En esta misma arena
Historia anterior: Liberación
Chandra y Nissa emprendieron la búsqueda de Pia Nalaar, la madre de Chandra, utilizando los contactos de Oviya Pashiri en Kaladesh. Sin embargo, en vez de encontrar a Pia, cayeron en una trampa en una prisión subterránea del Consulado. Solo la llegada oportuna de Ajani, el Planeswalker leonino, pudo evitar que se enfrentaran a una decisión funesta. Entretanto, Liliana se había marchado por su cuenta, inquietada por la presencia de Tezzeret en Kaladesh, mientras que el resto de los Guardianes, Jace y Gideon, permanecían en Rávnica.
RÁVNICA
El carnarium estaba abarrotado, lleno de estruendo y pensamientos. Los artistas, con sus dientes y pinchos resplandecientes, hacían piruetas balanceándose en largas cadenas que pendían del techo. Jace estaba sentado en las filas intermedias, fuera del alcance de los acróbatas y los tragafuegos, pero en el corazón de las carcajadas y el griterío.
El mago ízzet que se sentaba a su lado llevaba puesto un guantelete de mízzium que en ocasiones liberaba pequeños arcos de energía. Jace notaba preocupación tras el aura eléctrica de Ral Zarek. Acercó una oreja mental a la cabeza del mago.
—El Pacto viviente es un... —fue el pensamiento inmediato de Ral, seguido de un aluvión de calificativos asombrosamente vulgares y explícitos.
Jace suspiró sin disimulo y Ral contuvo una carcajada al ver la reacción.
—Solo comprobaba si puedes leer bien mis pensamientos.
—Demasiado bien —pensó Jace. Siguió mirando al escenario, con los ojos puestos en los artistas rakdos. Era una persona más entre el público, camuflado en el vocerío—. Podríamos habernos reunido en la Cámara del Pacto entre Gremios, salvo que de verdad te apeteciera ver el espectáculo.
—Tus visitas oficiales se registran y rastrean —discrepó Ral—. No era seguro.
De modo que no estaba allí como miembro del gremio Ízzet: quería hablar con Jace como Planeswalker.
—¿Qué ha ocurrido?
—Ha habido un viaje entre los planos fuera de lo normal. —La mente de Ral guardó silencio para que Jace asimilara el mensaje, o quizá para buscar la manera de expresar el siguiente pensamiento—. Alguien se ha marchado de Rávnica de forma... anómala.
—¿Qué? ¿Quién lo ha hecho? Y ¿cómo lo sabes?
—Has visto las nubes en el exterior, Beleren. Vamos, seguro que puedes deducirlo tú solito.
—¿El Proyecto Luciérnaga?
—Correcto.
—Creía que lo habían cancelado cuando saboteamos los resultados —pensó Jace frunciendo el ceño.
—Oficialmente, sí. —Los pensamientos de Ral se enroscaron alrededor de sí mismos. Su mente mostró imágenes de mecanismos sensoriales y tormentas eléctricas creadas mediante magia, junto con el recuerdo de contar medias verdades mientras el aliento sofocante de Niv-Mízzet se cernía sobre él.
Jace no pudo evitar el impulso de mirar de reojo para ver la expresión de Ral. Su frente estaba surcada de arrugas de preocupación.
—Los detectores aún se activan cuando alguien viaja entre los planos —continuó Ral—. Me fijo en los resultados de vez en cuando, pero generalmente los oculto a los ojos de Niv-Mízzet y la mayoría de mi gremio. He contactado contigo nada más ver el último movimiento de Vraska.
A Jace no le agradó lo más mínimo oír el nombre de la gorgona.
—Se ha marchado de Rávnica —pensó Ral— sin un destino.
—¿Sin un destino?
—No ha viajado hacia un plano. Solo desde uno.
—No tiene sentido.
—Exacto.
—¿Los detectores podrían haber fallado?
—No, funcionaban a la perfección —respondió Ral con ademán ofendido—. El abandono del plano se registró correctamente, pero el destino figuraba como anómalo. Vraska no ha vuelto a aparecer desde entonces. Es como si se hubiera marchado hacia un vacío.
Jace vio el patrón electrostático en la mente de Ral: el viaje entre los planos que había registrado se desvanecía en medio de la nada. Percibió lo mucho que eso preocupaba a Ral. Ningún otro hallazgo de su experimento había dado un resultado como aquel.
—Es fascinante —pensó Jace—. Un momento... ¿Me estás diciendo que aún puedes ver cuándo abandono Rávnica?
