Siguiendo los susurros de Ugin, el dragón espíritu, Sarkhan Vol ha viajado al pasado de Tarkir, pero sin saber qué se encontraría allí. Lo que ha descubierto es un mundo glorioso, poblado por dragones hambrientos y clanes majestuosos.

Sin embargo, el antiguo Tarkir no carece de conflictos. Yasova, la kan temur de esa era, ha revelado a Sarkhan que ella también sigue los designios de un dragón. Ella no lo sabe, pero su guía es —o lo sería en el futuro— el enemigo más odiado de Sarkhan: el Planeswalker dragón Nicol Bolas, un ser malévolo de edad inconmensurable.

Ahora, Sarkhan se encuentra inmerso en una carrera contrarreloj para dar con Ugin, antes de que Nicol Bolas pueda traer la ruina a Tarkir... y a la vida de Sarkhan.


Sarkhan batía las alas violentamente contra el aire gélido, sobrevolando la tundra en dirección a la tempestad rugiente. Sus pensamientos iban y venían, imitando a los estallidos de relámpagos y maná que iluminaban las tormentas del horizonte; las ideas surgían y se desvanecían cuales frágiles cenizas. Sarkhan se había embarcado en un largo viaje, había quebrantado las leyes del tiempo y la historia... Pero ¿para qué? Había llegado a una época en la que los dragones aún vivían, donde las tempestades seguían trayendo al mundo a los poderosos tiranos de los cielos, un lugar en el que los guerreros se ganaban la gloria enfrentándose a las grandes bestias. Sin embargo, no había servido de nada, puesto que la sombra de Nicol Bolas también se cernía sobre aquella realidad. Incluso en aquella magnífica época, que aún era muy distante del decadente Tarkir que conocía y le había parecido un refugio contra sus venideros errores de juicio... la influencia de Nicol Bolas había llegado antes que él. Sarkhan escupió una llamarada al aire y voló a través de ella.

"¿Lo entiendes ahora, mago dracónico?". Las preguntas estallaban ante él con estrépito, como pronunciadas por los truenos de la tormenta que veía a lo lejos. Sin embargo, no se trataba más que de su propia mente, que le gritaba a él mismo. "¿Ves por qué Ugin te guio hasta aquí para que presenciases esto? ¿Comprendes ahora el propósito?". Una respuesta aleccionadora reptaba por la mente de Sarkhan: quizá, la conclusión de toda aquella aventura fuese que el destino es ineludible. Que debería dejarse llevar por la desesperación y aceptar la férrea rigidez del tiempo y el dominio que Nicol Bolas ejercía sobre él.

En un instante, la nefasta burla circular cobró sentido para Sarkhan. Nicol Bolas había acabado con Ugin después de una longeva enemistad. La muerte de Ugin puso fin a las tempestades de dragones en Tarkir, lo que a su vez provocó la extinción de los dragones mucho antes de que Sarkhan naciese, y los clanes se hicieron con el control del plano. La veneración a los dragones despertó la admiración de Sarkhan por las antiguas bestias, lo que dio lugar al momento de debilidad en el que proclamó lealtad a Nicol Bolas, el mismísimo dragón que había hecho posible la obsesión de Sarkhan. La historia era un círculo cerrado; era inevitable, irrompible. Él solo estaba allí para servir como testigo del punto de partida.

Sarkhan pensó en parar de batir las alas y poner fin al vuelo. Podía dejarse caer allí mismo, al igual que Ugin iba a caer. Una parte de él quería desplomarse, permitir que la gravedad fuese lo último que ejerciese dominio sobre él, estrellarse contra el suelo a toda velocidad y sentir que todo se desmoronaba.

Sin embargo, levantó la cabeza y siguió martilleando el aire con las alas, ganando altura. El frío lo arañaba y sus pulmones se llenaban de ozono, pero él seguía ascendiendo más y más, tratando de castigar a las nubes con su furia. Aún había una oportunidad. Todavía conservaba el fragmento de edro, una parte de la cámara de Ugin en Zendikar, y aquel pensamiento continuó impulsándolo. Mientras siguiese allí, mientras viviese, tendría la posibilidad de reescribir la historia. Mientras él respirase... puede que Ugin también.

