¡La gente habló y el Imperio del Sol se hizo con la victoria y el control de Orazca!

Sin embargo, estábamos preparados para que ganara cualquier facción y los demás desenlaces (ahora no oficiales) son demasiado geniales como para no compartirlos.

¡Que disfrutéis con estos finales que habrían sido posibles!


River Heralds

Crashing Tide
Marea rompiente | Ilustración de Carmen Sinek

Tishana observó a Huatli mientras la poetisa abandonaba la ciudad a lomos de un dinosaurio anciano.

El estruendo de las pisadas del dinosaurio aminoró a medida que la bestia se alejaba, hasta que Tishana por fin se quedó sola.

La tritón salió del templo y recorrió las calles.

La ciudad era brillante y dorada, por supuesto, y la calma que reinaba ahora en ella le resultaba reconfortante. Sus propios pasos resonaban en el metal blando de las plazas y avenidas. En el aire vespertino flotaban motas de polvo, y las aves trinaban ocasionalmente desde los elevados arcos que cruzaban la ciudad cuales vértebras.

Sería una lástima que aquel lugar siguiera tan vacío.

Tishana sopesó sus opciones. El Sol Inmortal había desaparecido, pero en allí aún quedaban vestigios de él. Orazca era una ciudad repleta de energía mágica. Todas las baldosas de los pavimentos y adornos de oro de las paredes vibraban con un poder antiguo. Aquello la intranquilizaba.

Al fin y al cabo, Apatzec III seguía gobernando el Imperio del Sol. Huatli tal vez creyera en la posibilidad de firmar un acuerdo de paz, pero Tishana no compartía su optimismo. Los humanos eran volubles y quisquillosos. No eran sensatos a la hora de tomar decisiones. Sustituían la fiabilidad con impulsividad. Y lo que era más preocupante, el progreso humano parecía provenir principalmente de superarse unos a otros en una sucesión de desafíos. En líneas generales, eran gente agotadora.

Puede que ellos hubieran construido Orazca, pero no les pertenecía.

Tishana buscó los vínculos que recorrían la ciudad.

Estaban entrecruzados y tejidos desde la cima del templo hasta el exterior de las murallas. Había pequeñas extensiones que desembocaban en el río que dividía la ciudad y, a través de este, Tishana sintió cómo el poder de Orazca fluía de un extremo a otro.

Envió una señal a través del vínculo y buscó a los elementales que montaban guardia en las entradas de la ciudad. Tishana les ordenó que se mantuvieran alerta, listos para enfrentarse a cualquier fuerza no tritón que intentase entrar en Orazca. Sintió que los elementales obedecían su voluntad y se retiró desde el vínculo hasta la tierra de su mente.

Tishana sonrió. Esa noche convocaría al resto de los moldeadores. Cuando acudieran a Orazca y sintieran en persona el poder de la ciudad, tomarían una decisión entre todos. El Imperio del Sol había construido Orazca..., pero la tierra sobre la que se erigía les pertenecía a ellos. Los Heraldos del Río se asentarían allí de forma permanente y emplearían el río de la ciudad para garantizar su reivindicación. Tishana no abandonaría la ciudad hasta que el resto del árbol Raizprofunda se uniese a ella. Darían un nuevo nombre a aquel lugar. Orazca había dejado de existir. La ciudad de Aguasdoradas perduraría por siempre.

Después de todo, lo que había sido cierto durante milenios continuaba siendo cierto entonces.

"Nosotros estábamos aquí primero".


LEGION OF DUSK

Vona seguía a Santa Elenda por la espesura de la jungla sin dejar de fruncir el ceño.

Elenda caminaba en silencio, irradiando furia divina e ignorando por completo los ruegos de perdón de Mavren. El hierofante no había dejado de lamentarse en toda la noche, como un perro amonestado que suplicaba el cariño de su ama.

"Esto es lamentable", pensó Vona.

Se detuvo en medio del camino. Los cantos de las aves invadían sus oídos y el hedor a tierra húmeda hacía lo propio en sus fosas nasales. Aborrecía por completo aquella tierra salvaje, pero tenía la sensación de que aún no había llegado el momento de marcharse. El Sol Inmortal había desaparecido, pero Orazca seguía allí. Una ciudad construida en oro, literalmente. No podía abandonarla sin más.

—Vona —llamó Santa Elenda desde más adelante.

Vona regresó al presente e intentó componer un semblante de satisfacción.

—¿Sí, Santa Elenda?

—Te noto absorta. Expresa tus inquietudes.

Vona apretó los dientes con fuerza. Un colmillo le perforó el labio inferior y sintió el sabor de la sangre. El estómago le borboteó de antojo.

—No deseo volver a Torrezón con las manos vacías —afirmó por fin.