—Primero a Zendikar y luego a Innistrad, ¿me equivoco? —Ral miraba hacia el espectáculo, pero sus cejas ligeramente enarcadas eran un gesto dirigido a Jace—. Dime, ¿esta vez vas a quedarte un tiempo o pronto volverás a dejar a Rávnica sin su Pacto entre Gremios?
—No lo... Eh... Ral, escucha...
—En fin, supuse que querrías estar al corriente. —Ral se levantó para marcharse—. Vraska no te tenía mucho aprecio, por lo que he oído.
—Bueno... Gracias. Ral, espera.
Jace se abrió paso entre el público y siguió a Ral, que ya estaba saliendo del carnarium.
—Ral... —llamó al mago ízzet cuando llegó a la calle y lo alcanzó.
—Deja de preocuparte —dijo Ral haciendo un gesto con la mano del guantelete—. No voy a revelar todos tus secretos, pero recuerda que hay quienes estarían encantados de ocupar el cargo en el que te has metido. Intenta esforzarte un poco mientras sigas aquí, ¿vale?
—Lo haré —afirmó Jace. Entonces pensó en Lavinia, que creía que Jace continuaba en el despacho, inclinado sobre una montaña de papeles y haciendo la parte más pesada de mantener el delicado equilibrio entre los gremios. O tal vez hubiera descubierto que aquel Jace tan responsable era una ilusión y ahora estuviese gritando "¡PACTO VIVIENTEEEE!" como solo ella sabía hacer.
Un dedo dio dos golpes en el hombro de Jace. Se volvió y se topó frente a frente con Liliana, que desprendía un ligero aroma a otro mundo. La nigromante lanzó un vistazo a Ral y luego miró a Jace, seria como nunca.
—Nos vamos a Kaladesh. Andando.
Ral se cruzó de brazos y levantó aquellas cejas acusadoras todo lo alto que llegaban.
—No es un buen momento —refunfuñó Jace mientras apretaba los dientes.
—Me da igual —sentenció Liliana—. Esto es más importante. —Echó los hombros hacia atrás con arrogancia, pero Jace se fijó en que no paraba de cambiar el peso de un pie al otro. Sus habituales provocaciones crueles habían sido sustituidas por órdenes tajantes.
—¿Has encontrado a Chandra?
—He encontrado a otro: Tezzeret, vivo y de una pieza.
De repente, Jace se vio incapaz de tragar saliva y tosió al atragantarse.
Los ojos de Liliana miraban a todas partes: al cielo, al suelo empedrado, a las ruedas de un carromato que pasaba cerca; a cualquier parte con tal de no mirar a Jace a los ojos.
—Lo sé —dijo ella en voz baja—. Pedirte esto me repugna tanto como a ti. Si tuviera otra opción... Bah. Ven a Kaladesh. Trae al forzudo.
Antes de que Jace pudiera responder, la silueta de Liliana empezó a titilar. No era propio de ella viajar entre los planos en plena calle, delante de un desconocido. Cuando desapareció, Jace y Ral se miraron mutuamente. A Jace le costó encontrar una explicación.
—A ver si lo adivino, Pacto viviente —intervino Ral—. Tienes que... —Jace se encogió ligeramente de hombros y separó las manos, completamente falto de excusas— marcharte. —La cabeza de Jace se hundió un poco entre sus hombros.
Ral le lanzó una mirada fulminante, le dio la espalda sin mediar palabra y se marchó. El cerebro de Jace conjuró un repertorio de posibles explicaciones, pero ninguna de ellas parecía adecuada. Finalmente, recuperó la compostura, respiró hondo y partió en busca de Gideon.
KALADESH
Nissa permanecía atenta a la posible aparición de las autoridades; de momento estaban a salvo. Chandra y ella se detuvieron debajo de un puente, junto con la señora Pashiri y el hombre felino. En los alrededores no había soldados del Consulado ni agentes de Dhund, solo el bullicio de la ciudad. Uno de aquellos enormes y pesados vehículos pasó traqueteando por el puente que había sobre sus cabezas; la luz del sol se filtraba entre los huecos de las vías. Nissa se encogió ante la maraña de luz y ruido, pero al menos habían huido de la trampa de Baral.
—Muchas gracias por lo que has hecho, Ajani. —La señora Pashiri le dedicó una gran sonrisa y se apoyó en el bíceps peludo del felino.
—Estaba preocupado por ti, Abuela —retumbó la voz de él.
—También agradezco tu ayuda —terció Nissa. No había visto a nadie como Ajani en Kaladesh y pensó cómo debía formular la pregunta delicada—. ¿Llevas mucho tiempo... aquí?
—En el lugar del que procedo soy menos... inusual —respondió Ajani mientras ajustaba una capa alrededor de sus portentosos hombros—. Abuela y yo llevamos semanas siguiendo los movimientos de Tezzeret.