Despertar aterrador | Ilustración de Véronique Meignaud

Sarkhan voló a través de las tempestades. Sintió las alas de otros dragones que cruzaban las tormentas de los alrededores y también oyó sus rugidos. Cuando emergió del banco de atronadoras nubes, contempló una imagen que lo dejó atónito: el reluciente dragón fantasmal Ugin surcaba la atmósfera como un cometa, trazando una estela de tormentas. Sarkhan supo al instante que era él, como si fuese una realidad perenne, equiparable al sol o a la tierra. Una neblina pálida y azulada se extendía tras el dragón espíritu y se fundía con las tempestades, como una capa que lo uniese con todo Tarkir.

Sarkhan olvidó todo aquello que lo había conducido a aquel momento y su alma se conmovió. Había sido Ugin quien realmente despertó su fascinación por los dragones, no Nicol Bolas. Ugin era el auténtico punto de partida de la historia de Sarkhan; era quien había convertido Tarkir en el mundo que debía ser. Sarkhan anheló permanecer para siempre en su forma de dragón y bailar en las nubes, alrededor de aquel inmenso y sabio progenitor. Voló a cierta distancia, limitándose a observar las alas de Ugin, que lo mantenían en el aire sin esfuerzo alguno.

Aquel era su propósito. Aquella era la razón por la que estaba allí. Podía impedir lo que iba a suceder, reescribir el destino de Tarkir. Haría todo lo que fuese necesario, incluso...

Matar a Nicol Bolas.

Como mínimo, ayudaría a Ugin a luchar contra él cuando llegase el momento, de modo que Ugin sobreviviría y los dragones de Tarkir jamás se extinguirían. Sarkhan aceleró en dirección a Ugin, como un diminuto satélite aproximándose a un gran astro. Rugió hacia él, pero el sonido se perdió en el coro de truenos y voces dracónicas que surgían de las nubes.

Entonces, Ugin inclinó la cabeza y Sarkhan se fijó en el hechizo que estaba teniendo lugar en tierra. Dirigió la mirada hacia el lugar que observaba Ugin. A través de un claro en las nubes, divisó numerosas líneas de energía elemental verdosa que describían un patrón curvo a través de la nieve y el hielo, ancladas en nodos específicos como relámpagos apresados. Sarkhan observó con atención y vio que los nodos eran peñascos grabados, señalados con dos curvas simétricas.

Sarkhan maldijo un nombre en su mente. "Yasova".

En conjunto, las marcas formaban un rastro que indicaba la trayectoria exacta de las tempestades de dragones... y permitía predecir el rumbo de Ugin. Yasova había estado siguiendo las tormentas para rastrear al dragón espíritu.

Sin embargo, Yasova no había recorrido la tundra para su propio beneficio. Aquello era un hechizo de orientación, pero no para que lo siguiesen su felino dientes de sable ni sus guerreros temur. Aquel patrón estaba pensado para verlo desde el aire... para que lo viese Nicol Bolas.

Un siseo de bilis e ira surgió en la garganta de Sarkhan. Y entonces, en aquel preciso instante, Nicol Bolas emergió de una ondulación en el cielo, como si este fuese agua y alguien hubiese dejado caer un guijarro a la inversa; el mundo estaba cediendo un lugar a aquel ser.

Nicol Bolas se interpuso directamente en la trayectoria de Ugin. Sus alas se desplegaron como un manto que se hinchaba a sus espaldas, oscureciendo el sol con sus escamas tenebrosas. Sus grandes cuernos se alzaron como si fuesen una corona, con su gema flotando entre ellos. El gran dragón anciano centró su atención en Ugin, el ser que había venido a destruir. Sarkhan aún estaba demasiado lejos de Nicol Bolas como para que este se fijase en él; aquella podría ser su oportunidad para atacar.

Ugin se sostuvo en el aire con una serie de aleteos, asumiendo la aparición de su némesis, y los dos Planeswalkers dragón se vieron las caras.

Quid del destino | Ilustración de Michael Komarck

Nicol Bolas dijo algo, un mensaje cruel en voz baja que Sarkhan no pudo oír debido al viento. Ugin replicó con calma, seriedad y un tono de advertencia, a lo que su contrincante respondió mostrando una amplia y siniestra sonrisa. Los dragones giraban el uno alrededor del otro, sus grandes pulmones y enormes alas agitaban el aire, y los ojos de ambos se movían a toda prisa, buscando puntos débiles en el enemigo. Las nubes de tormenta los rodeaban, como a dos titanes en el ojo de un huracán.

