Los kraul son una especie insectoide y fiel a los golgari de Rávnica que juró lealtad al Enjambre en años recientes, tras siglos viviendo como un pueblo sin gremio en la periferia de la Subciudad. A pesar de su fidelidad a los golgari, los kraul no reciben un trato equitativo por parte de las altas esferas del gremio. El sacerdote de la muerte Mazirek, líder de los kraul, se niega a permanecer indiferente mientras su pueblo sufre la desconsideración del maestro Jarad y los suyos.


La sala del gremio de los golgari era una catedral subterránea y arqueada, rodeada por un inmenso laberinto circular de setos vivos infestados de hongos y frondosas ruinas cubiertas de moho. La estructura, conocida como Korozda, el laberinto de la podredumbre, proyectaba una sombra imponente en la penumbra de la Subciudad. En el corazón del recinto se elevaba la catedral en sí: Svogthos. Los ciudadanos de Arriba susurraban que había sido un edificio hermoso, en el pasado. Sus elegantes bóvedas y torres de piedra habían resplandecido con matices de obsidiana y plata en días remotos. Sin embargo, el deterioro causado por el transcurso de los siglos la había convertido en un lugar frío y húmedo, con una atmósfera cargada de rancidez y olor a tierra.

Los ciudadanos de Abajo afirmaban que nunca había dejado de ser hermosa.

Sobeslav, ayudante del maestro Jarad, estaba cómodamente sentado en su despacho de la sala del gremio. Su escritorio se hallaba junto al de Jarad vod Savo, quien acostumbraba a pasear por el laberinto exterior, evitando las miradas de la gente. Los liches no eran individuos especialmente sociables.

Sobeslav lo comprendía y sabía que a veces era mejor no importunar a su maestro con asuntos de estado. En aquel momento, Sobeslav estaba enfrascado en la lectura de las cartas apiladas sobre su escritorio, a la luz de una seta luminiscente. Sus ojos élficos, agotados, ojerudos y un poco separados examinaban las noticias provenientes de Arriba. Chasqueó la lengua y resopló al informarse sobre los sucesos más recientes en los lugares luminosos de la ciudad: disturbios gruul y querellas entre los orzhov y los azorios. Lo mejor para los golgari era permanecer Abajo. Los conflictos eran habían ido en aumento ahora que el Pacto entre Gremios podía hablar, caminar y desaparecer sin previo aviso.

Cuando terminó, el elfo arrojó los informes al foso de desechos en su rincón de la sala. Los gusanos disfrutarían más que él de aquellas novedades.

Una última carta, enterrada bajo el resto, permaneció sobre el escritorio y atrajo la atención de Sobeslav.

Estaba escrita en papel bien prensado y olía a musgo de primera. El anverso presentaba un sello negro y brillante, con un lazo que envolvía un pequeño hongo.

"Qué extraño".

Sobeslav dejó el hongo a un lado y abrió la carta cuidadosamente. La tinta era de gran calidad, pero la caligrafía era un caos de rayajos y manchas incomprensibles.

Tras unos segundos de escrutinio, Sobeslav descifró de qué se trataba.

Era una invitación.

Dirigida a Jarad.

El remitente era Mazirek de los kraul.

Sobeslav soltó una carcajada.

Estrujó la carta y la tiró al foso del rincón.

El papel aterrizó con un chapoteo.

Sobeslav se rio entre dientes. ¡Vaya descaro! Nadie sentía mucha estima por los kraul excepto los kraul. ¿Por qué habrían de importarles? Hacía poco tiempo que se habían incorporado a los golgari. Durante siglos habían sido una colonia de salvajes insectoides y sin gremio. Vivían en la periferia de la sociedad y su juramento de lealtad al Enjambre aún era reciente. El gremio jamás rechazaba la oportunidad de incrementar sus filas y los kraul fueron acogidos como trabajadores. Los golgari no daban importancia a la jerarquía, pero incluso ellos sabían que los kraul no eran tan importantes para el resto del Enjambre.

¿Por qué ingenuo motivo creerían los kraul que el maestro del gremio respondería a la invitación de un sacerdote de la muerte de poca monta?

Sobeslav se quedó mirando la carta arrugada y reflexionó por unos instantes.

La invitación era lo bastante disparatada como para que mereciese la pena investigar el asunto... ¿verdad? Desde luego, Jarad elogiaría su iniciativa si llegase a descubrir algún escándalo relacionado con los kraul, ni más ni menos.