—Chandra también está buscando a alguien —dijo la señora Pashiri dando una palmadita a una de las garras de Ajani—. A su madre, Pia. Los soldados de Tezzeret la han arrestado.
Nissa observó a Chandra con cierta preocupación. La piromante daba vueltas como un animal nervioso, pisando fuerte las calles adoquinadas.
—Llevaré a la Abuela Pashiri a un lugar seguro —dijo Ajani—. Creo que luego deberíamos separarnos y ampliar la búsqueda por la ciudad.
—De acuerdo —accedió Nissa—. Si trabajamos juntos, seguro que podremos averiguar dónde han... Dónde han podido... Chandra, ¿qué te ocurre?
Chandra se había convertido en una columna de fuego. Estaba plantada en el suelo, mirando a un extremo de la calle. Su pelo había estallado en llamas. Siguieron con la vista la dirección de su cabeza y repararon en las fachadas de varias torres.
Las pancartas se revelaron desplegándose hacia abajo por los chapiteles mediante una especie de mecanismo. Eran inmensas e idénticas, con imágenes dibujadas a tamaño descomunal y trazos exagerados. Un retrato estilizado mostraba al juez principal Tezzeret erguido con orgullo, rodeado de haces de luz y con un mensaje enorme sobre su cabeza: "¡INVENTORES, VENGAN A PRESENCIAR EL DUELO DEL SIGLO!".
En un rincón de la pancarta, dibujada con una mirada amenazadora y rodeada de horribles líneas dentadas, había una caricatura de Pia Nalaar.
La inscripción inferior rezaba lo siguiente: "EL JUEZ PRINCIPAL TEZZERET SE ENFRENTARÁ A LA CRIMINAL RENEGADA PIA NALAAR. LA BATALLA DE INGENIO DEFINITIVA. LA GRAN EXHIBICIÓN".
Y un último mensaje: "¡MAÑANA A MEDIODÍA!".
—Chandra... —dijo Nissa con suavidad.
—Me está retando —aseguró ella—. Tengo que enfrentarme a él.
—Sí, es un desafío, pero ya hemos caído en una trampa...
—Mi madre sigue con vida. Es lo único que importa.
Nissa se volvió hacia la señora Pashiri y Ajani.
—Es lo único que importa —confirmó él—, pero los cuatro no seremos suficientes para...
—¡Ahí están! —Se volvieron y vieron a un guardia con uniforme del Consulado, que señalaba a Nissa. Iba armado y empezó a cruzar la calle directamente hacia ellos, seguido de otros dos.
Instintivamente, Nissa expandió su percepción para encontrar las raíces vivas bajo la calle y se dispuso a acelerar su crecimiento e inmovilizar a los soldados; entonces echó un vistazo hacia arriba y se preguntó si podría derrumbar el puente para cortarles el paso. Ajani gruñó y echó mano de la enorme hacha de dos cabezas que llevaba a la espalda. Chandra ya estaba en llamas, pero sus dedos se apretaron con fuerza al girarse hacia los soldados y prepararon pequeños cometas de fuego. Incluso la señora Pashiri reaccionó y creó un autómata que cobró vida entre chasquidos y giros de engranajes.
Sin embargo, cuando los soldados se aproximaron, sus siluetas fluctuaron y ondularon. Sus cuerpos parecieron disiparse en riachuelos de acuarelas y revelaron algo distinto en los lienzos que había debajo. Cuando la distorsión terminó, vieron tres rostros familiares: Jace, Liliana y Gideon.
—Parece que esto es un asunto para los Guardianes —dijo Jace.
Nissa anuló su hechizo y se pasó una mano por la cara.
—Tus disfraces funcionan demasiado bien. Hemos estado a punto de haceros mucho daño.
—Solo intentábamos pasar desapercibidos —respondió Jace—. Liliana nos ha dicho que un Planeswalker llamado Tezzeret está en Kaladesh.
—Así es, y tiene a la madre de Chandra —añadió Ajani.
—¿Qué hace un leonino con vosotras? —preguntó Liliana mientras estudiaba a Ajani.
—¿Quiénes son los Guardianes? —preguntó este a su vez, mirándola desde arriba.
Entre las decenas y decenas de tópteros que patrullaban la ciudad, un tóptero en concreto se mantenía suspendido en el aire.