Sarkhan voló lo más rápido que pudo, pero sus alas no tenían la fuerza suficiente. Sus hombros ardían a causa del fuerte batir de alas y estaba perdiendo altitud; su cola ya rozaba las nubes. Ahora que tenía ante sí a Nicol Bolas, el de un millar de años antes de que lo contemplase por primera vez (¿o sería esta la primera vez?), se dio cuenta de que no podría hacer nada contra aquella colosal criatura. El dragón era como un dios, y Sarkhan, un mero insecto. No obstante, si lograse aproximarse desde el ángulo adecuado, si lo envolviese en llamas en el momento exacto, quizá podría distraerlo el tiempo suficiente para que Ugin asestase el golpe definitivo. Sarkhan apretó los dientes y siguió volando.

Los dos dragones ascendían y descendían el uno alrededor del otro, cambiando de dirección en ocasiones, acompasando sus movimientos a los avances y fintas del enemigo. Nicol Bolas expulsó una ráfaga de humo por las fosas nasales y lanzó un zarpazo a las alas de Ugin, que se apartó hacia un lado y trató de atraparlo con las fauces. Ambos lanzaban hechizos, pero no contra el otro: eran runas relucientes que flotaban en el aire, unos preparativos místicos para la zona de combate. Siguieron tanteándose, dando zarpazos o expulsando su aliento, pero ninguno se decantaba por una estrategia específica ni tomaba realmente la iniciativa.

Entonces, Ugin rugió, y aquello fue el rugido de una fuerza de la naturaleza, el rugido de todo un plano.

Y con aquel rugido, Sarkhan sintió un impulso irrefrenable reverberando en su alma. La sensación recorrió su cuerpo dracónico, cargándolo de electricidad, incitándolo a unirse a la lucha en el bando de Ugin, como si aquel rugido se hubiese comunicado con el núcleo de su ser. Una parte de él era consciente de lo extraña que resultaba aquella sensación, pero su mente dracónica bullía con un ímpetu irresistible.

Sarkhan se sorprendió rugiendo en respuesta, y sus músculos reaccionaron. Mientras rugía, oía las llamadas de todos los dragones de las tormentas. Las bestias aparecieron en manadas, emergiendo de las tempestades de dragones para unirse a la batalla. A Sarkhan le dio un vuelco el corazón: Ugin tenía la ventaja. El progenitor de Tarkir estaba convocando a su prole para que luchase junto a él, y todos estaban respondiendo a la llamada.

La sonrisa de Nicol Bolas se desvaneció. Lanzó una ofensiva desesperada, con multitud de hechizos brutales, acometiendo a Ugin con sus extrañas palabras. Sarkhan vio que Ugin retrocedía y varios trozos de escamas brillantes se desprendieron de su cuerpo. Su cabeza se agitaba hacia adelante y atrás por culpa de una especie de asalto mental simultáneo, y sus alas cortaban el aire para tratar de conservar la altitud.

Ugin, el dragón espíritu | Ilustración de Raymond Swanland

Ugin giró en el aire y contraatacó con su propia magia. Primero lanzó un torrente de fuego invisible que dejó una quemadura en forma de arco en el torso de Nicol Bolas, y lo siguió con una embestida de neblina pálida que lo golpeó como un relámpago. Continuó girando alrededor del enemigo, lanzando más y más conjuros invisibles. Nicol Bolas disipó la mitad de ellos, pero muchos lo alcanzaron y Sarkhan percibió el esfuerzo en el rostro del dragón.

Sarkhan sentía tal determinación que el calor hormigueaba en su piel. Aquel instante podía ser la encrucijada del destino. Los dragones de Tarkir estaban aproximándose desde todas partes; era un ejército acudiendo al auxilio de su líder. Sarkhan incluso vio nacer nuevos dragones entre las nubes, todos ellos venidos al mundo con el propósito de luchar por Ugin.

Sarkhan y los demás dragones estaban a punto de entrar en combate. Se aproximó y se preparó para lanzar una bocanada de fuego contra Nicol Bolas, pero entonces...

... un relámpago de energía elemental surgió de la tierra en dirección hacia él...

... un vistazo le permitió ver a Yasova hilando un poderoso hechizo emocional, pues las runas no solo pretendían guiar a Nicol Bolas, sino que cumplían otro propósito más perturbador...