Sobeslav entrecerró los ojos y tocó el timbre de su escritorio. Un sirviente se asomó a la puerta y aguardó instrucciones.

―Reúne a quince miembros de la guardia ―ordenó Sobeslav. Quizá podría dar a los kraul una lección sobre el auténtico poder de los golgari.


El hongo anexo a la carta servía para representar un lugar. Se trataba de un antiguo método golgari para indicar un lugar de encuentro. El territorio gremial estaba repleto de sistemas fúngicos y una única cepa de micelio podía abarcar miles de brazas. Un hechizo sencillo permitía determinar un punto de procedencia en aquellos ecosistemas de hongos y cieno. Casi todos los golgari sabían qué significaba recibir un hongo desconocido.

Sobeslav pronunció el conjuro y escuchó el canto del micelio del hongo a tres días de camino, en dirección a las profundidades. El elfo refunfuñó, molesto.

Se prepararon provisiones y cuerdas. El viaje los conduciría muy lejos y a unas profundidades considerables. La Subciudad era casi infinita, pero los golgari sabían que no debían construir sus hogares en sitios donde Abajo no toleraría su presencia.

Y el lugar que había indicado Mazirek se hallaba muy lejos de las zonas seguras.

Una vez equipados, Sobeslav y el pequeño grupo de guardias golgari comenzaron la travesía y el descenso.

El camino hacia el punto de encuentro llevó a Sobeslav y su comitiva por cuevas y grietas, bajo una catarata subterránea y a través de kilómetros de campos de podredumbre. Se alejaron y descendieron más allá de donde ningún miembro del grupo había llegado antes.

Los terrenos de podredumbre dieron paso a las cloacas, que a su vez dieron paso a cuevas de roca en bruto. Los golgari eran poderosos y antiguos, pero sabían que existían lugares donde no debían excavar.

Mientras seguían el rastro del encantamiento del hongo, Sobeslav dejó que sus pensamientos vagaran. Su menosprecio inicial de la invitación se había metastatizado en una semilla de temor que había germinado y crecido durante el trayecto. Mazirek era un sacerdote de la muerte, al fin y al cabo. El modo de vida y las costumbres de los insectoides le resultaban muy extraños. Por naturaleza, eran seres ajenos y difíciles de comprender. Aunque los golgari se enorgullecían de no rechazar nunca a los marginados y los oprimidos, Sobeslav no pudo evitar desconfiar de las intenciones de los kraul. Al fin y al cabo, eran nuevos en el Enjambre. Tal vez conservaran el salvajismo de los sin gremio.

¿Se enfurecerían al verlo llegar a él, en lugar de al maestro Jarad?

Sobeslav sacudió la cabeza y recobró la fuerza y el orgullo. Los kraul deberían esperar una respuesta así. Todos los miembros del gremio tenían que cumplir con su deber antes de poder dirigirse al gran liche Jarad vod Savo.

Y así, el viaje continuó, siempre hacia las profundidades. En ocasiones, el grupo tuvo que ayudarse mutuamente a descender empleando cuerdas; en otras, tuvieron que encogerse todo lo posible para apretujarse entre fisuras en la roca. A la segunda tarde cruzaron una cueva llena de grandes formaciones cristalinas que los empequeñecían, al igual que los árboles de la superficie. El aire de la caverna era sofocante, pero la atravesaron de todos modos. Aquel viaje había despertado la curiosidad de Sobeslav y esta continuaba aumentando a medida que el paisaje se volvía más extraño. ¿Dónde residía el sacerdote de la muerte? ¿Qué motivo tendría para convocar allí al maestro del gremio? Durante la tercera mañana del viaje, Sobeslav ordenó a los escoltas que se detuvieran. Comprobó de nuevo el hechizo del hongo de Mazirek y asintió, satisfecho. Se encontraban en una caverna cálida e inusualmente espaciosa. La magia del encantamiento parecía conducir hacia el interior.

Olisqueó y percibió. Sus ojos atravesaron la oscuridad.

Allí, a la derecha.

La grieta no era fácil de distinguir a simple vista.

Era una fisura delgada en la pared, con redes de hebras brillantes y telarañas que se combaban sobre la entrada.

Sobeslav percibió algo: por aquel camino se oía el repique lejano y muerto hacía tiempo de una magia nigromántica, antigua y ajena.