Era idéntico a las otras decenas y decenas de tópteros, con el zumbido de sus rotores y sus lentes girando bajo las córneas de cristal. Sin embargo, este permanecía quieto: había interrumpido su ruta. Sus lentes enfocaron a un grupo de humanoides reunidos en la calle y un diminuto obturador de latón emitió una rápida sucesión de ruidos secos. Una serie de mecanismos y prismas internos capturaron las imágenes de la luz en el éter cristalizado, congelado sobre pequeñas placas de cobre colocadas sobre un cilindro en el interior del chasis.
Una vez concluida su función, el tóptero inclinó sus estabilizadores, revolucionó sus rotores auxiliares y ganó altitud.
El tóptero se elevó zumbando entre los tejados y siguió ascendiendo, dejando abajo a una bandada de grullas migratorias. Se desvió ligeramente para evitar la trayectoria de un draco demasiado curioso y continuó subiendo hasta divisar una silueta oscura en el cielo. Una pequeña compuerta redonda se abrió en la estructura de madera del Soberano Celeste. La inmensa aeronave aceptó al tóptero y lo engulló; la compuerta se cerró suavemente detrás de él.
El tóptero aterrizó en unas sujeciones mecánicas anexadas a una cinta transportadora y el zumbido de los rotores cesó poco a poco. Las sujeciones mantuvieron en su sitio al tóptero mientras la cinta lo elevaba a través de un conducto oscuro por el abdomen del Soberano Celeste. Las sujeciones se soltaron de pronto y dejaron que el tóptero rodase hacia la luz y llegase a una cinta más rápida, que recorría el muelle de reconocimiento. Allí rodó de un lado a otro, descendiendo entre cintas hasta encajar en un compartimento de metal ornamentado. El compartimento rotó y dejó el tóptero en manos humanas.
El Cónsul Kambal depositó el constructo en un escritorio. Destapó una herramienta, la usó para accionar un mecanismo en el vientre del tóptero y un panel se abrió con un chasquido. Extrajo el cilindro con las imágenes y levantó las placas hacia la luz. Murmuró para sí mismo mientras las examinaba. Seleccionó una en particular, la que mejor mostraba a su objetivo: Nalaar, la hija de la líder renegada. Sus compatriotas y ella habían visto las pancartas.
—¿Dónde está la mensajera? —preguntó Kambal en voz alta.
Una joven se personó en el despacho, con las manos firmes a ambos lados.
—¿Mi señor?
—Avisa al inspector Baan. El cebo está listo. Preparad la incautación.
Pia bajó la vista hacia las cadenas que ataban sus muñecas y pensó en su hija. Unos grilletes ornamentados le mordían la piel, tal como habían mordido la de Chandra aquel día, cuando tenía once años. Apoyó un hombro en el muro al que estaba encadenada, en uno de los túneles detrás de la arena.
—Entre bastidores.
"Ella también debió de sentir esto", pensó. La espera. La humillación hirviendo por dentro. Igual que aquel día, un hombre sonreiría al público, con un brazo metálico preparado para un espectáculo de violencia. Incluso estaba en la misma arena, lo que Pia valoró como un insulto pensado especialmente para ella. Era el mismo lugar en el que Chandra había buscado a su madre entre las gradas, antes de ser arrancada del mundo.
La mayor esperanza de Pia era no ver a Chandra en las gradas. "Mantente alejada, hija mía", pensó. "Mantente a salvo. Vive". Los anuncios decían que sería una exhibición de forjacéleres, un duelo de inventores utilizando materiales improvisados que enfrentaría al juez principal y la infame líder de los renegados. Pero sabía distinguir una mentira. Tezzeret no pretendía utilizarla solo para dar un espectáculo en la Feria de Inventores. Quería usarla como cebo.
Oyó el sonido amortiguado de los altavoces en el exterior de la arena. Una voz proclamó que Rashmi había ganado el primer premio de la Feria, a lo que siguió una explosión de vítores. A continuación, la voz del juez principal describió con teatralidad todas las ventajas que ofrecía el privilegio de trabajar junto a él. Más aplausos, aunque sonaban sin alegría y mitigados por los pasillos.
Un oficial llegó acompañado del tintineo de dos juegos de llaves. Pia no levantó la vista hasta que reconoció una voz cavernosa y cargada de malicia.
—¿Lista para representar tu papel, Nalaar? —preguntó Baral quitándose la máscara. Las quemaduras pálidas de la mitad izquierda de su cara tiraron de su sonrisa, permitiendo ver hasta las muelas.
Pia se revolvió en sus ataduras, pero se calmó. Sintió una oleada de repulsión, pero levantó la barbilla y miró hacia el pasillo, ignorando a Baral.
—Por mucho que te obsesiones con mi familia, por mucho que una parte enferma de tu cerebro piense que castigarnos puede hacerte respetable de algún modo... No importa. Porque nada de lo que hagas puede hacerle daño a ella.
