La crueldad de los cuervos
Historia anterior: Jace Beleren – Reencuentro
Liliana Vess quizá sea la nigromante más poderosa del Multiverso, pero su vida ha estado atormentada por entidades poderosas que tratan de dominarla. El Planeswalker dragón Nicol Bolas, los cuatro demonios con los que pactó para conseguir su poder y el misterioso Velo de Cadenas han ejercido una fuerte influencia sobre ella y la han conducido por una senda de traición y muerte. Otro ser aún más enigmático, el Hombre Cuervo, fue quien la llevó a provocar la muerte de su hermano y a convertirse en Planeswalker. Ahora, Liliana trata por todos los medios de conseguir la libertad y para ello debe acabar con sus maestros demoníacos y romper el yugo del Velo de Cadenas.
Sin embargo, mientras se centra en estos propósitos, las otras fuerzas que tiran de ella no dejan de inquietarla.
Liliana Vess había echado a andar por las calles del elegante segundo distrito de Rávnica. Caminaba a zancadas entre el gentío, que discurría alrededor de ella como las aguas del mar. Se ajustó uno de sus guantes largos y le pareció oír el graznido de un cuervo cercano por encima del bullicio de las multitudes: el gentío de la ciudad y el torbellino de espíritus que perturbaban su mente.
"¿Los habrá oído Jace?", se preguntó. Era difícil imaginar que no lo hubiese hecho, ya que los espíritus onakke eran una presencia constante en sus pensamientos y las habilidades telepáticas de Jace seguramente hubiesen percibido el alboroto. Aun así, no había dado señales de que hubiese notado su presencia... ni de tener la más mínima idea de lo que el Velo de Cadenas le estaba haciendo a ella.
"¿Tengo yo la más mínima idea de lo que me está haciendo?".
Como si estuviesen respondiendo, las voces de su mente alzaron la voz―. Instrumento de la destrucción... Raíz...
―Cerrad el pico ―masculló sacudiendo la cabeza hacia un lado con fuerza. El movimiento brusco hizo que un mechón de pelo se saliese del tocado y le cayese sobre un ojo. Un joven vedalken se sorprendió por el arranque de cólera y se apresuró a apartarse de su camino. Liliana volvió a colocar el mechón en su sitio y los espíritus callaron.
Las voces habían sido más intensas en Shandalar, por supuesto, ya que era el plano natal de los Onakke. En Rávnica, en Innistrad o en cualquiera de los diversos planos que había visitado recientemente, sonaban como un ruido de fondo. Sin embargo, durante la conversación con Jace, ese ruido de fondo parecía más bien un estruendo de cacerolas desperdigándose por el suelo; le resultaba difícil creer que él no lo hubiese notado.
"Tal vez lo hubiese hecho, si no nos hubiesen interrumpido", pensó.
¿Y si lo hubiese percibido? ¿Qué habría pasado? "Tal vez habría decidido ayudar".
Liliana había acudido a Jace en busca de una solución, de una escapatoria al enredo en el que se había metido. El poder del Velo de Cadenas era inconmensurable. Le había permitido matar a Kothophed y a Griselbrand, dos de los demonios a los que había vendido su alma como parte del pacto que hizo para recuperar una fracción del poder cuasi divino que había perdido durante la Reparación.
Sin embargo, en aquel intento de liberarse de sus deudas, había caído inconscientemente en un compromiso similar. La magia del Velo de Cadenas exigía un precio, un daño terrible tanto en su cuerpo como en su mente. En un acto desesperado, había regresado a Shandalar para tratar de dejarlo allí, pero descubrió que no era capaz de hacerlo. El artefacto había formado un vínculo con ella, y ella con él.
"Tiene que haber una solución".
El Velo de Cadenas | Ilustración de Volkan Baga
Pretendía que Jace le ayudase a encontrarla; quería dar con la manera de seguir usando el Velo de Cadenas sin ser esclava de él y de los espíritus que albergaba. Si Jace tiene una virtud, es su inteligencia, y si el Velo estaba ejerciendo una especie de dominio mental, Liliana confiaba en que él sería capaz de romperlo.
Al final, fue Jace quien acabó pidiéndole ayuda a ella cuando apareció aquel soldado, Gideon. Bufó en voz alta al recordarlo y la gente de los alrededores la miró con curiosidad. Un mercader bien vestido se topó con su mirada, palideció y se perdió entre la multitud. Un trasgo que se interponía en su camino salió corriendo sin atreverse a levantar la vista.
