desmoronaba. Habían sido unos necios por no tenerle en cuenta. Puede que hubiese tardado años en demostrarlo, pero cuando otra estatua se vino abajo y estalló en mil pedazos, Extus se dijo que la espera había valido la pena.

Su sonrisa vaciló cuando la voz del Avatar de Sangre se quebró y su rugido de furia se interrumpió de pronto. Extus giró sobre los talones y se quedó de piedra. La criatura se estaba moviendo de forma brusca y errática. Detrás de ella, la luz rojiza de la Maraña titilaba sin control. Conocía aquel tipo de efectos: los había visto en sus numerosos fracasos. “No puede ser”.

Había comprobado los cálculos, el plan tenía que funcionar. Una de las Marañas de Arcavios contenía suficiente energía mágica para alimentar cualquier hechizo conocido del mundo. “¿Cómo es posible que no baste?”. Y entonces vio lo que ocurría: una espiral fantasmagórica de color bermellón surgía del nexo como si la estuvieran extrayendo. Un hilo de energía extraviada.

Siguió su recorrido hasta la muchacha rubia, que le observaba con una mirada llena de odio desde un rincón. La electricidad empezó a destellar y crepitar en el cabello y la piel de la chica cuando la energía de la Maraña fluyó hacia su interior.

Extus la miró a los ojos, demasiado conmocionado como para moverse.

Era imposible que una miserable estudiante de primero fuese capaz de arruinar todos sus planes.

“¿O acaso podría?”.

Rowan luchó por respirar mientras el aire soltaba chispas y siseaba a su alrededor, cargado de energía. Notó que el poder la recorría por dentro; un poder con el que jamás había soñado. En ese momento se sintió capaz de hacer cualquier cosa: las montañas se derrumbarían ante ella, las ciudades arderían y los océanos hervirían. Abrió los ojos y se sorprendió al ver la sala a través de una neblina roja. Su mirada vagó hacia Will, que seguía en el suelo, todavía sin moverse. Un nuevo arrebato de ira y dolor la inundó antes de girarse hacia Extus.

Delante del Avatar de Sangre, que ahora se retorcía sin parar, el líder de los Oriq estaba observándola, esperando.

Rowan dejó que la energía de la Maraña la recorriese y avivara con poder hasta la última de sus venas. Apenas advirtió sus pies flotaban sobre el suelo y el aire se arremolinaba en torno a ella como si le tuviese miedo. “Y debería”, pensó Rowan. “Todo debería hacerlo”. Respiró hondo y convirtió el aire de sus pulmones en un fuego incandescente antes de abrir la boca y gritar. La llamarada salió disparada hacia Extus como una estrella, como un rayo caído del cielo. Su enemigo alzó una mano y murmuró unas palabras, pero su esfuerzo no bastó: el hechizo se estrelló contra él y lo arrojó por los aires, haciendo que su toga dejase una estela de humo. Extus chocó contra la pared del otro extremo y se deslizó hasta el suelo, inmóvil y en silencio.

A continuación, Rowan se centró en el Avatar de Sangre. La criatura seguía retorciéndose sin moverse de donde estaba, furiosa porque habían interrumpido sus estragos. Centímetro a centímetro, una de sus espadas se alzó en dirección a Rowan, pero no importaba. Con el poder que tenía en sus manos, podía destruirla, igual que a Extus y a cualquier otro que le plantase cara después. Quienesquiera que intentasen hacerle daño y que hubieran herido a Will... Todos arderían.

Volvió a usar el poder de la Maraña y se sintió como si bebiese agua fresca y cristalina. Los arcos de electricidad le chamuscaban los brazos y el rostro, haciendo que sintiera punzadas de dolor en todo el cuerpo, pero no le importaba. ¿Por qué habría de hacerlo? Era el ser más poderoso de la sala, de la academia y quizá de todo el plano. Extendió una mano hacia el Avatar de Sangre, conjuró su conocida descarga de relámpagos y, de pronto, un torrente de agonía la abrumó.