—Vaya, veo que no sabes lo que ha ocurrido —se mofó Baral—. Vinieron en tu busca. Lamentablemente, llegaron al lugar equivocado. El intento de rescate de tu hija ha tenido un final trágico.
Pia le miró aterrada, pero recordó que aquel rostro era el de un mentiroso. Volvió a mirar hacia la arena y pronunció sus siguientes palabras entre dientes, una a una.
—Como le hayas hecho un rasguño...
—Tendremos que esperar a ver, ¿no crees? —replicó Baral—. ¿Estará aquí? Cuando Tezzeret te humille ahí fuera, ¿acudirá en tu ayuda?
"Mantente a salvo, hija", pensó. "Por favor, haz caso a tu madre por una vez".
—Ha llegado el momento, líder de los renegados —dijo Baral—. Acompáñame.
La agarró por las ataduras y tiró de ella, pero Pia se soltó de un tirón y caminó por su propio pie.
Se detuvieron ante un pequeño tramo de escaleras que conducía a la arena, deslumbrante bajo el sol de mediodía. Unos guardias del Consulado escoltaban a la elfa Rashmi y a muchos otros inventores que venían de arriba. Estaban enfrascados en una emocionante conversación. Su entusiasmo flotaba con ellos como un perfume, hasta el punto de que no se fijaron en Baral mientras quitaba los grilletes de Pia ni en los guardias que les separaron de sus inventos galardonados cuando llegaron al pasillo.
—Y ahora, amigos y conciudadanos —anunciaron los altavoces—, les rogamos que permanezcan en sus asientos para presenciar el acto final de la exhibición de hoy, el duelo de forjacéleres que pronto estará en boca de todos. Nuestro primer competidor es el ilustre director de vuestra Feria: ¡el juez principal Tezzeret!
Pia estaba tan preocupada que ni siquiera oyó los aplausos. Examinó las gradas desde el umbral. No vio a ningún renegado entre el público, ni a Chandra, ni a ningún otro conocido. Los guardias de Tezzeret debían de haber estado alerta en las entradas para no dejar pasar a ningún sospechoso. Tal vez no pretendieran utilizarla de cebo, como temía. Ahora, su única esperanza era proporcionar el mayor entretenimiento posible y ganarse al público; hacer lo que pudiera para no regresar a las celdas y los grilletes.
—Me alegra estar aquí para despedirme —dijo Baral mostrándole los dientes—. Sería una lástima no poder decirte adiós.
"¿Qué significa eso?". Sintió un escalofrío terrible en la espalda.
—Y ahora, amigos y conciudadanos, su oponente —retumbaron los altavoces—. La criminal convicta que ha fracasado en su intento de arruinar vuestra Feria... ¡Pia Nalaar!
Baral la empujó con la punta de una cuchilla y Pia salió a la arena entre un coro de abucheos y silbidos. Caminó hacia su lugar designado sin apartar la vista de Tezzeret. Estaba al otro lado de la arena y ni siquiera se molestaba en hacer caso al público. Delante de Pia había un contenedor tapado con un paño bordado. Tezzeret tenía uno idéntico a su disposición.
—En este momento, en esta arena histórica, estamos a punto de presenciar el desafío final. —El presentador empezó hablando con calma y fue ganando intensidad—. Ahora decidiremos quién es el mejor de estos dos célebres inventores. No apartéis los ojos de este duelo, ciudadanos de Ghirapur, puesto que definirá el futuro de nuestra ciudad y nuestro mundo. ¡Qué comience el espectáculo!
Pia retiró el paño de un tirón y examinó rápidamente el contenedor: una selección de engranajes y placas metálicas, algunas piezas de vidrio soplado, una pequeña tubería para insuflar éter y varias herramientas rudimentarias. No tenía mucho con lo que trabajar. No tenía mucho con lo que sorprender al público.
Levantó la vista. Tezzeret ya había revisado su material y estaba construyendo algo con patas. "¡Qué rápido!".
Metió las manos en el contenedor de materiales y, en cuanto tocó las piezas de metal, su intuición de inventora se puso en marcha. Confió en sus capacidades y empezó a moldear, adaptar y soldar por puntos. Dejó que los componentes le dijeran lo que querían ser, como en los viejos tiempos... y un diseño básico con cuatro alas comenzó a cobrar forma. Le dio un chasis ligero para potenciar su velocidad y un aguijón en el morro. Si Kiran estuviese allí, podría darle más capacidad de maniobra, algo que asombrase un poco al público...
"Céntrate. Consigue que vuele".
