Marionetas
Historia anterior: Cambio de tornas
Con el resto de los Guardianes centrados en la revolución de los inventores, Liliana ha asumido la cruda tarea de enfrentarse a quien ella considera el auténtico problema en Kaladesh: el Planeswalker Tezzeret.
Mucho tiempo atrás, a mundos de distancia, la joven Liliana Vess se había internado entre los árboles de un bosque tenebroso mientras una batalla se recrudecía en los alrededores. Los graznidos de los cuervos y los gritos de los caídos la habían acompañado en su camino hacia el corazón de la espesura, donde el rumbo de su vida había dado un giro. Las calles de Ghirapur eran tan diferentes del bosque de Caligo, en Dominaria, como la Liliana actual lo era de aquella niña ingenua, optimista y desesperada.
Pero la guerra era la guerra. Ahora, los zumbidos de los tópteros sustituían los graznidos de los cuervos (por lo cual sentía una profunda gratitud), mientras que los gritos se entremezclaban con el estruendo de los cañones de éter y los artilugios incendiarios de los forjacéleres renegados.
Siglos atrás, su objetivo había sido la vida: hallar un remedio para el misterioso mal que había llevado a su hermano a las puertas de la muerte. Hoy, su objetivo y acompañante inseparable era la muerte. La muerte de Tezzeret. Todo lo demás carecía de importancia: ni la lucha de los renegados de Kaladesh, ni la intromisión de sus Planeswalkers aliados ni los intentos del Consulado por restaurar el orden.
Tezzeret tenía que morir.
Por supuesto que debía morir. Era absurdo que Gideon se sintiese tan reacio a acabar con él. Qué demonios, ella creía que Tezzeret estaba muerto, hasta que llegaron a Kaladesh y empezó todo aquel embrollo. Matarlo ahora no sería más que atar un cabo suelto de un desafortunado incidente en Rávnica, cuatro años atrás.
Liliana había trabajado para el dragón en aquel momento y había puesto a Jace en contra de Tezzeret con el objetivo de arrebatarle el control de un consorcio interplanar. Jace había hecho trizas la mente de Tezzeret y lo había abandonado a su suerte en algún plano remoto. Un cabo suelto... Ahora, Tezzeret podría perseguirla, podría perseguir a Jace y, sin duda, lo complicaría todo.
La nigromante suspiró y echó un vistazo alrededor, fijándose en el caos que habían sembrado los furiosos renegados de Ghirapur. Las cosas ya eran bastante complicadas... y ella tenía unos cuantos asuntos sin resolver. Tezzeret y Jace. Garruk y el Velo de Cadenas. Nicol Bolas y los demonios de los pactos. El maldito Hombre Cuervo. Incluso los sucesos del bosque de Caligo habían dejado ciertas dudas irresolutas. Un enredo tras otro, cada uno con sus propios cabos sueltos. Se detuvo y se fijó en el cuerpo de un renegado desdichado, que yacía sin vida y destrozado entre los restos de un pequeño cóptero. Hizo un giro de muñeca hacia él y un nuevo zombie se alzó entre espasmos.
Se sintió un poco mejor.
Tezzeret se había convertido en un cabo suelto en cuanto lo vio en Kaladesh, pero ahora era un claro peligro no solo para el plano, sino hasta donde alcanzaran sus ambiciones. Si Rashmi estaba en lo cierto respecto a su invento (y era inteligente, así que probablemente lo estuviera), Tezzeret estaba construyendo una especie de portal entre planos como los de antaño; un artilugio como los que habían provocado grandes crisis en la historia antigua de Dominaria. Por lo que Liliana sabía, aquellos artefactos eran imposibles de reproducir ahora que el Multiverso había... cambiado.
Sin embargo, a juzgar por el vórtice de energía que se arremolinaba en torno al Chapitel de Éter, Liliana supuso que Tezzeret había activado el portal. Eso no auguraba nada bueno.
Gideon parloteaba y parloteaba acerca de combatir amenazas interplanares, pero ahora que Tezzeret estaba a su alcance, el muy terco no quería matarlo. En vez de eso, Jace, él y los demás se habían enfangado hasta el cuello en aquella guerra, aquel levantamiento.
―No es asunto nuestro, maldita sea ―masculló para sí. En realidad, la misión manifiesta de los Guardianes no le importaba, pero la revuelta se había convertido en una desviación excesiva de lo que realmente importaba.