Se estremeció. Solo podía proceder del sacerdote de la muerte kraul.

Sobeslav convocó a los guardias y usó un breve pulso de poder para crear una atadura sencilla entre él y los demás. La magia de las cuevas era fuerte y abrasiva, duradera pero difícil de dominar. Sobeslav nunca se había molestado en aprender hechizos de deterioro, como hacía el resto del gremio. Su especialidad eran los conjuros de supervivencia.

Sobeslav entró primero e iluminó el camino con un hechizo que actuó sobre las paredes y los rincones de la grieta. Las barreras de roca quedaron delineadas por el resplandor de su magia. Los bordes y salientes resultaron mucho más fáciles de distinguir y el grupo continuó avanzando y descendiendo.

El pasadizo se volvía más angosto y el aire se enrarecía a medida que progresaban. Sobeslav respiraba como buenamente podía y se apretujaba para cruzar la grieta. Un guardia tiró del vínculo mágico que los unía y Sobeslav le dio fuerzas para seguir. Casi habían llegado; no era el momento para dejarse vencer por la claustrofobia.

La salida de la grieta apareció ante Sobeslav en forma de líneas paralelas. Se abrió camino a presión y salió tropezando sobre suelo duro. El resto de la escolta le siguió enseguida.

Sobeslav estiró la espalda, se adaptó al aire seco y sus fosas nasales captaron un olor a almizcle que impregnaba el lugar. En el suelo, una fina capa de moho amarillento y membranoso cubría la piedra que pisaban.

El elfo lanzó otro hechizo de iluminación, este más general y destinado a iluminar la amplia estancia. La magia flotó como motas de polvo en el aire y proyectó una luz tenue para no cegar al grupo, acostumbrado a la penumbra. Entonces, Sobeslav sintió un ligero dolor en las sienes. Frunció el ceño; hacía tiempo que no empleaba la magia, pero creía que no estaría tan falto de práctica.

En el otro extremo de la cueva, un enorme bloque de piedra tallada se elevaba ante la comitiva. La superficie estaba moteada con cuarzo reluciente y unos grabados minuciosos se extendían por los laterales de la roca. Si aquella mole se hubiese hallado Arriba, se podría pensar que formaba parte de la mansión de un oligarca, pero allí, bajo la superficie, la estructura evocaba un pasado lejano y olvidado.

En la parte superior del bloque había un mensaje: una oración tallada en la piedra oscura y reluciente coronaba la cantería.

Los golgari no tuvieron tiempo para leerla.

Algo estaba... zumbando.

Era un leve murmullo que no habían captado al principio.

Sobeslav apremió a las motas de luz para que ascendieran y, cuando lo hicieron, cientos de siluetas insectoides aparecieron sobre ellos.

Un guardia tropezó y cayó de espaldas, alarmado. Los demás se quedaron de piedra. Sobeslav sintió que su dolor de cabeza iba en aumento a medida que asimilaba la pesadilla que veían sus ojos.

Allí se encontraban los kraul, aferrados al techo, aguardando su llegada.

Hubo una ligera agitación en las filas y filas de insectos. Un zumbido de alas. Una mole se desprendió del techo y aterrizó en el suelo de la caverna con un chapoteo de cieno. Y entonces, la criatura se incorporó y dos ojos compuestos miraron a Sobeslav con un profundo desprecio.

Mazirek chasqueó las mandíbulas y se irguió completamente. Era inmenso incluso comparado con otros kraul.

―Mi invitación era para Jarad vod Savo, pero solo veo a su perrito faldero. ―Sobeslav sintió dentera al oír aquella mezcla de chasquidos y consonantes rasposas; la lengua común de Rávnica sonaba extraña y mutilada en las mandíbulas de Mazirek.

El elfo tragó saliva con esfuerzo e hizo descender su luz para ver mejor al sacerdote de la muerte, volviendo a sumir el techo en las tinieblas. Sobeslav sintió que las sienes le palpitaban y entrecerró los ojos para centrar la vista en el gran insecto.

―Soy el ayudante de Jarad vod Savo, Mazirek. El maestro se encontraba ocupado y me ha enviado en su lugar. ¿Qué asunto requiere la atención del gremio?

Mazirek apretó con fuerza su bastón. Las articulaciones del insecto chasquearon y sus alas soltaron un zumbido de indignación.