Mavren Fein se detuvo de inmediato, con gotas de sudor en su frente pálida.

—No regresaremos exentos de mérito. Hemos dado con Santa Elenda.

"Como si eso tuviera algo de especial", pensó Vona.

—Nos ordenaron encontrar el Sol Inmortal. La reina Miralda nos envió a conquistar, no a volver con el rabo entre las piernas.

—En ese caso, márchate —dijo Santa Elenda con serenidad—. Reivindica Orazca para ti misma. Yo navegaré hacia el este.

Santa Elenda le dio la espalda y reanudó la marcha sin añadir ni una palabra más, seguida de Mavren. Los dos desaparecieron en la oscuridad de la selva.

Vona estaba atónita a la par que eufórica. Sonrió, con sangre en los colmillos, y emprendió el camino de regreso a Orazca.

No dejó de reír durante casi todo el trayecto. Para cuando llegó a la ciudad, la luna plateada dominaba el firmamento. Su luz se reflejaba en los chapiteles y la ciudad entera brillaba a la luz de las estrellas.

—¡Es mía! —exclamó mientras sus carcajadas resonaban por las calles vacías de la ciudad.

El oro resultaba peculiar bajo la luz de la luna. Sus tonos amarillos habían desaparecido, reemplazados por un pálido brillo metálico. Aquella versión de Orazca agradaba mucho más a Vona.

—¡Seré la reina asesina! —proclamó, y un retumbo distante le respondió.

Vona se detuvo en el acto. Algo se movía en la ciudad.

No importaba. ¡Orazca le pertenecía! ¡La había reclamado para la Legión del Crepúsculo!

Vona se dirigió a la plaza situada frente al templo central y levantó la vista hacia las estrellas, las mismas que la reina Miralda contemplaba en su hogar. Sonrió y pensó en toda la gente que había matado para llegar hasta allí. Se dio cuenta de que ni un alma había muerto durante su conquista de Orazca, y le pareció que era una lástima.

Algo retumbó detrás de ella.

Vona guardó su sonrisa y se giró. Al ver de qué se trataba, no pudo contener su espanto.

Ante ella se alzaba un dinosaurio enorme, con dientes tan largos como los dedos de Vona y zarpas tan afiladas como su sable. Un hilo de saliva goteó de la boca de la bestia y salpicó el yelmo de la vampira.

Vona ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que el dinosaurio la atrapara entre sus fauces.

Y así, el silencio regresó a Orazca.


BRAZEN COALITION

—¡Venganzaaa! ¡Rescate y venganza!

Malcolm y Calzón sobrevolaban los chapiteles de Orazca, esquivando sus elevadas agujas por encima del paisaje dorado de la ciudad.

—¡Encontrar a capitana! —chilló Calzón al oído de Malcolm. El trasgo se aferraba a su cabeza con sus uñas puntiagudas y sus deditos mugrientos.

Jace les había hablado con calma unos minutos antes, y a él le había dado un segundo mensaje. Si Malcolm no lo conociese mejor, habría pensado que Jace les había engañado. Sin embargo, Jace no tenía madera de mentiroso.

—La capitana nos ha ordenado que nos olvidemos de ella, Calzón. Jace me ha pedido lo mismo.

El trasgo calló por un momento. Entonces señaló hacia tierra, donde sus enemigos se separaban y abandonaban la ciudad.

—Orazca vacía. Todos vuelven a casa.

—¿Todos?

—Salvo nosotros —dijo el trasgo con una risita maliciosa.

—Todos salvo nosotros...

A LA SEMANA SIGUIENTE...

El santuario de Azor estaba sembrado de mesas repletas de cartas y jarras de cerveza, y las canciones de los piratas reinaban en el ambiente.

Decenas de marineros del Beligerante reían a carcajadas y celebraban la victoria entre montañas de oro y piedras preciosas. El antiguo olor a gato había dado paso a la peste de los piratas, y la tripulación saciada de riquezas brindaba por sus miembros bajo el agujero del techo. Una marinera despegó los ojos de su pila de oro y anunció la entrada de dos figuras prominentes.

—¡Los coemperadores han llegado!

El resto de los piratas dio la bienvenida a gritos a Malcolm y Calzón, que se pavonearon de camino al antiguo trono de Azor. Dedicaron un vistazo a la multitud y se miraron el uno al otro.

—¿Aprueba usted una ronda de cerveza y cartas, coemperador Calzón? —preguntó Malcolm con sorna.

—Ciertamente, coemperador Malcolm. —El trasgo sonrió de oreja a oreja y chilló con júbilo para el resto de la sala—: ¡ORO, BIRRA Y CARTAS PARA TODOS! ¡JAAA, JA, JA, JA!

Los piratas estallaron en aplausos y sus canciones resonaron entre los salones dorados de Orazca.