»Yo ―dijo Liliana con arrogancia.
Ordenó al zombie que la siguiese y sonrió al imaginar la aversión que sentiría Gideon. En cualquier caso, necesitaría un guardaespaldas si pretendía llegar hasta Tezzeret.
"Y voy a llegar hasta él", pensó.
Por suerte, Liliana no tuvo que deambular mucho más, puesto que su nuevo amigo llamaba mucho la atención. Sin embargo, era el tipo de atención que más le agradaba: gente dando gritos ahogados y retrocediendo de puro terror, señalándola con incredulidad y consternación... y apartándose de su maldito camino.
"Ni que jamás hubieran visto a una nigromante".
Sabía que aquello no duraría mucho; tarde o temprano, algunos soldados del Consulado decidirían que su zombie y ella eran una amenaza para su querido orden público y se interpondrían entre ella y el Chapitel de Éter. Recorrió la distancia restante lo más rápido que pudo, hasta que finalmente se topó con una barricada en medio de la calle y algo más de una decena de soldados le cerraron el paso. Un viento antinatural, sin duda agitado por el vórtice de éter en las alturas, ahogó el desafío que pronunció una capitana enana, aunque el significado estaba lo bastante claro: alto ahí; ni un paso más.
Con un asentimiento casi imperceptible, Liliana hizo que su zombie avanzase para mantener a los soldados ocupados hasta que ella pudiera quitarlos de en medio.
"¿Quitarlos de en medio?". Casi pudo oír la voz de Jace amonestándola. De hecho, por un momento creyó que la voz se había manifestado en su mente. Un único hechizo bastaría para drenar las vidas de los soldados e incorporar sus cadáveres andantes a la comitiva, y no le cabía duda de que podía hacerlo. El maná brotó en su interior como la bilis, alimentado por su odio hacia Tezzeret y listo para la batalla que se avecinaba. Matar a aquellos soldados resultaría fácil... pero, aunque pareciera extraño, aquello no formaba parte del plan. "Puede que Jace y...", sintió un ligero escalofrío, "y el general Cachocarne me estén contagiando".
Los soldados levantaron sus lanzas con un poco más de firmeza y sus armas de éter se encendieron con un brillo azul mientras Liliana continuaba caminando hacia ellos. Entonces, un inspector con buen sentido de la vista se fijó mejor en el guardaespaldas de Liliana y gritó un improperio delicioso y audible incluso en medio del vendaval.
―Creo que te reclaman ―murmuró al ordenar al zombie que se adelantara, mientras ella continuaba avanzando sin inmutarse. Una energía púrpura y negra crepitó alrededor de sus manos y centelleó por sus faldas como electricidad estática.
Entonces, su magia se propagó hacia el grupo como una oleada de muerte que barrió a los soldados. Liliana tuvo cuidado: empleó el maná justo para dejar sus pulmones sin aire hasta que se les oscureciera la vista y sus rodillas cedieran, el justo para quitarlos de en medio hasta que su guardaespaldas y ella pudieran entrar en el Chapitel, y el justo para no convertirlos en cáscaras marchitas. Casi deseaba que Jace estuviese allí para ver cuánto cuidado y control había empleado.
El zombie despejó la barricada y Liliana se internó en el Chapitel de Éter.
El control no era lo más práctico del mundo. Controlarse le había impedido reunir una comitiva de zombies guardaespaldas. Y lo que era más importante: había dejado a mucha gente detrás de ella, gente que podría bloquear el camino de regreso una vez que Tezzeret hubiera muerto. "Qué fácil sería", pensó mientras cerraba una mano fantasmal alrededor del cuello de otro centinela, "apretar solo un poco, retorcer y enviar otra alma al inmenso vacío". Jace y don Chuletón nunca lo sabrían. "Qué fácil".
Pero Liliana suspiró, bajó su propia mano y observó al centinela mientras este se desplomaba en el suelo, aferrándose el cuello con las manos y luchando por respirar, incapaz de mover un dedo para detenerla. Liliana le dio unas palmaditas en el yelmo al pasar.