... un arrebato retorció su cuerpo cuando el hechizo los alcanzó a él y a docenas de dragones a la vez...

... un nuevo impulso se apoderó del alma de Sarkhan, aún más poderoso que el rugido de Ugin, y lo impulsó a luchar...

... una extraña sed de sangre despertó en su corazón, guiándolo con un único propósito...

Matar a Ugin.

"Sí", dijo su corazón dracónico. "Sí, destruye al gran padre. Acaba con el progenitor que nos domina. Destrúyelo y libérate de su control".

"No", dijo una pequeña parte de Sarkhan. "¡No!".

A su alrededor, los demás dragones de Tarkir cayeron bajo la influencia del mismo hechizo. El poder de Yasova acalló la fuerza de la llamada de Ugin, y los dragones cargaron contra él, en lugar de atacar a Nicol Bolas.

Nicol Bolas, planeswalker | Ilustración de D. Alexander Gregory

Sarkhan ya estaba cerca. Sentía que su caja torácica estaba ardiendo. Notaba que quería desatar el fuego contra Ugin, el origen del espíritu dracónico en Tarkir, el mismísimo dragón que lo había guiado hasta aquel momento.

Sarkhan exhaló. Sin embargo, cuando su aliento estuvo a punto de convertirse en fuego, lo que salió de su boca fue un salvaje "¡no!": una palabra humana, gritada con voz humana, cuando se obligó a abandonar su forma de dragón. Las alas se plegaron en el interior del cuerpo. El rostro se convirtió en piel velluda que sustituyó a las escamas. Y su impulso de matar a Ugin se desvaneció, puesto que el hechizo ya no podía dominar su mente dracónica.

En cambio, lo que ejerció dominio sobre él fue la gravedad. Sarkhan cayó.

Y la caída sería larga.

Cayó entre los dragones de Tarkir, que desataban su fuego, sus relámpagos y su muerte contra Ugin desde todas partes.

Cayó pasando cerca de Nicol Bolas, quien no reparó en él en ningún momento, puesto que solo tenía ojos para observar a la progenie de Ugin chillando y atacando salvajemente a su ancestro.

Cayó entre las nubes rugientes y vio una larga distancia de aire vacío.

Entonces, oyó un atronador chasquido procedente de las alturas, un sonido terrorífico con una trascendencia inconfundible: era el asalto final de Nicol Bolas, el golpe mortal que quebró el cuerpo de Ugin.

Mientras Sarkhan se precipitaba por el cielo, vislumbró a los otros dragones dispersándose como pájaros, alejándose del tumulto.

Antes de que lograse ver al propio Ugin, se produjo un choque violento y devastador, y su cuerpo salió rebotado una vez, y luego dos brutales veces más contra las rocas de un gran risco en espiral.

Se despeñó caóticamente por un acantilado cubierto de nieve y rodó ladera abajo, mientras su mente daba vueltas a la par que sus extremidades.

Cayó como un trueno y oyó el sonido de una avalancha, seguido de una sensación aplastante. El mundo se había convertido en hielo y nieve.

Y entonces, todo cesó. Estaba inmerso en un mar blanco, ya fuese a pocos centímetros o a un kilómetro de profundidad; tenía los pulmones vacíos, se estaba asfixiando. Se aferró a un último atisbo de consciencia, la suficiente para comprender que estaba muriendo.

Cuando las zarpas escarbaron la nieve que lo cubría, Sarkhan pensó por un momento que se trataba de Nicol Bolas, que había venido a poner fin a su vida, a hacerse con una nueva victoria. Pero no era él: era el felino dientes de sable de Yasova, que estaba despejando la nieve a grandes zarpazos. Los colmillos se hundieron junto a él, lo sujetaron por la nuca y el torso y lo sacaron, a dolorosos golpes, de aquel mar de nieve. Finalmente, el felino lo depositó boca arriba en la tundra.

Yasova Garradragón | Ilustración de Winona Nelson

Sarkhan era un cuerpo renqueante, un saco de piel con todo tipo de fragmentos de huesos en su interior. Cuando entreabrió los ojos, vio a Yasova en pie, observándolo. Tenía el bastón de Sarkhan, y el fragmento de edro seguía colgando de él.

―No intentes moverte ―le advirtió―. No intentes hablar.