Sus resuellos se mezclaron con una carcajada ajena. Con los ojos casi cerrados de dolor, vio que Extus, de algún modo, consiguió ponerse en pie.

―¿De verdad te creías lo bastante fuerte como para contener tanto poder? ―se burló él―. ¿Creías que eras digna?

Rowan no le hizo caso. En realidad, apenas podía oírlo, porque estaba concentrándose en controlar el poder que ahora bullía en su interior. En torno a ella, el aire siseaba y se retorcía como un nido de víboras.

―Llevo toda la vida formándome en las artes arcanas ―dijo Extus―. Tú no eres más que una niña, una necia arrogante. Y ahora, una polilla para las llamas.

El hilo de poder que había extraído de la Maraña volvió a reverberar y la vista de Rowan se tornó blanca de agonía. Las fuerzas abandonaron sus extremidades inesperadamente y Rowan se desplomó en el aire, chocando ruidosamente contra el suelo ensangrentado.

―Tu ambición es admirable ―dijo Extus riéndose―, pero he llegado demasiado lejos como para que me detenga alguien como tú. ―Entonces le dio la espalda, sin molestarse en acabar con ella, y recogió el pesado libro que sostenía antes.

Rowan tuvo la impresión de que el tiempo se dilataba. Se sentía partida en dos, hueca, vacía. El poder de la Maraña todavía ondulaba a través de ella, haciendo que sus extremidades se movieran bruscamente mientras yacía sin poder levantarse. Su consciencia parecía flotar por fuera de su cuerpo, cerca de su hermano, que se arrastraba hacia ella por el suelo ensangrentado. Will estaba vivo.

―Rowan... ―siseó apretando los dientes―. Levántate.

Intentó recordar cómo se habla, pero solo consiguió que de su boca saliera un silbido.

―Por favor ―dijo Will, que extendió una mano hacia ella, pero la retiró de golpe cuando una chispa saltó de la piel de Rowan―. Tienes que levantarte.

―Lo... siento... ―balbució ella mientras abría los ojos.

―No te preocupes. Pero levántate. ―Will se acercó y se pasó uno de los brazos de Rowan alrededor del cuello. Hizo un gesto de dolor cuando varias chispas saltaron y le mordieron, pero no la soltó―. Saldremos de esta.

―Siento lo de la pelea. Y lo del partido de torres mágicas. Y lo del Rincón del Arco. Lo siento mucho.

―Yo también lo siento ―respondió él.

Con un gruñido, Will tiró de ella para ponerla en pie y dirigirse hacia la puerta. Detrás de su hermano, Rowan vio que el líder de los Oriq sostuvo en alto un gran libro manchado de sangre y empezó a recitar un conjuro.

Juntos, llegaron cojeando hasta la puerta, pero entonces Will se detuvo y se giró hacia ella bruscamente:

―Es como una mascota.

―¿A qué te refieres? ―preguntó Rowan con el ceño arrugado.

―¡Es como una mascota! ―repitió él sacudiendo la cabeza―. Solo tenemos que... interceptarla.

―¿Como en las torres mágicas? ―La Maraña tal vez siguiese afectándole al cerebro, porque no entendía a su hermano.

―Sí, exacto ―respondió Will―. Confía en mí.

Rowan estuvo a punto de contestar, pero las palabras se perdieron en su garganta cuando un recuerdo de Garruk acudió a su mente. Ella no había sido capaz de ver lo que percibió Will en aquella ocasión. Él había sido el que por fin encontró una forma de liberar a Garruk, ganándoselo como aliado. Will, su Will... Su reservado, avispado y molesto hermano. Tenía la razón muy a menudo; tal vez volviese a estar en lo cierto.

―¿Rowan?

Haciendo una mueca de dolor por las nuevas punzadas que sentía, Rowan tiró de las últimas chispas de magia que había en su interior.

―Vale, lo haré. Enséñame para qué sirve tanto estudiar.