Y entonces llegó al corazón del Chapitel. Era una bóveda extensa, dominada por el gran anillo del portal entre planos de Tezzeret. Para ser más precisos, el portal era un anillo dentro de otro anillo, situado dentro de una estructura vagamente anular hecha de espirales, tuberías relucientes y lo que parecía una filigrana puramente decorativa. Tezzeret se encontraba justo debajo de los anillos interiores, de espaldas a Liliana, manipulando una especie de máquina. Más allá, un ventanal roto dejaba entrar las rachas de viento del exterior, con una puesta de sol anaranjada que manchaba el cielo.
Liliana estiró ambas manos hacia delante y los tatuajes de su contrato demoníaco brillaron casi tan intensamente como el éter del portal. El momento de controlarse había terminado. Una tormenta salvaje de oscuridad humeante salió disparada hacia Tezzeret, formando una garra espectral que arrancaría su alma de su cuerpo y pondría fin a su vida.
En el último segundo, un amasijo de metal afilado se separó de los montones de chatarra apilados en los rincones del taller y se interpuso entre Tezzeret y la muerte que se cernía sobre él. La magia de Liliana perforó el metal, pero no lo atravesó, y apenas pareció haberle afectado cuando este adoptó una forma ligeramente humanoide.
Fue entonces cuando Tezzeret se dio la vuelta, mientras terminaba de hacer algún tipo de ajuste en el brazo de eterium. Parecía impávido ante la llegada e incluso el ataque de la nigromante.
―Vess ―siseó Tezzeret; su voz reverberaba en la cavernosa estancia―. ¿Te ha enviado él? ¿Vienes a comprobar cómo marchan mis planes?
Liliana se sorprendió. Aquello no era el feroz contraataque que esperaba ver... y para el que se había preparado.
―¿Quién?
Tezzeret se encogió de hombros y tiró de la manga de su abrigo para cubrir la mayoría del brazo de eterium y ocultar un extraño brillo que parecía reflejar la luz titilante del portal. Solo entonces honró a Liliana con su plena atención y enarcó una ceja.
―No ―dijo ella―. Ya los viste en la arena. He venido con ellos.
―Cierto, el pequeño error de Baan. ¿Cómo los llamó? ¿Los Guardianes? ―Se rio entre dientes―. ¿Han venido a contemplar mi magnífico portal? ―Hizo un gesto amplio con la mano metálica que abarcó el anillo a sus espaldas.
Liliana caminó despacio a su izquierda y guardó las distancias con el constructo de chatarra que había salvado a Tezzeret y que ahora andaba pesadamente hacia ella.
―Creía que era el portal de Rashmi.
―¿Esa ignorante? ―El rostro de Tezzeret se crispó de ira―. No tenía ni idea de lo que había descubierto.
Liliana compuso una sonrisa. El carácter de Tezzeret era su punto débil y aguijonear su ego sería la forma más fácil de hacerle perder el control.
―Yo de ti no estaría tan seguro ―le dijo.
―¿Por qué? ¿Acaso crees que ha vislumbrado la Eternidad Invisible? ¿Crees que es consciente de que su invento puede servir de puente entre los mundos? Rashmi habría pasado el resto de sus días transportando floreros por toda Ghirapur si yo no hubiera guiado su limitada mente. ―Entonces, Tezzeret comenzó a avanzar hacia Liliana, como si pretendiera mantenerla lejos de su preciada posesión.
Una luz púrpura se propagó por los surcos grabados en la piel de la nigromante.
―Deberías saber que no conviene subestimar a una mujer como ella. ―Para enfatizar la afirmación, Liliana arrojó un relámpago oscuro contra él mientras aún tenía la guardia baja. Tezzeret levantó la mano metálica para bloquear el ataque y dispersar la energía sin esfuerzo. Tenía que acercarse más.
―Ya veo ―gruñó él. La mole de metal se arrastró rápidamente hacia Liliana y levantó dos masas como puños por encima de lo parecía ser la cabeza. Tezzeret continuó hablando como si nada―. ¿Y qué hay de tus nuevos amigos? ¿Tienen idea de con quién pretenden medirse?
Una cascada de metal se precipitó contra el suelo y golpeó al guardaespaldas zombie, pero sin alcanzar a Liliana. El zombie se abalanzó sobre la mole de chatarra andante mientras Tezzeret avanzaba.
―Claro que no ―respondió Liliana. A pesar de todas sus dudas y sus muestras de desconfianza, los otros miembros de los Guardianes la habían acogido en el redil. De hecho, el único que podía saber que no les convenía, Jace, había animado a los demás a confiar en ella.