Luego pronunció otras palabras en voz baja y Sarkhan sintió que sus órganos, músculos y huesos empezaban a recomponerse.

―U... gin... ―logró balbucir.

―No intentes hablar ―le repitió Yasova, pero miró hacia el cielo y luego volvió a bajar la vista hacia él―. Ya casi ha terminado. El Ahora No Escrito por fin se librará de la plaga de los dragones.

Sarkhan giró los ojos para ver todo lo posible. Lo que presenció fue la caída de Ugin a través de las nubes, precipitándose contra el suelo.

Ugin había sido derrotado. Los dragones estaban camino de la extinción. El destino de Tarkir estaba sellado.

Sarkhan gimió.

―No sé qué eres ―dijo Yasova―, pero intuyo que podrías tener algunas respuestas, así que hazme un favor y no mueras todavía. Te llevaré con mis chamanes y averiguaré qué tramabas.

El hechizo sanador aún no había terminado de hacer efecto, pero Sarkhan tiró de sí hasta ponerse de lado. Le dolía todo y mantenerse consciente lo sometía a un abrumador tormento físico, pero logró sostenerse sobre manos y rodillas.

―¿Qué haces, insensato? ―dijo Yasova.

Entonces, Sarkhan levantó la cabeza y vio a Ugin cayendo sobre la tundra.

Hubo un momento, antes de que notasen el impacto, en el que Sarkhan y Yasova se miraron mutuamente. Los dos lo percibieron: algo acababa de desvanecerse en Tarkir. El mundo estaba a punto de cambiar para siempre. Por un instante, a Sarkhan le pareció ver un atisbo de preocupación en el rostro de Yasova.

Acto seguido, la oleada de fuerza los golpeó, con una potencia superior a la del rugido de Ugin. La nieve voló por los aires y se estampó contra ellos, y la tierra se sacudió. Sarkhan, Yasova y el felino cayeron derribados. El bastón de Sarkhan salió volando y aterrizó en la nieve.

Sarkhan se encogió mientras el aluvión de nieve siguió hostigándolo durante lo que pareció un millar de pulsaciones. Cuando la oleada de fuerza y nieve cesó, volvió a ponerse de rodillas, pero tuvo que protegerse de nuevo, pues comenzó a caer una lluvia de piedras y trozos de hielo.

Cuando el diluvio de escombros terminó, Sarkhan estaba tosiendo y temblando. Por fin, miró alrededor en busca del cráter, con la intención de encontrar el cuerpo de Ugin. Divisó el lugar donde había caído, pero no era un simple cráter: se trataba de todo un desfiladero abierto en el terreno, una enorme fisura de tierra dividida, y el cuerpo de Ugin se encontraba a un nivel muy inferior que el de la capa de nieve. Aquel era el mismo lugar desde el que Sarkhan había viajado en el tiempo: el emplazamiento del Nexo.

Sarkhan levantó la vista y vio a Nicol Bolas ascendiendo hacia el cielo, preparándose para marcharse. La bóveda celeste onduló y el dragón se desvaneció, junto con la ocasión de Sarkhan para destruirlo.

Sarkhan se puso en pie y se abrió paso entre la nieve y los escombros. Desenterró su bastón de la capa de nieve y, cuando vio el fragmento de edro aún atado al bastón, sintió el impulso de ponerse en marcha.

―¿Adónde crees que vas? ―preguntó Yasova, que estaba quitándose la nieve de encima.

―A salvarlo... ―contestó él, dándose la vuelta y avanzando pesadamente hacia el desfiladero. Su sentido del equilibrio estaba afectado, y todos sus músculos y huesos protestaban, pero el hechizo sanador de Yasova, que seguía recomponiéndole los huesos, le ayudaba a aliviar el dolor.

―No deberías ayudarle ―advirtió Yasova―. No puedo permitir que lo hagas.

Sarkhan se giró hacia ella bruscamente y extendió una mano acusatoria contra la antigua kan temur. Esa misma mano se transformó en la cabeza de un dragón y expulsó una llamarada ardiente como la furia de Sarkhan, que alcanzó de lleno a Yasova en el torso. La kan salió despedida ante la fuerza del hechizo, rodando violentamente sobre la nieve. Cuando aterrizó, se desplomó y soltó un gemido.