Y un cuervo posado en una pared cercana fijó un brillante ojo negro en ella. Liliana lo miró frunciendo el ceño y pasó de largo.
El tal Gideon había entrado de malas maneras en el restaurante, había interrumpido su conversación y prácticamente había suplicado a Jace que fuese con él a Zendikar, un plano perdido en medio de la nada y que, según Gideon, estaba siendo devastado por monstruos gigantes. Liliana había estado a punto de echarse a reír y de echar a Gideon de allí. Como si Jace o ella fuesen a molestarse por aquel mundo: Jace es el Pacto viviente y su cometido es velar por Rávnica, después de todo. Además, si fuese a ayudar a alguien, sería a ella.
Pero no ocurrió así. Jace aceptó ayudar a Gideon. "Estoy seguro de que harás lo correcto", había dicho Gideon... y Jace se lo tragó. Y por si fuese poco, luego tuvo la desfachatez de pedirle a ella que les acompañase. Volvió a bufar con aquel recuerdo.
De pronto, sintió una especie de remordimiento y bajó la mirada. Jace y ella habían compartido buenos momentos y se habían divertido juntos. Verle de nuevo había despertado algunos sentimientos que la sorprendían. Habían compartido un hogar y una cama en uno de los distritos más pobres de Rávnica. Había ayudado a su querido muchacho a superar una época difícil... antes de apuñalarlo metafóricamente y regresar junto a Nicol Bolas, pensando que la ayudaría a librarse del pacto demoníaco en el que el propio dragón había hecho de intermediario.
Pacto demoníaco | Ilustración de Aleksi Briclot
"¿Y si esta vez fuese diferente? ¿Y si acompañase a Jace y le ayudase?".
Tal vez pudiesen vivir más buenos momentos. Quizá disfrutase de su compañía, aunque tuviese que aguantar a ese santurrón arrogante de Gideon... "Es casi tan insoportable como un ángel", pensó. "«Estoy seguro de que harás lo correcto», ya, claro"... Aunque tenía que reconocer que luchar contra monstruos gigantes y reanimar sus enormes cadáveres resultaría... ¿divertido?
―Agh ―se quejó. Para enfrentarse a aquellos monstruos, tendría que utilizar el Velo de Cadenas, y eso no la ayudaría a solucionar sus problemas.
Unas alas negras batieron ante ella y la hicieron volver en sí. Otro cuervo...
"El Hombre Cuervo".
El graznido de un cuervo. El cuervo de la pared. Ahora, el cuervo que había pasado volando ante ella. No se había percatado de aquello y se maldijo en silencio al mirar alrededor; por fin se dio cuenta de adónde la habían conducido sus pasos mientras estuvo ensimismada.
Se encontraba en el borde de un pequeño patio desierto. En el centro había una vieja fuente seca y cubierta de cal, donde se habían posado una docena de cuervos que ladeaban la cabeza para observar a Liliana. Había más cuervos saltando en el suelo de adoquines desgastados y planeando en los tejados de los edificios circundantes. Desde la cima de la fuente, un cuervo erguido lanzó varios graznidos cortos y chasqueó el pico hacia Liliana.
―Muy bien, Hombre Cuervo. Se acabaron tus juegos.
De repente, los cuervos posados en la fuente saltaron al aire batiendo sus alas oscuras y formaron una nube de plumas y graznidos sobre los adoquines. El Hombre Cuervo surgió caminando entre ella y los pájaros desaparecieron.
―Oh, qué impresionante ―se burló Liliana aplaudiendo lentamente y arrastrando las palabras―. Enséñame más trucos.
Seguía igual que la primera vez que se había topado con él, entre los árboles del bosque Caligo. El siglo que había transcurrido no había hecho más mella en él que en ella. Su elegante atuendo negro y dorado, su cabello blanco y sus ojos dorados hacían que pareciese una visión del pasado, pero el hombre levantó un brazo y posó una mano muy tangible en el hombro de Liliana.
Ilustración de Adame Minguez
―Veo que necesitas ayuda ―le dijo.