―Estás moviendo sus hilos, ¿verdad? ―conjeturó Tezzeret.
En respuesta, Liliana solo sonrió, lo señaló con un dedo y disparó un hilo de energía debilitante hacia él. Tezzeret hizo un gesto con la mano de eterium y un torrente de fragmentos metálicos salió disparado del suelo para interceptar el ataque.
―¿Incluso Beleren es tu marioneta? ―continuó él―. Me resulta difícil creer que haya perdonado lo que le hiciste.
―Jace y yo... ―dejó Liliana en el aire, con el ceño fruncido. Decidió concluir la frase apresando los bordes del alma de Tezzeret y absorbiendo su vitalidad.
Un resplandor azul se manifestó entre ellos y la magia de Liliana se disipó en diminutas chispas celestes.
―¿O acaso lo ha olvidado? ―dijo Tezzeret con tono de burla―. Su memoria parece tan frágil...
―Te aseguro que no ha olvidado lo que tú le hiciste. ―Dos ráfagas crepitantes acentuaron sus palabras. La chatarra viviente del mago se separó del zombie e interceptó una de ellas, mientras que el propio Tezzeret atrapó la otra en la mano metálica... con un leve pero evidente esfuerzo.
―Es una lástima que no haya venido contigo. ―Tezzeret extendió los brazos y dos amasijos metálicos como el que había aplastado al zombie se alzaron detrás de él cuales víboras―. Podríamos haber tenido un hermoso reencuentro.
Había quedado expuesto. Una mano espectral apareció de la nada y le aferró el pecho, obligándolo a retroceder de un salto y luchar por respirar mientras las moles metálicas se desmoronaban. Sin embargo, Liliana había sacrificado potencia a cambio de velocidad y el ataque no bastó para que el propio Tezzeret cayera.
―¿Estás segura de que Beleren no te manipula? ―dijo él con un hilo de voz y respirando con dificultad―. ¿De que no te envía a librar sus batallas y ejecutar su venganza?
―Nadie me ha enviado. ―"Yo misma he asumido la tarea que ellos no estarían dispuestos a terminar", pensó. "Ha sido decisión mía, ¿verdad?".
―¿Eso crees? ―preguntó Tezzeret con vileza, como si hubiera percibido la duda en la mente de Liliana―. Quizá sea él quien mueve tus hilos y se haya adentrado en tus pensamientos como un gusano.
El zombie estaba desmantelando la mole de chatarra con bastante eficiencia, pero necesitaba usarlo para hostigar a Tezzeret.
―Oh, por favor... ―replicó Liliana―. A Jace le gusta dárselas de genio, pero en cuanto se recrea la vista conmigo se convierte en un pipiolo. ―Sin embargo, sus palabras no habían sonado tan convincentes como pretendía.
―Te ha ablandado, Vess. La nigromante que conocí hace cuatro años habría llegado hasta mí a la cabeza de un ejército de zombies. Y tal vez habría vivido para contarlo. ―Tezzeret señaló con la mano auténtica hacia una pila de materiales de construcción y un ser cobró vida.
El esfuerzo de lanzar el hechizo se evidenció en el rostro del mago y Liliana reaccionó de inmediato a aquella oportunidad. Sintió que la sangre brotaba en las líneas talladas de su piel cuando recurrió a una ínfima fracción del poder del Velo de Cadenas.
―Cuán equivocado estás ―gruñó antes de desatar un impulso ondulante de energía oscura. El rayo rebotó en Tezzeret y volvió hacia Liliana, arrancando la vida del cuerpo del mago al regresar. La nigromante extendió los brazos y absorbió aquel fragmento de vitalidad, del alma de su enemigo. Tezzeret se llevó las manos a la garganta, cayó de rodillas... y el zombie se abalanzó sobre él lanzando dentelladas y zarpazos.
Liliana cerró los puños y aferró la magia que había apresado la vida de Tezzeret, atrayéndola como a un pez que se retorcía en un anzuelo. ¡Cuánto disfrutaba con aquello!
La nigromante oyó un sonoro zumbido justo antes de que un tóptero del tamaño de un halcón pasase rozándola a toda velocidad, haciéndola caer de espaldas y dejándole un corte en la frente. Oyó a Tezzeret respirar a bocanadas y levantó la vista a tiempo de ver cómo se libraba del zombie y se ponía en pie, con los ojos ardiendo de furia. Dos tópteros volaron hacia él y flotaron por encima de sus hombros.