Fuego devastador | Ilustración de Raymond Swanland

El felino dientes de sable saltó junto a ella, olisqueó su aliento y se volvió para rugir hacia Sarkhan. El Planeswalker le devolvió un rugido diez veces más intenso, exhalando vahos gélidos y extendiendo brazos y piernas para adoptar una pose de desafío. La bestia se amedrentó y bajó lentamente la cabeza, derrotada; finalmente, permaneció junto a su maestra, que había perdido el conocimiento.

Sarkhan lanzó un nuevo rugido de advertencia y partió en pos de Ugin.

Para llegar al fondo de la grieta, Sarkhan tuvo que deslizarse con dificultad. No se tomó el tiempo necesario para escoger los apoyos adecuados, así que descendió resbalando a tramos por las paredes escarpadas del desfiladero, volviendo a dañarse los huesos ya perjudicados. Su cuerpo parecía una marioneta rota, pero siguió obligándolo a moverse, utilizando el bastón a modo de muleta.

Ugin yacía en el fondo de la grieta, con el cuerpo totalmente abrasado y erosionado, y cubierto de los escombros que habían salido volando a causa del impacto. Tenía los ojos cerrados. A Sarkhan le dio un vuelco el corazón cuando vio emerger un leve vaho por las fosas nasales del dragón.

"Todavía respira, aunque levemente", pensó Sarkhan. Aún estaba a tiempo de salvarlo.

Sarkhan salió corriendo hacia el dragón. Cuando llegó junto a él, apartó los escombros de las serpenteantes siluetas rúnicas que cubrían el cuello de Ugin y apoyó la frente contra su piel. Cerró los ojos e intentó percibir la esencia del gran dragón, tratando de escuchar la misma voz que lo había llevado de vuelta a su plano natal.

Sin embargo, no captó nada. No había voz alguna, solo la larga respiración estertórea de un titán derrotado. A Sarkhan se le cayó el alma a los pies.

La única voz que oyó fue la de su propia mente, un eco desagradable que pretendía torturarle con viejas preguntas. "¿Lo entiendes ahora, mago dracónico?". La pregunta resonó en su cabeza. "¿Comprendes ahora la lección? ¿Sabes por qué tenías que venir?".

―¡No, no lo sé! ―susurró al rostro de Ugin―. ¡No lo entiendo! ¡Dímelo! ¡Guíame!

"¿Lo ves ahora? ¿Entiendes la lección?".

―¡No! ¡No la comprendo! ¡No puedo! ―La mano de Sarkhan golpeó suavemente las escamas del dragón―. Ugin, ayúdame, por favor. Ayúdame...

"¿Entiendes que siempre estarás abocado al fracaso?".

―¡No! ―Sarkhan apretó los dientes y se aferró a su bastón―. ¡N-no puedo!

"¿Entiendes que siempre estarás abocado al fracaso, mientras tu objetivo no sea buscar la verdad, sino ayuda?".

―¿Qué significa eso? ¡No lo entiendo! ¡No comprendo qué quiere decir!

"¿Entiendes que, mientras veneres a los dragones que te rodean, nunca te convertirás en el dragón de tu interior?".

Sarkhan presionó la frente contra las escamas de Ugin y apretó los ojos hasta que le dolieron los párpados. Tensó todos los músculos de su maltrecho cuerpo, tratando de forzar una respuesta de su mente, una verdad que había pasado por alto. La madera de su bastón comenzó a astillarse en su tenso puño.

Entonces, cuando Ugin exhaló despacio su último aliento, Sarkhan se relajó. Su cuerpo se destensó y su mano acarició suavemente el rostro de Ugin. Inspiró hondo y exhaló poco a poco. Con aquella respiración, expulsó de sí todo el dolor, toda la incertidumbre y todos los pesares que lo habían impregnado. Sarkhan se enderezó, abrió los ojos y respiró de nuevo.

―Ugin, te he traído algo.

Desenganchó el fragmento de edro de su bastón, aquel pequeño resto que había recuperado en el Ojo de Ugin, su cámara en el lejano Zendikar. Sostuvo la piedra en la mano. Al contacto de los dedos, las runas del trozo de edro comenzaron a emitir un brillo pálido y azulado; el patrón era el mismo que el de las marcas del rostro y el cuello de Ugin. Aquel objeto era una parte de su refugio en otro mundo, un componente del armazón que había construido para él mismo. El Ojo de Ugin había funcionado como una herramienta de contención, como un lugar en el que concentrar el hechizo que apresaba a los eldrazi... Pero también era un santuario donde recuperarse, un bastión en un mundo desgarrado por poderosas fuerzas.