Will mostró una sonrisa y se volvió hacia Extus y el Avatar de Sangre con una luz roja arremolinándose en sus manos. No era magia de hielo, desde luego, pero la temperatura pareció descender varios grados igualmente. La luz roja adoptó la forma de un círculo de energía vibrante y, con un último esfuerzo, Will desató el hechizo.

De pronto, un halo rojizo se cerró en torno al yelmo del Avatar de Sangre.

―Puede que sea grande ―dijo Will apretando los dientes y con las manos temblando por el esfuerzo―, pero sigue siendo una criatura invocada, ¡así que podemos controlarla con este hechizo!

Sin embargo, el ser no parecía estar muy controlado y soltó un nuevo bramido que obligó a Rowan a taparse las orejas. Debajo del Avatar de Sangre, Extus retorció las manos, dobló los dedos y su magia surgió de él en forma de volutas de neblina negra. El halo rojo que rodeaba la cabeza del Avatar de Sangre pareció parpadear. Rowan comprendió que Will luchaba contra Extus. Ambos estaban volcando su poder en sus hechizos y Will tenía las de perder. Pero su hermano no estaba solo. Rowan apoyó una mano en su hombro y Will levantó la cabeza, sorprendido.

―Rowan, ¿qué...?

―Concéntrate en el hechizo y haz bien todos los detalles. Yo me ocupo del resto.

La magia de ambos quizá fuera demasiado diferente como para combinarse con la fluidez de antes, pero si Will tenía más precisión y control... Bueno, ella se había vuelto mucho más fuerte. Rowan canalizó sus últimas energías mágicas hacia su hermano, haciendo que saltaran chispas en sus dedos mientras el poder fluía hacia él. Will se sobresaltó, pero apenas un segundo. Entonces, Extus soltó un grito ahogado y el halo rojo volvió a cerrarse alrededor de la criatura, formado por completo.

―¡Malditos críos! ―gritó Extus―. ¿Cómo osáis...?

La amenaza se interrumpió cuando una de las enormes manos del Avatar de Sangre lo aferró con un crujido horroroso. Después de eso, Extus fue silenciado.

―¡Funciona! ―exclamó Will―. ¡Rowan, ha funcionado!

Sin embargo, ella estaba tambaleándose. Le resultaba difícil mantenerse en pie y tenía la impresión de que la sala entera daba vueltas. Estaba agotada, completamente sin fuerzas. Todo parecía desarrollarse lentamente. El halo rojo parpadeó hasta dejar de existir. El Avatar de Sangre rugió con furia cuando la Maraña pareció tirar de una de sus manos, haciendo que su cuerpo ensangrentado se estirara e hinchara de manera antinatural. La invocación tuvo un final violento. Con un último clamor terrorífico, el monstruo blandió su gigantesca espada de hierro. Will se alarmó y Rowan estaba demasiado débil como para impedir que la apartase de un empujón.

El arma descendió contra el suelo con una potencia aterradora e hizo temblar la cámara entera. Con un ruido atronador, la Maraña absorbió de nuevo al Avatar de Sangre arrastrando su espada por la piedra... Y al otro lado del arma estaba su hermano, que yacía atónito y aturdido. La alegría de Rowan por ver que Will seguía con vida, en vez de reducido a papilla o partido en dos, se tornó de pronto en conmoción: por debajo de la rodilla derecha, Will había perdido la pierna.

Como si la presencia de aquella monstruosidad hubiera sido lo último que mantenía la cámara en pie, todo empezó a desmoronarse. Las vigas cayeron como mazas y el techo de piedra que sostenían se vino abajo en bloques. El suelo se estremecía y se agrietaba con violencia mientras Rowan intentaba llegar hasta su hermano. Estaba muy cerca y ya veía su mirada perdida y nublada cuando el suelo se partió por completo. Rowan y Will rodaron sin control y se precipitaron al vacío, pero, de pronto, algo los atrapó con suavidad. Rowan se giró, alarmada; no entendía cómo, pero un banco de niebla estaba sosteniéndolos en el aire.

―Allí ―dijo Will con un hilo de voz, y señaló la entrada de la sala.