Entonces, el kraul avanzó hacia Sobeslav, que estuvo a punto de retroceder un paso.

―Dime, Sobeslav, ¿qué piensan los golgari sobre los kraul?

Un ruido similar al sonido de cientos de cigarras reverberó en el techo. Sobeslav comprendió que los kraul reían. El dolor de cabeza se parecía cada vez más a una migraña aguda y el elfo disimuló un gemido.

―Los kraul son... trabajadores. Peones. Labran los campos de podredumbre y cuidan las alcantarillas. Son nuevos en el gremio y tienen que cumplir con su deber.

―¿Eso es todo? ―preguntó Mazirek.

Sobeslav tuvo la sensación de que no lo era.

Se oyó una risa siseante que provenía de la garganta de Mazirek. La burla se propagó por la caverna y los kraul de las alturas.

Sobeslav comenzó a sudar. Unos destellos danzaron ante sus ojos y su mente se encogió de agonía. El zumbido incesante de los kraul era insoportable y el ruido de su risa hacía que el temor calara hasta los huesos.

Oyó un ruido sordo detrás de sí. Un elfo golgari se había desplomado en el suelo y sufría convulsiones. Sobeslav maldijo y miró a Mazirek con furia.

―¡Pertenecemos al mismo gremio! ¡Si no te detienes ahora mismo, tomaremos represalias!

―Lo dudo mucho.

Otra escolta puso los ojos en blanco y se desmayó echando espuma por la boca.

Sobeslav sintió un repentino dolor agudo en el costado derecho.

―¿Problemas en el hígado? ―se mofó el kraul.

Un tercer guardia perdió el conocimiento. Sobeslav gimió de dolor.

―¿Por qué...? Hemos respondido... y venido...

El elfo cayó de rodillas. Mazirek se agachó a su lado y chasqueó las mandíbulas junto a las orejas de Sobeslav.

―Mi pueblo desea un asiento en la mesa. La renovación es constante, Sobeslav. Como sabes, la muerte es necesaria a veces.

―N-no dejaré... que me mates, kraul ―gruñó Sobeslav en medio del dolor.

Mazirek se inclinó sobre él.

―Llevo tres minutos matándoos a tus esbirros y a ti, una pieza de vuestros cerebros tras otra.

Sobeslav se habría lanzado contra él, pero en ese momento, un riñón le falló. Un cuarto guardia cayó entre espasmos. Con los últimos fragmentos de su mente, Sobeslav comprendió que Mazirek le reservaba para el final.

El sacerdote de la muerte se irguió de nuevo.

―Además, necesito una muerte para abrir la puerta ―dijo pensativamente.


Vraska recogió una cucharadita de azúcar y la echó en una taza. Mazirek la observaba desde el otro lado de la sala de estar, donde aguardaba apoltronado cómodamente sobre una pila de cojines. La gorgona preparaba té negro, una exquisitez que el sacerdote de la muerte aún estaba aprendiendo a disfrutar.

―Los kraul solo tienen un comportamiento racional gracias al líder de la colmena. Nací para desempeñar mi función ―explicó Mazirek intercalando chasquidos y chirridos. Sus mandíbulas tenían enormes dificultades para expresarse en el idioma común de Rávnica, pero allí se sentía seguro. Vraska nunca se burlaría de un amigo ni lo reprendería. Es más, mostraba interés por su relato.

―¿Alguna vez te intimida esa responsabilidad? ―preguntó ella.

Añadió un total de ocho cucharaditas de azúcar a la otra taza y se la ofreció a su invitado, que la aceptó con un chirrido de agradecimiento.

Mazirek introdujo las mandíbulas en la taza, abrió las fauces de lado a lado para sorber el té con una delicadeza reservada para los no kraul y posó el recipiente. Estrechó las extremidades superiores, contemplativo.

―He pasado toda la vida estudiando nuestras costumbres y formándome para convertirme en sacerdote de la muerte. Cuando llegó el momento de la solicitud, estaba preparado para ser el líder de mi pueblo. Ningún otro kraul posee mis talentos.

―A mí me llamaban egoísta por demostrar la misma determinación ―comentó Vraska con una sonrisa de complicidad.

Mazirek soltó un suspiro y un pequeño chasquido de confusión al escuchar a su amiga.

―Los kraul no conocemos el concepto del "egoísmo". El orgullo es irrelevante para la colmena. ―Mazirek acompañó su siguiente pregunta con otro chasquido de duda.