―¿Por qué luchamos, Vess? ―Tezzeret tragó aire con esfuerzo mientras ella se levantaba―. ¿Tu amor por Beleren hace que te consideres una especie de heroína?
Liliana apretó los dientes y contuvo su propia furia.
―Te aseguro que mi relación con Jace no tiene nada de romántico ni sentimental. ―Su respiración también se había acelerado, pero la energía que había drenado de Tezzeret la recorría por dentro―. Además, ¿qué clase de heroína utilizaría una magia como la mía?
El zombie volvió a lanzarse contra Tezzeret, pero el mago acuchilló al muerto con su enorme mano metálica y desparramó podredumbre y vísceras por el suelo.
―Entonces, ¿no te envía él?
―¿Jace? Por supuesto que...
―No me refiero a Beleren.
Liliana y Tezzeret se estudiaron la una al otro durante un momento de silencio.
―Ya veo ―dijo ella por fin―. Ahora lo entiendo: estás aquí por orden de Bolas.
―No me digas que aún no lo habías deducido ―replicó él con una mueca despectiva.
"Todo cobra sentido", pensó Liliana. Una parte de ella lo había sospechado, pero no quería creer en aquella posibilidad. Sin embargo, eso explicaba por qué seguía Tezzeret con vida y por qué su mente parecía intacta. "Y todo se ha vuelto mucho más complicado", pensó al agacharse para esquivar los tópteros de Tezzeret.
―Así que él está moviendo tus hilos. ―"Como hace con todo el mundo".
―Le sirvo para saldar una deuda. Cortesía de tu novio ―gruñó Tezzeret. Jace había sido otro mero peón en aquel juego, pero el daño que había causado a Tezzeret no era de los que se perdonaban fácilmente.
―Y cuando la saldes, ¿qué harás?
Tezzeret se encogió de hombros, pero Liliana vio en sus ojos una arrogancia que conocía bien.
―¿Planeas volver las tornas contra él? ―dijo riéndose del mago―. ¿Contra Nicol Bolas? Ni siquiera tú puedes ser tan estúpido.
―Aunque tuviera tales planes, jamás te los revelaría. Solo es cuestión de tiempo que Bolas desentrañe tu mente y la lea como un libro abierto.
Aquella idea no la agradaba en lo más mínimo. Respondió con un bombardeo de energía necrotizante, la suficiente para pudrir la carne de sus huesos, vaporizar su alma y reducir a Tezzeret a un cadáver marchito, si lograba superar sus defensas. Sin embargo, otra corriente de fragmentos metálicos surgió como un enjambre de abejas e interceptó parte de las ráfagas. Los contrahechizos de Tezzeret negaron otras y una última erró el blanco cuando uno de los tópteros se lanzó contra el vientre de Liliana, dejándola sin aire en los pulmones. Aun así, Tezzeret había caído de rodillas, sofocado y resollante, y lo que quedaba del zombie consiguió inmovilizarlo en el suelo.
La sangre manaba por la piel de Liliana. No se debía a ninguna herida infligida por Tezzeret, sino al esfuerzo de sus propios hechizos, a la factura que le pasaba el Velo de Cadenas. Se tambaleó mínimamente al caminar hacia Tezzeret y cernirse sobre él. Levantó un pie y apoyó un tacón en su garganta, justo por encima de la clavícula.
―Se acabaron los juegos ―afirmó amenazadoramente―. ¿Has construido esto para él? ¿Cómo planea utilizarlo?
Luchando por respirar, Tezzeret la miró desde abajo con rabia y miedo dibujados en su semblante pálido.
―¿Piensa crear otra red de transporte interplanar? ―insistió Liliana―. ¿Una nueva versión del Consorcio Infinito? ―Por supuesto, sabía que no era verdad: las intenciones de Nicol Bolas jamás eran tan limitadas. Había sido consciente de ello incluso en Rávnica, cuando le había ayudado a ejecutar sus planes.
―De... Deberías preguntárselo tú misma ―consiguió decir él riendo entre dientes.
―¿Qué necesidad hay? ―replicó ella con una sonrisa torcida―. Para eso te tengo aquí.