Rowan miró hacia el origen del hechizo, donde vio a le decane Nassari y la decana Lisette junto a la puerta destrozada. Tenían el rostro arrugado de concentración y lanzaban ráfagas de magia para desviar las rocas y escombros que caían. La niebla elevó a Rowan y Will hacia la decana Lisette, que se agachó y les tendió una mano. Rowan se estiró para sujetarla y levantó a Will con el otro brazo, pero no alcanzó a Lisette hasta que una enredadera surgió de la manga de la decana y envolvió a Rowan de la cintura.

Con un gruñido, Lisette los aupó a ambos. Los cuatro lograron apartarse de la entrada justo antes de que el resto de la sala se viniese abajo, levantando una nube de piedras, polvo y gravilla.

―Lo hemos conseguido ―masculló Will―. Lo hemos conseguido, Ro. ―Sus párpados palpitaron y cerró los ojos. Estaba terriblemente pálido.

―No te muevas ―dijo Lisette, que se agachó a su lado―. Aún estás conmocionado.

―¿Se pondrá bien? ―preguntó Rowan.

La decana no parecía estar escuchando. Mordió una especie de raíz para arrancar un trozo, lo escupió en un pequeño recipiente y lo apretó con un pulgar. Casi de inmediato, la raíz empezó a brillar con un extraño color verde.

―Tranquila, vivirá ―dijo Nassari apoyando una mano en el hombro de Rowan―. Después de haber pasado por esto, deberíais dar las gracias por seguir con vida.

Lo que habían pasado... Rowan volvió la vista atrás y miró más allá del muro de escombros que cubría las puertas de la sala de los oráculos. No veía el resplandor de la Maraña, pero juraría que aún notaba su llamada.


Cinco semanas después, cuando la campana anunció el final de la primera clase, Will se sintió casi como si las cosas hubieran vuelto a la normalidad. Se estaba acostumbrando a recorrer los pasillos de la academia un poco más despacio con la ayuda de su bastón y el entramado de hielo y acero que surgía de la rótula vendada. Había rechazado las propuestas de la decana Lisette de usar una prótesis de madera viva. Jamás recuperaría la pierna y sentía que aquella solución se parecía más a una parte de él. También le servía para practicar: una parte de su mente debía concentrarse todo el día en moldear y volver a congelar el hielo que cubría la estructura metálica. Además, le ayudaba a distraerse de los tornillos y agujas que aún parecían hormiguear en el muñón.

Las noticias acerca de la lucha de Rowan y él contra Extus y el Avatar de Sangre habían corrido por el campus y Will empezaba a llamar mucho más la atención. Los otros estudiantes se apartaban para dejarle pasar y los susurros y las miradas parecían seguirlo. Aquello le recordaba a la vida en su hogar y a veces añoraba el anonimato de los primeros días en la academia.

Por fin llegó a su cuarto. La puerta se abrió de golpe cuando acercó una mano al pomo y Rowan estuvo a punto de chocar con él al salir. Su hermana se hizo a un lado para que pudiera entrar.

―Hola ―saludó Will con un carraspeo―. ¿Qué tal estás?

―No bien del todo, pero mejor ―dijo ella encogiéndose de hombros―. ¿Y tú?

Will dio unos toques a la cabeza del bastón. Por unos instantes, las runas que Quint le había ayudado a grabar emitieron un brillo hasta el pie del otro extremo. Eran símbolos básicos de estabilidad y resistencia, no tan elaborados como los que había sugerido su amigo.

―Me voy adaptando ―respondió con una sonrisa.

―¿Y el dolor?

―Mejora un poco cada día. ―Aun así, los dolores fantasma de los músculos perdidos seguían resultándole escalofriantes.

―Me pregunto qué dirán de esto en casa. ¿Te lo imaginas?

―La verdad es que no, pero deberíamos ir cuando termine el semestre.

―¿Para qué esperar? Podríamos ir ahora.

―Todavía tenemos clases.

―Detuvimos a un Avatar de Sangre ―dijo Rowan―. ¿Qué más nos queda por aprender aquí?