Insertó la tubería de éter en el conjunto de engranajes y el tóptero cobró vida, despertando un "¡oooh!" entre el público. Lo envió zumbando hacia Tezzeret con intención de distraerlo mientras trabajaba en su próximo diseño.
El juez principal había terminado de construir una especie de insecto plateado aún más alto que él. El constructo se desdobló y reveló un vientre lleno de tenazas y patas afiladas. El público aplaudió de admiración. "¿Cómo ha podido construir eso con las piezas del contenedor? ¿No se molesta ni en disimular que hace trampas?". El tóptero voló alrededor de Tezzeret y le molestó con el aguijón, pero él lo apartó de un manotazo y envió su constructo contra Pia.
Al verlo, ella reaccionó fabricando rápidamente un servo muy básico, soldando sus placas incluso mientras lo enviaba hacia el insecto. El artefacto de Tezzeret correteó sin detenerse y aplastó al servo, partiéndolo en dos. Sin embargo, Pia había añadido una sorpresa: una pequeña carga explosiva. El servo estalló en una nube de humo y piezas y reventó las patas del constructo. El público reaccionó con gran sorpresa. "Tal vez pueda hacer algo más que retrasar lo inevitable. Quizá consiga vencer".
Pia corrió a recuperar piezas del artefacto de Tezzeret. Como suponía, estaba lleno de componentes que a ella no le habían proporcionado... e incluso utilizaba metales que no conocía. Desguazó el chasis y empezó a cosechar piezas para otra creación, esperando que el tóptero siguiera distrayendo a su oponente.
Continuó luchando, uniendo componentes para crear diseños radicalmente nuevos. Pero por muy ingeniosos que fueran sus inventos, Tezzeret siempre respondía con algo que era más veloz, fuerte y resistente. Pia estaba segura de que su ingeniería era superior, pero los constructos del juez abrumaban a los suyos y hacían que agotara sus recursos.
Dio media vuelta para regresar al contenedor, pero una pata metálica puntiaguda se clavó en el suelo junto a ella y el impacto le hizo caer. Levantó la cabeza y vio un nuevo autómata con aspecto de cangrejo, que había ensartado a su tóptero en una de sus patas. Las alas del tóptero batieron débilmente, hasta que al final se detuvieron.
Se volvió hacia Tezzeret. Caminaba con paso decidido hacia ella, con la mano metálica en alto. Varios aros de metal se curvaron de forma antinatural obedeciendo a su voluntad; se enroscaron alrededor de sí mismos hasta convertirse en un pequeño escuadrón de autómatas reptantes. Los constructos se irguieron y aquel ejército argénteo y sin rostro empezó a rodearla.
El público coreaba el nombre de Tezzeret, celebrando su victoria.
—Has perdido, Pia Nalaar —dijo él en voz baja, la justa para que ella le oyera—. Y ahora, en el mismo lugar donde tu hija se enfrentó a la justicia por sus crímenes, impartiré justicia por los tuyos.
Levantó el brazo y el ejército de autómatas cromados avanzó hacia ella. El torso del más cercano se reorganizó y se transformó en una extremidad afilada. Tezzeret mantenía el brazo en alto y la miraba desde arriba con un resplandor en los ojos.
"No lo hace solo para impresionar al público", pensó. "Me va a matar".
Tezzeret bajó el brazo de golpe y su creación se abalanzó sobre Pia. Tenía que esquivarlo, tenía que desviar el inevitable...
El autómata salió disparado hacia un lado y se derrumbó sobre un costado, echando humo por una abolladura incandescente. El público enmudeció y se volvió hacia el origen. El proyectil de fuego había surgido de las gradas, de una joven roja de ira y con el pelo en llamas.
—¡Todavía no!
—¿Cuántas veces tengo que repetírtelo, Jace? —le espetó Chandra mentalmente—. Odio. Esas. ¡Palabras!
Chandra saltó desde las gradas al suelo de la arena. El hechizo ilusorio había hecho todo lo posible por ocultarla, pero se disipó con una luz trémula en cuanto ella empezó a utilizar la piromancia.
—Tenemos que averiguar por qué está aquí —insistió Jace—. ¡Mantenle ocupado!
Su madre le dirigió una mirada sorprendentemente severa.
—¡Chandra, vete de aquí! ¡Es una trampa!
—¿Crees que no lo sé? —protestó Chandra mientras acumulaba maná para otro hechizo—. He venido a sacarte de aquí.
—¡Eso es lo que él quiere! —le espetó su madre—. Déjame aquí y huye. Vete, jovencita.
—Ya no soy una niña —contestó ella—. ¡Y no pienso perderte otra vez!