»¿Cuál es el propósito del orgullo?

Vraska depositó la taza en el platillo y meditó. Espiró y tomó aire mientras trataba de dar forma a sus pensamientos. Finalmente, halló la respuesta.

―A lo largo de mi vida, muchos han cometido el error de no tomarme en serio, bien como especialista o bien como amenaza. ―Entrelazó las manos en el regazo y su cabello le enmarcó el rostro con un movimiento delicado.

La anfitriona miró a Mazirek con sinceridad en sus ojos dorados.

―Si no puedo esperar que me traten con respeto, primero debo sentir un amor propio tan fuerte como para que ningún ignorante pueda arrebatármelo.


Mazirek atesoraba el recuerdo de aquella conversación. El orgullo era otro concepto ajeno para los kraul, pero después de descubrir su propósito, también lo comprendía. Él era capaz de lograr cosas increíbles y la ignorancia de los golgari jamás podría cambiar eso. Aquella había sido la lección por la que estaba dispuesto a confiar su vida a Vraska. Había conocido a la gorgona muchos años atrás, mientras consultaba a los asesinos de Ochran. Mazirek había proporcionado bendiciones y encantamientos a aquellos que se lo habían pedido, pero Vraska había sido la única que había conversado con él a continuación. Ese acto marcó el inicio de sus encuentros habituales para debatir sobre teología y política. Su amistad había resultado enriquecedora durante todos aquellos años.

Mazirek sentía orgullo mientras mataba a Sobeslav célula a célula.

El elfo gritó durante un minuto entero cuando el páncreas le falló.

Mazirek levantó su bastón hacia el techo y pidió al resto de los kraul que iniciaran el cántico. Habló en la lengua de su especie: un idioma sin carne, una serie de chirridos y chasquidos inadecuados para labios humanoides.

Los kraul respondieron a la petición y Mazirek comenzó a entonar su hechizo.

Para los oídos ignorantes, el conjuro sonaba como una gran máquina con un arranque rítmico. Para Mazirek, vibraba con un poder milenario; era una oración de poder reconquistado, el preámbulo de un imperio que aguardaba a ser fundado.

Mazirek dirigió el ritual con pasión e imbuyó de magia todas las notas que entonó. El cieno que pisaba despertó y el entramado se iluminó con las almas de los muertos recientes. A medida que más guardias convulsionaban y perecían, el hechizo cobraba intensidad. Sin detenerse, Mazirek aferraba y capturaba el poder que vibraba en todas las almas, cosechando su fuerza y encauzándola hacia su bastón. El hechizo estaba casi completo.

Sobeslav se retorcía y gimoteaba. Su cuerpo le traicionaba y moría poco a poco. Sus ojos casi incoherentes miraban a Mazirek sin ver; su expresión se retorcía en un infructuoso intento de encontrar piedad. Mazirek mantuvo con vida las partes de su cerebro que sentían dolor y entonó con mayor énfasis, un énfasis impregnado de orgullo.


El hogar de Vraska era, ante todo, acogedor. Semejaba un gabinete de curiosidades convertido en vivienda. Las paredes estaban completamente cubiertas de artilugios y objetos desconocidos para Mazirek. La variedad de colores y formas siempre resultaba abrumadora para sus ojos compuestos, pero terminaba por acostumbrarse. Era un hogar fascinante, el santuario de una viajera. Sobre la cocina colgaba un estandarte púrpura. En la biblioteca descansaba un jarrón de arcilla con ondulaciones negras pintadas en el borde. Decenas de pequeñas aves de papel plegado se entremezclaban con las cintas que decoraban el techo. El efecto era tranquilizador y cautivador. Tomar el té en el salón de Vraska era como reposar en un museo.

Sin embargo, esta vez Mazirek caminaba de un lado a otro. Seguía enojado por el mandato más reciente del maestro del gremio.

―A Jarad y los demás elfos no les importa lo más mínimo qué nos ocurra a los kraul. Ha recortado nuestra cuota alimentaria e ignora todas nuestras peticiones de audiencia. Prefiere que nos muramos de hambre antes que concedernos una pizca de influencia en el Enjambre. ¡Nuestra reciente alianza no significa nada para él!

Vraska observó a Mazirek atentamente mientras hablaba. Se inclinó hacia delante.