―Detuvimos a un Avatar de Sangre con un hechizo que aprendimos en la academia ―argumentó él―. Y aún no sabemos por qué nuestra magia no se sincroniza ni por qué solo podemos viajar juntos entre los planos. Hay muchas más cosas que pueden enseñarnos.

Rowan soltó un bufido y sonrió.

―De acuerdo. Supongo que estaría bien no tener que arrastrarte conmigo el resto de mi vida. En fin, si me disculpas...

―Vale, vale ―respondió Will―. Mándales saludos a Plink y Auvernine.

Rowan pasó a su lado, pero se detuvo en el pasillo y se giró hacia él. En ese momento, Will se sorprendió por lo demacrada que parecía; tenía las mejillas más hundidas y parecían mucho más oscuras que antes, como si le hubieran absorbido una parte vital. Sin embargo, la sonrisa que le dedicó era cálida y sincera:

―Sabes que te quiero, ¿verdad?

―Lo sé ―dijo él―. Y yo a ti.

Cuando Rowan se marchó corriendo, Will cerró la puerta y se sentó en la cama. Estaba cansado. Hacía mucho tiempo que no dormía en condiciones. ¿Otro semestre en la academia? ¿Otro año? ¿Quién sabía qué más deparaba el futuro? Cerró los ojos y proyectó sus sentidos mágicos para comprobar las gotas de humedad que se formaban en la prótesis de hielo. “Primer principio de la redirección termodinámica: hallar el calor y redistribuirlo...”.


La lechuza de Kasmina se alejó volando de la ventana y sobrevoló Strixhaven. Los daños del asalto casi habían desaparecido; las calles se habían reconstruido y los setos habían vuelto a crecer. Los únicos indicios eran la sala de los oráculos, que seguía en ruinas, y el pequeño monumento que se había erigido en la entrada de la Biblioplex, una estatua de piedra que cambiaba de rostro a cada hora. En la base había una inscripción: “El saber nunca se pierde en Strixhaven. No les olvidaremos”. Aquel lugar había sobrevivido a situaciones peores y volvería a hacerlo ante crisis mayores, sin duda alguna.

La lechuza se reunió con ella en las afueras del campus. Kasmina observó las tierras exteriores y su mente fluyó hacia el ave que había seguido a Lukka. El vinculador aún vagaba por la región junto a Mila y algunos de los Oriq que quedaban. Seguramente continuasen con sus maquinaciones mientras buscaban comida y refugio.

Sin embargo, ya no merecía la pena observar a Lukka. Ahora, quien requería su atención era Rowan, o quizá los dos gemelos.


Liliana terminó de vestirse en su despacho. Había tardado días en volver a Strixhaven desde aquel bosque, que resultó estar en el borde del continente, pero lo había conseguido. A su regreso, los decanos admitieron que deberían haber hecho caso de sus advertencias y la invitaron a quedarse en la universidad como profesora por tiempo indefinido... y exenta de asistir a las condenadas reuniones del claustro, como plus.

Había aceptado, pero con una pequeña condición.

Mientras se miraba en el espejo y se ajustaba el uniforme, le costó creer lo que le rondaba por la cabeza: exámenes, alumnos... Nada de demonios, conspiraciones siniestras ni muerte. Su mirada vagó hacia el escritorio, donde seguían abiertos sus diarios de investigación.

―Parece que ha llegado el momento de separarnos, viejo amigo.

Liliana cerró los diarios y los colocó en la estantería. Pensándolo bien, él se habría sentido orgulloso. La idea le hizo sonreír sin querer.

Cuando por fin llegó a la primera clase del día, Liliana se tomó un momento para serenarse antes de entrar. Los alumnos se sentaron deprisa al verla llegar y los ruidos de las conversaciones y las páginas al pasar se apagaron poco a poco. Liliana caminó hasta la mesa situada al frente.

―Les doy la bienvenida al curso de Introducción a las Artes Nigrománticas ―dijo con una voz que resonó en el aula―. Soy la profesora Liliana Vess.