—Qué sorpresa, la pequeña Nalaar también ha venido. —Tezzeret hablaba con exageración, entrelazando sus manos asimétricas—. ¿Vas a unirte a la competición que tu madre acaba de perder? Qué conmovedor.
Chandra vio que los espectadores estaban inclinados hacia delante en sus asientos, intrigados y asombrados con aquel drama familiar.
—No pienso construir nada contra ti, Tezzeret —afirmó—. Voy a darte una paliza.
—¿Aquí? —se burló Tezzeret—. ¿En esta misma arena? ¿Pretendes desafiarme en el mismo sitio donde estuvieron a punto de...?
—¡SÍ! —lo acalló Chandra—. Lo sé, donde iban a ejecutarme. Muy poético y todo eso, pero ¿quieres hacer el favor de cerrar el pico y luchar? —Se concentró en la palma de la mano y formó una bola de fuego.
Los susurros corrieron como la pólvora entre los espectadores. Un grupo de soldados del Consulado se apresuró a rodear a Chandra, dispuestos a arrestarla, pero Tezzeret levantó una mano para detenerlos. Dijo algo en voz baja a uno de ellos, las tropas se retiraron y él volvió a encararse con Chandra. Los autómatas se giraron al mismo tiempo que su titiritero.
—Me enfrentaré a ti, niña —declaró Tezzeret con ánimo de complacer al público. Sus constructos avanzaron poco a poco—. Aunque no será un combate justo si vas a luchar sola.
Chandra separó en dos la bola de fuego y ambos puños estallaron en llamas.
—Nadie ha dicho nada de pelear limpio.
Varias ilusiones se disiparon detrás de ella y, uno a uno, un equipo de Planeswalkers apareció en la arena.
Sus compañeros prepararon armas y hechizos y Chandra vio a Tezzeret retroceder un paso, casi imperceptiblemente.
Tras un momento de silencio, el público se puso en pie y prorrumpió en un griterío. Que ellos supieran, todo formaba parte del espectáculo, de la apoteosis de la exhibición.
—¡Acaba con ellos, juez principal! —gritaban algunos.
—¡Pateadle el culo, renegados! —respondían otros.
—¡Tezzeret, tramposo! —exclamaban algunas voces.
—Chandra —dijo Jace en su cabeza—, creo que sus autómatas aún bloquean mi telepatía de algún modo. Tienes que abrirnos camino.
—Reventar esos bichos metálicos —pensó Chandra—. Entendido.
En cuanto Ajani y Gideon corrieron a proteger a su madre, Chandra desató su poder. Los proyectiles de fuego volaron y se estamparon como puños contra las máquinas de Tezzeret, abatiendo una detrás de otra. Un autómata se derritió en el acto. Otro consiguió acercarse lo suficiente como para lanzarle un tajo desde el flanco y arañarle la mejilla, pero enseguida se convirtió en el adorno oxidado de un jardín que creció espontáneamente.
Con un gesto de la garra de Tezzeret, los restos de metal se doblaron y formaron nuevos mecanismos que reptaron bajo las llamaradas de Chandra y se liberaron de las enredaderas de Nissa. Mientras avanzaban, Chandra lanzó puñetazos que escupían ráfagas de fuego, medio consciente de que Gideon y Liliana le cubrían los flancos y Nissa y Ajani aplastaban a los autómatas que se acercaban a su madre.
El público necesitó unos instantes para decidir cómo reaccionar. Lanzar hechizos sin necesidad de dispositivos era un fenómeno extraño en Kaladesh, pero Chandra oyó que prefirieron disfrutar del espectáculo.
Tezzeret retrocedió y, por primera vez, Chandra creyó verle dudar antes de lanzar su siguiente asalto.
—¿Aún no has podido leerle? —pensó para Jace.
—No —respondió Jace, cuya negativa mental sonó como una maldición—. Algo continúa bloqueándome.
—¡Pues date prisa!
—Está demasiado protegido —protestó Jace—. Hemos salvado a tu madre, creo que deberíamos irnos.
Chandra miró a su madre y volvió a centrarse en Tezzeret.
—Y yo creo que deberíamos poner fin a esto. Aquí y ahora. —Las llamas de sus puños se extendieron por los brazos y el fuego nubló su vista.
—Chandra, si Tezzeret sabía que necesitaba bloquear su mente, significa que está preparado para esto. —Los pensamientos de Jace tenían un tono de advertencia—. Sabía que todos nosotros íbamos a venir. Hemos cometido un error.
Chandra apretó un puño y concentró su fuego en un punto de calor abrasador. Sus dientes rechinaron y su brazo tembló.
—Puedo hacerlo...
—Acaba con él —urgió Liliana en medio de la conversación telepática.