Sarkhan alzó el fragmento de edro. Las runas brillaron con más intensidad y la piedra flotó en el aire, entre Ugin y él. Sarkhan extendió una mano y lo rodeó, atrayéndolo suavemente hacia él, y se concentró en lo que deseaba. Inhaló profundamente y luego, con delicadeza, expulsó el aire sobre el edro; no era el fuego de un dragón, pero tampoco el aliento de un humano, sino el de Sarkhan Vol, el mago dracónico.

Ilustración de Daarken

Sarkhan soltó el fragmento. El edro flotó en el aire y rotó lentamente. Sus superficies empezaron a brillar con más y más intensidad... Y de pronto, comenzó a expandirse, a desplegarse. Las placas de piedra se multiplicaron, se transformaron y se deslizaron hacia el exterior, como una flor que se abriese infinitamente. Las superficies imposibles siguieron desplegándose, creando una estructura conectada que crecía y crecía, imitando una y otra vez el patrón de las runas del Ojo de Ugin y del propio dragón.

Sarkhan retrocedió hasta la pared del desfiladero. Había completado el hechizo. El fragmento de edro se desplegaba más rápido que antes, creando un armazón que cubrió el cuerpo de Ugin como si fuese un colosal manto protector. Sarkhan se quedó absorto, admirando la belleza de aquel fenómeno. Entonces, durante unos instantes, vio que uno de los ojos de Ugin se abrió apenas unos centímetros, para luego volver a cerrarse. La estructura protectora se cerró alrededor de Ugin, ocultándolo a los ojos de Sarkhan y envolviendo al gran dragón en una coraza mística e impenetrable.

―¿Qué hemos hecho? ―se oyó el eco de un grito desde lo alto del desfiladero. Era la voz de Yasova.

Sarkhan levantó la vista y la vio asomándose desde el borde de la grieta, con una expresión de desconcierto en el rostro.

Detrás de ella, en el cielo, las tempestades de dragones bullían con una intensidad renovada. Nuevos dragones surgieron de ellas, chillando con la simple y libre gloria de existir.

―¡Lo que debíamos hacer! ―gritó Sarkhan a Yasova, con una sonrisa compuesta de gratitud y júbilo―. ¡Gracias, kan Yasova!

Crisol del dragón espíritu | Ilustración de Jung Park

La guerrera observó confusa el armazón del edro y Sarkhan se rio. Se dio cuenta de que la sucesión de acontecimientos que lo habían traído allí no era una burla circular: era una historia con un propósito. El destino había conspirado para llevarlo a aquel lugar, a aquella encrucijada, para darle la oportunidad de actuar. Si nunca hubiese servido a Nicol Bolas, si este nunca lo hubiese enviado al Ojo de Ugin, si nunca hubiese regresado a Tarkir oyendo voces en su mente... Sin todas aquellas penurias, no habría tenido la oportunidad de reescribir la historia de su mundo.

Por primera vez en mucho tiempo, la mente de Sarkhan le pertenecía. Una sensación extraña de nitidez y entusiasmo recorrió su ser, como si hubiese despertado de un sueño en el que sus ojos estuviesen dañados. Sus pensamientos eran fluidos, no se veían afectados por el embotamiento habitual, y su consciencia no estaba dividida ni rota.

Y de pronto...

... como si la presencia de Sarkhan se hubiese convertido en una imposibilidad...

... como si el viaje al pasado de su propio mundo se hubiese convertido en una afrenta a las leyes y el curso de la historia...

... como si sus actos hubiesen alterado irrevocablemente las condiciones que lo habían llevado al nexo de un Planeswalker dragón fallecido en aquella sima...

... como si se hubiesen anulado todos los acontecimientos que habían determinado el futuro de su mundo y condicionado su propia existencia...

... las fuerzas del tiempo se llevaron a Sarkhan.

La nieve caía junto a Yasova, cubriendo con motas blancas la compacta estructura que había surgido en el fondo del desfiladero. Su felino se acercó y la acarició con el hocico, y ella le rascó suavemente cabeza. En las alturas, los dragones chillaban y surcaban libremente los cielos.


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