―Sabes que nunca confía más información de la imprescindible. Jamás me revelaría la magnitud de sus planes.
―En ese caso, dime dónde puedo encontrarlo.
―¿Crees que tú puedes volver las tornas contra él? Quizá seas tan estúpida como pensaba.
―¿Quién ha dicho nada de enfrentarse a él? ―contestó Liliana―. Dime dónde está.
―Creo que no me perdonaría si lo hiciese.
Liliana cargó un poco más de peso sobre el tacón y extrajo una tos ronca de la garganta de Tezzeret.
―Y yo estoy bastante segura de que no perdonaré tus evasivas.
Tezzeret se atragantaba, claramente incapaz de responder. La nigromante redujo la presión lo justo para dejarle respirar.
―Escúpelo, Tezz.
―Deberías... saberlo. Has estado... allí.
Liliana frunció el ceño y pensó en todos los planos que había visitado.
―¿En cuál?
Tezzeret trató de toser, pero no le quedaba aire que expulsar. Intentó componer una serie de sonidos, en vano.
―R... Ra...
Con un suspiro de impaciencia, Liliana levantó el pie y buscó otro punto blando en aquel cuerpo metálico que pudiera aplastar bajo su bota.
―Razaketh ―jadeó él.
De pronto, hasta el último rincón del cuerpo de Liliana se estremeció de miedo. Dos demonios aún ejercían poder sobre ella, debido al contrato grabado en su piel. Kothophed y Griselbrand habían sucumbido con relativa facilidad gracias al Velo de Cadenas, pero usar el poder del Velo acarreaba un precio, como evidenciaba la sangre que continuaba manando de su piel y salpicaba el rostro y el torso de Tezzeret. Y Razaketh era más poderoso que cualquiera de los dos.
Tarde o temprano, Liliana planeaba conducir a Jace y al resto de los Guardianes a un enfrentamiento con Razaketh. Sin embargo, primero tenía pensado conocerlos mejor. Quería descubrir de qué eran capaces, saber de qué hilos debía tirar y qué teclas debía tocar para que bailaran a su son. Esperaba ser capaz de manejarlos mejor antes de llevarlos a...
―Amonkhet ―musitó―. Está en Amonkhet.
Tezzeret tragó saliva con evidente dolor. "Bien".
―Ha llegado tu fin, Tezzeret. ―Separó las manos por encima de él y reunió maná para el hechizo que drenaría la vida que pudiese quedarle.
―¿Eso... crees?
Tezzeret miró hacia detrás de Liliana y esta se agachó, creyendo que otro tóptero se abalanzaría sobre ella. En efecto, algo volaba hacia allí: un proyectil mucho mayor que los tópteros de antes; un artilugio que se precipitaba a toda velocidad hacia el Chapitel, en dirección al ventanal destrozado.
Era la supuesta esperanza de los renegados. Al parecer, los Guardianes habían cumplido su parte y la aeronave había superado el bloqueo del Consulado para lanzar el disruptor etéreo. Una sorpresa inesperada, pero gratificante.
―Enseguida lo verás ―contestó Liliana. Buscó una pared que pareciera lo bastante sólida y dejó a Tezzeret bajo las garras del zombie.
Sin embargo, cuando se agachó detrás de la pared, se fijó en un detalle extraño: en el extremo del tóptero sobredimensionado había unos cabellos rojos en llamas. "¿Chandra? ¿Pero qué...?".
―Veremos, Vess, veremos ―dijo Tezzeret. Y entonces...
Entonces estalló una tormenta de fuego.
El puño de Chandra era una estrella naciente que abrasaba el torso de Gideon a pesar de la luz dorada que protegía su cuerpo del calor. Mientras la estrechaba con fuerza, sintió que todos los músculos de la piromante se estremecían por el esfuerzo de avivar y contener las llamas.
―Casi estamos ―le dijo. El brillo dorado se expandía por todo su cuerpo. Aquella barrera mágica le había protegido de incontables peligros. ¿Sería suficiente esta vez?
Chandra asintió ligeramente y el calor se volvió incluso más intenso.
―Chandra ―la llamó.
Pero ella no respondió. Tal vez no le hubiera oído, concentrada en controlar el sol ardiente que sostenía en una palma.
―Me alegro de que estés aquí ―le dijo―. Me alegro de que no te quedaras en Regatha. De que te unieses a los Guardianes y... de todo. Estoy...