Una sombra se cernió sobre ellos y Chandra levantó la vista: una aeronave descomunal había eclipsado el cielo. El majestuoso casco del Soberano Celeste cubrió toda la arena y la sobrevoló, acompañado del estruendo de sus motores internos. Una enorme torreta rotaba en la parte inferior del casco, cargada de éter crepitante: el cañón apuntaba hacia la arena, amenazando con abrir fuego.
Tezzeret abrió los brazos y se dirigió a todo el público con una amplia sonrisa.
—Y con esto concluye la Feria de Inventores. Doy mi más sincero agradecimiento a los brillantes inventores de este mundo. —Entonces dedicó a los presentes una pequeña reverencia y se elevó sobre una columna de acero con filigranas.
Un himno empezó a sonar en un panharmónico y algunos fuegos artificiales estallaron desde las torres cercanas. El ruido era estridente y extraño en medio del silencio del público.
Los ojos de Chandra vagaron desde el punto de calor concentrado en su palma hasta el rostro de Tezzeret, cada vez más lejano. Se retiraba. Huía después de haber amenazado a su madre.
—Se ha acabado —dijo Nissa con calma junto a ella, y a Chandra le sorprendió lo mucho que anhelaba oír aquellas palabras—. Habrá otro momento. Se ha acabado.
Chandra asintió y contuvo una oleada desbordante de gratitud y alivio. El fuego concentrado en su puño se desvaneció poco a poco en el olvido.
Cuando tenía once años, Chandra había mirado por toda aquella arena; había buscado entre las gradas con la pequeña esperanza de ver el rostro de su madre. No la había encontrado. Ahora, en aquel momento, bastó con girar la cabeza para verla allí, de pie delante de ella.
Su madre abrió los brazos y Chandra corrió a su encuentro.
Chandra se había permitido imaginar aquel momento un millar de veces mientras observaba las planicies volcánicas de la Fortaleza Keral. Si hubiera podido volver a pasar un último momento con mamá, ¿cómo habría sido? ¿Su madre aún olería ligeramente a compuestos de soldadura y pétalos de rosa? ¿Qué le diría? ¿Qué grandes palabras podrían transmitir todo su afecto, su gratitud y su añoranza de volver a casa, de sentirse a salvo con ella?
Chandra separó los labios y sus ojos se nublaron. Y lo único que salió de ella fue...
—Mamá... Lo siento.
Su madre murmuró unas palabras reconfortantes contra su cabello, la abrazó y la estrechó con todo su afecto.
En el cielo, Tezzeret siguió ascendiendo. La columna de filigrana se elevaba más y más. El casco del Soberano Celeste le dio la bienvenida y se cerró una vez que el juez principal llegó al interior. El panharmónico seguía sonando en vano. El público enmudecido vio cómo el Soberano Celeste viraba y se alejaba lentamente, hasta que el cielo volvió a asomar.
Cuando la gente empezó a marcharse, Chandra oyó sus gritos de protesta. Se movía entre la multitud junto a su madre y el resto las seguían hacia el exterior. Mientras se fijaba en los mechones grises que habían aparecido en el cabello de Pia y en las arrugas de su tez, la angustia y el pánico se propagaron entre la gente.
Una joven con accesorios dorados en su vestido se acercó directamente a Chandra y Pia.
—Me llamo Saheeli Rai —se presentó—. Tengo que hablar contigo, y con usted, señora. —Tenía una expresión completamente seria.
—¿Por qué? —preguntó Chandra—. ¿Qué está pasando?
—Los inventos han desaparecido.
—¿Cómo? —reaccionaron a la vez Pia y Ajani.
—Creo que el Consulado se ha llevado a Rashmi y los demás inventores, junto con todos los artilugios que se han presentado en la Feria. Los inventos galardonados... Los proyectos que tanto les importaban... El descubrimiento de Rashmi... Ya no están. Los han incautado. He visto lo que habéis hecho en la exhibición... ¿Podéis ayudarnos?
Chandra por fin comprendió los gritos de la gente. Todos ellos eran inventores que habían participado en la Feria.
—¡Mi creación!
—¡Dediqué todo lo que tenía a ese diseño!
—¿Cómo han podido llevárselos?
Había soldados y autómatas del Consulado por todas partes. El despliegue de seguridad no había sido tan fuerte cuando entraron en la arena.
—Esto era lo que planeaba Tezzeret —dijo Pia frunciendo el ceño—. El espectáculo no era más que una distracción a gran escala.
—Tenemos que salir de aquí y reorganizarnos —intervino Jace—. Y luego hay que detener a Tezzeret. Está tramando algo.
—Está construyendo algo —gruñó Ajani.
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