Liliana sacudió el hombro para librarse de la mano y retrocedió un poco. Ninguno de sus encuentros con el Hombre Cuervo había terminado bien para ella... ni para sus seres queridos.
―¿Y tú has venido a ofrecérmela?
―¿La querrías si lo hiciese? ―se mofó.
―Por supuesto que no.
―Qué mal se te da aceptar ayuda ajena ―dijo él acercándose de nuevo.
―No la necesito ―respondió Liliana. Empujó al hombre y le hizo retroceder un par de pasos―. Tengo todo bajo control.
―Ah, espléndido. ―El Hombre Cuervo parecía divertirse y Liliana sintió unas ganas repentinas de borrarle la sonrisilla de la cara―. ¿Y qué planeas hacer a continuación?
―Borrarte del mapa y convertiros a tus pajaritos y a ti en mis súbditos no muertos.
El Hombre Cuervo se rio por lo bajo.
―Dime por qué no habría de hacerlo ―amenazó Liliana.
―Lo dices como si fuese fácil ―se burló encogiéndose de hombros―. Tal vez deberías intentarlo.
―Sería coser y cantar ―aseguró ella, pero la amenaza no le produjo placer alguno. Podría conseguirlo fácilmente gracias al Velo de Cadenas. Ya podía sentir su poder acumulándose en su interior, como si estuviese ansioso por que le diesen uso. Las voces de los Onakke eran cada vez más audibles en su mente. Se giró, se alejó del Hombre Cuervo y sacudió la cabeza para librarse de las voces.
De pronto sintió el aliento del Hombre Cuervo en el cuello―. ¿Acabas de dar la espalda a un enemigo, Liliana Vess? ―Notó un pinchazo a través del vestido en la región lumbar: era un puñal.
―No te tengo miedo ―dijo. Un anillo de oscuridad estalló alrededor de ella y empujó al Hombre Cuervo.
―Claro que lo tienes.
―Dime quién eres ―exigió saber encarándose con él―. Eres un Planeswalker: me he encontrado contigo en Dominaria, en Shandalar y aquí. También es obvio que eres un metamorfo. Y en Shandalar me hablaste a través de la boca de un cadáver. ¿Quién...? ¿Qué eres?
El Hombre Cuervo compuso una sonrisa más siniestra que burlona, pero no dijo nada.
Ilustración de Chris Rahn
―Me hablaste del Velo de Cadenas como si hubieses orquestado todo esto: tú cultivaste la raíz del mal, el velo de engaños, el instrumento de la destrucción ―mientras pronunciaba las palabras, los espíritus onakke las repitieron en su mente con susurros sibilantes que resonaban como en el interior de un mausoleo―. Pero el que me envió en busca del Velo de Cadenas fue Kothophed.
―Y tú te negaste a devolvérselo.
―No soy la recadera de nadie. ¿Sugeriste al demonio que me enviase en busca del Velo? Porque en ese caso, fuiste el causante de su destrucción.
―Eres el instrumento de una destrucción mucho mayor que esa.
Aquellas palabras hicieron que un escalofrío le recorriese la espalda, pero Liliana se acercó a él con una sonrisa taimada―. Sí, es verdad. Provoco destrucción allá por donde paso. Hablando de eso, volvamos a la pregunta de antes: ¿por qué no debería destruirte? ¿Qué me impide hacerlo ahora mismo?
―¿Tu propia destrucción, por ejemplo?
―¿A qué te refieres? ―preguntó Liliana frunciendo el ceño. En sus peores momentos, había empezado a temer que el Velo de Cadenas realmente fuese a ser su perdición, que sus propios actos llegasen a causar su muerte después de haber luchado con tesón durante tanto tiempo para huir de sus garras. Pero no iba a confesar aquel miedo al Hombre Cuervo... ni ningún otro miedo.
―Mira a tu alrededor, Lili ―dijo él.
―No me llames así.
―La muerte te observa desde todas partes ―continuó él, ignorándola.
Liliana echó un vistazo al entorno, sin pretender hacerlo. Había cuervos por todas partes, decenas de ojos negros y vidriosos fijos en ella.
Familiar cuervo | Ilustración de John Avon
―Todavía quedan dos demonios que ejercen dominio sobre ti por las palabras que llevas grabadas en la piel, y ambos son más poderosos que los anteriores. El Velo que tan celosamente guardas absorbe más y más fuerzas cada vez que lo usas. Pero sin él, tus demonios te arrancarán el corazón.