―Gid ―dijo ella apretando los dientes―. Voy... Voy a soltarlo.
La estrechó más fuerte. El impacto sería inminente. La luz dorada los envolvió a ambos. ¡Funcionaba! Pero el calor...
―Confía en mí ―le aseguró―. Estás a salvo.
―Lo sé ―dijo ella. Su otra mano le tocó el brazo y eso fue suficiente para él.
Un resplandor blanco, una erupción de aire abrasador, una lluvia de piedras, nubes de polvo. Una caída. Gritos. Dolor... Demasiado dolor.
Cuando recuperó la vista, Liliana estaba medio enterrada en los escombros del taller, ahora cubierto de trozos de piedra y metal. Apenas quedaba nada en pie de la pared tras la que se había parapetado. Donde había estado el portal de Tezzeret, ahora solo quedaba una densa columna de humo. Ningún muerto respondió a su llamada mental y Liliana tuvo que liberarse sin ayuda. Estaba manchada de sangre y se sentía mareada, en parte por usar el Velo de Cadenas y en parte por las heridas superficiales que había sufrido.
Con cada roca que levantaba y apartaba a un lado, mascullaba nuevas y creativas maldiciones. No había matado a Tezzeret cuando se le había presentado la oportunidad y, si ella había sobrevivido a la explosión, era probable que él también lo hubiese hecho. Podría escapar y regresar junto a Bolas... O podría encontrarla y matarla, ahora que estaba... en un ligero contratiempo.
"Para colmo, la necia de Chandra se ha matado", pensó. "Eso no formaba parte del plan".
―Qué desperdicio ―dijo para sí misma―. ¿No pueden hacer nada bien sin mí?
Una vez libre, empezó a trepar hacia los escombros del portal de Tezzeret. Si Chandra o él estaban vivos, los encontraría allí. Por el camino, se detuvo ocasionalmente para arrojar a un lado algún escombro o pieza de metal, despejando su propio camino con la esperanza remota de encontrar a alguien.
―Me conformaría con un cadáver que me ayudase a apartar esta basura.
"Alguien que me obedezca sin rechistar", pensó. "Alguien completamente bajo mi control. Las cosas son mucho más fáciles de ese modo".
Las palabras de Tezzeret resonaron en su mente: "Estás moviendo sus hilos, ¿verdad?". "Ese es el plan", pensó ella, "pero nada está marchando según lo planeado".
Su intención al viajar a Kaladesh había sido evaluar la utilidad de Chandra. "Y no me será muy útil si ha muerto. Bueno, su utilidad será muy limitada".
Si pretendía asesinar a los dos últimos demonios sin morir en el intento, para así llegar a ser libre, necesitaba más que simples zombies: necesitaba gente poderosa. Y la había encontrado, pero las cosas eran muy complicadas.
Oyó toser a alguien. En medio del polvo y el humo que se arremolinaban sobre los restos del portal, vislumbró unos cabellos rojos como el fuego y unas lentes de latón. Estaba viva.
Liliana aceleró el paso, tropezó y se torció un tobillo, pero ignoró la punzada de dolor y se acercó a ella.
―¡Chandra! ―la increpó―. Por los nueve infiernos, ¿qué has...?
Chandra estaba ayudando a Gideon a levantarse. Una vez en pie, el grandullón retiró un trozo de filigrana retorcida que se había enredado en el pelo de la piromante. Los dos tenían aspecto de... Bueno, de que un edificio se les había venido encima. Liliana intuía que ella tampoco estaba en mejores condiciones.
―Pecho... lobo... ―balbució la nigromante.
Chandra evitó mirar a Gideon a los ojos y sonrió al ver a Liliana. Entonces, él también reparó en ella.
―¡Liliana! ―dijo con entusiasmo. Avanzó un paso hacia ella y levantó una mano, pero se lo pensó dos veces antes de posarle aquel cacho de carne en el hombro y se rascó una patilla, visiblemente incómodo―. Has... Eh... ¿Lo has encontrado?
―Si no está entre los escombros, seguramente haya huido en busca de su amo ―respondió Liliana con el ceño fruncido.
En silencio, los tres Planeswalkers inspeccionaron las ruinas del taller durante unos minutos de tensión.
―¿Dónde está Jace? ―preguntó Liliana finalmente―. Tenemos que hablar de un asunto grave.
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