―Mazirek, no sois los únicos que se sienten así. Los kraul y las gorgonas hemos permanecido invisibles y mudos durante demasiado tiempo.

Mazirek chasqueó las mandíbulas, exasperado.

―El cambio que necesitamos solo se podrá conseguir luchando, pero mi pueblo pagaría un precio demasiado alto por ese conflicto.

―¿Y si hubiese un modo de lograrlo sin un derramamiento de sangre? ―preguntó Vraska.

Mazirek se quedó mirando a la gorgona.

Vraska dio un sorbo a su taza. Entonces sonrió y levantó los hombros por un momento.

―Hay muchas maneras de promulgar el cambio sin derramar sangre.


Mazirek cesó el cántico. Los kraul del techo percibieron sus feromonas y corretearon por las paredes para unirse a él en el suelo.

Sobeslav seguía vivo. Resollaba con un solo pulmón y sus ojos eran incapaces de enfocar.

Mazirek se inclinó y sostuvo el bastón por encima de la cabeza del elfo.

―Un kraul no puede... liderar a los golgari ―consiguió balbucir Sobeslav.

Mazirek ladeó la cabeza y chasqueó las mandíbulas.

―Tienes razón. No lo haré.

El extremo del bastón se movió hacia la nuca de Sobeslav.

―Pero sé quiénes lo harán. Y me ayudarás a lograr los medios para su ascensión.

La última extracción de poder. El último estertor de sacrificio. Los ojos de Sobeslav se abrieron de par en par cuando su bulbo raquídeo se descompuso.

El cadáver del elfo yacía a los pies del sacerdote de la muerte.

Mazirek agitó las alas con regocijo y encauzó la fuerza del cuerpo moribundo hacia su bastón.

Los kraul que le acompañaban lo vitorearon e iniciaron un cántico estimulante.

Mazirek tomó aire con un resoplo de sus vestíbulos y se concentró en el bloque de obsidiana que tenía ante sí.

Aferró el bastón con sus manos intermedias, hundió las patas traseras en el entramado del fango que pisaba y tiró hacia arriba con su poder. Tiró de las fibras de cieno y hongos y una corriente de poder nigromántico se elevó y penetró en él. La fuerza de dieciséis almas frescas le produjo un escalofrío de la cabeza a los pies y Mazirek hiló rápidamente un hechizo para convertir la muerte que extraía del fango en fuerza cinética, combinándola con la muerte vibrante que acababa de cosechar.

Agarró el bloque de piedra por ambos extremos y lo tumbó hacia un lado.

Habría preferido que el maestro del gremio estuviese allí para presenciar aquel momento, para sufrir mientras los kraul reclamaban aquel gran poder.

Sin embargo, el fin de Jarad tendría que esperar un poco más.

Una corriente de aire sopló hacia él cuando rompió el sello del bloque. El interior de la cámara estaba sumido en una oscuridad total.

Mazirek notó inmediatamente que el mausoleo era antiguo. El lugar apestaba a siglos de quietud.

Los kraul que le seguían avanzaron y se asomaron al interior.

Delante de ellos había una caverna tan inmensa que no podían percibir dónde terminaban las paredes. Repartidos como soldados en formación, en el suelo del mausoleo había cientos de ataúdes de piedra. El techo era majestuoso y ornamentado, bañado en oro y pintado para lograr la ilusión de que el cielo se hallaba encima de él. Todos los elementos de aquel lugar transmitían una impresión de riqueza y poder ancestrales y profundos.

Cuando Mazirek se internó en el lugar, una corriente de magia vibró en la piedra. Sintió que había disparado un hechizo antiguo y observó con deleite que todos y cada uno de los ataúdes empezaban a abrirse.

Unas manos delicadas y decoradas con galones y anillos hermosos retiraron las tapas de sus propios féretros y los muertos vivientes comenzaron a alzarse por su propio pie, tal como Vraska le había dicho que harían.

Mazirek agitó las alas con orgullo.

Un zángano kraul correteó para situarse junto a él, con una pregunta en su olor.

―¿Qué son? ―preguntó en kraul.

Mazirek se irguió por completo y describió un soberbio arco hacia el ejército que se alzaba ante ellos.

―Contempla, joven: Umerilek, el mausoleo de los Arcaicos; la salvación de los kraul y la clave para la creación del imperio golgari.


Perfil de Planeswalker: Vraska