―Hace tiempo que no tengo corazón. ―Un recuerdo inesperado de Jace acudió a su mente.
―Pero eso no es todo ―volvió a ignorarla el Hombre Cuervo―. El mago de las bestias que maldijiste sigue tras tu rastro, matando a más y más Planeswalkers mientras trata de dar contigo. Incluso tu querido Jace te ha hecho una propuesta que podría conducir a tu muerte.
Abrió la boca para replicar, pero la cerró y arrugó la frente―. Oh, ¿así que también eres un mago mental? Fuera de mi cabeza, Hombre Cuervo. No hay sitio para nadie más.
―Como he dicho, te observa desde todas partes ―recalcó él ignorándola otra vez.
―¿Y qué? Estoy acostumbrada a la presencia de la muerte.
―Estás acostumbrada a matar ―le espetó―. A ver cadáveres animados que cumplen tu voluntad. A utilizar la muerte como un arma. Pero esta vez, la muerte viene a por ti, Lili. Una muerte que no puedes controlar. Está creciendo en tu interior y no puedes hacer nada para evitarlo.
―Siempre hay algo... ―Alzó las manos y un cegador destello de luz purpúrea surgió de ella, de sus manos, de sus ojos, de las espirales y las palabras grabadas en su piel y de las pequeñas cuentas con forma de calavera que adornaban el Velo de Cadenas. La luz envolvió al Hombre Cuervo en una conflagración de magia.
»... que pueda hacer ―terminó.
Ilustración de Adame Minguez
El suelo que había pisado el Hombre Cuervo estaba repleto de cuervos muertos y plumas hechas trizas. Sintió un aleteo a sus espaldas y se giró para verlo surgir de otra nube de pájaros, daga en mano. Lo agarró por la muñeca y tiró de la energía vital que recorría sus venas. El arma cayó al suelo y él volvió a descomponerse en una docena de cuervos que empezaron a graznar, a golpearla con las alas y a picarla en la cara y los brazos. Liliana se agachó y sujetó un pájaro muerto.
―De acuerdo. Yo también puedo tener mi propia bandada.
El ave que sostenía en la mano se retorció y se liberó; ahora era un diminuto zombie ligado a su voluntad. Otros cuervos empezaron a reanimarse en el patio y acudieron a ella saltando y planeando. Cuando los cuervos vivos comenzaron a formar otra nube, sus pequeños súbditos se lanzaron contra ella y la emprendieron a arañazos y picotazos contra los pájaros. A Liliana le pareció ver que el Hombre Cuervo empezaba a surgir en medio del caos, pero entonces levantó las manos y desapareció. Solo un puñado de cuervos lograron huir de la refriega y echar a volar por encima de los edificios, dispersándose en varias direcciones.
Liliana sintió que algo le corría hombro abajo. Giró la cabeza y vio gotas de sangre acumulándose en todos los lugares en los que las líneas púrpuras del pacto demoníaco habían brillado hacía unos instantes. No eran más que pequeñas motas escarlata, pero apenas había recurrido a una ínfima parte del poder del Velo de Cadenas.
Se sentó junto a la fuente para recuperar el aliento y poner sus pensamientos en orden. El Hombre Cuervo tenía razón: estaba atrapada. Si continuase utilizando el Velo de Cadenas como hasta ahora, podría arrebatarle la vida para cuando ella matase a los dos demonios restantes. Pero si intentase plantar cara a los demonios sin el poder del Velo, la harían pedazos. Ayudar a Jace a luchar contra los monstruos de Zendikar presentaba las mismas opciones: morir si utilizaba el Velo y morir si no lo hacía.
―No necesito ayuda ―dijo en voz alta. "Que Jace vaya a resolver el problema de Gideon. Yo resolveré el mío por mi cuenta".
Se levantó, cerró los ojos y respiró hondo. El estómago se le revolvió un poco cuando abrió un portal entre los mundos.
Justo cuando empezó a cruzarlo, oyó a sus espaldas el graznido burlón de un cuervo.
Cuervo carroñero | Ilustración de Aaron Miller
El origen de Liliana: El cuarto pacto
Perfil de Planeswalker: Liliana Vess
Perfil de Planeswalker: Jace Beleren